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LA MARCA DEL ANGEL

By Melisa Caro

Esta historia es extraída de las calles de Barranquilla. Tiene como personaje principal un
colombiano promedio, lleno de problemas, benevolente, pintoresco... sin duda, con
características especiales que lo diferencian de cualquier otro ciudadano del mundo.
Características que muchas veces lo autodenigran como ciudadano.

Podemos describir a nuestro nuevo amigo como un hombre optimista hasta en las peores y más
difíciles situaciones que se puedan presentar, incluida la eutanasia; adulador por naturaleza, lo
cual viene adherida de forma intrínseca en las personas que como él, nacen en algún lugar entre
El Cabo de la Vela y Leticia; no puede vivir sin regionalismos, intentando encajar en un grupo
social, ah! y no puedo dejar por fuera lo nacionalista y patriótico que es cuando le conviene.

Había algo particular en la vida de Mario, era un sueño que tenía de manera reiterada, pero al
que él no le daba tanta mente. En sí el sueño no era el mismo, sólo era un elemento del sueño
que aparecía casi todas las noches desde que era un muchacho, la figura de una media luna, que
no solo aparecía en el cielo, sino en cualquier parte.

Ese es, ese es Mario Maldía; sí, su apellido no lo ayudaba mucho, pues de hecho les comentaré
un episodio sin igual de su vida, y tal vez el punto de partida para recibir un inesperado giro en su
agitada, pero indiferente vida.

21 de mayo de 2004, amanecía y ya Mario estaba bebiendo una taza de tinto a las 4:00 de la
mañana, cambiado y listo para empezar el día. Su esposa lo despedía con un beso, y como de
costumbre se asoma al cuarto de sus dos hijas para echarles la bendición, mientras están
dormidas. Toma su celular y se marcha.
8:00 de la mañana. Mario va por la avenida Murillo, excediendo el límite de velocidad permitido
para las busetas que circulan por la ciudad. La radio va a todo volumen y los pasajeros van
haciendo caras de desagrado mientras nuestro chofer trata de sobrepasar a la buseta 408 al
tiempo que trata de alejarse de la 204 que le viene pisando los talones.

Por la mente de Mario estaba completar el dinero que el Chino le iba a cobrar por la noche a su
esposa. Eso lo traía estresado. Siempre tenía una culebra al acecho. Esa era su vida, pagar
intereses.

Cuando llegó al semáforo de la calle Murillo con carrera 14, se sube a la buseta una señora de
aproximadamente 30 años, con un bebé recién nacido en brazos. Se sienta en la silla que está al
lado del chofer, y sin dar explicaciones paga el pasaje incompleto. La apariencia de la mujer era
como de una prostituta, que, según el pensamiento de Mario, tenía una cara de amargura y
resentimiento.

No llevaba aún dos cuadras cuando la mujer empezó a refunfuñar del bebé que llevaba en brazos.

--¡Ass! este pelao me tiene aburrida, ya estoy cansada de él. No me deja trabajar, ni hacer nada.
Lo quiero dejar por ahí botado en un CAI para deshacerme de él.

A lo que Mario con gran asombro le contesta:

--Pero, ¿qué dice usted?, esa es una criaturita de Dios, es un angelito. Si lo quiere regalar déjemelo
a mí.

Y con una sonrisa Mario creyó había calmado a la horrible mujer. El pensaba que ella no hablaba
en serio, y que sólo estaba pasando un mal día. Luego de eso no hubo más cruces de palabras.
Solo se oía la música de la emisora a un volumen imprudente.

Al llegar a la parada de Metrocentro, la mujer acomoda al bebé en la silla y se levanta de su


asiento.

-- Ahí se lo dejo y gracias por ayudarme.

Dice la mujer al desprevenido chofer, quien queda mudo ante el desalmado gesto de aquella
pasajera.

Mario no reacciona ante la inusual situación que vivía, solo se reincorpora cuando ve a la buseta
204 rebasarlo.

En la Pechichona, nombre que nuestro amigo le dio a su buseta, solo estaban tres pasajeros en la
última banca. Estos no se habían percatado de lo sucedido y dado el alto volumen de la música,
todo había quedado entre Mario y la mujer.
La velocidad disminuyó drásticamente, mientras nuestro personaje piensa rápidamente lo que va
a hacer.

Toma el celular y llama a su esposa, que en ese momento estaba ocupada en labores del hogar.

--Mija cámbiate y llega al tiempo del portal de soledad, pero apúrate que ya estoy llegando.

--¿qué pasa Mario? ¿Me vas a entregar algo? ¿Plata? No me asustes, ¿Qué sucede?

Para no prevenir a su esposa Mario le dice:

--Si mija es un encargo que van a recoger a la casa. Bueno hablamos, te veo allá.

Al llegar al reloj, donde timbran tarjeta del recorrido, su esposa ya estaba ahí tal cual como lo
acordaron. Mario se baja y le entrega al bebé dormido, envuelto en una manta y saca $60.000
pesos de lo producido.

