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HISTORIA
Matrimonio cristiano y control de la violencia
en la Edad Media

Cecilia Devia

Lic. en Historia y doctoranda, FFyL, UBA

1. En contraposición a Elias, Norbert, El proceso de la
civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicoge-
néticas, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1988.
2. Goody hace referencia explícita a los trabajos
de Stone, Ariès y Shorter. Goody, Jack, La familia
europea. Ensayo histórico antropológico, Crítica,
Barcelona, 2001.
3. Goody, Jack, op. cit., p. 16.
1. El objetivo de este trabajo es estudiar
la imposición del modelo conyugal cris-
tiano como un agente regulador de la
violencia en la Edad Media. Haremos un
breve recorrido sobre los principales
hitos que permitieron la consolidación
del matrimonio cristiano, para luego
enfocar nuestra atención en las figuras
del rapto y del matrimonio clandestino.
En cuanto al marco teórico, entende-
mos el cambio histórico como la trans-
formación de un conjunto de conven-
ciones y representaciones en otro, y no
como un “proceso civilizatorio” que lle-
varía a la restricción progresiva de emo-
ciones y de violencia descontroladas.1
Respecto al tema de la familia y el
matrimonio, compartimos la posición
de Jack Goody en cuanto a la exagera-
ción que en algunos autores se ha
generado sobre las particularidades de
la familia moderna, sobre todo en Occi-
dente, ya que no se conocería práctica-
mente ninguna sociedad en la que no
fuera importante la familia elemental o
nuclear. Tampoco es invención europea
la infancia, ni el afecto entre marido y
mujer, ni entre padres e hijos.2 Con una
fuerte intención crítica, Goody sostiene
que “el duelo, lo mismo que el afecto
son universales y solo ha dicho otra
cosa la más grosera historia de las men-
talidades en combinación con el etno-
centrismo prepotente e ignorante”.3
2. Entre mediados del siglo I a. C. y fines
del siglo II d. C., se produce una meta-
morfosis de las relaciones sexuales y
conyugales en el Imperio Romano, que
va a permitir a esta nueva moral paga-
na identificarse con la futura moral cris-
tiana del matrimonio. El hecho decisivo
es el pasaje de una aristocracia compe-
titiva a una aristocracia de servicio, en la
que el matrimonio se va a convertir en
una institución fundamental. La moral
romana clásica es una ética de órdenes,
que en el período mencionado va a ser
reemplazada por una moral común a
toda la sociedad. Esto explica la univer-
salización de la institución del matrimo-
nio, incluso entre los esclavos. El cristia-
nismo va a hacer uso de esta nueva
moral pagana, agregándole la idea de

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natura y de contra natura: no se tendrán
relaciones sexuales más que para tener
hijos legítimos; las “desviaciones” a esta
conducta serán consideradas contra la
propia esencia del cristianismo.4
El paso de secta a Iglesia, que se pro-
duce en el siglo IV, trae aparejado el pro-
blema de la necesidad creciente de
obtener recursos para su sustento. Con
este fin, la Iglesia trata de imponer pau-
tas matrimoniales que, según Jack
Goody, tienen un solo rasgo en común:
el control sobre las estrategias heredita-
rias para que obren en beneficio de esta
institución. Estas pautas comprenden la
prohibición del matrimonio entre
parientes consanguíneos y espirituales,
la condena de la adopción, de la poligi-
nia, del concubinato, del divorcio segui-
do por una nueva unión y la imposición
del celibato entre los clérigos.5
En la construcción del modelo con-
yugal cristiano hay una constante afir-
mación de continuidad entre la herencia
jurídica romana y la ley divina. Durante el
período carolingio los reyes francos, y
sobre todo los obispos, profundizarán
sobre las ideas de consenso, publicidad
y contrato que ya existían en el derecho
romano post clásico, como así también
en el ideal de equilibrio y mesura en los
afectos.6 Pierre Toubert nos advierte que
la lectura de fuentes normativas, tales
como penitenciales, specula conjugato-
rum, colecciones canónicas, etc., presen-
ta un panorama de un “rigorismo sin
fisuras” pero, en lo que se puede vislum-
brar con respecto a las prácticas, el apa-
rato represivo funciona mientras no
entorpezca seriamente las estrategias
matrimoniales de la aristocracia franca.7
Esto se ve en lo que concierne a los gra-
dos prohibidos de parentesco para unir-
se en matrimonio, que llegan, como
indica Georges Duby, a la desmesura.8 A
mediados del siglo VIII, se adiciona el
parentesco espiritual. La extensión a sie-
te grados de prohibición no puede ser
comprendida cabalmente ni siquiera por
los contemporáneos, y finalmente es
reducida a cuatro grados en el Concilio
de Letrán de 1215. Pero estas limitacio-
*
nes, a la vez que restringen las uniones
deseadas por los linajes, también permi-
ten persistir con la práctica del repudio.
