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En la mesa erizada por un centenar de artilugios para escribir de toda condición
reposan unas galeradas de Esa puta tan distinguida (Lumen) con una veintena de
marcas. “Son cosas que quiero retocar para la segunda edición”, comenta Juan
Marsé (Barcelona, 1933), heredero literario del carácter meticuloso que ya
mostraba el quinceañero que, en el taller de joyería, soldaba Cristos en la cruz. La
obsesión por la palabra precisa, la placentera (o no) tortura de la escritura, es una
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4/11/2018 'Esa puta tan distinguida': Juan Marsé: “La Transición decretó la desmemoria” | Babelia | EL PAÍS
de las aguas subterráneas que recorren quizá la obra que, junto a la pespunteada
por demonios familiares Caligrafía de los sueños (2011), más trampantojos
muestra del propio Marsé.
El escritor
“No ha tenido mucho gusto en haberse conocido, habría preferido pasar de largo
de sí mismo”, se dibujó en 1987. Y desde ese brutal perfil que cerraba su Señoras
y señores, no hay en la trayectoria de Marsé otro autorretrato como el que abre
Esa puta tan distinguida, donde un escritor recibe el encargo de un guion
cinematográfico sobre un antiguo crimen, lo que le lleva a entrevistar al asesino
que, 30 años después, sabe que lo cometió pero no recuerda el porqué. Con el
formato preferido del Marsé ante los periodistas (responder por escrito), el
narrador hace lo propio dejando jirones de piel verdadera de su creador. “Hace
tiempo que quería hacer algo así; además me iba bien para fijar de qué va la
novela”, apunta Marsé tras la mesa.
Aflora así el francotirador que siempre ha sido: “No milito bajo ninguna bandera
(…) cualquier forma de nacionalismo me repugna. La patria que me proponen los
nacionalistas es una carroña sentimental”, escribe. Quien ha declarado que se
considera “un autor catalán que escribe en lengua castellana” y al que no le
importa la gloria (“me tiene sin cuidado entrar en la historia de la literatura”), se
ratifica, por herencia paterna, anticlerical (señala hoy, con la cabeza, unas
caricaturas suyas sobre curas que salpican los anaqueles del despacho). Deja
constancia de que declinó ser miembro de la Real Academia de la Lengua (como
rechazara un homenaje de la Generalitat por sus 80 años) y se muestra leal con
los suyos: ante el maremoto que ha sufrido su agencia literaria, Carmen Balcells
(“el personaje de ficción que más admiro”, escribe), asegura que ya no la
abandonará porque “a mi edad, vendría a ser como cambiar de tumbona la última
noche del Titanic”.
La memoria
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“En los labios niños / las canciones llevan / confusa la historia / y clara la pena”.
Con esos versos de Antonio Machado iba a encabezar Marsé Si te dicen que caí.
En su autorretrato, habla de quien arrastra “un relámpago negro en el corazón y
en la memoria”. Toda la obra de Marsé es memoria, lacerante y caprichosa: una
puta distinguida. Es el trasfondo de esta novela y aquí tiene fecha: 1982. “La
Transición española se construyó sobre la base de la memoria pactada; el gran
sacrificado en España es la memoria colectiva”, dice. “La desmemoria fue
decretada en este país oficialmente a partir de la Transición y después macerada
y propiciada por determinadas políticas culturales; nos robaron y adulteraron el
pasado”.
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La escritura
“Sé muy bien la distancia que media entre el proyecto literario y el resultado”, fija
el escritor, que admite que en esta novela no puede negar que “hay mucho de
autobiográfico, sobre todo en relación con la faena”. En voz del narrador, tras ver
una vez más “oraciones simples convertidas en ceniza, era todo lo que tenía
después de casi cinco horas de trabajo”, constata: “Durante los últimos años la
conciencia del fracaso personal no ha hecho más que consolidarse y a menudo
siento como si arrastrara el pesado fardo de una impostura y una impericia que ya
sería hora de asumir públicamente de una vez”. Esa angustia Marsé la mal lleva,
acentuada, desde 2005, cuando publicó Canciones de amor en Lolita’s Club: “Me
sorprende haber dado por buenos tantos pasajes que necesitan retoques,
¿cuándo aprenderé?”, escribió entonces en unos diarios inéditos.
Pero todo viene aún de más atrás. “Me preocupa la forma, me desvivo por resultar
atrayente”, escribe en 1957 el aprendiz literario a su primera gran mentora, la
escritora Paulina Crusat. “Es una frase risible, de cuando yo aún debía querer ir a
Hollywood, si no, no se explica”, ironiza hoy el escritor. “La verdad es que tuvo
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una paciencia tremenda… Un poco ese papel lo hace ahora mi editora, Silvia
Querini”. Lo de la paciencia es clave: “Mis primeros borradores –admite Marsé-
son impresentables, si salvo un par de líneas me doy por satisfecho: necesito
encontrar la voz que me haga creíble lo que estoy contando”. Sigue escribiendo
primero a mano y en una libreta, como cuando empezó a los 15 años
garabateando los recuerdos de unos gitanos que vio un verano. “La primera
versión me gusta contarla artesanalmente, no tengo prisa alguna, la escritura
manual me ayuda a ese ritmo”. “Hasta que no tengo a veces esa pequeña cosa
que rompa un capítulo o hallo el nombre de un personaje, pueden pasar meses”,
reconoce.
Quien dice que su patria está “en el lenguaje, no en la lengua”, admite, sin
embargo, que ha tenido suerte con sus editores. “Excepto con José Manuel Lara
Bosch, con el que no me entendí ni cuando se hizo cargo de la revista Por Favor,
me considero afortunado: he trabajado con Mario Lacruz, Esther Tusquets,
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Beatriz de Moura y Elena Ramírez, hasta llegar a Querini”. En Esa puta tan
distinguida, amén de un festival de recursos estilísticos a expensas del guion
cinematográfico (abunda el flash-back, como en El fantasma del cine Roxy), Marsé
ratifica el chispazo que le llevó a escribir y que ya evocó en Caligrafía…: tendría 14
años y una chica un poco mayor, ante la puerta del Conservatorio Municipal de
Música de Barcelona, le pidió que entrara con ella y le dijera a su profesor solo
“He sido yo” y se fuera. La esperó en la calle como pactaron, pero no la vio más.
Con los días, el niño pergeñó una pasión secreta entre alumna y profesor.
Formular la historia fue la única manera de librarse de aquella obsesión. La
semilla del Marsé narrador: “Con algunas variantes, el peisodio es real. A los 14
años, quise ingresar en el Conservatorio y estudiar piano. No pudo ser”, recuerda
ahora.
El asesinato, el barrio
El crimen de la meretriz en Esa puta…trae a la memoria al fiel seguidor de Marsé el
crimen real de la prostituta Carmen Broto, que conmocionó Barcelona en 1949
(mismo año que el crimen del libro) por su brutalidad y la rumorología que
vinculaba a la mujer con el poder político y eclesiástico y que el escritor utilizó en
Si te dicen que caí (1973). “No tiene nada que ver; o quizá sí; es un reflejo de un
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Muchos escenarios han desaparecido (como la calle cerca de la Avenida de
Montserrat que daba a una antigua torrentera donde estaba la casa de Rabos de
lagartija, 2000), otros han mudado (la cooperativa La Lleialtat, donde se baila en
Caligrafía…, es sede del Teatre Lliure) y otros siguen siendo bien reconocibles,
como la carretera del Carmelo (y que transitaba raudo el Pijoaparte de Últimas
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Hay otras “coñas varias”, como las puyas contra la inflación de novela negra en
España (“se ha convertido en un refugio de escritores veleidosos reconvertidos,
hay una glorificación tremenda y, salvo unos nombres, casi todo es filfa”). Y un
sonoro cachete a políticos y personajes del entorno del independentismo catalán
como Joan Tardá, Gabriel Rufián, Pilar Rahola o Patricia Gabancho, apenas
disimulados como artistas en un cartel de varietés, recurso como no se veía
desde La muchacha de las bragas de oro (1978). “Nunca he dejado de pitorrearme
de mí mismo y de otros y de todo tipo de nacionalismo; no voy a dejar de hacerlo
ahora”. Y concluye: “En esta novela, todo es real menos el autor”. O justo al revés.
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Operan de urgencia a
Arnold
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(TIKITAKAS)
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