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y el frailejón si es de
María Ángela Dávila
Bogotá D.C.,
Páramos aledaños, Colombia.
α
Ovidio, Metamorfosis1
1
Libro III, en la traducción de Josefa Cantó Llorca,
editorial Gredos.
Bebía sorbos, nunca tragos largos.
Las burbujitas le dolían, como si
tragara una materia dura, que era
la misma sed del cactus. El día
antes habían vuelto a bombardear
Irak. Y Santa Fe había empatado.
El día antes había dormido hasta
tarde, y también se había
masturbado. El día antes, el día
antes. Hoy bebía sorbos, y alguien
se sentaba a su costado.
Leía el periódico sobre la
mesa, como una botella de papel,
junto los otros fermentados. Leer
un periódico en la noche es
siempre fermentar su pequeña
bacteria de instantes empozados,
los periódicos son ese tipo de
pantanos. Las ranas croando las
mismas palabras, siempre, y los
zancudos desangrando a los
turistas desprevenidos. Al
ahogado. Mordida de cocodrilo,
nenúfares, las calcomanías de la
cerveza flotan en el reguero de
charcos.
El día antes escriben los
periódicos, el día después los leen,
mientras se escribe la lectura de
mañana, siempre está escrita la
profecía de la actualidad, leemos la
farsa de la gramática, tiempos
presentes que no son, pretéritos,
adelgazados siempre, por un día de
diferencia, el día antes
bombardearon Irak. Y Santa Fe
empató. El día antes, adivinó.
Crujió las botellas
amontonadas, las mandó recoger y
pidió sentarse en la mesa larga.
Alguien más leía a su derecha, y en
seguida un muchachito renunciaba
a su cerveza, tibia, con baba
submarina. La señora del
periódico, pensó, era una pequeña
caricatura del día de hoy, después
de las hojas largas con imágenes
de guerra, de guitarristas con
calvicie y sudokus imposibles,
estaba él, el niño de diecisiete,
como un día después, como un
futuro sentado, cubierto por las
hojas de periódico, no se veía el
rostro, pero se asomaba entre las
pistas del reojo.
Él era el día después del
periódico, pensó. Y quiso leer el
futuro, en una mano, que era lo
único que se descubría de él, al
otro lado del papel doblado.
β
Sófocles, Antígona3
3
Tragedias de Sófocles, en la traducción de Assela
Alamillo de la editorial Gredos.
Y cuando menos pensó, la
mujer cerró el periódico y él creyó
tener la sensación de adivinar al
muchacho en el rabillo de su
cuerpo. Lo veía sentado,
enroscado, buscando la chaqueta,
de pie, olvidando su sitio, y,
sentándose a su lado.
Ni Casandra ni Tiresias, ni
Delfos ni médiums, ni ninguna
profecía. Tuvo la sensación de que
veía el día después, porque lo vio
acercándose, y cuando lo supo
suyo, era el presente el que creía
adivinado, las manos que creía
leídas lo estaban manoseando,
estaba más adentro del tiempo,
estaba en el sexo de un niño de
diecisiete años. El destino es un
flirteo. Y el tiempo es el sexo que
nos hace, hijos siempre, Edipos
ciegos y acordeones de suerte: los
botones de un acordeón no soplan
si no se oprime la fuerza del
silencio en el fuelle, abdominales
del viento, aire caliente que nos
estruja hacia el sonido del
instante, creciendo, sin ojos, hacia
la sangre.
Las manecillas
son dos serpientes
que el adivino desprende.
δ
4
Ibídem. En la traducción de Assela Alamillo de la
editorial Gredos.
Páramo de libritos,
cada uno de estos ejemplares
está numerado, así: