serie textos
1
Esta colección representa un esfuerzo conjunto del Departamento de Publicaciones de la
Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y la Editorial Universitaria de Buenos
Aires (EUDEBA).
La Serie Textos tiene por objeto poner a disposición de los estudiantes, en forma sistemática
y accesible, artículos y otros materiales habitualmente requeridos como lectura obligatoria
por diferentes cátedras de la facultad, que hasta el momento se encontraban dispersos. En esta
inteligencia, pretende además servir de vehículo para que los estudiantes accedan –en versio-
nes en castellano– a artículos fundamentales para las diferentes materias, originalmente escri-
tos en lenguas extranjeras.
Esta serie intenta asimismo estimular la producción de textos inéditos preparados especial-
mente para satisfacer los requerimientos de los cursos.
El objetivo final de la Serie Textos es el de contribuir, con nuevos aportes, a la discusión y a la
reformulación de la enseñanza del Derecho en la Argentina.
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DESDE OTRA MIRADA
TEXTOS DE TEORÍA CRÍTICA
DEL DERECHO
Christian Courtis
(Compilador)
Departamento de Publicaciones
Facultad de Derecho
Universidad de Buenos Aires
3
Desde otra mirada : textos de teoría, crítica del derecho / compilado por Christian
Courtis. -
2a ed. - Buenos Aires : Eudeba, 2009.
600 p. ; 16x23 cm.
ISBN 978-950-23-1653-6
Eudeba
Departamento de Publicaciones
Facultad de Derecho
UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES
© 2009
Editorial Universitaria de Buenos Aires
Sociedad de Economía Mixta
Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Ciudad de Buenos Aires.
Tel.: 4383-8025 / Fax: 4383-2202
www.eudeba.com.ar
Impreso en Argentina.
Hecho el depósito que establece la ley 11.723
4
Índice
5
Las marcas del vacío en el discurso social ............................................................ 235
Nora Wolfzun.
“¡Identifíquese!” Apuntes para una historia del control de las poblaciones ............ 243
Gabriel Ignacio Anitua
¿En el nombre de la democracia? Exploraciones en torno a los procesos de reforma
policial en la Argentina ................................................................................ 275
Máximo Sozzo.
Por una dogmática conscientemente política ...................................................... 303
Alberto Bovino y Christian Courtis.
Detrás de la ley. Lineamientos de análisis ideológico del derecho .......................... 343
Christian Courtis.
El poder judicial frente a los conflictos colectivos ................................................ 397
José Eduardo Faria.
La democracia constitucional ............................................................................ 431
Luigi Ferrajoli.
El Estado y el derecho en la transición posmoderna: para un nuevo sentido común
sobre el poder y el derecho .......................................................................... 449
Boaventura de Sousa Santos.
El sexo del derecho ........................................................................................... 481
Frances Olsen.
Nuevos desarrollos de la teoría jurídica ............................................................... 501
Robert W. Gordon.
Cómo “descongelar” la realidad legal: una aproximación crítica al derecho ............ 519
Robert W. Gordon.
La educación legal como preparación para la jerarquía ......................................... 549
Duncan Kennedy.
¿Son los abogados realmente necesarios? ............................................................. 579
Entrevista a Duncan Kennedy.
6
Prólogo a la segunda edición revisada,
corregida y ampliada
7
Departamento de Publicaciones de la Facultad de Derecho de la Univer-
sidad de Buenos Aires, a cuyo interés e insistencia se debe en gran medida
la reedición de este volumen.
El libro está dedicado a la memoria de Enrique Eduardo Marí, maes-
tro y ejemplo para muchos de los colaboradores de esta compilación.
Christian Courtis
Ginebra, febrero de 2008
8
Derecho, democracia y teorías críticas
al fin del siglo
Alicia E. C. Ruiz
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Alicia E. C. Ruiz
10
Derecho, democracia y teorías críticas al fin del siglo
11
Alicia E. C. Ruiz
12
Derecho, democracia y teorías críticas al fin del siglo
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Alicia E. C. Ruiz
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Derecho, democracia y teorías críticas al fin del siglo
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Alicia E. C. Ruiz
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Derecho, democracia y teorías críticas al fin del siglo
Bibliografía
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Notas acerca de la Teoría
Crítica del Derecho
Carlos María Cárcova
1. Preliminar metódico
19
Carlos María Cárcova
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
21
Carlos María Cárcova
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
2.2 Con la sutileza que le es propia, Norberto Bobbio, sin duda uno
de los grandes juristas y politólogos del siglo XX, comprendiendo estos
límites, ensayó una inteligente defensa del positivismo, con el que siem-
pre se identificó, aunque desde una perspectiva muy heterodoxa que, como
el mismo sostenía con frecuencia, lo acercaba al pensamiento crítico.2 Así,
distinguió entre un positivismo que denominó “ideológico”, versión ex-
trema, dogmática y ortodoxa; de un positivismo “metodológico”, más
abierto y flexible, cuya identidad fundamental consistía en concebir al
derecho como un dato de la realidad, como una creación práctica e histó-
rica de la evolución social. Naturalmente, desde entonces, ningún positi-
vista se asumió a sí mismo como ideológico. Sin embargo, unos y otros
compartían ciertos presupuestos epistemológicos que la Crítica Jurídica
cuestionaba radicalmente.
Por una parte, la clara asunción de un modelo de tipo explicativista,
importado de las llamadas ciencias duras, como único modo de conocer.
La física era la más desarrollada de las ciencias fácticas, por lo tanto había
que aplicar al conocimiento de lo social ese modelo, básicamente el méto-
do hipotético deductivo y al mismo tiempo los notorios desarrollos en el
campo del conocimiento formal de las lógicas modales. Algunas de estas
ideas ya estaban presentes en el nacimiento del positivismo. Recuérdense
las recomendaciones de A. Comte, el “padre” de la sociología, en su ya
emblemática obra, no por casualidad bautizada “física social”: “...hay que
tratar a los hechos como si fueran cosas...”. El problema consiste en que los
hechos a los que se refieren las ciencias sociales en general y el derecho en
particular, son conducta humana y ésta es difícil de tratar como una cosa,
por ser escasamente pesable o medible. La asunción de un punto de vista
explicativista implica una concepción monista del conocimiento, para la
que hay sólo un modo de conocer, predominantemente el de la física
(fisicalismo), al tiempo que un único enlace entre las proposiciones, el de
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Carlos María Cárcova
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
3. Cf. Cárcova, Carlos: “La idea de ideología en la Teoría Pura del Derecho”, Buenos Aires, Ed.
Cooperadora, 1972; “Derecho y marxismo”, en Derecho, Política y Magistratura, Buenos Aires, Biblos,
1996; La opacidad del derecho, Madrid, Trotta, Madrid, 1998.
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Carlos María Cárcova
Por otro lado, en Italia la corriente del “Uso Alternativo del Derecho”, en
la que militaron autores de la talla de Barcellona, Ferrajoli, Senese, Accatatis
y muchos otros. Tuvieron una marcada influencia además de en su país de
origen, en España y postularon una interpretación alternativa de las nor-
mas jurídicas, a partir de las anfractuosidades, vacíos y lagunas semánticas
del discurso del derecho, de suerte que dejara de ser un instrumento de
justificación de la opresión política y social y pasara a ser un instrumento
capaz de servir los intereses históricos de los desposeídos, de los discrimina-
dos, de los desfavorecidos. Sus elaboraciones doctrinales tuvieron una gran
influencia en el pensamiento de los jueces progresistas y fueron determi-
nantes en el surgimiento de la sindicalización judicial en muchos países y
en el diseño de programas de acción para agrupaciones tales como “Magis-
tratura Democrática” de Italia o “Jueces para la Democracia” de España.
Por último, debe mencionarse al movimiento de los “Critical Legal Studies”,
de origen anglosajón, que posee manifestaciones importantes en Inglaterra
(Peter Fitzpatrick y Bernard Jackson, entre otros) y en EE.UU. (Duncan
Kennedy, Roberto Unger, Robert Gordon, etc.). Entre estos autores ha
predominado una concepción “deconstructivista”, no sólo por la influencia
del pensamiento derridiano, sino también por el declarado propósito de
exhibir los límites ideológicos del derecho aplicado, su generalizado modo
de operar como mecanismo de reproducción del poder y de la dominación
social. Algunos, sin embargo, no rechazan la posibilidad de basar en la
crítica de los paradigmas tradicionales un modelo reconstructivista que per-
mita dar cuenta del derecho de la postmodernidad (Unger).
En cualquier caso, todas estas corrientes han pasado, paulatinamente,
de la denuncia y la crítica radical, a planteos teóricos más elaborados que
han contribuido a renovar, de manera considerable, el debate doctrinal.4
La influencia italiana y francesa ha tenido mayor fuerza en países como
México, Brasil y Argentina. La influencia anglosajona parece predominante
en países como Perú y Colombia. De todos modos, América Latina posee
un perfil propio y movimientos de juristas críticos de relevancia, que vienen
desplegando temáticas originales y análisis de considerable profundidad.
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
Vuelvo aquí sobre algunas ideas que sobre el mismo asunto he desarro-
llado de manera más extensa en un trabajo anterior, mencionado ya en la
nota número 4.
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Carlos María Cárcova
4.3 Por fin, este sesgo que intentamos describir en relación con los
estudios teóricos del derecho, se profundiza, pocos años después, de ma-
nera dramática. El proceso chileno fue interrumpido en 1973 por el
golpe pinochetista; el gobierno constitucional en la Argentina, de efí-
mera duración, fue derrocado en 1976 por los militares que encabezó Videla.
Uruguay sigue la misma suerte. Brasil es gobernada desde 1964 por las
fuerzas armadas. Se inicia en la región un período signado por la represión,
el terrorismo de estado, la desaparición forzada de personas y la violación
sistemática y descarnada de los más elementales derechos humanos.
Se comprende entonces, al precio más alto, el valor de las instituciones
democráticas y la importancia estratégica de la defensa de los derechos
humanos. Democracia y derechos humanos son las nuevas categorías de
la acción política y resulta necesario teorizarlas.
Digo, pues, que la articulación de todos estos factores que histórica-
mente se suceden en la región, explica también la aparición y desarrollo
de nuevos modelos de pensamiento jurídico y social, de prácticas jurídi-
cas alternativas, de revalorización de la democracia y la participación ciu-
dadana y de juristas que, afirmando las ideas del garantismo, necesariamente
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
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Carlos María Cárcova
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
7. Marí, Enrique E.: “‘Moi, Pierre Rivière...’, y el mito de la uniformidad semántica en las
ciencias jurídicas y sociales”, en AA. VV., El discurso jurídico, op. cit.
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Carlos María Cárcova
8. Entelman, Ricardo: “Discurso normativo y organización del poder”, en AA. VV., Materiales
para una Teoría Crítica del Derecho, Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1991.
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
9. Ruiz, Alicia E. C.: “La ilusión de lo jurídico”, en AA. VV., Materiales para una Teoría Crítica
del Derecho, op. cit.
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Carlos María Cárcova
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
10. Cárcova, Carlos María: “Las funciones del derecho”, en AA. VV., Materiales para una Teoría
Crítica del Derecho, op. cit.
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Carlos María Cárcova
11. Con el riesgo asumido de incurrir en involuntarias omisiones corresponde citar entre
otros los trabajos de Claudio Martyniuk, Christian Courtis, Diego Duquelsky, Jorge Douglas
Price, Patricia Servatto, Lucia Assef, etc.
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Notas acerca de la Teoría Crítica del Derecho
7. Consideraciones finales
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Carlos María Cárcova
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Diferentes modos de acceso
a la articulación entre derecho
y psicoanálisis
Enrique E. Marí
1. El amor del censor, Ediciones du Seuil, París, 1974, y El crimen del cabo Lortie. Tratado sobre
el padre, Siglo XXI, son los escasos libros de Pierre Legendre traducidos al castellano. Legendre
es un activo estudioso del sistema industrial examinado desde un punto de vista psicoanalítico.
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Enrique E. Marí
Algunos de sus libros referidos a este sistema y al enlace del psicoanálisis con el derecho son
Jouir du Pouvoir, París, 1976, Minuit; La passion d’être un autre, du Seuil, 1978; Paroles
poétiques echapées du texte, du Seuil, París, 1982; Leçons II. Empire de la vérité, Fayard, París,
1983. Cuenta, además, con una excelente introducción a una recopilación de textos de E.
Kantorowicz, Mourir pour la patrie, P.U.F., París, 1984. Sus últimos trabajos, todos elaborados
en París, son: Leçons IV. L´inestimable objet de la transmission, Fayard, 1985; Leçons VI. Le désir
politique de Dieu, Fayard, 1985 y Leçons III. Dieu au miroir, Fayard, 1994.
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
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Enrique E. Marí
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
Otro de los casos más clásicos, quizá, de esta relación instalada entre
libido y poder, es La Chanson de Roland, el paradigma más representativo
de los poemas épicos.4 En un mundo rudo, en el que la mujer estaba
sometida a un sistema de control y obediencia conyugal, como se puede
percibir también en Le ménagier de Paris. Traité de Morale et d’Économie
Politique, o en el Libro del Caballero de la Tour Landry (1327): su papel
queda limitado a asegurar la descendencia, el linaje.
Así lo exigen los bellatores, los señores de la guerra y de la rapiña. El
amor se evade del casillero de la mujer y pasa al del poder. El sueño de
Paderborn del Emperador Carlomagno de incorporar nuevas tierras había
fracasado, no menos que su cerco a la ciudad de Zaragoza. Luego de un
año de intenso batallar, y sublevados los sajones, decide su retirada a
Francia, y cruza los Pirineos de regreso. Rolando, el Conde, el héroe, se ve
emboscado en la retaguardia en Roncesvalles. Puro afán de combatir, no
escucha imprudente las voces de Oliverio, su escudero, quien lo insta a
tocar su famoso cuerno de marfil, llamando en su auxilio al emperador de
la cristiandad. El diálogo, en que se muestra el orgullo desmedido y su
irracional esperanza, pronto abandonada, en una victoria, es terminante:
LXXXIII. Oliverio dice: “Los paganos apresuran el paso, y me parece que
nosotros, franceses, somos bien pocos. Compañero Rolando, tocad, pues, vues-
tro cuerno. Carlomagno lo escuchará, y el ejército retornará”.
Rolando responde: “De hacerlo perdería mi reputación en la dulce Fran-
cia. Voy a golpear a Durendal con fuertes golpes. La hoja de la espada sangra-
rá hasta el oro de la guarnición. Estos paganos felones han arribado a puerto
para su desdicha. Os lo aseguro, están todos marcados por la muerte”.
“LXXXIV (...) Ne plaise à Dieu qu´à cause de moi mes parents soient
blamés et que la douce France tombe dans 1´humiliation. Non...” (“LXXXIV
(...) No quiera Dios que por mi culpa mis padres sean censurados y la
dulce Francia humillada. No...”).
Desde el primer instante, Rolando no anunció recuerdo ni nostalgia
alguna por su amada, la bella Aude. Las cotas amarillas de los sarracenos
y siete mil clarines le hacen intuir su funesto e inmediato destino.5 En
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Enrique E. Marí
6. Faral, Edmond, La Chanson de Roland, Mellottée Editeur, París. Véase también la versión de
Joseph Bédier de Le Roman de Tristan et Iseut, L´Édition d´Art, París.
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
7. Este artículo, junto con otros que constituyen una dimensión muy distinta de los análisis de
Hans Kelsen en la medida que atañen a sociología, psicoanálisis, filosofía griega, han sido
completamente desatendidos por los teóricos del derecho que han tornado siempre alrededor
del formalismo de la Teoría Pura del Derecho. Ha sido editado en un valioso libro por Oscar
Correas, El otro Kelsen, UNAM, México, 1989. Se trata de trabajos todos ellos, prácticamente
desconocidos no sólo por los filósofos del derecho sino por los mismos psicoanalistas, quienes
encontrarán aquí valiosísimo material bibliográfico para el vínculo de Freud con Kelsen.
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Enrique E. Marí
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
así todo afán placentero por someterse es, a un tiempo, afán de someter a
los otros. La sumisión y la voluntad de poder constituyen el dorso y el
anverso de la misma medalla.
En su manifestación histórica, ningún creyente se ha satisfecho con estar
solo con su Dios. Su sumisión le ha servido siempre como imán para some-
ter a otros a este mismo Dios. Cuanto mayor y más apasionada es su lucha
por la divinidad, mayor es su impulso por dominar a otros en nombre de
ella, ya que el creyente se identifica psicológicamente con esa divinidad.
Ocurre aquí lo mismo que pasa con la psicología de lo social: uno se somete
a la autoridad del grupo para que otros lo hagan también. La tesis freudiana
del Yo reprimido es adoptada en buena parte por Kelsen: el Yo se identifica
incondicionalmente con el grupo exaltado en forma desmesurada, con lo
que se compensa la sumisión del individuo por su propia exaltación. Así
como el primitivo en ciertas épocas, cuando reviste la máscara del animal
totémico –su ídolo tribal–, puede cometer los atropellos prohibidos de
ordinario por estrictas normas, así el hombre civilizado puede, escudándose
en la máscara de su Dios, su Nación, su Estado, dar curso a todos los
instintos que, como simple miembro del grupo, debe suprimir con cuida-
do dentro de sí. Nadie puede alabarse a sí mismo sin ser considerado pre-
suntuoso, pero cualquiera puede alabar a Dios, su Nación, su Estado sin
temor alguno, aun cuando de este modo se entrega a su vanidad. Dos con-
clusiones de Kelsen resultan ineludibles. La primera es que “mientras que al
individuo como tal no se le reconoce ningún poder político para que coac-
cione, domine o máxime mate a otros, es en cambio su derecho supremo
cumplir todo ello en nombre de Dios, la Nación o el Estado, a quienes
precisamente por ese motivo, ama como ‘su’ Dios, ‘su’ Nación, ‘su’ Estado,
y con los cuales se identifica en un acto de amor”. La segunda es que no
puede causar asombro que la teoría del Estado, la más acabada y desarrolla-
da de las construcciones sociales e ideologías, presente notorias coinciden-
cias con la doctrina de Dios, la teología.
