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Por tanto, al defender su autoridad, Pablo admitió que no tenía ninguna que le fuera propia.

Afirmó que su
posición venía solo de Dios, no de otros seres humanos. Y cuando defendió el contenido de su predicación,
no citó su coherencia y honradez teológicas. De hecho, Pablo no habló de “doctrinas”. Se limitó a decir: “Lo
que hace correcto mi evangelio es su procedencia: Jesucristo”.
Pablo terminó su defensa con una mención de su llamamiento. Lo de convertirse en apóstol de los gentiles
no había sido idea suya; fue Dios quien le llamó a desarrollar esta tarea, y él no pudo sino obedecer.
En resumen, Pablo argumentaba que su efectividad era fruto de su inutilidad; su autoridad, de su sumisión
a Dios; el contenido de su predicación se debía únicamente a su dependencia de Jesucristo; y su mayor
mérito era haber sido pecador y ser ahora salvo.

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