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aomBio,

un HHinismn
EL DIABLO
UN FANTASMA
HERBERT HAAG

CONTROVERSIA
13

HERDER
ÍNDICE

I. El enemigo es el diablo 7
II. «Se hizo semejante a los hombres» . . . . 13
III. «Propenso al mal desde la adolescencia» . . 19
IV. «Todos mueren en Adán» 27
V. «Y Satán incitó a David» 35
VI. «La envidia del diablo» 43
VII. «No deis lugar al diablo» 53
VIII. «Salió» 61
Versión c a s t e l l a n a d e ALEJANDRO ESTEBAN L A I O R R O S
de la o b r a d e IIBRBKBT H A A G , Absthied vom Teufet,
IX. «Muerte, ¿dónde está tu victoria?» . . . . 67
B e n z i n g e r Verlag, E i n s i e d e l n
X. «El último Adán» 75

(g) Benzinger )erlag, Einsiedeln 1969


(g} Editorial lierder S. A., Provenza 38$, Barcelona (España) 1973

ISBN 84-254-0800-8

E8 PROPIEDAD
DbPÓBUo LKGAI B 34 441-19"2
PflllSTED 1N SpAIN
GRAFBSA, jNápoles 249, Baicelona

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1

EL ENEMIGO ES EL DIABLO

Por todos lados llega hasta nosotros el clamor de


la miseria en el mundo: la miseria de la guerra y de la
fuerza brutal; la miseria de la injusticia social, de
la pobreza y del hambre; la miseria de la enfermedad,
la miseria de la duda, de la tentación y de la desilu-
sión. Pero en definitiva, por encima de todas estas mi-
serias se cierne una: la miseria del mal, del mal en el
mundo y del mal en nuestros corazones. Esta miseria
podemos designarla también como la miseria de la
muerte. En efecto, el mal — como todos lo hemos ex-
perimentado ya dolorosamente — no conduce a la vida,
sino a la muerte. Y quien camina por este mundo con
los ojos abiertos tropieza una y otra vez con el he-
cho de que el poder de la muerte surge con más. fuer-
za que el poder de la vida.
Que ello sea así, es ya bastante miseria. Pero esta
miseria se presenta todavía con mayor agudeza si plan-
teamos la cuestión: y esto ¿por qué? Frente al mal
tenemos siempre la sensación indubitable de que aquí
sucede algo que propiamente no debería suceder, pe-

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ro al mismo tiempo tenemos también con frecuencia luego, «el mal» en sí no existe. Pero existe «el malo»,
la sensación de que está pasando algo a que el hom- el maligno. Éste es el mal en persona, la encarnación
bre de hecho no puede sustraerse. Sabemos que desde del mal. Por él, por sus intrigas, sus maquinaciones y
la redención quedó quebrantado el poder del mal. sus ardides adquiere poder el mal en la tierra. Él
Pero este saber es en gran manera teorético, pues en siembra el mal en los corazones de los hombres.
realidad experimentamos constantemente la muerte y Él los induce a hacer mal.
el pecado como un poder permanente. Y lo que quizá Esta respuesta se apoyará en el testimonio de la
más nos inquieta es el tener que preguntarnos: ¿Pero Sagrada Escritura. Se ve ya confirmada por el relato
ha cambiado algo en el mundo con la cruz de Jesús? del paraíso. La serpiente, el diablo, tienta a la mujer,
¿En qué consiste la redención, en qué consiste la vic- la incita al pecado. Por sí misma no habría tenido
toria sobre el mal? Eva la idea de pecar (Gen 3, 1-7). Y en el Nuevo Tes-
No es posible hurtar el cuerpo a estas preguntas. tamento leemos que Jesús fue tentado por el diablo.
A diario vuelven a surgir ante nosotros, atormentán- Jesús mismo habla constantemente del diablo. El dia-
donos y oprimiéndonos, y no sabemos cómo contes- blo es el enemigo que siembra cizaña entre la buena
tar. ¿Se debe esto únicamente a que somos incapaces simiente de Dios (Mt 13, 39) y se lleva de los corazones
de responder, o es que quizá no haya respuesta po- de los hombres el buen grano de la palabra de Dios
sible? (Le 8, 12). Así lo aprendimos ya en el catecismo:
En todo caso, una cosa debemos asegurar desde el desde que los primeros padres se hicieron esclavos del
principio: Cuando nos servimos de los conceptos «el diablo por el primer pecado, tiene él poder sobre los
mal», «el poder del mal», nos referimos a una enti- hombres y trata de perderlos en cuerpo y alma. Es
dad indeterminada, a algo meramente pensado, a algo verdad que Jesús lo venció en la cruz; sin embaigo,
que sólo está en nuestras mentes; es necesario con- toda vida cristiana en seguimiento de Jesús —como
vencerse de que «el mal» en sí no existe. «El mal» la vida de Jesús mismo — es una lucha incesante con
sólo existe en cuanto que toma cuerpo en una per- el diablo.
sona, a causa del querer y del obrar de esta persona. Por esto mismo tenemos también la costumbre de
No existe «el mal», sino que existe el hombre malo, el implorar la protección contra el demonio. Hasta hace
hombre que hace algo malo. pocos años se rezaba todavía la oración siguiente al
Hasta aquí no habrá quien no esté perfectamente final de cada misa rezada: «San Miguel Arcángel,
de acuerdo Pero sigamos preguntando todavía: ¿Có- defiéndenos en la lucha. Sé nuestra protección contra
mo se le ocurre al hombre hacer algo malo? ¿A qué la malicia y las asechanzas del demonio... Con el po-
se debe que sea un hombre malo? Me diréis: Desde der de Dios precipita al infierno a Satanás y a los

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otros espíritus malignos que van rondando por el mun- cribir se basaban en concepciones que el Dios de la
do para la perdición de las almas.» No hay letanía que revelación no quiso nunca imponer a la entera huma-
no contenga una invocación contra las «asechanzas del nidad venidera. Así pues, no basta con señalar que la
demonio». En muchos cánticos religiosos y en muchas Biblia habla de Satanás. Tenemos además que pregun-
oraciones corrientes se implora la ayuda de Dios y de tar si tales aserciones bíblicas forman parte de la
los santos en la lucha contra el «enemigo maligno». doctrina de fe obligatoria de la Iglesia o son únicamen-
Sólo en Completas, que es la oración nocturna del bre- te elementos no obligatorios, pertenecientes a la idea
viario, se menciona tres veces al diablo. del mundo propia del ambiente bíblico.
Más aún, en los mismos inicios de la vida cristia-
na, en el bautismo, está presente el demonio. Nada
menos que tres exorcismos se contienen en el rito tra-
dicional del bautismo, y la renuncia expresa a Satanás,
a sus obras y a sus pompas forma parte de la renova-
ción de las promesas del bautismo en la solemnidad de
la primera comunión y en la celebración anual de
la vigilia pascual. Desde la más tierna edad se pone
ante los ojos de los niños el tremendo y amenazador
poder del diablo, y este miedo acompaña a muchos
cristianos hasta el fin de su vida.
De hecho parece que en la oración y en la predi-
cación de la Iglesia, como en la Sagrada Escritura, se
expresa en forma convincente la creencia de que el mal
viene del diablo. Pero ¿es así en realidad? Esta pre-
gunta preocupa al hombre de nuestros días con una
fuerza extraordinaria. El cristiano creyente no puede
ni quiere dar una respuesta a la ügera. Por una parte
está dispuesto a aceptar incondicionalmente la palabra
de la Sagrada Escritura. Por otra parte sabe que los
autores agrados, los escritores bíblicos, aun estando
indudablemente al servicio de la revelación divina, no
dejaban de ser hijos de su tiempo, y al pensar y al es-

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)

«SE HIZO SEMEJANTE


A LOS HOMBRES»

Sea cual fuere la respuesta que se dé a la pregunta


de porqué hay mal en el mundo, en todo caso una
cosa es cierta: la decisión de hacer el bien o el mal
está en manos del hombre. Dios creó al hombre libre,
y el hombre debe optar con libertad por el bien. Desde
luego, esto indica que el hombre puede optar tam-
bién por lo que no es bueno, por el mal. En esto se
cifra la dignidad, pero también la miseria del hom-
bre, que constantemente se ve ante la alternativa de
elegir entre el bien y el mal. Todos conocemos por
experiencia el conflicto que se da en nuestros corazo-
nes y, en conexión con este conflicto, el halago y
seducción que incita al mal. A esta situación damos el
nombre de tentación.
La tentación se funda en la naturaleza humana, en
la libertad del hombre. Sin tentación no hay verda-
dero ser de hombre. Esto puede servirnos ya de con-
suelo en las apreturas de la tentación: sabemos que
se trata de algo fundamentalmente humano. Nuestro
tiempo parece tener un sentido completamente nuevo

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para lo humano. Quiere tomar en serio al hombre en es familiar principalmente la de Mateo, por leerse en
su condición creada, por lo cual pone empeño en en- la liturgia como evangelio del primer domingo de
cuadrar razonablemente en el todo de la vida humana Cuaresma.
todas las manifestaciones de su naturaleza. Por esta En la historia de la pasión se nos informa también
razón, tampoco deberíamos sentirnos ya tan descon- de una segunda y tremenda tentación, que sobrevino
certados ante el fenómeno de la tentación. En efecto, a Jesús poco antes de su pasión, en el huerto de Get-
esto concierne a la medula misma del ser humano; en la semaní. Con tristeza y desaliento mortal dirige su
tentación nos vemos interpelados en nuestra libertad. oración al Padre. Luego despierta a los discípulos y
Ser hombre supone ser tentado, y ser tentado supone les dice que hagan lo mismo: «Velad y orad, para
que uno es hombre. que no entréis en tentación» (Mt 26, 36-41). Porque,
Por esta razón también Jesús hubo de ser tentado. ¿cómo podrán los discípulos salir a flote en la ten-
Para el seguidor de Jesús es un consuelo en la tenta- tación, si a duras penas lo logra el Señor? Si alguien
ción saber que también nuestro Señor fue tentado. sabe lo que es tentación, es Jesús. Por eso invita tam-
Porque él era verdadero hombre, y ser tentado forma bién a los discípulos a orar para que el Padre los
parte del ser de hombre. «Se despojó de sí mismo, to- exima de la tentación, y en la oración dominical les
mando condición de esclavo, haciéndose semejante a pone esta petición en los labios: «No nos. lleves a la
los hombres»: así se expresa la Iglesia apostólica en el tentación.»
himno de la carta a los Filipenses (2, 7), que es su gran- Ahora bien, sería ciertamente falso considerar co-
diosa confesión de la verdadera y plena humanidad de mo excepciones las dos situaciones en que los Evange-
Jesús. lios nos muestran a Jesús en la tentación. Más bien
La Sagrada Escritura refiere más de una vez que parece que la tentación acompañó a Jesús toda su
Jesús fue tentado. Según los tres evangelios sinópti- vida. La carta a los Hebreos habla muy en general de
cos, le asaltó la tentación en dos momentos decisivos las tentaciones de Jesús: «Porque no tenemos un sumo
en su vida: al comienzo de su vida pública y poco sacerdote incapaz de compartir el peso de nuestras de-
antes de su pasión. Sobre la primera prueba dolorosa bilidades, sino al contrario: tentado en todo, como se-
leemos en san Marcos sólo esta breve frase, pletórica mejante nuestro que es, pero sin pecado» (4, 15) En
de contenido: «Luego, el Espíritu lo impele al desierto. todo fue tentado, en todos los terrenos y en todas for-
Permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado mas: en el hambre y en la sed, en el frío y en la fatiga,
por Satanás» (1, 12s). En Mateo y Lucas, esta noticia en éxitos clamorosos y en fracasos desalentadores, en
lapidaria fue desarrollada en las prolijas narraciones la necesidad de amor, en la soledad y en la incom-
sobre la triple tentación de Jesús, de las cuales nos prensión de sus más allegados, en la importunidad de

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las gentes y en la hostilidad de los dominantes. Ai dar tado a él mismo el más mínimo servicio de amor que
Jesús una ojeada retrospectiva a su vida, le aparece prestamos a un semejante (cf. Mt 25, 40), sin duda
ésta ni más ni menos que como una única tentación debe decirse lo mismo de la asistencia y del sympa-
continuada, y así testifica con gratitud a sus discípulos: thein, de la compasión en la tentación. Asistir a un
«Vosotros habéis permanecido constantemente conmi- hermano o a una hermana en la tentación es lo mismo
go en mis pruebas; por eso, igual que mi Padre en que asistir al Señor, y esto se llama fidelidad de dis-
favor mío de un reino, yo también dispongo de él en cípulo. Tal fidelidad viene recompensada por el Se-
favor vuestro» (Le 22, 28s). ñor con la promesa: «Vosotros habéis permanecido
Como Jesús mismo fue tentado, dice la carta a los constantemente conmigo en mis pruebas; por eso, igual
Hebreos, así puede «sentir com-pasión» con nuestras que mi Padre dispuso en favor mío de un reino, yo
tentaciones. En el texto original griego del Nuevo Tes- también dispongo de él en favor vuestro.»
tamento se usa aquí el verbo sympathein, del que vie- Asistir al prójimo en la tentación es amor. Pero
ne nuestra palabra «simpatía», aunque nosotros usamos todavía es mayor amor no convertirse uno en tenta-
la palabra simpatía en un sentido bastante desvaí- ción para él. El que hace una injusticia a un semejante
do, entendiendo generalmente por simpatía una cier- se vuelve tentación para él, pues se siente tentado a,
ta inclinación afectiva. En realidad, sympathein signi- pagar injusticia con injusticia y a dar rienda suelta
fica «padecer-con» (otro). Por consiguiente, sólo se al odio, a la aversión, a la dureza de corazón y a la
puede hablar en verdad de simpatía cuando hacemos exasperación. Por eso nos advierte tan gravemente Je-
nuestro el dolor del prójimo. Para nosotros es suma- sús que no demos ocasión de pecado a los «pequeñue-
mente consolador saber que Jesús mismo pasó ya por los». «¡Ay de aquel hombre por quien viene el escán-
todas nuestras tentaciones. Sabe lo que es tentación. dalo!» (Mt 18, 7). No estamos llamados a causar pena
Pero también sabe lo que es verse uno abandonado al prójimo, sino a ayudarle. En la carta a los Roma-
en la tentación. Todavía hace unos momentos acaba nos escribe san Pablo estas bellas palabras: «Cada uno
de decir con gratitud a sus discípulos: «Vosotros ha- de nosotros procure complacer al prójimo para el
béis permanecido constantemente conmigo en mis prue- bien, para la edificación» (15, 2).
bas» (Le 22, 28), y poco después ellos se duermen
mientras él lucha solitario contra la tremenda tenta-
ción. Por eso él no puede dejarnos solos en la ten-
tación.
¿Pero tiene todavía hoy Jesús necesidad de nues-
tra asistencia en la tentación? Si acepta como pres-

tó 17
3

«PROPENSO AL MAL
DESDE LA ADOLESCENCIA »

Hemos reflexionado sobre la tentación y hemos pre-


guntado por su sentido. Hemos visto que ser tentado
es propio del ser humano. No seríamos hombres nor-
males, auténticos, si no tuviéramos tentaciones, si no
conociéramos la tentación. Jesús, como verdadero hom-
bre que era, fue también tentado. «Fue tentado en
todo, como semejante nuestro que es, pero sin pecado»
(Heb 4, 15).
En esta aserción tienen importancia para nosotros
las últimas palabras: sin pecado. Jesús fue semejante a
nosotros en el hecho de ser tentado. Pero era distinto
de nosotros en cuanto que venció todas las tentaciones.
Nunca tentación alguna hizo caer a Jesús en pecado.
Ahora bien, ésta es precisamente nuestra miseria, que
la tentación, aunque no siempre, con frecuencia nos
lleva al pecado.
Y es que no sólo la tentación, sino también el pe-
cado, forma parte de nuestra condición humana. Sin
pecado, no hay ser humano. Sólo Jesús pudo hacer
esta pregunta: «¿Quién de vosotros podrá convencer-
án
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me de pecado?» (Jn 8, 46). Nadie más que él estaba demasiado tarde, reconoce cuan desatinadamente ha
exento de pecado. Así pudo también salvar a la mujer procedido (Le 15, 11-32).
adúltera, lanzando a sus acusadores este reto: «Aquel La misma afinidad de las ideas con la parábola
de vosotros que no tenga pecado, tire la primera pie- neotestamentaria nos muestra que también en el relato
dra» (Jn 8, 7). No hubo quien tirara una piedra. del paraíso nos hallamos ante una parábola. Esta his-
Este destino humano se nos muestra ya en las pri- toria no tuvo nunca lugar en esta forma, no es una
meras páginas de la Biblia. Desde la infancia estamos historia realmente acontecida. Nunca hubo en la tierra
familiarizados con la narración del paraíso: cómo Dios un paraíso, nunca existió un estado de dicha serena
creó al hombre y a su mujer, cómo los llevó al huerto e imperturbada, nunca hubo vida sin sufrimiento. Y,
de delicias, dejándolo enteramente a su disposición, a sin embargo, nos hallamos ante un relato verdadero; al
excepción de un árbol; cómo luego la tentación se ofre- igual que la parábola del hijo pródigo, si bien no re-
ció al hombre y el hombre cayó en la tentación. Uno fiere un hecho histórico, es, con todo, una historia
tras otro, sin interrupción, se siguen los tres actos del verdadera. Todas las parábolas son. relatos inventados
drama: creación, tentación, pecado. Apenas creado, y, no obstante, son relatos verdaderos. Nunca han
se ve el hombre tentado, y apenas tentado, peca. acontecido, y acontecen todos los días. Por eso, tam-
Con el hombre aparece también el pecado. El pe- poco Adán es un personaje histórico concreto, sino sim-
cado es la primera acción que la Biblia refiere del plemente el tipo del hombre. Él es el hombre, tal co-
hombre. Desde el comienzo mismo es el hombre peca- mo es, como ha sido y como será siempre. El relato
dor. Tal es el sentido del célebre versículo del salmo: del paraíso nos quiere mostrar esto: tal es el hom-
«En maldad fui formado, en pecado me concibió mi bre, tan fácilmente cae en la tentación de pecar.
madre» (Sal 51, 7). La Sagrada Escritura no nos informa por tanto de
Lo más curioso en el relato del primer pecado es un primer pecado histórico, de un pecado original. Na-
que el hombre no tema la menor necesidad del fruto turalmente, algún pecado tuvo que ser el primero en
prohibido. En el paraíso tenía lo que necesitaba para su la tierra. Pero de este pecado no sabemos nada: está
felicidad. Pero todo esto no lo ve él ya: su mirada se envuelto en la oscuridad y en el olvido de los remotos
fija en lo prohibido. En el Nuevo Testamento tenemos tiempos primordiales. Lo que el relato del paraíso
un ejemplo parecido en la parábola del hijo pródigo. quiere describirnos no es el primer pecado, sino sen-
También él llevaba en casa de su padre una vida fe- cillamente el pecado del hombre, tal como ha sido, es
liz, sin preocupaciones. Pero entonces se le ocurre hoy y seguirá siéndolo siempre.
pedir descaradamente su herencia, pensando que fuera Así también hay que descartar las conclusiones que
de la casa paterna gozará de mayor felicidad; luego. desde antiguo estamos acostumbrados a sacar de este

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primer pecado. Lo penoso y caduco de la vida del centes descendientes del pecador, los repudiara y los
hombre no tiene su origen en el pecado del primer dejara en un estado calamitoso hasta que por fin (¡qui-
hombre. El que el relato del paraíso presente los dolo- zás al cabo de un millón de años!) enviara al Reden-
res del parto y la muerte corporal como castigo del tor para expiar el «pecado de Adán». Este Dios crea-
pecado se explica como ropaje literario de la parábola. dor sería además un Dios curiosamente impotente, cuyo
La Biblia no pretende formular enseñanzas sobre la mundo habría evolucionado diferentemente de como
naturaleza física del hombre. Y sobre todo, no dice él tenía previsto. Todas estas ideas proceden de la
nada de que el hombre antes de la caída poseyera una falsa suposición de que en el relato del paraíso se ha-
inteligencia más lúcida y una voluntad más fuerte, bla de un pecado históricamente primero.
tal como lo han enseñado la teología dogmática y el En realidad la situación «dichosa» del primer hom-
catecismo. Adán, tal como lo presenta la Biblia, no bre (si siquiera se puede hablar legítimamente de un
muestra ni lucidez de inteligencia ni fuerza de volun- primer hombre) no difería en nada de la de todos los
tad. Presta una fe ciega a los cuentos de Eva y de la hombres posteriores. Con todo hombre que viene a este
serpiente y no opone la menor resistencia a la tenta- mundo está Dios en una relación de amor. En efecto,
ción. La constitución física y moral del hombre no ha ninguna otra relación entre Creador y criatura parece-
sido nunca ni más ni menos que la que es hoy. ría tener un sentido razonable. Ahora bien, el hom-
Entonces, ¿qué decir de su estado de justicia ori- bre, en cuanto criatura, es también débil. Cierto que
ginal? Según la doctrina tradicional de la Iglesia, la Dios creó al hombre bueno, pero es propio de la natu-
primera pareja en el paraíso estaba dotada de unos raleza humana estar expuesta, como lo está a la enfer-
maravillosos y espléndidos dones de gracia. Ahora medad del cuerpo, también a la caída moral, al mal.
bien, Dios castigó tan duramente a los primeros pa- Esto nos lo atestigua también la Sagrada Escritura
dres por el pecado, que perdieron la vida de la gracia cuando pone en boca de Dios estas indulgentes pala-
no sólo para sí mismos, sino incluso para toda su des- bras, a la vista del mundo pecador: «En realidad el co-
cendencia. Consiguientemente, siguió el mundo un razón humano es propenso al mal desde la adolescen-
rumbo completamente diferente del que Dios había cia» (Gen 8, 21). El mal, la inclinación a hacer el mal,
querido y planeado. Con toda razón nos escandaliza- es algo congénito en el hombre, el hombre lo lleva en
mos ante la idea de tal castigo, que en modo alguno el corazón. «Del corazón salen las malas intenciones,
está en proporción con la acción pecaminosa de un homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos tes-
solo homlre. Sería verdaderamente cruel un Dios que timonios, injurias» (Mt 15, 19).
no sólo no diera al pecador la menor posibilidad de Por consiguiente, el relato del paraíso sólo puede
arrepentiniento, sino que además castigara a los ino- tener este sentido: Dios creó bueno al hombre, pero el

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hombre, situado ante la tentación, peca con una pro- cede: el que no ha experimentado nunca lo que es
babilidad rayana en lo trágico. Aquí debemos también volver a ser acogido en gracia por Dios después de
tener en cuenta que la Biblia no carga al demonio con haber caído en desgracia, no conoce a Dios. Y si Dios
la culpa del pecado. Se habla de tentación por la ser- no hubiese enviado a su Hijo al mundo (Jn 3, 17) y
piente. «La serpiente me engañó» (Gen 3, 13), pero Jesús no hubiese muerto en cruz por nuestros pecados,
hubo de pasar tiempo hasta que se vio al demonio en tampoco conoceríamos al Padre. Nunca debemos es-
la serpiente. De esto volveremos a hablar. perar la salvación de nuestras propias fuerzas. Debe
Nos hallamos, por tanto, ante una verdad para nos- aparecer completamente como obra de Dios. «Dios
otros inconcebible: Dios quería este mundo, en el que escogió lo flaco», dice san Pablo, «para avergonzar a
hay pecado. El hombre fue siempre pecador, y es siem- lo fuerte..., para que ninguna carne se gloríe ante
pre pecador. No nos es posible eludir el pecado. Y, Dios. De Dios viene el que vosotros estéis en Cristo
sin embargo, Dios mismo nos deja expuestos a este Jesús... para la justicia, la santificación y la redención,
riesgo. Ésta es sin duda la cuestión que más nos in- para que se cumpla lo que está escrito: Quien se glo-
triga y que nunca lograremos resolver totalmente. Ca- ríe, gloríese en el Señor» (1 Cor 1, 27-31).
da vez que interrogamos a nuestra conciencia sobre un
pecado, nos da un doble testimonio. Cierto que en
el pecado influyen también nuestra flaqueza y las cir-
cunstancias, pero, sea cual fuere el papel que hayan
desempeñado..., sin embargo, nos reconocemos siem-
pre culpables.
Una y otra, flaqueza y culpa, están implicadas en
nuestro ser humano y en nuestra condición de niños
ante Dios. Dios nos deja la miseria del pecado, a fin
de que se ponga de manifiesto que el que nos salva es
Dios. Sin el pecado no sabríamos quién es Dios. La
parábola del hijo pródigo presenta esto en forma es-
pecialmente gráfica. El modo y manera como el buen
hijo mayor pide explicaciones a su padre muestra que
todavía no lo conoce (Le 15, 29s). No sabe realmente
quién es su padre. En cambio, el hijo pródigo, que »
vuelve a asa, ha conocido a su padre. Así es como su-

24 25
4

«TODOS MUEREN EN ADÁN»

La tentación y el pecado son inherentes a nuestro


ser humano. Dios quiso este mundo, en el cual hay
pecado. A estas aserciones tenemos sin duda que dar
nuestro asentimiento con la inteligencia. Pero lo que
nos cuesta gran trabajo es darles nuestro asentimiento
con el corazón. Si Dios condena el pecado y lo casti-
ga, es que debe querer un mundo sin pecado. A pe-
sar de ello, debemos rechazar la idea de que el mundo
haya resultado distinto de como Dios lo tenía con-
cebido y planeado. Dios concibió y se representó el
mundo desde su eternidad tal como resultó: un mun-
do pecador.
Aunque, por otra parte, no menos cierto es tam-
bién que Dios quiere la salvación de los hombres. En
su plan salvífico debe por tanto tener también su ra-
zón de ser el pecado. ¿Podemos atrevernos a decir que
también el pecado sirve para la salvación? Todos cono-
cemos textos solemnes de la Iglesia que no se arre-
dran ante esta aserción. El pregón pascual habla de
la «feliz culpa» y hasta nos dice que «necesario fue el

