Explora Libros electrónicos
Categorías
Explora Audiolibros
Categorías
Explora Revistas
Categorías
Explora Documentos
Categorías
DE LAS CIUDADES
LA MORFOLOGÍA
DE LAS CIUDADES
I. Sociedad, cultura y paisaje urbano
Primera edición, 2002
ISBN 978-84-7628-548-0
Índice
Introducción ....................................................................................................... 13
Primera parte
El estudio de la morfología urbana
Segunda parte
Las formas de crecimiento tradicionales:
el crecimiento irregular y las tramas ortogonales
Tercera parte
Los jardines y las innovaciones en el diseño urbano
Cuarta parte
El nuevo urbanismo
Quinta parte
La morfología como reflejo
de la complejidad histórica y funcional
Con la llegada del milenio hemos entrado en una nueva era, en la que lo urbano lo
impregnará todo y en la que rápidamente llegaremos a la urbanización mundial.
Pero sin duda, al mismo tiempo, la ciudad va a cambiar también. De hecho, se está
ya transformando ante nuestros ojos y no hay más que mirar alrededor para perci-
birlo. Y lo hará mucho más en los próximos años, cuando se apliquen plenamente
los avances técnicos que en estos momentos se están produciendo.
Si echamos una mirada atenta a la ciudad nos damos cuenta de que están
cambiando de forma muy rápida la organización social, las técnicas constructivas,
los agentes que construyen y actúan sobre ella, el uso de los equipamientos, la
utilización del espacio público, el papel de la calle, las posibilidades de circulación
automóvil, las funciones del espacio central, la estructura de las áreas suburbanas,
en las que se desarrollan nuevas polaridades y aparecen fenómenos como la llamada
«contraurbanización», la extensión de la urbanización, las relaciones ciudad-campo,
el mismo campo.
Pero al mismo tiempo hay también grandes continuidades. Es tal la acumu-
lación de inversiones realizada en las ciudades de todo el mundo durante decenios,
y en algunas durante siglos y aun milenios, que resulta difícil prescindir de ellas.
Infraestructuras, edificios, viviendas y equipamientos están concentrados en las
ciudades. Y además la vida social se ha amoldado al marco urbano y parece difícil
prescindir de él, incluso hoy en que las nuevas tecnologías permiten imaginar un
poblamiento disperso conectado instantáneamente con todo el mundo a través
del teléfono y la red electrónica mundial.
Las ciudades son una creación del hombre, pero el hombre ha sido moldeado
por ellas. La larga historia de la ciudad está íntimamente ligada al proceso de
desarrollo de la civilización. Es en la ciudad donde se han realizado los avances
fundamentales en este sentido, e incluso es la ciudad la que los ha hecho posible.
El hombre se ha civilizado y ha adquirido urbanidad –es decir, se ha educado y ha
adquirido comedimiento y buenos modos, como dice el Diccionario de la
Academia– en las ciudades.
Las ciudades son artefactos complejos, admirables. Lugares maravillosos para
vivir. Han sido siempre los espacios en que los pobres han podido encontrar
oportunidades de mejora social. Y también los lugares de la libertad, como reconoce
el conocido dicho medieval «el aire de la ciudad hace libres». Hay en ellas una
inmensa concentración de energía, en sentido literal y en sentido figurado. Pero
son también frágiles, con peligros de ruptura y de desorganización.
Una vieja idea afirma que el espacio es un producto social, es modelado por la
sociedad. Pero también es seguro que la forma como el marco físico se construye
acaba por afectar a los comportamientos de los hombres. Lo cual no significa aceptar
14 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
El estudio del paisaje, de la morfología urbana, forma parte con pleno derecho de
las investigaciones sobre la ciudad. Una serie de disciplinas han contribuido a intro-
ducirlo. Entre ellas de forma eminente la geografía, que hizo del paisaje un objeto
de estudio fundamental para tratar de asegurar la identidad e independencia de su
ciencia. Pero también sociólogos, economistas, historiadores y arquitectos, que
han contribuido a renovar profundamente este campo, que se configura cada vez
más como un espacio de convergencia interdisciplinaria.
En este capítulo dedicaremos atención al desarrollo del estudio del paisaje
urbano en las distintas disciplinas que han contribuido y contribuyen a su
investigación.
que se reconocen en el mismo las ideas, las prácticas, los intereses y las estrategias
de la sociedad que lo produce. O se puede estudiar al final de una investigación y
examinarlo como el resultado de una evolución en la que han incidido los diversos
factores objeto de análisis.
La morfología urbana, el espacio construido, refleja la organización económica,
la organización social, las estructuras políticas, los objetivos de los grupos sociales
dominantes. Solo hay que saber leer. Porque, efectivamente, el paisaje puede leerse
como un texto. Es un texto, tanto en el sentido actual como en el originario (es
decir, tejido, de textum, participio de texo, tejer). El paisaje es una especie de
palimpsesto, es decir que, como en un manuscrito que conserva huellas de una
escritura anterior, hay en él partes que se borran y se reescriben o reutilizan pero
de las que siempre quedan huellas. Y es un espacio tejido cuya trama y urdimbre
hay que saber reconocer3. Es misión del geógrafo y de otros especialistas descubrir
y reinterpretar dichas huellas del pasado, que aparecen siempre a la mirada atenta
del observador. Si el espacio y el paisaje son un producto social, será posible partir
de las formas espaciales que produce la sociedad para llegar desde ellas a los grupos
sociales que las han construido4.
El estudio de la morfología urbana supone siempre una atención a los
elementos básicos que configuran el tejido urbano y a los mecanismos de trans-
formación de las estructuras. Exige a la vez una aproximación estructural, es decir,
que tenga en cuenta los diversos elementos componentes y sus interrelaciones, y
diacrónica, es decir histórica, que dé cuenta de las transformaciones. Esta dimensión
es tan importante que algunos prefieren hablar de morfogénesis para designar a
este campo de estudio. Un campo que supone, por un lado conocer la configuración
física del espacio, con sus construcciones y vacíos, con sus infraestructuras y usos
del suelo, con sus elementos identificadores y su carga simbólica. Se trata de
elementos que están profundamente imbricados e interrelacionados, aunque con
diferentes grados de estabilidad. Y conduce a una reflexión sobre las fuerzas sociales
económicas, culturales y políticas que influyen en su configuración y transfor-
mación.
El paisaje urbano constituye una herencia cultural de gran valor. Su estudio tiene
una indudable dimensión educativa. Pero también es importante para la identidad
de los ciudadanos, que viven crecientemente en ciudades que experimentan
cambios continuados y a veces enormes. Hay, además, razones económicas,
relacionadas con la inversión acumulada en ese patrimonio: parece razonable
pensar que es mejor conservarlo que destruirlo. Es, sin duda, un sin sentido la
construcción de viviendas nuevas mientras que se permite la degradación del
parque inmobiliario existente. Y con mucha frecuencia es posible reutilizar los
viejos edificios que han perdido sus funciones iniciales, como, por ejemplo los
edificios obsoletos de la actividad industrial5.
EL DESARROLLO DE LOS ESTUDIOS DE MORFOLOGÍA URBANA 21
Las ciudades que hoy existen son un resultado de una continua construcción y
reconstrucción desde sus momentos iniciales, que en algunos casos se remontan a
varios milenios atrás. Una buena parte del paisaje que hoy vivimos es heredado, ya
que la continuidad del poblamiento es generalmente muy grande. En el Próximo
Oriente puede haber ciudades que se han mantenido durante cinco o seis milenios
sobre el mismo emplazamiento. Hay que tener en cuenta que en el Viejo y Nuevo
Mundo existen numerosos casos de sucesión de la ciudad sobre el mismo lugar
durante siglos y milenios. Son ciudades construidas literalmente de forma sucesiva
sobre sus propios escombros6.
En España la continuidad entre las ciudades prerromanas, romanas y actuales
es en muchos casos verdaderamente asombrosa. En este libro daremos muchos
ejemplos. Baste citar aquí que las excavaciones realizadas en el centro de la actual
Valencia han permitido encontrar restos de la antigua colonia de Valentia unos 3
metros bajo el nivel actual con el foro debajo de la plaza de la Virgen. En Pamplona
los restos de la Pompaelo pompeyana (y antes del núcleo indígena preexistente) se
encuentra en la colina del barrio de la catedral, donde las calles Curia y Dormitación,
junto con las de Navarrería y Arcediano, mantienen fosilizados los restos de la
ciudad romana. En Calahorra, la vieja Calagurris ibérica y luego romana se
encuentra enterrada bajo el casco viejo actual e influye en la disposición de la
trama. Metellinium, la Medellín actual, se localizó sobre un poblado indígena cuya
estructura continuó y que es la base de la ciudad posterior; de la misma manera el
casco antiguo de Cáceres coincide con el de Norba Caesarina, y las murallas
almohades siguieron exactamente el trazado de las romanas. Y en Barcelona, por
citar un último caso, la Colonia Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino conserva a
metro y medio o dos metros bajo su suelo los restos de la ciudad romana y el lugar
del foro sigue estando ocupado 2.000 años más tarde por los dos edificios más
representativos de la ciudad, el ayuntamiento y el palacio de la Generalitat7.
Las formas medievales abundan todavía hoy en nuestro entorno europeo.
Algunas prácticamente fosilizadas, en ciudades que han tenido un escaso desarrollo
económico y demográfico. Otras muchas reconocibles aún incluso en ciudades
que han tenido un gran dinamismo; en el caso de de Barcelona, como de numerosas
ciudades españolas y europeas en general, Ciutat Vella conserva plenamente vigente
el trazado viario y buena parte del parcelario medieval. Mucho más presentes están
las formas de la edad moderna y de la revolución industrial, con la pervivencia de
gran número de edificios de los siglos XVIII y XIX.
Conviene, de todas formas, tener presente que la evolucion de las ciudades no
es una historia de progreso y expansión continuada. A veces hay estancamiento y
fuertes retrocesos. Importante fue, por ejemplo, el que se dio tras el fin del imperio
romano, durante el cual algunas ciudades pudieron quedar en ruina total, e incluso
ser momentáneamente abandonadas y perder una parte considerable del espacio
urbanizado, como ocurrió, por citar dos casos, en la antigua Augusta Treverorum
(Tréveris) y en Tarraco. También hubo estancamiento en las ciudades europeas
tras la peste de 1348; o en el siglo XVII, con ciudades arruinadas por las guerras de
religión; a comienzos del siglo XIX con las guerras napoleónicas –que afectaron,
22 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Además del plano el geógrafo estudia también los edificios, con su diversidad
de estructuras y de funciones, desde la vivienda, con sus distintos tipos, a los edificios
industriales, comerciales o de recreo; el análisis de la fábrica construida permite
introducir la tercera dimensión. Asimismo se ha interesado por los usos del suelo,
los patrones de utilización económica y social del espacio, lo que permite identificar
usos residenciales, comerciales y terciarios, industriales y de ocio, así como usos
mixtos.
El análisis integrado de áreas concretas de la ciudad permite asimismo al
geógrafo considerar, como en el estudio regional, la morfología urbana en tanto
que reflejo de combinaciones complejas: evolución histórica, funciones económicas,
recursos de los habitantes, tradiciones culturales, etc. En ese sentido los geógrafos
pasaron a estudiar la morfología del Distrito Central de los Negocios y de las áreas
con función comercial, de los distritos industriales y de los espacios residenciales,
así como la morfología de los diferentes barrios. En este libro dedicaremos atención
a los diversos aspectos antes enumerados, presentando en primer lugar la evolución
de los planos de las ciudades, para pasar posteriormente al estudio de los edificios,
de los usos del suelo y de las tramas complejas que se pueden identificar en la
ciudad.
Una breve historia de la evolución de los estudios sobre el paisaje urbano desde la
perspectiva de la geografía debe incluir referencias a las diversas tradiciones
nacionales que han existido. Los estudios morfológicos se desarrollaron en primer
lugar dentro de la tradición regional historicista. Solo en los años 1960 se cuestionó
dicha concepción y se presentaron alternativas neopositivistas y cuantitativas que,
sin embargo, fueron limitadas, y pronto quedaron rebasadas por nuevos enfoques
que ponían énfasis en la producción social de las formas urbanas.
Prestaremos atención, en primer lugar, a los enfoques que se relacionan con la
tradición historicista de la geografía regional y, más tarde, al cuestionamiento y
reformulación de los mismos a partir de la revolución cuantitativa. Realizaremos
la presentación destacando algunas tradiciones nacionales especialmente signifi-
cativas e influyentes.
La tradición alemana
fenómenos de la superficie terrestre en tanto que son perceptibles por los sentidos»,
con un método de análisis adaptado del de la geomorfología. Aunque prestó
atención sobre todo a la evolución del paisaje agrario europeo en el tránsito entre
la edad antigua y la media, no dejó de interesarse también por el poblamiento y el
paisaje de las ciudades9. La importancia que se concedió a la geomorfología en la
formación básica del geógrafo desde fines del XIX proporcionaba unos hábitos de
observación que se mantenían cuando esos mismos geógrafos se dedicaban a
estudiar el poblamiento10.
Desde comienzos de siglo empezaron a aparecer investigaciones de gran interés
sobre el desarrollo y significado de los planos de las ciudades11. A partir de la segunda
década esa línea fue reforzada por los trabajos de Siegfried Passargue, que aunque
estaban centrados esencialmente en los paisajes regionales –en el doble sentido ya
señalado de la expresión Landschaft– se dirigieron igualmente al estudio de paisajes
más concretos como los urbanos. En esa línea se realizaron tanto en Alemania
como en Austria gran número de investigaciones de geografía urbana en las que
estaba presente de forma destacada la morfología o paisaje de la ciudad. Desde
1916 H. Hassinger estudió los edificios de Viena tratando de clasificarlos según la
época de construcción, a partir de la edad media, elaborando mapas de conjunto
que culminaron en un atlas histórico de esa capital12. Al mismo tiempo aparecían
trabajos sobre tipologías específicas, como las de las ciudades comerciales y los
mercados13, y sobre viviendas. Gran trascendencia tuvieron en ese sentido los
trabajos de W. Geisler, que en una investigación sobre Dantzing abordó una
cartografía de los edificios según su altura y funciones, así como sobre su evolución
histórica14, y finalmente pudo elaborar un estudio más general sobre los tipos de
casas y parcelas de las ciudades alemanas como una contribución a la morfología
del paisaje cultural15. Geisler clasificó las ciudades alemanas por su emplazamiento,
su plano y los edificios, aprovechando para ello trabajos previamente realizados
por geógrafos germanos sobre diferentes ciudades16.
Normalmente se citan esos trabajos como el comienzo de una amplia tradición
en la geografía alemana. Una línea en la que se clasifican los núcleos de poblamiento
según sus formas de organización y crecimiento «naturales» y «planificadas»17.
Las viviendas y edificios urbanos fueron clasificados de muchas formas, siendo el
tipo de los techos una de las más comunes18. La elaboración de atlas urbanos con
gran número de planos dio lugar a numerosos trabajos19. Siguiendo esos pasos,
tras la segunda guerra mundial el ya citado H. Hassinger, así como Hans Bobek y
la escuela de Viena realizarían importantes aportaciones a la morfología urbana.
Los geógrafos alemanes extendieron sus métodos de análisis a otros países. En
ese sentido, son interesantes los estudios de Siegfried Passarge sobre ciudades de
varias regiones y, específicamente sobre España, los trabajos de O. Jessen acerca de
los paisajes urbanos españoles20.
La tradición de los estudios de morfología urbana no se interrumpió en
Alemania tras la segunda guerra mundial. El estudio de la ‘fisionomía’ de las
ciudades conducía al análisis de la formación de su plano, y al de su diferenciación
interna, y permitía una clasificación de los tipos urbanos21.
EL DESARROLLO DE LOS ESTUDIOS DE MORFOLOGÍA URBANA 25
La tradición francesa
fisonomía del núcleo, gracias a la cual cabe incluir la ciudad en una familia de
tradiciones urbanas, en una serie arquitectónica, en uno o más períodos principales
de urbanización inicial».
Para el análisis del plano es importante tener en cuenta la noción de estructura
del organismo urbano, de la aglomeración. Según George «la observación, en el
sentido más amplio de la palabra, nos lleva de nuevo a enterarnos de las diferencias
entre las distintas unidades que integran la ciudad o la aglomeración. Y el análisis
estadístico respalda siempre la observación al distinguir tipos de sectores de aglo-
meración y tipos de ciudad, que se caracterizan por su estado y su dinamismo»30.
En la línea marcada por George fueron sobre todo sus discípulos los que al
realizar tesis doctorales de geografía urbana profundizaron en esa dirección.
Algunos efectuaron aportaciones de gran interés, en relación con otro tema que
también interesaba a George, el de la organización funcional y morfológica del
área suburbana. Por ejemplo Jean Bastié estudiando el crecimiento de la banlieu
de París (1964). Son importantes también los trabajos de Etienne Juillard, en
relación con sus investigaciones sobre la banlieu de Strasbourg. Al mismo tiempo,
tanto por influencia de George como por el magisterio de otros autores, el estudio
de los usos del suelo, las estructuras comerciales, las características de los paisajes
urbanos fueron ampliamente estudiadas por los geógrafos franceses31. Las páginas
de Annales de Géographie y otras revistas francesas recogieron un amplio muestrario
de estas investigaciones.
En 1973 una discípula de Juillard, Sylvie Rimbert en su obra Les paysages
urbaines, abordaba el estudio de la ciudad poniendo énfasis sobre todo «en las
formas», para constatar «que son inseparables de las funciones actuales o pasadas»;
y trataba de aprehender estas formas a diversas escalas: la del peatón, la del auto-
movilista, la del arquitecto, la del administrador. Con una concepción tradicional
de la materia Rimbert pensaba que el estudio del paisaje es esencialmente geográfico
por dos razones: una, que la geografía es una síntesis de relaciones espaciales y que
los paisajes resultan de la combinación de factores múltiples; y otra, que «las formas
tienen ante todo aspectos concretos, sensibles, diferentes en cada latitud y que los
geógrafos estudian la superficie terrestre dejando los espacios abstractos a otras
disciplinas»32.
La tradición británica
La tradición española
Fig. 1.1 Leoncio Urabayen realizó en La Tierra humanizada (1947) una temprana e
interesante monografía del estudio de una calle, con el título «Una de tantas calles
de ciudad, la de Yanguas y Miranda, en Pamplona». En ella estudia el
emplazamiento, la situación, la configuración, la estructura, los materiales, la técnica
empleada, el crecimiento, la eficiencia del trazado viario y la extensión e intensidad
de la transformación del paisaje. La figura que reproducimos es una de las que se
incluyen en dicha monografía, y va acompañada de otras sobre los terrenos de la
calle en 1866, en 1882 y en 1904, así como de varias fotografías de su evolución
30 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
realizó con su tesis sobre la ciudad de Granada el mejor ejemplo de este tipo de
trabajos, en el tránsito ya hacia otras metodologías45.
Un enfoque diferente, más especializado, es el que se refleja en el trabajo de
Manuel de Terán sobre dos calles madrileñas, las de Alcalá y Toledo, publicado en
196146. En la estela del estudio de Terán diversos geógrafos madrileños acometieron
desde los años 1960 valiosas investigaciones sobre morfología urbana, que irán
siendo citadas ampliamente en las páginas de este libro.
La tradición norteamericana
dimensiones básicas de los sistemas urbanos53. Con esos métodos podían realizarse
análisis que integraban una gran cantidad de variables morfológicas (ventanas,
balcones, puertas, pisos, alturas, anchuras, forma de las aberturas ...) en numerosos
barrios o ciudades, para encontrar regularidades o hacer agrupaciones54.
En aquellos años se exploraron asimismo otras posibilidades en relación al
análisis de la forma urbana. Concretamente, se exploró la posibilidad de considerar
la trama viaria de un plano urbano como una red topológica, para aplicar la teoría
de grafos y examinar de forma matemática la regularidad del mismo, su carácter
aleatorio o las características de la estructura. El estudio de la trama urbana como
una red topológica, como un sistema de rutas y nodos permite luego estudiar en la
red características tales como la dimensión, el diámetro, la accesibilidad de cada
punto al conjunto de la red, la accesibilidad de las distintas partes o de tramos
determinados (por ejemplo, en las ciudades musulmanas, callejones sin salida que
no conectan), o los tipos de patrones geométricos que se reconocen (regulares,
reticulares, irregulares)55.
También se pensó en la posibilidad de aplicar al estudio del plano algunos de
los diferentes tipos de análisis estadísticos que entonces se estaban usando para
buscar regularidades o agrupaciones en las estructuras del poblamiento56; aunque
no pasaron de la fase exploratoria. Especial importancia tuvo, en todo caso, el
estudio pionero de Stan Openshaw en el que se afirmaba que para el futuro de los
estudios de morfología urbana era esencial elaborar un marco teorético integrador,
y que los conceptos básicos ya existían aunque no hubieran sido todavía integrados
explícitamente en una teoría, debido a la naturaleza histórica y a la complejidad
espacial de las interrelaciones. La clave para dicha integración estaba, según el
autor, en «la explicación del origen, la intensidad y la variabilidad de las fuerzas
funcionales responsables de la actuación de los procesos morfológicos». En ese
sentido le parecía de especial importancia el estudio de la estructura y la naturaleza
dinámica de la organización de la franja periférica urbana, la cual «puede ser
explicada en términos de la teoría económica urbana general y, dentro de dicho
marco, pueden identificarse e interpretarse las fuerzas responsables de los otros
procesos morfológicos»57.
Pero la geografía cuantitativa, además, presentaba otros retos a los estudios
morfológicos. Esencialmente el de pasar desde el estudio de casos particulares y de
monografías sobre la morfología de una ciudad a la elaboración de modelos y
teorías generales. Teorías que debían tener, además, una capacidad de predicción.
Era algo que los análisis morfológicos no podían proporcionar en aquellos
momentos, y que constituía igualmente una debilidad de los que se realizaban en
otros campos; aunque, como veremos, algunos arquitectos, tal vez sin ser cons-
cientes de ello, estaban transitando una vía que iba en esa dirección. También en la
geografía partiendo de posiciones que podríamos llamar tradicionales se seguía
un camino que conducía a establecer marcos teóricos de validez general.
Esa sería, de alguna manera, la aproximación de M.R.G. Conzen (n. 1907), un
geógrafo formado en Berlín y que emigró a Gran Bretaña antes de la segunda
guerra mundial. Su obra, que se había venido gestando desde fines de la década de
EL DESARROLLO DE LOS ESTUDIOS DE MORFOLOGÍA URBANA 33
195058 y que tenía un enfoque histórico e inductivo, pudo ser interpretada también
por los nuevos geógrafos en el marco de esa demanda hacia la generalización que
existía a finales de la década de 1950 en el mundo anglosajón.