El amor político tiene pues espacio en los textos de Freud y de Kelsen.
También forma parte importante de los diversos trabajos de Legendre,
que sólo cita a lo largo de su amplia obra muy de pasada a Kelsen. En
La désir politique de Dieu estudia diversos aspectos de esta cuestión, en-
tre ellos, su relación con el mensaje litúrgico del poder que pone en
escena el principio fundador, el principio de división o causal, de donde
proceden las nomenclaturas jurídicas de una sociedad. La palabra litur-
gia, viene del griego leitos, pueblo, no concebido como masa, como un
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Enrique E. Marí
48
Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
física engendrada por los transportes en común o el ascensor esté ocultada por una fingida
indiferencia hacia el otro. La mirada se deposita por todos los lugares en donde no está el cuerpo
del otro, cada uno parece apasionarse por los cromados de la puerta, el polvo del suelo, o el
desgaste de la pared, incluso si los cuerpos están amontonados los unos contra los otros”.
9. Robert Graves, Claudio, el Dios, Alianza Editorial, Madrid, 1986.
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Enrique E. Marí
Lucio Eneo Séneca escribió una sátira en prosa y verso sobre las venturas y
desventuras de Claudio en el alto cielo. Sobre el amor político expresado en
los cuerpos nos dice que: “Cuando bajaban por la Vía Sacra, Mercurio pre-
guntó qué significaban todas esas multitudes. Sin duda no era el funeral de
Claudio. Era la más maravillosa procesión que se hubiera visto, y no se había
ahorrado gasto alguno para demostrar que el que se enterraba era un Dios.
Música de flauta, sonar de cuernos, una gran orquesta de bronce compuesta
de todo tipo de instrumentos; en rigor, un ruido tan espantoso que incluso
Claudio pudo escucharlo. (...) Cuando Claudio vio pasar su funeral entendió
por fin que estaba muerto. Un gran coro entonaba su endecha antifonaria: ‘Y
ahora, romano, golpéate el pecho/ De duelo está la plaza del mercado/ Lleva-
mos a un sabio a su último descanso/ al más valiente de los de su raza’”.
Claudio, desde luego, despertó en vida el contradictorio caudal de amor/
odio aludido por la sátira de Séneca quien, con relación al último sentimien-
to, recuerda la sentencia pronunciada en el alto cielo para compensar a todos
los que había asesinado en la tierra. Eaco pronunció esta sentencia, la más
terrible de las terribles que se puedan imaginar: Claudio debía agitar eterna-
mente los dados, en un cubilete sin fondo. El prisionero comenzó a cumplir
su sentencia en el acto, buscando a tientas los dados, cuando caían sin adelan-
tar nunca en el juego. “Sí, pues tantas veces como sacudía el cubilete, dis-
puesto a arrojarlos en el tablero, los dados desaparecían por el agujero infe-
rior/ Volvía a juntarlos y trataba otra vez de agitarlos y, como antes, dejarlos
caer.../ Y cuando se inclinaba de nuevo para tomarlos, se le escurrían de entre
los dedos y escapaban/ e interminablemente continuaban escapando”. Le ocu-
rría a Claudio lo que a Sísifo, cuando con trabajos infinitos, llevaba su roca hasta
la cima de la montaña del Infierno y ésta volvía a caer golpéandolo en el cuello.
Si inventariando ejemplos pasamos ahora al luminoso mundo de Homero,
es de recordar, como lo hace Erwin Rhode en Psique,10 las fiestas funerarias en
10. Erwin Rhode, Psique. La idea del alma y la inmortalidad entre los griegos, Fondo de Cultura
Económica, México, 1948. Rhode añade múltiples aplicaciones en el mundo griego de los
rituales de purificación y expiación, ligados con el amor y el odio político, depositados en los
cuerpos y las almas. El arconte-Rey es el magistrado que regentea y administra en nombre del
Estado los asuntos religiosos heredados de la antigua monarquía. Los tribunales de sangre
funcionaban en Atenas en el Areópago, la colina consagrada a las diosas de la venganza. Las
Erinias, saliendo del reino de las almas, son las encargadas en caso de asesinato de vengar a la
víctima y aprehender al culpable. Lo siguen día y noche como la sombra al cuerpo; a la manera
de un vampiro le chupan la sangre y actuan, respecto de la víctima, como un animal que se le
entrega en sacrificio.
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
honor de las personas ilustres vinculadas con el poder, como la que Aquiles
ordena en homenaje de su amigo Patroclo, muerto por Héctor en batalla.
En la noche del día en que sucumbe Héctor, “Aquiles entona, con sus
mirmidones, el planto funerario en honor de su amigo; dieron tres vuel-
tas alrededor del cadáver y Aquiles, poniendo sobre el pecho de Patroclo
‘las manos asesinas’, le gritó: ‘Te saludo ¡Oh Patroclo!, aunque estés ya en
la morada del Hades; cuanto te prometiera, ahora será cumplido. El ca-
dáver de Héctor será entregado a los perros para que lo despedacen y las
cabezas de doce nobles jóvenes troyanos caerán junto a tu pira’. Tras ha-
berse despojado de la armadura, mandó a servir a los suyos el banquete
funerario; fueron degollados bueyes, ovejas, cabras y cerdas, y en torno al
cadáver corría la sangre con tanta abundancia, que podía recogerse con las
copas”. Por la noche se le apareció a Aquiles en sueños el alma de Patroclo,
instándole a que apresurara la ceremonia. Al alba desfila el ejército de los
mirmidones con sus armas. Llevando el cadáver, los guerreros depositan
en él sus cabellos cortados y Aquiles pone los suyos en las manos del
amigo muerto. Su padre se los había prometido al dios fluvial, Esperqueo,
pero como no le sería dado volver a su patria, decidió que los llevase
Patroclo al otro mundo, el Hades. Ofrenda de cabellos, de aceite, vino y
miel, derramamiento de sangre caliente y combustión de cadáveres y de
animales, expresan amor político y la intención de aplacar la psique y
quitar la furia de la persona recién muerta. Más tarde, el culto tributado
al muerto se combinó, en la época poshomérica, con los juegos agonales
que la tradición aconsejaba cerrar con pugilatos y que tenían por propósi-
to no sólo alegrar a los vivos sino regocijar al muerto.
Pero no es únicamente en Grecia y en Roma donde se encuentra este
nexo entre los cuerpos y el amor político (o su reverso el odio), sino en
toda época y lugar. Los panteones, los mausoleos y los cementerios de
todo el mundo contienen los más variados casos, desde Napoleón a Lenin,
desde el Cid Campeador y Carlos V a Stalin.
En América, contentémonos aisladamente con un caso, antes de referir
tres sumamente impactantes ocurridos en nuestro país: el de la guerra del
Chaco, el combate de Cerro Corá y la muerte de Francisco Solano López
por las tropas brasileñas del General Cámara. Arturo Bray11 escribe al
11. Arturo Bray, Solano López, soldado de la gloria y el infortunio, Ediciones Nizza, Asunción-
Buenos Aires, 1958.
51
Enrique E. Marí
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
héroes y tumbas:12 la larga marcha de las huestes del General Juan Lavalle,
que atraviesan la Quebrada de Humahuaca llevando su cadáver. En los
aledaños de Jujuy, en la quinta de los Tapiales de Castañeda, Lavalle
ordena a Pedernera acampar allí. Con una pequeña escolta va a Jujuy en
busca de una casa para pasar la noche. Está enfermo, se derrumba de
cansancio y fiebre. Sus compañeros se miran. Todo es una locura y tanto
da morir en una forma como en otra. Pedernera, que duerme sobre su
montura, cree haber oído disparos de tercerolas. Se levanta, camina en-
tre sus compañeros dormidos y se llega hasta el centinela. “Sí, el centi-
nela ha oído disparos, lejos hacia la ciudad. Pedernera despierta a sus
camaradas, piensa que deben ensillar y mantenerse alertas. Así se em-
pieza a ejecutar cuando llegan dos tiradores de la escolta de Lavalle,
gritando: ‘¡Han matado al general!’”.
Oribe ha jurado mostrar la cabeza del general en la punta de una pica,
en la plaza de la Victoria, pero esto no habrá de suceder, dice Pedernera.
En siete días podremos alcanzar la frontera de Bolivia y allá descansarán
los restos de nuestro jefe. Ciento setenta y cinco hombres galopan furiosa
y alternativamente, vivaquean durante siete días por un cadáver. El sar-
gento Aparicio Sosa expresa la intención del grupo en marcha hacia el
Norte: “Nunca Oribe tendrá la cabeza”.
Sábato escribe con profundo contenido poético. El Río Grande serpen-
tea como mercurio brillante. Siguen noches de silencio mineral en que sólo
se siente su murmullo por sobre los sangrientos combates entre los hom-
bres. “En medio de la destrucción de las torres, el alférez adolescente empe-
zaba a entrever otra, refulgente, indestructible. Una sola. Por ella valía la
pena vivir y morir. (...) Pedernera ordena hacer alto y habla con sus camara-
das: el cuerpo se hincha, el olor es insoportable. Habrá que descarnarlo para
conservar sus huesos y la cabeza. Nunca la tendrá Oribe”.
Los restos de la Legión siguen su galope hacia el norte, perseguidos por
Oribe. Sobre el tordillo de pelea, envuelto en su poncho, pudriéndose,
hediendo, sigue su marcha el cuerpo hinchado del general. En aquella
desolada región planetaria de la Quebrada, los ciento setenta y cinco hom-
bres pronto no se distinguirán, polvo entre el polvo. Más tarde, al sépti-
mo día, llegan una noche a la frontera y entran en tierra boliviana. Por fin
pueden derrumbarse, descansar y dormir en paz, pensando, entre caranchos
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Enrique E. Marí
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
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Diferentes modos de acceso a la articulación entre derecho y psicoanálisis
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Sobre la narración hermenéutica
de la normatividad:
tesis sobre la hermenéutica,
la novela del derecho y la retórica
Claudio Martyniuk
1. Nils Christie, La industria del control del delito ¿La nueva forma del Holocausto?, Buenos Aires,
del Puerto, 1993, p. 190. La sombría conclusión parece validar las tesis luhmannianas que sin
duda llevan, con cierto nihilismo, del conocimiento a la aporía de la decisión práctica.
59
Claudio Martyniuk
1. Hermenéutica
2. Aldo Giorgio Gargani, “La copia y el original”, en Gianni Vattimo (compág.), Hermenéutica
y racionalidad, Bogotá, Norma, 1994, p. 91.
3. Cf. Enrique Rickert, Ciencia Cultural y Ciencia Natural, Espasa-Calpe, Madrid, 1965.
4. Resulta sugestivo el planteo de Boris de Schloezer y Marina Scriabine en Problemas de
música moderna Seix Barral, Barcelona, 1960, p. 65: “Entre el compositor y el oyente se
60
Sobre la narración hermenéutica de la normatividad...
61
Claudio Martyniuk
7. W. Sellars usa el mismo argumento con relación a la tesis de que aprender a usar un lenguaje
es aprender a obedecer las reglas de ese lenguaje. Cf. su libro Ciencia, percepción y realidad,
Alianza, Madrid, 1971. Sin duda, encuentra origen en la proposición 212 de Investigaciones
filosóficas de Wittgenstein. Esta línea de discusión sobre las reglas es nítidamente
wittgensteiniana, pero remite a la tradición escéptica. Se debe recordar entonces, una cita
pirrónica traída por Diógenes Laercio: “El juez del criterio será juzgado por el otro; éste, por
otro, y así al infinito. Además, que hay discrepancia acerca del criterio, diciendo unos que es
el hombre, otros que los sentidos, otros que la razón, y otros que la fantasía o imaginación
comprensiva o perceptiva. Pero el hombre discuerda, ya de sí mismo, ya de los otros hombres,
como consta en la diversidad de leyes y costumbres: los sentidos engañan; la razón discuerda;
la fantasía perceptiva es juzgada por el entendimiento, y finalmente, el entendimiento es vario
y mudable. Así que es incógnito el criterio, y por lo mismo lo es la verdad”. Vidas, opiniones y
sentencias de los filósofos más ilustres, Buenos Aires, Ateneo, 1959, pp. 525-526.
8. Noam Chomsky, El conocimiento del lenguaje, Barcelona, Altaya, 1994, p. 266.
9 Cf. sobre lo referido al conocimiento del lenguaje, N. Chomsky, op. cit., p. 295.
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Para la teoría del derecho será interesante advertir cómo la tesis hartiana
se encuentra en un punto de tensión, donde unos la llevan al campo de la
pureza (Bulygin) mientras que otros la contaminan (Dworkin) aportan-
do (i) una dimensión significativa y comprensiva, irreductible en su sen-
tido práctico –valorativo–, que hace (ii) de la cultura del participante –y
de lo que su cultura es– la constitución del significado de su acción. Sólo
a partir de este nivel de comprensión previa –evaluativa– la explicación
causal será posible.
Esta postura hace depender del contexto y de la participación la com-
prensión del sentido de una acción, y –fuera del mismo– la racionalidad
no podría serle atribuida al acto. De esta forma, la hermenéutica resulta
una teoría de la prueba,10 cuando no una teoría antimetodológica.11
Y es que el corazón epistemológico nuevamente remite al dilema de si
disipamos el emergente simbólico social en la naturaleza o, por el contra-
rio, acentuamos su diferenciación y especificación. Lo interesante es que
de ello deriva el sostener uno o varios conceptos de reglas. J. Rawls acertó
a formular las preguntas: ¿se puede hablar en el mismo sentido de regula-
ridad a propósito de las cosas de la naturaleza que a propósito de las cosas
humanas? ¿Las reglas que gobiernan una conducta son otra cosa que regu-
laridades fenomenales?12 ¿Y las leyes de la lógica?
10. Cf. Emilio Betti, Teoria generale della interpretazione, Milán, A. Giuffrè, 1955.
11. Cf. Hans G. Gadamer, Verdad y método, Salamanca, Sígueme, 1977.
12. J. Rawls, “Two Concepts of Rules”, en Philosophical Review, LXIV (1), 1955, pp. 3-33.
13. G. H. von Wright, Norma y Acción. Una investigación lógica, Madrid, Tecnos, 1979, p. 25.
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14. Paul Lorenzen, Pensamiento metódico, Buenos Aires, Sur, 1973, p. 145.
15. Martín Farrell, Derecho, Moral y Política, Buenos Aires, Belgrano, 1980, p. 42, en referen-
cia a la obra de Searle y Rawls.
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21. Cf. J. Wroblewski, “Verification and Justification in the Legal Science”, en Rechtstheorie-
Beiheft 1, 1979, pp. 207 y ss.
22. Ota Weinberger en Doxa, Nº 1, Alicante, 1984, p. 261.
23. R. Dworkin, El imperio de la Justicia, op. cit., p. 164.
24. Quizá sea superficial la diferencia entre ambas posturas, ya que mientras la perspectiva de
Dworkin es interna y participativa, el llamado escepticismo externo observa cómo se han
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Sobre la narración hermenéutica de la normatividad...
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27. Cf. Robert Alexy, “La idea de una teoría procesal de la argumentación jurídica”, en E.
Garzón Valdés (comp.), Derecho y filosofía, México, Fontamara, 1988; y Teoría de la argumen-
tación jurídica. La teoría del discurso racional como teoría de la fundamentación jurídica, Madrid,
Centro de Estudios Constitucionales, 1989.
28. “Si toda teoría que determina que el contenido del Derecho depende, a veces, de la
respuesta correcta a alguna cuestión moral es una teoría iusnaturalista, entonces soy culpable de
iusnaturalismo”, dice Dworkin en “Retorno al Derecho ‘Natural’”, en Jerónimo Betegón y Juan
Ramón de Páramo (comps.), Derecho y moral. Ensayos analíticos, Barcelona, Ariel, 1990, p. 23.
A veces es más suave: “los jueces deben decidir los casos difíciles interpretando la estructura
política de su comunidad hasta encontrar la mejor justificación” (p. 23).
29. Así, por ejemplo, Ernesto Garzón Valdés, Derecho, Etica y Política, Madrid, Centro de
Estudios Constitucionales, 1993, es un defensor de la razón práctica que continuamente
insiste en la necesidad de un “mordisco normativo” para evitar que con procedimientos
impecables se obtengan resultados inaceptables. Por ello remarca que toda teoría del derecho
debe contener una relación conceptual entre derecho y moral: así la legitimidad “indica
coincidencia de las reglas del sistema con los principios de ética normativa” (p. 529).
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30. Aarnio, A., Lo Racional como Razonable, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales,
1991, p. 251.
