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Facultad de Ciencias Sociales Decano: Lic. José Luis Prado Vice-Decana: Lic.
Analia Errobidart
INCUAPA Director: Dr. Gustavo Gabriel Politis Co-Director: Lic. José Luis Prado
Universidad del Tolima Rector: Dr. Jesús Ramón Rivera Vice-Rector: Dr. José
Herman Muñoz
Año 2005 © César Augusto Velandia Jagua Universidad del Tolima Apdo. Aéreo 546,
Ibagué - Colombia
Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723, en Argentina y las disposiciones de
la Ley 44 de 1993, en Colombia
Edición: José Armando Rojas Sobre un diseño de Mario Pesci Impreso en Colombia
CONTENIDO
INTRODUCCIÓN 7
CONCLUSIONES 195
INTRODUCCIÓN
7
2. Qué relación existe entre las urnas funerarias y el hecho específico de los
enterramientos de párvulos?
3. Representan los diseños funerarios (en cuanto parte del discurso funébrico)
espacios específicos de las relaciones familiares?
5. Si aquí, como en otras partes, los diseños de los atavíos (mantas, «uncus»,
bolsos, «chuspas», sandalias, tocados, tatuajes, etc) implican marcas sociales
que nombran al individuo y que por lo tanto lo identifican (vale decir, que lo
relacionan con el colectivo en la medida que lo diferencian de los demás
individuos), es posible reproducir el modo de las representaciones de tales
relaciones en los diseños de los atavíos mortuorios?
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Urnas Funerarias
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Valle de Yocavil
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500 a.C. a 650 d.C. Culturas: Condorhuasi, Candelaria, Tafí, Alamito, Saujil –
primeras culturas alfareras
850 – 1480 d.C. Culturas: Santamariana, Belén, Sanagasta, San José, etc.
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de resistencia que duró hasta 1650, cuando finalmente fue reducida la fortaleza
de Quilmes, al norte del valle de Yocavil, y los indígenas fueron desarraigados
de sus tierras y llevados cautivos a las orillas del Paraná y de La Plata.
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1. ...una cosa que no fue hecha para que se la “leyera”, 2. ...una cosa que no
fue hecha conscientemente como dotada de sentido o cargada de significados,
pues el propósito era cumplir una utilidad práctica, 3. ...una cosa que aún en el
caso de estar destinada a “comunicar”, su autor necesariamente no tenía
conciencia de su carga de significado, 4. ...una cosa que está en pedazos, o
que de suyo es un fragmento, que es parte de una realidad fragmentada y, por
tanto, sin correspondencias lógicas aparentes, 5. ...una cosa que, luego de un
complejo proceso de cambios en el tiempo y el espacio, se encuentra
depositada en un “contexto” funcionalmente dis- tinto al que le dio origen?
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Pero aquí llegamos a un punto del que hay que retornar pues mi polémi- ca
no es contra Ian Hodder, ya que sólo me interesa diferenciar lo que me
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“...the act of reading the past involves a continuous dialogue of moving between
sense and referent. Stated another way, this reading involves the transfer of
meaning form one context to another through an interpretative exercise in
which each individual actor must decide upon appropriate signification. How,
then, is it possible for different readers to arrive at the same or similar
meanings? Hodder answers this question in two ways. First, he notes that
ambiguity is always present, since the meaning of an object is never fixed and
is always subject to reinterpretation. Second, he states that context defined as
organized experience brought to bear upon an event determines the extent to
which the same thing can be said to posses the same meaning...” (Preucel;
1991:23)
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obra [...] La percepción y la valoración de las obras de arte obedecen tam- bién
a la dialéctica de lo objetivo-subjetivo como cualquier vivencia estéti- ca...”
(Belic; 1983:46). De esta suerte el escritor no puede esperar que dis- tintos
lectores concluyan con un significado similar de la obra ni que, aún, dichas
lecturas coincidan necesariamente con los intereses e intenciones profundas
que lo llevaron a su creación. Ocurre que en el caso de la escritu- ra literaria
como en el de las artes visuales, la obra no se termina ni con el punto final o
con la firma sobre una esquina del cuadro, pues una y otras van dirigidas a un
público de lectores o contempladores que las apropiarán estéticamente, para
sí; es allí entonces donde las obras (literarias o plásticas) se terminan, cuando
culminan en el proceso de apropiación social (Fischer; 1964:265)
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Para los efectos de esta investigación sería impertinente abordar un de- bate
entre las distintas aproximaciones filosóficas del arte o de la teoría estética que,
aparte de exponer la diversidad de criterios en pugna, al final nos llevaría de
todas maneras a preguntar de qué manera voy a asumir una perspectiva al
respecto. De tal suerte, prefiero empezar por aquí y la tarea será, entonces,
definir de qué modo entiendo y asumo un concepto de lo estético.
«...El individuo, el ser humano tiene con el mundo, antes que nada, rela- ciones
sensibles naturales, inmediatas: ver, escuchar, probar, tocar,. Son los medios
de su organismo. Pero en tanto medios de un ser humano que trabaja,
devienen apropiación de su objeto, y al mismo tiempo apro- piación de la
realidad conquistada para la vida natural...» (Lefebvre; 1971:42)
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LA NATURALEZA
LA NATURALEZA
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Ese modo de las relaciones entre los hombres y entre estos y el resto de la
naturaleza, en cada momento determinado, es lo que constituye, en ri- gor, la
naturaleza humana. Esto quiere decir que en cada momento de la historia,
cada pueblo, cada comunidad humana, tiene una forma particular de articularse
con el resto de la naturaleza pues tiene una forma también específica de
producir su propia existencia social.
El trabajo, como actividad vital del hombre y que en esencia lo define como
ser natural humano, es un proceso de apropiación práctica de sus condiciones
materiales de existencia que se construye a partir de la forma como los
hombres se relacionan sensiblemente con su entorno. Esta re- lación la
entiendo como una manera de apropiación sobre la que se cons- truyen todos
los procesos de abstracción de la realidad, por lo tanto es una forma del
conocimiento. De tal suerte, La «relación estética» del hom- bre con la realidad
más elemental que pueda producirse es, de hecho, una relación de
conocimiento en cuanto la conciencia del entorno físico, natu- ral, no es posible
sino mediante la acción (conciente o inconsciente) de las extensiones
sensoriales (cinco o más sentidos) que permiten su percepción y luego, su
transformación sensible conditio sine qua non su aprehensión gnoseológica.
Dicha apropiación estética es histórica en la medida que las relaciones sociales
se desarrollan para producir unas nuevas relaciones y una nueva objetivación
del mundo y por lo tanto se generan modificaciones de la manera como se
apropia estéticamente la realidad en un momento dado.