Su famoso estudio sobre el núcleo de Alnwick, en Northumberland, se convirtió
en aquellos años en un modelo del análisis del plano urbano, no tanto por la
cuidadosa investigación histórica que lo sustentaba, sino porque al final elaboraba
un modelo que podía ser de aplicación general59. Por eso pronto se convirtió en
una referencia indispensable en estos estudios.
Conzen puso énfasis en las franjas periféricas de crecimiento de la ciudad y en
las sucesivas fases de expansión y estancamiento. También destacó las franjas
periféricas ligadas a la existencia de líneas de fijación o barreras al crecimiento
(murallas, río, vía de ferrocarril ...) que dan a estas áreas usos del suelo atípicos, y
puso énfasis en la identificación de los elementos invariantes y cambiantes.
Posteriormente haría otras aplicaciones de su metodología60; entre las cuales
destaca la que realizó en 1966 en la reunión de historia urbana que se celebró en
Leicester y que fue coordinada por H.J. Dyos, en la cual presentó una comunicación
sobre el uso de planos de ciudades en el estudio de la historia urbana61. En ella
criticó la utilización restrictiva que se había venido haciendo de los planos de las
ciudades atendiendo solo a la configuración de las calles y olvidando otras
dimensiones. La comunicación tuvo un gran impacto entre los historiadores
participantes en la conferencia, que reconocieron explícitamente su gran novedad
respecto a lo que se hacía hasta ese momento62. El autor seguiría profundizando
en esa misma dirección en otros trabajos posteriores.
En la misma línea deben destacarse asimismo las investigaciones de Harold
Carter, un geógrafo de formación clásica historicista pero que supo ser sensible a
los nuevos desarrollos, incorporando a su trabajo temas nuevos como la toma de
decisiones63. Toda esa evolución se deja sentir en su famoso manual dedicado al
estudio de la geografía urbana, cuya primera edición es de 1972 y que constituye
una buena síntesis del estado de los estudios sobre el plano en la década de los 7064.
El manual de Carter muestra la tensión entre los enfoques regionales histori-
cistas y los cuantitativos y la búsqueda de soluciones, como se observa en el capítulo
sobre el plano de la ciudad. En la conclusión del mismo se hace eco de las nuevas
posibilidades que ofrecían los análisis cuantitativos de la forma urbana (a lo que
ya se aludido anteriormente), y muestra sus reticencias hacia dichos estudios indi-
cando que, en su opinión, no ofrecen resultados interesantes. Frente a la forma
tradicional de análisis del plano urbano realizada hasta el momento –con el énfasis
en planos irregulares o regulares, planos en cuadrícula, radioconcéntricos, etc.–
Carter considera que ese tipo de análisis histórico del plano «nos ofrece poco de
esa teoría o esa medición que parecen reclamarse como necesarias para situar los
estudios geográficos a un nivel, por así decirlo, más respetable, o, al menos, para
sustituir el estudio erudito de lo particular y único por una mayor generalidad»65.
34 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
LA HIBRIDACIÓN INTERDISCIPLINARIA
Con las grandes transformaciones de las ciudades durante la segunda mitad del
siglo XIX se hicieron necesarias cuantiosas inversiones económicas para financiar
los trazados de nuevas calles, las expropiaciones, los derribos, las redes de gas,
38 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
temas es también antigua, existiendo desde los años 1960 una línea de estudios
sobre la economía de la vivienda, que era también alimentada desde la economía
urbana general, y más recientemente por investigaciones teóricas sobre el mercado
de la vivienda106.
Características especiales de la industria de la construcción son: el elevado
precio del producto final; su durabilidad; el hecho de que la inversión realizada en
ella sigue rindiendo beneficios después de muchos años; la necesidad de producir
la mercancía en el mismo lugar en que se ha de consumir y su inmovilidad, lo que
dispersa la industria de la construcción; el espacio limitado para su producción
(en el caso de la vivienda urbana, que tiene unas exigencias de accesibilidad al
conjunto de la aglomeración); la existencia de mercados diversos y la hetero-
geneidad de la vivienda en relación con ello, desde los abrigos someros para pobres
a los palacios; finalmente la poca transparencia que caracteriza frecuentemente a
este mercado. Al mismo tiempo hay que recordar que la construcción artesanal se
ha mantenido hasta hoy y la construcción con medios mecánicos se ha ido
difundiendo lentamente, siendo muy reducida la utilización de capital fijo. Aunque
desde los años 1920 y 30 existen ya propuestas concretas para la industrialización
de la construcción107, solo a partir de los años 1950 o 60 las grandes empresas
constructoras han ido introduciendo esos sistemas de racionalización, que permiten
abaratar el coste de la vivienda, adquiriendo por ello grandes ventajas comparativas.
Ya hemos visto que otra característica que pronto se descubrió es la existencia
de grandes variaciones en las inversiones en construcción, y la relación estrecha
con la coyuntura económica. Es decir, la existencia de ciclos, con fases de creci-
miento de la construcción y fases de disminución, lo cual se puso en relación con
el mercado de capitales y la coyuntura económica general. Y se vio que esas
fluctuaciones modifican las expectativas de los empresarios constructores en cuanto
a los beneficios a obtener de su actividad.
En relación con esa evolución apareció igualmente el interés por la estructura
de la industria de la construcción desde la perspectiva de la historia empresarial108.
Finalmente, aunque sea de desarrollo más tardío, debe señalarse también el interés
de los economistas por el impacto económico de la deterioración del parque
construido y el coste de la renovación urbana en sus diversas dimensiones de
conservación, mejora y remodelación del espacio construido, con intervención de
la iniciativa privada y fuerte impulso y apoyo público109.
Todos estos desarrollos influyeron ampliamente, como hemos visto en la
evolución de los estudios geográficos de morfología urbana.
A lo largo del siglo XX el interés de los historiadores por la ciudad fue dando lugar
al desarrollo de una historia urbana, que ha tenido un espectacular crecimiento a
partir de las décadas de 1960 o 70. El interés por la forma urbana fue más temprano
e intenso entre los historiadores del arte, especialmente entre aquellos especializados
42 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
críticas, por «su fragilidad o endeblez conceptual y teórica»177, por perder de vista
el problema del diseño general de la ciudad y, en algunos casos, por el carácter
neutro y poco comprometido que se quiere dar al trabajo del arquitecto.
Naturalmente, esos debates han podido afectar a la dedicación del arquitecto
a las investigaciones sobre morfología urbana a la escala del conjunto de la ciudad,
y a la atención prestada a los procesos económicos y sociales como determinantes
de la forma urbana, pero han permitido análisis mucho más refinados sobre los
edificios y la escala más inmediata en que se sitúan, y una más profunda
comprensión de los valores culturales y estilísticos que influyen en el diseño
arquitectónico.
De todas maneras, el esfuerzo para elaborar una teoría rigurosa de la forma
urbana ha tenido recientemente una aportación fundamental en España en la obra
de Javier García-Bellido, el cual ha tratado de fundamentar una ciencia del
urbanismo, la Coranomía, basada en proposiciones lógicas que permitan establecer
los principios de la organización desde la célula más elemental de la vivienda hasta
el conjunto de la ciudad y el territorio regional178.
ingenieros sino que tiene que ver tambien con preocupaciones por las salidas
profesionales, y con estrategias corporativas que tratan de ampliar el campo de
actividad.
En esa preocupación por el paisaje y el medioambiente los arquitectos se ven
acompañados por los geógrafos, que pueden encontrar fuera de la disciplina temas
que han sido tradicionales en ella. En lo que se refiere al paisaje, ya lo hemos visto,
desde el mismo comienzo del siglo XX, y más cercanamente desde el descubrimiento
del amplio campo de la percepción y la atención a la imagen y la composición de
los paisajes, desde la perspectiva de que «para percibir un paisaje es preciso
componerlo»188. Los estudios de percepción del paisaje son de larga tradición en
geografía, y han dado lugar a valiosas aportaciones. Esa dimensión medioambiental
también daba lugar paralelamente en geografía a una línea paisajista, sobre estudios
integrados de paisaje, de gran influencia entre los geógrafos físicos189.
El gusto por lo nuevo y lo moderno puede estar culturalmente configurado.
Los estudios de David Lowenthal sobre los gustos norteamericanos y británicos
acerca del paisaje han mostrado las profundas diferencias que existen entre unos y
otros. Los británicos valoran lo viejo, histórico y singular, mientras los norte-
americanos prefieren lo nuevo y moderno, lo que Lowenthal relaciona con lo que
él llama «featurism», el deseo de que las estructuras nuevas sean diferentes a las
que existen y más destacadas190.
Se ha desarrollado a la vez un gran interés por los aspectos simbólicos del
paisaje, por el consumo simbólico del espacio, reflejado, entre otros, en las investiga-
ciones de Denis Cosgrove191. La importancia de todo lo que no es visible en el
espacio urbano, pero forma parte de los significados que se aprehenden viviendo
llega a los científicos sociales desde diversos horizontes, incluyendo el literario192.
La comercialización y la mercadotecnia urbana elabora imágenes atractivas
sobre los territorios, incluyendo espacios urbanos concretos y, de alguna manera,
manipula las representaciones que los habitantes se hacen del espacio. Las conme-
moraciones históricas pueden aprovecharse para la creación de símbolos espa-
ciales193.
A lo largo del siglo XX, y especialmente en el último medio siglo la arquitectura
y el urbanismo han seguido una evolución paralela a la de las ciencias sociales. Ya
en los años 1980 la crisis de la arquitectura racionalista pudo ser lúcidamente
percibida por un arquitecto español de forma similar a como se interpretaba en
las ciencias sociales el cambio desde las posiciones neopositivistas a las críticas y
humanistas194. Pero si se sigue la bibliografía reciente sobre la arquitectura y el
urbanismo postmodernos queda uno sorprendido por la utilización de los mismos
conceptos y marcos teóricos que se han desarrollado en las ciencias sociales, y
muchas veces a partir de ellas; una reciente antología de la teoría arquitectónica
entre 1965 y 1995195 incluye artículos sobre la crisis de los paradigmas, la semiótica,
el historicismo, la deconstrucción, los problemas éticos y políticos, la fenomeno-
logía, el sentido del lugar, el nuevo regionalismo, la cultura local, el feminismo, el
problema del cuerpo, lo sublime; sin duda –y como en las ciencias sociales– una
angustiada y no siempre bien orientada búsqueda de nuevos caminos que se inició
56 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
hacia 1970 con la crisis del movimiento moderno y que ha conducido a posiciones
pluralistas apoyadas en una inquieta mirada hacia otras disciplinas. No extraña
por ello que en esa búsqueda de nuevos caminos la arquitectura actual encuentre
inspiración incluso en teorías abstractas como las de Jacques Derrida sobre la
deconstrucción. La aplicación de esas ideas al análisis de los textos arquitectónicos
y de los programas urbanísticos conduce finalmente a la deconstrucción de las
mismas estructuras constructivas, y a la aparición de una arquitectura «de la
disrupción, dislocación y distorsión», que «desplaza las estructuras en lugar de
destruirlas», una arquitectura que inquieta porque «pone en cuestión nuestro
sentido de la estabilidad, coherencia e identidad que está asociada a la forma
pura»196. Los edificios de Frank Gehry (como el Museo Guggenheim de Bilbao o el
Experience Music Project de Seattle) o los de Miralles pueden ser ejemplos de esta
arquitectura postmoderna que está dejando ya huellas en el espacio urbano, sobre
todo en la edificación de equipamientos públicos. Está por ver lo que esas tendencias
deconstructivas, que valora lo aparentemente inestable, que reacciona contra los
estándares y que se utiliza como un método provocativo que ayuda a explorar
nuevos caminos, va a producir desde el punto de vista de una teoría urbana. Aunque
ya se pueden adivinar determinadas líneas en las caracterizaciones que se hacen de
lo que algunos llaman ya la post-ciudad, «expresión máxima de la libertad de
cambio, donde se celebra la apoteosis de las posibilidade múltiples, que no alcanza
nunca forma definitiva, en la que nada es estático y permanente»197.
19 Entre los que puede destacarse el de P.J. 39 Johnson, 1974, cap. 2 «Sociedad y forma
Meier. «Niedersächsiecher Stätdteatlas: urbana», págs. 41 y ss. Sobre este tema
die Braunschveigischer Staädt». Veröff d. pueden verse también los estudios gene-
Hist. Kom. f. Niederschasen, Abteilung I rales del Institute of British Geographers
(1926) und 2 (1933). Un panorama sobre la evolución de la geografía
general del significado de los estudios británica.
morfólogicos durante las tres primeras 40 Urabayen 1947, pág. 3.
décadas del siglo en H. Bobek 1927. 41 Urabayen 1947, pág. 96.
20 Jessen 1947. 42 Urabayen 1946.
21 Como aparece, por ejemplo, en la obra 43 J.M. Casas Torres. Esquema de la
de Gabriele Schwarz 1959. Geografía urbana de Jaca, 1946.
22 Capel. Filosofía y ciencia..., 1981, págs. 44 M. de Terán. «Calatayud, Daroca y Alba-
345-358. rracín», 1942; M. de Terán. Siguenza,
23 Dion 1934; Juillard y otros 1957; Bloch 1946.
1962, ed. 1978; Meynier 1966; Paesaggi 45 Bosque 1962; reedición de 1988 con un
1973. estudio introductorio de Horacio Capel
24 H. de Martonne. «Buenos Aires». Annales sobre el significado de esa obra en la geo-
de Géographie, XLIV, 1935, p. 281-304; M. grafía española.
Clerget. Le Caire: Étude de géograhie 46 M. de Terán. Dos calles madrileñas: las de
urbaine et d’histoire économique. Paris, Alcalá y Toledo, 1961.
1934, 2 vols.; Blanchard, 1947. 47 Ver Wagner y Mikesell 1962
25 Como le sucede a Raoul Blanchard 48 Stanislawski 1946; reproducido en
cuando al estudiar Montreal se queja de Theodorson 1974, I.
la fealdad de las viviendas victorianas 49 Dickinson 1945 y 1948. Otros trabajos
resultado de «un gusto británico per- interesantes que pueden destacarse son
vertido por un transplante a América», los de Leighley (1928 y 1939), los de
Blanchard 1947, ed. 1992, pág. 235. algunas monografías sobre ciudades
26 Sorre 1947-48, II, 1952, pág. 260. escandinavas (años 1928 y 1939) cits. por
27 Demangeon (1942) 1956, Meynier Vilagrasa 1991 y por Dickinson 1948, en
(1958) 1968, Lebeau (1969). 1959, nota 34.
28 Tricart 1954. 50 Como, a título de ejemplo, los siguientes:
29 Entre ellos, George 1958 y 1960. Trewartha 1934, Wittlesey 1937, Zierer
30 George (1961) 1964, pág. 79. 1941 y Spate 1942.
31 Un panorama general en A. Meynier 51 Véase las actas del Coloquio en Norborg
1969. (1962) y el artículo de Conzen incluido
32 Rimbert 1973, pág. 6. en dicha obra.
33 Entre los cuales se acostumbra a citar el 52 Así se ve por ejemplo en el texto de
de S.J. Low: «The rise of the suburbs». Garner (1967) y en la obra de B.J.L. Berry
Contemporary Review, 1891. y Frank E. Horton: Geographic pers-
34 Platt 1959. pectives on urban systems (1970), cuyo
35 Fleure 1920. capítulo 12, dedicado a «Internal
36 Dickinson 1951. structure: Physical space», se ocupa
37 Dickinson 1948, en 1959, pág. 21. esencialmente de los usos del suelo y del
38 Smailes, The Geography of Towns (1953; funcionamiento del mercado del suelo
5ª ed. 1966); «Some reflections on the urbano.
geographical description and analysis of 53 Capel 1974 («De las funciones urbanas a
townscapes». Transactions and Papers, las dimensiones básicas de los sistemas
1955; y en especial «The site, growth and urbanos»).
changing face of London». In R. Clayton 54 El primer ejemplo de un estudio de
(ed.). The Geography of Greater London, ecología factorial realizado en España fue
1964. el de Fernando Fernández, en su tesis
60 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Construction since the Civil War. New son estudios sobre el paisaje urbano,
York: National Bureau of Economic Whitehand estima que «hicieron ver a los
Research, 1964), Parry Lewis (Building geógrafos la necesidad de análisis más
Cycles and Britain’s Growth, London, rigurosos de la relación entre las formas
1965). en el paisaje y los individuos responsables
97 En particular las de Brinley Thomas y de producirlo».
otros: Brinley Thomas. «The demo- 103 Whitehand, The Changing Face of Cities,
graphic determinants in British and 1992; en esta obra se trata de mostrar la
American building cycles, 1870-1913». In relación entre los ciclos económicos y las
Donald McCloskey (ed.) Essays on a fases de expansión urbana.
matury economy. Princeton University 104 Un panorama del desarrollo de esos
Pess, 1971; Migration and Urban Deve- trabajos puede verse en J.W.R. White-
lopment: A Reappraisal of British and hand, The Changing Face 1987 y Ley 1988.
American Long Cycles, London: Methuen, 105 L. Needleman. The economics of housing.
1972; Migration and Economic Growth: A London: Staples Press, 1965.
Study of Great Britain and the Atlantic 106 Sobre la economía de la vivienda destaca
Economy, Cambridge: Cambridge la obra de Needleman (1965), ya citada.
University Press, 1973) y la síntesis de Entre las que señalan esa orientación
Manuel Gottlieb (Long Swings in Urban desde la economía urbana al mercado de
Developement, New York, 1976. la vivienda, las de Brian Goodall. The
98 Stefano Fenoaltea. «International Economics of Urban Areas. Oxford: Perga-
Ressource Flows and construction move- mon, 1972; K.J. Button. Urban Economics.
ments in the Atlantic Economy: the Theory and Policy. London: Macmillan,
Kuznets cicle in Italy, 1861-1913». Journal 1976; Richard Arnott. «Economic Theory
of Economic History, 1988, 48, 3, p. 605- and housing». In Edwin S. Mill (ed.)
637; «El ciclo de la construcción en Italia, Handbook of Regional and Urban
1861-1913: Evidencia e interpretación». Economics. Ámsterdam: Elsevier Sc. Pub.
In Leandro Prados de la Escosura y Vera 2, 1987, p. 959-988; y Richard S. Muth.
Zamagni (eds.). El desarrollo económico «Theoretical issues in housing markets
en la Europa del sur. España e Italia en research». In Allen C. Goodman (ed.).
perspectiva histórica. Madrid: Alianza The Economics of Housing Markets. Chur:
Editorial, 1992, p. 211-252. Harwod, 1989; Buyst, Erik. An Economic
99 Antonio Gómez Mendoza. «La industria History of Residential Building in Beligium
de la construcción residencial: Madrid, Betwen 1890 and 1961. Leuven: Leuven
1820-1935». Moneda y crédito, 1986, 177, University Press, 1992. 307 p.
p 53-81. 107 Véase sobre ello más adelante el capítulo
100 Xavier Tafunell. «La construcción resi- 10 y en el vol. II el capítulo sobre edifi-
dencial barcelonesa y la economía inter- cación.
nacional. Una interpretación sobre las 108 R. Rodgers. Speculative builders and te
fluctuaciones de la industria de la vivien- structure of the Scottish building
da en Barcelona durante la segunda industry, 1860-1914. Business History 21,
mitad del siglo XIX». Revista de Historia 1979.
Económica, 1989, 7, 2, p. 389-93. 109 Richardson 1975, cap. 5.
101 Silva 1997, en especial págs. 155-158, cap. 110 Véase sobre ello Fraser & Sutcliffe 1983.
II, págs. 152 ss., 159 y 162; un resumen 111 Calabi 1996; un marco más general en
de esta obra –de cuyo tribunal tuve el Sutcliffe (1970) 1973.
privilegio de formar parte– en Capel 1998 112 Como muestran los trabajos de Glück
(http://www.ub.es/geocrit/sn-84.htm). (1921), Gertenberg (1922) y Pieper
102 En este sentido el estudio de Craven 1969; (1936), citados por Dickinson 1959, pág.
Whitehand (1992, pág. 2) cita también 23, nota 45.
el trabajo de Aspinall 1982. Aunque no 113 Cid Priego 1955.
NOTAS AL CAPÍTULO 1 63
114 Hasta el punto de que Lucien Fevbre 122 Dio lugar, a partir de los 70, a grupos
publicaba en ellos secciones de «Regards institucionalizados, Everitt, 1973.
sur la géographie». 123 Dyos (ed.) 1968.
115 Annales ESC, 25, nº 4, 1970, pág. 830. 124 Clark & Slack 1972; Clark & Slack 1976.
116 A título de ejemplo, los trabajos de R. 125 Chalkin 1974.
Quenedey 1934; Georges Espinas, con su 126 Briggs 1971, Dyos & Wolf 1973.
Bulletin d’Histoire Urbaine, F. Vossen 127 Como refleja la intervención de Carter y
1947, O. Zunz 1970, Olmo 1989 y 1991. Conzen en reuniones de historia urbana,
Para la consulta de la revista son muy como la de Dyos 1968.
útiles los índices generales correspon- 128 Sus trabajos se han ido publicando desde
dientes a 1929-48, 1949-68, 1969-88 y fines de los años 1950; en particular, Dyos
1989-93. La trascendencia de las investi- 1968; síntesis del tema en Rodgers 1979.
gaciones geográficas para el desarrollo de 129 Silva 1997, pág. 176; también Trowell
la historia urbana fue reconocida 1985.
explícitamente por F. Bedarida 1968. 130 Lescure 1980.
117 Con atención al paisaje rural actual 131 Como el de H. Hobhouse (Thomas
(Hartke 1949), a la reconstrucción de las Cubitt: Master Builder. London: Mac-
ciudades europeas destruidas por los millan, 1971, cit. por Whitehand, 1992).
bombardeos de la segunda guerra 132 Whitehand 1992, p. 3, cita algunos de esos
mundial y otros temas de actualidad. En estudios (por ejemplo, Johns 1971).
el número extraordinario dedicado en 133 Sutcliffe (1970) 1973 y 1984.
1970 a «Histoire et urbanisation» se 134 Rodgers 1992, p. 12-13.
expresa claramente que el historiador 135 Grau 1969, Grau y López 1973, López y
tiene mucho que decir sobre los Grau 1971.
problemas de la ciudad, el origen de sus 136 Arranz 1979 y ss.
patologías y las opciones de planificación 137 Bahamonde y Toro 1978.
(vol. 25, nº 4, 1970, p. 830). 138 Lavedan 1941 y 1952, 1959.
118 Por ejemplo, el examen de la serie 139 Lavedan y Hugheney 1974; Lavedan,
Historical Abstracts, tanto en su serie A Hugheney y Henrat s.f.