31. Así, por ejemplo, Owen M. Fiss ataca al Análisis Económico del Derecho –para el cual “la
eficiencia es un adecuado concepto de justicia”, conforme R. Posner en The Economics of
Justice, Cambridge, Harvard University Press, 1981, p. 6– y a los Critical Legal Studies –que
aspiran a “poner al descubierto el sentido político de la práctica cotidiana de los jueces y de
los juristas”, conforme Duncan Kennedy, “Nota sobre la historia de CLS en los Estados
Unidos”, en Doxa, Nº 11, Alicante, 1992, p. 284–. Cf. O. Fiss, “El Derecho recuperado”, en
Doxa, Nº 11, Alicante, 1992. El mismo profesor de Yale antes había denunciado a dichas
visiones teóricas como responsables de la muerte del Derecho –Fiss, “The Death of the Law”,
en Cornell Law Review N° 72, 1986–, en manos de quienes preconizan una evaluación
normativa economicista del derecho y de aquellos que con apoyo de las ciencias sociales y la
filosofía, producen un análisis del derecho y la sociedad que con eje en los conflictos y
tensiones, descree de la existencia de una moral pública compartida.
32. Así Carlos Nino en El Constructivismo Ético, Centro de Estudios Constitucionales, Ma-
drid, 1989, afirmaba que la justificación de las decisiones judiciales implica el uso de normas
y principios morales como premisa de una decisión jurídica. Tal premisa es aquella que lleva
a afirmar que algo es una norma. Así, toda justificación deviene en justificación moral, al igual
que toda obligación será una especie de obligación moral (ver p. 30). Por el contrario, un
crítico como Joseph Singer, marcará la inexistencia de fundamento racional para el discurso
jurídico, que no contará con ninguna base objetiva y que usará los mismos argumentos para
apoyar decisiones contrarias. Cf. “The Player and the Cards: Nihilism and Legal Theory”, Yale
Law Journal, N° 94, Yale, 1984.
Como Nino, pero en el terreno de la epistemología, Hans Albert, en su Tratado sobre la razón
crítica, Sur, Buenos Aires, 1973, p. 53, ha destacado cómo la producción científica y de
conocimientos en general, descansa en acciones, y que “de ahí el que toda ciencia debe poseer
sus fundamentos últimos en la teoría de las acciones, por lo tanto, pues, en la Ética. (...) La
aceptación de un método determinado, también del método del examen crítico, involucra
una decisión moral, pues significa la aceptación de una praxis metódica de muchas consecuen-
cias para la vida social, de una praxis que no es de significación solamente para la formación
de la teoría, para la proposición, elaboración y examen de teorías, sino también para su
aplicación y para el papel del conocimiento en la vida social. El modelo de racionalidad del
criticismo es el proyecto de una forma de vida, de una praxis especial, y tiene por lo tanto
significación ética y, por encima de ello, significación política” (p. 65). Cf. E. Marí, “También
la ciencia dispara”, en Página 12, Buenos Aires, 2 de octubre de 1993.
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3. Historia
33. Ernest Gellner, El arado, la espada y el libro. La estructura de la historia humana, México,
FCE., 1992, p. 25.
34. Cf. Karl Popper, En busca de un mundo mejor, Barcelona, Paidós, 1994, p. 39, donde dice
con Karl Büler que “esta función es el rasgo sin precedentes del lenguaje humano”.
Giorgio Raimondo Cardona, en su libro Antropología de la escritura, Barcelona, Gedisa, 1994,
rastrea el origen del lenguaje oral hasta 100.000 años atrás, e indica cómo “un paso decisivo en
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Sobre la narración hermenéutica de la normatividad...
la evolución del homo sapiens fue la adquisición de un vínculo entre pensamiento y símbolos
materiales; por primera vez el género humano establecía una relación simbólica entre operacio-
nes y símbolos exteriores deliberadamente realizados” (p. 61).
De esta forma se puede ver ejemplificada la complementación y la delimitación del mundo
social, con su evolución tecnológica y su temporalización diferencial y progresiva, de una
capacidad de representación subjetiva socialmente construida pero interiormente –psíquica-
mente– anclada. El sujeto no pertenece al mundo, sino que es un límite del mundo, pero el
mundo de los felices es distinto del mundo de los infelices, dice Wittgenstein en el Tractatus. Y
es que la resolución de problemas tecnológicos y científicos no penetran el problema de la vida
subjetiva. Si Einstein cambió el mundo de la física, y por ende el de la ciencia contemporánea,
su conciencia personal no vio disipada la angustia y el misticismo que la cubría.
Similarmente, sin agotarse, el arte ha visto transformarse sus campos, técnicas y recursos expre-
sivos como resultado de su producción, reproducción y diferenciación social que configuran
horizontes de comprensión de sus manifestaciones siempre caracterizadas por una continua
reflexión sobre sus medios de expresión –¿qué otra cosa es la estética y la crítica artística? ¿qué
otra cosa es la metafísica?–. Pensar los límites del pensamiento, desafiando tales fronteras;
expresar todo lo expresable, hasta el silencio.
35. Ong, W. J., Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, Buenos Aires, FCE, 1993, p. 42.
36. Desde un enfoque evolucionario y contextual de la racionalidad, Robert Nozick en La
naturaleza de la racionalidad (Barcelona, Paidós, 1995) postula en el desarrollo de una teoría de
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38. Antonio Negri, El poder constituyente. Ensayo sobre las alternativas de la modernidad, Madrid,
Libertarias, 1994, p. 29.
39. Tópica y filosofía del derecho, Barcelona, Gedisa, 1991.
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manejado para encontrar y para registrar. Así, no podemos escapar del he-
cho de que el mundo que conocemos está construido para verse a sí mismo.
Pero para hacer eso, deben primero cortarse a sí mismos en al menos un
estado que ve y en al menos un estado que es visto. En esta condición desgarra-
da y mutilada, lo que sea que ve se ve sólo parcialmente a sí mismo. Podemos
quedarnos con esto, que el mundo es indudablemente sí mismo (esto es, indis-
tinto de sí mismo), pero, en cualquier intento de verse a sí mismo como objeto,
debe, igual de indudablemente, actuar de modo que se haga a sí mismo distin-
to de, y por lo tanto falso a, sí mismo. En esta condición siempre se eludirá
parcialmente a sí mismo.
En este sentido, con respecto a su propia información, el arte, la filoso-
fía, la epistemología, las ciencias, la sociología, la crítica literaria y las
teorías normativas se expanden para escapar del paradigma, de los instru-
mentos teóricos y tecnológicos a través de los cuales nosotros tratamos de
capturar a esos productos nuestros que nos producen.
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de constitucionalidad
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3. Gustavo Zagrebelsky, El derecho dúctil. Ley, derechos, justicia, Madrid, Trotta, 1995, p. 9.
4. Jürgen Habermas, Facticidad y Validez, Madrid, Trotta, 1998, p. 268.
5. “A primera vista el espectáculo parece paradojal; ante nuestros ojos tenemos jueces
ejerciendo potestades creadoras que determinan los criterios últimos para comprobar la
validez de las propias normas que les confieren jurisdicción en tanto que jueces. ¿Cómo
puede una constitución conferir autoridad para decir lo que la constitución es? Pero la
paradoja desaparece si recordamos que aunque toda regla puede ser dudosa en algunos
puntos, es por cierto una condición necesaria de un sistema jurídico existente que no toda
regla sea dudosa en todos los puntos” (H. L. A. Hart, El concepto de derecho, Buenos Aires,
Abeledo Perrot, 1995, p. 189).
6. En otros términos, implica afirmar que los tribunales tendrán en todos los casos que se les
presenten, una única solución aplicable. Esta postura, que entronca con el realismo moral y
la tradición iusnaturalista, supone que a todo sistema jurídico le corresponde un mundo
posible absolutamente determinado y susceptible de otorgar una sola calificación deóntica
para cada acción.
7. Véase por ejemplo R. Dworkin, Los derechos en serio, Barcelona, Planeta-Agostini, 1993,
capítulo IV.
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8. “¿Cómo conjugar el acto de justicia que debe referirse siempre a una singularidad, a
individuos, a grupos, al otro o yo como el otro en una situación única, con la regla, la norma,
el valor o el imperativo de justicia que tiene necesariamente una forma general, incluso si esta
generalidad prescribe una generalidad cada vez singular?... Dirigirse al otro en la lengua del
otro es la condición de toda justicia posible, pero esto parece rigurosamente imposible?”
(Jacques Derrida, “Fuerza de ley: el fundamento místico de la autoridad”, en Doxa, N° 11,
Alicante, 1992).
9. Cf. Francisco Fernández Segado, “Reflexiones en torno a la composición del Tribunal
Constitucional en España”, Lecciones y Ensayos, Nº 55, Buenos Aires, 1991, p. 37.
10. Roberto Gargarella, La justicia frente al gobierno, Buenos Aires, Ariel, 1996, p. 60.
11. Un análisis crítico y sintético de estas propuestas se encuentra en John Hart Ely, Demo-
cracia y desconfianza. Una teoría del control constitucional, Bogotá, Siglo del Hombre Editores,
Universidad de los Andes, Facultad de Derecho, 1997, en especial capítulo III.
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El carácter político del control de constitucionalidad
conflictos de rango constitucional, hizo que fuera cada vez más difícil
sostener la caracterización tradicional del poder judicial como el neutro
equilibrio entre los verdaderos poderes políticos, lo que implicaba negarle
este carácter al primero. Como sostiene Habermas:
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Múltiples son los ejemplos que la historia nos da, sobre todo a lo largo
de este último siglo, de líderes políticos que reivindicaron para sí la legítima
y última representación de su pueblo. E. J. Hobsbawm nos recuerda que
muchos de los políticos nacionalistas, populistas y, en la forma más peligro-
sa, los fascistas, simplemente redescubrieron el tipo de relación que Napoleón
III estableciera con las masas campesinas francesas y que fuera lúcidamente
descripta por Marx en el El dieciocho brumario de Luis Bonaparte.16
La terrible ejecución por parte del nazismo de esta idea según la cual
los auténticos valores de la gente pueden ser descubiertos de manera más
14. En relación a los debates acerca de los fundamentos de control judicial de constituciona-
lidad véase Gargarella, op. cit.
15. Chantal Mouffe, “De la articulación entre liberalismo y democracia”, en El retorno de lo
político, Barcelona, Paidós, 1999.
16. Eric Hobsbawm, La era del capital, 1848-1875, Buenos Aires, Crítica, 1998.
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El carácter político del control de constitucionalidad
confiable por una elite hizo que la misma pasara a conocerse como “el prin-
cipio del Führer”.17 La puesta en práctica del mismo incluyó, en todos los
casos, el reconocimiento de márgenes de acción amplios e incontrolados
que permitieran al líder tomar las decisiones necesarias para realizar lo que
“el pueblo” le encomendó en forma directa. Muy común es que se aluda a
dicha facultad con el término “decisionismo”, y que inmediatamente resurja
la figura de Carl Schmitt, quien durante la decadencia de la República de
Weimar previa al advenimiento del nazismo, argumentó en favor del funda-
mento democrático del cargo de Presidente del Reich concluyendo que, en
virtud del mismo, sólo él podía ser el legítimo defensor de la Constitución.
A simple vista, pareciera subyacer a lo largo de su planteo la siguien-
te idea: el poder no debe ser juzgado, el poder ejecutivo debe estar
exento de control judicial ya que el respeto a las normas jurídicas supo-
ne en numerosas ocasiones limitaciones al ejercicio de ese poder direc-
tamente encomendado por el pueblo, por parte de jueces sin responsa-
bilidad política directa.
El desarrollo de sus argumentos lo hizo en un trabajo denominado La
defensa de la Constitución,18 que fuera escrito en abierta polémica con Hans
Kelsen,19 creador y miembro del Superior Tribunal austríaco; quien a su
17. “Mi orgullo es que no conozco a ningún estadista del mundo que, con mayor derecho que
yo, pueda decir que representa a su pueblo” (A. Hitler, citado por Ely, op. cit., p. 91).
18. Carl Schmitt, La defensa de la Constitución, Madrid, Tecnos, 1983 (2º ed., 1998), por
donde se citará. El mismo, originariamente publicado en 1931, es una versión ampliada y más
elaborada –según cuenta el propio Schmitt en el Prólogo– de una serie de estudios previos, el
más importante de los cuáles ya había sido publicado en 1929. Observa G. Cassió (véase el
Estudio Preliminar de ¿Quién debe ser el defensor de la Constitución? de Hans Kelsen, Madrid,
Tecnos, 1995, p. IX) que en el primer escrito Schmitt habla de “dictadura” del Presidente,
mientras que en segundo lo presenta como “defensor de la Constitución”.
19. Más elocuentes son las palabras del propio Schmitt, La defensa..., op. cit., p. 81: “Toda la
aberración de esta especie de lógica que se manifiesta en una rara mezcla de abstracciones sin
fondo y metáforas llenas de fantasía se manifiesta en el problema del protector o garante de la
constitución”. Al respecto señala C. Herrera en “La polémica Schmitt-Kelsen sobre el guardián
de la Constitución”, Revista de Estudios Políticos (Nueva Época), Nº 86, octubre-diciembre de
1994, pp. 195-227, que si bien en este caso se trata de una confrontación directa entre ambos
autores, se trataría de la consecuencia de un largo contrapunto que ya venía realizándose desde
el inicio de la década del veinte o incluso antes. Agrega este autor que de hecho podría afirmarse
que la obra que Schmitt elabora durante ese período de tiempo, se desarrolló fundamentalmente
a partir de una “constante (aunque no siempre explícita)” contraposición con la obra de Kelsen, que
debe ser situada en el marco de una reacción general que se estaba produciendo en esa época en los
ámbitos académicos europeos contra la doctrina de la “escuela de Viena”.
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20. Hans Kelsen, ¿ Quién debe ser el defensor de la Constitución?, Madrid, Tecnos, 1995, por
donde se citará.
21. Véase además Claude Klein, De los espartaquistas al nazismo: La República de Weimar, Madrid,
Sarpe, 1985 y Carlos M. Herrera, op. cit.
22. La Constitución de Weimar preveía dos posibles titulares del poder político: el Presidente del
Reich, elegido directamente por el pueblo y el Canciller del Reich, que era elegido por el primero
y debía tener la confianza del Parlamento.
23. Schmitt argumentó a favor de esta medida en La defensa..., op. cit, pp. 68 y ss., y tuvo la
oportunidad de ponerla en práctica en 1832, en un dictamen que, como consejero jurídico del
gobierno central, hiciera ante el Tribunal Superior de Leipzig, en un conflicto entre éste y el
gobierno de Prusia. Al respecto véase C. Herrera, op. cit., p. 214.
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24. Cf. Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, Madrid, Alianza, 1982, por donde se cita. Según
Habermas (Facticidad..., op. cit., p. 517, nota 74), marca la importancia que adquirieron las tesis de
este autor el hecho de que, aún hoy en Alemania, la discusión acerca de la generalidad de la ley sigue
estando determinada por la exposición que hizo Schmitt en esta obra, la cual resultó de mucha
influencia en la República Federal, directamente a través de E. Forsthoff, o indirectamente a través
de F. Neumann.
25. J. A. Estévez Araujo, La Constitución..., op. cit., p. 43.
26. Op. cit., p. 44.
27. Ibídem.
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37. “(L)a manera usual de ser actualmente tratada esta difícil cuestión de Derecho Constitu-
cional hállase aún muy influida por las ‘ideas judicialistas’ que se inclinan a encomendar
simplemente la solución de todos los problemas a un procedimiento de tipo judicial y despre-
cian en absoluto la fundamental diferencia que existe entre un fallo procesal y la resolución de
dudas y divergencias de criterio acerca del contenido de un precepto constitucional.” (La
Defensa..., op. cit., p. 31).
38. Op. cit., pp. 43 y ss.
39. Ibídem.
40. Para Schmitt los Estados pueden ser clasificados de acuerdo a la función que en ellos
predomina, de la siguiente manera: Estado de jurisdicción propio de la época medieval,
Estado ejecutivo como el Estado absolutista, y Estado legislativo, es decir el Estado liberal del
siglo XIX. Cfr. C. Herrera, op. cit., p. 210.
41. Op. cit,. pp. 44, 46 y 52.
42. Op. cit., p. 53.
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43. “La independencia judicial es solamente el otro aspecto de la sujeción del juez a las leyes,
y, por esa razón, es apolítica.” (op. cit., p. 248).
44. Op. cit., p. 55.
45. Schmitt, op. cit., p. 56.
46. Op. cit., p. 57.
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Explicitados los motivos por los cuáles se optó por el control jurisdic-
cional, se pregunta si el ejercicio de tal actividad “aunque aureolado con
apariencia de judicialidad” sigue siendo en la práctica justicia o si se trata
de “un disfraz engañoso” de atribuciones de marcado carácter político.50
Llega a esta última conclusión diciendo que si efectivamente se tratara de
una práctica judicial desarrollada mediante un procedimiento regular
controvertido entre partes, rápidamente se encontrarían las limitaciones
de la justicia para ejercer la tarea de protección de la Constitución. En
otras palabras, dado que todo órgano jurisdiccional posee límites objeti-
vos por ocurrir post eventum,51 y por lo tanto su misión sólo puede ser
sancionadora o absolutoria, reparadora o represiva, pero siempre de he-
chos pasados, y teniendo en cuenta además que por ser incidental, acce-
soria y aplicable exclusivamente al caso concreto y específico que fue so-
metido a proceso,52 sólo puede virtualmente servir como precedente judi-
cial pero no como protectora de la Constitución.53 Si se intentara corregir
ese inconveniente facultando a los tribunales para dictar “resoluciones
previsionales”, el juez se enfrentaría a la posibilidad de adoptar medidas
políticas o de impedir otras, procediendo activamente en el orden político
y quedando así convertido en un “factor dominante de la política interior”.