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LA HISTORIA
, habla de
LA HISTORIA
LA ESTÉTICA
habla de
LA ESTÉTICA
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Y por las mismas razones, también válidos para una teoría de la estética. La
distinción y la relación que he planteado entre los procesos de percep- ción y
conocimiento de la realidad nos permiten adoptar un criterio para abordar los
hechos de cultura que componen el registro arqueológico pues se requiere
antes que ningún otro paso, poner la suficiente distancia entre nuestra
perspectiva estética y los objetos (estéticos) de la cultura material ajena
puestos en nuestra mesa de disecciones. Y también avanzar un tanto en la
conjetura sobre los contenidos o significaciones del discurso de que hacían
parte. Al respecto de una estética bajo la que subyace un cuerpo de significado,
o estética simbólica, Gillo Dorfles sostiene una interesante ar- gumentación:
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Al llegar aquí pienso que al menos tengo algunas precisiones para afilar las
herramientas con las cuales habré de hacer la disección de la informa- ción en
las urnas santamarianas; sin embargo, aún resta por aclarar algunas nociones
que tienen que ver ya no con el concepto desde el que se habrán de enfocar
los restos y pedazos del registro que se investiga, sino más bien con los puntos
de vista dominantes en este fin de siglo acerca de lo estético y el arte en
nuestra sociedad y (ya veremos por qué) de la manera como esta visión
particular afecta la perspectiva del enfoque que pretendemos sobre las cosas
de las sociedades aborígenes.
“...El concepto del arte ha de ser abierto porque la realidad artística – como
creación—está siempre abierta. Es decir, la apertura –entendida como proceso
constante de creación, de aparición de nuevos movimien- tos, corrientes,
estilos, y de nuevos productos artísticos, únicos e
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interpretar los contenidos de las formas culturales exóticas. Así, los cacha- rros
de cocina, las urnas funerarias o los objetos cultuales una vez extraídos del
contexto cultural depositado (en condiciones naturales, habrá que ad- vertirlo),
y colocados sobre un pedestal o dentro de una vitrina en un Mu-
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seo, han perdido las relaciones que los ataban aún, funcional y
significativamente, con su pasado para inscribirse en un contexto completa-
mente distinto y arbitrario pues ninguno de tales objetos (aún si hubieran tenido
una intención o función comunicativa como sospechamos de los petroglifos, por
ejemplo), se hizo para establecer alguna relación con otro contexto cultural, es
decir, ninguno estuvo destinado a ser leído o interpre- tado. Y aún suponiendo
que la lectura que se hiciera de ellos, tuviera cierto valor como reconstrucción
objetiva, de todas maneras habría sido hecha desde un cierto punto de vista
cultural, sería de todos modos una lectura “interesada”.
Pero ordinariamente los intereses desde los que se miran los restos ar-
queológicos no son tan académicos como a primera vista parece una pre-
gunta por la calidad estética de los mismos. Existen intereses menos altruístas,
como los que han ilustrado innumerables empresas de descubrimiento y
rescate de lo que ahora se ha dado en reconocer como “patrimonio de la
humanidad”; empresas escondidas cuando no amparadas por investigado- res
e instituciones antropológicas:
“...El control que el mundo occidental asumió sobre las artes de otros pueblos
existe en varias dimensiones. Primero, [...] el ojo discernidor del observador
occidental se ve muchas veces como si fuese el único medio por el cual un
objeto etnográfico se pudiese elevar a la categoría de obra de arte; esto, en sí
mismo, es por definición prerrogativa de un tremendo poder. Segundo, los
coleccionistas y los museos actúan en gran medida
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de acuerdo con sus propias prioridades cuando utilizan tecnología occi- dental
para rescatar el Arte Primitivo de la extinción física; deciden so- bre la vida o la
muerte de objetos hechos con materiales perecederos por pueblos cuyas
propias prioridades representan, para los occidentales, poco más que un
ingenuo desinterés por la necesidad de conservar su heren- cia para las
generaciones futuras. Tercero, los conocedores occidentales se arrogan la
tarea de interpretar el sentido y la significación de los obje- tos artísticos
producidos por personas que, según sostienen, no están tan bien equipadas
para desempeñar esta labor. Cuarto, estos mismos expertos utilizan, a
discreción, los considerables recursos financieros y de comunicación con los
que cuentan para adjudicar un reconocimiento artístico internacional a sus
favoritos personales del “anónimo” mundo de las artesanías del Tercer Mundo.
Y, por último, los miembros del mundo occidental son los que, también gracias
a su acceso a la riqueza material y a las comunicaciones, se están haciendo
cargo de determinar la natura- leza de la producción artística prácticamente en
todos los rincones del mundo, en las últimas décadas del siglo XX. En síntesis,
los Occidenta- les han asumido la responsabilidad de la definición,
conservación, inter- pretación, mercantilización y existencia de las artes del
mundo...” (Price; 1993:98,99)
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Iconografía Funeraria en la Cultura Arqueológica de Santa María
Esta forma del trabajo y sus productos, suponen un proceso de reduc- ción a
categorías o construcciones mentales de las formas y fenómenos del entorno
natural que vivenciaron dichos hombres, como condición ineludi- ble para
convertirlos en imágenes o representaciones en su cabeza; las cua- les, luego,
a través de un proceso de apropiación intelectual, fueron a su vez
representadas mediante instrumentos y procedimientos específicos y ade-
cuados a una intencionalidad práctica establecida.
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De hecho, tal proceso implica una interpretación del sistema de relacio- nes
entre el sujeto cognoscente y los objetos de conocimiento. No existen
imágenes —ni imaginación, por lo tanto—, al margen de ese juego de inter-
pretación y por lo tanto de transformación de, en última instancia, la reali- dad.
En consecuencia, las representaciones gráficas (modeladas, dibujadas,
pintadas, esgrafiadas, cinceladas, etc.) implican la expresión sensible, estéti-
ca, de una noción acerca de una manera específica de comprender la reali-
dad, es decir, son parte de una gnoseología del mundo. Por lo tanto, tales
construcciones son de hecho una representación de un cierto modo de
entender ese mundo; y por esto, son el producto concreto —puesto que es
histórico— de una manera también específica de interpretar, expresar y
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«... la función del arte [...] es, ante todo, la función del lenguaje. No obs- tante,
la significación de la obra de arte no consiste únicamente en la simple
denominación, sino que se le agrega una suplementaria informa- ción
emocional estética. La interpretación de la significación no es arbi- traria, sino
dirigida, ya que los códigos iconográficos, las fórmulas, los tipos de
representación, los clichés, etcétera, contenidos en la obra de arte, están
determinados con anterioridad...» (Németh; 1983:143)
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Las dos dimensiones a que aludí hace un momento, el SIGNO como forma,
como continente, como significante, y el SIGNO, unívocamente, como
abstracto, como contenido, como significado, quedan necesaria-
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La pregunta pertinente en éste punto es: Qué es lo que puesto en otra parte,
significa qué para quién? La respuesta es una deducción que voy a proponer a
continuación como una hipótesis para demostrar en el curso de la exposición:
El icono es una forma particular del signo que se construye por analogía entre
las formas perceptibles sensiblemente y las funciones adscritas al objeto. Pero,
a diferencia de la definición de Peirce, según la cual «...un signo icónico es
aquel en el
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UN COMPLEJO DE SIGNIFICADO
UN CAMPO SEMÁNTICO
UN CONTEX
-
TO DE UN TEXTO
»,
OTRA PARTE
»: L
A REALIDAD O EL MUNDO
.E
SE DISCURSO ES LA REPRESENTACIÓN
.E
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brá observado, un sistema se refiere a otro sistema, un nivel del lenguaje habla
de otro lenguaje. O, siguiendo a Michel Foucault, «la representación está
representada» [1979:73,75]. Este lenguaje no está sin, embargo, desti- nado al
establecimiento de una comunicación en el sentido de intercambio consciente
de un mensaje; su eficacia simbólica no tiene que ver tanto con un tráfico de
información entre emisores y receptores sociales, sino mas bien con la
“conversación”, con la intelección que la cultura toda per- mite establecer entre
los hombres y el resto de la naturaleza. En consecuen- cia, para quienes
asistieron a su puesta en escena tuvo que ser una opera- ción críptica, por
fuera del alcance de los referentes lingüísticos mismos, situada en el “más allá”
de los bordes de la realidad cotidiana y por ello, en el espacio de lo sagrado.