(1450-1914) como en la B (1914 hasta 140 Como el alemán Wolfgang Braunfels
hoy), donde aparecen gran número de (1976) 1983, con referencia a las ciudades
entradas sobre la ciudad y la morfología europeas, en las que ha estudiado las
urbana: city, urban, housing, rural-urban, ciudades episcopales, las ciudades repú-
slums, suburbs, towns, urbanization, civil blica, las potencias navales, las ciudades
engineering ..., y amplia atención a la imperiales, las ciudades residenciales y las
arquitectura, planeamiento, renovacion capitales estatales.
urbana, mercado del suelo y otros temas 141 Como el libro del mismo Braunfels
próximos. dedicado a la arquitectura monástica en
119 Puede destacarse en esa línea el vol. II de occidente, o el de Carlrichard Brühl sobre
la History of Birmingham, redactado por Palatium und Civitas, 1975.
Asa Briggs y titulado Borough and City, 142 Entre ellas los diversos trabajos de A.
1865-1938, que significó un hito impor- Bonet Correa citados en la bibliografía;
tante para el desarrollo de una historia sobre su aportación a la historia del
social y política de la ciudad, aunque él urbanismo véase Capel y Tatjer, y la
siempre la consideró «una historia y no bibliografía incluida en los volúmenes de
la historia» de Birmingham (Briggs: Homenaje al profesor Antonio Bonet
«Foreword» en Dyos 1968, págs. V-XI). Correa publicados por la Universidad
120 Un panorama del desarrollo de estos Complutense de Madrid, 1994, vol. I,
estudios en Dyos 1968 y Checkland 1968. págs. 54-88.
121 Como en el estudio de E.R. Dewsnup. The 143 A. Gasparini, Ramón Gutiérrez, Gabriel
Housing Problem in England, 1907. Guarda, entre los arquitectos, a los que
64 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
hay que añadir los de Jorge E. Hardoy, 152 Hagemann y Peets (1922) 1992, pág. 1.
Jorge Luján, el mismo Antonio Bonet, de 153 Jürgens, ed. 1992.
otros campos disciplinarios. 154 Por ejemplo en la obra de Patrick Aber-
144 Ya hemos citado los trabajos del historia- crombie, en cuya edición española se
dor Craven 1969, y el de Carter sobre la incorporó como apéndice el estudio de
toma de decisiones (1970); siguiendo a Santiago Esteban de la Mora sobre «Los
Carter los de G. Gordon pusieron énfasis trazados de las ciudades españolas»,
no solo en el proceso de la toma de Abercrombie 1936.
decisiones, sino también en los que las 155 Entre las más significativas se encuentra,
adoptan; en España deben citarse en ese además de la ya citada de Lavedan, las
sentido los trabajos de Ramón Grau y siguientes: Ashworth 1954, Bardet 1964;
Marina López realizados en los años 1970 en Italia las investigaciones de historia
y 80. urbana dieron pronto lugar a buenas
145 En ese sentido son interesantes los síntesis, entre las que pueden citarse las
estudios sobre la tipología constructiva de C. Aymonino, L. Benevolo y P. Sica,
de corporaciones concretas; como la de bien conocidas en el mundo hispano.
los ingenieros militares, estudiada por 156 En España Torres Balbás junto con Luis
Aurora Rabanal Yus. Cervera Vera, Fernando Chueca Goitia y
146 Especial importancia tiene en ese sentido Pedro Bidagor serían los autores del
la tesis de Manuel Arranz sobre los famoso Resumen histórico del urbanismo
maestros de obras que actuaron en en España (1954) durante mucho tiempo
Barcelona durante el siglo XIX y primera la única presentación de conjunto exis-
mitad del XX. tente en nuestro país. La segunda edición
147 Como la polémica entre ingenieros y incluye un nuevo capítulo de Antonio
arquitectos (con estudios orientados por García Bellido; véase García Bellido, 1982.
A. Bonet Correa). Estudios similares en Uno de ellos, F. Chueca Goitia, realizaría
otros países: por ejemplo, en Gran luego nuevas aportaciones a la historia
Bretaña, Kaye 1960. del urbanismo (Chueca Goitia, 1968).
148 Como, por citar uno relativamente 157 Por ejemplo, la emprendida por E.A.
reciente, el de Donald J. Olsen 1986, un Gutkind con el título de International
estudio comparado de Londres, París y History of City Development (New York:
Viena en el momento de mayor esplendor The Free Press, 1964-72, 7 vols.); el vol.
durante el siglo XIX. El autor ha realizado III se dedica a Urban Developement in
importantes investigaciones sobre Southern Europe. Spain and Portugal
Londres y otros estudios de historia (1957, 527 p.)
urbana, tales como Town Planning in 158 Podemos citar algunos ejemplos. Un
London. The Eighteenth and Nineteenth buen panorama general en Borgwik &
Century, o The Growth of Victorian Hall 1981; podemos destacar las obras de
London. Morini, Gutkind, Reps. En lo que se
149 Como los de Bentmann y Mueller 1975, refiere a España la obra de Manuel
o el de Denis Cosgrove sobre The Guardia, Francisco Javier Monclús y José
Palladian Landscape: Geographical Luis Oyón Atlas histórico de ciudades
Change and its Cultural Representation in europeas, del que lamentablemente sólo
Italy, 1993. han aparecido dos volúmenes (Barcelona,
150 Capel, Sánchez y Moncada 1988, o los Centro de Cultura Contemporánea, vol.
trabajos de Aurora Rabanal, J.M. Muñoz I, Península Ibérica, Barcelona, Salvat,
Corbalán y J. Torrejón. 1995. Vol. II, Francia, Barcelona, 1996).
151 Véanse en la bibliografía las referencias a La publicación de toda la cartografía exis-
diversos trabajos de I. Cerdá; sobre este tente sobre una ciudad es una tarea a la
autor, Tarragó 1976, Soria y Puig 1980 y que se han dedicado los arquitectos, ayu-
García-Bellido 2000. dados a veces por otros especialistas. En
NOTAS AL CAPÍTULO 1 65
para grupos sociales de rentas muy distintas. De manera similar pueden prestarse a
confusión las fábricas obsoletas conservadas como almacenes o viviendas, los polí-
gonos industriales convertidos en discotecas o las industrias ocultas en el interior
de las manzanas de viviendas y que dan al espacio la apariencia de un área residencial
(por ejemplo en los cascos antiguos o en los ensanches). Aunque es muy probable
que en todos esos casos la calidad de los materiales, el equipamiento y pequeños
detalles morfológicos permitan al observador atento percibir las diferencias sociales
o funcionales que existen por debajo de las apariencias superficiales.
La morfología de la ciudad está conformada por el plano, por los edificios y por
los usos del suelo. Dedicaremos ahora atención al primero.
Tal como desde los años 1960 han destacado diversos autores7, el estudio morfo-
lógico del plano no puede limitarse solo a la trama viaria representada en el mismo,
sino que ha de prestar atención también a otros elementos que son igualmente
esenciales en su configuración.
El plano, en efecto, se define por cuatro complejos distintos de elementos:
ante todo, (1) las calles y su asociación mutua en un sistema viario; pero también,
(2) las manzanas delimitadas por calles, y formadas por agrupaciones de (3) parcelas
individuales que sirven de soporte a los edificios, cuyas (4) plantas tienen igual-
mente un reflejo en el plano de la ciudad si lo examinamos a una escala adecuada;
así se percibe claramente, por ejemplo, en algunos planos realizados desde mediados
del siglo XIX (como los cuarterones de Garriga y Roca, en el caso de Barcelona) y en
los mapas catastrales.
Las investigaciones de geógrafos y arquitectos han mostrado que las formas
fundamentales del plano y que tienen mayor significado funcional son las calles, y
especialmente aquellos ejes básicos que unen polaridades destacadas en el tejido
urbano. Tienden a actuar como marcos morfológicos que condicionan la génesis
y el crecimiento de las formas subsiguientes. Desde ellas pueden trazarse luego
vías perpendiculares para la construcción de edificios, y unas y otras pueden estar,
a su vez, conectadas posteriormente por nuevos ejes de conexión8.
La manzana es, junto con la trama viaria, el elemento más visible en el plano
de la ciudad. Ildefonso Cerdá puso énfasis en la importancia de unas y otras al
hablar de vías e intervías en su Teoría general de la urbanización9. Las denomi-
naciones que se usan para designarlas aluden a su condición de isla rodeada de
calles (fr., îlot; cat., illa) o a su aspecto exterior de edificación maciza constituida
por varias casas contiguas (in., street-block; al., Häuserblock). En cuanto a las
«cuadras» de las ciudades hispanoamericanas deben su nombre, evidentemente, a
la forma cuadrada derivada del diseño ortogonal del plano urbano.
EL ANÁLISIS MORFOLÓGICO Y LOS ELEMENTOS DEL PLANO DE LA CIUDAD 71
Manzanas y parcelas
Trama viaria y manzanas constituyen elementos bien visibles y esenciales del plano.
Nos ocuparemos ahora de estas últimas y de su subdivisión en parcelas, antes de
prestar atención a las calles.
El análisis parcelario constituye, como hemos visto, un elemento indispensable
en el estudio de la morfología. El parcelario nos remite, ante todo, a la estructura
de la propiedad, y su génesis debe explicarse a partir de ella. Pero también es esencial
para entender los usos del suelo. El parcelario existente supone limitaciones o
posibilidades para determinados usos. Por ejemplo: si la propiedad está muy
fragmentada, eso representa un obstáculo para la implantación de grandes
industrias. Sin duda, con recursos disponibles y con un objetivo claro pueden
adquirirse todas las parcelas que se desean o necesitan, pero eso siempre es costoso
y difícil; y puede haber también dificultades como resultado de limitaciones
jurídicas o de la voluntad de los propietarios.
El parcelario antiguo se modifica y remodifica –es decir, se reparcela– en
función de las necesidades impuestas por las exigencias económicas, productivas
o sociales. El uso del suelo previsto determina la división parcelaria que se efectúa
–o la reparcelación que se impulsa.
EL ANÁLISIS MORFOLÓGICO Y LOS ELEMENTOS DEL PLANO DE LA CIUDAD 73
Ensanche
Hileras suburbanas
Urbanización marginal
Ciudad jardín
Barracas
Polígonos
Fig. 2.1 Las tipologías estructurales del crecimiento urbano: combinación de los
procesos de urbanización, parcelación y edificación en las distintas tipologías
morfológicas de crecimiento. Propuesta de Manuel de Solá-Morales en 1971,
reproducida en Les formes de creixement urbà (1993, pág. 23)
74 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
clero nobleza
563 ha, aunque en ella están incluidos el Real Sitio de El Retiro, el monasterio de
los Jerónimos, el convento y olivar de Atocha y la ermita y campo de San Blas. Aun
con estas reservas, el resultado del análisis es impresionante y permite comprobar
que el 31 por ciento eran propiedad de la Iglesia (clero secular y regular, fundaciones
pías), el 21 por ciento pertenecían a títulos nobiliarios y mayorazgos; el 24 por
ciento a la Corona y a la Villa de Madrid; y solo un 24 por ciento pertenecía a otros
propietarios (Figura 2.2 ).
Si de la cifra anteriormente citada, las 563 ha, se excluyen las que tienen un
dudoso carácter urbano, la superficie totalmente urbana es de 348 ha. De ella,
2.582 parcelas, que suman 127 ha, es decir el 36 por ciento de la superficie urbana,
pertenecían al clero, de las cuales 21,9 por ciento al clero regular, y el resto hasta el
36 por ciento perteneciente al clero secular, Memorias y obras pías, hermandades
y cofradías y a hospitales.
Los nobles eran propietarios de 563 parcelas, que sumaban 62,3 ha, es decir
del 17,9 por ciento del suelo urbano, a lo que debía sumarse 184 parcelas propiedad
de mayorazgos (2,7 por ciento más). La Corona poseía 73 parcelas (2, 5 por ciento)
y la Villa de Madrid 39 (2 por ciento del total). Así pues esos propietarios privados
y públicos poseían el 61 por ciento del suelo urbano. El resto, es decir 4.093 parcelas,
que sumaban 136 ha (39 por ciento del total) era de otros propietarios.
EL ANÁLISIS MORFOLÓGICO Y LOS ELEMENTOS DEL PLANO DE LA CIUDAD 79
Las calles
Con mucha frecuencia las calles iniciales de un poblamiento fueron los caminos
en relación con los cuales se constituyó el mismo. Muchas veces dichos caminos se
convirtieron en la calle por antonomasia, tal como refleja el substantivo que las
designa en diversos idiomas. Así en castellano vía, calzada, carrera y carral o en
catalán carrer (del latín carraria, de carrus) son expresiones cuyo origen es bien
manifiesto. Como lo es asimismo en francés rue o en castellano rúa (ambos del
latín ruga, camino) corriente en la Castilla de los siglos XII y siguientes y que sigue
siendo utilizado todavía hoy en muchos núcleos localizados en el Camino de
Santiago y en los que éste se convirtió en la calle principal (por ejemplo en León y
en otros muchos núcleos22). El término calle (del latín callis, sendero, especialmente
de ganado) tenía ya desde el siglo VII el actual significado castellano y se utiliza
normalmente con un sentido específicamente urbano a partir de los siglos X y XI.
La permanencia del trazado viario es verdadermanente asombrosa. Hay
caminos prehistóricos que se convirtieron en calles y se conservan así todavía; es el
caso de la rue Mouffetard en París, un antiguo camino prerromano que contorneaba
la montaña de Santa Genoveva; o la de Santa Maria del Coll en Barcelona, un
camino que sin duda era ya utilizado en época prerromana. De manera similar, en
América antiguos caminos prehispánicos pueden permanecer hoy convertidos en
calles; como en el caso de la carrera 7 en Bogotá, que comunicaba con Tunja. Encon-
tramos también calles romanas que se mantienen casi idénticas en el trazado actual,
aunque en ocasiones éste pueda situarse a uno o varios metros por encima del
80 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
nivel de 2.000 años atrás, como vimos anteriormente23. Son muchas las ciudades
cuya calle principal seguía en la edad media el cardus romano y así ha permanecido
hasta hoy. Los trazados medievales todavía vigentes son innumerables en las viejas
ciudades europeas. En todos esos casos los edificios pueden haberse destruido y
reedificado varias veces y las calles continúan. Las ciudades americanas fundadas
en los siglos XVI y XVII mantienen las calles fundacionales aunque los edificios hayan
sido reconstruidos varias veces, y elevados hasta alturas enormes24.
El desarrollo de la ciudad establece bien pronto una jerarquía de calles, que se
encuentran ya en las ciudades antiguas; por ejemplo aparece claramente en el
urbanismo romano, con calles principales más amplias que las secundarias, como
muestran las excavaciones realizadas en numerosas ciudades. En la Roma imperial,
se distinguía entre varios tipos: la via, que permitía que se cruzaran dos carros; el
actus, que permitía el paso de un carro; y los itinera, solo para peatones. Se daban
ya situaciones de congestión de tráfico, y existían también normas sobre circulación
de mercancías durante la noche, establecidas en época de Julio César y práctica-
mente vigentes durante todo el imperio romano.
También se han incorporado al entramado urbano en forma de calles gran
número de ramblas y barrancos. En muchas ocasiones ramblas, barrancos y ríos
constituyeron fosos naturales que suponían límites claros de carácter defensivo
para las poblaciones. Igualmente ha podido ocurrir con las acequias en las ciudades
de las huertas mediterráneas, como sucedió en el caso de Murcia25. Pero con la
extensión urbana, esos y otros cursos fluviales han ido integrándose al tejido urbano,
aunque todavía se recuerdan en el callejero con denominaciones alusivas a su
carácter originario26. Generalmente hasta el siglo XIX mantuvieron su carácter inicial,
convirtiéndose eventualmente en colectores de aguas sucias; por ello y por el peligro
de avenidas las casas se construían dando sus espaldas a esos cauces. Solo en época
contemporánea con el desvío o canalización de las corrientes y la construcción de
alcantarillado han podido urbanizarse y convertirse en verdaderas calles,
produciéndose entonces la construcción de edificios con fachadas a las mismas.
Pero generalmente se pueden reconocer en el plano y en el paisaje urbano tanto
por su trazado, a veces irregular o diagonal al trazado viario dominante, como por
la cota inferior a que discurre la calle, por la permanencia de viejas casas con la
disposición original, por los portales elevados, por el nombre, o por ciertos
topónimos conservados27. Eso sin contar con la existencia de muros laterales que a
veces tratan de proteger los márgenes cuando las calles todavía conservan la función
original y se convierten en cursos de agua con ocasión de lluvias torrenciales.
La disposición de las calles en relación con caminos antiguos, adaptados a la
topografía, y con otras características naturales, como las ramblas, explica el trazado
que generalmente poseen en los nucleos antiguos de crecimiento lento y
«espontáneo». La calle recta es un resultado de una ordenación consciente
introducida por el hombre por razones de ordenación espacial urbana y que aparece
ya desde las primeras culturas urbanas como forma de planeamiento28. En la Europa
medieval esta tipología se afirma, como veremos, en el siglo xv, en relación con los
ideales renacentistas y en oposicion consciente frente al trazado irregular anterior.
EL ANÁLISIS MORFOLÓGICO Y LOS ELEMENTOS DEL PLANO DE LA CIUDAD 81
La periodización
calles curvas que siguen el trazado de los muros; pero también se reconocen vías
de salida (como las calles de Alcalá o Toledo), plazas en encrucijadas o áreas de
mercado. Asimismo líneas de fijación que se mantienen inmutables como límites
a la expansión de la ciudad: los desniveles del oeste de Madrid reforzados por la
estructura de la propiedad y la reserva real, el río Manzanares y su red de afluentes;
o el palacio real y jardines del Buen Retiro, convertidos luego, a partir del XIX, en
un parque municipal. Los estudios históricos y geográficos permiten reconstruir
la evolución del plano y los diversos recintos amurallados, los arrabales, las sucesivas
expansiones38.
En lo que se refiere a las ciudades británicas se ha destacado la congestión de
los viejos centros durante la revolución industrial. El proceso de aumento de la
edificación y relleno de las parcelas medievales comenzó en Gran Bretaña en
diferentes momentos desde mediados del siglo XVIII a comienzos del XIX, según las
circunstancias locales. En algunas grandes ciudades se sobreimpuso a una congestión
de edificios anterior, de tipo tradicional. Llegó a un climax entre los años 1840 y la
primera guerra mundial y terminó con los diversos tipos de procesos modernos de
destrucción de vivienda marginal (slum clearence) o de renovación del centro39. De
manera semejante ocurrió en las ciudades españolas, donde en las dos décadas
finales del siglo XVIII Madrid y Barcelona iniciaron una transformación del caserío
antiguo en algunas calles centrales, elevando los edificios hasta cuatro y cinco plantas
y extendiéndose hacia atrás en las estrechas parcelas medievales, que a veces conocen
procesos de fusión para facilitar la construcción de los nuevos edificios.
Los estudios efectuados desde 1960 condujeron al análisis sistemático de las etapas
de evolución del plano urbano en relación con las de crecimiento o recesión
económica, cada una de las cuales tendría su correspondiente crecimiento o estanca-
miento demográfico y, consiguientemente, urbano. Siguiendo la línea abierta por
Conzen, otros autores profundizaron en esa idea a partir de unas primeras
investigaciones sobre la configuración de las áreas periféricas y sobre el papel de
los agentes privados y públicos que actúan en épocas de crisis, es decir cuando el
mercado está en recesión y se puede adquirir suelo más barato40; a ellas siguieron
otras investigaciones sobre los propietarios privados y los ciclos de edificación en
relación con la coyuntura económica41.
Desde los años 1980 las investigaciones de Whitehand y su grupo han puesto
énfasis en el crecimiento de la ciudad y la distinción entre las fases de expansión y
de estancamiento de la construcción de viviendas. En las segundas el precio del
suelo se abarata, en términos absolutos o relativos, especialmente en los márgenes
de la ciudad ya construida, lo cual facilita su adquisición por personas que desean
usarlo de forma extensiva. Por el contrario, en las fases de expansión –relacionadas
con el crecimiento de la actividad económica y aumento de la población– se produce
un auge de la construcción de viviendas; el precio del suelo aumenta y se edifica en
los terrenos antes adquiridos en la periferia, con lo que el proceso vuelve a iniciarse
84 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
en áreas marginales más alejadas. Aparecen así ciclos edificatorios que se relacionan
directamente con esas fases de expansión y retracción.
Las investigaciones han puesto énfasis en la influencia de los procesos cíclicos
de expansión urbana y su impacto en la morfología42. En períodos en que hay una
presión hacia la construcción de viviendas y altos valores del suelo, se produce una
elevada densidad de edificación. En las de estancamiento, por el contrario, dismi-
nuye el impulso edificatorio, y el crecimiento y la presión hacia afuera es menor, lo
que coincide con bajos valores del suelo y la creación de amplias parcelas para
usos públicos e institucionales. Según Whitehand la innovación constructiva es
más probable que se produzca en las fases de rápido crecimiento urbano.
Las alternancia entre ciclos de construcción intensiva y otros de estancamiento
da lugar a cambios de la inversión de capitales entre unos tipos de edificios u
otros: si no hay demanda de vivienda, los capitales que se dedican a la construcción
se invierten en sectores que sean rentables o que puedan contar con la financiación
pública; por ejemplo en infraestructuras, en equipamientos o en edificios oficiales.
En conjunto, durante el siglo XIX y la mayor parte del XX el crecimiento se
produce de forma anular debido a diversos factores tales como la atracción mutua
de usos del suelo similares, la disposición estrellada de los caminos, y el planea-
miento. Este último, sin embargo, influye sobre todo consolidando los usos ya
iniciados, y raramente introduce cambios radicales en un espacio cuando se ha
especializado en cierto uso, entre otras razones por las dificultades para hacerlo, y
las inversiones que se necesitarían.
En la segunda mitad del XX, y especialmente a partir de los años 1970, en EEUU,
y de los 80 y 90, en otros países, la ciudad ha ido adquiriendo nuevas formas de
crecimiento con la aparición de la ciudad difusa y multipolar, la creación de centros
comerciales en la periferia, y de nuevos espacios de ocio. Todo lo cual ha producido
importantes transformaciones en el paisaje urbano de las áreas metropolitanas
como tendremos ocasión de ver en otras partes de esta obra.
Limites y barreras
convertir una parte de esos espacios en zonas verdes, que son muy oportunas en
ciudades muy densificadas. Por último, puede significar un medio de transporte
colectivo barato, convirtiendo el trazado en vías para tranvías o metros.
