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El modelo cosmológico que había dominado el panorama occidental durante siglos era
el geocéntrico, formulado principalmente por el astrónomo Claudio Tolomeo en su obra
Almagesto. La Tierra permanecía en reposo en el centro del Universo, y los demás
cuerpos celestes orbitaban en torno a ella. El modelo geocéntrico respondía a
numerosas observaciones y a experiencias cotidianas, como el hecho de que
aparentemente veamos al Sol salir y ponerse, o que no sintamos un hipotético
movimiento de la Tierra. Sin embargo, era incapaz de explicar fenómenos como la
retrogradación de los planetas (a veces, los planetas parecen “retroceder” en su giro
alrededor de la Tierra).
3) Todos los planetas dan vueltas alrededor del Sol como su centro, y por tanto, el Sol
es el centro del Universo.
Aún hoy seguimos diciendo que el Sol “sale” y se “pone”, aunque sepamos que esto no
es exacto, porque las mentalidades, máxime cuando se basan en experiencias
comunes y cotidianas, no son fáciles de cambiar. Pero nadie puede negar que los
avances científicos, como los protagonizados por Copérnico y por la revolución que
inauguró, acaban, finalmente, modificando nuestra manera de contemplar el mundo y
de vernos a nosotros mismos.
Hasta bien entrado el siglo XVII, y principalmente gracias a las observaciones que
Galileo hizo con su telescopio, la mayoría de los astrónomos continuaban aceptando el
modelo geocéntrico de Tolomeo. Estaba, como hemos reiterado, más en concordancia
(aparentemente) con las experiencias más cotidianas.
¿Cuál es el centro del sistema? De entre todos los cuerpos susceptibles de ocupar esa
posición, hay dos que parecen adecuarse mejor a tal naturaleza: la Tierra y el Sol.
- A favor de la Tierra cuentan el testimonio de los sentidos, una inveterada
creencia y, sobre todo, el hecho de los cuerpos caen hacia la Tierra.
- A favor del Sol, en cambio, está la consideración de que al cuerpo que realiza la
labor primordial del sistema le ha de corresponder tal lugar a fin de que pueda
actuar mejor sobre todo el sistema; parece ser el Sol el que confiere vida al
Universo al transmitirle luz y calor, no deja de resultar correcto y apropiado
suponerle en el centro del mundo. Además, el Sol tiene a Venus y Mercurio
girando alrededor suyo, de manera que es obvio que puede constituir un centro
y desempeñar ese papel. En consecuencia, ningún otro astro parece más
adecuado para ocupar el centro del Universo.
Galileo estudió el movimiento de los cuerpos, pero en astronomía, el uso del telescopio
le llevó a contribuir con numerosos avances.
Galileo se fijó en tres objetos (y días más tarde identificó un cuarto) que daban vueltas
en torno a Júpiter. Alguien podría pensar que nada tiene de especial que haya tres
objetos orbitando alrededor de Júpiter. ¿O sí tiene algo de especial? En tiempos de
Galileo sin duda que lo tenía. Y es que en el modelo geocéntrico, todo tenía que girar
en torno a la Tierra. Pero estaba claro que esos objetos no giraban alrededor de la
Tierra porque aparecían y desaparecían alternadamente. Y es que eran las cuatro lunas
de Júpiter: Io, Europa, Calisto y Ganímedes.
Para empezar, Galileo había echado por tierra (nunca mejor dicho) la idea de que los
cuerpos celestes tuviesen que girar alrededor de la Tierra.
Además, también había demostrado que la teoría antigua de que el espacio sideral, el
lugar que ocupan los astros, era perfecto, inmutable e incorruptible, era errónea,
porque él había contemplado con sus propios ojos cráteres en la Luna.
Galileo tuvo que sufrir un proceso humillante, el denominado caso Galileo, que
representaba en realidad una confrontación o colisión entre ideas distintas del mundo,
de la Ciencia y de la religión.