Cuando una unión ya no conviene,
siempre es posible encontrar incesto,
reduciendo también estas prohibiciones
a los actos de violencia, tales como el
“divorcio a la carolingia”9 que consiste en
el asesinato de la esposa no deseada.
Para la Iglesia, el matrimonio en grado
prohibido no es posible, por lo cual es
declarado nulo, no importando la canti-
dad de tiempo que la pareja haya estado
unida ni la existencia de hijos fruto de
esa unión, permitiendo por consiguiente
un nuevo matrimonio.
(...) no se conocería ninguna sociedad en la que no fuera
importante la familia elemental o nuclear. Tampoco es
invención europea la infancia ni el afecto (...).
El modelo conyugal construido por
los teóricos carolingios, tales como
Hincmar de Reims y Jonás de Orleáns,
actúa como regulador de la violencia
social,10 condenando la violencia sexual
e instando a la reciprocidad entre los
cónyuges, representada por la caritas. 4. Veyne, Paul, “Familia y amor durante el alto
Se le propone a la aristocracia una Imperio Romano”, en AA.VV., Amor, familia, sexuali-
moral posible, creando un ordo conyu- dad. Nueva Historia, Barcelona, 1984.
gal con virtudes que le son propias, 5. Goody, Jack, La evolución de la familia y del
cuya observancia permite la salvación a matrimonio en Europa. Herder, Barcelona, 1986.
los laicos. El matrimonio es así una 6. Toubert, Pierre, Europa en su primer crecimiento.
medicina que sirve para curar la lujuria De Carlomagno al año mil. Universitat de València,
y se convierte progresivamente en la Universidad de Granada, 2006, pp. 233-235.
base principal de la paz pública. Hinc- 7. Toubert, Pierre, op.cit., p. 240.
mar de Reims lo ve como una muralla 8. Duby, Georges, El caballero, la mujer y el cura. El
de contención contra la violencia.11 El matrimonio en la Europa feudal. Taurus, Madrid,
modelo se extiende más fácilmente en 1987, p. 34.
las capas inferiores de la sociedad, sur- 9. Toubert, Pierre, op. cit., p. 316.
giendo la mayor parte de los conflictos 10. Toubert, Pierre, op. cit., p. 273.
en las superiores. Las convergencias de 11. Duby, Georges, op. cit., pp. 31-34.
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12. Duby, Georges, op. cit., pp. 137-138.
13. Porqueres i Gené, Enric: “Cognatisme et voies
du sang. La créativité du mariage canonique”, en
L’Homme, Nº 154-155, 2000, pp. 345-346.
14. Duby, Georges, op. cit., pp. 31-32.
15. Duby, Georges, op. cit., p. 36.
16. Duby, Georges,, op. cit., pp. 60-61.
17. San Martín, Antonio de (ed.), Los Códigos Espa-
ñoles concordados y anotados, Madrid, 1872.
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los jefes de familia laicos con la Iglesia
se dan principalmente respecto al con-
trol de los “jóvenes” de cada familia que,
al no estar destinados a casarse para
preservar el patrimonio familiar, deben
permanecer sin ejercer una sexualidad
legítima por un largo período o, en
algunos casos, de por vida. Los conflic-
tos aparecen por la exigencia eclesiásti-
ca de castidad masculina, ya que los lai-
cos solo aceptan la femenina y, sobre
todo porque, hacia fines del siglo XI, en
el marco de la reforma gregoriana, la
Iglesia pretende tener la competencia
exclusiva en el control de los matrimo-
nios. Este es uno de los puntos en que
más insiste Yves de Chartres, que va a
basar la unión conyugal sobre dos pila-
res: la indisolubilidad y la espirituali-
dad.12 Respecto al primer punto, solo la
Iglesia podrá decidir cuáles uniones son
nulas o se pueden disolver, aunque en
este último caso sin posibilidad de con-
traer nuevo matrimonio. En cuanto a la
espiritualidad, Yves de Chartres se refie-
re a la unión mística como el funda-
mento del matrimonio.