Seguidamente cabe precisar que lo irreal simbolizado es un discurso que
funciona a la manera de un metalenguaje (L1) del lenguaje de la representa-
ción (L) cuyo contenido último, lo real representado es, a su vez, la intelec- ción
o transformación mental de las relaciones reales de la vida social en la
sociedad de Santa María.
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Este deshacer para volver a hacer permite descubrir cómo unas es- tructuras
simples se ensamblan en otras más complejas. En el proceso de la disección, y
sólo mediante él, es posible deducir las variaciones, correlacio- nes y
permutaciones que, a su vez, serán los nuevos elementos para poder pensar el
mecanismo de su articulación como significantes y, en consecuen- cia,
determinar cómo las dichas formas estructuran un discurso, cómo con- forman
una explicación mitopoética.
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lógico disponible. Por lo tanto, las relaciones posibles entre una y otra partes
(una y otra formas) y entre las partes y el todo (las formas y el mode- lo), sólo
pueden hacerse armando los «restos y pedazos» posibles.
Como se puede apreciar, estas dos reglas son habitualmente evitadas por
los análisis formalistas pues, el procedimiento de determinar «motivos» con el
fin de aislar los referentes analíticos y de definir las regularidades de tales
referentes para describir un «estilo», consiste precisamente en eliminar las
posibles relaciones que arman o estructuran el todo significativo. Las partes o
los elementos no pueden significar por fuera de su articulación dinámica con el
todo estructurado.
Asumiendo como regla de oro que, “sólo se conoce por la diferencia” [Levi-
Strauss; 1973: Prólogo de E. Verón] y de que esta diferencia sólo es pensable
mediante la comprensión de las relaciones que permiten poner dos cosas
distintas sobre la misma mesa de disecciones, es decir, trabajan- do sobre las
relaciones y no sobre las cosas, el análisis estructural per- mite, por lo menos,
hacer una reordenación de la escombrera en que se hallan acumulados los
“restos y pedazos” de la cultura que trabajamos y proponer unos nuevos
aparejos de preguntas, allí donde precisamente nau- fragaron la mayor parte
de las respuestas. Las soluciones que haya logrado, dependerán, por
supuesto, de las posibilidades de la investigación arqueoló- gica y están
encaminadas, sin otra presunción, a contribuir en la tarea de construir mejores
preguntas como condición ineludible para fabricar mejo- res respuestas.
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En términos convencionales,
DESCRIBIR
Tal vez estas recomendaciones sean útiles (y hasta necesarias) para ga-
rantizar la asepsia de la mirada positivista y, aún mas, tal vez sean imprescin-
dibles allí donde el carácter de las formas no interviene propiamente en el
proceso de cognición de las cosas, los objetos o fenómenos en cuestión; pero
en el caso que nos ocupa, donde precisamente las formas particulares del
registro arqueológico son la información o los datos empíricos básicos con que
se puede contar, la descripción tiene aparejado, necesariamente, el proceso de
interpretación.
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“...Pintadas, cuerpo pequeño ovoide, co- ronado por un gollete largo, cilíndrico,
que va ensanchándose a medida que llega al borde, el que se dirige hacia
fuera...
El gollete en general es mas largo que el cuerpo, o por lo menos del mismo
ta- maño, y las pinturas casi siempre están di- vididas en tres secciones; las del
gollete, las del cuerpo y las del vientre, separadas entre sí por líneas
horizontales. Por excep- ción, en algunos ejemplares las pinturas de estas dos
últimas se hallan unidas...
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serpentiformes. Las secciones de los costados están casi siempre pinta- das
con elementos escalonados que se prolongan, como la faja del cen- tro, hasta
la base [...] En el gollete lleva el elemento antropomorfo, que nunca falta en
estas urnas...” (Bregante;1926:11-22)
“...The most common and widely spread type of urn is called Santa María, after
the place where it was first found ... This type has a cylindrical neck, which
widens more or less toward the mouth, and an ovoid body. Subtypes are
distinguished by the relative proportions of the neck and body. The body may
be smooth or encircled by one or more incised bands. These urns have also
two simple, horizontal lugs placed about the middle or somewhat below the
middle of the body...
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the only elements in relief, the others being painted. A few urns, however, bear
thin arms in relief, supporting a small bowl at chest level. This feature
contributes to the attitude of “expectancy”, which Ambrosetti (1896 – 99),
Lafone-Quevedo (1892), and Quiroga (1898) attributed to these images. These
authors believed the images begged for rain... The variable elements are
decorative representations of men and animals painted on the neck and body.
Those depicting men show Calchaquí clothing and hairdress. The animals
include conventionalized toads, rheas (suris), and snakes, with crosses and
geometrical figures on their bodies. Frets, lozenges and checkerboard are the
other decorative elements of the so-called “Santa María style”. (Márquez
Miranda; 1946:643-44)
“...estas urnas están formadas por un cuer- po ovoide provisto de dos asas
simétricamente colocadas, de un cuello sensiblemente cilíndrico que se abre en
campana y de una base que reproduce exactamente la forma de un puco [...]
en lo decorativo lo fundamental de estas ur- nas es que ellas representan una
figura humana en muchos casos con los brazos recogidos en actitud de
sostener un reci- piente...” (Serrano; 1958:44)
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dos o representados en relieve. [...] Sobre el cuello de las urnas aparecen los
ojos obli- cuos, alargados, extendidos por una línea que sale de su ángulo
externo y los prolon- ga hacia afuera acentuando su oblicuidad, dándoles un
aspecto de lechuza. Debajo aparecen líneas verticales que deben indi- car
tatuajes, pero que se asemejan a lagrimones cayendo sobre las mejillas. A
veces se combinan rasgos como cejas, nariz , ojos, brazos boca y mentón
representados al pastillaje en bajorrelieve...” (González; 1977:323)
var dos cosas: Una, cómo desde la descrip- ción hecha por Ambrosetti, los
demás au- tores fueron retomando progresivamente los criterios elaborados por
sus antecesores de acuerdo con la perspectiva de su propósito coyuntural; al
punto que se fue formando una descripción cada vez más prolija por la
cantidad de datos aportados. La otra, que los descriptores aluden
específicamente a la composición formal de las urnas y, aún en el caso en que
se refieren a la construcción de las mismas, con una aparente mirada
estructural, el propósito no es otro que definir la distribución de los ele- mentos
o «motivos decorativos». De esta suerte, la preocupación de todos, de uno u
otro modo, fue la de interpretar el significado o simbología de los elementos
pintados en la superficie de los ceramios.
