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No comenzó a interesarse por la pedagogía hasta que, haciendo el balance de uno de los

trimestres, decidió experimentar con los niños. Calculó la puntuación media de cada uno de
sus alumnos y, en correspondencia con la puntuación obtenida, distribuyó los puestos del
primero al último. Colgó la hoja de notas y, cuando el chico que ocupaba la última posición (un
buen estudiante que, como comprobó después, había enfermado de tuberculosis, haciendo
que esto influyera en sus notas) se vio en el tablón, el muchacho entró en un profundo estado
de amargura. Esto conmocionó a Makárenko. El joven maestro comprendió que para educar
no sólo le hacía falta tener grandes conocimientos y ser un buen profesor, sino también
comprender las peculiaridades de la vida de cada estudiante, tener en cuenta sus rasgos
personales para influir en ellos."(Wikipedia)

Disciplina
En mi informe acerca de la disciplina yo me había permitido poner en duda el acierto de tesis
que entonces eran reconocidas generalmente y que afirmaban que el castigo no hace más que
educar esclavos, que se debía dar libre espacio al espíritu creador del niño y, sobre todo, que era
preciso hacer hincapié en la auto organización y en la autodisciplina. Me permití sostener el punto
de vista, para mí incuestionable, de que, mientras no existiera la colectividad con sus organismos
correspondientes, mientras faltasen la tradición y los hábitos elementales de trabajo y de vida, el
educador tendría derecho a la coerción, a cuyo empleo no debía renunciar. También afirmé que
era imposible fundamentar toda la educación en el interés, que la educación del sentimiento del
deber se hallaba frecuentemente en contradicción con el interés del niño, en particular tal como lo
entendía él mismo. A mi juicio, se imponía la educación de un ser resistente y fuerte, capaz de
ejecutar incluso un trabajo desagradable y fastidioso si lo requerían los intereses de la
colectividad. (Libro primero, capítulo 17)

Defensa de la instrucción militar


No sé por qué —probablemente por un instinto pedagógico ignoto para mí—, me aferré a la
instrucción militar. (...) Después del trabajo, dedicábamos todos los días una o dos horas a esos
ejercicios, en los que participaba toda la colonia. (...) A los muchachos les gustaba mucho todo
esto, y pronto tuvimos fusiles de verdad, porque se nos aceptó con alegría en las filas de la
instrucción militar general, ignorando artificialmente nuestro tenebroso pasado de infractores de la
ley. Durante la instrucción, yo era severo e inflexible como un auténtico jefe; los muchachos
aprobaban plenamente tal actitud. Así sentamos el comienzo del juego militar, que debería ser más
tarde uno de los motivos fundamentales de toda nuestra vida.
Yo observé ante todo, la influencia positiva que ejercía el porte militar. Cambió por completo el
aspecto del colono: se hizo más esbelto y más fino, dejó de recostarse en las mesas y en las
paredes, podía mantenerse libre y airoso sin necesidad de soportes. Ya los nuevos colonos
empezaron a distinguirse notablemente de los viejos ahora iban con la cabeza erguida y
empezaban ya a echar al olvido su costumbre de tener siempre metidas las manos en los bolsillos.
(...)
Por aquel tiempo, precisamente, fue introducida en la colonia la regla de responder a cada
orden, en señal de aquiescencia y de conformidad, con las palabras “a la orden”, contestación
magnífica que se subrayaba con el amplio saludo de los pioneros. (Libro primero, capítulo 23)

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