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Nacida como una humilde ciudad-estado, Roma aprovechará al máximo sus ventajas geográficas,

sus fortalezas políticas, sociales, económicas y militares, expandiéndose territorialmente fuera del
Lacio. Unificará Italia y todos los países que rodean el Mar Mediterráneo, formando el último y
mejor organizado imperio de la Antigüedad; en el proceso difundirá por todas sus provincias la
cultura latina mezclada con la griega y helenística, y echará las bases de la futura Civilización
Occidental.

La tradición clásica expresa que la ciudad se fundó en el 753 a. C. a orillas del Río Tíber por
personajes legendarios hijos de Rea Silvia y el dios Marte; estos dos niños varones, fueron
abandonados a orillas del río Tíber, donde fueron amamantados por una loba llamada Luperca
(loba capitolina, símbolo de Roma) y luego criados por unos pastores que los tomaron como hijos
propios. En el mismo lugar donde fueron amamantados por la loba, fundaron una ciudad. Rómulo
más tarde mató a su hermano Remo por una disputa por el coste de la entrada a la ciudad, la que
fue entonces llamada Roma (ciudad de Rómulo).

Lo que en verdad se sabe es que Roma fue fundada en forma progresiva por la instalación
de tribus latinas en el área de las tradicionales siete colinas, mediante la creación de pequeñas
aldeas en sus cimas, que terminaron por fusionarse (siglo IX y VIII a.C). La historiografía
contemporánea considera errónea la antigua tradición romana de atribuirle la fundación a un
único personaje como fue Rómulo; más histórica es la figura del rey etrusco Lucio Tarquinio
Prisco quien le dio a Roma una verdadera fisonomía ciudadana gracias a su obra urbanizadora a
finales del siglo VII a.C.

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