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tal suerte que la determinación de frecuencia de un dato sobre una pobla- ción
dada no es, a menudo, necesariamente más significativa que uno o pocos
datos. En consecuencia, era necesario trabajar con una Colección que, como la
Muniz Barreto, fuera “representativa” por contener materiales de la mayor parte
de los sitios referenciados en el registro arqueológico y por estar, en su
mayoría, contextualizados por la información recogida en el trabajo de campo.
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Iconografía Funeraria en la Cultura Arqueológica de Santa María
Entonces, la primera pregunta que podía hacerme, era, según qué proce-
dimiento podría intentar su lectura, pues el único modelo de referencia que
tenía a la mano era el desarrollado por todos los analistas precedentes que, a
juzgar por sus publicaciones, consistió en dibujar “a mano alzada” (casi
siempre esta labor la ejerció algún dibujante ad hoc la situación) una repre-
sentación en perspectiva de las urnas acompañada, en el mejor de los casos,
por algunas fotografías de apoyo que verificaran tal vez el acierto del dibu-
jante. Este procedimiento para la representación de elementos arqueológi- cos
siempre ha sido discutido pues aún en el mejor de los casos, en que el
dibujante sea un excelente copista, el resultado es una interpretación subje-
tiva que, mediante recursos plásticos del dibujo, pone sobre una superficie de
dos dimensiones lo que en la realidad tiene tres dimensiones. Por lo cual, si
bien se conserva la apariencia general del objeto, las representaciones sobre la
superficie de los ceramios –en particular— aparecerán necesaria- mente
deformadas, de manera parecida a como se las está “leyendo”, por- que se las
está mirando desde una perspectiva de tres dimensiones. En este sentido, una
cosa es la que compone el ojo y otra la que compone la mano. La
consecuencia inmediata que puede deducirse es que la mayor parte de las
especulaciones hechas acerca de la posible significación de la iconogra- fía
santamariana padecen de un defecto en su origen, pues los datos están de
hecho tergiversados.
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prehispá-nica del Valle del Magdalena en Colombia, a considerar que tal vez lo
que “yo veía” no era exactamente lo que interesaba al indio an- tepasado para
que “se viera”. Es decir, que el discurso esgrafiado y pintado sobre la estructura
de los ceramios, que era lo que “yo veía” des- de una perspectiva tridi-
mensional, tenía otra estruc- tura que, en la medida de que estaba por debajo,
declaré como “subyacente” y porque se ceñía a la estructura de la superficie de
las piezas cerá- micas, definí como de dos dimensiones o, mejor, “plana ria”,
puesto que las formas sólo pueden desarrollarse o
Levi-Strauss; 1973:Lám. V
76
Iconografía Funeraria en la Cultura Arqueológica de Santa María
Strauss, hay que elegir si se transcribe el diseño sin deformarlo (puesto que
para nuestro cometido importa más el rigor de la información que contie- ne), o
desdoblar la imagen del ceramio continente de la representación.
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to teórico para construir un contexto con respecto del cual pudiera situar la
diversidad de las formas iconográficas. Entonces, aquellos días fueron bas-
tante densos por el trabajo de hacer una lectura lo más exhaustiva posible de
los textos historicistas e interpretativos de las culturas del NOA pues, al hablar
de contexto, no bastaba restringirme a lo sabido y expuesto sobre la cultura
santamariana.
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González; 1977:327-328
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Fase Cinco
González; 1977:327-328
una ordenación de la información recogida que, aparte del carácter de mo-
delo, contaba con el aval de varios trabajos de investigación que lo habían
tomado como referente. La precisión hecha por Alberto Rex González en el
sentido de que dicha clasificación tiene validez específica para el Valle de
Yocavil (González;1977:327-328) corrobora el sentido modélico de la or-
denación propuesta y cuando, como en mi caso, se trabaja con modelos, dicha
clasificación resumía o sintetizaba, para mí, el estado de la explicación hasta
ese momento y por lo tanto era el modelo de referencia necesario.
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Ninguna forma (elemento, fracción, unidad analítica, etc.) o relación entre datos
empíricos pueden ser descontextualizadas o tratadas por fuera del corpus de
información empírica, es decir, no pueden ser sacadas del con- junto de
«restos y pedazos», que constituyen el registro arqueológico disponible. Por lo
tanto, las relaciones posibles entre una y otra partes (una y otra formas) y entre
las partes y el todo (las formas y el modelo), sólo pueden hacerse armando los
«restos y pedazos» posibles.
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“...During phases I through III, there are three modes of neck designs occur
with either of the two modes of body designs. No association between neck
design and body design can be recognized. It is argued here that the bi-
modality of body design and the tri-modality of neck design could not have
persisted through time without having cultural significance. This significance
would necessarily be more than the arbitrary recognition that there were two
ways to paint an urn’s body and three ways to decorate the neck. The two-part
division is most suggestive of a sexual distinction, mode A being female with
upcurving arms defining breasts and mode B being male. The horizontal nature
of the female design possibly results from the horizontal warp facing of skirts.
The vertical nature of designs on male urns may then be due to the vertical
position of the warp facing of ponchos, the characteristic attire of men...”
(Weber; 1981: 17-19)
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etnográfica con la cual pretende (mas adelante) apoyar su aserto, sino, mas
bien, en el hecho de que hasta el punto en que empieza a referirse a la
significación de las aparentes divisiones en dos o tres partes de las figura-
ciones sobre las urnas, no nos ha dicho de qué manera es posible que las
mismas tengan la estructura de las representaciones de textiles o atavíos
tejidos, como para detenerse luego en una prolija descripción del sentido de la
dirección en las tramas y las urdimbres.
Pero, si bien no podía admitir las argumentaciones de Debenedetti y de
Weber, sí era posible asumir la propuesta en el sentido de que en las urnas
santamarianas se encontrara una estructura representativa de figuras humanas
ataviadas. No de que en las urnas aparecieran “motivos” de los textiles, pues a
la fecha del comienzo de la investigación no tenía razón alguna para hacer una
pesquisa de los mismos y mucho menos para buscar ese tipo de relaciones,
que ya he criticado. Lo que empecé a conjeturar tenía un asidero en dos datos
empíricos de distinto orden; uno respecto de la función de las urnas como
recipientes funerarios (Cfr. Libretas de Weisser) que —como se explicará mas
adelante, confiere a las vasijas un sentido
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d) Que las reglas anotadas me obligan a ver las partes como una totalidad
articulada...
...deduzco que cada urna es una imago de una mujer, sentada, con las
piernas dobladas bajo el cuerpo, en reposo, la cual se encuentra ataviada con
una manta o uncu colocada sobre el cuerpo globular y con la cara pintada (o
tatuada) con representaciones geométricas y figurativas.