Como resultado de la acción combinada de todos los procesos descritos,
frecuentemente el crecimiento de las ciudades se realiza «a saltos», tanto si consi-
deramos el conjunto de una gran aglomeración o área metropolitana como si
consideramos partes concretas de la misma. Ese crecimiento a saltos deriva también
de una estrategia de crecimiento que ocupa primero el suelo más alejado y barato
y luego revaloriza los espacios intermedios. Hay colonización y ocupación de ciertos
espacios y luego relleno de los intermedios. Se han dado ejemplos de este tipo de
crecimiento en muchas ciudades; por ejemplo en Madrid, y en municipios concre-
tos de su entorno, como Leganés47, Alcorcón48, y en otras más pequeñas como
Alicante49.
parte baja hay que tener cuidado con los entresuelos y las aperturas de sótanos. En
especial es importante la definición de subterráneos, plantas bajas y estudios. En
la parte alta es importante la distinción entre buhardillas y pisos de sotabanco.
Otro problema importante es que lo proyectado puede no ser lo realizado,
desde cambios exteriores o de la distribución interna a aumentos de los volúmenes
edificables.
Con la consolidación del régimen liberal, a mediados del siglo XIX se organiza
la administración municipal y se regula la concesión de licencias de obras. Con
ello se creó una nueva serie documental de gran interés para el estudio de la morfo-
logía urbana, que ha sido utilizada ya de forma muy fructífera en investigaciones
sobre las ciudades españolas61. En conjunto la documentación municipal es muy
rica y normalmente está muy bien clasificada. Además de otras series a las que
aludiremos posteriormente, vale la pena señalar que las decisiones del concejo se
recogen en las Actas municipales, en las que se encuentra los acuerdos sobre
urbanismo y edificación.
Otras fuentes
Ya hemos dicho antes que el estudio de la parcelación exige usar fuentes fiscales y
catastrales, más antiguas.
Una fuente especialmente importante es la que se refiere a la propiedad62.
Además de las informaciones que pueden obtenerse en la documentación catastral
(por ejemplo, el propio catastro de Ensenada, los amillaramientos del siglo XIX y
XX, y el catastro actual) son importantes otras dos series documentales. Una son
los archivos notariales, con series que a veces se mantienen con una gran continui-
dad desde la edad media hasta hoy y que contienen, entre otros de interés morfo-
lógico, documentos sobre paracelaciones acompañados muchas veces de planos o
esquemas63. La otra son los registros de la propiedad, que tienen su antecedente en
las Contadurías de Hipotecas, organizadas en todos los reinos de la Monarquía
Hispana durante el siglo XVIII64. Los registros de la propiedad, a pesar de la inexis-
tencia de representaciones gráficas, ofrece información sobre los cambios de
titularidad, datos de gran interés sobre las características morfológicas de las fincas
y edificios, así como los usos y sobre procesos de parcelación65.
En cuanto a los archivos generales, deben citarse los de la administración del
Estado (en España: Archivo de Simancas, Archivo de la Corona de Aragón, Archivo
Histórico Nacional, Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares
...) que conservan series de gran interés, para cuya consulta existen normalmente
excelentes catálogos de sus fondos. Son también de gran importancia los archivos
de los colegios profesionales (colegios de arquitectos, de ingenieros) así como los
de los centros de enseñanza (Escuelas de Arquitectura o de Ingeniería, por ejemplo).
La documentación gráfica sobre la arquitectura y el urbanismo es relativamente
abundante, pero se encuentra muy dispersa en archivos y bibliotecas. A partir del
siglo XVI estos materiales empiezan a ser abundantes, y aparecen como ilustración
de libros, o como materiales relacionados con la propiedad y la obra pública66.
92 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
EL CRECIMIENTO ESPONTÁNEO
La perspectiva antropológica
Los rasgos esenciales que pueden observarse en esos planos de los núcleos
más primitivos son –me parece– los siguientes: la existencia de un espacio central
reconocible; la presencia de ejes axiales y a veces alineaciones claras de viviendas
en torno al espacio central o a algo que pueden considerarse trayectos de comuni-
cación; una jerarquización del espacio y de las viviendas; una fuerte impronta de
lo sagrado (templos de los antepasados, de los orígenes de la aldea o del grupo, con
espacios preferentes asignados); existencia, además, de espacios de los muertos, o
prohibidos («templos infernales», en algunas aldeas indonesias); una relación clara
entre el núcleo aglomerado y el campo, a veces con una ordenación de los cultivos
al exterior de aquel; y una influencia de la estructura de clanes o familiar en la
organización del espacio.
El análisis diacrónico de los planos pone de manifiesto que bien pronto
aparecen también soluciones constructivas complejas en la edificación de las
viviendas. Concretamente, se observa la evolución desde el simple abrigo de los
grupos menos evolucionados, como, por ejemplo, los bosquimanos, a tipos de
cabañas cada vez más complejas. También puede comprobarse la aparición de
formas de trabajo colectivo para tareas de interés general, como la pavimentación
de las calles; y una preocupación por el almacenamiento de las cosechas y defensa
de éstas contra los roedores, lo que puede conducir a la formación de espacios
especializados de almacenamiento, en donde dominan dichas estructuras.
Finalmente, en sociedades evolucionadas y más complejas, se observa rápida-
mente la formación de un recinto sagrado y político, de residencia de los jefes y a
la vez espacio ceremonial (funciones todas que se presentan, por ejemplo, en los
palacios de las ciudades yoruba).
Así pues, puede afirmarse que desde las etapas más primitivas de la organización
de los núcleos de poblamiento se perciben formas de organización que luego se
desarrollarán de manera más rica y compleja en las ciudades.
El poblamiento rural
Los estudios geográficos de los núcleos rurales y de sus formas de crecimiento son
interesantes también desde la perspectiva de la evolución urbana.
Como ya hemos visto en otro capítulo, la trama rural preexistente, los caminos
y el crecimiento se han reconocido como factores importantes que afectan a la
evolución de las ciudades. Remontarse, pues, a esas formas agrícolas puede ser útil
para entender aspectos importantes de la evolución urbana.
Afortunadamente, los trabajos realizados por geógrafos e historiadores sobre
las estructuras y el paisaje rural nos facilitan una amplia serie de estudios para
conocer los principios de organización y jerarquía urbana.
Esos estudios han mostrado varios tipos fundamentales de poblamiento rural,
con algunas variantes4. Ante todo, el tipo más disperso, en nebulosa, a partir del
cual se realiza una compactación en el área cercana a la iglesia. Luego los tipos
lineales: Strassendorf (aldea caminera, village rue) y, en cierta manera, Angerdorf
(village en lisière); en definitiva una aldea– calle con una arteria central ampliada
102 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
pequeños núcleos rurales; y permite comprender las razones por las que la trama
callejera iregular se configura a partir de la intervención de dichos agentes, y las
dificultades que se encuentran cuando la administración municipal intenta
controlar y regularizar esos procesos, debido a las estrechas relaciones personales
entre los agentes urbanos y los miembros del concejo municipal7.
Fig. 3.1 Reconstrucción anaparástica, desde arriba, del castro de Coaña, en Asturias,
por Antonio García y Bellido. En la parte superior el núcleo inicial, convertido en
ciudadela amurallada. Se observa la mezcla de viviendas redondas, más primitivas,
y de otras en evolución hacia la estructura rectangular (A. García y Bellido, 1985).
étnico queda de manifiesto en el nombre que a veces lleva: Oretum, capital de los
oretanos, Basti, de los bastetanos, Edeta, de los edetanos, o Indika, de los indiketes,
entre otras13.
En todo caso, esas capitales eran también centros comerciales y tuvieron un
papel importante en la incorporación de las innovaciones que llegaban del
Mediterráneo oriental; como lo muestra el que en el caso de las regiones interiores,
sea en ellas, y en especial en las más grandes, en donde durante los siglos V-III a.C.
aparecen con mayor abundancia las cerámicas griegas, que son en cambio mucho
más raras en los núcleos de tamaño inferior. Tenían así un claro papel de mercado,
a lo que unían posiblemente funciones religiosas, incluso en algún caso con centros
especializados de ese carácter, como en el de Laccuris (Alarcos, Ciudad Real) que
posiblemente sea una verdadera ciudad-santurario por el número de exvotos
encontrados.
El trazado interior de estas ciudades es todavía poco conocido. Aunque frecuen-
temente tenían una trama irregular, se han encontrado también sin embargo tramas
regulares, con calles entrecruzadas geométricamente así como «casas en manzanas
a partir de calles que se cruzan en retícula no regular, a la que se adaptan las vivien-
106 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Es casi seguro que los núcleos que dieron origen a las primeras ciudades tenían
una trama irregular como las que acabamos de señalar.
En general las ciudades en Mesopotamia como en Egipto, debieron de tener,
por lo común calles estrechas y sinuosas y casas de barro o adobe15. Seguramente
ese sería el tipo más común de desarrollo, que luego puede haber desaparecido
por remodelaciones posteriores, como sabemos que ocurrió en Ur y, posiblemente,
en Babilonia. En ocasiones la evolución posterior de la ciudad ha podido ocultar
esas tramas primitivas, pero los trabajos arqueológicos han mostrado muchas veces
que eso se debe a la regularización de formas irregulares.
Existen de todas formas, dificultades para determinar solo a partir de la
regularidad del plano si una ciudad estaba planificada o no. Es, por ejemplo,
interesante el debate sobre el planeamiento urbano en Tell el Amarna –fundada
por Aknaton y que subsistió durante 40 años hasta 1356 a.C.16– que se refleja en la
separación clara de la ciudad monumental y de las residencias de los privilegiados
respecto a la ciudad de los obreros, al este. Sin duda la ciudad fue planificada de
alguna forma, pero no de manera geométrica regular.
Sea cual sea la evolución del núcleo inicial, sabemos también que bien pronto
esas ciudades fueron rodeadas por murallas, y que a partir de ese momento las
rutas que partían de las puertas de la misma se convertían en los ejes organizadores
del nuevo crecimiento de la ciudad17.
EL CRECIMIENTO NO REGLADO Y LOS PLANOS IRREGULARES 107
La ciudad islámica
Poco después de la Hégira (622) los árabes iniciaron una rápida expansión por el
Próximo Oriente (en 636 conquistan Siria) y el norte de África. Aunque eran
pueblos del desierto, pronto asimilaron la ciencia y muchos aspectos culturales
del mundo clásico. Sabemos que el urbanismo griego y romano, que todavía se
encontraba vivo en el Próximo Oriente y norte de África al iniciarse las conquistas
musulmanas, impresionó a los conquistadores y se tuvo ocasionalmente en cuenta
en el urbanismo islámico, especialmente en la primera fase de la expansión cuando
algunos campamentos militares trazados con los principios clásicos de la castra-
mentación se transformaron en ciudades34.
En Hispania los invasores musulmanes fueron pocos y –como antes habían
hecho los visigodos– ocuparon esencialmente las ciudades, algunas de las cuales se
sometieron por capitulación. Las ciudades conservaron la estructura urbana
preexistente al mismo tiempo que la mayor parte de su población.
Los historiadores musulmanes tenían el recuerdo histórico de muchas ciudades
en decadencia. Ibn Jaldún en la historia de los bereberes habla de este tema, y
especialmente de las norteafricanas35. La melancolía que inspiraban las ciudades
muertas es un sentimiento común en la literatura árabe también en Al Andalus;
como aparece, por ejemplo en El collar de la paloma de Ibn Hazm36. Tras casi tres
siglos de decadencia desde el fin del imperio romano y con las convulsiones de las
invasiones bárbaras, los árabes encontraron ya muchas ciudades muertas en el
norte de África y en España, y otras desaparecieron con la invasión musulmana.
Las gentes a veces se apartaban de ellas como ciudades malditas, con el recuerdo
de Sodoma y Gomorra37.
Las ciudades árabes se caracterizan por sus planos irregulares. Unas veces como
resultado de un crecimiento que siempre tuvo esas características. Otras como
consecuencia de un proceso de «irregularización», por la ocupación privada del
espacio público en ciudades clásicas diseñadas con un trazado regular38.
EL CRECIMIENTO NO REGLADO Y LOS PLANOS IRREGULARES 111
alto, escarpado y defendible (Almería, Baza, etc.), o en la orilla del río (Badajoz,
Mérida, Córdoba ...). La alcazaba estaba separada del resto de la ciudad por murallas
y dentro de ella se situaba el palacio del príncipe o gobernador42. Fue sobre todo
esencial en los primeros momentos, cuando las conquistas se hacían por capitu-
lación y la ciudad seguía estando poblada por los habitantes originarios,
recluyéndose los conquistadores en la fortaleza; menor luego con la islamización
general, pero de todas maneras, importante por las frecuentes revueltas y guerras
que se produjeron en el interior del islam.
La organización religiosa y teocéntrica otorgaba un papel fundamental a las
mezquitas, y en particular a la mezquita aljama o principal, orientada hacia la
Meca y próxima con frecuencia al palacio del príncipe o alcázar. El edificio podía
tener también funciones políticas cuando en ella se reunía la umma bajo la dirección
del imán, que dirigía la oración y la exposición sobre problemas de la comunidad
(jutba). Era también lugar de encuentro público y podía cumplir de hecho funciones
de ágora o plaza, e incluso lugar de mercado43, como la sinagoga en el mundo
judío (recuérdese el episodio de Cristo expulsando a los mercaderes del templo) o
las catedrales en el mundo cristiano.
La madrasa o edificio destinado a educación estaba también asociado a la
mezquita, ya que la educación elemental y superior se fundamentaban en la religión.
Junto al edificio de enseñanza había asimismo viviendas para profesores y alumnos.
Además de ocupar viejas urbes, los musulmanes también fundaron nuevas
ciudades, aunque esto fue excepcional. En España se tiene noticias de 23 ciudades
nuevamente fundadas44, aunque algunas (como Lérida, Medinaceli y Béjar) fueron
en realidad reconstrucciones. Otras se fundaron por razones militares, o como
ciudades cortesanas (Medina Azahara). Las de nueva fundación fueron: Calatayud,
Calatrava la Vieja, Quanat Amir, Ilbira, Uclés, Tudela, Murcia (831), Úbeda,
Talamanca, Madrid, Lérida, Badajoz, Medina al Fath, Medina al Zahra, Sektan,
Medinaceli (Medinat Salim), Almería (Al Mariyyat), Gibraltar, Aznalfarache,
Algecira la Nueva. Algunas de ellas tuvieron probablemente un plano regular, que
también aparece en grandes creaciones cortesanas en otros países islámicos45.
Con el tiempo, una nueva muralla se hace necesaria para defender todos esos
desarrollos exteriores, lo que se produce en momentos diferentes de los siglos XII al
XIV. Al exterior de ellas quedan los fosos, algunos hospitales, capillas, mesones y
hosterías, así como los ríos y sus puentes. A veces también calles divergentes que
muestran las puertas de la ciudad.
En España la Reconquista de los reinos cristianos en la Meseta norte había
supuesto la recuperación de ciudades arruinadas que fueron repobladas. Pero desde
la conquista de Toledo (1086) y el avance por la Meseta meridional se ocuparon ya
grandes ciudades, a veces con fuerte población mozárabe, como en la misma Toledo
(Figura 3.2), y otras con su caserío casi vacío, por haber huido o haber sido
expulsados los anteriores habitantes musulmanes, como ocurrió en Sevilla o
Fig. 3.2 La ciudad de Toledo a mediados del siglo XIX. Emplazada en un meandro del
Tajo, que le sirve de foso defensivo, es un ejemplo de plano irregular en el que se
percibe todavía la influencia del trazado de época musulmana, anterior a la
conquista cristiana de 1086 (Atlas de España y sus posesiones de ultramar, de
Francisco Coello, 2ª hoja del suplemento, 1852)
116 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Fig. 3.3 La ciudad de Ávila con las murallas medievales, los arrabales y
el puente sobre el Adaja. Obsérvese también la localización del
mercado de ganados ante una de las puertas de la muralla
(Atlas de España ..., de Francisco Coello, hoja de Ávila, 1864)
118 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Ha sido una forma normal de expansión durante toda la edad moderna, que a
veces aparece desdibujada en los manuales de historia urbana que dedican lógica-
mente mayor atención a los proyectos y nuevas propuestas de urbanización
realizadas por los agentes urbanos. Pero el examen de los planos de diversos
momentos en cualquier ciudad muestra que la expansión se ha ido realizando
según esa forma no reglada, como expansión espontánea de iniciativa individual.
120 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
A fines del siglo XIX con el triunfo del historicismo se produjo una nueva valoración
del plano irregular, típico del crecimiento histórico medieval. La obra de Camilo
Sitte contribuyó a la revalorización de esos conjuntos medievales que se habían
ido desarrollando lentamente y en los que el crecimiento «espontáneo» no deja de
ir acompañado de sutiles efectos de perspectiva, de plazas y edificios bellamente
diseñados y de una escala que permite el disfrute de los monumentos68.
Naturalmente, esas ideas sirvieron, sobre todo, para que surgiera un movi-
miento conservacionista que empezó a valorar las viejas ciudades y trató de prote-
gerlas. Pero en lo que se refiere a las expansiones urbanas era difícil construir esos
planos en la ciudad industrial, con las nuevas necesidades, con el ferrocarril, los
tranvías y el naciente automóvil. Algún tipo de regularidad y orden era necesario y
los trazados rectos se impusieron generalmente en el diseño urbano.
Pero la valoración del plano irregular llevó incluso a su diseño en circunstancias
excepcionales. Concretamente fueron una oportunidad para ello las exposiciones
internacionales, que pusieron de moda la construcción de pueblos típicos de cada
país. En las de Alemania y los países escandinavos (por ejemplo, Estocolmo 1904)
se construyeron pueblos germanos y escandinavos. De manera semejante, en la
Exposición Internacional de Barcelona de 1929 se edificó un Pueblo Español. Sus
callejas típicas reúnen un conjunto de edificios representativos de todas las regiones
españolas, organizados con un plano irregular que tiene la diferencia respecto a
los auténticos de que ha sido conscientemente construido.
Pero eso no quedaría ahí. Ese modelo del pueblo con el plano irregular ha
podido ser revalorizado por el urbanismo postmoderno y tener también eco en
las promociones turísticas. Frente al diseño racionalista o al de ciudad jardín,
algunas promotoras turísticas han construido también en los años 80 típicos
pueblos. La Pobla de Farnals, en Valencia, o el Roc de Sant Gaietá, junto a Creixell,
Tarragona, son ejemplos bien significativos de esa moda69.
Finalmente, no hay que olvidar que el crecimiento irregular ha podido ser
también el del barraquismo no planificado, como tendremos ocasión de ver en
otra parte de esta obra.
NOTAS AL CAPÍTULO 3
1 Morris (1974) 1992, págs. 20-21. 13 Para todo esto Fuentes Domínguez 1993,
2 Morris (1974) 1992, pág. 24. págs. 163-166.
3 Fraser 1968. 14 Fuentes Domínguez 1993, pág. 167.
4 La bibliogafía es amplísima, y puede 15 García y Bellido 1985, pág. 20.
encontrarse fácilmente a partir de obras 16 Morris 1992, pág. 26.
básicas como Demangeon 1963, «Geo- 17 Ej. en Morris 1992, fig. 1.11.
grafía del habitat rural», págs. 81-125; 18 León Alonso y Rodríguez Oliva 1993, pág.
Sorre 1952 (cap. III «L’habitat rural. 16.
Théorie de l’habitat»); Otremba 1955, 19 León Alonso y Rodríguez Oliva 1993, pág.
págs. 131-177; Schwartz 1961, cap. II 16.
(especialmente «Die Gestaltung der Flur 20 Morris 1992, cap. 2 «Ciudad griega» y
und die Zuordnung von Flur-und Mumford (caps. V al VIII). Puede
Ortsform (Siedlungsform)», págs. 149 ss) complementarse la lectura del capítulo de
y III, («Die Zwischen Land und Stadt Morris con diversos capítulos del libro de
stehenden Siedlungen»); Meynier, 1970; Mumford La ciudad en la historia, vol. I:
Lebeau 1979, págs. 30-35. El objetivo de cap. V («Surgimiento de la polis») págs.
estos estudios debía ser, como indica 150-196; cap. VI («Ciudadano versus
Sorre, pág. 117): reconocer los tipos ciudad ideal»), págs. 197-225; y cap. VII
actuales y situarlos «en las series evolu- («Absolutismo helenístico y urbanidad»),
tivas, buscando sus factores de fijación o págs. 226-251.
de evolución. Estos factores se encuen- 21 Mumford ed. 1968, I, 155.
tran en las tendencias individualistas y 22 Pausanias: Descripción de Grecia, ed.
comunitarias, en las condiciones econó- 1986.
micas y técnicas de la explotación agrí- 23 García y Bellido 1985, pág. 118
cola, en las presiones impuestas por el 24 León Alonso y Rodríguez Oliva 1993, pág.
régimen económico y social»; en parti- 15.
cular se ha estudiado la relación de estas 25 Fuentes Domínguez 1993, pág. 172.
tipologías con los campos abiertos (open- 26 Fuentes Domínguez 1993, pág. 174.
field) y los campos cerrados (bocage). 27 León Alonso y Rodríguez Oliva 1993, pág.
5 Ejemplos de análisis sobre pueblos 19 y ss.
españoles en López Gómez 1966 y Suárez 28 Sagunto mantendría su dinamismo
Japón 1982. durante un cierto tiempo, con el desa-
6 Duby (1962) 1999, pág. 17. rrollo de un buen número de villas sub-
7 Un buen ejemplo de estos procesos en urbanas en su fértil entorno, pero a partir
Moreno Jiménez 1985. del siglo v cayó en tal decadencia que
8 Jacobs (1969) 1971. incluso su nombre fue olvidado, cam-
9 García-Bellido 1999, cap. 10.3 «Evolución biado por el de Murviedro (murus vetus)
morfológica de la casa cuadrangular a la (Abad y Aranegui 1993). Una vista de la
casa-patio», págs. 857-872. ciudad a mediados del siglo XVI con los
10 García-Bellido 1999, cap. 10.2, «Evolu- restos del teatro todavía bien conser-
ción de las formas del coranema: de la vados, en Kagan (dir.) 1998, pág. 188.
casa redonda a la casa cuadrangular», 29 León Alonso y Rodríguez Oliva 1993,
págs. 813 y ss., en especial 826-835. págs. 48-50.
