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CAPITULO l

UNGIDOS PARA DAR BUENAS NUEVAS


Es un apacible día de culto en una pequeña ciudad oriental. Gran parte de la población
se ha reunido en la iglesia para escuchar la exposición de la Palabra de Dios por uno de
los ancianos de la congregación. Momentos antes de comenzar, un leve murmullo se
deja oír entre los feligreses que están sentados más próximos a la puerta principal.
Acaban de entrar unos visitantes, cosa no muy común en aquella localidad. El que
encabeza la comitiva, según se comenta, es el hijo de uno de los artesanos más
respetados en toda la comarca, un joven predicador cuya fama se ha extendido a lo largo
y ancho del país.
El consejo de la iglesia convida al renombrado visitante a hacerse cargo de la lectura
bíblica. Abriendo el sagrado libro, comienza a leer en la profecía de Isaías, capítulo 61,
versículos 1 y 2.
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia
a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a
poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor...
Dejando inconcluso el pasaje, cierra el libro y entregándole al pastor, se sienta.
Seguidamente, mientras los ojos de todos los presentes están fijos en él, esperando
alguna palabra más, continuó diciendo: "Hoy se cumple esta escritura delante de Uds."
ASI TAMBIEN OS ENVIO
¿Será, posible, veinte siglos después, imaginar el efecto de esta aseveración de Jesús
sobre el pequeño grupo reunido en la sinagoga de Nazaret? Para un público que sólo
percibía en Jesús a un joven carpintero, rabino de reciente fama e hijo de un humilde
matrimonio de la misma comarca ¡esta identificación de su persona con un pasaje
mesiánico se aproxima a la blasfemia! Hagamos el caso que estamos en Nazaret. ¿Se
atrevería alguno de nosotros a hacer semejante aplicación del pasaje a nuestro
ministerio? ¡Claro que no!
Sin embargo, aunque ninguno de nosotros como individuos, por más dotados o usados
por Dios, nos atreveríamos a hacer una afirmación como esta, juntos tenemos la
posibilidad de decir con autoridad y humildad: "Hoy se cumple en nosotros esta
Escritura." Esto es porque la misión de Jesucristo no ha sido encomendada a personas
aisladas, sino que a una comunidad llamada iglesia.
Esta realidad asombrosa se concretiza en nosotros porque el Cristo prometió a sus
discípulos que harían mayores cosas que él. En vísperas de su ascensión les entregó la
misión que Dios le había encomendado. "Como me envió el Padre, así también yo os
envío…" dijo, y luego, "Recibid el Espíritu Santo" (Jn. 20:21, 22). Las palabras que hemos
resaltado, según el sentido en el griego original, se refieren no solamente a la manera
en que la iglesia es enviada sino al propósito del envío. El mismo Espíritu que posó sobre
Cristo y le ungió para "dar buenas nuevas" habita ahora en su iglesia--y con el mismo fin.
El contenido del mensaje que la iglesia recibe de Cristo es el mismo. La iglesia al igual
que Cristo ha sido ungido para predicar buenas nuevas de liberación, de iluminación y
de esperanza. La misión de la iglesia es la continuación de la misión de nuestro Señor.
La iglesia ha sido enviada para sanar a los dolientes, consolar a los quebrantados de
corazón y libertar a los oprimidos por el demonio en todas sus manifestaciones,
personales e institucionales. Las implicaciones de esta misión y de este mensaje no se
limitan apenas a lo espiritual. Como se hizo evidente a través de su ministerio, para Jesús
no había separación entre lo físico, lo social y lo espiritual. La salvación de Dios (Shalom)7
que él vino a anunciar abarca todos los ámbitos de la vida humana. Para la iglesia
tampoco debe existir una distinción. El evangelio de Jesucristo el Hijo de Dios abarca las
dimensiones espirituales, sociales, materiales, y síquicas de nuestra existencia.
Viendo más de cerca el pasaje sobre el cual Cristo basó su sermón en Nazaret, nos damos
cuenta que él omitió la última parte de las palabras de Isaías que se refieren al juicio de
Dios sobre los enemigos de su pueblo y sus bendiciones para Israel. Este es el mensaje
que su público quería oír, pero no el que necesitaba. Jesús no estaba interesado en
proclamar ni venganza ni triunfo. Siglos antes, el profeta había anunciado la venida de
un reino sobre el cual reinaría un rey de amor y justicia. Jesús se identifica con ese rey.
Su iglesia ahora tiene la responsabilidad de anunciar su reino futuro de gozo y de justicia.