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De esa manera, la consideración que me hice fue que si allí, en las urnas,
era posible la representación de los tejidos, entonces, en dónde estarían los
referentes arqueológicos para hacer tal presunción ?, pues sería bastante
práctico comparar las estructuras de los tejidos con la estructura de sus
representaciones en la cerámica; y, si esto no era posible, habida cuenta la
dificultad para su conservación, si era posible relacionar algún tipo de atavíos
descriptos en el registro etnohistórico de la fase de contacto con los elementos
culturales españoles o en el registro etnográfico de la región andina, adyacente
a los Valles Calchaquíes. La solución a la pregunta tuvo el gentil apoyo de Ana
Fernández, Maria Delia Arena, Lidia Baldini y Rodolfo Raffino en el
Departamento Científico de Arqueología del Museo de La Plata, pues ellos me
orientaron para hacerme una idea, o mejor, una
88
“...All the Calchaquí and Diaguita belong to what the chroniclers called the
“dressed people”. Repeated statements in historical sources and abundant
archeological evidence confirm this. Father del Techo (1673, p.147) mentions a
shirt or camiseta which, according to Fathers Romero and Monroy (Torres,
1603, fol.16) the natives tied around the waist with a belt when they went to war
or to hunt. Del Techo adds that women’s clothes varied according to their social
status: “Virgins wear painted cloths and those who are no more, plain ones”.
This shirt or camiseta, which some modern archeologists called the “tunic”, was
the principal garment. It was made of woven wool of various species of the
genus Lama, the finest being of vicuña and the more ordinary of llama.
Semirealistic rock paintings of human beings at Carahuasi and elsewhere in the
Diaguita region confirm the statements of the Jesuit Fathers. The Carahuasi
paintings show these garment in white and yellow, some ornamented with
various colors, predominantly red and black. Naturally, we do not know how
faithfully these pictographs depict reality. They give, however, some very
valuable data. For instance, they show the shirt as ankle-length, a fact which is
confirmed by the aforementioned Jesuits and by repeated human
representations which decorate the funeral urns of Santa María. Unfortunately,
few textiles have been found...” (Márquez Miranda; 1946:641)
Advertido pues, de las escasas opciones para una respuesta y de que era
difícil, cuando no imposible, encontrar restos de tejidos arqueológicos, seguir
en la pesquisa era de todas maneras una perspectiva válida para una pregunta
de investigación pues, aún así, era factible plantear la posibilidad de deducir un
modelo de los textiles. Como ya tenía un referente en la cabeza para hacer una
lectura “interesada” de las urnas, pues, además, había consultado la invaluable
colección de textiles andinos del Museo de La Plata y había tenido la
oportunidad de visitar las colecciones de textiles del Museo Chileno de Arte
Precolombino, en Santiago de Chile, sabía qué era lo que debía buscar. Y en
esto sí que es cierto de que “sólo se encuentra lo que se está buscando”, pues
ya sabía qué era lo que podía indagar.
89
90
91
Schoeller de 120 gr. , el cual permite trabajar con tintas y lápiz de color.
Como se puede observar, hay una diferencia fundamental entre estas dos
imágenes que se debe al caso ya expuesto de la pintura de los diseños por una
india Caduveo, pues en el primero se ha guardado, mediante trucos de
dibujante, una cierta fidelidad al modelo real y podríamos decir que este
modelo “teórico” se le parece bastante. Pero la representación de los
elementos iconográficos, es decir, de la información propiamente significativa,
está deformada. En el otro caso, la versión es inversa pues mientras la forma y
estructura funcionales de la urna prácticamente han desaparecido, la
graficación de los elementos representados es tan fiel como fue posible
controlar las dificultades para manejar el papel, la relativa insuficiencia de la
iluminación en el depósito y el hecho de que la pintura en algunas zonas de la
pieza se ha desvanecido o craquelado.
92
93
el sentido de trabajar siempre el menor número de variables posibles), escogí o
reduje las opciones deducibles, a dos pares mínimos de relaciones ( -
OH
Deduje finalmente que las urnas (en particular para los casos de las
llamadas de tipo santamariano, o del Valle de Yocavil), tenían dos tipos de
94
95
En los ejemplos que aparecen luego, podemos observar que existen algunos
patrones básicos en ambas representaciones en cuanto se refiere a la
estructura de la pieza, como distribución de los elementos que permiten
reconocerla como antropomorfa, pero la composición del diseño,
independientemente de los “bichos” y los dibujos geométricos, está distribuida
en juegos de planos muy diferentes.
En el caso del modelo [B - 2], los elementos anatómicos son menos obvios,
sobre todo por la carencia de la boca y por la forma en que se articula una
figura animal sobre los rasgos de la cara y los ojos (V. Fig. 6). Pero queda claro
que la cara se halla dividida en dos planos que se corresponden por simetría
bilateral.
96
97
Una vez consultados los trabajos citados por Márquez y otros más recientes
(Millán de Palavecino: 1970, 1968; Renard: 1994), la idea general que podría
deducir, me informaba que el modelo genérico del diseño de los textiles
andinos, o de influencia andina, constan de una serie de líneas o franjas
paralelas, verticales, [o sea en el sentido de la urdimbre ] de distinto grosor y
color; articuladas en diferente forma: dejando espacios de diferente anchura
sobre el color de fondo. En algunos casos se encuentran articuladas con
franjas de diseños geométricos en la forma de guardas formando los bordes o
alternadas con las listas o líneas verticales.
Con estos referentes, era posible pensar que si la figura ataviada estaba
sentada y si el atavío era un uncu, (Millán de Palavecino; 1970:94, Lam.VI,
Fig.1) entonces los elementos iconográficos en la forma de líneas o franjas
paralelas y verticales, en colores negro y rojo sobre fondo blanco, se tenían
que deformar por fuerza del movimiento y plegarse sobre sí mismos. Si
observamos el caso de la urna MP 5203 (que he escogido por ser el más
simple) (V. Fig. 7), la composición es de las que he llamado del [Par A - 1]
98
Fig. 8 - MP 5203
99
100
la zona de la base, se representa la parte inferior del cuerpo con las piernas
dobladas. En la primera puede observarse, ahora, cómo el hecho de doblar los
brazos para reunir las manos sobre el pecho, hace que la tela se pliegue y por
lo tanto que el diseño se deforme en una serie de escalones. Al doblar los
brazos, el diseño de los bordes de la parte de atrás del uncu, aparecen bajo los
brazos y sobre el vientre. En la parte inferior y por similares razones, la tela se
ha plegado formando un diseño aparente con la forma de una ese (S)
Fig. 9 - MP 4567
En la Fig.10, he ilustrado lo que ocurre si retiro los brazos que están doblados
sobre el cuerpo y la manera como, al desdoblarse la tela, se despliega el
diseño del borde del uncu por la parte de atrás.