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pecado de Adán», que nos proporcionó tal Redentor. do y acrecentándose, hasta formar una corriente cauda-
En esta cuestión nos vamos a guiar por los enun- losa, una corriente de pecados que se extiende por to-
ciados de la Sagrada Escritura, sobre todo del após- da la tierra.
tol Pablo, aunque no es tan fácil seguir el hilo de sus Esta concepción le fue sugerida a Pablo por la
ideas. Pablo, que siendo perseguidor de la Iglesia fue Biblia misma. El Antiguo Testamento, empalmando
embestido en toda regla y avasallado por la gracia con el relato del primer pecado, muestra en una serie
de Cristo, no se cansa nunca de ensalzar el poder y la de ejemplos cómo el pecado va adquiriendo cada vez
excelencia de esta gracia. En su propia carne experi- mayor poder sobre la tierra. El primer ejemplo es el
mentó que el hombre sin esta gracia no lleva a cabo fratricidio de Caín (Gen 4, 1-16). El fratricidio era para
nada provechoso para su salvación. «Por la gracia los antiguos semitas el mayor pecado que puede haber.
de Dios soy lo que soy», confiesa san Pablo, y «la Esto significa, por consiguiente, que una vez que los
gracia de Dios no ha sido vana en mí.» hombres se permitieron el primer pecado, perdieron
Pablo sabe muy bien que la gracia de Dios no todos los reparos y ya no se arredran ante nada. La
excluye el esfuerzo humano, con ser bien cierto que cosa va tan lejos que Dios acuerda acabar con esta
se anticipa a éste. Por eso añade luego: «He trabajado raza irremediablemente pecadora y volver a comenzar
más que todos, aunque no precisamente yo, sino la desde el principio con los hombres. Tal es el sentido
gracia de Dios, que está conmigo» (1 Cor 15, 10). del relato del diluvio. Pero la nueva humanidad no es
Cuando se trata de la salvación, el paso del hombre mejor que la primera: sigue pecando como si tal cosa.
es siempre el segundo. El primer paso para nuestra Con ello se muestra que el hombre, por sus propias
salvación lo da siempre Dios. fuerzas, no puede llevar a cabo nada saludable, que
Esto se aplica no sólo a la salvación de cada Dios debe alumbrarle una corriente de gracia, más
hombre en particular, sino también a la salvación del poderosa que la corriente del pecado.
entero género humano. Los hombres, por sus propias De esta corriente de gracia es de la que bebe la
fuerzas, sólo habrían producido pecado. Hemos visto humanidad entera. Brotó para el mundo en la obra
que el relato del paraíso muestra al hombre, desde un salvadora de Jesucristo. Si no hubiese existido el ma-
principio, como pecador: el hombre lleva el pecado nantial del pecado en Adán, tampoco habría existido
en su mismo ser. Ahora bien, cuando Pablo ve en el manantial de la gracia en Jesucristo. Esto es lo que
Adán la fuente de todo pecado, Adán es para él -— con- sorprende en la idea bíblica de Dios, que el pecado no
forme a la interpretación de entonces — el primer hom- sólo provoca el castigo de Dios, sino también su mise-
bre histórico, y el pecado de Adán también el primer ricordia y su gracia. Y, lo que es más: Dios no con-
pecado histórico. Este manantial del pecado va fluyen- trapone sencillamente a la medida del pecado una

28 29
misma medida de gracia, sino una mucho mayor. Dios Pablo habla de la muerte del alma. Esto no resulta
se complace en hacer que su gracia sea mayor que el siempre del tenor verbal del texto, sino del contexto.
pecado. Dios es siempre el mayor. Esto entiende Pa- Así en el célebre pasaje de Rom 5, 12, que a lo largo
blo cuando dice: «Con la gracia no sucede lo mismo de dos milenios de interpretación cristiana ha dado pie
que con el pecado. En efecto, si por el pecado de uno a no pocos equívocos: «Por un hombre entró el pe-
solo murieron muchos, todavía mucho más copiosa- cado en el mundo, y por el pecado la muerte; y así la
mente se ha comunicado a muchos la gracia de Dios muerte pasó a todos los hombres, porque todos peca-
por un solo hombre, Jesucristo» (Rom 5, 15). ron.» Después de todas las reflexiones que han prece-
Pablo tiene predilección por esta idea: Adán trajo dido, no tenemos dificultad en captar el sentido de es-
la muerte, Cristo la vida. Lo que le importa aquí no es tas palabras del Apóstol: «Por un hombre entró el
la descripción del pecado, sino el elogio de la gracia pecado en el mundo, y por el pecado la muerte», ya
que lo vence. En la primera carta a los Corintios, cuan- que el pecado hace del hombre un muerto en el alma.
do trata de la resurrección de los muertos, escribe: El pecado fue extendiéndose sin cesar por la tierra;
«Porque si por un hombre vino la muerte, también por abarcó a todos los hombres, y con él vino también la
un hombre ha venido la resurrección de los muertos; muerte del alma. Por eso dice san Pablo: «Así la muer-
pues como en Adán todos mueren, así también en Cris- te pasó a todos los hombres.»
to serán todos vueltos a la vida» (1 Cor 15, 21s). Cristo En este punto tienen especial importancia las úl-
es el autor universal de la vida, junto al cual aparece timas palabras del texto del Apóstol: «Porque todos
Adán como el autor universal de la muerte. pecaron.» Los hombres no se ven implicados automá-
Esta última concepción tiene algo chocante para ticamente, ni contra su voluntad, en el pecado. Es ver-
nuestra mentalidad. Cuando Pablo presenta a Adán co- dad que el pecado es contagioso, pero aun así cada
mo autor de la muerte de todos los hombres, ¿a qué cual se decide por su cuenta por el pecado y se hace
muerte se refiere, a la del cuerpo o a la del alma? En pecador por su propia culpa. Así lo hemos visto, en
algunos pasajes, como cuando habla de la resurrección efecto, en nuestra meditación sobre la tentación. Dios
de los muertos, no cabe duda de que se refiere a la creó al hombre libre, el hombre es el que tiene que de-
muerte del cuerpo. Todos pasan por esta muerte por cidir si quiere hacer el bien o el mal.
el hecho de haber pecado Adán. En este punto, Pablo No se trata, pues, de que el hombre nazca ya peca-
es hijo de su tiempo. Antes hemos visto que esta con- dor, de que «herede» un pecado de sus antepasados
cepción no es ya conciliante con nuestra idea del mun- o de Adán. Deberíamos descartar de nuestro vocabula-
do y que, por tanto, tenemos derecho a abandonarla. rio religioso el término «pecado original». Incluso las
En otros pasajes, en cambio, salta a la vista que palabras del salmo «En maldad fui formado, en pe-

30 31
cado me concibió mi madre» (Sal 51, 7) quieren decir mo. El bautismo es la incorporación del hombre a
únicamente que desde el nacimiento llevamos en nos- Cristo y su inserción en la comunidad de salvación de
otros una fuerte propensión al pecado, que ésta es in- la Iglesia.
herente a la naturaleza humana. Es, pues, equivocado Del renacimiento o regeneración habla también la
decir que todo hombre nace pecador y que, por tanto, Biblia en este contexto: «Apareció la bondad de Dios
debe ser purificado del pecado en el bautismo. Más nuestro salvador y su amor por la humanidad. No nos
bien existe —como lo hemos visto anteriormente — salvó por las obras de justicia que hubiéramos reali-
desde el comienzo de cada vida humana una relación zado nosotros, sino, según su misericordia, por el baño
de amor entre Creador y criatura. Según la concepción regenerador y renovador del Espíritu Santo» (Tit 3,
tradicional, el sacramento del matrimonio apunta pre- 4s; cf. Jn 3, 3-8, 1 Pe 1, 23). Por eso también la litur-
ferentemente a la transmisión de la vida. No podemos gia de la vigilia pascual, la noche bautismal en la an-
imaginar que el fruto de esta acción sacramental haya tigua Iglesia, está tan llena de júbilo, ya que en ella
de ser necesariamente un pecador merecedor de con- la Iglesia hace el elogio de su propio seno materno, del
denación. Cierto que el rito corriente del bautismo con- que, con fecundidad no mermada, nacen los hijos de
tiene varias ceremonias de purificación. Éstas, sin em- Dios a la vida en el Espíritu. La gracia es más fuerte
bargo, están tomadas del antiguo rito del bautismo de que el pecado, la vida, más fuerte que la muerte.
los adultos y han perdido el sentido en el caso del bau-
tismo de los niños; en general el bautismo de los niños
ha de entenderse en función del bautismo de los adul-
tos, y no viceversa.
En el Nuevo Testamento sólo se habla del bautis-
mo de los adultos, y de éste debe arrancar toda teolo-
gía del bautismo. En todo caso, que el bautizando
adulto es pecador es un hecho del que no cabe dudar.
Todo hombre nace en medio de una sociedad de pe-
cadores, en una comunidad necesitada de salvación,
y en ella él mismo se hace pecador. Sin embargo, Dios
no quiere abandonarlo a una suerte desesperada. El
hombre debe más bien venir penetrado del «poder y la
gloria» de la gracia y nacer, o más bien renacer, a la
comunidad de salvación. Esto tiene lugar en el bautis-

32 33
5

«F SATÁN INCITÓ A DAVID»

Hemos tratado de reflexionar un poco sobre el


fenómeno del pecado. Distamos mucho de haber lle-
gado al fin, y seguramente no llegaremos nunca. En
efecto, el pecado llevará siempre consigo algo inexpli-
cable, misterioso. Hemos visto que no hay ni puede
haber vida humana sin tentación. Hemos visto tam-
bién que la tentación, si no siempre, por lo menos con
gran frecuencia lleva al pecado. ¿Cómo explicar que
el hombre propenda tan fácilmente a hacer el mal,
siendo así que fue creado por un Dios bueno?
En todo caso no podemos admitir algo que con
tanta frecuencia se oye decir, a saber, que al hombre le
resulta más fácil el mal que el bien. Muchos de nos-
otros podrán decir sinceramente que con más gusto
hacen el bien que el mal. Y para gran parte de los
hombres, la regla es el bien y la excepción el mal.
Pensemos tan sólo en que la mayoría de las gentes pa-
san el día desde la mañana hasta la noche dedicados a
un duro trabajo profesional y cumplen su deber a
conciencia. A nadie se le ocurrirá decir que durante es-