11 García-Bellido 1999, págs. 836-856. 30 Martín-Bueno 1993, pág. 117.
12 Según Antonio García y Bellido (1980) 31 Ese espacio siguió siendo un lugar de
se trata de una forma de vivienda con máxima centralidad durante la época
difusión en áreas extensas del Medite- musulmana y cristiana, llegando con ese
rráneo y África. mismo carácter hasta hoy día (entre la
NOTAS AL CAPÍTULO 3 123
catedral y la iglesia del Salvador). Las Vázquez de Parga, J.M. Lacarra y J. Uría
últimas interpretaciones parecen esta- 1949; la edición de 1993 contiene una
blecer la existencia en la época romana puesta al día bibliográfica sobre el tema.
de una cierta bipolaridad en la centra- Véase también Camino 1994.
lidad, con un centro municipal y otro de 50 García de Valdeavellano 1960.
carácter más comercial (León Alonso y 51 Se trata de los strips plots de los núcleos
Rodríguez Oliva 1993, pág. 36). británicos, que se citan en las referencias
32 León Alonso y Rodríguez Oliva 1993, pág. posteriores como burgages (Conzen
38. 1962) y de las parcelas góticas de la
33 Abad y Aranegui 1993, pág. 98. tradición hispana.
34 Los ejemplos han sido ampliamente 52 Philip Banks 1990 y 1992.
citados, y entre ellos se encuentran 53 Carter, An Introduction to Urban Histo-
Basrah (638), Al Kufa, luego El Cairo rical Geography 1983, «The medieval
(640), y otras ciudades en el norte de marchands of Europe», págs. 34-50 y pág.
África y Al Andalus; sobre ello Gabrielli 47.
1959, Torres Balbás 1971, Serjeant (ed.) 54 Conzen ha descrito ese proceso en el caso
1980, cap. 5 «La forma física» por Nikita de Alnwick, aludiendo a las áreas perifé-
Elisseeff. ricas de crecimiento urbano de los nú-
35 García y Bellido I, 36 ss. cleos medievales (fringe belts) que luego,
36 Torres Balbás 1971, pág. 38. cuando el crecimiento al exterior conti-
37 Torres Balbás 1971, pág. 39. núa, se convierten en inner fringe belts.
38 Ejemplos de ello en García-Bellido 1997, Estas zonas comienzan y se desarrollan
págs. 72-73; el mismo autor ha tratado como cinturones distintivos de utiliza-
más ampliamente de ello en su tesis ción periférica del suelo, asociado con la
doctoral, 1999, cap. 11 «Una interpre- outer back fence, back lane o muralla
tación generativa de la morfogénesis de medieval como una ‘línea de fijación’ que
la ciudad islámica (Aplicación del divide la zona intramural y extramural.
método coranómico)», págs. 921-1076. 55 Guirald, Teixidor de Otto 1982.
39 García-Bellido 1997 y 1999. 56 Nicholas 1997, vol. II, cap. III.
40 Referencias en Capel «Las transfor- 57 Ejemplos de ciudades castellanas y arago-
maciones de los núcleos urbanos», 1971 nesas: León (Martín Galindo 1957),
(1ª ed., La Tierra y sus límites). Burgos (González 1958), Salamanca
41 Diversos autores han hablado de ello: (Cabo 1968).
sobre todo Gardet 1967 y 1976, Serjeant 58 Sánchez Rubio 1993.
(ed.) 1980, Chalmeta 1994 (y en otros 59 Aguado González 1987.
trabajos suyos) y García-Bellido 1997 y 60 Una excelente colección de vistas de las
1999, cap. 11. ciudades españolas a mediados del siglo
42 Ver Grabar 1985. XVI es la que dibujó Antoon van den
43 Chalmeta 1982. Wijngaerde entre 1561 y 1571, repro-
44 Datos en Torres Balbás 1971, y en ducidas en Kagan 1998.
Chalmeta 1994. 61 Reps (1965) 1992, cap. 5 «New Towns in
45 Como algunas grandes ciudades del New England», y en especial pág. 120.
imperio musulmán de la India y otras 62 Capítulo 2.
regiones asiáticas. Respecto al caso de 63 Caniggia y Maffei 1995; hemos hablado
España, en Murcia, Flores Arroyuelo. de ello en el capítulo 1.
46 Ejemplos franceses en Pinon 1986. 64 Sobre Madrid y otras ciudades, A. Bonet
47 Duby (1962) ed. 1999, págs. 53-69. «Teoría de la calle mayor», en Morfología
48 Sobre León, Sánchez Albornoz (1965) y ciudad; y sobre Cartagena, Pérez Rojas
1982, y sobre Barcelona, Banks 1990 y 1986, pág. 105.
1992. 65 Alzola Minondo (1899) 1979, y García
49 Siguen siendo básicos los trabajos de Luis Ortega 1982.
124 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
66 A Coruña y otros núcleos gallegos, Daldá ideas en Estados Unidos véase Hegemann
Escudero 1991; sobre Andalucía, y Peets (1922) 1992, cap. I «Renacer
Valenzuela Montes 2000. moderno del arte civil. Las enseñanzas de
67 Cap. 12, y vol. II, capítulo agentes Camilo Sitte».
urbanos. 69 Véase también el capítulo 11, págs. 486-
68 Sitte (1889) 1980. Para el impacto de sus 87.
4. La influencia de la organización militar
en el desarrollo urbano
LAS MURALLAS
Las ciudades han tenido murallas desde las primeras civilizaciones hasta el siglo
XIX o comienzos del siglo XX. Una permamencia tan larga refleja, sin duda, las
funciones importantes atribuidas a esas defensas, y ha debido de tener conse-
cuencias importantes sobre el desarrollo urbano.
Murallas y emplazamiento
En la alta edad media algunas ciudades podían beneficiarse para su defensa de las
murallas romanas completas (caso de Barcelona) o de una parte de ellas (caso de
Tréveris). El poblamiento se apoyó también en fortificaciones, que formaban una
especie de ciudadela, y en iglesias y monasterios, en conjuntos aislados; se desa-
rrollaron también mercados abiertos junto a ellos, en torno a los cuales se situaron
nuevas viviendas20.
En los siglos X-XI las ciudades europeas eran muchas veces ciudades poli-
nucleares abiertas. Pero en los siglos XI y XII en la mayor parte de Europa se
construyen murallas y las ciudades se convierten en cerradas, unificando esas
diversas unidades, y más concretamente la fortaleza, el núcleo antiguo, el núcleo
eclesiástico o monástico y el mercado. La construcción de ese recinto amurallado
fue posible por el poder de los comerciantes, del concejo municipal o del rey, cuyo
apoyo era esencial en las operaciones más ambiciosas. Desde el punto de vista del
plano, significa el paso de la ciudad polinuclear o dispersa a la ciudad compacta.
130 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
triangular hacia el río Arno. La cuarta muralla fue construida en 1078 por la condesa
Matilde para defenderse del emperador Enrique IV, y seguía prácticamente el
trazado de la primera muralla romana más la extensión ya ganada en la muralla
carolingia. La quinta muralla es la muralla comunal, construida entre 1173-75;
defendía las nuevas expansiones de la ciudad, que alcanzó en este momento los
límites que había llegado a tener en el siglo II, y protegía asimismo también la
extensión de la ribera sur del Arno. En 1258 se construyó una sexta muralla que se
extendía ampliamente al otro lado del Arno, es decir lo que se denominó Oltrarno,
y fue construida con los materiales de las torres y palacios derribados a los gibelinos.
La séptima, en fin, es la nueva muralla comunal construida entre 1299 y 1333 y
ocupaba un amplio espacio que de hecho solo se rebasaría a mediados del siglo
XIX. Se trata de una muralla que con sus 8.500 m de perímetro (con 19 puertas)
encerraba 430 ha, quintuplicando así la superficie protegida por la muralla anterior.
Su construcción dejaba amplios espacios no edificados para la expansión posterior,
espacios que la crisis demográfica de la peste negra mantendría durante mucho
tiempo sin edificar, permitiendo de hecho englobar intramuros toda la expansión
demográfica hasta el XIX. En realidad la cifra de población de Florencia en 1300,
unos 100.000 habitantes, solo sería superada en el siglo XIX23.
En algunos casos existían también fosos junto a la muralla. A veces se aprove-
chaba un río o arroyo para ello, el cual en el caso de una ampliación de los muros
podía desviarse para constituir un nuevo foso. Es lo que ocurrió en Talavera, donde
el río fue desviado al construirse el Arrabal Mayor en el siglo XII. O en Florencia
donde el Mugnone, afluente del Arno, constituía el foso occidental de la ciudad
romana y lo fue nuevamente de la muralla de 1173, tras su desvío hacia occidente;
sería desviado de nuevo en 1284-1333 al edificarse la séptima muralla para
constituir un nuevo foso defensivo exterior24.
La construcción de una muralla era un proceso costoso y laborioso, y muchas
veces lento. En algunos casos la decisión de construir una nueva cerca amurallada
daba lugar primero a una empalizada provisional y solo más tarde a una verdadera
muralla. Así ocurrió en Florencia con la decidida en 1173.
La decisión de edificar una muralla podía dar lugar a la aparición de conflictos
entre distintos grupos sociales con intereses divergentes. Los más interesados podían
ser el concejo municipal, como representante de la colectividad, y los comerciantes,
para salvaguardar la actividad económica, sus riquezas y sus propiedades. Pero
como la construcción de unas murallas exigía elevados recursos, esa iniciativa podía
contar con la enemiga de la iglesia, protegida muchas veces por los muros poderosos
de sus conventos o iglesias; y, sorprendentemente, también de los elementos
militares, que podían sentirse igualmente seguros tras los muros de sus castillos y
palacios fortificados. Al mismo tiempo, con esas actitudes insolidarias trataban de
poner énfasis en el carácter de sociedades aparte que tenían como eclesiásticos y
caballeros. La oposición de los eclesiásticos y nobles se explica también porque sus
edificios y propiedades, situados muchas veces en la periferia de las ciudades,
quedaba frecuentemente afectadas por el levantamiento del perímetro defensivo.
Los casos de la construcción de las murallas de diversas ciudades castellanas y
132 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
arriba, concretamente las culebrinas y cañones propiamente dichos. Por eso los
baluartes, terraplenes y parapetos debían trazarse para resistir dicha artillería
gruesa34. Pero desde esos mismos años en que escribía el ingeniero español se
empezaron a usar ya baterías de cañones que disparaban proyectiles de 40 a 70
libras, cifra que se elevaría luego en el siglo XVII hasta 100 y más. En lo que se
refiere al alcance en ese mismo siglo se consiguieron ya distancias de 400 y más
metros, llegando excepcionalmente a los 1.000.
El desarrollo de la artillería se apoyó en los estudios sobre la trayectoria de los
proyectiles. La balística fue esencial en el nacimiento de la nueva ciencia, como
muestra el mismo título del libro fundamental de Niccolò Tartaglia, Nova scientia
(1537), completado poco después por sus Questi et inventioni diverse (1546), en
los que se establecen los fundamentos científicos de una práctica artillera hasta
entonces puramente empírica, la cual sería reforzada a principios del siglo siguiente
por los cálculos de Galileo sobre la trayectoria de los proyectiles35.
Durante el siglo XVI la mayor parte de las murallas que tenían las ciudades
habían sido construidas según la tradición medieval –e incluso algunas se constru-
yeron todavía así durante el quinientos. También eran de ese tipo tradicional cuando
el posible atacante estaba constituido por grupos con escasa tecnología; por ejemplo
en ciudades americanas del imperio hispano y, más tarde, también en las coloniza-
ciones francesas o inglesas de América, en las que algunas murallas son simples
empalizadas36. Pero durante la edad moderna, en relación con los numerosos
conflictos que se produjeron, la preocupación defensiva pasaría a ser muy fuerte
en Europa y en todo el mundo y tendría importantes consecuencias en el urba-
nismo, especialmente de aquellas ciudades que estaban situadas en lugares
fronterizos o amenazados, que fueron muchos durante la edad moderna.
Conviene recordar que durante los siglos XVI y XVII el continente europeo fue
el teatro de grandes contiendas entre los pequeños estados, primero, y entre las
potencias emergentes y expansivas, después. No hay más que recordar las guerras
en Italia por conflictos internos entre las ciudades y por las intervenciones de otras
potencias, principalmente España y Francia, durante el quinientos; las guerras de
religión que se mantienen a partir de la Reforma protestante y continúan en el
seiscientos con la guerra de los Treinta Años; o las numerososas guerras provocadas
por la independencia de los Países Bajos, por el imperialismo sueco, por la
aspiración de Francia a las llamadas «fronteras naturales», y por los conflictos en
el imperio germánico. Y junto a ello, en todo el Mediterráneo el peligro que supuso
la amenaza turca; y en la cuenca occidental de este mar, la presencia constante de
los piratas argelinos, ocasionalmente aliados con Francia (por ejemplo en tiempos
de Carlos V), lo que los hacía incluso estratégicamente peligrosos.
En relación con esos conflictos se modifica el sistema defensivo, y de la misma
manera lo hacen las murallas. La poliorcética experimenta una gran transfor-
mación. Un grupo de profesionales, los ingenieros militares, adquieren a partir de
ese momento un papel relevante en el arte de la guerra, en todo lo que se refiere al
ataque y defensa de plazas37.
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 135
A partir del quinientos las teorías de Vitrubio, adaptadas por Alberti, y los
sistemas de castramentación de Vegecio tuvieron que ser modificados. Se han de
rediseñar las fortificaciones y realizar nuevamente grandes esfuerzos defensivos.
Adquiere ahora importancia en la construcción de las defensas el trazado penta-
gonal y se desarrolla la fortificación abaluartada con el diseño de baluartes,
revellines, hornabeques, contraguardias, glacis y otros elementos de refuerzo.
La fortificación «a la moderna» se va difundiendo desde el siglo XVI; primero
en Italia, tanto en los principados independientes como, más tarde en los dominios
españoles, y luego en otros países, empezando por aquellos que intervenían en
Italia, como España. Los ingenieros italianos y flamencos adquieren un gran
protagonismo en todos los dominios de la monarquía hispana, incluyendo los reinos
de Indias.
Los fuertes abaluartados de la Florencia de Medicis, en los que intervinieron
Miguel Ángel y Sangallo el Joven, las murallas de Lucca, iniciadas en 1504, o la
fortaleza de L’Aquila en el límite de los dominios españoles de Nápoles son ejemplos
tempranos del nuevo sistema de fortificación. Más tarde los tratados de ingeniería
militar como el de Cristóbal de Rojas consolidaron dicho sistema; este ilustre militar
estimaba que el ingeniero que tratara de erigir una fortificación «si fuere ciudad la
rodeará con muchos baluartes, conformándose con el terreno»38.
Fortificaciones cada vez más amplias y complejas están presentes de forma
destacada y creciente en los diseños de ciudades ideales del Renacimiento; y se
construyen también en la realidad, como ocurrió en la fundación de Palma Nova,
levantada en 1593 para asegurar la defensa de Venecia39.
Para resistir la artillería desde comienzos de la edad moderna, una ciudad
debería tener un número de baluartes apropiado a su tamaño: de cinco o seis para
los pequeños núcleos fortificados, hasta siete, diez o más para las ciudades mayores.
Además de los baluartes y los lienzos de las murallas, el arte de la fortificación
consideraba ya a finales del XVI la necesidad de construir «cortinas, caballeros,
tenazas, tijeras, dientes, casamatas, puertas, terraplenes, estradas detrás de los
terraplenes, fosos grandes y refosos pequeños, estradas cubiertas fuera del foso y
campaña rasa en torno al foso»40. A ello podían unirse fuertes exteriores y otras
fortificaciones a cierta distancia, entre los cuales, en el caso de ciudades fluviales,
la cabeza de puente en la otra orilla. Junto a las murallas se construían a veces los
arsenales y polvorines, para el pronto abastecimiento de armas y pólvora para la
defensa. Como resultado de todo ello la anchura de este sistema fue creciendo
entre los siglos XVI y XVIII y llegó a ser considerable.
Las ciudades importantes y con amenazas de los enemigos se van fortificando
a lo largo del seiscientos siguiendo esas pautas. Dicha evolución alcanzará su
máximo desarrollo en el siglo XVIII, con las obras de las escuelas de ingenieros de la
Monarquía hispana –formados primero en las academias de Madrid, Milán y
Bruselas y, luego, sobre todo en Barcelona41–, y de ingenieros franceses, asociados
primeramente al magisterio de Vauban y luego a la escuela de Meziéres.
Fueron sobre todo las ciudades fronterizas las que se esforzaron en reforzar
sus murallas. En particular, aquellas que tenían posiciones estratégicas. Ante todo,
136 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
las situadas en fronteras afectadas por el expansionismo francés del seiscientos (en
Francia, Alemania, España), las de Portugal (Badajoz, Ciudad Rodrigo ...), las de
Italia42 (Figura 4.1).
En los reinos de las Indias Occidentales la Monarquía hispana tuvo igualmente
necesidad de defensas para protegerse de los ataques piratas y de otras potencias
ya desde la segunda mitad del siglo XVI. Los ingenieros militares de la Corona diseñan
un sistema defensivo completo, que se iría perfeccionando en los dos siglos
siguientes. En dicho sistema la fortificación de algunos puntos eran especialmente
Fig. 4.1 La ciudad de Badajoz con la fortificación abaluartada a mediados del siglo XIX.
El emplazamiento primitivo era el cerro del Castillo Viejo, controlando el Guadiana.
La muralla quedaba reforzada con los revellines y fuertes, entre ellos
el que aseguraba la defensa del puente al otro lado del río
(Atlas de España ..., de Francisco Coello, 4ª hoja del suplemento, 1854)
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 137
importantes, sobre todo en las vías de penetración hacia los núcleos fundamentales
del imperio americano, las capitales virreinales (El Callao, como puerta de Lima;
San Juan de Ulúa, para la defensa de Veracruz, la puerta de la capital de Nueva
España; Cartagena de Indias), las grandes ciudades comerciales, como La Habana,
y otros puntos de particular importancia. En el Flandes indiano, es decir en esas
regiones meridionales de Chile en donde los españoles tuvieron que enfrentarse a
la agresividad araucana, las fortificaciones fueron también una necesidad43. En
relación con ello se fue poniendo a punto todo una doctrina defensiva44, que no es
más que una variante de los sistemas europeos. En todo caso, es importante recordar
que en el desarrollo de dicho esfuerzo defensivo el énfasis fue pasando creciente-
mente desde la fortificación de puntos concretos al diseño de un verdadero sistema
defensivo territorial.
A lo largo de la edad moderna se produjo, en efecto, un importante cambio en
la defensa del territorio. Las plazas fuertes eran insuficientes. Desde el punto de
vista estratégico la construcción de vastos recintos defensivos en las ciudades
planteaba problemas delicados, ya que si eran tomadas por el enemigo se convertían
luego en inexpugnables. Se produjeron amplios debates sobre ello en el siglo XVII,
por ejemplo en la Nueva España con referencia a la defensa de Veracruz y la cons-
trucción del fuerte de Perote. Se pasa de esta forma a la organización de verdaderos
sistemas defensivos que tienen su centro en una plaza fuerte o un conjunto de
plazas. Las ciudades se integran así en una red de puntos neurálgicos para la defensa.
En dichos sistemas se incluyen: a) ciudades y fuertes próximos (por ejemplo en
Seu d´Urgell o en Figueres, en Veracruz, en Cartagena de Indias, en Barcelona con
la Ciudadela y al exterior el Fuerte Pío, todas ellas con distintos fuertes exteriores
que defienden los caminos de acceso o las eminencias desde las que se podía atacar
la población); b) conjuntos de ciudades próximas fortificadas para apoyarse
mutuamente (en Plymouth, con Devonport y Stonehouse; en Portsmouth con
Portsmouth y Gosport45; c) rutas fortificadas (de donde el papel del fuerte de Perote
en la ruta de Veracruz a México).
fueron fuertemente afectados los suburbios. Ello podía ir unido a la expansión del
caserío existente, ya que las nuevas murallas dejaban frecuentemente espacio para
el crecimiento intramuros del caserío. O a veces, tras la caída en manos de un
nuevo ocupante, suponían la expulsión de la población y la formación de un arrabal
extramuros, con un proceso de suburbialización, como ocurrió en Rosas tras las
diversas caídas en manos francesas durante la segunda mitad del siglo XVII48. Aunque
siempre esos arrabales eran controlados luego por estrictas reglamentaciones para
regular su diseño y la altura de las construcciones, con el fin de que no afectaran a
la defensa de la plaza.
Por razones militares o porque la construcción de una muralla urbana es, ya
lo hemos visto, algo muy costoso, en algunas ocasiones se optó por un sistema de
ciudadelas y fortificaciones defensivas. Es el caso de La Habana, donde ya desde el
siglo XVI se acometió la construcción del castillo de La Fuerza Vieja, con un espacio
despejado circundante que afectó al desarrollo urbano de la ciudad que se había
de defender, sustituida luego por el castillo de la Fuerza, situado en la plaza de la
iglesia, es decir, dentro de la población, para defender el puerto de la ciudad49. Este
cambio supuso expropiar casas y realojar a sus habitantes, y asignar otro espacio a
la plaza mayor de la ciudad. La creciente importancia del puerto de La Habana
exigió la construcción de nuevas fortalezas periféricas en puntos topográficos y
defensivos apropiados (El Morro y La Punta y otras fortalezas menores). Los
primeros proyectos para construir una muralla de La Habana son de 1567 y 1603,
aunque la construcción tardó en materializarse por el coste de la obra. Finalmente
estas se iniciaron en 1654 y continuarían durante todo el siglo siguiente, conclu-
yéndose por último en 1794.
Las murallas y las zonas polémicas supusieron para las ciudades un corsé que
limitaba su expansión, y dieron lugar con frecuencia a la densificación intramuros
y a la elevación de los edificios durante el XVIII. Algunas pudieron construirse sobre
instalaciones militares (arsenales, fundiciones ...) trasladadas al exterior (caso de
La Habana en el XVIII, con el traslado al exterior del Arsenal en 1734)50. Pero
generalmente eso no fue posible y obligó a elevar las viviendas intramuros, como
ocurrió en Barcelona y en tantas otras ciudades durante el siglo XVIII.
Algunas ciudades situadas en el interior de los territorios metropolitanos o de
las extensas regiones del imperio hispano no necesitaban defensas. El Madrid de
los Austrias, en el centro de la península ibérica, nunca las tuvo durante la edad
moderna, ni tampoco la ciudad de México, capital del virreinato de la Nueva España.
Pero podían disponer de una cerca de carácter fiscal, jurídico o económico. A veces
la muralla se construye también con otros objetivos, como la que se edificó en la
parte oeste de Berlín en 1732-34 para evitar deserciones.
Por otra parte, la no existencia de murallas pudo permitir una más fácil
expansión suburbana y la creación de tradiciones de casa con jardín en la periferia
de la ciudad. Es lo que ocurrió en Gran Bretaña donde, como hemos dicho ya, la
mayor parte de las ciudades no tuvieron murallas durante la edad moderna.