101
102
103
104
105
106
na siempre a sus orígenes. La muerte no es, por lo tanto, un final sino una
parte del proceso general de la vida. Los procesos de declinación, muerte y
descomposición de los cuerpos orgánicos son un paso o un suceso dentro de
una cadena de transformaciones naturales. “...La vida no es otra cosa que el
desprendimiento desde las entrañas de la tierra, la muerte se reduce a un
retorno al hogar...” (Eliade; 1984:233).
“...Desde la hierogamia cósmica del cielo y de la tierra hasta la más mo- desta
práctica que da fe de la santidad telúrica, encontramos en todas partes la
misma intuición central, que regresa como un leit motiv: la tierra produce
formas vivas, es una matriz que procrea incansablemente [...] La tierra está
“viva” en primer lugar porque es fértil. Todo lo que sale de la tierra está dotado
de vida y todo lo que regresa a la tierra es provisto nuevamente de vida. El
binomio homo-humus no debe comprenderse en el sentido de que el hombre
es tierra porque es mortal sino en este otro sentido: que si el hombre pudo
estar vivo, es porque provenía de la tie- rra, porque nació de – y porque
regresa a — la terra mater...” (Eliade; 1984:233,240).
107
108
rran “...bajo forma de embrión...” con el fin de que la madre tierra pueda traerlos
al mundo una se- gunda vez (Eliade; 1984:230). Este parece ser el sentido de
la práctica generalizada de los llama- dos “enterramientos en posición fetal” en
sus distintas variantes.
“...Le mort est enterré en toute hâte avante que la rigidité cadavérique
n’empêche de replier bras et jambes contre le torse pour donner au corps la
position du fœtus dans le sein maternel. Dans beaucoup de tribus, et en
particuler chez les Guarani, le mort est placé dans une énorme jarre qui sert de
cercueil; ailleurs, il est enveloppé d’un hamac...” (Métraux; 1982:75)
En consecuencia de lo explicado, las vasijas cerámicas son comprendi- das
como un vientre de barro mediante el cual regresa un ser (salido de otro
vientre), al vientre original que le dio la vida. En este proceso las mujeres son
una intermediación entre la fertilidad de la tierra y la posibilidad de producir
seres humanos; por lo tanto, las urnas funerarias, que como vasijas de barro
participan de la misma esencia de la tierra progenitora, son el vehículo que
permite cerrar el círculo pues garantizan simbólicamente el proceso de retorno.
“...En efecto, la muerte y el nacimiento pertenecen no sólo a una conexión
lógica, sino que su unión íntima constituye un carácter esencial de toda vida,
que hubo de revelarse al hombre en un acontecimien- to creador que tuvo lugar
en el tiempo originario y que llevó a la plasmación de mitos y actos sagrados...”
(Jensen;1966:71).
109
las cavernas y cuevas naturales y los remolinos de los ríos son el útero de la
tierra y por lo tanto la vía que comunica el mundo con el inframundo y por ello,
los sitios donde se generan los nacimientos y providencias de la tierra como
también, a donde deben regresar mediante el proceso de la muerte y, donde
concurren tanto los rituales específicos para la curación de la enfer- medad
como las ceremonias o rituales de paso ya que a estos, en particular, se los
considera como un nuevo nacimiento o una regeneración.
“...El remolino ... es una metáfora Cuna del vientre o útero, bien en el sentido
de morada de Muu, la así llamada Madre-Tierra responsable de la creación y la
fertilidad (Nordenskiöld), o bien como el vientre de la mujer (Holmer-Wassen).
Los caimanes grandes, como criaturas de los remolinos profundos son medio
de transporte ya sea para los espíritus malignos que provienen del más allá o
para los chamanes curanderos que buscan penetrar el reino espiritual para
combatir los espíritus del mal (es decir, para curar la enfermedad) [...] En
general, en esta asocia- ción entre remolinos-con-vientres, los caimanes están
correlacionados con los atributos femeninos de la procreación y la fertilidad y
con la fertilidad de la tierra a la cual ellos dan acceso...” (Helms;1977:90)
110
111
que llevan casi directamente a una deducción, como veremos luego. Sobre
esta característica se han hecho muchas discusiones acerca de la función de
las urnas pues, aparte de sus variaciones, no siempre se las ha encontrado
portando restos óseos, lo que ha llevado a algunos incluso a negar, no obs-
tante la información primaria referenciada, que sean en efecto urnas fune-
rarias (Ibarra-Grasso; 1991). Este carácter de las bocas abiertas (cuando en el
común de las vasijas es, que sean cerradas) y el hecho de que en los casos
que se hallaron tapadas con un puco, este no cerrara el total de la boca, sino
que se encuentran obstruyendo el cuello en la zona media, me llevan a
correlacionar otros datos que se hallan en otra parte y es el de los
enterramientos hallados en Angualasto y Lorohuasi (Tinogasta) en que las
momias aparecen con la cabeza cubierta con una “tipa” de cestería y en el
enterramiento de un niño en Antofagasta de La Sierra, descubierto por Carlos
Aschero (comunicación personal), el cual apareció envuelto en un cuero y
colocado dentro de una especie de cuévano de paja o esparto y con la cabeza
cubierta por una “tipa” o cuenco tejido en cestería. La estructura de las urnas
está diseñada, específicamente para su función de hacer posible el
renacimiento de los párvulos; es la estructura, como antes dije, de una flor que
se abre, de una vulva colocada hacia arriba, para salir de la tumba.
113
Aunque no aclara cómo es que en las urnas están representadas las mantas,
Weber (1981:8) hace una distinción de los diseños sobre el cuerpo de las urnas
(“...vessel body designs...”) en tres variaciones (“...variety...”); dos de las cuales
corresponden a las que ya he indicado como modelos [A – 1] y [A – 2] y una
tercera en que la guarda llega sólo hasta el punto de constric- ción en que el
cuerpo globular se arti- cula con el puco que le sirve de base; el cual se halla
pintado, generalmente, con el diseño de las bandas laterales, para- lelas a la
guarda, pero puesto de través (V. Fig. 15). Frecuentemente, este dise- ño varía
hacia formas mas abstractas o incluso figurativas, como es el caso de lo que
aparentemente son representa- ciones de serpientes. Pero, como ya advertí,
esta tercera variación no es otra Fig. 15 - MP 4498(a)
114
estructura sino una alternativa de la figuración que tiene que ver con otro
propósito.
115
116
Iconografía Funeraria en la Cultura Arqueológica de Santa María
Esta noción tiene que ver con la crítica que ya he planteado acerca de las
dificultades del análisis formalista de las representaciones pues no per- mite
ver el modo de sus articulaciones como significantes y por tanto, no es posible
avanzar una pregunta concreta sobre su significación. Por el contra- rio, yo
sostengo que dichas piezas son antropomorfas; así en ellas no apa- rezcan
unos rasgos o caracteres (ojos, brazos, cejas curvadas, bocas, etc.) que
describan formalmente una figura humana. Si se tienen en cuenta los criterios
ya esbozados para orientar el modo del análisis que propongo y si a estas
alturas tiene alguna claridad la noción de estructura, entonces es posible
observar que tanto el cuerpo de la pieza como el cuello aparecen unificados
con un solo diseño pues las bandas paralelas de una zona se articulan con las
de la otra. Pero una y otra zonas están divididas vertical- mente por el diseño
de la banda central, para formar tanto en el cuello como en el cuerpo los
elementos que definen ya sea la cara como la estruc- tura básica de las mantas
en los modelos [A – 1] y [A – 2] del modelo [Par A] ya explicado. Esta
composición establece la misma estructura que estoy describiendo, la cual está
ratificada por la ese (S) transversal sobre la base de la urna.