Un reino que ya ha comenzado a manifestarse en el mundo de muchas maneras y a
través del nuevo estilo de vida de la comunidad cristiana. Aunque los beneficios del reino
se extienden a toda la humanidad, su plenitud es únicamente para los que reconocen a
Cristo como Salvador y como Señor de la totalidad de sus vidas. No obstante, para los
que se oponen a su voluntad existe sólo la promesa del implacable juicio de Dios.
PROFETA, SACERDOTE Y REY
En el Antiguo Testamento existían tres grandes ministerios o vocaciones al servicio de
Dios y del pueblo. El rey-pastor debía representar a Dios ante el pueblo, simbolizando el
dominio de lo divino sobre todas las áreas de la vida humana. Según Dt. 17:18-20, el rey
debía poseer su copia personal de la Ley de Dios, para leerla diariamente y aprender de
Dios con respeto y obediencia, poniendo en práctica todos sus mandamientos "para que
no se crea superior a sus compatriotas ni se aparte para nada de estos mandamientos."
Los reyes debían ser los maestros-pastores, comunicadores de la Palabra escrita de Dios.
El sacerdote representaba al pueblo delante de Dios, orando e intercediendo por los
pecados de la comunidad y guiándola en el culto y sacrificio. Los sacerdotes eran los
guardianes de los símbolos máximos de la fe ("copias, sombras y modelos," Heb. 8:5).
Eran comunicadores de masa que, con sus actos litúrgicos, recordaban constantemente
la acción del Dios que, habiendo liberado a su pueblo de Egipto, les seguiría liberando
de la esclavitud del pecado en todas sus manifestaciones.
Al profeta le correspondía ser el portavoz de Dios delante del pueblo, comunicador oral
del mensaje de juicio, amor y perdón.
Estos ministerios no fueron dados únicamente a ciertos individuos privilegiados. Dios
escogió a todo Israel para ser "un reino de sacerdotes, un pueblo consagrado a mí (Ex.
19:5, 6)... "que he formado para que proclame mi alabanza" (Is. 43:21). Tristemente,
Israel se desvió de su vocación, hacia la idolatría de los falsos dioses del baalismo9 y, más
tarde, del orgullo sectarista y nacionalista.
La vocación real rápidamente se degeneró en un opresivo sistema absolutista, durante
el reinado del heredero de David. En vez de poner su sabiduría al servicio del pueblo de
Dios, Salomón lo usó para satisfacer su orgullo. Aquellos que debían ser los pastores del
rebaño de Dios se transformaron en lobos, devorando los otros ministerios (cf. Ex. 34).
Los sacerdotes dejaron de comunicar símbolos liberadores y se dedicaron a manipular
estos símbolos a favor de los intereses de la realeza. Los símbolos litúrgicos se
petrificaron; perdiendo su dinamismo original se hicieron ídolos. El ministerio profético
también se distorsionó. En oposición a los valientes profetas de Dios aparecieron falsos
profetas al servicio de los reyes de Israel (cf. Jr. 14:14-16; 28:1-17). La comunicación
dinámica que Dios se había propuesto a través de estos tres ministerios se vuelve
incomunicación. El tiempo es propicio para la renovación de los ministerios.
Los autores del nuevo testamento percibieron que los tres ministerios--rey, sacerdote y
profeta--convergían en Cristo. El es la plenitud de la comunicación divina. Jesús nació
del linaje de David y, a pesar de haber sido rechazado por su pueblo, algún día ocupará
el trono del Israel. Muerto, resucitado y ascendido a la diestra del Padre, reina ahora
como Señor de la iglesia y será reconocido algún día como Señor
del universo (Hch. 2:36; Fil. 2:5-11). Aunque no fue de la tribu de Leví, Cristo fue
declarado pontífice de una nueva orden sacerdotal. Intercediendo por su pueblo, ha
penetrado en el lugar santísimo donde colocó, una vez por todas, la ofrenda de
expiación (He. 9:23-28). Jesús mismo definió su ministerio profético en su mensaje
inaugural en Nazaret. Al cumplir con el propósito de los ministerios (pastoral), sacerdotal
y profético, Jesucristo redefine estas tres vocaciones tradicionales. Les restaura su
sentido original y, yendo más allá aún, les da un contenido nuevo, radical que servirá de
modelo para la iglesia en el cumplimiento de su misión. Jesús amonesta a sus discípulos
cuando altercaban sobre los mejores puestos en el reino:
Como ustedes saben, entre los paganos hay jefes que se creen con derecho a gobernar
con tiranía a sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos. Pero entre
ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera ser grande entre ustedes, deberá
servir a los demás, y el que entre ustedes quiere ser el primero, deberá ser el esclavo de
los demás. Porque ni aún el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y
dar su vida como precio por la libertad de muchos (Mr. 10:35-45).