La construcción de las fortificaciones afecta al desarrollo de la actividad
económica. Construir una muralla exigía fuertes inversiones. En algún caso la
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 139
Las puertas
Las murallas eran verdaderas barreras con solo algunos accesos, las puertas, que
normalmente se cerraban durante la noche. En las vías principales podían ser
compuestas, con arcos para el paso de carros y caballerías y portillos para peatones.
La puerta era también el punto de cobro de impuestos y el límite jurisdiccional de
la ciudad; éste, sin embargo podía prolongarse eventualmente en algún núcleo
más alejado que recibía el calificativo jurídico de «calle de la ciudad», como sucedía
en la Barcelona medieval con algún pequeño núcleo extramuros.
La importancia de las puertas era grande como únicos pasos hacia el exterior.
Dirigían toda la red viaria, convergente y divergente desde ellas. Se construían
normalmente en relación con las vías antiguas existentes que conducían hacia las
ciudades próximas o con las nuevas construidas para conectar con las fortalezas
exteriores del sistema defensivo.
El número de puertas de la cerca estaba en relación con la importancia de la
ciudad. También con los caminos y la topografía: ciudades con murallas que
protegían 100 ha podían tener solo cinco puertas (caso de Soria), mientras que
otras más pequeñas tenían el doble. En las ciudades fluviales la puerta del río
conducía al puente que, en ocasiones, fue durante mucho tiempo el único paso del
mismo; algunas se han mantenido desde época romana o medieval (por ejemplo,
la puerta de las Palmas en Badajoz).
La puerta como elemento fundamental de la muralla tenía sus propias
exigencias defensivas: codos o patios abiertos, puente levadizo sobre el foso, ratrillo,
gruesas puertas. Pero también sus exigencias de grandeza y monumentalidad
retórica. La puerta en las murallas de algunas grandes ciudades se convierte no
solo en la entrada de la ciudad, sino en el anuncio y presentación de su grandeza:
desde las puertas de las murallas de Babilonia o de las ciudades hititas y micénicas,
a los propileos y arcos de algunas ciudades romanas o a las grandes puertas
monumentales de las ciudades españolas medievales o renacentistas (como la puerta
de Quart en Valencia o la puerta de Bisagra en Toledo). Recibieron por ello una
gran atención en la arquitectura de todas las épocas y se construyeron con piedras
de sillería y elementos ornamentales de carácter simbólico. En la edad media se
decoraban con símbolos municipales o con las imágenes de los símbolos religiosos,
los santos que sustituyen a los dioses de la antiguedad. En las ciudades de realengo
desde la edad media, y luego prácticamente en todas durante la moderna,
incorporan también los símbolos de la monarquía.
Los tratadistas renacentistas, desde Alberti (1485), prestaron gran atención a
su diseño, y fueron muchas las que se construyeron con los modelos clasicistas de
Serlio y Vignola, que tendrían gran influencia en los arquitectos militares y civiles
de toda la edad moderna.
Siguieron construyéndose en el siglo XVIII cuando habían perdido ya su función
militar, pero la tenían administrativa y fiscal o sanitaria, cuando a través de ellas
podían controlarse o impedir la entrada de forasteros en caso de epidemia. Se
edificaron macizas y exentas, aunque alineadas a la muralla, como especie de arco
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 141
ciudad podía convertirse en un punto de ataque protegido para expugnar las mura-
llas. Se establecieron así limitaciones a la construcción en el espacio periurbano. El
impacto de estas medidas en el desarrollo urbano ha sido así considerable.
En las ciudades romanas fortificadas existía en torno a la muralla o al foso
defensivo una franja de terreno que era dejado inculto por razones a la vez militares
y religiosas, el pomerium. La expansión de dichas ciudades en la época del imperio
condujo a ocupar y rebasar el pomerium en muchos casos (por ejemplo en la
Florencia del siglo I y II), con la fundación de burgos extra moenia, en los que se
instalaban los forasteros (peregrini).
También en la edad media y en la edad moderna más allá de las murallas se
extendía la zona polémica, cuyo valor jurídico estaba regulado en las ordenanzas
militares, y a veces también en las municipales. Un aspecto esencial del arte de la
defensa era que el terreno circundante a la muralla había de estar despejado, para
impedir la fortificación de los enemigos, y facilitar la defensa por los cañones de la
ciudad.
La amplitud de esa zona despejada va ampliándose según se alarga el alcance
de los cañones. A comienzos del siglo XVII el ingeniero militar Cristóbal de Rojas
advertía que «ha de haber desde el foso hacia la campiña mil pasos de campiña
rasa, y cuando menos serán ochocientos, en los cuales no ha de haber jardines, ni
huertos, arboledas, casas, vallados, barrancos, ni arroyos donde se pueda esconder
el enemigo, sino que todo esté de tal manera que un pájaro que venga por el suelo
sea visto desde la muralla, todo lo cual es tan necesario como los miembros de la
fortificación. Les favorece el que el enemigo no tenga abrigo ni comodidad alguna,
sino fuere el suelo limpio y ese se les pueda sembrar en secreto de abrojos para
clavar la caballería»58. Se prohibía todo tipo de construcción permanente, y afectaba
incluso a la agricultura, ya que podía impedirse la existencia de árboles y, por
tanto, la arboricultura. Finalmente en la edad moderna la extensión de esta zona
desde la muralla se fijó entre 1 y 1,5 km.
En realidad existían varios círculos. En el primero la prohibición de edificación
era absoluta. En la segunda banda solo edificaciones precarias; apoyándose en ello
en algunas ciudades se pudieron organizar durante el XIX espacios para atracciones,
aunque siempre en precario (como los Campos Elíseos en Barcelona). Con
frecuencia más allá del límite de la zona polémica se formaba un arrabal y podían
localizarse hostales y tabernas. Es lo que ocurrió en Barcelona, con la formación
de El Clot, de Hostrafrancs y con el crecimiento de Gràcia; o en Ciudad Rodrigo
con la formación del arrabal de San Francisco59 (Figura 4.2). A veces ese crecimiento
suburbano se desarrolla más que la ciudad principal, encorsetada por las poderosas
murallas de protección; es el caso de Portsmouth y el Common60.
Pero las situaciones pudieron ser diferentes. En Londres, en el reinado de Isabel
I el gobierno inglés trató de imponer una legislación que impidiera nuevas
construcciones fuera de los límites de la ciudad medieval. Pero se enfrentó con
antiguos derechos que permitían a los ocupantes permanecer en casas que habían
construido ellos mismos y los nobles propietarios del suelo no tenían interés en
impedir esa constumbre ya que obtenían rentas de dicha ocupación del suelo,
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 143
especialmente cuando quienes construían las casas eran artesanos industriales que
no podían instalarse en la ciudad, por ejemplo, trabajadores del metal. El plan de
John Nash para Regents Park dio lugar a bulevares y un parque que facilitaba un
claro límite verde a la ciudad61.
Fig. 4.2 Ciudad Rodrigo, a mediados del siglo XIX, mostrando claramente
las fortificaciones y los efectos urbanos de la zona polémica
(Atlas de España ..., de Francisco Coello, hoja de Salamanca, 1867)
144 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Las ciudadelas
Las murallas no solo eran externas o de defensa de la ciudad. Servían también para
el aislamiento interno de determinados barrios, o bien de las áreas de poder político
(como especie de ciudadelas) o religioso: monasterios o conventos (como Pedralbes
en Barcelona) podían tenerlas. Pero también podían servir para aislar barrios de
grupos sometidos o marginales, como las juderías o morerías.
Han sido muchas las ciudades con murallas interiores. Normalmente se citan
en este sentido las que existían en las ciudades chinas, de las que aquí no hablaremos,
y las murallas interiores en las ciudades musulmanas.
Característica destacada de la ciudad islámica era a veces la fragmentación,
muy acusada en comparación con la ciudad romana, y el aislamiento de sus diversas
partes: alcazaba, medina y arrabales formaban núcleos independientes con vida
propia, y cada uno de ellos podía dividirse en múltipes barrios, cerrados por puertas.
La cerca era un elemento esencial de unión, y protección contra el enemigo exterior,
cerrándose durante la noche70.
La medina era el recinto murado, donde se encontraba la mezquita mayor, la
alcaicería y el comercio principal repartido en calles y zocos, en torno estaban los
arrabales (arbad, en singular rabad) relativamente autónomos y apenas coordinados
con la medina y protegidos en ocasiones por una cerca independendiente de la de
ésta. Rabad significa lo que hoy en castellano, pero a veces tambien barrio (para
barrio era más frecuente la expresión harat). Había también mozarabías hasta la
segunda mitad del siglo XI en las ciudades islámicas de Al Andalus.
En ocasiones estas mozarabías periféricas cambiaron de contenido social y se
convirtieron en morerías tras la conquista cristiana. Así como ocurrió en Madrid
y en alguna otra ciudad, esas morerías estuvieron muchas veces rodeadas por mura-
llas, con función de aislamento, tal como sucedio en Talavera y en otras ciudades.
Idéntica función de aislamiento y segregación tuvieron las que rodeaban los
guetos judíos. Las murallas de estos barrios se fueron estableciendo según aumen-
taba la animosidad contra dicha minoría. La judería de Barcelona, el Call, fue
mandada construir por Jaime I en 1243; se trataba de murallas protectoras que no
pudieron evitar los progroms o saqueos y asesinatos violentos, como los de Barcelona
de 1348 y 1391. En Venecia, la judería estaba bien definida, con puertas que se
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 147
cerraban al mismo tiempo por fuera y por dentro, y es tan característico que fue
ahí donde se empezó a utilizar el término ghetto (gueto). El de Florencia fue creado
por Cosimo y Francesco de Medicis en 1571, readaptando el sector de la prostitución
y estableciendo un límite que solo tenía dos entradas71.
Pero podía haber murallas interiores sin esa función de segregación social. En
Barcelona, en la muralla de la Rambla, que todavía permanecía en el siglo XVI, el
permiso para la construcción solo se dio en 1704, empezando entonces a configu-
rarse una calle en dicho sector, en la parte de la puerta de la Boquería. Ya antes,
desde la baja edad media, la parte del Raval había quedado defendida por la segunda
muralla, y en los siglos XVI y XVII se habían ido construyendo gran cantidad de
conventos en ese sector. Solo en 1755 se derribaron los muros entre las puertas de
Ollers (frente a la calle Escudellers) y Drassanes, y a finales del siglo XVIII se urbanizó
la calle, arbolándola y convirtiéndose en un concurrido paseo. Pero únicamente
en una fecha tan tardía como entre 1849 y 1856 se acabarían de destruir todos los
restos de la antigua fortificación (en los grabados de la Rambla antes y después de
su reforma de principios del XIX todavía aparecen los restos de la fortificación en la
parte del mar). La puerta de Isabel II se abrió solamente en 1847, cuando se derribó
el cuartel establecido por Felipe V sobre el antiguo Estudio General.
En La Habana, la antigua muralla situada en medio de la ciudad, entre la parte
antigua y la nueva, se mantuvo todavía en el siglo XIX «como elemento represor»:
la muralla dividía a la ciudad en dos partes y en caso de una revuelta podía permitir
el aislamiento de los sublevados72.
Todavía podían existir otros elementos defensivos en el interior de la ciudad.
Si en la edad moderna el afianzamiento de las monarquías absolutas condujo al
desmochamiento de las torres nobiliarias, pudieron existir torres vigías urbanas
para vigilar el mar, por la importancia de los intereses comerciales o de defensa.
Como la del Palacio Mayor Real en Barcelona, atribuida a Martín el Humano,
pero en realidad del siglo XVI. En muchas ciudades marítimas estas torres se elevaron
ya sin funciones defensivas sobre las viviendas particulares de burgueses o comer-
ciantes interesados en el comercio marítimo, como es el caso de Barcelona y Cádiz.
del siglo XIX y que conduce finalmente a la destrucción de los cinturones defensivos
de las ciudades.
Durante el siglo XIX algunas fortificaciones y murallas ya en decadencia y
afectadas por las destrucciones de la guerra de la independencia se convirtieron en
canteras de las que los vecinos obtenían piedras para sus nuevas viviendas74, lo que
podía ir unido a la construcción de nuevas puertas para controlar las mercancías
que entraban en la ciudad. Luego, en España, pasadas las guerras carlistas y con el
aumento de la presión para la expansión urbana, la hacienda militar por iniciativa
propia o a petición de los concejos municipales vende o cede espacio de las murallas
para que se derriben y se edifiquen o conviertan en calles el espacio de la fortifi-
cación (por ejemplo, en Burgos a partir de 1848).
Aun así, en el siglo XIX algunas circunstancias pudieron suponer un aumento
de las fortificaciones. Y ello tanto por amenazas exteriores como interiores.
Como ejemplo del mantenimiento e incluso reforzamiento de las murallas
por la amenaza exterior puede citarse el caso de París, al que vale la pena dedicar
alguna atención. La invasión de tropas extranjeras en 1814 y 1815 tras la derrota
de Napoleón condujo a la decisión de construir nuevas fortificaciones que defen-
dieran la capital. Éstas se construyeron entre 1841 y 1845 y tuvieron grandes
consecuencias urbanísticas en la capital francesa75. En total se edificaron 39 km de
fortificaciones, 94 bastiones, 18 fuertes y 9 construcciones avanzadas. Había 17
puertas sobre las rutas nacionales, 23 barreras sobre las rutas departamentales y
12 poternas, es decir, en total 52 pasos sobre 35 km. Además, las servidumbres non
aedificandi se extendían a una banda de 216 m de ancho que se añadían a los 34 m
del glacis.
Esas construcciones parisienses supusieron fuertes inversiones, el empleo de
una elevada mano de obra, y la aparición de conflictos con los propietarios expro-
piados. El recinto ocupó 11 municipios enteros y cortó en dos a otros 13. Era
inevitable una anexión de esos municipios a París, que sin embargo se demoró
todavía veinte años por muchas razones, entre las cuales el temor al aumento del
coste de la vida.
En conjunto, según los datos proporcionados por Jean Bastié, las fortificaciones,
los fuertes, y las zonas non aedificandi sustraían a la expansión urbana una
importante superficie: 440 ha de fortificaciones de la muralla, 778 de la zona
polémica, 425 de obras de la segunda línea y 600 más de su zona polémica. El total
de 2.250 ha suponía un cuarto de la superficie de París. Mientras se construían las
murallas y se producía la anexión de los municipios próximos, la corona
comprendida entre los límites de París y las fortificaciones se pobló rápidamente
con una población pobre, ya que el crecimiento demográfico superaba las
posibilidades de absorción del casco. En 1859 se produjo la anexión de municipios
a París, lo que añadió 5.100 ha a las 3.402 de París.
Con el tiempo esas defensas quedaron obsoletas. Desde 1882 se discutía sobre
el papel de las fortificaciones de París y la posibilidad de desmilitarizarlas. Pero el
problema estaba todavía planteado en 1919 cuando se empezaron los estudios
para la ordenación y control de la extensión de la aglomeración parisiense. La ley
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 149
Con la creación de los ejércitos regulares en el siglo XVIII la zona abierta exterior
a la muralla se convierte cada vez más en un lugar de paradas militares, denominado
a veces el campo de Marte. Pero con el aumento del poder de la artillería la función
militar de la zona polémica pierde significado. La prueba es que durante el siglo
XIX la misma autoridad militar fue dando autorizaciones para que se ocupara,
aunque siempre con construcciones temporales y someras. Primeramente fue
ocupada por paseos y alamedas extramuros, a veces de iniciativa real y a las que las
autoridades militares no podían oponerse. Luego se construyen sobre ellas
equipamientos diversos, de ocio, mercados, jardines botánicos, elementos accesorios
de actividades agrícolas (cabañas, balsas ...). Al mismo tiempo se produjeron desde
comienzos del siglo XIX ocupaciones ilegales que la autoridad militar no podía o
no quería reprimir81.
La desaparición de la zona polémica no dejó de plantear problemas al ejército.
Cuando se necesitaran campos de maniobras tendría que adquirir esos espacios
en el área suburbana, lo que pudo plantear dificultades. Las ordenanzas militares a
partir del siglo XVIII fueron estableciendo de forma rigurosa las prácticas que era
preciso realizar82. La adquisición por el Estado de las tierras necesarias para dichas
prácticas o para los equipamientos militares pudo ser a veces difícil, por la actitud
de los propietarios, o por la fragmentación de las propiedades y de las fincas. Es lo
que ocurrió en Madrid cuando en 1861 el Estado mayor del Ejército quiso adquirir
terreno para las prácticas militares en las afueras de la capital, lo que resultó muy
difícil ya que la propiedad estaba muy dividida, y hubo por ello que optar por
adquirir en arriendo 328 fanegas al conde de Polentinos en Moratalaz83.
El derribo de las murallas fue impulsado también por el debate higienista y por las
necesidades de la expansión urbana. Desde comienzos del siglo XIX el debate
higienista va adquiriendo gran relieve. El agravamiento de las condiciones de salu-
bridad en unas ciudades cada vez más pobladas y congestionadas llevó a los médicos
a preocuparse de la mejora de esa situación y a reivindicar la destrucción de las
murallas para facilitar la aireación de la ciudad. El escrito del médico Pedro Felipe
Monlau titulado ¡Abajo las murallas! (1841) es bien significativo de esa actitud, y
tuvo una influencia grande en la creación de un estado de opinión en Barcelona.
Al mismo tiempo, las necesidades de la expansión urbana encontraban en las
murallas un obstáculo para ella y para la valorización del terreno inmediato.
El cambio de percepción de la muralla fue entonces evidente. Si en las guías
urbanas de comienzos de siglo eran consideradas con imágenes elogiosas, del tipo
«un collar de perlas que adorna el cuello de la ciudad», veinte años más tarde son
percibidas ya como un dogal que asfixia e impide su desarrollo84.
Las presiones fueron tan fuertes y diversas a lo largo del siglo XIX que los
diferentes gobiernos hubieron de autorizar los derribos. Los cuales se van realizando
durante el siglo XIX, con avances y retrocesos relacionados con las oscilaciones
políticas y las coyunturas expansivas.
LA INFLUENCIA DE LA ORGANIZACIÓN MILITAR EN EL DESARROLLO URBANO 151
una organización circular para la misma, aunque estime también que ese proyecto
«jamás podrá toparse con unas condiciones tales que todo se realice al pie de la
letra»6.
La ciudad circular aparece incluso ocasionalmente en la cultura islámica. La
más famosa fue la Bagdad fundada por el califa Al Mansur en 872 a orillas del
Tigris, con un diámetro de 2,6 km. Aunque pronto se transformó por los mismos
habitantes y luego fue destruida por la inundación del 942 y la invasión de los
mogoles en el 1258, sabemos que estaba formada por diversos anillos y varias
murallas concéntricas, con un espacio central en el que se situaba el alcazar, la
mezquita aljama y los servidores más inmediatos del califa7.
La valoración del círculo reaparece en el Renacimiento y barroco, con diversos
ejemplos teóricos y diferentes estructuras internas (desde la Sforzinda de Filarete
a la Ciudad del Sol y otras)8. El ideal renacentista de la ciudad circular tiene que
ver, como en la antigüedad, con el hecho de que el círculo era considerado la figura
geométrica más perfecta. Alberti señaló que «una ciudad trazada en plano circular
será más capaz de todo» (Alberti, 1452, libro VI). El mismo autor valora las calles
curvas «como las que presenta un río en su recorrido de un lugar a otro. Así la calle
parecerá más larga y se tendrá la impresión de que la ciudad es más grande»; y,
además, al avanzar por ella se descubrirán nuevas perspectivas de los edificios.
El ideal de la polis platónica inspiró, al parecer, la refundación en 1500 de San
Cristobal de La Laguna, en Canarias9. Pero curiosamente, a pesar de esa organi-
zación general, la ciudad misma fue organizada de acuerdo con un plano
aproximadamente ortogonal.
Se ha señalado que el círculo es más fácil de trazar que otras figuras geométricas,
pero plantea numerosos problemas para la subdivisión, y dificultades en las
intersecciones y uniones, y en el aprovechamiento del espacio. La ciudad circular
es más eficiente que la ortogonal, siempre que conserve su unidad formal y
funcional10, incluyendo un centro estable y vías radiales de circulación, lo que
difícilmente sucede y no siempre es conveniente.
Seguramente por ello, a pesar de la antigüedad del uso de estructuras circulares
en la vivienda y del modelo teórico de la ciudad circular, lo cierto es que el círculo
no se utilizó para la construcción de ciudades, con algunas excepciones11.
El problema del origen y difusión del plano ortogonal se ha planteado desde hace
tiempo. El sistema ortogonal no es de creación tan inmediata y evidente como
muchos creen, tal como destacó el geógrafo D. Stanislawski hace ya más de medio
162 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
siglo: el plano radial, por ejemplo presenta mayor accesibilidad al centro que el
ortogonal.
Con frecuencia la topografía, con sus desniveles, hace difícil el trazado orto-
gonal, aunque a pesar de todo pueda emplearse superponiéndolo a las condiciones
del relieve. En todo caso, el sistema presenta grandes ventajas para la distribución
del suelo.
A pesar de que, como ya hemos dicho, el plano más antiguo y más común de
las ciudades de las primeras culturas fue el irregular, hay numerosos ejemplos de
la existencia de tempranos trazados formales, y de planos ortogonales en lo que
Gordon Childe llamó el Creciente Fértil y en el norte de la India.
El plano ortogonal aparece ya plenamente formado y usado en la primera
mitad del milenio III a.C. en las ciudades de Mohenjo Daro y Harappa, en el lugar
donde, a orillas del Indo, se sabe de la existencia de dos poblados desde el eneolítico,
situados en acrópolis y con testimonios del uso de los metales. Las excavaciones
arqueológicas han revelado un sorprendente grado de urbanización en esas dos
ciudades cuyo nombre real se desconoce (los nombres son actuales y el de una de
ellas significa «ciudad de los muertos»). El plano de la primera se trazó de acuerdo
con un diseño preconcebido, ortogonal, de orientación N-S y con la ciudad
dominada por una acrópolis. Todo parece indicar que se trata de un plano
sobreimpuesto por unos conquistadores a una ciudad preexistente. Tal vez como
resultado de una imposición por un pueblo invasor indoeuropeo17 que construye
un imperio y funda o refunda las ciudades. En ese caso, el hecho de que las
ciudadelas estuvieran separadas sería una garantía de seguridad para el grupo
conquistador. Mohenjo Daro se vio afectada, al parecer, con una inundación
generalizada a partir de elevaciones en la desembocadura del río y la formación de
una gran zona lacustre; los habitantes lucharon durante varios siglos contra dicha
inundación levantando diques, algunos de los cuales se conservan, y construyendo
casas sobre las ruinas inferiores18.