Subyace a este razonamiento su concepción material de jurisdicción,54
según la cual “juzgar”, “dictar sentencia”, etc., quiere decir adoptar una deci-
sión sobre un caso concreto “en base a una ley”. Lo cual, a su vez, significa que
la decisión que se adopte en la sentencia está predeterminada en su contenido
por lo establecido en la ley.55 Dictar sentencia “en base a una ley” es, en este
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Señala además que, con la concepción jerárquica del orden jurídico, las
cuestiones más difíciles de resolver y de mayor trascendencia práctica que son
aquellas que se presentan dentro de los mismos preceptos legales formulados
en la Constitución, seguían sin resolverse ya que “en ese caso no existe la
posibilidad de fingir una gradación de normas, y, por consiguiente, cuando
un precepto legal de los contenidos en la Constitución determina algo distin-
to que otro de los preceptos de la misma [...], la colisión no puede resolverse
con ayuda de una ‘jerarquía de normas’ ”.60 Para él, por el contrario, la defen-
sa de la Constitución debe concebirse en términos políticos y atribuirse su
competencia a órganos comprometidos y responsables políticamente.
La estructura de las fórmulas constitucionales de principio las atribuye
así al campo de la utilización o gestión “política”, irremediablemente in-
compatible con la naturaleza de las funciones que se consideran
auténticamente judiciales desde el positivismo. Esta circunstancia no sólo
derivaría del carácter impreciso y no rígido de los principios y, por tanto,
del carácter inevitablemente creativo ínsito de la determinación de su signi-
ficado, sino también, y sobre todo, de su pretensión de generar adhesión y
participación en la concepción “política” de la que son expresión.61
Por último, en apoyo de su idea, Schmitt desarrolla una línea de argu-
mentación con la finalidad de demostrar que en las resoluciones del Tri-
bunal Constitucional el componente decisionista es el determinante, a
diferencia de lo que ocurre en las sentencias judiciales. Schmitt admite
que en toda sentencia judicial hay un “componente decisionista”, pues la
resolución del caso concreto no puede derivarse por completo de la nor-
ma general, pero en las decisiones que ponen fin a la discusión acerca de
las interpretaciones de los preceptos legales dudosos contenidos en la
Constitución, este elemento decisionista no es sólo un componente, sino
el “sentido y objeto” de la decisión.62 Por lo tanto, cuando el Tribunal
Constitucional fija el sentido de una disposición constitucional de conte-
nido impreciso el componente normativo desaparece, quedando única-
mente el componente decisionista de poner fin a la discusión.63
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La respuesta kelseniana
80. “Tanto en el orden constitucional como en la teoría política es esta doctrina de máximo
interés. Descansa sobre una acepción política, que reconoce claramente la posición del rey o
del presidente del Estado en el Estado constitucional, y la expresa en una fórmula certera.”
(Schmitt, La defensa..., op. cit., pp. 215-216).
81. Op. cit., p. 225.
82. Op. cit., p. 221.
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El derecho de resistencia en situaciones
de carencia extrema
Roberto Gargarella*
Desde fines de la década del 90, y siguiendo una década de severos planes
de ajuste estructural, América Latina fue surcada por numerosas
experiencias de revueltas populares. Estas revueltas trajeron consigo masivas
manifestaciones colectivas, altos niveles de agresión física y verbal contra
políticos, jueces y funcionarios públicos, en general. Las protestas
incluyeron, por ejemplo, la organización de “piquetes” destinados a
bloquear el tráfico en las rutas principales, con el objeto de exigir empleo,
comida, o el otorgamiento de subsidios; tanto como ruidosas
manifestaciones (i.e., “cacerolazos”). Estas agresiones a las autoridades
públicas alcanzaron el domicilio y las propiedades de los últimos, tanto
como los edificios públicos en los que trabajaban (la sede del gobierno,
las legislaturas, los tribunales). Entre otros resultados, dichas protestas
forzaron la renuncia del presidente Raúl Cubas, en Paraguay, en 1999; la
del presidente Alberto Fujimori, en Perú, en 2000; la del presidente Jail
Mahuuad, en Ecuador, en 2000 (tanto como la remoción del presiden-
te Abdala Bucaram, en 1996); la del presidente Sánchez de Lozada en
Bolivia, en 2002; y la del presidente Bertrand Aristide, en Haití, en
2004. En la Argentina, estas protestas culminaron con una profunda
crisis que incluyó el mandato de cinco presidentes distintos en menos
de dos semanas. Por supuesto, estas manifestaciones fueron promovi-
das, en cada caso, a partir de circunstancias parcialmente diversas.
Algunas fueron seguramente más legítimas que otras; algunas fueron
más “espontáneas” o “genuinas” que otras; algunas resultaron más
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Roberto Gargarella
Introducción
1. Tengo en claro que muchas de las observaciones que avancen sobre principios, límites y
posibilidades aparecerán como enunciados más o menos prolijos que, indudablemente, esta-
rán condenados a que una historia siempre turbulenta los devore e ignore. El objetivo de estas
observaciones, de todos modos, es el de ayudarnos a pensar y discutir sobre el tema de la
resistencia al derecho, sobre todo teniendo en cuenta las decisiones que –desde cualquier
lugar– nos puede tocar asumir, y frente a las cuales conviene que reflexionemos con el mayor
cuidado posible.
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El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
Un derecho perdido
2. Según escribiera San Pablo, el poder político debía ser siempre obedecido, dado que
provenía de Dios, por lo que “cualquier resistencia al poder resulta una resistencia a las
órdenes de Dios, por lo que aquellos que resisten deben recibir un castigo eterno”.
111
Roberto Gargarella
Que todos los hombres son creados iguales; que ellos son dotados por
el Creador de ciertos derechos inalienables; que entre ellos se encuentran
el derecho a la vida, la libertad, y la persecución de la felicidad; que los
3. Locke, en particular, desarrolló este tipo de ideas muy especialmente en reacción contra los
escritos de Robert Filmer –sobre todo, Patriarcha– en donde el último defendía una concep-
ción “patriarcalista” del poder. Conforme a la misma, el rey estaba justificado de ejercer su
poder sin atención a la voluntad de sus súbditos, del mismo modo en que un padre ejerce el
poder sobre sus hijos sin consultarles. El poder del rey, afirmaba Filmer, provenía directamen-
te de Dios y no de algún tipo de consenso popular, por lo cual no podía ser resistido en ningún
caso (Filmer, 1991). En su opinión, el rey –como el padre– debía tener la capacidad de
disponer aun sobre la vida de quienes estaban a su cargo (tal como se desprendía de la
parábola religiosa sobre Cassius, que había arrojado a su hijo desde un acantilado). Tales
poderes extremos se justificaban ante la facilidad con que las personas se dejaban arrastrar
hacia comportamientos erráticos y anárquicos.
112
El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
4. Decía la Constitución: “Porque los hombres nacen libres e iguales y gozan de ciertos
derechos naturales, esenciales e inaliebables –entre ellos, el derecho de gozar y defender su
vida y su libertad, el derecho de adquirir, poseer y proteger su propiedad y, finalmente, el
derecho de demandar y obtener seguridad y felicidad– es deber [del gobierno] el de asegurar
estos derechos (...) y si no pudiese alcanzar estos grandes objetivos, el pueblo tiene el derecho
de alterar el Gobierno, adoptando todas las medidas necesarias para asegurar su seguridad,
prosperidad y felicidad”.
113
Roberto Gargarella
5. Se podría sostener para el derecho, entonces, lo que Karl Marx sostuvo para el trabajo, en
cuanto a que “the object that labour produces, its product, confronts it as an alien being, as
a power independent of the producer (...) [the] externalization of the worker in his product
implies not only that his labour becomes an object, an exterior existence but also that it exists
outside him, independent and alien, and becomes a self-sufficient power opposite him, that
the life that he has lent to the object affronts him, hostile and alien (...) the worker becomes
a slave to his object” (Marx, 2002, pp. 86-87). En ambos casos, hablamos de una noción
objetiva, y no subjetiva, de alienación.
114
El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
cuando los gobernantes usaban sus poderes en contra de los intereses del
pueblo al que debía servir. Debe notarse, de todos modos, que para Suárez,
tanto como para una mayoría de los teólogos tomistas, la posibilidad de
resistir la conducta tiránica de los gobernantes dependía de una previa au-
torización dada por las autoridades religiosas superiores (Hamilton, 1963,
pp. 61-63; Copleston, 1963, pp. 220-222). Sólo ellos podían certificar
que las acciones de los gobernantes implicaban ofensas inaceptables.
En la Edad Media, una mayoría de autores pareció adherir a esta vi-
sión. Para el suizo Pierre Viret, un amigo personal de Calvino, y una
figura ampliamente influyente en Francia, la resistencia al poder se justi-
ficaba por razones religiosas tanto como por otras vinculadas con las in-
justicias sociales y económicas cometidas por los gobernantes contra el
pueblo (Linder, 1966). El poderoso grupo de los calvinistas escoceses
justificó la resistencia a partir de reclamos todavía más radicales (Rueger,
1964; Skinner, 1978, vol. 2). John Ponet, por ejemplo, consideró que
existía un deber de resistencia (ya no simplemente un derecho) que se
ponía en marcha cada vez que el soberano traicionaba a su país, o cometía
algún abuso de autoridad. Para Christopher Goodman, el derecho a la
resistencia estaba justificado en todas aquellas situaciones en las que los
gobernantes se convertían en los opresores de su propio pueblo. Los go-
bernantes, según él, no habían sido colocados en su posición privilegiada
para actuar de acuerdo con sus propios juicios, sino para hacerlo en exclu-
sivo beneficio de sus subordinados. Por ello mismo, cada vez que los go-
bernantes violaban sus deberes se convertían en ciudadanos iguales que
cualquier otro, y podían ser resistidos por cualquiera de sus pares. En un
sentido similar, Georges Buchanan sostuvo que el poder que el pueblo
concedía en un momento podía ser retirado en cualquier otro: hacerlo no
era ir contra la institución del rey, sino contra la persona que circunstan-
cialmente ocupaba ese cargo.6 Así vemos que, aunque muchos de los reli-
giosos calvinistas asumieron también que la certificación de las ofensas en
juego debía ser determinada por las principales autoridades religiosas,
hacia fines del siglo XVI algunos de entre ellos comenzaron a sostener
115
Roberto Gargarella
7. La visión epistémicamente elitista defendida por una mayoría de religiosos entonces co-
menzaba a abrir lugar a otra diferente, más cercana a lo que podríamos llamar el anarquismo
filosófico (ver, por ejemplo, Knox, 1994).
8. De todos modos, para Locke, el recurso a la resistencia se justificaba, ante todo, por el
hecho de que el gobernante abandonaba el uso de la razón y el recurso a la ley, para reemplazar
éstas por el uso de la violencia, que era su contracara (Dunn, 1969, p. 179). Y dado que la
violencia era el medio utilizado por las bestias para dirimir sus conflictos, al adoptar este
camino el gobernante se autorreducía al estatus de las bestias, y merecía el mismo trato que
éstas: de allí que todo individuo quede en su derecho de actuar frente a tal enemigo como se
actúa frente a las bestias. En una situación tal, los gobernantes eran responsables del retorno
a una situación que Locke denomina “estado de guerra”, y que viene a ser opuesta al estado de
naturaleza o al de una sociedad legítimamente constituida. El estado de guerra resulta,
entonces, del indebido uso de la fuerza. Y no hay peor situación imaginable que la de un
gobernante que se convierte en responsable de retrotraer a la sociedad a este estado, dado que
la sociedad ha depositado en él su confianza (trust), y ha delegado en él la tarea de asegurar la
preservación de la paz. Del uso continuado de la fuerza resulta entonces, finalmente, el hecho
principal que justifica que cada individuo, por sí mismo, decida cómo es que debe reaccionar.
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El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
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Roberto Gargarella
118
El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
12. De todos modos, muchas Constituciones mantienen al mismo como un derecho válido
frente a situaciones de las que aquí no me ocuparé, como las relacionadas con golpes de
Estado.
119
Roberto Gargarella
Otro factor importante que distingue el presente del pasado tiene que
ver con la fragmentación social que hoy puede reconocerse, y que repro-
duce la mencionada fragmentación del poder político. La mayoría de las
sociedades contemporáneas, en efecto, aparecen divididas en grupos, al-
gunos de los cuales se encuentran en mejor condición que los demás. Esta
fragmentación social también contribuye a tornar la resistencia menos
concebible, no sólo porque hoy algunos grupos no sufren opresiones gra-
ves, sino porque además, y por ello mismo, van a hacer todo lo posible
para impedir la desestabilización de una situación que en principio los
favorece o no los perjudica. Siglos atrás, podemos presumir, las situacio-
nes de opresión tendían a extenderse sobre toda la sociedad, lo que hacía
que la rebelión frente al poder resultara –en un sentido importante, al
menos– más fácilmente imaginable: era concebible que, ante la profundi-
dad y extensión de las situaciones opresivas reinantes, una mayoría de la
sociedad, a través de sus acciones u omisiones, estuviera dispuesta a acom-
pañar a los movimientos rebeldes.13
Los factores anteriores –que se refieren fundamentalmente a las condi-
ciones de posibilidad del derecho de resistencia– pueden ayudarnos a
entender por qué la resistencia es menos imaginable o posible hoy que
ayer. Sin embargo, tales factores dicen poco o nada acerca de la razonabilidad
o no de seguir llevando a cabo actos de resistencia. En otras palabras,
todavía no hemos explorado si aquello que pareció justificar a la resisten-
cia siglos atrás, es decir, la presencia de situaciones de alineación legal,
continúa siendo un factor distintivo de las sociedades actuales. Pareciera,
sin embargo, que algunas de las cruciales innovaciones introducidas por
los sistemas democráticos modernos debieran llevarnos a descartar para
siempre cualquier propuesta de resistencia a la autoridad.
Ante todo, la propia organización institucional actual, que incluye entre
otras novedades la división del poder en distintas ramas, así como siste-
mas de “frenos y contrapesos”, reduce el riesgo de que el derecho se con-
vierta en un instrumento opresivo. Además, y de modo igualmente signi-
ficativo, este sistema incluye numerosas herramientas destinadas a facili-
tar o promover, de modo pacífico y ordenado, cambios políticos –aun
13. Este argumento, de todos modos, reconoce obvias contracaras: el mayor temor frente a la
reacción estatal; mayores niveles de represión ideológica; autoconvencimiento acerca del
carácter justificado del orden existente; etc.
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El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
14. Tomemos, por caso, una definición más o menos estándar de la desobediencia civil, como
es la que ha dado en su momento Hugo Bedau. En opinión del profesor de Harvard, se
comete un acto de desobediencia civil “si y sólo si una persona realiza una acción ilegal,
pública, no violenta, y con la intención consciente de frustrar (una de) las leyes, políticas, o
121
Roberto Gargarella
decisiones del gobierno” (Bedau, 1961, p. 661). Autores como John Rawls –que, en su
definición de la desobediencia civil se apoyan en el clásico análisis de H. Bedau– refuerzan
aquellas diferencias al sostener que la desobediencia civil es aquella que se produce a partir de
ciudadanos “que reconocen y aceptan la legitimidad de la constitución” (Rawls, 1971, p. 363,
énfasis añadido). Es por este reconocimiento que los que se involucran en acciones de desobe-
diencia civil (u objeción de conciencia) aceptan padecer las penas que el derecho dispone en
contra de ellos: existe, finalmente, una aceptación de la validez general del derecho, que se
cuestiona en algún aspecto específico (Cohen, 1971). Aquí, sin embargo, y conforme hemos
dicho, nos encontramos con una situación que se distingue particularmente por una disputa
en torno a la validez de las bases mismas de la organización constitucional. Lo mismo ocurre
si tomamos como punto de referencia los estudios realizados por Ronald Dworkin al respec-
to. Para él, quienes se involucran en actos de desobediencia civil “aceptan la legitimidad
fundamental tanto del gobierno como de la comunidad; y actúan para cumplimentar más que
para desafiar su deber como ciudadanos” (Dworkin, 1985, p. 105, énfasis añadido). Las
diferencias entre estos casos de desobediencia civil y los que se encuentran aquí bajo examen
resultan, por lo tanto, significativas. Las distancias conceptuales todavía son mayores si lo que
comparamos son estos casos de resistencia constitucional y los llamados actos de objeción de
conciencia (conscientious refusal). Según John Rawls, la objeción de conciencia implica “no
cumplimiento más o menos directo de una orden administrativa o judicial” (Rawls, 1971, p.
368). Éste sería el caso, por ejemplo, del individuo que se resiste a involucrase en el servicio
militar por rechazar la violencia que es propia del mismo. A diferencia del caso de la desobe-
diencia civil, aquí no se apela a las convicciones de justicia de la comunidad, sino a las propias.
No se pretende (al menos primariamente), en este caso, hacer un llamado al “sentido de
justicia de la mayoría”; ni tampoco se actúa, necesariamente, a partir de principios políticos
–siendo habitual que se lo haga, por ejemplo, en razón de principios religiosos o de otro tipo
(Rawls, 1971, p. 369)–.
122
El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
15. Rawls avanza en estas consideraciones cuando se refiere a las “acci[ones] militantes” a las
que describe como acciones que van más allá de la desobediencia civil, al implicar “una
oposición más profunda al orden legal”, motivada en el carácter palmariamente injusto del
derecho (Rawls, 1971, pp. 367-368).