Hacia los siglos XII y XIII, se produce
la fijación de la doctrina clásica de la
unión conyugal. En los términos del
Decreto de Graciano (1140), un matri-
monio verdadero es la unión de un
hombre y una mujer que establecen
entre ellos una comunidad de vida. El
consentimiento de los contrayentes
funda el matrimonio, en el que se dis-
tinguen tres momentos:
• El matrimonium initiatum, establecido
en los esponsales por el intercambio
de “palabras de futuro”.
• El matrimonium ratum, que sella la
unión por medio del intercambio de
“palabras de presente”.
• El matrimonium consumatum, que
designa el estado matrimonial después
de la unión carnal.
Desde Hugo de Saint Victor, el matri-
monio simboliza la unión de Cristo y de
la Iglesia a través de la unión carnal, pero
también es signo de la unión del alma
con Dios por el acuerdo de voluntades.
Pero aunque sea el intercambio de con-
sentimientos el que hace al matrimonio,
este no se vuelve indisoluble más que
por la consumación de la unión.13
3. El rapto es un medio corriente para
tomar esposa en la sociedad aristocráti-
ca carolingia, hasta tal punto que el
obispo Hincmar de Reims escribe una
obra titulada De la represión del rapto,
considerada como un discurso sobre la
paz. El hombre es naturalmente raptor
de bienes y sobre todo de mujeres. El
pacto conyugal apunta a realizar pacífi-
camente el reparto de mujeres.14
Es incumbencia del rey la represión
del rapto, que forma, junto con el asesi-
nato, el robo y el incendio intencional,
uno de los cuatro casos de justicia de
sangre. El rey debe desunir a las parejas
que no se han formado en la paz, resti-
tuyendo la mujer robada a sus parientes
para evitar la perturbación del orden
social por las venganzas familiares. Las
capitulares de principios del siglo IX
indican el procedimiento a seguir:
declaran ilícita la unión. Si la mujer ya
estaba prometida con otro hombre,
puede casarse con él legítimamente. Si
el hombre ya no la quiere, los parientes
pueden casarla con cualquier otro,
menos con el hombre que la ha rapta-
do. Pero si la mujer no está prometida,
basta con el consentimiento del padre y
una ligera penitencia para que la pareja
ilegalmente unida se vuelva legal.15
A principios del siglo XII, Bourchard,
obispo de Worms, redacta su célebre
Decreto imponiendo tarifas penitencia-
les. Al igual que en el código de la justi-
cia real, se castiga el rapto con la misma
pena que el homicidio, porque los dos
producen la ruptura de la paz.16
En la segunda mitad del siglo XIII,
encontramos el tema del rapto contem-
plado en la Séptima Partida de Alfonso
el Sabio, dedicada al derecho penal.17
Ahí se toman en cuenta los tres niveles
que son atacados por el raptor de una
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mujer honesta: la misma mujer, sus
parientes y el señor de la tierra donde
fue cometido el hecho. No hay que olvi-
dar que es en la mujer donde recae prin-
cipalmente el honor de la familia en esta
sociedad. Por perturbar el orden social,
se condena a muerte al atacante y se
dan instrucciones respecto de sus bie-
nes, pero el castigo cambia si la mujer
raptada lo acepta libremente por espo-
so. También se establecen compensacio-
nes para la mujer, sus parientes, el rey o
el monasterio, según la condición de la
agredida y la forma en que tiene lugar el
hecho. Además, se contemplan penas
para los que hubieran ayudado al agre-
sor, manifestando a su vez que, en el
caso de que no se trate de una mujer
honesta, el raptor debe igualmente
tener castigo, pero en otras condiciones.
