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Esta fue, precisamente, la actitud de nuestro Señor durante todo su ministerio. Dejando
a un lado todas sus prerrogativas divinas (aunque no su naturaleza divina, Fil. 2:5-7), el
hijo de David vivió y actuó en este mundo, no en su propio poder sino en la autoridad
del Espíritu Santo. En palabras del apóstol Pedro:
Jesús de Nazaret fue un hombre a quien Dios aprobó ante ustedes, haciendo por
medio de él grandes maravillas, milagros y señales (Hch. 5:22).
Dios llenó de poder y del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret y que Jesús anduvo haciendo
bien y sanando a todos los que sufrían bajo el poder del diablo. Esto pudo hacerlo
porque Dios estaba con él (Hch. 10:38).
Llama la atención como Pedro, que no se cansa de exaltar la divinidad de Jesús el Cristo
(Hch. 2:33, 36) subraya en estas dos ocasiones la humanidad de "Jesús de Nazaret,"
señalando que todo lo que él hizo cuando anduvo sobre esta tierra fue por la acción del
Espíritu de Dios en él. Este mismo Espíritu está a la disposición de la iglesia.
Pues la iglesia es llamada también con su vida a renunciar a cualquier derecho que
pudiera tener y a cualquier autoridad que no le fuera otorgada por Dios. Su única fuente
de poder es el Espíritu Santo.
Únicamente cuando la iglesia se abandona a la plenitud del poder del Señor puede
realizar, en nombre de Cristo, los grandes prodigios y milagros de redención y de
liberación que constituyen su misión aquí en la tierra.
Este abandono total a la voluntad de Dios tiene su máxima expresión en la cruz. Fue en
la cruz donde Jesucristo demostró su total sumisión a la voluntad del Padre, su renuncia
absoluta a la gloria pasajera de este mundo. Profetizando su propia muerte, Jesús una
vez exclamó; "Si un grano de trigo no cae en la tierra y muere, sigue siendo un solo
grano; pero si muere, da abundante cosecha" (Jn. 12:24). El sabía que sólo al ser
levantado en un madero y enterrado en una tumba podría atraer a todos a sí mismo.
De la misma manera, sólo una iglesia crucificada a las pretensiones y ambiciones de este
siglo será una iglesia fructífera que logre atraer el mundo al Dios de Jesucristo. Como
bien lo esclarece San Pablo en su Primera Epístola a los Corintios, la cruz de Cristo coloca
una grande X sobre toda pretensión humana. La cruz es tropiezo para los que buscan
apoyo en lo visible y locura para aquellos que necesitan racionalizar todo argumento. La
cruz de Jesucristo se yergue como signo de separación tajante entre el reino de luz y el
dominio de las tinieblas. Dios tiende esta misma cruz como puente de comunicación
hacia los cuatro puntos cardinales: entre él y el mundo, entre el creyente y su Señor,
entre hermano y hermano y entre la iglesia y el mundo. Sólo cuando la iglesia se
identifique con Cristo en su crucifixión podrá servir de voz profética que enjuicia y de
comunicación amorosa que atrae.
No acaba aquí la identificación de la misión de Jesucristo con la misión de la iglesia. El
Cristo crucificado es también el Cristo resucitado. La resurrección es la validación de la
crucifixión. El Cristo de la resurrección proclama a viva voz su triunfo en la cruz sobre el
pecado y los poderes satánicos en este mundo. "Por el hecho de haber resucitado, fue
declarado Hijo de Dios y se le dieron plenos poderes" (Ro. 1:4). La iglesia, también
cuando es crucificada para el mundo, recibe a través del "poder de la resurrección" (Fil.
3:10) la virtud y la autoridad para vivir y proclamar el mensaje que le ha sido
encomendado. Sin este poder-el poder de Pentecostés--la iglesia está imposibilitada de
identificarse con Jesucristo en su encarnación, vida y muerte.
El cristo resucitado es ahora el Señor exaltado. A1 sentarse a la diestra del Padre, el Hijo
envió su Espíritu a la iglesia con abundancia de dones (Ef. 1: 17-20; 4:8). Toda vez que la
iglesia se reúne para exaltar a su Señor experimenta en su medio la manifestación del
poder del Espíritu de Dios. La iglesia, según Efesios 2:6, está ahora sentada con Cristo
"en lugares celestiales." Esta posición, que proviene únicamente de la muerte y
resurrección de la iglesia con Jesucristo, le concede autoridad para hablar al mundo, en
nombre de Dios, como embajadora de la reconciliación (II Co. 5: 19, 20).
Recapitulando, la encarnación, vida, cruz, resurrección y exaltación de Jesucristo deben
ubicarse en el corazón de la iglesia, no solamente en calidad de mensaje hablado, sino
como la misma vida del pueblo de Dios. Únicamente así podrá la iglesia ser real
sacerdocio y pueblo profético lleno de la unción del Espíritu de Dios, para comunicar la
buena noticia a un mundo esclavizado por el pecado.
No perdamos nuestro tiempo buscando métodos y puliendo mensajes evangelísticos si
en nuestras iglesias y en nuestras vidas falta esta identificación de nuestras iglesias y en
nuestras vidas falta esta identificación de nuestro ministerio con la misión de Jesucristo
el Hijo de Dios. Cristo es el punto de partida de la evangelización, pues en él se reúnen
la naturaleza divina y la humana, las cuales se comunican al mundo a través de la
totalidad de la vida de la iglesia-que por la acción del Espíritu es también divina y
humana. La iglesia es hoy el único instrumento de Dios para esta comunicación.
Las características de la comunicación del evangelio y los componentes de toda
comunicación humana serán el tema de nuestro próximo capítulo donde
reflexionaremos juntos sobre la evangelización desde una perspectiva sociológica.
REFLEXIONEMOS JUNTOS
1. ¿Cómo interpretas las palabras "pobres, quebrantados de corazón," "cautivos,"
"ciegos" y "oprimidos" en el sermón inaugural de Jesús en Nazaret (Lc. 4:18, 19) ¿Tienen
únicamente un significado espiritual, o se referiría Jesús también a la situación física y
social que él percibía en su derredor? A la luz de esto, ¿Cómo entendió Jesús su misión
aquí en la tierra?
2. ¿En que medida esta tu Iglesia realizando plenamente la triple vocación (real-pastoral,
sacerdotal y profética) de Jesucristo?
3. ¿Por qué el Enemigo siempre quiso desviar a Jesucristo de la cruz y de Pentecostés?
¿Qué aplicación t1ene esto a la Vida de la iglesia que fue llamada a tomar su cruz y vivir
en el poder del Espíritu Santo?