117
Donde la vasija (antes) y la urna (después) cumplen una función similar pues
fermentado y podrido son permutables en cuanto suponen un análo- go
proceso de transformación.
“...I have not considered phase “0”, which has been added to the origi- nal
sequence by Clara Podestá and Elena B. de Perrota, because I am lacking a
representative sample (Perrota & Podestá, 1973). In this paper,
118
any examples of phase “0” that may exist are lumped within phase I. The shape
of the urns is the most diagnostic feature for differentiation of the phases;
however, decorative features also change...” (Weber; 1981:3)
119
cuidado puesto en que las dos partes de la manta colocada sobre el “cuerpo”
de la urna o, mejor, envolviendo el cuer- po subyacente a la represen- tación,
quedaran articuladas Fig. 21 - MP 5082 - detalle
120
121
MP 4424
Lámina 1
MP 4422
MP 4421
123
MP MP 4412
6639
MP 6000
MP 5714(a)
MP 4503(a) Lámina 2
MP 4546
125
7. Aquí, como la liebre, aparece un par inesperado Una vez que he descrito la
mecánica de la articulación de los modelos estructurales básicos y de sus
variaciones, mostraré el caso de un icono que tiene ciertas peculiaridades que
ameritan un intento de interpretación; ex- plicación que, a decir verdad, es
posible por las razones que ahora se verán. Se trata de una variación de la
articulación del modelo [A – 1] o, “modelo con guarda” y el modelo [B – 2] o,
“modelo con cara partida en dos”, en la cual la cara aparece dividida por la
proyección de la nariz que empata con el diseño de la boca de tal modo que se
generan dos campos rectangulares a cada lado.
126
MP 6048(a) MP 6048(b)
MP 5857 MP 6002
Lámina 3
127
MP 6071
129
MP 4567 MP 6644
MP 6260(a) MP 6260(b)
MP 4503(b) MP 5174
Lámina 4
Cada rectángulo se halla dividido por una diagonal para formar dos campos
triangulares dentro de los cuales se ha diseñado una espiral.
En el caso de la pieza MP 5035 (V. Fig. 28) tenemos que el campo
rectangular está dividido por dos diagonales, para confor- mar un juego de
espirales que se articulan como oposiciones complementarias con el juego
respectivo del campo contrario. A partir de este ejemplo, he aislado el elemento
básico de la espiral y lo he yuxtapuesto con su complemento en el otro campo,
mediante el recurso de desdoblar la imagen. (V. Lám. 5). Aquí vuelve a
aparecer mi advertencia de que el discurso va y viene como una lanzadera
pues en realidad la deducción la hice al revés, es decir, desde la
desarticulación de núcleos significantes “grossos” o compuestos. Pero la
explicación debe ir en el sentido inverso ya que el propósito es demostrar el
cómo de la articulación pues de éste depen- de la definición del qué de la cosa.
En los siguientes casos veremos cómo se articula este elemento básico.
131
Esta pieza bicolor, negro sobre ante, tiene una composición peculiar pues los
dos lados que define la figuración parecen ser simétricos hasta cuando una
mirada más atenta descubre que el elemento “compuesto”, que he inferido de
partes más elementales en la pieza MP 5035 (V. Lám. 5), aparece “jugando”
mediante la inversión de los campos en que se halla inscrito.
Urna Quiroga
132
133
=
+
MP 5035
Lámina 5
a - MP 5025(a) b - MP 5025(a)
c - MP 5025(b)
d - MP 4431
Fig 34
136
dicho “...estar con los dioses...” viene precisamente el término con que se
denominan los hongos en las culturas nahuas: teonanacatl (V. Fig. 35). Esta
disgresión por tierras tan lejanas, tiene el objeto de ilustrar el cómo de la
articulación de estructuras icónicas mejor conocidas y que, en otros con-
textos, son difíciles cuando no imposibles de referenciar por la carencia de
información contextual, como es el caso de las urnas santamarianas en las
cuales, hasta ahora, no se esperaba una imagen tan insólita. Pero que si
leemos con cuidado el registro arqueológico, no nos parecerá en realidad tan
inesperada, como veremos en el remate de esta explicación.
Del registro arqueológico en la región del Alto Rio Magdalena, en Co- lombia,
he escogido una imagen que, junto a otras que pondré en la mesa de trabajo
para contrastar, contribuirá a precisar el concepto que intento exponer (V. Fig.
37). Se trata de un anafe o sahumador (para ofrendas rituales) formado por un
cuenco semiglobular sostenido por una base tron- co-cónica, que presenta un
par de obturaciones opuestas. La pieza se halla bañada en color rojo y pintada
con pigmento negro aplicado. El interior del cuenco se halla pintado:
137
que se repite constante sobre los distintos planos: Se notará que cada uni- dad
está compuesta a su vez por dos elementos, de las cuales puedo asumir que
se trata de un icono del “...par sagrado...” como lo llama G. Wasson (1983).
Fig 38 - El Icono del «par sagrado»
138
139
Fig. 43 - MP 5228
140
142
143
144
MP 4407 MP 6002
MP 4424
145
Lámina 6
MP 6071
147
148
MP 5107
MP 4536
Lámina 7
149
Lámina 8
151
las rayas [...] con costuras laterales en puntada en ocho o espina de pesca-
do...” y más adelante, refiriéndose a la posible relación con los “motivos
decorativos” en la cerámica santamariana dice:
153
154
Fig 45 - MP 6091(b)
Fig 46 - EB 335/80
A continuación hago una relación de las urnas a partir de las cuales pude
deducir su respectiva manta, en la que ordeno las piezas según su sigla de
inventario y su lugar de procedencia, cuando este se pudo referenciar. De
muchas urnas, en razón de su grado de complejidad, no fue posible obtener la
estructura del textil. La determinación de la procedencia de las urnas era
importante desde un principio, cuando esbocé las preguntas de investiga- ción
ya que permitiría hacer alguna conjetura acerca de las filiaciones de
parentesco, si considerábamos que los diseños de las mantas definirían las
adscripciones de grupo o los linajes a que pertenecerían los niños inhumados.
(V. Láminas 9 a 16).