El plano ortogonal también aparece en las ciudades sumerias, asirias y
babilónicas. Se trata de urbes que desarrollaron una cultura y ciencia muy refinada,
con profundo conocimiento de las matemáticas y la astronomía19, las cuales se
reflejan en la organización urbana. Se conservan planos de la época muy exactos,
que coinciden con lo que las excavaciones arqueológicas han permitido conocer.
Así el plano de la ciudad de Nippur representado en una tablilla de arcilla cocida
de h. 1500 a.C., que identifica en caracteres cuneiformes el templo principal, el
Eúfrates y otros lugares de la ciudad20; o el plano dibujado en la escultura del
patesi Gudea, con el diseño de las murallas. Eran capitales con funciones religiosas
y políticas, que se reflejan en el papel esencial del templo en la organización urbana
(caso de Ur), en la existencia de palacios reales y edificios cortesanos, estancias
con patios y restos arquitectónicos, y que disponían de archivos muy ricos: 30.000
tablillas en el archivo real de Ebbla, h. 2500 a.C.
Se conocen también casos de fundaciones reales de ciudades nuevas, con plano
ortogonal y ciudadela, como Khorsabad. Luego el modelo aparece en Asiria, cuando
Sargón construyó su nueva capital Dur-Sarginu. También en Babilonia, excavada
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 163
Pero no se trata solo de ciudades que en su conjunto sean de una u otra clase. En
realidad también en la misma ciudad, y ya en las fases iniciales del desarrollo,
puede haber coexistencia o yuxtaposición de los dos tipos de plano, el irregular y
el regular. A ello se llega a partir de dos situaciones: una, ciudades nuevas con un
diseño ortogonal y cuyo crecimiento se realiza luego en forma irregular; otra, muy
diferente, la de ciudades con plano irregular a las que se añade una nueva expansión
de trazado ortogonal.
164 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
viejas ciudades de crecimiento orgánico; de lo que pueden ser ejemplo los casos de
Nancy, que en 1645 añadió un ensanche ortogonal junto a la ciudad medieval, o
Berlín29.
Especial interés tienen en el siglo XVIII los casos de Barcelona y Edimburgo. En
Barcelona la construcción en 1753 de la «nueva población de la Barceloneta» (una
segunda neapolis o vilanova, tras la del siglo XI) supuso la aparición junto al puerto
de un trazado ortogonal de manzanas estrechas y alargadas, que permiten algunas
plazas mediante un giro perpendicular respecto al trazado dominante30. En
Edimburgo la new town de Craigh constituye una ampliación de más ambición31,
como lo serían también los ensanches del siglo XIX, de los que hablaremos en otro
capítulo de esta obra32.
La colonización griega
Norbanus Flaccus que fundaría Norba Caesarina entre 36 y 34 a.C. Todas esas
fundaciones trataron de asentar a veteranos y se convirtieron, como en otros casos,
en núcleos de control militar y de romanización. Al mismo tiempo se obligaba a
los indígenas a abandonar sus poblados en acrópolis (a los que Livio denominó
como castella) y a descender hacia el llano, a la vez que se les daba nombres y,
eventualmente, derechos latinos. Un proceso de romanización de asentamientos
indígenas que culminaría en la época flavia41.
Las guerras cántabras, que provocaron la venida de Augusto en dos ocasiones,
supusieron una nueva fase de actividad militar y de romanización de la Península.
Por un lado, nuevas fundaciones militares; por otro, ciudades para asegurar la
retaguardia y que actuaran como potentes focos de organización administrativa y
de romanización. Entre éstas de forma importante la Colonia Augusta Emerita,
fundada 25 a.C. al final de una fase de las guerras cántabras y para asegurar la ruta
de unión desde la Bética hacia el norte por lo que luego sería el «camino de la
plata».
La monumentalización de la ciudad trataba de proyectar una imagen de la
nueva colonia que fuera speculum populi romani, especialmente con la construcción
de grandes obras monumentales, como el foro, el teatro, el circo, etc. En relación
con la política de sometimiento impulsada por las guerras cántabras, y coincidiendo
con la segunda visita de Augusto a Hispania, en 16-14 a.C. se decidió la fundación
de nuevas ciudades en el marco de la reorganización administrativa general42.
Dentro de esa política, en 19 a.C. se funda la Colonia Immnunis Cesaraugusta en
el centro del valle del Ebro, sobre un antiguo emplazamiento indígena de Salduie
o Salduba. La creación de Cesaraugusta (Zaragoza) dio lugar, en palabras de Manuel
Martín-Bueno a «una auténtica vorágine edilicia» que transformaría profunda-
mente el territorio. Fue diseñada por Agripa, el yerno de Augusto, con el fin de dar
tierras a los veteranos, controlando militarmente todo el territorio del valle del
Ebro y actuando como potente foco de romanización. Efectivamente en este caso,
como en otros, a través de la inversión en obras públicas y monumentales en algunas
ciudades de su imperio los romanos trataron de conseguir «un urbanismo grandi-
elocuente y políticamente efectista, en el que las obras públicas propagaran a los
cuatro vientos la nueva Roma», consituyendo en definitiva «un escaparate de roma-
nidad». Se trataba, pues, de «la manipulación del efecto urbano como medio para
la promoción social de algunos de sus habitantes, que serán utilizados y a su vez
utilizarán»43.
Son muchos los ejemplos magníficos de ciudades ortogonales resultantes de
este ambicioso proceso, algunas arruinadas y olvidadas, o recuperadas por las
excavaciones arqueológicas como Baelo Claudia junto al estrecho de Gibraltar,
con importantes restos industriales ligados a la pesca, y otras todavía vivas dos
milenios después. Como Barcino44, Asturica Augusta (Astorga), Emerita Augusta
(Mérida) y tantas otras. O como Écija, donde los dos ejes principales, el cardus y el
decumanus se mantuvieron vivos durante la época medieval: el eje N-S conectaba
la puerta de Palma con la de Osuna, y el eje E-O la puerta del Río con la Cerrada;
estas dos calles servirían tras la reconquista como ejes esenciales para el reparti-
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 171
miento de 1262, cuando «el reparto de las casas fue precedido de la división del
recinto urbano en cuatro sectores diferentes, correspondiente cada uno a las diversas
parroquias constituidas inicialmente en Écija45.
El caso de Écija que acabamos de citar nos recuerda que el poblamiento de muchas
ciudades antiguas ha seguido sin solución de continuidad hasta hoy. En el caso de
las ciudades de fundación romana la persistencia se extiende incluso al trazado de
las calles, que a veces mantienen una estructura ortogonal muy cercana a la de la
urbe de hace 2.000 años. En ocasiones eso se refleja en un trazado casi coincidente
con la estructura reticular romana, aunque el nivel de las calzadas primitivas está
a veces entre uno y varios metros por debajo del nivel actual, debido a la sedimen-
tación y a la acumulación de las ruinas de los edificios sucesivos, correspondiendo
las cifras máximas a las ciudades situadas junto a cursos fluviales de régimen
irregular y grandes avenidas. Algunos datos pueden añadirse a los que hemos dado
anteriormente46: en Florencia la ciudad medieval se construía ya a un nivel de 1,20
a 3 m por encima del romano47; en Barcelona los restos romanos se encuentran
entre 1 y 1,50 por debajo del suelo y pueden recorrerse en el Museo de Historia de
la Ciudad; en Mérida puede verse el decumanus a 1 m en la calle Santa Eulalia y
muy cerca el templo de Augusto, cuya base está a unos 2 m por debajo del nivel
actual; y en Sevilla, donde la sedimentación ha sido muy intensa debido a las
avenidas del Guadalquivir, la ciudad romana se situaba hasta 8 m por debajo de la
actual.
La construcción medieval en ciudades modeladas por el urbanismo romano
continuó muchas veces el trazado de la época, con los nuevos edificios utilizando
incluso los cimientos y elementos arquitectónicos romanos; aunque también
conocemos ejemplos de desorganización del mismo trazado y creación de una
nueva trama viaria irregular e independiente de la antigua, como hemos señalado
en el capítulo anterior. Téngase en cuenta que algunas ciudades que habían
alcanzado mas de 20.000 o 30.000 habitantes en época romana disminuyeron luego
en el período altomedieval hasta 1.000 o 2.000, con la consiguiente ruina de gran
parte del patrimonio antes edificado.
Hasta el siglo III la pax romana había dado una gran seguridad a las ciudades
del imperio. Pero las primeras invasiones bárbaras producidas en dicho siglo
generaron un período de inseguridad y confusión, con grandes destrucciones en
Galia e Hispania. Muchas redujeron su extensión, y aprovecharon materiales nobles
en las murallas, como Barcino, Corduba o Conimbriga (Coimbra).
La conquista de Roma en 411 por Alarico dio paso a un período de confusión
y decadencia de ciudades, con la fragmentación del imperio en reinos bárbaros:
lombardos, visigodos, francos. Las ciudades romanas continuaron siendo sede del
poder político, a veces favorecidas por las murallas existentes, como en el caso de
Barcino, y por el poder episcopal. «Casi todas las ciudades gloriosas de la edad
media temprana fueron ciudades episcopales romanas», se ha podido escribir48, y
172 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
en ellas el espíritu romano persistió claramente hasta el siglo VIII, sobre todo en las
ciudades italianas y en otras de la Galia (como Burdeos o Toulouse), Hispania
(Sevilla, Mérida, Barcino, Toledo capital del reino visigodo) o Germania (Tréveris,
Colonia).
La superficie intramuros de las ciudades galorromanas se fue reduciendo, de
todas formas, durante la desorganización del imperio. Los datos de la decadencia
son espectaculares y bien conocidos: Tréveris, que fue momentáneamente una de
las capitales imperiales durante el siglo IV, ocupaba 285 ha, y la línea de sus murallas
medía 6.418 m, Lyon 137 ha, Toulouse unas 100, Colonia 97, etc.; casi todas
redujeron su superficie de forma drástica, incluso hasta una décima parte, e incluso
menos, de la que tenían en los momentos de máxima extensión49.
Tras las invasiones bárbaras el control del poder político estuvo en manos de
grupos sociales reducidos, en proceso de romanización. En el caso de Hispania
ésta se acentuó después de la conversión al cristianismo y la unificación romano-
visigoda. Cartagena, Mérida, Sevilla continuaron como grandes centros urbanos,
y el modelo romano estuvo siempre presente: en 483 el duque Salla «imitando y
aún superando la obra antigua» reparó unos arcos caídos del largo puente de Mérida
sobre el Guadiana y Wamba realizó importantes obras de embellecimiento en
Toledo con el mismo modelo50. Incluso es posible que la estabilidad del reino
visigodo permitiera la recuperación de muchas ciudades arruinadas en el siglo III,
como sabemos que ocurrió con Corduba.
Aún así, la decadencia urbana de la mayoría de las ciudades y la lenta recupe-
ración demográfica y económica en los siglos IX o X al XII podía no necesitar de las
amplias estructuras urbanas (calles, termas, foros, ...) del período anterior. Además
de ello, las alianzas entre familias poderosas y las herencias podían conducir a
recomposiciones del tejido urbano, con fusiones o fragmentaciones de propiedades
que conducían a la ocupación de las antiguas calles, convertidas en propiedad
privada51. Pero, de todas maneras, los indicios de la trama romana con su cuidadoso
empedrado estaban todavía visibles o muy próximos y, en todo caso, estaban
presentes en el recuerdo y muchas veces también constituyeron un modelo a imitar
y recuperar en el momento en que, a partir del siglo XI, las ciudades europeas
emprenden nuevamente su desarrollo, como ya vimos en otro capítulo.
Conviene recordar que las persistencia romana en la trama actual no se limita
simplemente al trazado de las calles y del foro. Circos, anfiteatros o teatros pudieron
ser ocupados durante la edad media aprovechando sus poderosos muros o
cimientos, dando lugar a trazados viarios que todavía hoy recuerdan el antiguo
del edificio. Así ocurre en Florencia con las calles que se adaptan al anfiteatro, en
Nápoles, o en Tarragona, donde la estructura del circo ha influido en el trazado
viario de la parte antigua52.
En la época romana se construyeron algunas veces murallas que rebasaron
ampliamente el espacio edificado. Las razones de ello eran dobles. Ante todo, la
construcción de una muralla era costosa y no podía repetirse muchas veces, por lo
que era preciso prever espacios intramuros libres para permitir la expansión
posterior de la ciudad. Además esos espacios libres podían dedicarse a cultivos y a
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 173
teniendo en cuenta las grandes líneas del relieve o de la hidrografía, con una
disposición paralela a la costa o al río principal.
Esas situaciones son especialmente interesantes desde el punto de vista de la
historia urbana, ya que permiten explicar algunos rasgos de la disposición de las
calles fuera del perímetro urbano romano. Los casos de Florentia (Florencia) o de
Barcino (Barcelona) son especialmente interesantes en este sentido, y les dedica-
remos alguna atención para mostrar con dos ejemplos concretos la incidencia de
las antiguas centuriaciones de hace 2.000 años en el trazado urbano posterior.
En la Florentia romana la centuriación agraria se realizó paralela al Arno y en
relación con la disposición general de la llanura. El cardo de esta centuriación tiene
una orientación NE-SO, con un ángulo de casi 45º respecto al cardo de la ciudad.
Esa orientación, y la de los caminos rurales que servían las explotaciones agrarias
tuvo luego su influencia en el trazado de la expansión medieval de la ciudad. En
efecto, si hasta ese momento las sucesivas murallas habían mantenido en sus grandes
rasgos la disposición cuadrangular de la primitiva romana, en el siglo XI el creci-
miento siguiendo los caminos que salían de las cuatro puertas principales había
dado lugar a líneas de desarrollo perpendiculares a los muros. Por eso la
construcción en 1173 de una nueva muralla, adoptó, como acabamos de decir, un
giro de 45º respecto a la anterior, lo que hizo coincidir el nuevo trazado viario con
la orientación general de la centuriación romana. Tanto el trazado de las murallas
como el de algunas vías se adaptaron a las grandes líneas de la centuriación agraria.
La actual calle Borgo Pinti corresponde al cardo minor de dicha centuriación rural
y ya en el momento del trazado de la muralla de 1173 dio lugar a un portillo de
acceso. Por esa razón dicha centuriación se refleja todavía en el plano de Florencia,
con una disposición sensiblemente diferente en la vieja ciudad romana y medieval
y en la expansión bajo medieval y renacentista59. Calles fundamentales de dicha
expansión se adaptaron a la orientación general de la centuriación; en lo que se
refiere a los cardines: las calles Ginori-San Gallo-Faentina, que siguen el antiguo
cardo máximo de la centuriación y otras (como la via di Pinti); respecto a los
decumani: la via della Spada que corresponde al decumanus máximo, que se cruzaba
con el cardo de la centuriación en la porta occidentalis, donde se encontraba el
umbilicus coloniae, y otras corresponden a decumani minores, como la constituida
por la alineación Afani-Guelfa-Cassia-Maragliano60, y al convertirse en ejes para
el trazado de otras calles paralelas dieron a toda esta trama un orientación que
recuerda la parcelación agraria romana.
Algo semejante sucedió en la antigua Barcino y se refleja todavía en el plano
de la Barcelona actual (Figura 5.2). Como es sabido, la fundación augústea de la
Colonia Iulia Pia Faventia Augusta Barcino se localizó en la colina litoral llamada
Mons Taber y se adaptó a la disposición de la misma, por lo que el cardo tiene un
trazado de orientación NE-SO, Aunque el nivel de la ciudad romana se sitúa, como
hemos visto, entre 1 y 2 m por debajo del actual, el trazado de los cardines y decumani
de la ciudad romana se refleja todavía hoy en la trama viaria. El cardo maximus
correspondería a las actuales calles Call y Llibretería, y el decumanus maximus a las
calles Ciutat y Bisbe. Las calles Gegants, Pas de l’Ensenyança y Sant Domènec del
Equidistancia de las curvas: 40 m
176
LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Call, entre otras, siguen el trazado de algunos de los decumani minores de la ciudad;
mientras que la Baixada de Sant Miquel y Bisbe Caçador, entre otros corresponden
a cardines minores. También es conocida la correspondencia entre las antiguas vías
que desde las puertas del cardo se dirigían hacia el norte (la vía Francisca medieval,
actuales calles Boria, Carders, Portal Nou y continuación por la antigua carretera
de Ribas en el Clot y Sant Andreu) y hacia el sur (por la calle Hospital hacia la
carretera de La Bordeta en Sants)61.
Pero lo que hoy sabemos gracias a investigaciones metrológicas realizadas es
que, además de esas vías, también el trazado de otras calles barcelonesas tiene que
ver con la implantación romana, y concretamente con la centuriación realizada en
el llano de Barcelona en época augústea. Dicha centuriación se realizó con una
orientación general que corresponde a la línea general de la costa, y desviada 6º50’
respecto a la orientación de la ciudad.
Los ejes de comunicación medievales cuyas huellas se reflejan en la cartografía
antigua y en la trama urbana actual muestran a veces una estructura ortogonal,
que es muy clara en Sarriá y Sant Gervasi, y en ella se perciben dos grandes ejes
transversales paralelos a la costa (especialmente la Travessera de Gràcia) y diversos
itinerarios longitudinales equidistantes. El análisis metrológico realizado por J.M.
Palet muestra que se trata de una estructura centuriada, cuyo eje más visible es la
Travessera, que era el eje director del llano o cardo maximus de la centuriación, y
que corresponde a la centuriación realizada en el mismo momento de la fundación
de Barcino. Dicho autor ha podido establecer un módulo de 15 x 15 actus, que
configura una centuria de 112,5 iugera, con un malla teórica de cuadrados de 532
m de lado. Dicho modulo de 15 actus es el que aparece también en la mayor parte
de las centuriaciones augústeas del Lacio y la Campania, así como en la del ager de
la ciudad de Cesaraugusta (Zaragoza)62, también de época augústea.
Otros cardines menores (como la Travessera de la Creu Coberta) se distinguen
asimismo en la red de caminos, convertida más tarde en calles. Los cardines más
próximos a la ciudad romana seguramente fueron utilizados ya en época medieval
para el trazado de algunas calles; ese parece ser el caso de las de Sant Pere més Alt,
Comtal, Santa Anna, Bon Succés y Elisabets, a un lado y otro de la actual Rambla.
Asimismo se perciben claramente diversos decumani del ager, entre los que destaca
la calle Torrent de l’Olla, un limes de la centuriación. Algunas calles, como Major
de Gràcia, parecen un poco desplazadas respecto al decumanus correspondiente
en aquel sector, lo que no parece que se deba a una nueva centuriación sino más
bien resultado de «una limitatio basada en un módulo de 15 x 15 actus, modificada
en la zona más cercana a la ciudad para crear centuriae mayores de 15 x 20 actus»63.
Así pues, caminos antiguos y medievales siguieron algunos de los límites de la
centuriación romana64, fosilizándola y dando lugar a una organización ortogonal
de algunas estructuras territoriales. Tras la conversión de estos caminos en calles
de la ciudad su trazado ha podido servir para guiar el de otras calles diseñadas de
forma paralela a ellas. Cuando en el siglo XIX Ildefonso Cerdá trazara su Ensanche
de Barcelona respetó alguno de aquellos antiguos ejes y acabó de dar al plano una
orientación general que coincide con la de la centuriación romana.
178 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Pero los dos citados no son los únicos casos. Las estructuras rurales romanas
de las centuriaciones pudieron servir durante la edad media de ejes para la
organización de los repartimientos cristianos. Así ocurrió en Écija, donde –como
hemos visto antes– en el repartimiento de 1262, realizado unos veinte años después
de la conquista por Fernando III, la comisión de medidores y repartidores
nombrada por Alfonso X utilizó para sus operaciones como ejes fundamentales
los romanos del cardus y el decumanus, mantenidos durante la época islámica y
todavía en el callejero actual.
Conviene advertir que las centuriaciones romanas no han sido los únicos ejemplos
de división ortogonal del espacio agrario.
Mencius, que vivió en el siglo IV a.C. en las bajas llanuras de Huang Ho, habla
del sistema Tsing-t’iem, que era cuadriculado, y se aplicaba en las áreas rurales. Se
sabe que se utilizó durante el siglo III a.C. Los campos se planeaban a partir de dos
carreteras que se cortaban en ángulo recto: la N-S (o T’sien) y la E-O (o Mê). El
campo se dividía en cuadrículas paralelas a estos ejes65. Durante la dinastía Wei
(siglo V d.C.) volvió a utilizarse el sistema Tsing-t’iem, aunque ampliándolo un
poco. El sistema, llamado ahora Chun-t’iem, se utilizó hasta el siglo VIII. La capital
de los T’ang, llamada Chang’an (hoy Si-an) a la orilla del Wei, tenía alrededor
campos trazados con aguja magnética, que pueden verse todavía hoy en la foto
aérea.
También en el delta del Yangtsé se ven restos de divisiones de la tierra en
cuadrícula. Estos sistemas se extendieron por toda Asia.
Se encuentra igualmente muy extendido en Corea. Por ejemplo en Pyongyang.
En Japón fue introducido en el siglo VII durante la reforma Taia. Es el llamado
sistema Jori con vías N-S (Naka Gaido, o avenida central) y E-O (Yoko Oji, o gran
avenida cruzada). Las unidades básicas de división eran los ri (un ri = 640 m2).
Cada ri estaba dividido en 6 cho. La numeración de los ri se hacía utilizando las
dos avenidas principales como ejes de coordenadas.
El Jori fue un sistema utilizado no solo para la división de la tierra, sino también
para canales de riego y pueblos. También se hicieron grandes ciudades con este
método. Así, la ciudad capital de Nara tenía una avenida de 80 m de ancho, Naka
Gaido (N-S) que partía del palacio imperial y otras que se cruzaban. También fue
usado en Kyoto.
En China a partir del siglo X el sistema de cuadrícula fue usado, aunque no de
forma general sino solo en proyectos gubernamentales. Por ejemplo, en la
colonización de las tierras pantanosas del delta del Yang Tsé. También en la división
de las tierras en torno a Pekín, elegida como capital por los Yuan (dinastía mogol).
La dinastía Ch’ing o manchú realizó varias obras con este sistema en Manchuria
durante la edad moderna.
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 179
en la que existen numerosas reminiscencias clásicas, entre ellas las que se refieren
al tipo de organización del plano. Así aparece en el franciscano valenciano Francesc
Eiximenis (1340-1409), cuya obra Lo crestiá (1381-1386)73 propone un modelo de
ciudad ortogonal; o así también en la Suma de la política (1454) de Rodrigo Sánchez
de Arévalo, entre otros autores. En la obra de Eiximenis la ciudad ha de ser bella,
noble y bien ordenada, y las gentes de la misma profesión vivirán agrupadas en el
mismo barrio, habrá leyes que ordenen las edificaciones. La plaza pasa a ser el
lugar cívico para reuniones y espectáculos. Eiximenis dice que su ciudad ideal
habría de tener una gran plaza en el centro, en la que no se permitiría la instalación
del mercado.