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te tiempo la mayoría hacen algo malo. Ni siquiera te-
nemos tanto tiempo para lo malo como para lo bueno. contra Dios: la seductora viene de él. La mujer a su
Pero sobre todo, tratándose de personas normales, el vez trata de excusarse: «La serpiente me engañó y
bien proporciona satisfacción, mientras que el mal cau- comí» (Gen 3, 12s). Tampoco este comportamiento es
sa aversión. privativo del «primer» hombre, sino que es propio del
Por eso resulta tanto más incomprensible que los hombre a secas, tal como fue en todo tiempo y sigue
hombres nos dejemos arrastrar una y otra vez a com- siendo siempre. No tiene pues, nada de extraño que
portamientos desagradables, reprobables: a una pala- también nosotros busquemos en cada caso un cómplice
bra inmisericorde que durante años enteros puede roer de nuestro pecado.
el corazón de un semejante, a un egoísmo frío y sin Una tentativa — muy propagada, pero ligada a una
consideraciones, a una envidia monstruosa, a una des- idea anticuada del mundo — de descargar en alguna
lealtad sin límites. Después nos preguntamos descon- manera al hombre de la plena responsabilidad de su
certados: ¿Cómo ha sido esto posible? En todo caso, hacer pecaminoso, es insostenible y la hemos rechaza-
sabemos por triste experiencia que nunca estamos se- do ya anteriormente. Hemos visto que según el testimo-
guros de nosotros mismos, de no hacer el mal del que nio de la Biblia no hemos «heredado» el pecado de los
somos capaces. progenitores de la humanidad. Por otra parte no es na-
En tales situaciones volvemos a plantearnos una da sorprendente el que, en vista de la apremiante fuer-
y otra vez la pregunta: ¿De dónde viene este mal? En za de atracción que posee el pecado, nos venga la idea
el Evangelio hallamos, sí, una respuesta clara: «Del de que aquí puedan entrar en juego siniestros poderes
interior, del corazón de los hombres, proceden las ma- supraterrenos. De hecho, en la idea cristiana del mun-
las intenciones, fornicaciones, robos, homicidios, adul- do ha jugado gran papel el diablo como autor de la
terios, codicia, maldades, engaño, lujuria, envidia, in- tentación y del pecado. Como ya quedó señalado al
juria, soberbia, desatino; todo este mal viene del inte- principio, la Sagrada Escritura misma es la que nos
rior» (Me 7, 21-23 par.). No obstante los hombres no sugiere esta idea.
han cesado de preguntar cómo entra, pues, el mal en En una de las consideraciones precedentes hemos
su corazón. El hombre se resiste a ser él mismo res- reflexionado sobre las tentaciones de Jesús. En el Evan-
ponsable de su mal obrar. Esto puede verse ya en el re- gelio más antiguo, el de Marcos, hemos hallado esta
lato del paraíso. Cuando el hombre debe responder a breve frase sobre el particular: «Permaneció en el
Dios y darle una explicación por lo que ha hecho, dice: desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás»
«La mujer que me diste por compañera me dio del (1, 13). En Mateo y Lucas se desarrolla esta notkia en
árbol y comí.» No es difícil percibir aquí un reproche una narración bastante larga. Se habla de una triple
tentación de Jesús por el diablo en el desierto, en el
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37
pináculo del Templo y sobre una montaña elevada.
monoteísta. «Yahveh es nuestro Dios, Yahveh es úni-
Satanás va tan lejos, que incluso propone a Jesús que
co» (Dt 6, 4): así reza el dogma fundamental de la fe
le adore. Creemos justificado considerar esta narra-
judía incluso en nuestros días. Por eso los judíos no
ción como una amplificación libre de la Iglesia primi-
podían en modo alguno admitir la idea de que además
tiva. La breve frase de Marcos no podía dejar satisfe-
de este único Dios bueno pudiera haber todavía un
chos a los cristianos y se quería saber más sobre cómo
segundo dios, un dios malo. Con toda claridad expresa
había sido tentado Jesús. Así, esta narración no pue-
esto el profeta que ejerció su actividad en la comuni-
de ofrecernos garantías en todos sus detalles. Con to-
dad judía de Babilonia hacia fines del exilio, y al que
do, queda el enunciado formal de la Sagrada Escri-
llamamos Déutero-Isaías, porque sus oráculos forman
tura, según la cual Jesús fue tentado por Satán. Su
la segunda parte del libro de Isaías: «Yo soy Yahveh,
visaje asoma en las tentaciones de Jesús, como también
no hay ningún otro. Yo formo la luz y creo las tinie-
en nuestras tentaciones.
blas, yo doy la paz, yo creo la desdicha; soy yo. Yah-
No cabe la menor duda de que en el judaismo de
veh, quien hace todo esto» (Is 45, 7). El profeta
los tiempos de Jesús reinaba la creencia de que el mal
insiste con tanto ahínco en que Dios crea también la
se había encarnado en un adversario personal de Dios.
desdicha, el mal, que emplea para ello el mismo verbo
A las gentes de entonces no les atormentaba menos que
hebraico bara' que se halla en el relato de la creación:
a nosotros la pregunta sobre el origen del mal en el
«Cuando Dios comenzó a crear (bara') el cielo y la
mundo. Otros pueblos antiguos, sobre todo los persas,
tierra...» (Gen 1, 1).
hallaban una fácil solución del problema. Admitían
dos dioses, uno bueno y otro malo. Del dios bueno Con esta enunciación se sitúa el profeta comple-
viene todo el bien que hay en el mundo, del dios malo tamente en la línea de la antigua teología israelita.
todo el mal. Los judíos no ignoraban estas concepcio- En el ambiente que rodeaba a Israel se contaba con
nes. Más aún: hoy día se puede comprobar que cier- una multiplicidad de dioses, a los que se atribuía sin
tos sectores judíos estaban marcadamente influencia- el menor reparo los vicios más vergonzosos. Israel, en
dos por ellas. En efecto, en el período de 538 a 331 cambio, mostró la mayor solicitud y tenacidad en man-
a.C. Palestina había formado parte del gran imperio tener alejada de su Dios único y santo hasta la menor
persa, por lo cual era inevitable que se establecieran sombra de pecado. Por otra parte, estaba tan conven-
contactos entre la teología persa y la judía. cido de la acción universal de Yahveh en el mundo, que
No olstante, la vía persa de solución, por lo que no se arredraba de poner de alguna manera en co-
hace al origen del mal, no era practicable para los nexión con la soberanía de Dios hasta las malas accio^
judíos. La religión judía era, en efecto, rigurosamente nes de los hombres. Ya conocemos el antiguo adagio:
«El corazón del hombre es propenso al mal desde su
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adolescencia» (Gen 8, 21), y también hemos visto qué acusar a los pecadores delante de Dios. Contra Job
sentido tiene: Dios dio al hombre por naturaleza una no tiene ninguna acusación que presentar. Sin embar-
marcada proclividad hacia el mal. Más aún: los tem- go, no se fía de él: Job sólo es temeroso de Dios
pranos teólogos israelitas no tenían inconveniente en porque saca partido de ello. Entonces Dios autoriza
atribuir a Dios la misma instigación al pecado. En el a Satán a abrumar con pruebas a Job, sólo con el fin
segundo libro de Samuel incita Dios a David a hacer de comprobar su fidelidad.
el censo de la población, con lo que incurriría en grave Es digno de notarse que Dios azuza a Satán contra
pecado (24, 1). Job. Él es quien pone a prueba a Job, él es quien des-
Posteriormente, un sentimiento religioso más afi- carga sobre Job las calamidades. Así pues, también
nado no pudo soportar esta idea. En el libro de Job, Job ora de esta manera cuando se ve despojado de
que data del siglo v o rv a.C, nos encontramos por todo: «El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó»
tanto con la tentativa de no atribuir ya el mal direc- (1, 21). No dice: «Satán me lo quitó.» También para el
tamente a Dios, sino a un ente sujeto a su poder, a autor del libro de Job es la vida un drama que se
Satán. desarrolla sólo entre Dios y el hombre. Satán no es
La voz hebraica satán significa enemigo, adversa- en él más que un simulacro. Se comprende, por con-
rio, y en primer lugar totalmente en sentido profano. siguiente, que esta tentativa de descargar a Dios de
Cuando el rey filisteo Akis quiere llevar consigo a la la instigación al pecado no podía satisfacer a la larga.
guerra al judío David, se oponen los príncipes filisteos Porque ¿qué diferencia hay, a fin de cuentas, entre
a este proyecto haciendo notar: «Podría suceder que en que Dios mismo sea el instigador y en que se sirva de
el combate se volviera nuestro adversario (satán)» un intermediario al mismo objeto?
(1 Sam 29, 4; cf. también 1 Re 5, 18). Pero de forma El paso inmediato necesario para salir de este di-
especial se llama satán al adversario en un juicio: el lema fue, por consiguiente, desvincular de Dios a este
acusador (Sal 109, 6).
intermediario, alejarlo de Dios e independizarlo. En
Ahora bien, según la concepción israelita, tal acu- este punto conviene volver a la historia del censo de
sador existe no sólo en los tribunales humanos, sino David. La Biblia nos ofrece dos versiones de este
también en el divino. El ejemplo clásico de esta con- hecho, una más antigua, en 2 Sam 24, y otra más
cepción es el comienzo del libro de Job. El satán es tardía en 1 Par 21. El cronista tomó la materia his-
allí uno de los «hijos de Dios» que forman el consejo tórica del libro de Samuel, que era bastante antiguo.
celestial. Su residencia está por tanto en el cielo. Tiene,
Sin embargo, en la primera frase nos hallamos ya con
sin embargo, la misión especial de tratar de descubrir
una sorpresa. En lugar de «Yahveh incitó a David»,
en la tierra las malas acciones de los hombres y de
como se lee en el texto de Samuel, el de los Paiali-
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41
pómenos reza: «Y Satán incitó a David». Satán ha
pasado a ocupar el puesto de Yahveh. En él había 6
hallado la teología judía una cabeza de turco. Así
tenemos ya a grandes rasgos la imagen de Satán que
nos es familiar: Satán es quien induce al hombre a «LA ENVIDIA DEL DIABLO»
pecar, entregándolo así a la cólera divina.
Pero no debemos olvidar que esta solución sólo
fue un expediente tardío del Antiguo Testamento para
ofrecer una explicación en alguna manera plausible del
mal en el mundo.