123
Roberto Gargarella
son, concretamente, los grupos afectados. Esta falta de acuerdos es, sin
dudas, muy problemática, porque amenaza con socavar la posibilidad de
una reflexión fructífera sobre estos problemas que involucran al derecho y
la exclusión social. De todos modos, entiendo que podemos realizar algu-
nos avances provisionales si es que aceptamos (como voy a proponer que
aceptemos) alguno de entre los múltiples estándares “objetivos” que se
han propuesto para caracterizar estas situaciones de extrema exclusión
social. Uno de estos estándares tiene que ver con la definición, a nivel
internacional, de una línea por debajo de la cual podemos hablar de si-
tuaciones de extrema pobreza. Esta línea, propuesta por la UNDP (Pro-
grama de las Naciones Unidas para el Desarrollo) en 1996, se refiere al
ingreso “debajo del cual no puede satisfacerse un mínimo nutricional
adecuado junto con requerimientos básicos más allá de los alimenticios”
(Pogge, 2001, p. 7). Dicha métrica resulta significativa para nuestros
propósitos dado que la presencia de situaciones de pobreza o marginación
extremas vendría a señalar la existencia de “una masiva insatisfacción de
derechos humanos sociales y económicos”, junto con la “insatisfacción de
derechos humanos civiles y políticos asociados con el gobierno democrá-
tico y el imperio del derecho (Pogge, 2001, p. 8; Pogge, 2003).16
Si tomamos en cuenta una métrica como la señalada, según entiendo,
quedamos en condiciones de afirmar que aquellos que se encuentran pri-
vados de ciertos bienes humanos básicos enfrentan, en la actualidad, si-
tuaciones de alineación legal. Las razones que nos permitirían justificar
dicha presunción tendrían que ver con la presencia de condiciones
sustantivas y procedimentales, que los primeros constitucionalistas reco-
nocieron como indicativas de una situación de alineación legal. Obvia-
mente, aquellos que se ven sistemáticamente privados de abrigo u hogar;
aquellos que padecen diariamente el hambre; aquellos que son víctimas
sistemáticas de la violencia, etc., confrontan algunos de los peores agra-
vios que una persona puede enfrentar (condición sustantiva). Al mismo
16. Alternativamente, podríamos utilizar una métrica como la propuesta por Martha Nussbaum
y Amartya Sen, referida a las capacidades básicas de las personas, y examinar la situación de
grupos que caen por debajo de lo que ellos llaman el umbral de las capacidades humanas
básicas (y que incluye la capacidad de vivir de acuerdo con los fines de una vida humana de
duración normal; la de recibir nutrición y abrigo adecuados; etc.). Nussbaum se ha preocupa-
do por mostrar los vínculos existentes entre estas capacidades y nociones como la de los
“bienes primarios” utilizadas por el filosofo John Rawls (Nussbaum, 2000, pp. 70-80).
124
El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
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Roberto Gargarella
126
El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
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17. Podría ocurrir, por lo demás, que ciertos grupos cayeran bajo el escalón del bienestar
mínimo como resultado de su propia falta (i.e., como resultado de su afición al juego),
mientras contaban con razonables oportunidades para actuar de un modo diferente. Aquí no
me ocupo, sin embargo, del modo en que correspondería actuar en este tipo de situaciones
(i.e., si se deberían hacer todos los esfuerzos posibles para asegurar, a pesar de todo, las
necesidades básicas de los individuos en cuestión).
18. De todos modos, convendría aclarar que en la perpetuación de las situaciones de extrema
injusticia el gobierno nunca está solo. Debe reconocerse siempre la presencia de grupos que
se benefician, directa o indirectamente, de tales situaciones de injusticia, y que en consecuen-
cia no hacen nada (pudiendo hacerlo) para remediarlas (u obran directamente para mantener
el statu quo). Pogge (2001) analiza nuestras responsabilidades colectivas en el mantenimiento
de severas injusticias a nivel internacional.
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El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
Últimas consideraciones
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mirar los casos en cuestión de un modo diferente. Así, podría decirse, mira-
ríamos a los mismos de modo equivocado si sólo nos fijáramos, obsesivamente,
en los reclamos particulares de quienes protestan (i.e., sus reclamos en contra
de un proceso de privatizaciones, como en Bolivia; sus reclamos en contra de
los banqueros, como en la Argentina), sin tomar en cuenta lo que tales protes-
tas nos dicen acerca del sistema institucional dentro del cual ellas ocurren
(i.e., la dificultad de la gente para promover ciertos cambios políticos a través
del uso de herramientas legales). También perderíamos algo importante si
insistiéramos en mirar el derecho desde la perspectiva de ciudadanos bien
integrados, y no desde el punto de vista de los más desaventajados (como
podría sugerirnos John Rawls). Finalmente, creo que actuaríamos de un modo
impropio si propusiéramos dejar de lado el valor de tales protestas como
consecuencia de las motivaciones “egoístas” o “interesadas” de muchos de sus
líderes, ignorando el hecho de que existen legítimos intereses en juego, que
resultan sistemáticamente afectados por el Estado.
En segundo lugar, y luego de haber reconocido algunas de las conse-
cuencias que se siguen luego de clasificar la pobreza como la violación de
derechos humanos –consecuencias que pueden incluir la activación de un
derecho a resistir el derecho–, deberíamos preguntarnos si tiene sentido
seguir insistiendo en dicha clasificación. Mi respuesta es que sí. Y respon-
do de este modo porque comparto la actitud de fuerte confianza que
autores como John Locke o Thomas Jefferson mostraron hacia sus conciu-
dadanos –una actitud que resultaba asociada, en ambos casos, con presu-
puestos igualitarios sobre las capacidades y la dignidad de la gente–. Como
ellos, quisiera resistir una actitud contraria, muy común en muchos enfo-
ques contemporáneos sobre la materia, a partir de la cual se examinan las
violaciones al derecho como si fueran realizadas por sujetos que, simple-
mente, quieren tomar ventaja de los esfuerzos de los demás. Rechazo, en
tal sentido, las posturas que describen a quienes violan la ley (en circuns-
tancias como las referidas) como meros “parásitos” o aprovechadores. Con-
tra dicha actitud, y tomando como ejemplo lo que John Locke sostenía,
cuando el gobierno se comprometía sinceramente a respetar los derechos
individuales, entonces el pueblo tendía a reconocer y a honrar tales es-
fuerzos (Locke, 1988, p. 405).19 Para él, el pueblo estaba “más dispuesto
19. Siempre podía existir algún “espíritu turbulento” destinado a cambiar el orden de las
cosas indebidamente, pero en esos casos –asumía– el aventurero estaba sujeto a su “ruina y
perdición” (ibíd.).
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El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
20. En un sentido similar, contemporáneamente, sostuvo que la desobediencia civil debía ser
vista como “uno de los elementos estabilizadores de un sistema constitucional” (Rawls, 1971,
pp. 383 y 385).
21. Aunque seguramente es más importante, como diría Rawls, esforzarse por construir una
cultura en donde esas actitudes resulten siempre verdaderas.
22. Para él, por tanto, debía actuarse muy cuidadosamente frente a tales hechos, dado que la
penalización severa de los mismos podía implicar “la supresión de la única salvaguarda de la
libertad pública” (Jefferson, 1999, pp. 153-154).
131
Roberto Gargarella
Bibliografía
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El derecho de resistencia en situaciones de carencia extrema
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Derecho y nuevos movimientos sociales.
Algunas reflexiones sobre el ambiguo rol del
discurso jurídico en los conflictos sociales
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Diego J. Duquelsky Gómez
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Derecho y nuevos movimientos sociales...
1. 1 La ciudadanía cívica
4. La “Declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano” dictada en 1791
como culminación de la Revolución Francesa, expresa desde el mismo título esta doble
interpelación: el “hombre” –es decir, lo “privado”– y el “ciudadano” –lo público–. (Cf. A.
Ruiz, “La dimensión ideológica del discurso jurídico”, en AA. VV., Materiales para una teoría
crítica del derecho, Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1991, p. 198/9.)
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Diego J. Duquelsky Gómez
5. Al interior de la fábrica y de la familia (al igual que en la escuela, el hospital o los cuarteles),
se desarrollan poderes y sujeciones extrajurídicos a los que Ferrajoli denomina “micropoderes
salvajes”. L. Ferrajoli, op. cit., p. 932 y ss.
6. B. de Sousa Santos, “Subjetividad, ciudadanía y emancipación”, op. cit.
138
Derecho y nuevos movimientos sociales...
7. Debe dejarse en claro que estas afirmaciones no implican sostener que el desarrollo del
capitalismo no haya generado una enorme masa de individuos pauperizados, sino que apunta
a enfatizar que tal “proletarización” discurrió sin generalizar la uniformidad y consciencia de
clase que Marx previó para la clase obrera. Por otra parte, si bien en estos tiempos de
acelerado cambio, no puede afirmarse a ciencia cierta qué nuevos rumbos tomará el capitalis-
mo globalizado, no puede pensarse que su desarrollo llevará en forma mecánica al reemplazo
del modo de producción capitalista por un modelo socialista.
8. W. Ramos Filho, “Direito pos-moderno: caos cretarivo e neoliberalismo”, en Direito e
Neoliberalismo, Curitiba, EDIBEJ, 1996, p. 91.
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Diego J. Duquelsky Gómez
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Derecho y nuevos movimientos sociales...
2. 1 Lo “nuevo” y lo “viejo”
12. Riechmann reconoce que no han faltado MS en la edad media, como movimientos
quiliásticos y rebeliones campesinas, pero es en la modernidad donde adquieren un papel
central. Por otra parte destaca los trabajos de Marx, Weber y Durkheim como primeros
intentos de teorización de éstos, junto con los precursores ensayos de Gabriel de Tarde,
Gustave Le Bon y Sigmund Freud sobre “psicología de masas”. (J. Riechmann y F. Fernández
Buey , Redes que dan libertad, Barcelona, Paidós, 1994, Cap.1).
13. J. Riechmann, op. cit., p. 47.
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Diego J. Duquelsky Gómez
14. Cf. Gurutz Jáuregui, La democracia en la encrucijada, Anagrama, Barcelona, 1994, p. 229.
15. Cf. J. Riechmann, op. cit., Cap 3.
16. J. Riechmann, op. cit., p. 69 y ss.
17. Cf. C. Verdaguer, “Los movimientos sociales, de la esperanza al desconcierto”, en Docu-
mentación Social Nº 90, Madrid, 1993, p. 67. En un mismo sentido escribe G. Jáuregui:
“Resulta difícil establecer una definición común de los NMS, ya que en general son amorfos,
fluctuantes y de naturaleza muy variada” (op. cit., p. 236).
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Derecho y nuevos movimientos sociales...
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Diego J. Duquelsky Gómez
19. F. Calderón y E. Jelin, “Classes sociais e movimentos sociais na América Latina. Perspec-
tivas e realidades”, en R. B. C. S. Nº 5, vol. 2, octubre 1987, p. 76. Vale la pena aclarar que
el mismo párrafo es transcripto también por Boaventura de Sousa Santos en “Subjetividad,
ciudadanía y emancipación”, pero citando otra fuente (tomado de V. Ponte, “Estruturas e
Sujeitos na Analise da América Latina”, en S. Larangueira (ed.), Classes e Movimentos Sociais na
América Latina, Hucitec, San Pablo, 1990). Las sutiles diferencias entre una y otra cita son
fruto de la traducción –en nuestro caso, personal– del original en portugués.
144
Derecho y nuevos movimientos sociales...
145
Diego J. Duquelsky Gómez
Debemos tener en cuenta en primer lugar que las tácticas de los NMS
se dirigen, por lo general, contra el Estado. A pesar de que su propuesta
implica la “politización de la vida cotidiana”, para el logro de sus objeti-
vos inmediatos concentran sus esfuerzos en la presión a los órganos esta-
tales para la toma de una determinada actitud.
Esta estrategia nos da pie para pensar que, en muchos casos, se trata de
movimientos “suicidas”. Dado su bajo grado de institucionalización, al
lograr sus objetivos, pierden su razón de ser, desaparecen.
La idea de “caos creativo” que adoptáramos unos renglones más arriba, nos
da el marco necesario para entender el proceso de estructuración o “armado”
del conflicto: se trata de “crear problemas para posibilitar soluciones”.
Estos grupos, desconocidos por el Estado, no tienen otro camino que
buscar visibilidad dentro de una perspectiva de confrontación. Visibilidad
tanto por parte del gobierno como de la ciudadanía en general.
24. Me apropio parcialmente en este punto de la terminología propuesta por el Profesor José
Eduardo Faría, de la Universidad de San Pablo, largamente estudiada y discutida en el módulo
a su cargo de la Maestría “Teorías Críticas del Derecho y la Democracia en Iberoamérica”,
Universidad Internacional de Andalucía, La Rábida, España, 1995.
25. Sería francamente reductivista limitar el campo de las necesidades expresadas por los NMS
a la manifestación de nuevos intereses sociales de corte “posmaterial”. Esto sería propio tan sólo
de los NMS europeos (y utilizamos el modo potencial porque incluso en ese caso tal afirmación
es muy discutible). Como vimos, en el caso latinoamericano se conjugan planteos de nuevas
necesidades con antiquísimos reclamos por mayor libertad, igualdad y justicia.
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Derecho y nuevos movimientos sociales...
3. 2 La reacción oficial
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Diego J. Duquelsky Gómez
29. Obviamente, esta tipificación tiene un fin eminentemente analítico, que facilite la com-
presión del fenómeno. Es por ello que estas estrategias no deben ser entendidas como estruc-
turas monolíticas ni compartimentos estancos.
30. Extraoficialmente se habla de alrededor de 10.000 causas penales individuales que conti-
núan abiertas en 1999, originadas en protestas populares.
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Derecho y nuevos movimientos sociales...
3. 3 Estrategias neutralizadoras
Así como dijimos que la función del derecho era la de desarmar los
conflictos, podemos afirmar que a cada una de las estrategias estatales, le
correspondería una de los NMS cuya función es neutralizarla.
a) Colectivización: a la idea de atomización se le impone la de colectiviza-
ción del conflicto (“cuantos más, mejor”), tratando de evitar la disper-
sión del grupo en acciones individuales, manteniendo la cohesión y el
anonimato.
b) Ideologización: la discusión no debe ser planteada en términos de de-
recho positivo sino de “justicia”. Se parte de la idea de que el reclamo
es legítimo en sí mismo desde una perspectiva ideológica, política.
c) Negociación: existen dos estrategias para enfrentar a la represión y for-
zar una negociación. La primera es oponer fuerza a la fuerza. Al respec-
to, cabe destacar que la mayoría de los NMS son renuentes a tomar
este tipo de medidas, por las razones que en seguida explicaremos. Pero
aun entre los movimientos que podríamos llamar “violentos”, la violen-
cia se dirige generalmente contra los objetos y no contra las personas.
La segunda, mucho más efectiva, consiste en desmoralizar el uso de la
fuerza institucionalizada. Cambiar el uso de la fuerza por la resistencia
pacífica produce un impacto mucho mayor en la opinión pública. En
tal sentido fueron precursoras las técnicas de los movimientos estado-
unidenses por los derechos civiles de las décadas del 50 y 60, aunque
podríamos encontrar sus raíces en las luchas de Gandhi por la inde-
pendencia de la India.31
d) Integración: es la última de las estrategias y consiste en el reconocimien-
to por parte del Estado de la existencia del grupo que, hasta el momento,
había sido sistemáticamente ignorado. En tal sentido suele decirse de los
NMS que aun derrotados son vencedores. El propio acto del Estado de
decir “no puedo dar” es un acto de reconocimiento colectivo.
149
Diego J. Duquelsky Gómez
4. 1 Un Estado laxo
32. B. de Sousa Santos, “Límites y posibilidades de la democracia”, en Politeia Nº 13, Bogotá, 1993.
33. Como vemos, Ferrajoli se vale de la metáfora hobbesiana del “homo hominis lupus” para graficar
como la vida y la seguridad de los ciudadanos se encuentran en peligro hoy más que nunca por el
propio accionar estatal. En su desarrollo propone distinguir, además, entre la criminalidad interna
(torturas, desapariciones forzadas, masacres, etc.) y criminalidad externa (guerras, armamentos,
peligros de conflictos militares) de los Estados. L. Ferrajoli, op. cit., p. 936.
150
Derecho y nuevos movimientos sociales...
c) Otras veces puede observarse por parte del Estado una actitud mera-
mente permisiva. Tal es el caso, por ejemplo, de las tomas de tierras en el
Gran Buenos Aires durante estos últimos años.
Como revela un pormenorizado estudio de Denis Merklen, las autorida-
des permiten lo que no pueden detener y dilatan el mayor tiempo posible
cualquier solución. “Entre tanto, los pobres asumen funciones que antes le
correspondían al Estado: seleccionan el predio apto para habitar; en esa
selección buscan eliminar la conflictiva social al máximo; fijan el número de
familias que accederá al barrio; efectúan el ordenamiento urbano del futuro
barrio de acuerdo a las normas vigentes; se autoproveen de algunos servicios
esenciales; construyen sus viviendas; hacen tareas de mantenimiento urba-
no. Y todo ello no como práctica autogestiva que culmine en un aumento
de la libertad, sino como apéndice de prácticas clientelares que los vuelven
cada vez más dependientes”.35
34. Cfr. B. de Sousa Santos, “El derecho y la comunidad: las transformaciones recientes de la
naturaleza del poder del Estado en los países capitalistas avanzados”, op. cit., p. 138 y ss.
35. D. Merklen, “Organización popular y control social en las ciudades”, en Delito y Sociedad,
Año 4, Nº 6-7, 1995, p. 111.
151
Diego J. Duquelsky Gómez
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Derecho y nuevos movimientos sociales...
