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JENOFONTE, Recuerdos de Sócrates, IV 2 11-20. Madrid: Gredos, 1993.

11 - ¿No irá a resultar, Eutidemo, que aspiras a la virtud por la que los hombres se hacen políticos,
administradores, capaces de gobernar y útiles a los demás y a sí mismos?
Eutidemo respondió:
- Sí, Sócrates, ésa es la virtud que necesito.
- ¡Por Zeus!, dijo Sócrates, aspiras a la virtud más bella y a la más grande de las artes, pues es un
arte de reyes y se llama «arte real». Pero ¿has reflexionado si es posible, sin ser justo, llegar a ser
bueno en ese arte?
- Sí he reflexionado, y mucho, y no es posible sin justicia llegar a ser un buen ciudadano.
12 - ¿Y qué?, dijo Sócrates. ¿Ya lo has conseguido?
- Creo, Sócrates, que no voy a parecer menos justo que otro cualquiera.
- Bien. ¿No tienen los hombres justos sus obras, como las tienen los carpinteros?
- Las tienen.
- Entonces, lo mismo que los carpinteros pueden mostrar sus obras ¿podrían también los hombres
justos explicar las suyas?
- ¿Cómo no voy yo a poder explicar las obras de la justicia?, dijo Eutidemo. Y, ¡por Zeus!, también
las de la injusticia, pues no son pocas las que se pueden ver y oír todos los días.
13 - ¿Quieres entonces, dijo Sócrates, que escribamos a un lado la “J”, al otro lado la “l”, y, a
continuación, lo que nos parezca obra de la justicia lo pongamos en la “J” y lo que sea de la injusticia
en la “I”?
- Si crees que es necesario hacerlo, hazlo.
14 Después de haber escrito Sócrates las letras tal como había dicho, continuó:
- ¿Existe la mentira entre los hombres?
- Existe, desde luego.
- ¿En qué lado la pondremos?
- Es evidente que en el de la injusticia.
- ¿No existe también el engaño?
- Ya lo creo.
- ¿En qué lado lo ponemos entonces?
- También es evidente que en el de la injusticia.
- ¿Y qué pasa con el hacer daño a otro?
- También ahí, dijo.
- ¿Y someter a esclavitud?
- También.
- ¿Y en la parte de la justicia no habrá nada de eso, Eutidemo?
- Sería terrible.
15 - ¿Qué ocurre entonces si alguien, elegido general, reduce a esclavitud a una ciudad injusta y
enemiga? ¿Diremos que comete una injusticia?
- No, por cierto.
- ¿No diremos que hace algo justo?
- Desde luego.
- ¿Qué ocurre si engaña a los enemigos en la guerra?
- También eso es justo, dijo.
- Y en el caso de que robe y saquee los bienes enemigos, ¿no obrará en justicia?
- Desde luego, pero yo al principio suponía que las preguntas se referían únicamente a los amigos.
- Según eso, todo lo que pusimos en la injusticia tendríamos que ponerlo también en la justicia.
- Así parece.
16 - ¿Quieres entonces que después de plantear las cosas así determinemos de nuevo que obrar así
es justo con el enemigo, pero injusto con los amigos, y que con éstos hay que ser lo más sinceros
posible?
- Totalmente, dijo Eutidemo.
17 - ¿Qué pasa entonces, dijo Sócrates, si un general al ver desmoralizado a su ejército le miente
diciendo que se acercan tropas aliadas, y con esta mentira pone fin a la desmoralización de los
soldados?, ¿en qué lado pondremos este engaño?
- Yo creo que en el de la justicia.
- Y si alguien, viendo que su hijo necesita medicación y se niega a tomar la medicina, le engaña
dándole la medicina como si fuera comida y utilizando esta mentira lo salva, ¿en qué lugar habrá
que poner este engaño?
- Yo creo que en el mismo.
- Y si alguien, teniendo un amigo desesperado, por miedo de que se suicide le quita o le arrebata la
espada o cualquier otra arma, ¿en qué lugar habrá que poner esto?
- También habrá que ponerlo en la justicia.
18 - ¿Quieres decir entonces que tampoco con los amigos hay que ser sincero siempre?
- No, ¡por Zeus!, y me retracto, si se me permite.
19 - Se te tendrá que permitir, dijo Sócrates, antes de que hagas una clasificación equivocada. Pero
pasando ahora a los que perjudican a sus amigos con engaños, para no dejar este punto sin
examinar, ¿quién es más injusto, el que engaña voluntariamente o el que lo hace sin intención?
- La verdad, Sócrates, es que ya no me fío de mis respuestas, pues todo lo de antes me parece
ahora distinto de lo que yo creía.

JENOFONTE, Recuerdos de Sócrates, IV 2 36-40. Madrid: Gredos, 1993.

- Tal vez, dijo Sócrates, por tu excesiva confianza en saber estas cosas no las meditaste
suficientemente, pero puesto que te dispones a ponerte al frente de un Estado democrático, es
evidente que al menos sabes qué es una democracia.
37 - Totalmente, dijo.
- ¿Tú crees que es posible saber qué es una democracia sin saber qué es un pueblo?
- Creo que no, ¡por Zeus!
- ¿Y sabes qué es el pueblo?
- Creo que sí.
- ¿Qué crees tú que es el pueblo?
- Yo creo que son los ciudadanos pobres.
- ¿Y sabes quiénes son los pobres?
- ¿Cómo no iba a saberlo?
- ¿Y sabes también quiénes son los ricos?
- Tanto como quiénes son los pobres
- ¿A quiénes llamas pobres y a quiénes ricos?
- Son pobres, en mi opinión, los que no tienen bastante para pagar lo que deben, y ricos los que
tienen más de lo suficiente.
38 - ¿Te has dado cuenta entonces de que algunos con muy poco no sólo les basta sino que incluso
ahorran, mientras que otros con grandes fortunas no tienen suficiente?
- ¡Por Zeus!, dijo Eutidemo, hiciste bien al recordármelo, pues conozco algunos monarcas que por
falta de recursos se ven obligados a cometer crímenes, igual que los más necesitados.
39 - Entonces, dijo Sócrates, si son así las cosas, debemos poner a los monarcas entre el pueblo, y a
los que poseen pocos bienes, si son buenos administradores, entre los ricos.
Entonces dijo Eutidemo:
- Es evidente que mi propia estupidez me obliga a reconocerlo y voy pensando que para mí lo mejor
sería callarme, pues probablemente no sé simplemente nada.
Y se marchó completamente descorazonado, despreciándose a sí mismo y convencido de que en
realidad era un esclavo.

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