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tiresias

Un cuento sobre augurios


© Edición y textos
de José Gabriel

Trille, pegue, huela


o haga lo que quiera
con los copyrights,

© Eso sí, la portada es de Biz:


http://biz-absurdismo.tumblr.com

y el frailejón si es de
María Ángela Dávila

Primera edición de octubre de 2016.

Bogotá D.C.,
Páramos aledaños, Colombia.
α

Ovidio, Metamorfosis1

1
Libro III, en la traducción de Josefa Cantó Llorca,
editorial Gredos.
Bebía sorbos, nunca tragos largos.
Las burbujitas le dolían, como si
tragara una materia dura, que era
la misma sed del cactus. El día
antes habían vuelto a bombardear
Irak. Y Santa Fe había empatado.
El día antes había dormido hasta
tarde, y también se había
masturbado. El día antes, el día
antes. Hoy bebía sorbos, y alguien
se sentaba a su costado.
Leía el periódico sobre la
mesa, como una botella de papel,
junto los otros fermentados. Leer
un periódico en la noche es
siempre fermentar su pequeña
bacteria de instantes empozados,
los periódicos son ese tipo de
pantanos. Las ranas croando las
mismas palabras, siempre, y los
zancudos desangrando a los
turistas desprevenidos. Al
ahogado. Mordida de cocodrilo,
nenúfares, las calcomanías de la
cerveza flotan en el reguero de
charcos.
El día antes escriben los
periódicos, el día después los leen,
mientras se escribe la lectura de
mañana, siempre está escrita la
profecía de la actualidad, leemos la
farsa de la gramática, tiempos
presentes que no son, pretéritos,
adelgazados siempre, por un día de
diferencia, el día antes
bombardearon Irak. Y Santa Fe
empató. El día antes, adivinó.
Crujió las botellas
amontonadas, las mandó recoger y
pidió sentarse en la mesa larga.
Alguien más leía a su derecha, y en
seguida un muchachito renunciaba
a su cerveza, tibia, con baba
submarina. La señora del
periódico, pensó, era una pequeña
caricatura del día de hoy, después
de las hojas largas con imágenes
de guerra, de guitarristas con
calvicie y sudokus imposibles,
estaba él, el niño de diecisiete,
como un día después, como un
futuro sentado, cubierto por las
hojas de periódico, no se veía el
rostro, pero se asomaba entre las
pistas del reojo.
Él era el día después del
periódico, pensó. Y quiso leer el
futuro, en una mano, que era lo
único que se descubría de él, al
otro lado del papel doblado.
β

Tiresias, old man with wrinkled dugs


Perceived the scene, and foretold the rest
I too awaited the expected guest.
He, the young man carbuncular, arrives,
A small house agent’s clerk, with one bold
stare,
One of the low on whom assurance sits
As a silk hat on a Bradford millionaire.2

T.S Eliot, The Wasteland

2 /Yo, Tiresias, viejo de arrugados pezones, /percibí


la escena y predije el resto/ Yo también esperé al
esperado. /El, el joven purulento, empleado de una
pequeña casa, llega con una intrépida mirada, /uno
de esos modestos seguros de sí mismos/ como
cuando un sombrero se sienta en la cabeza /de un
millonario de Bradford./ Traducción de Harold
Alvarado Tenorio.
Jamás en su vida había
sentido tanta vocación de
adivinador, no tenía cartas, y una
vez oyó decir que su tío había
tenido un ojo de cristal, pensó,
¿heredaría las fibras de adivino?,
habría un gen de la mutilación,
¿podría heredar un pie amputado?
No, imposible, y rehusó la tristeza
de su papá, lo recordó viudo y
aparto la mutilación de su soledad.
Oyó que el muchacho seguía
tarareando un vallenato. En el
futuro, al menos sabía, los
acordeones no soplaban en el
anonimato. Su trabajo de oráculo,
de adivinar ese futuro que rezaba
los vallenatos de Diomedes, se
estaba disipando, y cada vez leía
con más dificultad esas manos.
Cuando se sintió más ciego pensó,
Leandro Díaz es el más griego de
los vallenatos, es ciego y canta con
el silencio de los ojos en nublados,
como Ulises atado el mástil de su
barco. Diomedes, en cambio, es un
cadáver de la Ilíada, sintió por él
un poco de asco.
El niño miró con perplejidad
por la ranura de papel periódico.
Quiso llamarlo, pero su lengua
estaba dormida por un punzón
amargo, una palabra, ningún
tabaco. Eso es el lenguaje, un
sabor en la vía contraria del
alimento. No hay digestión del
nombre, la saliva no puede y lo
escupe dentro de los objetos.
γ

Sófocles, Antígona3

3
Tragedias de Sófocles, en la traducción de Assela
Alamillo de la editorial Gredos.
Y cuando menos pensó, la
mujer cerró el periódico y él creyó
tener la sensación de adivinar al
muchacho en el rabillo de su
cuerpo. Lo veía sentado,
enroscado, buscando la chaqueta,
de pie, olvidando su sitio, y,
sentándose a su lado.
Ni Casandra ni Tiresias, ni
Delfos ni médiums, ni ninguna
profecía. Tuvo la sensación de que
veía el día después, porque lo vio
acercándose, y cuando lo supo
suyo, era el presente el que creía
adivinado, las manos que creía
leídas lo estaban manoseando,
estaba más adentro del tiempo,
estaba en el sexo de un niño de
diecisiete años. El destino es un
flirteo. Y el tiempo es el sexo que
nos hace, hijos siempre, Edipos
ciegos y acordeones de suerte: los
botones de un acordeón no soplan
si no se oprime la fuerza del
silencio en el fuelle, abdominales
del viento, aire caliente que nos
estruja hacia el sonido del
instante, creciendo, sin ojos, hacia
la sangre.
Las manecillas
son dos serpientes
que el adivino desprende.
δ

Sófocles, Edipo Rey4

4
Ibídem. En la traducción de Assela Alamillo de la
editorial Gredos.
Páramo de libritos,
cada uno de estos ejemplares
está numerado, así:

Ojalá hayas disfrutado


de este frailejón,
con sus hojas de texto
y las flora de su ilustración.

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