Las consideraciones que preceden nos han mostra-


do que la figura de Satán en el Antiguo Testamento
no pasa de ser una solución de emergencia. Brotó de
una exigencia religiosa del judaismo, que no podía
conformarse con la idea de que el mal en el mundo
debía hacerse remontar en definitiva a una disposición
divina. Lo cierto es que esta solución no podía tam-
poco satisfacer. En efecto, incluso el Satán de la his-
toria de David en los Paralipómenos parece en alguna
manera depender de Dios y obrar con su consentimien-
to. Así pues, el paso inmediato tenía que consistii en
enviar a Satán a la tierra, e incluso debajo de la tierra.
El Antiguo Testamento no nos habla en absoluto de
esto. ¿Qué se pensaba a este respecto en el pmblo
judío en los dos últimos siglos que precedieron a la era
cristiana? De esto nos informan escritos judíos extra-
bíblicos, los llamados pseudoepígrafos, y también el
Nuevo Testamento.
En la idea de Dios del pueblo israelítico judío se
había operado un cambio decisivo. En tiempos más
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antiguos había sentido Israel a su Dios como incesan-
en un Dios que se preocupa tanto de su soberanía, que
temente próximo, como un Dios con el que los hom-
sólo trata con los hombres por medio de mensajeros.
bres trataban lisa y llanamente. En cambio, en los
Por otra parte, gracias a los espíritus que entonces
últimos siglos que precedieron a Cristo, Dios fue ale-
llenaban el espacio entre el cielo y la tierra, resultaba
jándose cada vez más. Se llegó a tal extremo, que incluso
relativamente fácil resolver el espinoso problema del
se evitaba pronunciar el nombre de Dios, que se sus-
mal. El pensar judío no admitía que pudieran existir
tituía por toda clase de perífrasis, por ejemplo, «cielo».
juntos un dios bueno y uno malo. Pero ¿por qué no
Este modo de hablar nos es familiar por los Evange-
podían existir juntos espíritus buenos y malos? Con
lios. En lugar de «Reino de Dios» se dice en ellos con
esto se ofrecía una solución práctica: El mal no viene
frecuencia «Reino de los cielos».
de un dios malo, pero sí de espíritus malos.
Así, entre el Dios lejano y transmundano y los
En realidad, con esto volvía a surgir una nueva di-
hombres había surgido un inmenso espacio vacío. En-
ficultad: ¿De dónde venían tales malos espíritus? No
tonces este espacio fue rellenado con seres intermedios
pueden ser eternos, puesto que sólo Dios es eterno.
que no eran ni Dios ni hombres: espíritus. En los
Tienen por tanto que haber sido creados, pues todo lo
escritos tempranos del Antiguo Testamento habla Dios
que existe fuera de Dios ha sido creado por él. Ahora
mismo con los hombres. Habla con Adán y con Eva
bien, ¿puede el Dios bueno crear espíritus malos? Si
en el paraíso, habla con Abraham, con Moisés, habla
no se podía soportar la idea de que Dios hubiese creado
con los profetas. En cambio, en los escritos más tardíos
al hombre con un corazón malo, había que rechazar
envía un ángel con el encargo de decir algo a los hom-
también la explicación de que Dios hubiese creado
bres. También en el Nuevo Testamento son ángeles
malos espíritus que ponen el mal en el corazón del
los que anuncian el designio de Dios a los hombres:
hombre y lo inducen al mal. Sólo quedaba por tanto
a María, a José, a los pastores de Belén, a las mujeres
una salida: Dios había creado únicamente buenos es-
la mañana de Pascua.
píritus. Sólo que una parte de ellos había pecado, Dios
A primera vista parece tratarse aquí de un enrique-
los había castigado y repudiado, y éstos eran ya los
cimiento y elevación de la idea de Dios. En efecto, es
malos espíritus.
un Dios que impone respeto, un Dios que, como un
¿Cuál había sido ese presunto pecado de los ánge-
general en jefe, manda a todo un ejército, a millones
les reprobos? Sobre este particular se acometieron en
y millones de millones de ángeles... Pero, en realidad,
el pueblo judío toda clase de especulaciones, en que
con lo que nos encontramos es con un empobrecimiento
se daba rienda suelta a la fantasía. Una exposición
de la idea de Dios. El Dios que está inmediatamente
que gozó de gran aceptación ponía el pecado de los
presente «n todas partes en la tierra se ha convertido
ángeles en la concupiscencia carnal. Esta explicación
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se describe por extenso sobre todo en el primer libro después de su pecado, enseñaron a las hijas de los
de Henoc y en el libro de los Jubileos. Después que hombres toda clase de pecados. El principal de los án-
Dios hubo creado a los hombres y éstos tuvieron hijas geles pecadores recibe en algunos pasajes del libro de
hermosas, hubo ángeles que pecaron con las mucha- Henoc el nombre de Semyaza, en otros el de Azazel:
chas de la tierra. Esta leyenda enlaza con la narración
mitológica de Gen 6, 1-4, según la cual los hijos de «Y a Rafael habló el Señor así:
Dios tomaron por esposas a las bellas hijas de los Ata a Azazel de pies y manos
hombres, y de aquellas uniones nacieron los gigantes. y arrójalo a las tinieblas.
Los ángeles que habían pecado fueron encadenados en Haz un agujero en el desierto de Dudael
castigo y tienen que aguardar en su calabozo hasta el y arrójalo dentro.
día del juicio. Entonces serán arrojados al lago del Arrójale piedras tajantes y puntiagudas
fuego eterno: y cúbrelo con tinieblas.
Déjalo habitar allí para siempre
«¿Por qué abandonasteis el cielo alto, santo y eterno, y cubre su semblante para que no vea la luz.
cohabitasteis con las mujeres, El día del gran juicio
os mancillasteis con las hijas de los hombres, será arrojado a la laguna de fuego.
tomasteis esposas, Porque la tierra entera han corrompido
hicisteis como los hijos de la tierra las obras de Azazel.
y engendrasteis gigantes? Achácale a él todos los pecados» (1 Hen 10, 4-6. 8).
Erais santos, espirituales y vivíais una vida eterna,
y sin embargo os mancillasteis con sangre de mujeres, Esta concepción se introdujo también en el Nuevo
y con la sangre de la carne engendrasteis hijos, Testamento. En la epístola de Judas se habla de án-
habiendo deseado la sangre de los hombres, geles «que no conservaron su primacía, sino que aban-
y así produjisteis carne y sangre, donaron su propia morada, a los que Dios tiene guar-
como esos que son mortales y perecederos. dados para el juicio del gran día, con cadenas eternas,
Mas los gigantes, que de los espíritus y de la carne sepultados en tinieblas» (v. 6). En la segunda carta
fueron engendrados, de san Pedro se habla en un mismo contexto del peca-
serán llamados en la tierra espíritus malos; do de los ángeles, de Noé y del diluvio, de la destruc-
en la tierra tendrán su morada» (1 Hen 15, 3s. 8). ción de Sodoma y Gomorra y de la salvación de Lot, y
de todo ello se saca la conclusión de que Dios castiga
En Hei 9, 8 se refiere que los ángeles pecadores,
a los impíos y salva a los justos (2 Pe 2, 4-9). Así, de
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la historicidad del pecado y de la caída de los ángeles
ción de la reprobación de los ángeles, todavía de peores
no se puede juzgar diferentemente que de la historicidad
consecuencias para el pensar cristiano. Esta explica-
de las narraciones del Génesis que con esta ocasión se
ción tiene su punto de arranque en la doctrina del
aducen. Además, apenas si merece notarse expresamente
Antiguo Testamento, según la cual Dios creó al hom-
que tales pecados carnales de seres espirituales son en
bre a imagen suya. Ahora bien, Adán — así comentaba
sí cosas imposibles y que por tanto sólo se trata de
puras invenciones. Sin embargo, esta concepción tuvo ahora la leyenda—, puesto que era imagen de Dios,
un eco pavoroso en el mundo cristiano y acarreó tor- había sido creado con más excelencias que los ángeles.
mentos incalculables a incontables personas inocentes, Y no sólo esto: Dios exigía además a los ángeles que
de lo cual tenemos un documento histórico espeluz- adoraran a Adán como a su imagen. Miguel y los án-
nante en las persecuciones de brujas de la edad media. geles que estaban de su lado obedecieron. Satán, en
En algunos textos judíos, empero, se halla también cambio, y los ángeles que estaban a sus órdenes, se
otra versión, según la cual los ángeles malos, en cas- rebelaron y, en castigo, fueron arrojados del cielo a la
tigo de su pecado, habrían sido relegados a los espa- tierra. Adán, por el contrario, sigue disfrutando de la
cios que median entre el cielo y la tierra, es decir, a felicidad del paraíso. Satán, que por causa del hombre
las regiones del aire. También de esto tenemos un eco perdió sus excelentes prerrogativas, no puede ver con
en el Nuevo Testamento. Así en Ef 3, 10 y 6, 12 se buenos ojos la felicidad de Adán. Está lleno de envidia
habla de «principados y potestades en las regiones ce- y de rabia y procura seducirlo e inducirlo a desobedecer
lestes». En Ef 2, 2 se habla en singular del «príncipe a Dios y así acarrearle la misma suerte que pesa sobre
de la potestad del aire, del espíritu que actúa ahora él. Con Adán mismo no tiene éxito, pero sí por medio
entre los hijos de la rebeldía». En efecto, según los de Eva.
escritos judíos, el mundo de los malos espíritus tiene En el escrito pseudoepigráfico «Vida de Adán y
una cabeza monárquica. Es el adversario del orden di- de Eva» Satán describe el caso dé esta forma:
Jino del mundo, el fautor del mal y del infortunio en
? mundo, por lo cual se le da también el nombre de «Y entonces se levantó Miguel
e intimó a todos los ángeles:
ctón11011* dC CSÍe m u n d o > > - Sabemos que esta designa-
n S corri ¡Adorad a la imagen de Dios, como lo manda el Señor
3l. i^ ente en el Evangelio de san Juan (Jn 12,
3 :16 U ) U n a v e z Dios!
de'™' ° ' - lo llama san Pablo el «dios
Y Miguel lo adoró el primero.
Por ^ ^ ^ (2 C o r 4 ' 4) - Entonces me llamó y me dijo;
acJ
emás d T 0 q U e k t e m P r a n a f a n t a s í a Í u d a i c a c o n o c e ' ¡Adora la imagen de Dios!
Pecado de la concupiscencia, otra explica-
Yo dije: No tengo por qué adorar a Adán.
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49
Como Miguel me apremiara a adorar, fueras expulsado por su causa,
le dije: como yo había sido expulsado de mi gloria» (w. 14-16).
¿Por qué me apremias?
Pues yo no he de adorar Así se explica que en adelante se viera en el pecado
al que es más joven y menor que yo. del paraíso una astucia de Satán y se identificara a
Fui, en efecto, creado antes que él. éste con la serpiente. Y no sólo este primer pecado se
Antes de que él fuera creado había sido creado yo. hace remontar a una tentación del diablo, sino también
Él debería adorarme a mí. todo pecado humano. El diablo tiene envidia del hom-
Cuando los otros ángeles bre por su paz con Dios, porque él no puede hallar
que me estaban subordinados oyeron esto, paz. A esta ingenua concepción cede también el autor
no quisieron adorarlo. del libro de la Sabiduría cuando escribe: «Por la en-
Entonces dijo Miguel: ¡Adora a la imagen de Dios! vidia del diablo vino la muerte al mundo» (2, 24); la
Que si no lo haces, muerte, porque ésta se hace remontar al pecado de
luego entrará en cólera el Señor Dios por tu causa. Adán.
Yo dije: Esta concepción se apropió también la interpreta-
Si entra en cólera contra mí, ción cristiana de la tentación de Jesús: si el demonio
pondré mi trono sobre las estrellas del cielo hubiese logrado hacer caer a Jesús, habría acabado
y seré como el Altísimo. con la redención de la humanidad. Pero ahora com-
Y el Señor Dios se irritó fuertemente contra mí, prendemos mejor que no puede ser éste el verdadero
y me desterró de nuestra gloria sentido del relato. Los evangelistas trataron más bien
junto con mis ángeles, de presentar con la mentalidad de su tiempo la ten-
y así, de nuestras moradas tación de Jesús y la buena prueba que dio de sí El
fuimos expulsados a este mundo sentido de esta perícopa se le escaparía con toda segu-
y lanzados lejos a la tierra por tu causa. ridad a un predicador que, partiendo de este texto,
Y en seguida nos entristecimos, tratara de desarrollar una teología del diablo. En efec-
porque habíamos sido despojados de tanta gloria. to, toda la atención está puesta en Jesús y en el sí
Y el verte a ti tan gozoso y feliz que da a la voluntad del Padre. Satán personifica
nos constristaba. únicamente la otra posibilidad, el no. En todo tienpo
Con estucia envolví en mis redes a tu mujer han recurrido los escritores al medio de la personifi-
y logré cación, de la prosopopeya, para dar vida a la escena
que tú, de tu gozo y felicidad y dramatizarla. Así el relato del paraíso presentí la

50 51
tentación al comienzo del Antiguo Testamento mos-
traba el fatal desenlace mediante la decisión pecami-
7
nosa del primer Adán, así el relato de la tentación al
comienzo del Nuevo Testamento muestra el feliz des-
enlace en el triunfo del segundo y nuevo Adán, que «NO DEIS LUGAR AL DIABLO»
es Cristo. Tanto el primer relato como el segundo
muestran de qué manera el hombre, desde dentro, no
debe decidirse y de qué manera debe decidirse.

Después de todo lo que se ha dicho hasta aquí, es


de suponer que haya resultado claro que los enuncia-
dos del Nuevo Testamento sobre Satán no forman
parte de la sustancia permanente del mensaje, sino
únicamente de la idea del mundo propia de la Biblia,
que no puede tener vigencia permanente. El Nuevo
Testamento, al hablar del tentador, unas veces con-
serva la voz hebraica Satán (en la forma de Satanás),
y otras la traduce por la voz griega diabolos. Diabolos
significa en griego clásico «calumniador». Del griego
diabolos viene nuestra palabra española «diablo». Al
igual que el Nuevo Testamento, también en nuestra
lengua usamos indistintamente las dos voces: Satán
(o Satanás), derivado del hebreo, y diablo, tomado de
la forma griega. Casi indistintamente hablamos tam-
bién del demonio (daimon).
En el sentido de las categorías mentales del judais-
mo de entonces, aparece el diablo en el Nuevo Testa-
mento como el exponente del mal. Jesús y los Após-
toles pensaban en estas categorías, al igual que su
52
53
medio ambiente. Así, del hombre malo se dice que los justos. Jesús quiere acabar con esta idea. No existe,
tiene por padre al diablo (Jn 8, 44), que es hijo o al lado de Dios, la sombría figura de Satán.
criatura del diablo (Act 13, 10; 1 Jn 3, 8.10). Las Lo que se ha dicho de la figura particular de Satán,
malas obras se designan como obras del diablo (1 Jn se puede aplicar igualmente al complicado mundo de
3, 8). El diablo se lleva la palabra que se ha sembrado los malos espíritus o demonios, de los que ya hemos
en los corazones de los hombres (Me 4, 15 par.). Sin hablado también. En tiempos de Jesús se imaginaba
embargo, el hombre debe resistir a las asechanzas del el espacio sin límites entre el cielo y la tierra poblado
demonio (Ef 6, lis, etc.). Tales aserciones se han de por seres intermedios: por buenos espíritus, que indu-
entender en función de la idea religiosa del mundo cían al hombre al bien, y por malos espíritus que lo
del judaismo de entonces. Satán es la personificación del seducen y lo llevan al mal. Los malos espíritus se lla-
mal, del pecado. En todos los pasajes del Nuevo Tes- man en el Nuevo Testamento demonios (daimones,
tamento en que se habla de Satán o del diablo po- daimorúa) o también espíritus (pneumata): espíritus im-
dríamos igualmente decir «el pecado» o «el mal». Sólo puros, espíritus malos.
que la personificación sirve para hacer más intuitiva Sin embargo, el Nuevo Testamento pone evidente-
y gráfica la idea que se quiere expresar. Lo mismo hay mente empeño en reprimir la creencia en los demonios,
que decir acerca del «mundo», del que habla san
tan prolífica en aquella época. Por lo regular habla
Juan (Jn 15, 18s; 17, 14). Así pues, el mismo Nuevo
de malos espíritus en conexión con la curación de
Testamento usa alternativamente y con el mismo sen-
enfermos y posesos. En el Evangelio de san Marcos,
tido: Satán, el diablo, el mundo, el pecado, el mal.
el primer milagro que hizo Jesús en Cafarnaúm al
El Nuevo Testamento no se interesa por una fi-
comienzo de su vida pública, es la curación de un
gura de Satán en cuanto tal. Su mensaje, su buena
poseso. Con fuertes gritos salió el espíritu del poseso,
nueva dice más bien que el mal no puede ya campar
después de haber zarandeado terriblemente al pobre
por sus respetos sin traba alguna, porque en Jesús está
hombre de acá para allá (Me 1, 23-27). Los judíos
cerca el reino de Dios. Algunas aserciones de los Evan-
miraban la enfermedad como consecuencia del pecado,
gelios, que a primera vista parecen confirmar la creen-
y el pecado lo atribuían a influjo de los malos espí-
cia de entonces en Satán, en realidad la impugnan.
ritus. Por eso es frecuente en el Nuevo Testamento
Así cuando Jesús dice: «Veía a Satán caer del cielo
mencionar simultáneamente la curación de eniermos
como un rayo» (Le 10, 18). Aquí se refiere Jesús evi-
dentemente a la idea entonces todavía dominante de y la liberación de posesos por Jesús: Curaba a los en-
que Satán puede algo en el cielo, que tiene acceso a fermos y expulsaba a los malos espíritus (cf. Me 1,
Dios para acusar a los hombres e implorar poder sobre 34, etc.). Incluso se dice que Jesús curó a un epiléptico,
arrojando de él un «demonio» (Mt 17, 14-21 par.).