En el Concilio de Trento, que en la
segunda mitad del siglo XVI da forma
prácticamente definitiva al matrimonio
canónico y lo consagra como sacra-
mento, también están contempladas
penas contra los raptores. Establece
que, mientras la mujer permanezca en
poder del raptor, no puede haber matri-
monio. Si puesta la mujer en lugar
seguro decide casarse con él, quedan
ambos excomulgados, estableciéndose
otros castigos tanto para la pareja como
para los que los ayudaron a unirse.18
Resulta oportuno aplicar aquí el aná-
lisis que hace Pedro Benito Golmayo,
especialista en derecho canónico que
escribe a fines del siglo XIX. Golmayo
coloca al rapto entre los impedimentos
dirimentes del matrimonio. Por tales
entiende “a los que invalidan el acto y
son causa de nulidad”.19 Sostiene que,
aunque inusual, también puede haber
rapto del hombre por la mujer. Distin-
gue entre rapto de violencia y rapto de
seducción. Este último no supone fuerza
en la persona robada, pero sí en sus
padres o tutores.
De acuerdo con los documentos y la
bibliografía relevada, podemos inferir
que el rapto podía reflejar un acto vio-
Cecilia Devia
lento contra la mujer, pero también era
empleado como medio para llevar a
cabo uniones que no eran consentidas,
ya sea por los parientes o por la Iglesia.
Siguiendo la terminología de Golmayo,
el primero sería un “rapto de violencia” y
el segundo un “rapto de seducción”.
También puede ser empleado, como
sostiene Duby, por los maridos para
librarse de su mujer arreglando un rapto
con un tercero, por los hermanos para
privar a una hermana de su parte en la
herencia, por los padres para ahorrarse
los costos de la ceremonia nupcial, etc.20
4. Relacionado con el rapto, el matrimo-
nio clandestino también desestabiliza a
la sociedad y puede provocar reaccio-
nes violentas de parte de las familias
involucradas. Pero aquí también apare-
ce la dualidad, porque produce un
“hecho consumado” ante el cual a veces
los parientes no reaccionan o lo hacen
débilmente. El matrimonio clandestino
puede tener su origen en un “rapto de
seducción”, más probablemente que en
un “rapto de fuerza”, ya que tiene vali-
dez ante la Iglesia –aunque esta lo con-
dene más o menos enérgicamente a
través de la historia– debido a que es
hecho por mutuo consentimiento.
Con el nombre de casamientos
encubiertos, también son condenados
en las Partidas. Se estiman aquí razones
tanto de índole religiosa como social, 17. Concilio de Trento, “Decreto de reforma sobre
aspectos que aparecen poco deslinda- el matrimonio”, Cap. VI, en Documentos del Concilio
dos en el período que tratamos.21 La lis- de Trento, Biblioteca Electrónica Cristiana.
ta de males que pueden traer las unio- 18. Golmayo, Pedro Benito, Instituciones del Dere-
nes clandestinas es larga e involucra a cho Canónico. Biblioteca Virtual Miguel de Cervan-
los parientes y, de alguna manera, a la tes, Edición digital basada en la edición de la
sociedad toda. Por eso, la Iglesia y el Librería de Gabriel Sánchez, Madrid, 1896, Libro II,
poder regio se unen para combatirlos, Cap. II, p. 13.
pero aunque los castigos impuestos por 19. Duby, Georges, op. cit., p. 36.
este último son rigurosos, no se llega a 20. 4. 3, op. cit.
las penas corporales ni menos, como en 21. 4. 3. 5, op. cit.
el caso del rapto, a la pena de muerte.22 22. 4. 3. 3, op. cit.
Los castigos caen con particular rigor 23. Aznar Gil, Federico, “Penas y sanciones contra
sobre los hijos de estas uniones, que son los matrimonios clandestinos en la Península Ibé-
declarados ilegítimos, con todas las des- rica durante la Baja Edad Media”, en Revista de
ventajas que tal condición conlleva.23 estudios histórico-jurídicos. Nº 25, 2003, pp. 89-214.
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Matrimonio cristiano y control de la violencia en la Edad Media
24. Golmayo Pedro Benito, op. cit., Libro II, Cap. V,
pp. 67-68.
25. Casey, James, Historia de la familia. Espasa Cal-
pe, Madrid, 1990, p. 157.
26. Concilio de Trento, “Decreto de reforma sobre
el matrimonio”, Cap. I, op. cit.
27. Id.
28. Campo Guinea, María del Juncal, “El matrimo-
nio clandestino: procesos ante el Tribunal Eclesiás-
tico en el Archivo Diocesano de Pamplona (siglos
XVI-XVII)”, en Príncipe de Viana. Id., p. 205.
29. Campo Guinea, María del Juncal, “El matrimo-
nio clandestino: procesos ante el Tribunal Eclesiás-
tico en el Archivo Diocesano de Pamplona (siglos
XVI-XVII)”, en Príncipe de Viana, año nº 65, nº 231,
2004, pp. 205-222.
30. Id., p. 205.
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El de los matrimonios clandestinos
es uno de los principales problemas
que la Iglesia trata de resolver durante
la Baja Edad Media. Debido a su natura-
leza sacramental y consensual, la unión
conyugal implica que no era necesaria
la existencia de formalidades en su
celebración para que sea válida.24 Gol-
mayo refiere que en la Edad Media los
matrimonios se celebran sin interven-
ción de la autoridad eclesiástica o secu-
lar, teniendo valor solo el mutuo con-
sentimiento. Define a los matrimonios
clandestinos como “los que se celebra-
ban ocultamente sin proclamas, sin
bendición sacerdotal, sin testigos y sin
escrituras”, los cuales, llegado el caso de
que se manifiesten públicamente, son
considerados válidos por la Iglesia des-
de el principio de su formación.25 Sin
embargo, James Casey sostiene que “los
matrimonios clandestinos solo gozaban
de la protección eclesiástica si no se
oponían en exceso a la norma social”.26
La prohibición de los matrimonios desi-
guales –sobre todo entre libres y no
libres– es perseguida tanto por la auto-
ridad eclesiástica como por la secular.
El Concilio de Trento intenta deste-
rrar los matrimonios clandestinos, insis-
tiendo sobre las determinaciones que
ya había establecido el IV Concilio de
Letrán en 1215: la publicidad previa, la
celebración en la Iglesia ante un sacer-
dote, la presencia de testigos. Condena
fuertemente las uniones clandestinas y
propone declararlas nulas a partir de su
entrada en vigencia.27 También impone
graves penas para los contrayentes, el
sacerdote y los testigos.28
Está presente en este momento el
enfrentamiento con los protestantes,
que consideran al matrimonio solo un
contrato y no un sacramento. Tras
arduas discusiones, la solución adopta-
da en Trento distingue entre la forma de
emisión del consentimiento y la forma
de recepción por parte de la Iglesia,
transformando así el contrato matrimo-
nial de consensual en solemne. Pero el
papel del sacerdote en esta normativa
resulta puramente pasivo, bastando su
presencia accidental o incluso forzada
para hacer válida una unión. De ahí la
posibilidad, largamente explotada, de
hacer válidos a los denominados “matri-
monios por sorpresa”.29 Recién en 1907,
por medio del Decreto Ne Temere, la Igle-
sia da un paso adelante para evitar espe-
cialmente este tipo de artimañas, exi-
giendo una presencia activa del sacerdo-
te en la ceremonia, que debe solicitar a
los contrayentes el consentimiento por
medio de una fórmula verbal. Además,
las normas emanadas del Concilio de
Trento tienen validez a partir de su entra-
da en vigencia en cada territorio, mien-
tras que este decreto las declara obliga-
torias para todos los católicos.30
5. Tanto el rapto como el matrimonio
clandestino han sido en ocasiones fun-
cionales a la Iglesia. Esta fomenta abier-
tamente el consentimiento entre los
contrayentes; es más, el consenso llega
a ser la base del matrimonio canónico.
Las prácticas anteriormente descritas
permiten llevar a cabo la unión cuando
los intereses de las familias no la favore-
cen. Por otra parte, escapan al control
eclesiástico y por eso son también per-
seguidas. El matrimonio es el núcleo
ordenador de la sociedad, y para que
sea verdaderamente útil para los intere-
ses de la Iglesia, debe seguir lo más
estrictamente posible las restricciones y
condicionamientos que esta impone.
Podemos concluir que las figuras
del rapto y del matrimonio clandestino
no parecen expresar tan solo una vio-
lencia sin medida que, al perturbar la
paz social, debe ser reprimida, sino tam-
bién formas de resistencia a las autori-
dades, ya sean paternas, seculares o
eclesiásticas. Así como, según insiste la
legislación canónica y laica, son fuente
de todo tipo de perturbaciones, tam-
bién en ocasiones pueden solucionar
problemas y contribuir al mejor funcio-
namiento de la sociedad.