En el reino de Jesucristo, el rey es el que sirve a los demás. ¡El ha invertido la eclesiología
tradicional!
El autor de los Hebreos nos dice que Cristo, el nuevo sumo pontífice, "se ofreció a si
mismo," y no los sacrificios de otros, por los pecados de la humanidad (7:26-27). El
símbolo más completo del mensaje cristiano, la esencia de la comunicación sacerdotal
del evangelio, es el sacrificio de uno mismo. ¡En Jesucristo se ha invertido la liturgia
tradicional!
Jesús dio también un contenido nuevo al ministerio profético. Cuando los antiguos
profetas hablaron la palabra de Dios, dramatizando a veces el mensaje con sus acciones.
Pero, su identificación con las personas a quienes se dirigían no podía menos que ser
incompleta. Sin embargo, Cristo, la Palabra (logos) divina que estuvo con Dios desde
antes de la creación, "se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn. 1:1-3, 14). Siendo rico
se hizo pobre, siendo Dios se hizo ser humano y murió la muerte de un sedicioso. La
comunicación más completa, la esencia de la misión evangelizadora de Dios, es la
encarnación. En Jesucristo, Hijo de Dios a Hijo del hombre, ¡la evangelización tradicional
se ha invertido!
Y ahora, lo más asombroso es el paralelo que hay entre esta triple vocación de Jesús y
la misión que él ha encomendado a la iglesia-no sólo a individuos en la iglesia, pero a la
iglesia en su totalidad. El apóstol Pedro lo definió de la siguiente manera:
Ustedes son una familia escogida, un sacerdocio al servicio del rey, una nación
santa, un pueblo adquirido por Dios. Y esto es así para que anuncien las obras
maravillosas de Dios, el cual los llamó a salir de la oscuridad para entrar en su luz
maravillosa (I Pe. 2:9).
Como linaje real, la iglesia ha sido llamada a proclamar el reinado de Cristo sobre los
poderes demoníacos que usurpan su dominio. Como primicias del reino que vendrá, la
iglesia ha sido comisionada para demostrar, con un estilo de vida y una acción
radicalmente diferentes, la realidad de la soberanía absoluta de su Señor en este
presente siglo. Como sierva, la iglesia debe demostrar la vocación de siervo sufriente en
favor del mundo.
Sin embargo, la iglesia con demasiada rapidez torció el significado del ministerio real-
pastoral, sacralizando el modelo monárquico como su modelo estructural. Durante
siglos, este ha sido el modelo del papado católico-romano. Pero, pese a la Reforma
Protestante, este mismo modelo, con las variaciones del caso, ha sido adoptada
paulatinamente por muchas iglesias protestantes. Es, sin embargo, un modelo anti
bíblico porque se orienta de arriba para abajo; su pedagogía es paternalista e impositiva
y su acción misionera está centrada en instituciones.
La iglesia tiene asimismo una vocación sacerdotal. En su vida, proclamación y adoración
la iglesia intercede por el mundo, mostrándole a Cristo que es el único camino hacia
Dios. A la iglesia, no a individuos aislados de la iglesia, le ha sido encomendada el
ministerio de reconciliación. Ejerce este ministerio no sólo en la predicación de la
Palabra, sino también por medio de su presencia en el mundo como sal de la tierra y luz
en las tinieblas. Su adoración no debe ser una expresión de su propio egoísmo,
separatismo y deseo de satisfacción personal, sino de su regocijo ante el hecho glorioso
de que Jesucristo está en medio de su pueblo, ofreciendo al mundo gracia y salvación.
Tristemente, la iglesia se ha prestado demasiadas veces a la manipulación de los
símbolos de la fe. Cuando los símbolos se confunden con la propia realidad llegan a ser
ídolos. La misión evangelizadora requiere un constante estar atento al peligro de la
idolatría de nuestros sistemas doctrinales e ideológicos; de nuestros mensajeros,
medios, métodos e instituciones. Tendremos que derribar todos los ídolos que impiden
una comunicación plena y eficaz del mensaje de Jesucristo.10
En su calidad de pueblo anunciante, la iglesia ejerce el ministerio profético.
Valientemente señala, con el dedo implacable del juicio de Dios, a todo aquel que atenta
contra la autoridad de Jesucristo y la integridad de su creación. Con poder y autoridad
proclama el mensaje de redención y de liberación en Jesucristo de todo pecado y de
toda esclavitud. Y con profunda ternura se desvive por socorrer al desvalido y en llevar
a un pobre pecador a los pies de su amoroso Señor.