54 55
Conforme a las ideas de entonces, utilizaba Jesús
antigua nos regaló un nuevo nombre del diablo, aparte
fenómenos patológicos llamativos — como enfermeda-
de los numerosos nombres pseudoepigráficos ya exis-
des mentales, la epilepsia — para demostrar a base de
tentes: el nombre de Lucifer, sumamente propagado
ellos en forma gráfica el poder del mal y su propio po^
en la edad media y que todavía es corriente en nuestros
der sobre el mal. Los relatos evangélicos sobre cura-
días. Dicha teología puso el mencionado dicho de Je-
ciones de posesos tratan de presentar a Jesús como el
sús: «Veía a Satán caer del cielo como un rayo», en
verdadero Salvador que salva a la humanidad de la
conexión con la idea judía de una caída de los ángeles
miseria del pecado, pero también la salva del cons-
y al mismo tiempo con un dicho profético figurado
tante temor del diablo y de los demonios, propio de
tomado del libro de Isaías, en el que la brusca caída
la creencia popular de entonces. Para Jesús, Dios es
del rey de Babilonia se compara con la caída de un
el único Señor del mundo. No quiere saber nada de
lucero (Is 14, 12). En la versión latina de la Biblia,
una cuasi-co-regencia del diablo.
este lucero se traduce por lucifer, es decir, por el an-
Por consiguiente, cuando el Nuevo Testamento ope-
tiguo nombre de la estrella de la mañana. De esta
ra con los conceptos de Satán, diablo, malos espíritus,
manera «estrella de la mañana», lucifer, se convirtió
demonios, en ello se reflejan sencillamente, como ya lo
en el adalid de los ángeles caídos.
hemos visto, concepciones condicionadas por el tiem-
La fantasía de teólogos posteriores empalmó con
po. Por Jo demás, en la religión judaica la marcada
la leyenda que también hemos mencionado, según la
creencia en Satán y en los demonios no fue más que
cual Satán y sus ángeles se habían negado a venerar
un episodio. Con razón ha vuelto a apartarse de ella
a Adán como a imagen de Dios. Tal fantasía llega
el judaismo, y hoy día hace ya tiempo que esta creen-
hasta a saber que Dios no sólo había exigido a los
cia no tiene ningún papel en la religión judaica. Con
ángeles que rindieran pleitesía a Adán, sino que la
tanto mayor celo ha cuidado y cultivado el cristianismo
prueba había consistido más bien en que Dios les había
esta problemática herencia. Ha elevado incluso la doc-
mostrado la futura ecarnación de su Hijo y les ha-
trina sobre Satán a la categoría de tema central de su
bía exigido que adorasen al Hombre-Dios, a (Visto.
predicacióa y consiguientemente ha desfigurado en gran
En tan descaminadas tentativas de capiar u*<«lógi-
manera la buena nueva del reino de Dios, convirtiéndola
camente la figura de Satán merece notarse que el ma-
en una mala nueva, en un mensaje terrorífico sobre
terial se extrae preferentemente de los escritos psomlo-
el diablo.
epigráficos, a los que la Iglesia decididamente mega
No sólo la devoción popular, sino hasta la especu-
todo valor como testimonios de la fe. Cierto que nlos
lación teológica ha seguido tejiendo la tela de las
escritos tuvieron eco parcial en el Nuevo Te.sliiinciito.
viejas leyendas judías. Así, la teología de la tardía edad
Sin embargo, se puede reconocer sin dilicultiul que la
56
57
intención doctrinal de los escritos neotestamentarios en lugar del concepto de «pecado». Siempre que nos
no puede ser la de proponer como segura y obligatoria encontramos con las palabras «diablo» o «Satán»,
a las gentes de todos los tiempos y naciones, la creen- podemos leer igualmente «pecado». No es el diablo,
cia en los demonios, del judaismo de entonces. Esto sino el pecado, el que impide que germine en nuestros
habría sido, ahora lo mismo que antes, sólo una esca- corazones la palabra de Dios. Jesús no quiere poner-
patoria, por cierto poco feliz, para explicar el origen nos en guardia contra el diablo, sino contra el pecado.
del mal. En efecto, ¿qué se habría adelantado con ello? De esto no puede caber la menor duda.
Sólo se habría desplazado el problema, pero sin resol- Lo mismo entiende también san Pablo cuando es-
verlo. Incluso que Dios creara diablos, no sólo es cribe a su comunidad en la carta a los Efesios: «No
inconcebible, sino imposible. La doctrina del pecado deis lugar al diablo» (4, 27). No al diablo, sino al
y caída de los ángeles se basa en un mito. Finalmente, pecado deben cerrar su corazón: «Desechad la men-
como se afirma con frecuencia que el pecado del hom- tira, hablad con verdad... No se ponga el sol sobre
bre presupone necesariamente un tentador, de igual vuestra ira. El que roba, que no robe más, sino que
modo habrá que postular un tentador en el caso del pe- trabaje haciendo el bien con sus propias manos... No
cado de los ángeles, y sería el cuento de nunca acabar. disgustéis al Espíritu Santo... Desaparezcan de entre
El pecado es y seguirá siendo un misterio, pero lo es lo vosotros toda amargura y animosidad, y toda maldad.
mismo con el diablo que sin el diablo. Sed, por el contrario, unos con otros, bondadosos, com-
Es verdad que con frecuencia se oye decir que el pasivos, perdonándoos mutuamente, como Dios os per-
mayor y más sutil ardid del demonio consiste en haber donó en Cristo» (Ef 4, 25-32).
logrado que los hombres no lo tomen en serio. Tales Pero también podemos deducir otro sentido de las
voces se dejan oír aún una y otra vez en nuestros días palabras «No deis lugar al diablo»: No perdáis la
y hasta se llega al extremo de poner en guardia di- tranquilidad con creencias en el diablo, sino tomad en
ciendo: «Cuando se deja de creer en el diablo se deja serio el pecado, tomad en serio la gracia. No estamos
también de creer en Dios.» A esto se responde senci- situados entre Dios y el diablo, sino entre el pecado
llamente que Dios ocupa el centro de la Sagrada Escri- y la gracia. El pecado y la gracia forman el tema de la
tura, mientras que el diablo sólo es una figura marginal. historia de la salud. El pecado y la gracia son el tema
Así pues, lo que nos importa no es saber si la de nuestra vida.
Sagrada Escritura emplea las palabras Satán, diablo,
malos espíritus, demonios, sino preguntar qué quiere
decir coi estas palabras. Ya hemos advertido que el
concepto de «diablo» se emplea en el Nuevo Testamento

58 59
8

a SALIÓ»

Entre el pecado y la gracia transcurre nuestra vida.


Lo hemos visto en la precedente meditación. Ya he-
mos visto que no hemos «heredado el pecado», y que
tampoco nos inducen a pecar el diablo o los malos
espíritus. No obstante, sigue preocupándonos la cues-
tión: «¿De dónde, pues, viene el mal, de dónde viene
el pecado, si el diablo no es su promotor?»
Seguramente, en ningún pasaje de la Biblia nos
encontramos con el pecado en forma tan gráfica y pe-
netrante como en los relatos de la última cena y del
comienzo de la pasión de nuestro Señor. Estos hechos
nos son familiares, no sólo por la Sagrada Escritura,
sino también por nuestra participación en su solemne
conmemoración litúrgica anual. Una y otra vez nos
sentimos impresionados por el contraste entre la lumi-
nosa celebración y las horas sombrías de la tentación
y de la noche de la pasión de Jesús.
Lo que es el pecado en realidad se nos muestra
con la mayor claridad en la figura de Judas. Judas.for-
ma parte de la comunidad en el ágape, aunque, como

61
dice el Evangelio, «el diablo le había metido en el co-
razón la idea de entregar a Jesús» (Jn 13, 2). En medio añade san Juan. Noche: Judas sale a la noche; de
del ágape está con el pensamiento en otra parte, enca- la luz a las tinieblas, del calor al frío, de la gracia al
minándose a la ejecución de su tenebroso plan. Jesús pecado.
le ofrece el bocado en señal de amistad. «Y tras el Con esto hemos comprendido también ya lo que es
bocado entró en él Satanás... Y cuando tomó el propiamente el pecado. El pecado es lo contrario del
bocado, salió fuera inmediatamente. Era ya de noche» amor. El amor es unión, comunidad. El pecado es un
(Jn 13, 27.30). Hasta aquí el Evangelio de Juan. Tam- movimiento de alejamiento del prójimo hacia el propio
bién san Lucas refiere que Satanás había entrado en yo, salida de la comunidad y paso al aislamiento y a
Judas, uno de los doce, de modo que se fue a tratar la soledad, de la luz y del calor a la noche y al frío.
con los pontífices acerca de cómo podría entregárselo De cada pecado que comete un hombre se podría
(Le 22, 3). decir: «Salió. Era de noche.» El pecado significa salir
de la comunidad, de la comunidad de la Iglesia, de la
Una vez más volvemos a encontrarnos con la figura
comunidad del matrimonio o de la amistad, de la co-
de Satán, del que queríamos despedirnos definitivamen-
munidad de los hermanos, de la comunidad con los
te. Una vez más advertimos bien lo que se quiere
pobres y con los necesitados. «Si caminamos en la
decir: Judas ha dado lugar al pecado en su corazón.
luz... tenemos comunión unos con otros» (Jn 1, 7).
En efecto, no es que la decisión de la traición le hu-
«Quien ama a su hermano permanece en la luz»
biese venido de un momento a otro. Hacía tiempo
(2, 10). «El que no ama, permanece en la muerte»
que daba vueltas a esta idea, hacía tiempo que se
(3, 14).
había distanciado interiormente de Jesús y de su co-
También en el Antiguo Testamento se entiende el
munidad. El Evangelio nos habla de una repugnante
pecado como una falta contra la comunidad. Incluso
codicia de Judas, que sólo piensa en el lucro: «Era
la más antigua y breve ley de Israel, el Decálogo
ladrón, y como estaba encargado de la bolsa, sisaba
—aun en el caso en que originariamente hubiera po-
de lo que se depositaba en ella» (Jn 12, 6). Había
dido tener una forma diferente de la tradicional—,
pensado en sí, en su mezquina utilidad, había ido por
expresa una total referencia a la comunidad (Éx 20,
sus propios caminos —lejos de Jesús, lejos de su
1-17; Dt 5, 6-21). Quien peca contra alguno de los
comunidad— Así pudo decir Jesús: «Uno de vos-
mandamientos, se desentiende del orden de vida de la
otros es un diablo» (Jn 6, 70). Y ahora, cuando aban-
comunidad de Dios. Esto se aplica no sólo a los seis
dona la íntima comunidad de mesa con Jesús para
mandamientos que fijan los deberes para con el prójimo,
llevar a cabo su traición, ahora consuma lo que hacía
sino también a los cuatro primeros, que conciernen a
tiempo había comenzado: «Salió.» «Era de noche»,
los deberes del hombre para con Dios. Quien sirve
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63
a dioses extraños, quien profana el sábado, rompe los vivir solo consigo mismo. El pecado causa separación,
vínculos con la comunidad. Por eso en el antiguo Is- la separación destruye la vida.
rael se castigaba con pena de muerte la transgresión Hemos dicho que este efecto se produce por ambas
de uno cualquiera de los diez mandamientos: el peca- partes. El pecado causa aislamiento y crea peligro no
dor se había excluido de la comunidad del pueblo de sólo en el que sale, sino también en el que queda aban-
Dios y consiguientemente debía quedar excluido. Una donado. Cuando salió Judas se quedaron los apóstoles
interpretación más tardía del Decálogo, la ley deutero- en un principio con Jesús. Pero más tarde también
nómica (Dt 16-26), añade todavía a la sanción de la ellos «salieron». Los tres discípulos elegidos y prefe-
pena de muerte la siguiente advertencia: «Así borrarás ridos se durmieron cuando Jesús en Getsemaní implo-
el mal de en medio de tu pueblo» (Dt 13, 6 y passim). raba asistencia. Poco después le abandonaron todos y
El pecado es una deserción de la comunidad y conduce huyeron. Pedro se desentiende de él con su triple ne-
a la noche de la muerte. gación. Jesús queda solo y abandonado. Se encamina
Análogamente, los profetas del Antiguo Testamento solo al viernes santo. El que «sale» no sólo se vuelve
consideran que está en la luz el que edifica la comu- solitario. Deja también solitario al otro, y no sola-
nidad en el amor: «Si vistes al desnudo y no vuelves mente solitario, sino además en peligro. En efecto, en
tu rostro ante tu hermano; ... Si quitas de ti la opresión, su soledad y aislamiento está más expuesto a las ase-
el gesto amenazador y el hablar altanero, si das de tu chanzas, a la tentación, al pecado. Por eso el mismo
pan al hambriento y sacias al indigente, brillará tu luz Jesús pidió ayuda a sus discípulos en Getsemaní.
en la oscuridad y tus tinieblas serán cual mediodía» Como estamos viendo, se trata siempre de relacio-
(Is 58, 7. 9s). De tal predicación profética brotó el gran nes personales: de la relación personal del hombre
mandamiento del amor, que compendia ya anticipada- con Dios, con su semejante, con el hermano. Cuando
mente la ética del Nuevo Testamento: «Amarás a tu aparto mi corazón del tú y lo centro y mantengo en
prójimo como a ti mismo» (Lev 19, 18). mí mismo, eso es pecado. El pecado no viene de ningún
El amor crea vida y comunidad. El pecado causa Satán de fuera, sino de nuestro propio corazón. El
separación, enajenamiento, aislamiento. Destruye la «enemigo» no es el «diablo», sino nuestro propio
vida y produce la muerte. Y este aislamiento lo pro- apego al yo, nuestro egoísmo. Por eso también los
duce el pecado por ambas partes. Incurre en aislamien- mandamientos van dirigidos con toda claridad a nos-
to el que se sale de la comunidad del amor, como lo otros: tú..., vosotros... haréis esto o lo otro. Cada vez
vemos en forma espantosa en Judas. El que en su que tenemos que decidir si queremos hacer el bien
desesperación se entregara a la muerte, es sólo la úl- o el mal, se trata de una decisión por el amor o contra
tima consecuencia de su salida. El hombre no puede el amor. Ahora bien, en el amor se trata siempre