--Alma, toma esta plata y cómprale pañales y leche de camino a casa, no se hace cuanto tiempo
comió. Ahorita yo te llamo, tengo que llegar a la nevada.

La señora Alma se lo queda mirando muy aturdida, no sabía en qué pensar ¿De qué se trataba
esto? ¿Quién era ese bebé que ahora tenía en sus brazos? ¿Será algún hijo de Mario? Tenía
emociones encontradas duda, ira, temor. Pero no quiso demostrar nada ante el compañero de
trabajo de su esposo. Se despidió con una sonrisa falsa y se dirigió a comprar las cosas que Maldia
le había encargado.

--Este Mario en que se ha metido y en que me ha metido a mí. ¡Ah! Eso sí que ni crea que yo le voy
a andar criando hijos de otra vieja, déjalo que me llame más luego, le voy a cantar toditita la tabla.

Cavilaba doña Alma mientras llegaba a la casa con los paños y la leche.

Entre tanto Maldia en la nevada, no sabía que decirle a su esposa, aunque sería verdad todo lo
que le contara, ella no lo creería tan fácilmente.

--¿Aló Mario?

-- Mira Alma antes que me digas cualquier cosa déjame hablar. Ese niño no es hijo mío. El bebé o
bebita no se que sea, lo dejó una pasajera en el bus, pero lo hizo a propósito. Lo dejó al lado de la
silla donde yo me siento y dijo que me lo quedaba.

--¿tu crees que yo soy tonta o qué? Ese niño es hijo tuyo no me quieras ver la cara de estúpida.
--Alma escucha, el niño se queda y punto, aunque no sea hijo mío de sangre hay que quererlo
como tal. En la noche hablamos. Mira bien lo que le vas a decir a las niñas ahora que lleguen de
la escuela.

Mario se sube a la buseta pensando en el bebé, en Alma, en sus hijas y en las deudas que tiene,
que ahora se le habían crecido aun más.

Alma en casa estaba vuelta un ocho. El bebé se despierta y empieza a llorar. Le prepara un tetero
y le cambia el pañal. Se da cuenta que es un varoncito. Lo mira detenidamente y la logra
enternecer. Mira el reloj y ya casi se acerca la hora para que lleguen las niñas.

De inmediato, Alma empieza a preparar lo que les iba a decir a sus hijas. En eso que está en la
habitación, siente las voces de las niñas y sale apresuradamente hacia la sala.

--¿Aja mis amores como les fue hoy?

-Ay mami, pasado mañana salimos de vacaciones. Y… ¿Qué hay por ahí? ¿Hiciste sopa?

Dice Vanessa mientras se quita los zapatos y el morral del colegio

--Si mami hace hambre. Tráeme un vaso de jugo que estoy sofocada

interrumpe Andrea.

--Niñas tengo algo que decirles

Comenta la señora Alma.

--¿Recuerdan que siempre nos han pedido un hermanito a su papá y a mí? Pues bueno, asómense
a mi cuarto sin hacer ruido.

Al entrar las niñas a la alcoba se encuentran con un recién nacido dormido en la cama de sus
padres.

Salen corriendo de la pieza y con alegría empiezan a brincar y abrazan a su madre besándola y
agradeciéndoles por el bebé. Pero Andreita, aunque la más pequeña, reacciona y deja de celebrar
por un momento.

--Mami, pero si tu no estabas embarazada. Nunca te vi crecer la barriga. ¿De dónde salió ese
bebé?

La madre la miró y le dijo:

--Tienes razón mi muñeca. Ese bebé es un regalo de Dios y su hermano. Así que lo van a querer y
tratar como uno más de la familia.
Mientras Alma intenta explicarles a sus hijas la presencia del nuevo miembro, Mario está más
estresado que nunca. No sabe ¿que pueda estar pasando en su casa? ¿Qué pensarían sus hijas?
Además había descompletado el dinero del Chino.

11:00 de la noche y Maldía está de camino a casa con el dinero que le iban a cobrar.

--Aquí está el dinero Chino estoy muy cansado otro día hablamos.

Con una sonrisa el Chino sale de casa de Mario y quedan Maldia y su esposa en la sala.

--¿Como estuvo tu día? ¿Qué les dijiste a las niñas? ¿Dónde está el bebé?

Mario estaba ansioso y al mismo preocupado.

--Las niñas lo tomaron muy bien estaban contentas, se quedaron dormidas al lado de Junior.

--¿Junior?

--Así decidieron llamarlo las niñas.

Mario entra a la habitación toma a sus hijas en brazos y las cambia a sus alcobas.

Luego se ducha, para pensar con cabeza fría todo lo que había vivido en ese día. Cierra sus ojos,
hace una pequeña plegaria y sale del baño.

Mira a Junior y lo toma en brazos, por primera vez lo repara bien y nota que a un costado de su
frente tiene una pequeña marca.

--Alma, ¿ya viste la marca que tiene Junior en la cabecita? Ven a ver.

Con el día tan ajetreado que había tenido doña Alma, que no se percató de revisarle o detallarle
la carita.

--¿Para ver mijo que tiene el niño?

Era la media luna que Mario siempre veía en sus sueños.

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