En última instancia, el ministerio profético, al estilo de Jesús, tendrá que ser
encarnacional. La Palabra, el logos, de Dios se hace carne y hueso en medio de un mundo
de pecado. Sin embargo, cuando los mensajeros de hoy se venden a los intereses de la
sociedad de consumo, son "profetas que pretenden hablar de mi nombre," dice Dios,
"sin que yo les haya enviado." Son falsos profetas que están expuestos al juicio de Dios
(Jr. 14:15).
ENCARNACION, VIDA, CRUCIFIXION, RESURRECCION Y EXALTACION
Talvez entenderemos mejor la estrecha relación que hay entre la misión de Cristo y la
misión de la iglesia si profundizamos un poco más en los cinco eventos eje de la vida de
Jesús: su encarnación, vida, crucifixión, resurrección y exaltación. En forma muy escueta
Pablo describe el primer gran hecho en el ministerio de Jesús:
Ya saben Uds. que nuestro Señor Jesucristo, en su bondad, siendo rico se hizo
pobre por causa de ustedes, para que por su pobreza fueran ustedes enriquecidos
(II Co. 8:9).
El Hijo de Dios que se hizo carne, identificándose totalmente con la naturaleza humana,
aunque sin pecado, se comunica en nuestros días por medio de una iglesia que es a la
vez pueblo santo e institución humana. Jesús de Nazaret, cuyas manos se extendieron
para tocar el cuerpo podrido de un desdichado leproso (Mc. 1:40-42), contaminándose
así según la ley levítica, sólo puede sanar al mundo si la iglesia que es su instrumento
está dispuesta también a correr el riesgo de la contaminación, al entrar en contacto con
un mundo pestilente y maloliente.
Una iglesia que se aísla en su propio gueto de santidad personal o de la pureza doctrinal,
que rehúsa descender de la presencia del Señor donde profesa habitar, para correr el
riesgo de contaminarse con la basura de este mundo, no puede ser verdadero
instrumento de Dios en la evangelización. No es la iglesia institucional, rica en bienes,
en teología, métodos y en personal eclesiástico, la que habrá de alcanzar al mundo con
el mensaje de redención. La única iglesia que podrá comunicar eficazmente el evangelio
a un mundo en angustiosa esclavitud será aquella libre de compromisos, pobre de
espíritu, que está dispuesta a abandonar toda pretensión de riqueza y que reconozca su
total dependencia de la abundancia que su Señor le puede proveer.

Esta fue, precisamente, la actitud de nuestro Señor durante todo su ministerio. Dejando
a un lado todas sus prerrogativas divinas (aunque no su naturaleza divina, Fil. 2:5-7), el
hijo de David vivió y actuó en este mundo, no en su propio poder sino en la autoridad
del Espíritu Santo. En palabras del apóstol Pedro:
Jesús de Nazaret fue un hombre a quien Dios aprobó ante ustedes, haciendo por
medio de él grandes maravillas, milagros y señales (Hch. 5:22).
Dios llenó de poder y del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret y que Jesús anduvo haciendo
bien y sanando a todos los que sufrían bajo el poder del diablo. Esto pudo hacerlo
porque Dios estaba con él (Hch. 10:38).
Llama la atención como Pedro, que no se cansa de exaltar la divinidad de Jesús el Cristo
(Hch. 2:33, 36) subraya en estas dos ocasiones la humanidad de "Jesús de Nazaret,"
señalando que todo lo que él hizo cuando anduvo sobre esta tierra fue por la acción del
Espíritu de Dios en él. Este mismo Espíritu está a la disposición de la iglesia.
Pues la iglesia es llamada también con su vida a renunciar a cualquier derecho que
pudiera tener y a cualquier autoridad que no le fuera otorgada por Dios. Su única fuente
de poder es el Espíritu Santo.
Únicamente cuando la iglesia se abandona a la plenitud del poder del Señor puede
realizar, en nombre de Cristo, los grandes prodigios y milagros de redención y de
liberación que constituyen su misión aquí en la tierra.
Este abandono total a la voluntad de Dios tiene su máxima expresión en la cruz. Fue en
la cruz donde Jesucristo demostró su total sumisión a la voluntad del Padre, su renuncia
absoluta a la gloria pasajera de este mundo. Profetizando su propia muerte, Jesús una
vez exclamó; "Si un grano de trigo no cae en la tierra y muere, sigue siendo un solo
grano; pero si muere, da abundante cosecha" (Jn. 12:24). El sabía que sólo al ser
levantado en un madero y enterrado en una tumba podría atraer a todos a sí mismo.