64 65
necesariamente del tú y del yo; en él no tiene nada
que ver un tercero. 9
Jesús experimentó dolorosamente cuánta necesidad
tiene el hombre de la comunidad de amor. Por eso,
la noche misma en que sus discípulos lo abandonaron «MUERTE,
y lo dejaron en la más amarga soledad, les dejó como ¿DÓNDE ESTÁ TU VICTORIA?»
legado la cena de amor, creadora de comunidad. Así
entendemos ahora por qué este banquete debe consti-
tuir siempre el centro de la comunidad cristiana. En
efecto, en este banquete se hace visible una y otra
vez el amor, el amor del Señor, amor del que recibe
la vida la comunidad de los discípulos; amor del Señor, Hemos visto que en nuestra vida están en pugna
que sabe que dicha comunidad no puede vivir sin la muerte y la vida. Dios creó al hombre bueno, pero
este amor, por lo cual el Evangelio de san Juan ates- débil, por lo cual éste constantemente peca y con el
tigua de él: «Tras haber amado a los suyos que estaban pecado sirve a la muerte en lugar de servir a la vida.
en el mundo, los amó hasta el extremo» (13, 1). Ahora No tenemos más remedio que reconocer que Dios, a
bien, la celebración de la cena quiere hacer también ojos vistas, quiso poner en el mundo esta ley de la
visible el amor de la comunidad misma de los discí- lucha, que, por consiguiente, no está en contradicción
pulos. En esta sagrada cena debemos volver a penetrar- con su plan creador.
nos íntimamente cada vez de que fuera de la comunidad La misma creación física ofrece ya esta imagen.
no cumplimos el encargo del Señor. Evidentemente, En incontables manifestaciones se nos pone ante los
también la comunidad puede proporcionarnos dificul- ojos el misterio de la muerte. Si llamamos a la muerte
tades y conflictos, en cuyo caso nos vemos tentados misterio — y con razón— queremos dar a entender
a desprendernos de ella y «salir». Tenemos que repeler con ello que la muerte es para nosotros algo incompren-
de nosotros esta tentación. En efecto, de lo contrario sible. La muerte reina en toda la creación y cada día
saldríamos al pecado y a la noche. El que permanece se nos presenta en una y otra forma. Sin embargo, nos
en la comunidad de los discípulos, permanece tam- parecerá que cuanto más nos sale al paso la muerte,
bién en el amor del Señor. tanto menos la comprendemos. Cierto que también la
vida rige toda la creación, que está sujeta a la ley de
la vida como lo está a la ley de la muerte. Pero nadie
puede librarse de la impresión de que la ley de la

66 67
muerte es más fuerte que la ley de la vida. Natural- Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob no es un Dios
mente, se puede objetar que el poder de la vida es de muertos, sino de vivos» (Mt 22, 32 par.). Dios, cuya
con todo más fuerte que el poder de la muerte, y quizá esencia es la vida, vida y nada más que vida, y que
se haga notar que en nuestra tierra diariamente nacen con una palabra omnipotente proyectó la vida en toda
centenares de miles de hombres más de los que mueren su creación, este Dios no puede en modo alguno poner
y que la población de la tierra crece incluso en forma la muerte, sino únicamente la vida, como meta de sus
pavorosa. Sin embargo, tal consideración es para nos- disposiciones y como término de sus caminos.
otros poco consoladora. En efecto, por muchos que En efecto, ésta es también una de las convicciones
sean los hombres que nacen diariamente, es cierto más impresionantes que nos ha aportado la reciente
que sólo nacen para volver a morir un día. Donde- investigación científica: la imperturbable secuencia con
quiera nace la vida, ha surgido ya el poder de la muer- que la creación, en la prosecución de su fin, hace surgir
te. La muerte va siempre por delante de la vida. y desarrollar una vida cada vez más rica. La bioquími-
La Sagrada Escritura del Antiguo Testamento expre- ca nos asegura que hace cosa de un millón de millones
sa esta verdad ya desde su primeras páginas. En efecto, de años aparecieron en nuestra tierra los primeros
raro es el pueblo que haya tenido un sentido tan seres vivos monocelulares, pero que anteriormente pa-
marcado de la vida y de la muerte como los antiguos saron cosa de otros dos millones de millones de años,
hebreos. En el relato de la creación del hombre, que durante los cuales la materia inanimada creó las con-
con las imágenes más sencillas expresa las verdades diciones necesarias para ello. Ni tenemos razones para
religiosas más profundas, aparece el hombre hecho del suponer que actualmente haya llegado ya a su término
barro del suelo. Con ello se insinúa ya que el hombre la evolución de la vida. Más bien seguirá adelante
está destinado a volver a la tierra de donde procede. también en el futuro. La creación está echa para la
Este destino se ve confirmado todavía solemnemente vida y pugna constantemente por la vida.
por Dios al final del relato: «Polvo eres y al polvo No obstante, todas estas consideraciones no pueden
has de volver» (Gen 3, 19). nada contra el hecho de que a diario experimentamos
Esto es cierto, sin género de duda. Pero no menos la muerte como un poder siniestro, al que en definitiva
cierto es p e el mensaje de la Sagrada Escritura no es estamos entregados también nosotros sin poder resistir.
un mensaje de muerte, sino de vida. Incluso en el re- Pero no hemos de pensar tan sólo en la muerte física.
lato que acabamos de mencionar, la palabra de muerte Dondequiera que hay hombres, hay pecado. Todo mal
no es la última palabra de Dios. Dios viste paternal- en el mundo es una manifestación de la muerte. Por-
mente a tas hombres pecadores y les otorga hijos. La que la nota característica de la muerte es que destruye
vida está en marcha. Se oye ya el dicho de Jesús: «El la vida. Y no sólo destruyen la vida los males de gran-

68 69
des dimensiones: las guerras, las resoluciones, las carta a los Romanos que por el pcc.ulo i nim l.i 11«
contiendas civiles, que todavía hoy extirpan pueblos en el mundo, es que habla de la mu crio cu e.sr '«ululo
enteros. No, también el «pequeño» mal de cada día amplio en el que a cada momento vemos coiihi IIIIMIII la
hace profundas heridas y destruye la vida. Cuando una aserción: el mal destruye la vida, causa doloi y muer-
persona deja abandonada a otra, y la relega al aisla- te. Lo mismo quiere decir san Pablo cuando cu otro
miento, lo que hace es destruir su vida. Cuando en el lugar, en la primera carta a los Corintios, dice qtio el
matrimonio una persona va por sus propios caminos, pecado es «el aguijón de la muerte» (1 Cor 15, 16), CN
cuando un marido abandona a su mujer por otra, na- decir, que el poder de la muerte se sirve del pecado
turalmente destruye una vida que se había edificado como de un mortífero aguijón, para llevar a cabo MI
sobre la comunidad de amor. Se destruye también vida obra de destrucción.
cuando una madre no deja margen para la vida propia Pero acto seguido reconoce el Apóstol otro poder
de sus hijos, de modo que éstos no pueden desarrollarse, que vence a la muerte: «¡Gracias a Dios, que nos tía
se ven cohibidos, no alcanzan una verdadera vida en la victoria por nuestro Señor Jesucristo!» (15, 57). Por
libertad. El que dispone de su semejante despóticamen- universal que sea la esfera de acción de la muerte, la
te, rompiendo unilateralmente un pacto; el que engaña fe bíblica sabe de la victoria de la vida. Si es ley de
a su semejante porque él es más astuto, más ducho la creación — de esta creación marcada por la muerte —
y experimentado que el otro; el que comete fraude el pugnar por lograr una manifestación cada ve/ más
porque el otro tiene buena fe; el que aprovecha la situa- plena y rica de la vida, entonces también la muerte
ción apurada y la dependencia de su semejante y lo tiene que estar encuadrada en este orden de la vida
explota; todos éstos destruyen la vida y se hacen cóm- y se hallará en definitiva —por contradictorio que
plices de la muerte. Todo esto sucede cada día en mil esto pueda parecer— al servicio de la vida. Constan-
y mil formas, sucede en medio de nosotros y sucede temente se ve la muerte, por así decirlo, absorbida y
por medio de nosotros. superada por la vida. Esta imagen se amplía a los ojos
Por consiguiente, entre el pecado y la muerte hay del Apóstol, convirtiéndose en una grandiosa visión
una conexión más estrecha de lo que solemos creer. escatológica: «Cuando esto corruptible sea vestido de
Es cierto que pasadas generaciones, basándose en una incorruptibilidad, y esto mortal sea vestido de inmor-
interpretación literal del relato del Paraíso, concluían talidad, entonces se cumplirá la palabra escrita
erróneamente que la muerte del cuerpo era mera con-
secuencia del pecado. Acabamos de ver que la muerte La victoria se tragó a la muerte.
está implicada en la condición creada del hombre. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?
Si, no obstante, el apóstol san Pablo enseña en la ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (15, 54s).

70 71
Arrebatador espectáculo de la superación de la Y así, también la fe cristiana vio siempre en el tre-
muerte por la vida: la vida victoriosa se traga o mendo acontecimiento del viernes santo una victoria
engulle a la muerte. Tragada la muerte. Tragado tam- de la vida, nunca una victoria de la muerte. La muerte
bién el aguijón de la muerte, el pecado. Una vez más sirve a la vida. Y si bien el signo de la muerte se di-
se toma la imagen de la naturaleza, en la que el más buja a diario en toda clase de formas sobre nuestra hu-
fuerte se traga al más débil. manidad — no sólo debido a un destino ineludible, sino
La vida, es, efectivamente, más fuerte que la muer- por el mal obrar libre de los hombres —, es cierto que
te, tiene más alientos, mayor fuerza. El pecado y la el sufrimiento de ahí resultante nos causa increíbles
muerte no coexistirán perpetuamente con la vida. Tie- dolores, y nunca aprobaremos el mal obrar en cuanto
nen ya sus días contados por Dios, y llegará el mo- tal. No obstante, al mismo tiempo seguimos creyendo
mento en que los vivos pregunten asombrados: ¿Dón- con fe inquebrantable que también el mal está al ser-
de estás, oh muerte? ¿Dónde está tu victoria? ¿Dónde vicio de las promesas divinas y que la muerte es en
está tu aguijón? lo más hondo un misterio, puesto que de sus raíces
Así pues, en verdad, la muerte está incorporada a ocultas florece constantemente nueva vida.
la economía de la vida. No sólo porque la vida supe- Esta verdad la hemos encontrado ya bajo una for-
ra a la muerte, sino todavía más porque la muerte en ma algo diferente: Dios quiso este mundo, en el cual
realidad causa vida. Esta ley que la Sagrada Escritura existe el pecado. Dios nos deja la miseria del pecado
descubre en el orden de la naturaleza, la traslada sin porque en ella se pone de manifiesto que es Dios quien
vacilar al orden de la salvación. Todos conocemos el nos libera y nos aporta la salvación. Ahora bien, si
dicho de Jesús en el Evangelio de san Juan: «Si el también la muerte tiene su puesto en la creación con-
grano de trigo que cae en la tierra no muere, solo se forme al plan de Dios — nos referimos a la muerte
queda, pero si muere, produce mucho fruto.» (Jn en el sentido amplio en que la hemos entendido aquí —
12, 24). no debemos, sin embargo, olvidar que la muerte no
existe por ella misma, como fin en sí, sino sólo por
De esta teología echaron mano los genuinos disr
razón de la vida. Dios no es un Dios de la muerte,
cípulos de Jesús, y de ella vivieron. El anciano obis
sino un Dios de la vida. Quiere la vida. Así también
po Ignacio de Antioquía escribía en vista del mar-
nosotros debemos — en cuanto depende de nosotros —
tirio que le aguardaba en Roma: «Trigo de Cristo
servir con libre decisión a la vida, y únicamente a
soy. Tengo que ser molido por los dientes de las bes-
la vida.
tias feroces para convertirme en pan puro de Cristo.»
Constantemente debemos preguntarnos cuándo, dón-
Este testigo del cristianismo sabe que su muerte será
de y cómo nos hemos hecho culpables de que se haya
pan nutritivo, restaurador y vivificante para muchos
73
72
introducido en el mundo muerte en vez de vida. Y ul- 10
teriormente debemos preguntar si en un caso o en otro
no está en nuestra mano convertir la muerte en nueva
vida mediante un sincero cambio de rumbo, mediante «EL ÚLTIMO ADÁN»
una sincera «conversión».

«Todos mueren en Adán», hemos oído decir a san


Pablo (1 Cor 15, 22). Todos los que pertenecen a Adán,
a la familia humana, tienen participación en el pecado
y en la muerte, por haber pecado todos, vino la muer-
te a todas partes (Rom 5, 12). Pero Pablo no sólo
conoce un «primer Adán» que trae el pecado al mun-
do, sino también un «último Adán» que vence al
pecado y que conduce a nueva vida a la humanidad
entregada a la muerte: «¡Gracias a Dios, que nos da
la victoria por nuestro Señor Jesucristo!» (1 Cor 15,
57). «Pues como en Adán todos mueren, así también
en Cristo serán todos vueltos a la vida» (15, 22).
Sin embargo, todavía queda en pie la grave cues-
tión: ¿Es verdad esto? ¿Ha quebrantado realmente Je-
sucristo el poder del pecado? ¿No nos encontramos
todavía a cada paso, en nuestra propia vida, con el
mal, el pecado y la muerte?
Anteriormente hemos entendido como parábola el
relato del «paraíso». Antes y después de la irrupción
del pecado ha sido idéntica la estructura del mundo.

