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El mito no niega las cosas (de hecho, se pasa hablando de ellas), pero sí las simplifica y busca
purificarlas. Al suprimir la complejidad de las cosas, el mito tranquiliza.
Dice Barthes: «Al pasar de la historia a la naturaleza, el mito efectúa una economía: consigue
abolir la complejidad de los actos humanos, les otorga la simplicidad de las esencias, suprime la
dialéctica, cualquier superación que vaya más allá de lo visible inmediato, organiza un mundo
sin contradicciones puesto que no tiene profundidad, un mundo desplegado en la evidencia,
funda una claridad feliz: las cosas parecen significar por sí mismas».
Los hombres no están en una relación de verdad respecto del mito. Es una relación de uso. El
mito se utiliza de acuerdo con necesidades e intereses específicos. Por ello, dice Barthes, un
lenguaje verdaderamente revolucionario no puede ser un lenguaje mítico: «La revolución hace
el mundo y su lenguaje, todo su lenguaje es absorbido funcionalmente en ese hacer. Porque
produce un habla plenamente —es decir política al comienzo y al final, y no como el mito, que
es un habla inicialmente política y finalmente natural— la revolución excluye el mito».
El mito tiende al proverbio. Los productores de mitos invierten allí sus intereses esenciales y los
presentan como verdades de la naturaleza. Son máximas que apuntan hacia el universalismo, al
rechazo de la explicación, a jerarquías inalterables del mundo. La mitología está más cercana a
la serialidad y a la obediencia que a la educación y a la crítica. Y la apuesta que hace Barthes en
Mitologías radica justamente en la exigencia de agudizar la mirada. Una mirada que, dicho sea
de paso, ha ido perdiendo progresivamente su valor en un mundo cada vez más prisionero de
los productores de mitos.
Mitologías
31 Octubre, 2017
http://www.cartonpiedra.com.ec/noticias/edicion-n-313/1/mitologias