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Los derechos sociales y sus garantías:
notas para una mirada “desde abajo”*
Gerardo Pisarello**
1. Introducción
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Gerardo Pisarello
156
Los derechos sociales y sus garantías
157
Gerardo Pisarello
158
Los derechos sociales y sus garantías
159
Gerardo Pisarello
5. Por un lado, los derechos sociales quedan deliberadamente excluidos de algunas garantías
institucionales reconocidas a otros derechos constitucionales (artículo 53.3 CE). Por otro,
gozan de un grado de rigidez inferior (artículo 167 CE) al de los derechos considerados
fundamentales por la doctrina mayoritaria y por el tribunal constitucional.
6. Referéndum que en algunas zonas del Estado, como en el País Vasco, arrojó altos índices
de abstención.
7. En el derecho comparado hay ejemplos en sentido contrario. En Suiza, por ejemplo, puede
impulsarse una iniciativa popular de reforma constitucional si se reúnen 100.000 firmas de
ciudadanos con derecho a voto (artículos 120 y 121). En el caso español, algunas comunidades
autónomas han incorporado este tipo de iniciativa para reformar sus estatutos. Según el Estatu-
to de Autonomía de Cataluña una iniciativa popular de reforma estatutaria exige la concurrencia
de 300.000 firmas de ciudadanos de Cataluña con derecho a voto (artículo 222).
8. La ausencia de cuestionamiento público al reconocimiento constitucional de los derechos
sociales ha permitido presentar como corolario “técnico” lo que en rigor es una opción jurídica
160
Los derechos sociales y sus garantías
161
Gerardo Pisarello
162
Los derechos sociales y sus garantías
13. La CE reconoce a todos los españoles el derecho de petición, individual y colectiva, por
escrito y “en los términos que determine la ley” (artículo 29 CE). La orgánica 4/2001 de 12
de diciembre, de regulación del derecho, lo extiende a toda persona jurídica o natural, con
independencia de su nacionalidad. El destinatario de este tipo de demandas puede ser, en
realidad, cualquier institución pública, administración o autoridad. En el ámbito parlamen-
tario, las cámaras disponen de una comisión de peticiones y regulan la manera de tramitarlas.
14. Así, por ejemplo, el Código Penal sanciona las manifestaciones ante las sedes de las Cortes
Generales (artículo 494), la perturbación grave del orden (artículo 497) o la injuria grave
contra las Cortes Generales o las Asambleas Legislativas de las comunidades autónomas si se
hallaran en sesión (artículo 496). En este último supuesto, el acusado de injuria quedará
exento de responsabilidad probando la verdad de las imputaciones cuando éstas se dirijan
contra funcionarios públicos sobre hechos concernientes al ejercicio de sus cargos o referidos
a la comisión de faltas penales o de infracciones administrativas (artículo 210).
15. Ley orgánica 3/1984, reformada por Ley orgánica 4/2006.
16. En algunas comunidades autónomas se prevén alternativas en este sentido. La Ley 1/2006
de iniciativa legislativa popular de Cataluña, por ejemplo, sólo exige como condición para
poder ejercer la iniciativa la inscripción en el padrón municipal –lo que facilita la participa-
ción de extranjeros– y tener más de 16 años.
163
Gerardo Pisarello
17. En Italia, por ejemplo, se requieren 50.000, y en Suiza, donde como se ha comentado se
contempla la iniciativa popular para la reforma constitucional, se exigen 100.000 firmas.
18. Esto no ocurre en algunas comunidades autónomas, como Aragón o Cataluña, donde la
Comisión Promotora puede retirar su petición –previo acuerdo parlamentario– si considera
que está siendo distorsionada por el proceso legislativo.
19. La exposición de motivos de la LO 3/1984, de hecho, advertía contra la posibilidad de
que la ILP pudiera servir “de fácil cauce para manipulaciones demagógicas o, incluso, para
intentar legitimar con un supuesto consenso popular lo que no es en sustancia sino la antide-
mocrática imposición de la voluntad de una minoría”. Este lenguaje ha desaparecido con la
reforma introducida por la LO 4/2006. Sin embargo, las reticencias al uso de este instrumen-
to de participación siguen siendo notorias.
20. Ésta es la expresión que utiliza el propio preámbulo introducido por la reciente reforma.
21. En noviembre de 1999, por ejemplo, el pleno del Congreso de Diputados rechazó, por
161 votos contra 145, la posibilidad de discutir la reducción de la jornada laboral a 35 horas
semanales sin disminución de salario. La proposición había partido de una iniciativa legisla-
tiva impulsada por la Confederación de Asociaciones de Vecinos, CGT, USO e Izquierda
Unida, y estaba avalada por la firma de 700.000 electores.
22. En 1993, la Federación de Enseñanza de Comisiones Obreras promovió, con el apoyo de
575.000 firmas reconocidas como válidas, una iniciativa legislativa popular para la financia-
ción del sistema educativo público. Fue debatida en el Congreso en diciembre de 1996 y
rechazada por 150 votos a favor y 155 en contra.
164
Los derechos sociales y sus garantías
23. La primera ILP aprobada en el ordenamiento español fue la ley aragonesa 2/1992 de
creación del Consejo de Protección de la Naturaleza. Otras no llegaron a buen puerto. En 2001,
la Asamblea Legislativa Valenciana desestimó la petición legislativa de ordenación y protección
de la Huerta de Valencia como espacio natural protegido. En Cataluña, por su parte, más de 70
entidades ecologistas impulsaron en 1998 una iniciativa para prohibir la incineración de resi-
duos y proponer sistemas alternativos. La proposición se admitió a trámite, pero, durante la
tramitación parlamentaria, lo que era una proposición de ley para prohibir la incineración de
residuos, se convirtió en una ley de regulación de la incineración de residuos.
24. En 2003 y 2007, por ejemplo, se presentaron en el Parlamento de Cataluña sendas
iniciativas legislativas populares para fomentar la vivienda protegida y para la adopción de
medidas urgentes en materia habitacional.
25. En la Comunidad Autónoma Vasca, en efecto, un grupo de plataformas de lucha contra la
exclusión social presentó una petición legislativa para la aprobación de una Carta de Dere-
chos Sociales. La iniciativa se articuló en torno a cuatro demandas fundamentales: el reparto
de trabajo mediante la reducción de jornada laboral a 32 horas semanales; el reconocimiento
del derecho ciudadano a un salario social individualizado para todos los demandantes de
empleo; la extensión al sector privado de las medidas de reparto del trabajo; y la financiación
de esas medidas a través de un fondo de solidaridad construido a partir de la lucha contra el
fraude fiscal y la reducción de gastos militares y de orden público. La iniciativa recibió el
apoyo de sindicatos, asociaciones de vecinos y grupos feministas, religiosos de base, de solida-
ridad con el tercer mundo y antimilitaristas. Admitida a trámite, los grupos parlamentarios
enmendaron la petición pasándola por el filtro de la “gobernabilidad”, lo cual suscitó quejas
por parte de sus promotores. No obstante, se convirtió en ley en el año 2000 y sentó un
precedente para la aprobación de una normativa similar en Navarra.
165
Gerardo Pisarello
26. Un ejemplo de ello es la aprobación de la Ley 11/2007, del 22 de junio, de acceso electró-
nico de los ciudadanos a los servicios públicos. En virtud de esta ley se reconoce el derecho de
los ciudadanos a relacionarse con las administraciones públicas por medios electrónicos y la
correspondiente obligación de éstas de impulsar el uso de estos medios. En cualquier caso, las
administraciones deberán adoptar las medidas necesarias para ponerlas en marcha antes del 31
de diciembre de 2009 y siempre que lo permitan sus disponibilidades presupuestarias.
166
Los derechos sociales y sus garantías
27. Ley 7/1985, de 2 de abril, Reguladora de las Bases del Régimen Local.
28. En materia urbanística, por ejemplo, el artículo 70 ter dispone que las administraciones
públicas con competencias de ordenación territorial y urbanística deberán tener a disposición
de los ciudadanos o ciudadanas que lo soliciten copias completas de los instrumentos de
ordenación territorial y urbanística vigentes en su ámbito territorial, de los documentos de
gestión y de los convenios urbanísticos.
29. Este precepto, recogido en el artículo 70 bis, fue añadido, precisamente, por la Ley 57/
2003 de medidas para la modernización del gobierno local.
30. Según el propio artículo 70 bis 2, dichas iniciativas deberán ir suscritas al menos por el
siguiente porcentaje de vecinos del municipio: a) hasta 5.000 habitantes, el 20%; b) de 5.001
a 20.000 habitantes, el 15%; c) a partir de 20.001 habitantes, el 10%.
31. Artículo 71.
32. Como es sabido, la experiencia pionera en esta materia fue la ciudad brasileña de Porto Alegre.
En el ámbito español, las experiencias de presupuestos participativos arrojan resultados dispares.
Hacia 2004 el número aproximado de experiencias era pequeño (12) en relación con el número de
municipios existentes (8108). Entre las ciudades y localidades implicadas figuraban Córdoba, Las
Cabezas de San Juan (Sevilla), Rubí (Barcelona), Albacete, Puente Genil (Córdoba), Jerez de la
Frontera o Sevilla. Algunas de las más antiguas, como la de Rubí, fueron suspendidas con el cambio
de gobierno, mostrando la débil irreversibilidad del proceso. En otras ciudades, como en Vallado-
lid, diferentes plataformas sociales han venido presionando a las autoridades municipales para que
incorporen los presupuestos participativos como un derecho ciudadano. Para un síntesis interesan-
te de estas experiencias, véase: Carmen Pineda Nebot, “Los presupuestos participativos en España:
un balance provisional”, en Revista de Estudios Locales Nº 78, Madrid, 2004.
167
Gerardo Pisarello
33. Diferentes defensorías del pueblo del ámbito autonómico han hecho referencia a esta
“cultura del silencio” y a la resistencia a responder de manera expresa y motivada a las
demandas ciudadanas. Véase, por ejemplo, el Informe del Defensor de las personas de Cata-
luña presentado al Parlamento catalán en 2007.
34. La Ley 42/1997, del 14 de noviembre, Ordenadora de la Inspección de Trabajo y de la
168
Los derechos sociales y sus garantías
Seguridad Social, estipula por ejemplo que la inspección puede proceder de oficio o en virtud
de denuncia (artículo 13). La acción de denuncia del incumplimiento de la legislación del
orden social es pública. No puede tratarse de denuncias anónimas, ni manifiestamente carentes
de fundamento, ni referirse a materias cuya vigilancia no corresponda a la Inspección de
Trabajo y Seguridad Social, ni coincidir con asuntos de un órgano jurisdiccional.
35. Los tribunales de cuentas y las fiscalías anticorrupción pueden desempeñar una función
relevante en la fiscalización del empleo de fondos destinados a satisfacer derechos sociales y en
la detección de casos de corrupción y desvíos.
36. Más allá de ello, muchas defensorías del pueblo sistematizan esas demandas y las convierten
en recomendaciones dirigidas a la administración y, eventualmente, al propio legislador. A
simple modo de ejemplo, pueden consultarse los Informes del Defensor del Pueblo Andaluz
sobre el problema de la vivienda (Vivir en la calle: la situación de las personas sin techo en
Andalucía, 2006; Chabolismo en Andalucía, 2005; Personas prisioneras en sus viviendas, 2003)
o los Informes del Ararteko vasco en materia educativa (Convivencia y conflicto en los centros
educativos, 2006; La respuesta a las necesidades educativas especiales en la CAPV, 2001).
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Gerardo Pisarello
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Los derechos sociales y sus garantías
37. Sobre esta cuestión, v. entre otros, V. Abramovich y C. Courtis, Los derechos sociales en
el debate democrático, op. cit., pp. 98 y ss.; R. Uprimmy, “Legitimidad y conveniencia del
control constitucional de la economía”, en R. Uprimmy, C. Rodríguez y M. García Villegas,
¿Justicia para todos? Sistema judicial, derechos sociales y democracia en Colombia, Norma,
Bogotá, 2006, pp. 196 y ss.
38. Como el establecido, por ejemplo, en el artículo 43 de la Constitución argentina reforma-
da de 1994.
39. La Ley 1/2000 de Enjuiciamiento Civil, por ejemplo, reconoce legitimidad procesal no
sólo al perjudicado individual, sino también a asociaciones constituidas con el objeto de
proteger a consumidores, a usuarios de servicios y a los propios grupos afectados (artículo
11). La Ley 29/1998, por su parte, que regula la jurisdicción contencioso-administrativa,
dispone que “tienen capacidad procesal ante el orden jurisdiccional contencioso-adminis-
trativo, además de las personas que la ostenten de acuerdo a la Ley de Enjuiciamiento Civil
[...] los grupos de afectados, uniones sin personalidades o patrimonios independientes o
autónomos” (artículo 18). Y luego agrega: “están legitimados ante el orden jurisdiccional
contencioso-administrativo: a) Las personas físicas o jurídicas que ostenten un interés
legítimo; b) Las corporaciones, asociaciones, sindicatos y grupos y entidades a que se refiere
el artículo 18 que resulten afectados o estén legalmente habilitados para la defensa de los
derechos e intereses legítimos colectivos”.
40. Hace tiempo que las demandas colectivas son una herramienta frecuente utilizada por los
trabajadores en el ámbito laboral. En los últimos años, por su parte, se han registrado en
España numerosos casos de demandas colectivas de consumidores y usuarios por vulneración
(directa o indirecta) de derechos sanitarios, educativos, habitacionales, etcétera.
171
Gerardo Pisarello
Hasta aquí, las garantías sociales se han presentado como vías de parti-
cipación en la elaboración de las garantías institucionales. Sin embargo,
también pueden actuar como vías de acción directa de defensa o reclamo
de un derecho social en ámbitos no institucionales.
Que las garantías sociales puedan actuar en ámbitos extrainstitucionales
no equivale, necesariamente, a que operen contra las instituciones o con-
tra la legalidad. Es más, muchas formas de participación orientadas a la
tutela de derechos sociales cuentan con respaldo de la constitución o de la
legislación vigente.
Éste es el caso de muchas garantías sociales de los derechos que se ejercen
en el marco de las relaciones con otros particulares. Así, por ejemplo, en el
ámbito de la empresa privada, son garantías sociales de los derechos labora-
les de los trabajadores derechos constitucionales básicos como el derecho a
la información, a la negociación y al conflicto colectivo (artículo 37 CE).
Igualmente, en determinados casos, el derecho a la información y el dere-
cho a la consulta pueden actuar como garantías sociales de los derechos
habitacionales de los inquilinos frente a los propietarios.
Las garantías sociales previstas por la ley también pueden ejercerse con
el objetivo de asegurar, en ámbitos extrainstitucionales, la autotutela de
los derechos sociales. Éste es el objetivo que persiguen, por ejemplo, las
demandas de acceso a bienes comunales42 o las empresas autogestionadas,
las asociaciones mutuales o las cooperativas producción y consumo que
permiten a las personas satisfacer por sí mismas los bienes y recursos
que constituyen el objeto de los derechos sociales. La propia CE, de
hecho, se compromete con el fomento de las sociedades cooperativas y
41. V. Abramovich y C. Courtis, Los derechos sociales en el debate democrático, op. cit., pp. 79 y ss.
42. En su Informe de 2007 al Parlamento de Cataluña, el Defensor de las personas analiza,
precisamente, quejas de vecinos por la denegación de acceso a bienes comunales que se
integran en el patrimonio de los entes locales.
172
Los derechos sociales y sus garantías
43. En España, por ejemplo, el Código Penal de 1995 tipifica como delictiva en el apartado
1º del artículo 245 la conducta de quien “con violencia o intimidación de las personas, ocupe
una cosa inmueble o usurpe un derecho real inmobiliario de pertenencia ajena”. En el aparta-
do 2º, sin embargo, introduce una nueva conducta delictiva, consistente en “ocupar sin
autorización debida un inmueble, una vivienda o un edificio ajenos que no constituyan hogar
o mantenerse en ellos contra la voluntad de su titular”. La mayoría de intérpretes del Código
Penal, así como numerosas resoluciones judiciales, han entendido que lo que se recoge como
delito en este último apartado es la ocupación pacífica de bienes inmuebles. No han faltado,
empero, interpretaciones más garantistas, compatibles con el principio de intervención penal
mínima, con la prohibición de la especulación inmobiliaria (artículo 47 CE) y con la función
173
Gerardo Pisarello
social de la propiedad (artículo 33 CE) que han entendido que no se trata de penalizar la
ocupación pacífica como de introducir una sanción menor cuando lo que tenga lugar sea una
ocupación intimidatoria o violenta de inmuebles que no constituyan hogar.
44. Véase V. Abramovich y C. Courtis, Los derechos sociales en el debate democrático, op.
cit., p. 77.
174
Los derechos sociales y sus garantías
4. Conclusiones
45. Véase, entre otros, A. Estévez Araujo, La Constitución como proceso y la desobedien-
cia civil, Trotta, Madrid, 1994, en especial el capítulo “La desobediencia civil como parti-
cipación en la defensa de la constitución”; J. I. Ugartemendia, La desobediencia civil en el
Estado constitucional democrático, Marcial Pons/Instituto Vasco de Administración Pú-
blica, Madrid, 1999.
46. Véase R. Gargarella, El derecho a la protesta. El primer derecho, Ad-Hoc, Buenos Aires,
2005. Una interesante reflexión a propósito del “movimiento okupa” en el ámbito español en
Amaya Olivas Díaz, “Castigar la disidencia: el movimiento de ocupación en el ordenamiento
jurídico”, en Jueces para la democracia, Nº 54, Madrid, 2005, pp. 51-72.