De la misma manera, sólo una iglesia crucificada a las pretensiones y ambiciones de este
siglo será una iglesia fructífera que logre atraer el mundo al Dios de Jesucristo. Como
bien lo esclarece San Pablo en su Primera Epístola a los Corintios, la cruz de Cristo coloca
una grande X sobre toda pretensión humana. La cruz es tropiezo para los que buscan
apoyo en lo visible y locura para aquellos que necesitan racionalizar todo argumento. La
cruz de Jesucristo se yergue como signo de separación tajante entre el reino de luz y el
dominio de las tinieblas. Dios tiende esta misma cruz como puente de comunicación
hacia los cuatro puntos cardinales: entre él y el mundo, entre el creyente y su Señor,
entre hermano y hermano y entre la iglesia y el mundo. Sólo cuando la iglesia se
identifique con Cristo en su crucifixión podrá servir de voz profética que enjuicia y de
comunicación amorosa que atrae.
No acaba aquí la identificación de la misión de Jesucristo con la misión de la iglesia. El
Cristo crucificado es también el Cristo resucitado. La resurrección es la validación de la
crucifixión. El Cristo de la resurrección proclama a viva voz su triunfo en la cruz sobre el
pecado y los poderes satánicos en este mundo. "Por el hecho de haber resucitado, fue
declarado Hijo de Dios y se le dieron plenos poderes" (Ro. 1:4). La iglesia, también
cuando es crucificada para el mundo, recibe a través del "poder de la resurrección" (Fil.
3:10) la virtud y la autoridad para vivir y proclamar el mensaje que le ha sido
encomendado. Sin este poder-el poder de Pentecostés--la iglesia está imposibilitada de
identificarse con Jesucristo en su encarnación, vida y muerte.
El cristo resucitado es ahora el Señor exaltado. A1 sentarse a la diestra del Padre, el Hijo
envió su Espíritu a la iglesia con abundancia de dones (Ef. 1: 17-20; 4:8). Toda vez que la
iglesia se reúne para exaltar a su Señor experimenta en su medio la manifestación del
poder del Espíritu de Dios. La iglesia, según Efesios 2:6, está ahora sentada con Cristo
"en lugares celestiales." Esta posición, que proviene únicamente de la muerte y
resurrección de la iglesia con Jesucristo, le concede autoridad para hablar al mundo, en
nombre de Dios, como embajadora de la reconciliación (II Co. 5: 19, 20).
Recapitulando, la encarnación, vida, cruz, resurrección y exaltación de Jesucristo deben
ubicarse en el corazón de la iglesia, no solamente en calidad de mensaje hablado, sino
como la misma vida del pueblo de Dios. Únicamente así podrá la iglesia ser real
sacerdocio y pueblo profético lleno de la unción del Espíritu de Dios, para comunicar la
buena noticia a un mundo esclavizado por el pecado.
No perdamos nuestro tiempo buscando métodos y puliendo mensajes evangelísticos si
en nuestras iglesias y en nuestras vidas falta esta identificación de nuestras iglesias y en
nuestras vidas falta esta identificación de nuestro ministerio con la misión de Jesucristo
el Hijo de Dios. Cristo es el punto de partida de la evangelización, pues en él se reúnen
la naturaleza divina y la humana, las cuales se comunican al mundo a través de la
totalidad de la vida de la iglesia-que por la acción del Espíritu es también divina y
humana. La iglesia es hoy el único instrumento de Dios para esta comunicación.
Las características de la comunicación del evangelio y los componentes de toda
comunicación humana serán el tema de nuestro próximo capítulo donde
reflexionaremos juntos sobre la evangelización desde una perspectiva sociológica.
REFLEXIONEMOS JUNTOS
1. ¿Cómo interpretas las palabras "pobres, quebrantados de corazón," "cautivos,"
"ciegos" y "oprimidos" en el sermón inaugural de Jesús en Nazaret (Lc. 4:18, 19) ¿Tienen
únicamente un significado espiritual, o se referiría Jesús también a la situación física y
social que él percibía en su derredor? A la luz de esto, ¿Cómo entendió Jesús su misión
aquí en la tierra?
2. ¿En que medida esta tu Iglesia realizando plenamente la triple vocación (real-pastoral,
sacerdotal y profética) de Jesucristo?
3. ¿Por qué el Enemigo siempre quiso desviar a Jesucristo de la cruz y de Pentecostés?
¿Qué aplicación t1ene esto a la Vida de la iglesia que fue llamada a tomar su cruz y vivir
en el poder del Espíritu Santo?

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