74 75
Lo que se verifica en el pecado no afecta al orden fí- do», es decir, que ha muerto para el mundo, es una
sico, sino al moral; no a la creación en cuanto tal, sino «nueva criatura» (Gal 6, 14s).
al hombre con su libertad y responsabilidad. Lo que Ahora bien, nada nos mueve con tanta fuerza a de-
vale de la ruinosa acción del «primer Adán», vale tam- fender el propio yo como el vernos en contacto con el
bién de la acción salvífica del «último Adán». Con mal, el ser víctimas de algún agravio. Conocemos, sí,
ella no cambió la creación. Tampoco el hombre cam- la pena y el dolor que dependen de la naturaleza del
bió. Pero Dios le ha facilitado una nueva posibilidad hombre, de su condición creada, de su fragilidad. Po-
de vida. En Adán brotó la fuente del pecado. En Cris- demos, sí, sufrir gravemente de enfermedad, del sen-
to brotó la fuente de la gracia, que lleva a la vida. timiento de nuestra limitación, de tener que separarnos
Ahora bien, si la muerte es ya un misterio, esta de nuestros seres queridos. Pero todas estas cosas po-
vida es un misterio todavía más grande. Esta vida es- demos sufrirlas sin amargarnos, sin exasperarnos. Sa-
tá, en efecto, ligada inseparablemente con la muerte, bemos, en efecto, que forman parte de la vida y desti-
como la resurrección con la cruz. Si nos planteamos no humanos. Lo que causa amargor es el sufrimiento
la cuestión acerca de la victoria de la vida sobre la que proviene del pecado, ese sufrimiento que propia-
muerte, no podemos pasar de largo la dura realidad mente no sería necesario: la injusticia, los agravios
de la cruz. que los hombres se infieren unos a otros. Pensemos,
Debemos guardarnos de hablar a la ligera de la por ejemplo, en las injusticias y asperezas en nuestro
cruz. No toda pequeña molestia es ya una «cruz». La orden social basado en la propiedad y en el poder, en
cruz significó para Cristo ser condenado, significó y sig- la vida económica y de negocios; en las injusticias y
nifica tener que morir. Este sentido total tiene la exi- asperezas que se producen también en el trato comple-
gencia de Jesús de que su discípulo cargue con su cruz; tamente personal de los hombres entre sí, y que con
porque «el que ame su vida la perderá, y el que pier- frecuencia son las que más duelen, las que más desilu-
da su vida por mi causa, la hallará» (Mt 10, 38; cf. 16, sionan, las que más hieren.
24s; Me 8, 34s par.; Le 9, 23s; 14, 27; 17, 33). Este Es una reacción humana natural el que queramos
morir no se entiende físicamente, pero se trata verda- defendernos contra la injusticia, que queramos salva-
deramente de morir. Tiene que morir el egoísmo, el guardar nuestros derechos y nuestra honra. Es muy
propio yo. Ahora bien, esta muerte es nacimiento a una humano que nos venga la idea de pagar a los otros con
nueva vida. Pablo llama a este morir ser «concrucifi- la misma moneda. Y no pocas veces el ansia de com-
cado»: «Nuestro hombre viejo fue concrucificado con pensación vienen a parar en venganza. No solamente
Cristo...a fin de que ya no seamos esclavos del peca- queremos restablecer la justicia, sino además devolver
do» (Ron 6, 6). El que está «crucificado para el mun- al otro el agravio recibido, el dolor experimentado,

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queremos demostrarnos más fuertes que el otro. Es tenta y siete veces también (Mi IH. 12\, Sólo NÍ per-
el viejo canto de Lamek: «Por una herida mataré a dona a su hermano, le perdónala n el el huiro que cxld
un hombre, y a un joven por un cardenal. Si Caín fue en los cielos (Mt 6, 12.14; 18. 2J-3S; Me II. 25). tala
vengado siete veces, Lamek lo será setenta y siete» es la novedad que Jesús trajo al inundo. Acoplando el
(Gen 4, 23s). dolor sufrido injustamente, perdonando es como NC ven-
Este comportamiento humano se formula en la ce el pecado. Aquí se cifra el misterio do la cruz. Je-
ley del Antiguo Testamento con el conocido princi- sús experimentó como ninguno el dolor del mímelo. Su
pio «Ojo por ojo, diente por diente». En realidad, vida entera estuvo bajo la ley de la cauliii idacl. con
la ley del talión, de la exacta compensación, pertenece todo lo que ésta implica: tentación, tnluilación, sufri-
a la esfera jurídica y no expreso la ética típica del An- miento, muerte. Un verdadero alud de maldad hu-
tiguo Testamento. En la sociedad nómada ofrecía la mana se había descargado sobre él. ííl que linalnicnte
única posibilidad de garantizar la seguridad jurídica y fuera víctima del odio, es tanto más trágico, ya que
de proteger al individuo contra los atropellos y des- él mismo sólo había hecho bien a los hombres. Aunque
afueros de otro más fuerte. No obstante, esta práctica el pecado no podía contaminarle a él personalmente,
jurídica responde a un estadio primitivo del sentido sin embargo, durante su vida había descendido a las
moral. En contraposición con esto hallamos ya en épo- más hondas profundidades de la miseria humana de
ca muy temprana en el Antiguo Testamento el impe- nuestro pecado, y su paso por la tierra había sido, más
rativo moral de la indulgencia y la conciliación, de la que un vivir, un morir cotidianamente. Pero cargando
renuncia a tomar privadamente la revancha. La ven- con nuestros pecados fue precisamente como venció a
ganza debe dejarse en manos de Dios: «No digas! la muerte. Cargó con toda la culpa y todo el dolor que
Ya me lo pagará. Espera al Señor, que él te ayu- nacía y nace del pecado. Hasta la amarga muerte hubo
dará» (Piov 20, 22), él te hará justicia. Posteriormente de soportar. Murió de aquella muerte por el pecado
va el legislador todavía más lejos y ya no se remite del mundo. En tal muerte abrió el acceso a una nueva
— por lo menos tocante a los miembros de su propio vida, en la que podemos vencer el pecado y dominar
pueblo — al brazo vengador de Dios, sino al amor fra- la muerte.
terno: «No te vengues y no guardes rencor contra los Pero esto quiere decir que también nosotros una
hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti y otra vez —desde luego, no solos, sino fortalecidos
mismo» (Lev 19, 18). con la ayuda de nuestro Señor— tenemos que encon-
Sobre esta base edifica Jesús y al mismo tiempo la trarnos con la cruz, que también nosotros tenemos que
ahonda todavía más. Si Lamek quería vengarse setenta «morir». Sabemos qué difícil puede ser esto cor fre-
y siete veces, el discípulo de Jesús ha de perdonar se- cuencia. Anteriormente hemos visto que no ha> que

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hablar de «cruz» a la ligera. Pero cuando la culpa de vida, Como todas las obras .salvílk-.is de I)ION non a l.i
otros nos ocasiona indecibles sufrimientos, cuando aca- vez historia y actualidad, así también cu el criNliaiio
ba por destruir efectivamente nuestra vida, entonces sí es constantemente nueva la victoria ik* ('i isln nol>rc la
que se puede hablar de cruz. Porque la cruz significa realidad del pecado. Cada ve/ es esto una nueva «pas-
morir de veras, sufrir la muerte, ía destrucción de nues- cua», una nueva vida, pero «arriba», y «escondida
tra vida. Significa perseverar en medio de este sufri- con Cristo en Dios» (Col 3, 3). Cierto que el pecado
miento, abandonados, sin la menor ayuda, sin compa- sigue reinando en el mundo, pero nadie sabe i|UÓ can/,
sión, sin nadie que nos consuele, y sin embargo, sólo tendría el mundo sin esta peinianenle victoria sobre
aquí es donde se nos abre un camino para vencer el el pecado. El pecado no es vencido Dios sabe dónde ni
pecado. Aquí se vence el pecado, impidiéndole que se Dios sabe por quién, sino por Cristo, en nosoltos y
extienda todavía más, es decir, que con la venganza y por nosotros. Nos percatamos de que aquí ya no hay
el desquite engendre todavía nuevos pecados. A su lugar para el diablo. Lo que aquf sucede, sucede úni-
poder se contrapone aquí un poder más fuerte: el del camente entre Dios y el hombre.
amor. Esto nos lo enseña el Señor con su ejemplo y Ahora vemos también que realmente algo cambió
con su palabra. La Escritura atestigua que amó a los en el mundo con la redención. El Señor resucitado no
suyos eis telos, hasta el extremo del amor (Jn 13, 1). pertenece ya a este orden del mundo, sino al nuevo
San Mateo nos conservó el dicho de Jesús en el Ser- cielo y a la nueva tierra, de los que constantemente
món de la montaña: «Pero yo os digo: No toméis .habla la Escritura (Is 65, 17 y 66, 22; 2 Pe 3. 13; Ap
represalias contra el malvado, y si alguien te pega 21, 1). Para caracterizar los dos modos de ser del hom-
en la mejilla derecha, preséntale también la otra» (Mt ' bre habla san Pablo en la primera carta a los Corin-
5, 39; cf. Le 6, 29). Este precepto reza así en san Pa- tios de un «primer Adán» y de un «último Adán». Se
blo: «A nadie devolváis mal por mal... No te dejes refiere al relato veterotestamentario de la creación del
vencer por el mal, sino vence el mal con el bien» (Rom hombre: «Formó Yahveh Dios al hombre del polvo
12, 17.21). de la tierra y le inspiró en el rostro aliento de vida, y
Aquí la naturaleza humana siente que se le pide fue así el hombre ser animado» (Gen 2, 7). Esta gran
algo superior a sus fuerzas. Pero, al fin y al cabo, sa- palabra sobre el poder creador de Dios, en la que se ex-
bemos que sólo tenemos opción entre dos clases de presa a la vez la entera labilidad del hombre, la rea-
muerte: o bien Ja muerte del pecado, cuando condes- sume san Pablo y contrapone al «primer Adán» el
cendemos con el mal que quiere brotar de nuestros «último Adán», Cristo en la fuerza vivificante de su
corazones, o bien la muerte de la cruz, muerte, por resurrección. «El primer Adán», dice, «fue ser vivien-
cierto, muy dolorosa, pero muerte que conduce a la te; el último Adán, espíritu vivificante» (1 Cor 15,

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45). Al llamar Pablo al resucitado «espíritu vivificante» el que el pecado y la muerte no tienen ya poder. Es©
no quiere negar con ello su verdadera humanidad y mundo no es todavía el nuestro, pero ya llega a pe-
corporeidad. Es que nuestro lenguaje no es capaz de netrar en nuestra vida, puesto que efectivamente es-
expresar adecuadamente los contenidos de la fe. Para tamos en comunión con el Señor resucitado. No nos
ello tenemos que servirnos de imágenes más o menos quita el pecado, pero nos quita la desesperación del
apropiadas. Así habla Pablo de un cuerpo «espiritual» pecado. No nos quita las dudas del espíritu, pero pro-
o «celestial» del Resucitado, porque las leyes del nue- yecta luz en la oscuridad de la duda. No nos quita el
vo eón son a las del viejo eón lo que el misterioso tormento de la tribulación, de la tentación, del aban-
poder del Espíritu a la flaqueza de la caine mortal. dono, pero nos otorga la certeza de la fidelidad in-
Ésta es la gran esperanza que Jesús nos garantiza en quebrantable.
su resurrección: la de participar de su humanidad ra- Así, en esta vida tenemos participación a la vez en
diante, totalmente marcada por el Espíritu. Éste es el primer Adán y en el último. Ahora bien, la convic-
nuestro destino, el de tener participación en el primer ción de que pertenecemos al último Adán es la decisi-
Adán. Allí tendremos participación en el último Adán. va. Puesto que él no es «del mundo», tampoco los su-
«El primer hombre, hecho de la tierra, fue terreno, el yos son ya «del mundo» (Jn 17, 16). Cierto que por
segundo hombre es del cielo... Y como hemos llevado voluntad de él deben permanecer en este mundo. Pero
la imagen del hombre terreno, llevaremos también la él ruega al Padre por ellos: «Te pido... que los guar-
imagen del celestial» (15, 47.49). des del Maligno» (17, 15). Y consuela a sus acobarda-
Pero estos dos órdenes de la creación, el del pri- dos discípulos con la promesa: «En el mundo tendréis
mer Adán y el del último, no están simplemente el uno tribulación; pero tened buen ánimo: yo he vencido
al lado del otro y el uno detrás del otro, de modo que al mundo» (Jn 16, 33).
ahora rija el orden del primer Adán y un día el del
segundo. Más bien estos dos ámbitos se entrecruzan.
Diariamente experimentamos los aprietos resultantes
del hecho de llevar en nosotros la imagen del primer
Adán, del hecho de poseer una humanidad caduca y
periclitante. Pero desde que Cristo resurgió de la muer-
te, es éste sólo un lado de nuestra existencia humana.
Cristo quiere, en efecto, que sus discípulos estén allí
donde esa él (cf. Jn 14, 3). Él pertenece para siempre
a ese nuevo mundo que tiene otras dimensiones y en

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