175
Gerardo Pisarello
47. Algunas de estas cuestiones han sido tratadas en M. Aparicio, X. Seuba, M. Torres, V.
Valiño y G. Pisarello (eds.), Sur o no sur. Los derechos sociales de las personas inmigradas,
Icaria - Observatori DESC, Barcelona, 2006.
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Límites en la agenda de
reformas sociales
El enfoque de derechos
en la política pública
Laura C. Pautassi*
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Laura C. Pautassi
los sectores privados, y en materia de políticas sociales a partir de programas focalizados en los
sectores más pobres. La receta continuaba en que, una vez eliminada la intervención estatal,
el intercambio mercantil promovería el crecimiento económico y distribuiría la riqueza a
través del “efecto derrame”. Mientras tanto, las políticas públicas atenderían las situaciones
de privación social más extrema. Nada más alejado del impacto que las políticas tuvieron en
toda la región.
2. La idea de programa “ciego” al género da cuenta de la invisibilidad y ausencia de la
perspectiva de género en la formulación, implementación y evaluación de la política pública
(Kabeer, 1998). Cabe recordar que el concepto género refiere a una construcción social
desigual basada en la existencia de jerarquías entre ambos sexos y a las consiguientes relacio-
nes de poder asimétricas que se generan a partir de allí.
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Límites en la agenda de reformas sociales
7. Hasta la fecha, el único país de la región que ha comenzado con un proceso de implemen-
tación del enfoque de derechos es Ecuador, que recientemente ha presentado su Plan Nacio-
nal de Desarrollo (2007-2010) donde explícitamente se incorpora el enfoque de derechos; al
respecto: SENPLADES (2007).
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Laura C. Pautassi
8. A lo largo del trabajo, sigo los principales postulados expuestos en Abramovich y Pautassi
(2006) y Pautassi (2007).
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Límites en la agenda de reformas sociales
1. El marco conceptual
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Límites en la agenda de reformas sociales
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10. Véase al respecto los trabajos contenidos en Courtis (2006), en especial Rossi (2006).
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Límites en la agenda de reformas sociales
11. Sin duda que la Corte Constitucional de Colombia es quien ha producido fallos ejempla-
res al respecto, pero también en los diversos países se van produciendo avances que dan
cuenta del reconocimiento de los DESC. Resulta interesante señalar que en países como
Argentina se está avanzado en una suerte de “judicialización” de la política social, habiéndose
interpuesto numerosas acciones de reclamo en materia de programas sociales. Ver al respecto:
Campos, Faur y Pautassi, 2007.
12. Abramovich y Courtis (2003) señalan que es erróneo el automatismo con el que se asocian
directamente las obligaciones positivas del Estado con la necesidad imperiosa de transferir
fondos públicos. Por el contrario, los autores insisten en el hecho de que si bien una de las
formas más características de cumplir con las obligaciones de hacer o de dar –especialmente
en materia de salud, vivienda– es directamente a partir de la provisión de fondos, sin embargo
existen las formas explícitas que tiene el Estado para satisfacer un derecho por otros medios.
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Laura C. Pautassi
13. De acuerdo con la clasificación sugerida por Abramovich y Courtis (2002). Los autores
hacen referencia además a otra diferenciación que usualmente se esgrime: que para los dere-
chos civiles y políticos corresponden obligaciones de resultados, mientras que para los econó-
micos y sociales corresponden obligaciones de conducta, lo cual trae aparejado consecuencias
concretas al momento de comprobar si un país ha violado o no un tratado internacional.
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20. Las acciones positivas son aquellos mecanismos que se utilizan para corregir la falta de
participación política y económica de las mujeres, razón por la cual se establece este tipo de
políticas que en los hechos significa que en igualdad de condiciones se le da prioridad a una
mujer sobre un varón. Ejemplo de este tipo de medidas son las leyes de cupo o de cuota, medidas
de promoción del empleo, en ámbitos considerados típicamente masculinos, entre otras.
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23. Comité DESC, Observación General 3, “La índole de las obligaciones de los Estados
Partes, párrafo 1 del art. 2 del Pacto”, párrafo 10, CELS (2006).
24. Para el Comité, esta obligación es de carácter inmediato, subrayando que las medidas
que el Estado debe adoptar para la plena efectividad de los derechos reconocidos “deben ser
deliberadas, concretas y orientadas hacia el cumplimiento de las obligaciones reconocidas
en el Pacto” (Comité DESC, Observación General 3, op. cit., párrafo 2). En todo caso le
corresponderá justificar al Estado por qué ha ido hacia otro lado o retrocedido, o por qué
no ha avanzado más rápido. En este sentido, la diligencia en la adopción de esas medidas no
puede presumirse. Corresponde al Estado, ante un reclamo concreto, y no a los ciudada-
nos, demostrar que se han realizado todos los esfuerzos posibles, teniendo en cuenta el
máximo de recursos disponibles: humanos, tecnológicos, de información, naturales y finan-
cieros, para cumplir con sus obligaciones en materia de derechos económicos, sociales y
culturales (CELS, 2004).
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Límites en la agenda de reformas sociales
25. Allí se destacan los lineamientos que está desarrollando la CIDH para la confección de
informes de países en el marco de cumplimiento del Protocolo de El Salvador (CIDH, 2008).
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26. La noción de ficción alude a que el Derecho crea un mundo propio, poniendo en
escena un juego de significantes y un sistema de representaciones que suelen romper
paradigmas de tiempo real y provocar experiencias semejantes a las narraciones de las
novelas (Marí, 2002, p. 375).
27. Esta recomendación busca advertir que las políticas que hoy se promueven bajo el
denominado posconsenso de Washington adoptan un discurso de derechos; en los hechos,
consisten en nuevas formas de programas focalizados con “filtro de derechos” que no incor-
poran los estándares del sistema de derechos humanos y mucho menos realizan una revisión
crítica de los perjuicios ocasionados por los programas asistenciales, que, entre otros efectos,
instauraron la idea de “beneficiarios” en desmedro de sujetos portadores de derechos.
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28. Gargarella (2005) señala que, en forma contraria a la práctica dominante durante años,
los programas económicos deben ajustarse al respeto de los derechos, y no los derechos
quedar dependientes de los programas de ajuste. La Constitución exige que nadie tenga sus
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intereses básicos sujetos a la esperanza del “derrame” económico, ni sus derechos condiciona-
dos al crecimiento de la riqueza.
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Bibliografía
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El Waterloo del Código Civil napoleónico.
Una mirada crítica a los fundamentos del
Derecho Privado Moderno para la construcción
de sus nuevos principios generales
Introducción
1. Molitor, Erich y Schlosser, Hans, Perfiles de la nueva historia del derecho privado, Barcelona,
Bosch, 1975.
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Sebastián Ernesto Tedeschi
2. El término es utilizado para dar cuenta cuando un modelo deja de responder a los fines para
los que fue pensado y se vuelve un instrumento cada vez más ineficaz para brindar soluciones
a los nuevos conflictos sociales.
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El Waterloo del Código Civil napoleónico
3. Sea éste el espacio del Municipio, Estados Provinciales, Nacionales o en forma potencial
los espacios regionales de integración como el Mercosur.
4. El concepto de “paradigma” es utilizado en los términos expuestos por Thomas S. Kuhn en
La estructura de las Revoluciones Científicas, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, y se
refiere a un modelo de consenso a partir de una revolución científica o tecnológica que
modifica la perspectiva histórica de la comunidad científica que la experimenta.
5. Marí, Enrique E., “Racionalismo y ficcionalismo en los criterios de legitimación del po-
der”, en Papeles de Filosofía, Buenos Aires, Biblos, 1993, p. 196.
213
Sebastián Ernesto Tedeschi
6. Wesenberg, Gerhard y Wesener, Gunter, Historia del Derecho Privado Moderno en Alemania
y Europa, Valladolid, Lex Nova, 1998.
7. Redactado y comentado por Winguläus Aloysius Frh. Von Kreittmayr, este código mantie-
ne la subsidiariedad del derecho común. Por eso sólo puede ser considerado como un precur-
sor de las codificaciones modernas.
8. Encargado por Federico Guillermo I como un código general basado en el derecho romano.
Los trabajos fueron comenzados por Samuel von Cocceji. Federico II, quien precisó mejor el
pedido solicitando “un derecho alemán general del territorio basado simplemente en la razón
y en la constitución del país”. Cocceji falleció en 1755, de tal manera que la obra fue
concluida por uno de sus colaboradores, Carl Gottlieb Svarez.
9. Marí, Enrique E., “La Interpretación de la ley, Análisis histórico de la Escuela Exegética y
su nexo con el proceso codificatorio de la modernidad”, en AA. VV., Materiales para una teoría
crítica del derecho, Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1991, p. 275.
10. Llamado así desde la Reforma del 3 de septiembre 1807 hasta la Ordenanza dispuesta por
la Restauración el 17 de julio y el 30 de agosto de 1816. Luego, en un decreto del 27 de marzo
de 1852 de Luis Napoleón, se le restituyó el nombre de Código de Napoleón.
214
El Waterloo del Código Civil napoleónico
11. Entre los Códigos de Europa se encuentran: el impuesto en Bélgica (1804) y adoptado por
Holanda (1811), Nápoles (1829), Cerdeña (1838), Italia (1865), Portugal (1867), España
(1889). En América del Norte tenemos el de Quebec [1866] y Louisiana [1870]. En América
del Sur, el de Perú (1852), Chile (1857), Argentina (1871), Brasil (1917); Haití (1825),
Bolivia (1830), Santo Domingo (1844) y aún en 1942 influyó en el Código Civil de Venezue-
la. Por último en Asia orientó al Código Civil de Japón (1898).
12. Marí, Enrique E., “La Interpretación de la ley. Análisis histórico de la Escuela Exegética
y su nexo con el proceso codificatorio de la modernidad”, op. cit., p. 258.
13. Tarello, Giovanni, Cultura jurídica y política del Derecho, México, Fondo de Cultura
Económica, 1995, pp. 41-46.
215
Sebastián Ernesto Tedeschi
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El Waterloo del Código Civil napoleónico
15. Tarello, G., Cultura Jurídica y política del derecho, op.cit., p. 48.
217
Sebastián Ernesto Tedeschi
218
El Waterloo del Código Civil napoleónico
19. de Trazegnies Granda, Fernando, Postmodernidad y Derecho, Lima, ARA Editores, 1996.
20. Mialle, Michel, “La forma de Estado: cuestión de método” en Crítica Jurídica Nº 1,
México, Universidad Autónoma de Puebla, 1984.
219
Sebastián Ernesto Tedeschi
21. Marí, Enrique, “El concepto de posmodernidad”, en Papeles de Filosofía II, 2ª ed., Buenos
Aires, Biblos, 1997, p. 274.
22. Quien desarrolla en extenso estos límites del derecho civil moderno es de Trazegnies
Granda, F., “El derecho civil ante la posmodernidad”, en Jurisprudencia Argentina, Buenos
Aires, 1990, pp. 1-19.
23. Formalista se refiere a una concepción jurídica del derecho moderno que pretende que
las decisiones jurídicas se justifiquen únicamente con referencia a otras reglas y a los hechos
determinados específicamente en las reglas mismas. (La cita corresponde a Roberto
Mangabeira Unger, Law in modern Society, citado por de Trazegnies Granda, F., Posmoder-
nidad y derecho, op. cit.)
220
El Waterloo del Código Civil Napoleónico
24. Irti, Natalino, La edad de la descodificación, Barcelona, Bosch, 1992. En esta obra distin-
gue entre leyes excepcionales y leyes especiales. Mientras las primeras, aunque violan la lógica
de los principios, no amenazan los calificativos de definitivo y completo reivindicado por el
Código, las últimas introducen derogaciones a los principios del Código Civil.
25. Irti, N., La edad de la descodificación, op. cit., p. 33.
26. Ibídem, p. 32.
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2. 4 El sujeto a la intemperie
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30. Ruiz, Alicia, “La Ilusión de lo Jurídico”, en AA. VV., Materiales para una Teoría Crítica del
Derecho, op. cit., p. 185.
31. En este sentido Alicia Ruiz en la obra precitada, sostiene que desde el derecho se constru-
ye una ilusión donde la realidad está desplazada y en su lugar se presenta otra imagen como
real. Instalada, esa imagen se torna determinante.
32. El surgimiento de la sociedad multicultural está bien tratado en la obra de Will Kymlicka,
Ciudadanía Multicultural, Buenos Aires, Paidós, 1996.
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33. Lorenzetti, Ricardo L., Las Normas Fundamentales de derecho privado, Santa Fe, Rubinzal-
Culzoni, 1995, p. 48.
34. Cf. Sforza, Widar Cesarini, El derecho de los particulares, Madrid, Civitas, 1986. Para el
autor el derecho colectivo es una categoría intermedia entre derecho público y derecho
privado. El derecho de los particulares es el que los mismos particulares crean para regular
determinadas relaciones de interés colectivo a falta, o por insuficiencia, de ley estatal.
35. En la doctrina argentina Ricardo L. Lorenzetti, como la denominación lo adelanta,
encuadra este derecho dentro del derecho privado.
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36. Luchar por la ciudadanía es luchar por la construcción de nuevos derechos. Es poner en
el espacio del debate público temas que antes se encontraban en la intimidad de las víctimas.
Politizar el daño sufrido es el primer paso en la construcción de nuevos derechos. Los
movimientos sociales y los agrupamientos colectivos en general son quienes cumplen un papel
fundamental en esta construcción.
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37. Arendt, Hannah, Condition del l´homme moderne, París, Calmann-Levy, 1982.
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38. Cf. Capella, Juan Ramón, Fruta Prohibida. Una aproximación histórico-teorética al estudio
del derecho y del Estado, Madrid, Trotta, 1997, pp. 260-265.
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41. Gordon, Robert W. “Cómo ‘descongelar’ la realidad legal: una aproximación crítica al
derecho”, en este mismo volumen.
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42. En los términos de Foucault se considera al poder no como un instrumento que unos
posean, sino como una situación estratégica en una sociedad determinada.
43. Tal como lo explicita Alicia E. C. Ruiz en “Aspectos ideológicos del discurso jurídico”, en
AA. VV., Materiales para una Teoría Crítica del Derecho, op. cit.: “Los blancos, los silencios, las
contradicciones, son signos desplazados del problema que, a través de tales huellas, revelan su
propia condición problemática. La ideología señala al negar, dice al callar, “revela en su
ignorar”. El par alusión/elusión, supone un discurso de desplazamiento, de implícitos, de lo
no dicho, en el cual los significantes siempre parecen ajenos, distantes, impropios de sus
significados”.
44. Para ver el desarrollo del principio “favor debitoris” y el paso al principio de “favor debilis”
y “a favor del consumidor”, cf. Lorenzetti, Ricardo L., Las Normas Fundamentales del Derecho
Privado, op. cit., pp. 97-103.
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El Waterloo del Código Civil napoleónico
46. Ferrajoli, Luigi, “El derecho como sistema de garantías”, en Derechos y garantías. La ley del
más débil, Madrid, Trotta, 1999, p. 25.
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Las marcas del vacío en
el discurso social
Nora Wolfzun*
Hace unos años, en su paso por Buenos Aires, el artista alemán Horst
Hoheisel propuso una mirada novedosa acerca de las marcas de la memo-
ria de nuestro pasado, específicamente referida a los monumentos de la
memoria. En tanto recordar el pasado se plasma en un esfuerzo de con-
ciencia que, lejos de ser claro y ordenado, suele ser fugaz y titilante, su
propuesta consistía en reemplazar los monumentos, huellas ostensible-
mente perceptibles en su materialidad, por anti-monumentos, es decir,
marcas de un espacio vacío que, desde su vacuidad, estimulen a la re-
flexión y a la producción de imágenes. Los monumentos en sitiales de
bronce, mármol o concreto rápidamente enmudecen en la “naturaliza-
ción” de algún sentido y, si acaso se habla de su demolición, vuelven a
cobrar vida. El espacio del vacío, en cambio, invita a la resignificación
permanente de una memoria que escapa a cualquier fijación semántica.
Tal como sucede en toda instancia de producción de sentido, el monu-
mento ordena y encauza el pasado al mismo tiempo que oculta la vitali-
dad subversiva de una memoria oscilante e incierta que sólo se vuelve
asible a través de su inevitable mediación: el nivel simbólico.
La propuesta de Hoheisel de una escucha reflexiva al interior del vacío
como enlace de lo visible con lo invisible nos acerca metafóricamente a la
idea nodal de este trabajo: la ponderación insoslayable de la dimensión
imaginaria en el discurso de las ciencias sociales en general y en el discur-
so jurídico en particular.
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1. Definiciones del Diccionario de uso del español, María Moliner, Gredos, Madrid, 1994.
Metáfora: tropo que consiste en usar las palabras con sentido distinto del que tienen propia-
mente, pero que guarda con éste una relación descubierta por la imaginación.
Metonimia: figura retórica que consiste en tomar el efecto por la causa, el instrumento por el
agente, el signo por la cosa, etc., o viceversa. Por ejemplo, no respeta las canas, dormir sobre
los laureles.
Sinécdoque: metáfora que consiste en designar una cosa con el nombre de otra que no es más
que una parte de ella, o con la materia de que está hecha, o con el de algo que lleva o usa.
Ironía: manera de expresar una cosa, que consiste en decir, en forma o con entonación que no
deja lugar a duda sobre el verdadero sentido, lo contrario de una cosa.
