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Te quise

Andrés Ochoa

En la ciudad, el cielo estaba oscuro como tierra muerta. Llegando a la calle que conocía, la mujer
se detuvo sosteniendo bajo sus prominentes y abultados pechos, un cofre. Confiada en que ningún
hombre le hablaría, entró en el rítmico bar y pasó por las mesas en discreta pasarela. Buscó el
baño, se encerró y se sentó en el inodoro. Sin que se le vertiera el rímel por las mejillas, dejó
correr sus lágrimas. A los segundos y con insistencia, tocaron a la puerta y llamaban a voz viva su
nombre, se despabiló asustada y a cada grito, sudaba. Te necesitan, le reclamaron. Sin saber qué
hacer y con el apuro que se sentía en las palmas contra la puerta, levantó la tapa y vació el cofre
de cenizas entre el agua azulina. Se parece a la del mar, se dijo entre dientes y dejó que los
remolinos se lo llevaran. Botó el cofre por una ventana, se acomodó el pelo y pensó abriendo la
puerta: Un hijo más ¡qué importa!

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