155
MP 4422 Caspinchango
Lámina 9
157
MP 4424 Masao
MP 4431 Chañaryaco
MP 4541 S/P
Lámina 10
159
161
S/P MP 4546
S/P MP 4557
MP 4575 S/P
Lámina 11
MP 5031
S/P
MP 5035
S/P
MP 5082 S/P
Lámina 12
163
MP 5117(a) S/P
MP 5203 Famabalasto
MP 5714(a) S/P
Lámina 13
165
MP 6000 Lorohuasi
MP 6032 S/P
MP 6065 S/P
Lámina 14
167
Lámina 15
169
171
MP 4563 - El Bañado
Lámina 16
10. Negro sobre blanco : Guerreros y atavíos Según la clasificación morfológico
– evolutiva que propuso Weber, y modificada por Perrotta – Podestá, las dos
últimas fases (cuarta y quinta) corresponden a un tipo de cerámica que, si bien
conserva los patrones y técnicas de construcción de las fases primeras, se
diferencia notablemente en cuanto a su “decoración”. La estructura funcional de
las urnas sufre una variación definida por “...su gran altura, su elegante cuello y
su pequeño cuerpo en relación al tamaño...” (Márquez-Cigliano; 1957:14) y la
“decora- ción”, aparte de ser estrictamente bicolor (negro / blanco), se
caracteriza por la representación de figuras antropomorfas ataviadas sobre el
cuello de las urnas. Hasta aquí una descripción grosso modo formal de este
tipo de urnas.
Fig.47 - MP 6286
173
174
175
MP 4575 MP 4414
MP 5695(a) MP 5700
MP 5400 MP 4556
Lámina 17
Los casos de urnas del modelo [Par A – 1] son muy pocos, casi raros, pero
muestran cómo existe una continuidad iconográfica a pesar de la dife- rencia
conceptual y de tratamiento de las formas y que, en particular, ratifi- can la
estructura de la representación de textiles, como en el caso citado de las
piezas MP 4575. La urna MP 4414, se corresponde con el mismo tipo de
variación ya explicada en la Fig.15, con la diferencia de que las zonas latera-
les a la guarda están ocupadas por sendas figuras zoomorfas, pero, no obs-
tante la diferencia, hace parte de este mismo modelo. Las piezas más comu-
nes corresponden al “modelo con brazos doblados” o [Par A – 2].
177
Fig 48 - MP 5400
Fig 50 - MP 5400
178
Para hacer esta deducción tuve que partir de hacer una exhaustiva revi- sión
de este elemento que a decir verdad había considerado como de secun- daria
importancia pues suponía, tal vez siguiendo muy de cerca el criterio de otros
investigadores, que dicha línea servía solamente para conjurar el “horror vacui”
de que supuestamente padecerían los ornamentadores de ur- nas en los Valles
Calchaquíes. En algunas de las piezas revisadas, la franja o línea divisoria
entre los dos cuerpos representados se convierte en una guarda de facturación
incluso bastante compleja como en el caso de la urna MP 5968 (b) y la urna MP
4528, en las cuales se muestra una figura humana que cae o sale del espacio
de la franja.
179
180
Fig 53 - MP 4529
MP - S/N
181
MP 6286(a) MP 6286(b)
MP 6291(a) MP 6291(b)
MP 6254(a) MP 6254(b)
Lámina 18
MP 5708(a)
MP 5702
MP 4415
Lámina 19
183
MP 4426(a)
Los datos expuestos hasta aquí sobre esta “tipología”del negro/blanco nos
muestran una clara distinción respecto de las variaciones de la estructura
iconográfica santamariana y cómo se produce una escisión estructural en- tre
la, a partir de allí, fase tricolor y la fase mas tardía, la bicolor. La diversi- dad de
las variaciones en las “máscaras” o diseños de pintura facial y los juegos con el
color rojo ceden lugar a una estructura que antes llamé como más “ecléctica” ;
reducida a ciertas fórmulas compositivas y a la reiteración de temas más
discretos. Pero en particular es significativo el tema de las representaciones de
guerreros ataviados ya para el combate o para la cere- monia, pues desplazan
el discurso de las urnas-madres por un discurso que ( a disgusto) sólo atino a
calificar de patriarcal. Es posible que la ruptura corresponda a una
transformación necesaria como negación de un conflic- to, tal como la invasión
incaica o la guerra generalizada auspiciada por la ocupación del territorio y por
tanto, por un nuevo orden político. Pero esto se sale del límite que debo
ponerle a este trabajo y ya será un tema para otra investigación.
185
Fig. 54 – MP 824
186
Fig 55 - MP 3283
Sin descontar la posible filiación con las formas de Aguada, pienso que los
elementos iconográficos de estas piezas son específicamente santamarianos si
relacionamos esto que estamos viendo con la información ya descrita. En el
mango del hacha se pueden observar los elementos de las guardas reseñadas
ya en las urnas y en particular quiero relievar en la ima- gen de la derecha, que
corresponde al envés de la pieza, cómo aparecen allí los elementos del icono
del “par sagrado” que contribuye a ratificar el sen- tido ritual que posiblemente
tuvieron estas hachas. Enseguida veremos otros ejemplos pues el caso amerita
hacerlo:
“...el mango metálico forma un todo con la hoja. En los adornos se advierte el
ojo circular y siete radios salientes, perduración de la corona flamígera del
felino de Aguada. Las grecas que adornan el mango son típicos agregados de
la decoración santamariana. El ejemplar que ilus- tramos carece de filo; más
que un hacha debió ser un cetro de carácter puramente simbólico...” (González;
1977:299)
Excepto por los siete radios salientes, esta descripción corresponde punto
por punto con un par de ejemplares que he relevado en las colecciones del
Museo de La Plata y que vemos en las Fig 54 y Fig 55:
187
Fig 56 - MP s/n
188
Fig 59 - MP 6995
189
190
En esta pieza se pueden observar todos los elementos que aparecen en las
hachas precedentes, incluido el gancho de la nariz del murciélago. En el detalle
de la Fig. 60, aparecen dos pequeñas cabezas cortadas, con la hende- dura
sobre la parte superior.
Fig. 60 - MP 6996
Fig 61 - MP s/n
191
Para rematar esta ya larga explicación, un tanto azarosa con tanto ir y venir,
y que corre con el riesgo de parecer desordenada, se me ocurre que hay una
magnífica imagen para resumir las ideas que pudieran quedar sueltas. Me
refiero al gran mural rupestre de la cueva de Carahuasi en el cual se articulan
las imágenes de unos hombres y mujeres reales de quienes nos viene una
escena desde el pasado.
192
193
CONCLUSIONES
195
Para decirlo de una buena vez, mi propuesta de lectura estructural hace fila,
muy respetuosamente, detrás de la propuesta (tipológico – cronológica) de
Fernando Márquez Miranda y Eduardo Mario Cigliano aunque con dis- tintos
argumentos y por diferentes vericuetos. Quiero decir que, aunque el criterio de
su clasificación atendía más al “...análisis estilístico de las ur-
197
198
sión, no tienen casi nada que ver con Santa María pues, por exclusión, su
modelo no tiene ninguna articulación con el modelo [Par A] que definimos como
histórico de “lo santamariano”. Pero en el otro sentido, en el de las variaciones
del modelo [Par B – 2] o, “modelo de cara partida en dos”, las representaciones
de serpientes y hongos (“decoración” recurrente en estas urnas) permite
ubicarlas en ese complejo de relaciones del NOA que, gené- ricamente se
llama “santamariano”
199
200
BIBLIOGRAFÍA
201
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