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Bibliografía
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“¡Identifíquese!”
Apuntes para una historia del control
de las poblaciones*
I. La identificación de personas
en los aeropuertos estadounidenses
* Originalmente publicado en AA.VV., Estudios sobre Justicia Penal. Homenaje al Prof. Dr.
Julio B. J. Maier, Buenos Aires, del Puerto, 2005.
** Profesor de Derecho Penal y Criminología de la Facultad de Derecho, Universidad de
Buenos Aires.
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9. Estos permisos eran un privilegio y no todos podían poseerlos. Según ordenanzas germanas,
debían destruirse los que estuvieran en posesión de gitanos, que por definición carecían del
derecho a tenerlos; Groebner, Describing the Person, Reading the Signs in Late Medieval and
Renaissance Europe, p. 19.
10. La palabra “tatuaje”, de origen polinesio, fue adoptada a fines del siglo XIX. El término
usado por los antiguos griegos y romanos para referirse a los dibujos en el cuerpo era el de
“estigma”, que luego sería sinónimo de marca infamante; Jones, Stigma and Tatoo, p. 1.
11. Sobre la abolición del pasaporte absolutista: Torpey, The Invention of the Passport, p. 29.
12. Noiriel, The Identification of the Citizen, pp. 28 y ss.
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El siglo XIX sería una época de verdadero laissez faire económico, re-
flejado en la abolición de “aduanas interiores”, pero el vagabundo, el po-
bre, seguía siendo sospechoso por definición (como dice la cita de Norman
con la que Torpey inicia su investigación) y deberían inventarse formas
específicas de controlarlo sin obstaculizar la libertad de mercaderías e
incluso de trabajadores.
Aunque los controles identificatorios serían una excepción hasta el si-
glo XX, es entonces en la constitución de los Estados nacionales durante
la modernidad industrial o estricta contemporaneidad cuando se gestó el
control biopolítico al que responden los controles aeroportuarios que he
mencionado, pues la construcción de una identidad nacional requería de
la identificación de los “ciudadanos”. La nueva lógica identificatoria cons-
truirá “identidades” nacionales atacando las diferencias culturales.13 Éste
será el primer intento de controlar “incluyendo”, aunque a la vez generará
una nueva forma de “exclusión”.
Se produjo entonces un aumento de las burocracias estatales y un refi-
namiento eficientista de los controles poblacionales. Esto tendría terri-
bles consecuencias en el siglo XX, y que aún son de temer.
Por un lado, los censos fueron mejorados e implementados en gran
escala: desde 1790 los recién independizados Estados Unidos realizaron
un censo general de la población cada diez años, e Inglaterra organizó el
primer censo moderno en 1801 con la finalidad de saber cuántos jóvenes
podían luchar en las guerras napoleónicas.14 Para evitar el incumplimien-
to con las obligaciones militares, en Francia se obligó a toda la población
(en especial los judíos) a inscribirse en los recientes registros estatales, que
serían controlados desde 1820 por el Ministro de Justicia y los fiscales.15
Por otro lado, aparecieron sistemas de control relacionados con el siste-
ma penal. Los nacientes cuerpos de policía recibieron la legitimación de
los sistemas penales liberales pero no sus límites, que estarían reservados
–en todo caso– al proceso de imposición de condenas. El Código de Ins-
trucción Criminal francés de 1808 es buen ejemplo de ello.16 Foucault
evocó la presentación de su texto, formulada por el jurista del régimen
napoleónico Treilhard, en la cual se advertía que “el procurador no debe
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tener como única función la de perseguir a los individuos que cometen infrac-
ciones; su tarea principal y primera ha de ser la de vigilar a los individuos
antes de que la infracción sea cometida. El procurador no es sólo un agente de
la ley que actúa cuando ésta es violada, es ante todo una mirada, un ojo
siempre abierto sobre la población. El ojo del procurador debe transmitir las
informaciones al ojo del Procurador General, quien a su vez las transmite al
gran ojo de la vigilancia que en esa época era el Ministro de la Policía”.17
La policía, como la prisión, hunde sus raíces en las prácticas adminis-
trativas del Antiguo Régimen. Recordaba Maier que tanto la institución
hoy conocida como “policía” como el concepto que representa su base
material tuvieron su origen en la consolidación del Estado moderno y en
su primera configuración política: el absolutismo monárquico.18 Pero,
como continúa el autor al que le rendimos homenaje, fue con la limita-
ción liberal al Estado que se impuso una tarea de “evitar peligros”, para lo
que se organizó una “policía” propiamente dicha.19
Los primeros cuerpos policiales, los ingleses y los franceses, repre-
sentaron modelos diferentes dadas las características políticas de cada
Estado. La policía de Londres, creada en 1829 por Robert Peel como
una herramienta más en su búsqueda de racionalización del sistema
penal, 20 no fue una policía política sino una local y más cercana a los
propietarios comerciales e industriales, que exigían sistemas para cas-
tigar e impedir los ilegalismos populares.21 En contra de este modelo
más civil, la policía francesa, la Gendarmerie heredera en 1791 de la
absolutista Marecheuse, siguió un modelo centralizado, jerarquizado,
militarizado y disciplinario. 22
Pero, en ambos casos, el moderno Estado liberal adoptó las formas
policiales de control para “incluir” a los ciudadanos y “excluir” a los sos-
pechosos. Estas formas, como he señalado más arriba, tienden a escapar a
los límites del derecho. Y lo hacen tanto por su pretensión de actuar
como un no-derecho cuanto por el tipo de actividad y objetivos que per-
siguen. La policía, como cuerpo burocrático, se convirtió a sí misma en
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23. Recasens, Aquellas aguas trajeron estos lodos: la burguesía y los orígenes del aparato
policial, p. 295.
24. Foucault, Vigilar y castigar, p. 216.
25. Foucault, “Omnes et singulatium : hacia una crítica de la razón política”, y “La
gobermentabilidad”.
26. Citado por Caplan, This or That Particular Person, p. 49.
27. Caplan, This or That Particular Person, p. 65.
28. Hoy ampliamente difundido en la criminología y el derecho penal. Su origen en la
sociología: Beck, La sociedad del riesgo; Giddens, Consecuencias de la modernidad.
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29. Feeley y Simon, Actuarial Justice: The Emerging New Criminal Law, pp. 185 y ss.
30. Ericson y Haggerty, Policing the Risk Society, p. 23.
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40. También creía que este método sería el más eficaz para erradicar finalmente el delito, igual
que para erradicar la guerra entre Estados si es que se universalizaba tal sistema. Mencionó a
Girardin como un anticipado al abolicionismo; Zaffaroni, Girardin: abolicionismo entre el
Segundo Imperio y la Tercera República francesa.
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las mesas de saldos de las librerías de la calle Corrientes: Ottin, Frenología, por el Dr. Gall.
Fisiognomía, por el Dr. Lavater.
47. Kaluszynski, Republican Identity, p. 127.
48. Que discutirían sobre si tales marcas eran muestras de atavismo o degeneración, Caplan,
National Tattooing, p. 156.
49. Cole, Suspect Identities, pp. 37 y ss.
50. Cole, Suspect Identities, p. 49.
51. Ruggiero, Fingerprinting and the Argentine Plan for Universal Identification in the Late
Nineteenth and Early Twentieth Centuries, p. 189.
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52. Que era una “tabla de salvación” para Lombroso, y que en el reformatorio de Elmira en
New York se utilizó para calcular, mediante promedios, las proporciones del “cuerpo crimi-
nal”; Cole, Suspect Identities, p. 57.
53. Cole, Suspect Identities, p. 31.
54. Álvarez Uría, Miserables y locos, p. 214.
55. Mattelart, La invención de la comunicación, p. 291.
56. Obligación que perduró hasta 1969 (Kaluszynski, Republican Identity, p. 137), aunque
hubiera facilitado la obra exterminadora de estas personas emprendida por los nazis.
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57. Ruggiero, Fingerprinting and the Argentine Plan for Universal Identification in the Late
Nineteenth and Early Twentieth Centuries, pp. 185-186. Drago defendería luego las ventajas
del “bertillonaje” sobre el sistema de Vucetich y lo acusaría de plagiario; Cole, Suspect
Identities, p. 129.
58. Paralelamente el inglés Henry estudiaba otro sistema para aplicarlo a los mismos fines.
59. Sobre la historia de la fotografía en la Argentina: Cortés, Iconografía de la violencia:
imágenes de la guerra, imágenes del desvío. La unión entre Estado y fotografía empezó en la
presidencia de Urquiza, quien mandó a retratar a los constituyentes en 1853, y de los
fotógrafos oficiales en las campañas contra el Paraguay, contra los indios del Desierto y contra
los caudillos del Interior. Algunos años más tarde se enlazaron la tecnología visual y el control
policial: junto al surgimiento de las cédulas de identidad debe ubicarse la decisión del comisario
Álvarez –que luego sería el famoso literato Fray Mocho– de organizar en 1887 una galería de
imágenes de criminales célebres que integraban el conjunto de conocimientos de la institución
policial y que servía, también, como alerta a la población civil. La imagen se tornará, así, un
trofeo que premia el accionar policial, una garantía de los aciertos de las concepciones higienistas
y de las instituciones que las administran; Rogers, Galería de retratos para el Estado: Identidades
y escritura en “casos” argentinos de fines del siglo XIX (1887-1897).
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una afectación al honor que iba más allá de la condena.63 Esta reacción era
natural cuando apenas se estaban eliminando las penas infamantes, here-
dadas de las “marcas” realizadas en el Antiguo Régimen para identificar a
los convictos.64 Pero otros jueces, como el bonaerense Octavio González
Roura, lograron imponer un sistema de registro que en 1902 tendrá ca-
rácter general. González Roura formó junto a Acevedo y a Lozano la co-
misión redactora del Código Procesal Penal de la provincia de Buenos
Aires de 1906, que fue el primer ordenamiento con preceptos referidos a
la aplicación del sistema de Vucetich, algo que luego se extenderá a otras
legislaciones. Finalmente, este registro se concretó legalmente y con ca-
rácter nacional en 1933, con el nombre de “Registro Nacional de Reinci-
dencia y Estadística Criminal”.
Este proyecto de gobernabilidad, no obstante, fue antes policial que
legal. La fijación de determinadas identidades permitía actuar a la policía
sobre una clientela habitual y, además, justificaba su accionar permanen-
te para corroborar la identidad, algo que comenzó a permitirse en los
edictos policiales subsiguientes. Sozzo indicó que ese proyecto sigue sien-
do el que sostiene las actuales prácticas policiales.65 El “prontuario” se
creó con la ordenanza general de la Policía de Buenos Aires del 10 de
octubre de 1905, según la cual debía remitirse a todo detenido recibido
en calidad de encausado (y también a toda persona cuya libertad se hu-
biera dispuesto por no poseer esa calidad) para los fines de su entrada en
el registro policial o de comprobar su identidad. Ello daría origen a un
archivo policial, en el que constaría una galería de individuos identifica-
dos por sus datos de estado civil, filiación morfológica, impresiones
digitales, antecedentes judiciales y policiales, adunándosele una fotogra-
fía en los casos en que “sea peligroso por otros motivos y convenga preve-
nir su observación ulterior”. Esa fotografía debía tomarse en las condicio-
nes normales del causante en la vida ordinaria, por su actitud, ropas,
peinado, barbas, etcétera.66
63. Ruggiero, Fingerprinting and the Argentine Plan for Universal Identification in the Late
Nineteenth and Early Twentieth Centuries, p. 188.
64. Sobre tales “marcas” como origen de la identificación de personas: Groebner, Describing
the Person, Reading the Signs in Late Medieval and Renaissance Europe, p. 22; Cole, Suspect
identities, p. 7.
65. Sozzo, ¿Hacia la Superación de la Táctica de la Sospecha?
66. La ordenanza completa en Martín, Lo policial como necesidad.
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67. Ruggiero, Fingerprinting and the Argentine Plan for Universal Identification in the Late
Nineteenth and Early Twentieth Centuries, pp. 192-193.
68. Salessi, Identificaciones científicas y resistencias políticas.
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tenían que tener una tarjeta con foto y huella digital que identificara si
era nacional o extranjero; en ambos casos, constaría en rojo el estigma
“judío” si fuera el caso. A pesar de este vergonzoso recuerdo, el DNI per-
manecerá tras la victoria aliada en la II Guerra Mundial, aunque sin la
obligatoriedad desde 1955 (el “por las dudas” hizo que casi todos los
franceses –acostumbrados a una maquinaria estatal vigilante– solicitasen
este documento; por otro lado, el número único de control sería también
el considerado por la seguridad social en el naciente Estado de bienestar
que imitaba el modelo del New Deal en Europa).
También en Inglaterra las amenazas de la II Guerra Mundial motiva-
ron la creación de una identificación universal. La justificación de esta
medida, ya deseada estatalmente, era la de detectar a los extranjeros sos-
pechosos de espionaje. Sin embargo, no hay antecedentes judiciales de
que se hayan detectado, ni evitado, bombardeos, espionajes o sabotajes
gracias a este método. Por el contrario, sí existen condenas por falsificacio-
nes y también varios procesos que demostraron, posteriormente, el recha-
zo de una población cuidadosa de su intimidad y seguridad: para el año
cincuenta un ciudadano judío fue acusado de no registrarse en todos esos
años (éste argüía, razonablemente, que en caso de haberse completado la
invasión nazi ese registro en papel de su nombre era su segura deporta-
ción a un campo de concentración); y una ciudadana se quejaba de las
continuas molestias ocasionadas por un policía que la conocía perfecta-
mente, pero le exigía la identificación. Finalmente, en 1952, un juez
señaló la ilegalidad de la tarjeta identificatoria que convertía a los ciuda-
danos en sospechosos, y en 1953 se prohibió legalmente a la policía exigir
la identificación al carecer de razonabilidad una medida implementada
sólo para la duración de la guerra.74
La carta de identidad universal desapareció así de Inglaterra, aunque
ahora su gobierno quiera reimplantarla. En Estados Unidos nunca llegó a
implantarse a nivel disciplinario, pero persistiría la identificación de los
74. Agar, Modern Horrors, pp. 110-111. Socialmente, además, se considera antipática por ir
en contra de la “identidad británica”: exigir identificaciones es para ellos una “prusificación”.
A pesar de todas estas oposiciones, actualmente existen tentativas serias de introducir el
“odiado” carnet de identidad, motivadas tanto por la política antiterrorista cuanto por el
ingreso a la Unión Europea. Probablemente cuando este artículo se publique el gobierno
laborista ya habrá aprobado la ley que obliga a todos los británicos a portar esta identificación
en un plazo de entre dos y diez años.
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77. Cole, Suspect Identities, p. 252 y ss.; Lyon, Surveillance after September 11, pp. 63 y ss.
78. El iris del ojo se ha utilizado desde principios de la década del 90 en aeropuertos de
Holanda y Canadá; Lyon, Surveillance after September 11, p. 71.
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controlen pidiéndonos unos papeles sino que bastará con pedirnos colocar
el dedo sobre un sensor conectado al sistema que contenga los datos de
todos. El control de los aeropuertos estadounidenses tiene la finalidad de
impedir el ingreso de algunos de los “sospechosos” previamente identifi-
cados, así como la de los que no existan en la base de datos.79
Además, esa técnica sirve para ir confeccionando una lista en la que
constemos todos. Después del 11 de septiembre el Congreso estadouni-
dense instó a la introducción del reconocimiento dactilar y fotográfico en
las licencias de conducir y de inmigración, y tras ello enviar una copia
con el fin declarado de crear una gran base de datos única de huellas de
ciudadanos. Ello se une a la mencionada Enhanced Border Security and
Visa Reform Act, que es la que ordena la expedición de visados biométricos
para los 250 millones de extranjeros que entran cada año al país. No es de
extrañar, entonces, que se plantee finalmente introducir un sofisticado
sistema de carnets de identificación para todos los ciudadanos.80 Esto
facilitaría la formación de una base de datos que, de cualquier forma, ya
puede formarse con toda la información que vamos dejando en toda nues-
tra vida diaria. Las compañías comerciales ya lo realizan, ilegalmente,
para vendernos productos o saber si somos solventes. Pero a pesar de aque-
llos que critican al mercado y solicitan más Estado (sin distinguir la acti-
vidad de éste), más preocupación debería causarnos saber que esa base de
datos, en la que se incluye hasta el ADN, está siendo confeccionada por
las burocracias de los Estados Unidos, quién sabe con qué fines.81
También en ello otros Estados le llevan la delantera. Wacquant denun-
ció cómo Francia y Holanda aprovechan los ingentes datos sobre indivi-
duos acopiados por los Estados de bienestar que se desplazan ahora, al igual
que los Estados Unidos, hacia el control penal: la etapa siguiente en el
estrechamiento de la vigilancia informatizada de las poblaciones precarias
79. No debe descartarse la importancia de los “falsos positivos”. Si lograra crearse un método
que tuviese un 99 por ciento de efectividad (algo muy difícil hoy en día), miles de los millones
de pasajeros aéreos podrían ser confundidos con alguno de los “parias” señalados en la base de
datos por algún antecedente judicial o por lo que los servicios de inteligencia consideren
“estigma” determinante.
80. Lyon, Surveillance after September 11, p. 72.
81. En Europa se han creado organismos independientes para proteger esos datos de carácter
personal ante posibles utilizaciones ilegítimas por parte de empresas o del propio Estado; Calvo,
La protección de datos de carácter personal; y Hassemer y Chirino, El derecho a la autodeter-
minación informativa y los retos del procesamiento automatizado de datos personales.
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