En lugares fríos sean las calles anchas, y en las calientes angostas; y si hubieren caballos,
convendrá que para defenderse en las ocasiones sean anchas, y se dilaten en la forma
susodicha, procurando que no lleguen a dar en algún inconveniente que sean causa de
afear lo reedificado y perjudique su defensa y comodidad.
determinó fundar una ciudad a las orillas del río Savannah, en un lugar saludable
a unas 10 millas del mar. A fines de 1733 se pudieron empezar a repartir las parcelas.
Al igual que en el caso anterior, el plan diseñado no se refería solo a la ciudad, sino
también a las parcelas agrícolas, y puede considerarse, en cierta manera, un plan
integrado regional. A partir de la ciudad situada junto al río, se dispusieron parcelas
hortícolas (garden) de 5 acres, y luego otras de 44 acres; a continuación 30 cuadrados
boscosos de 1 milla de lado aproximadamente, donde se situarían las parcelas
reservadas para aquellos que emigraran a su propia costa y estuvieran decididos a
realizar la roturación y el cultivo. Entre la ciudad y los campos existía un common
o área comunal, que estaba destinado a la expansión futura de la ciudad, y no para
ser un área abierta permanente. La tesis de Reps es que el modelo de organización
general de Savannah continúa en definitiva el de las primeras aldeas de Nueva
Inglaterra o el de Pennsylvania; solo que en Savannah la división irregular de los
campos se ha convertido en una distribución geométrica.
En cuanto a la ciudad de Savannah propiamente, la unidad básica eran barrios
o distritos (wards) cada uno con 40 parcelas para casas, de 60 x 90 pies. A cada lado
de esos wards había parcelas para iglesias, almacenes, lugares de reunión y otros
usos públicos o semipúblicos97.
188 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Igualmente hicieron los ingleses y holandeses: en África del Sur, Pretoria (1855)
y Johanesburgo tienen plano ortogonal. O los belgas en las fundaciones del Congo
(las antiguas Leopoldville, Elisabetville, Uvira ...). Aunque en la segunda mitad del
siglo XX cada vez más se les añaden diagonales, por influencia del urbanismo de
Beaux Arts, lo cual se observa bien comparando las ciudades de Port Said (1865) y
la de Port Fuad (1914)111. Asimismo en Sudán tras la toma de Omdurman (1898)
la ciudad fue reconstuida con un plano reticular con muchas diagonales, y
formando un nuevo sistema ortogonal superpuesto al anterior de la ciudad de
Mehemet Alí (que había sido fundada en 1822-23)
En Asia, los franceses diseñaron también con plano ortogonal Saigón (1865),
al lado del viejo fuerte construido a fines del XVIII, y la parte nueva de Hanoi.
Igualmente se aplicó en Noumea (1854) en Nueva Caledonia, como los holandeses
hicieron asimismo en Batavia. En Australia se fundaron gran número de ciudades
en el XIX: Brisbane (1824), la colonia penitenciaria de Melbourne (1836), Adelaide
(1837) y otras. El caso de Adelaide es especialmente importante, ya que fue el
modelo de los llamados «parkland towns», constituidas por un pequeño centro
urbano, un cinturón de tierras libres para parques, y un espacio para residencias
suburbanas, todo con un trazado ortogonal; más de dos centenares de pequeñas
ciudades y aldeas se construyeron por iniciativa gubernamental en Australia del
sur sobre todo entre 1865 y 1869112.
No solo a las ciudades se aplicó el diseño ortogonal. Tal como había sucedido
en la antigüedad con las centuriaciones, también se utilizó este diseño en la
colonización de las vastas llanuras norteamericanas, en lo que hoy es EEUU y
Canadá. Tras la independencia de Estados Unidos el Congreso Continental tuvo
que plantearse el problema de la distribución de la tierra de dominio público y en
1785 se promulgó la Land Ordnance que dividía esa tierra en forma de townships
cuadrados de 6 x 6 millas, es decir de 36 millas cuadradas, susceptibles de dividirse
en 36 secciones de 1 milla113. A partir de esta malla ortogonal se realizó la distribu-
ción de tierras a los colonos, excepto algunos lotes que se dedicaron a equipamientos
públicos114. La tierra podía ser adquirida al precio de 1 dolar por acre, más los
gastos de delimitación. La parcelación se hizo de forma amplia, y se extendió a
todo el territorio norteamericano, excepto los lugares en los que topográficamente
no era posible: como ha señalado Reps, Estados Unidos fueron cubiertos por una
gigantesca retícula sobreimpuesta al paisaje natural, y visible físicamente desde el
avión, (así como, desde luego, en el mapa). Los autores anglosajones afirman que
eso sería el reflejo espacial del igualitarismo, aunque también se dividió igual la
tierra agrícola en el imperio romano. Los colonos construyeron sus viviendas en
los campos, y a partir de ahí se constituyó un poblamiento disperso.
Lo mismo ocurrió en la Pampa, donde en muchas áreas se implantó una
cuadrícula que es perfectamente visible al circular en avión sobre esa extensa región
argentina.
192 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
La valoración positiva
Son muchos los autores que valoran positivamente el diseño ortogonal. Los ideales
renacentistas magnificaron, como hemos dicho, la línea recta y el diseño ortogonal,
lo que tuvo repercusiones en diversos campos del pensamiento y en las valoraciones
estéticas de ese diseño. La ciudad de Amaurota y todas las de Utopía estaban
diseñadas con ese trazado, «tan semejantes son unas a otras en cuanto lo consiente
la naturaleza de cada lugar». Situada en el suave declive de una montaña, tenía
forma casi cuadrada y calles rectas de 20 pies de ancho, con manzanas con edificios
que forman «dos líneas continuas de casas enfrentadas por las fachadas a lo largo
de cada calle»115. Filósofos como Descartes consideraron que este diseño ortogonal
era la forma racional por excelencia de organizar una ciudad, reflejando bien el
prestigio de esta forma como la expresión máxima de la racionalidad, ya que la
razón solo puede producir formas ordenadas y simétricas. Los ilustrados apreciaron
este plano por las mismas razones, tal como aparece en las obras de Benito Bails116
y otros.
También los utópicos del siglo XIX pensaron frecuentemente en esta disposición
ortogonal para sus propuestas socio-espaciales. Lo cual seguramente muestra no
solo la fuerza del modelo sino también la dificultad de separarse de lo que existe y
se conoce. Robert Owen imaginaba el plano de sus creaciones en conjuntos de
cuadrados formados por edificios: «cada cuadrado puede recibir 1.200 personas y
está rodeado de 1.000 a 15.000 acres de terreno. En el interior de los cuadrados se
encuentran los edificios públicos que los dividen en paralelogramos. El edificio
central contiene una cocina pública, unos refectorios, y todo lo que puede contribuir
a una alimentacion económica y agradable»117. Y también tenía calles que se
cortaban perpendicularmente la ciudad «casi circular» de Cabet, Icaria, en donde,
además, todas las casas eran iguales, lo que daba la apreciable «ventaja de que
todas las puertas, las ventanas, etc., serían iguales y de que todas las piezas que
forman una casa, una granja, un pueblo y una ciudad podrían prepararse en grandes
cantidades»118.
El éxito del plano ortogonal durante el siglo XIX va unido frecuentemente,
como es lógico, a su valoración positiva por parte de autores muy diversos. Filósofos,
novelistas y ensayistas lo incorporaron a sus especulaciones sobre la ciudad.
En su novela Los 500 millones de la Begún (1879) el Dr. Sarrasin propone una
ciudad inspirada claramente en las ideas de Richardson sobre Higieia, y en donde
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 193
La valoración negativa
nacion, para la que se eligió un diseño barroco, con perspectivas que destacaran y
dieran significado a los edificios gubernamentales y simbólicos: el Capitolio, la
casa del presidente, las oficinas de la administración, los monumentos de especial
significado patriótico.
La valoración negativa del trazado ortogonal aparece otra vez de forma clara
en los autores neorrománticos de fines del siglo XIX.
Los viajeros que visitaban los nuevos países independientes de Hispanoamérica
tenían diversa opinión sobre las viejas y nuevas ciudades que visitaron. Los más
numerosos «maravillados por la regularidad, mientras los restantes confesaban su
desasosiego por la monotonía». La interpretación que da P.H. Randle a esas diferen-
cias incluye una dimensión cultural y psicológica: «los primeros representan segura-
mente a los espíritus prácticos que llegaban a América sin mayor nostalgia de su
tierra y dominados por el entusiasmo de emprender alguna empresa; los últimos,
espíritus más sensibles, no podían ocultar que la geometría rigurosa no hacía sino
resaltar la chatura física y cultural de aquella pequeña ciudad o gran aldea»124.
Hacia finales del siglo aumentaron manifiestamente los críticos. Por ejemplo,
en la obra de John Ruskin (1818-1900). En sus Lectures on Architecture and Painting
(1853)125, Ruskin retoma otra vez las críticas al urbanismo de la nueva Edimburgo,
que ya habíamos visto a comienzos del XIX:
Tras describir las formas aparentemente simétricas de las hojas de árboles pero
en realidad asimétricas, Ruskin estima que la naturaleza «a esta asimetría debe
toda su gracia, todo su encanto». El modelo para él es el de las calles medievales,
irregulares y pintorescas. En cambio: «echen un vistazo a los monumentos de
Edimburgo y verán qué encuentran en ellos. Nada más que dameros y más dameros.
Las casas tienen aspectos de prisiones, y realmente lo son (...) Esos dameros no
son prisiones para el cuerpo, sino sepulturas para el alma (...) La raza ha degenerado.
Son ustedes los que han esclavizado a esos hombres (...) Renacerían a la vida con
un alma nueva si liberasen sus corazones del peso abrumador de esos muros»126.
Un sentimiento similar puede encontrarse en William Morris (1834-1896).
Valora la ciudad medieval y rechaza la moderna, construida con rapidez, con
uniformidad y sin gusto.
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 195
Debemos considerar, ante todo, los rasgos de tipo morfológico, relacionados con
la estructura general del plano y los diferentes elementos que lo constituyen: calles,
manzanas, parcelas y edificios. Hablaremos, ante todo, del primero.
Aunque el plano ortogonal parece al principio como algo rígido, en realidad
permite muchas posibilidades, por lo que paradójicamente se ha podido decir de
él que «es la forma del plano que, más que cualquier otra, es condición de libertad
para la construcción de la arquitectura»131. Y ello sin contar que el diseño del plano
es solo –como se ha escrito con referencia a la ciudad hispanoamericana– la primera
idea general de lo que la ciudad va a ser, el punto de partida que «admite sobre la
pauta original, lograda y en equilibrio, toda clase de variantes, sea como aberración
de esta forma o como nuevos puntos de partida para concepciones urbanísticas
más adecuadas»132.
Aparentemente es un espacio isotrópico, en el que no existe una centralidad
clara ni lugares bien definidos para situar los equipamientos, y en donde la
movilidad se da igual en todas las direcciones.
Pero, en realidad, eso ocurre solo al principio, en el diseño sobre el papel. Una
vez que la retícula se ha construido y se han decidido las centralidades esenciales
(ágora, foro o plaza mayor; pretorio, ayuntamiento o edificios gubernamentales;
templos, etc.) el espacio se modifica de forma esencial. De hecho, a partir del
momento en que se sitúa algo en dicho espacio todo el resto del mismo se modifica,
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 199
las actividades productivas tales como molinos, tenerías, hornos de cal, ladrillos y
tejas, mataderos.
Si la ciudad hispanoamericana tiene un centro claramente definido por la plaza
mayor, en la norteamericana ese elemento urbano no existe de la misma forma. El
sociólogo Richard Sennett ha interpretado que en las Leyes de Indias, con sus
normas sobre la plaza mayor, y en la ciudad hispanoamericana resultante, pueden
verse aspectos muy positivos e incluso la única posibilidad para la construcción de
la ciudad. Frente a ello en la ciudad norteamericana y en la megalópoli moderna
sería más apropiado hablar de «nudos» urbanos en lugar de centros y suburbios.
La vaguedad de la palabra «nudo» indicaría que ya no es posible designar un valor
ambiental, mientras que «el ‘centro’ está cargado de significados históricos y visuales,
por lo que el ‘nudo’ es algo amorfo»137. En esas ciudades norteamericanas la
centralidad se organizaría en relación con actividades económicas.
Efectivamente, el examen de cualquier colección de planos de ciudades
norteamericanas, tanto de la época colonial británica como del XIX, muestra gran
número de casos de cuadrículas en las que no queda ningún espacio libre para
plaza pública138, y otras muchas en las que los espacios públicos son muy limitados.
Como ejemplo que se acostumbra a citar, los planos de Chicago de 1833 y de San
Francisco de 1849 y 1856, con millares de bloques de edificios proyectados, solo
contaban con unos pocos y reducidos espacios públicos139. Pero en Estados Unidos
también existían otros modelos que se reflejan en planos con plazas públicas, a
veces en posición central destacada140 y durante el siglo XIX empiezan a aumentar
los ejemplos de planos en los que se diseñan ya public squares, church squares o
market squares. Aun así, en conjunto es cierto que muchas veces las plazas no
parecen haber desempeñado ningún papel en el desarrollo inicial del núcleo
(incluso en Filadelfia) y que en ningún caso parecen tener la misma función organi-
zadora y estructuradora que posee la plaza mayor en la ciudad hispanoamericana.
El desarrollo de la urbanización se realiza frecuentemente en relación con las
centralidades establecidas en el diseño inicial o, en ocasiones, con las que se generan
por la misma dinámica urbana. En general es más temprano en determinados
puntos: cerca del centro impuesto por la plaza mayor; cerca del puerto, aunque
éste se encuentre alejado de dicha plaza pública; en relación con la urbanización
de las calles o con la construcción de los equipamientos; cerca de la ciudad antigua
en el caso de los ensanches. Con mucha frecuencia se deja sentir la influencia de la
estructura de la propiedad y las estrategias constructivas de los propietarios.
Lo fundamental es que cuando la retícula inicial se extiende, el valor del suelo
de las partes previamente construidas se modifica, aumentando. Se generan así
plusvalías crecientes en las partes centrales. Es lo que ya preveía William Penn
cuando escribió en 1685 que «la mejora de un lugar se mide mejor por el avance
del valor sobre cada parcela individual (...) la peor parcela de la ciudad, sin ninguna
mejora en ella, valdrá cuatro veces más que cuando fue proyectada, y la mejor
cuarenta veces»141.
El plano ortogonal puede concebirse como limitado o ilimitado. La primera
es la situación normal en el caso de que existan murallas o haya obstáculos adminis-
LA TRAMA ORTOGONAL Y SU DIFUSIÓN 201
Aranjuez Atenas
en los siglos XVII y XVIII a nuevos diseños ortogonales en los que las plazas tenían
disposiciones nuevas e imaginativas. Así se trazaron mallas ortogonales con dos
plazas relacionadas por una calle, como aparece en la fundación de Richelieu y en
la nueva población de Nancy con sus plazas relacionadas, un diseño que influyó
luego en el plano de Edimburgo de Craig, aunque el suyo es mas simétrico y rígido.
En todo caso, la idea de situar diversas plazas en un plano y relacionarlas entre sí se
había ido afirmando en la segunda mitad del siglo XVII y pasó a ser común en el
XVIII157. En los proyectos para la reconstrucción de Londres tas el incendio de 1666
se propusieron diseños con una plaza central principal y otras secundarias, los
cuales no fueron aceptados pero pudieron tener influencia en el diseño de Filadelfia
por William Penn en 1682, y en el de Savannah y otros núcleos de Georgia en las
primeras décadas del setecientos.
En la Barceloneta, donde las manzanas son muy estrechas y alargadas, la plaza
se define con un diseño imaginativo, girando perpendicularmente dos manzanas
para definir el espacio central.
Según el tipo de edificios que les rodea las plazas pueden ser con edificios
civiles (como la plaza mayor española, de carácter esencialmente municipal), civiles
y religiosos (como en la plaza mayor de las ciudades hispanoamericanas), residen-
ciales (como en las plazas londinenses y de muchas ciudades norteamericanas),
con edificios comerciales y mercados (que pueden ser también construidos en el
centro), militares (en el caso de plazas con cuarteles) y mixtas. Las funciones de las
plazas también pueden ser diversas, para espectáculos, para actividades comerciales,
para ocio.
En relación con todo ello el espacio interior de la plaza puede estar más o
menos definido con el uso de verjas, setos, columnas, y tener en su interior estatuas
o fuentes. Lo que ha cambiado a lo largo del tiempo.
El ideal ilustrado, todavía vigente a mediados del XIX era bien claro. Manuel
Fornés y Gurrea en su Álbum de proyectos originales de arquitectura (1846) dedica
amplia atención a las plazas mayores, a las que relaciona explícitamente con los
foros romanos y las plazas españolas. Su exposición ofrece un buen panorama de
los ideales neoclásicos.
Según Fornés en España estas plazas están «destinadas también o a mercados
o a sitios donde se reúne el pueblo en sus solemnidades y fiestas, prestando el
desahogo necesario para millares de personas. En ellas pueden estar los edificios
públicos de uso común, como son casas de ayuntamientos, bolsas, lonjas, tribunales
de repeso, guardia principal y salidas a otras plazas más pequeñas o calles más
principales. En su centro será muy conveniente, siendo el sitio a propósito, poner
una fuente que recuerde continuamente la perfección del arte, y otras en las demás
plazas, para la limpieza y uso común de los vecinos»158.
El diseño de la plaza, según el mismo autor, ha de ser cuidado y noble: «la
plaza será un pórtico corrido por sus cuatro caras, con magníficas puertas para la
entrada a las calles contiguas o de salidas, donde podrán estar todas las tiendas,
quincallas y cuanto de lujo pueda contener, prestando los pórticos la gran como-
didad de estar al abrigo de las lluvias, sol y otras incomodidades». Fornés recomien-
208 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Pero también puede haber parcelaciones distintas en relación con usos del
suelo diferentes. Así, por ejemplo, parcelas más pequeñas para tiendas, mayores
para viviendas unifamiliares y extensas para la industria, como se ve en muchos
planos de ciudades norteamericanas diseñadas en el siglo XIX165.
La existencia de una parcelación irregular en el interior de manzanas de un
plano ortogonal se relaciona con la estructura rural preexistente. Es lo que sucedió
en los ensanches de ciudades españolas durante el siglo XIX. En ese caso puede ser
necesario realizar adaptaciones para compensar a los propietarios afectados por el
trazado de viales (Figura 12.2, pág. 452).
Las oposiciones al ensanche de Cerdá en Barcelona muestran las dificultades
de superponer un plano geométrico sobre un trazado de propiedad privada con
límites irregulares, procedentes de la evolución histórica. Cerdá reconocía que «el
plano de una ciudad en proyecto considerado con relación a la propiedad territorial
puede estar concebido de manera que las alineaciones y longitudes de las calles se
hallen subordinadas estrictamente a los límites perimetrales de las propiedades»,
pero que «el resultado sería un trazado anárquico y laberíntico como el de la
propiedad». Frente a ello podía imponerse un trazado de acuerdo con lo que «el
bien general exija y la sana razón aconseje», tal como él hizo en su proyecto166.
En este caso, naturalmente, la configuración de las parcelas preexistentes y su
persistencia o desaparición al construir el nuevo plano –en el caso de que
sobrevivan, total o parcialmente– los mecanismos de reparcelación, si se usaron,
la realización de pequeñas adaptaciones en la forma o tamaño de las manzanas
para adaptarlas a determinadas estructuras preexistentes de la propiedad o de la
construcción previa, todo ello puede afectar al diseño final que se realiza; por
ejemplo, en el caso del ensanche de Barcelona no todas las manzanas son
exactamente del mismo tamaño, como se observa si se examina con atención la
parte central del mismo (Figura 12.3, pág. 453).
Conviene tener en cuenta asimismo que el diseño teórico de la parcelación del
plano inicial no siempre se respeta, ya que desde el momento en que se realiza
hasta que se construye puede haber transferencias de propiedad, con divisiones o
agrupaciones de parcelas. Sabemos que así ocurrió en muchos ensanches durante
el siglo XIX.
Finalmente, y de manera general, es también importante la proporción de
espacios públicos y espacio privado que se prevé en el plano.
La edificación
manzana, y solo más tarde se dio una subdivisión progresiva. Como es sabido, en
el caso del Ensanche de Barcelona planeado por Cerdá, la manzana no estaba
edificada en todo su perímetro, lo que solo ocurrió por las presiones de los
propietarios. Igual ocurrió durante el siglo XIX en numerosas ciudades americanas,
cuyos planos muestran progresivamente el paso de edificios aislados a frentes
continuos de edificación.
En algunos casos, pueden darse también procesos de compactación del interior
de la manzana, con accesos a través de pasillos, callejones o servidumbres de paso
de los edificios que dan a la calle. Algo que es fácil de observar en los ensanches de
las ciudades españolas.
El tipo de edificios depende, ante todo, del grupo social a que se dirige la
urbanización. En algunos planos ortogonales de la antigüedad que nos han sido
reconstruidos por los arqueólogos existen viviendas minúsculas. Se trata, por
ejemplo en el antiguo Egipto, de poblados para obreros que construían una pirá-
mide o de barrios para artesanos o grupos populares en general. Pero también
conocemos planos de ciudades griegas y romanas con manzanas divididas en
grandes parcelas para viviendas unifamiliares de personas ricas, cada una de las
cuales posee diferentes patios y habitaciones.
En la ciudad romana o en la hispanoamericana la vivienda alojaba a la familia
extensa, núcleos básicos y secundarios de parentesco, compadres, criados y esclavos.
Podía haber también actividad comercial en algunas habitaciones hacia la calle, y
tareas artesanales en locales de criados y esclavos. Como es sabido, en la ciudad
preindustrial la actividad residencial y económica estaban generalmente unidas.
Ello se refleja no solo en la existencia de la la llamada «casa artesana», que era a la
vez vivienda y taller, sino también en el hecho de que bastantes casonas y palacios
de la burguesía podían dedicar algunas habitaciones al negocio, o incluso alquilarlas
a artesanos, como sabemos que ocurría ya en la Roma clásica.
Las viviendas de las clases altas se situaban en la parte central de la ciudad, con
sus fachadas decoradas, y a veces con edificios «de altos». Durante mucho tiempo
se usaron sistemas constructivos simples para la casa, utilizando los materiales
disponibles. Uso de tapial, adobe, ladrillo, y también madera y entramado de pajas
y ramas. Hay así una evolución en los elementos constructivos, desde los iniciales,
casi efímeros, hasta los edificios de cantería mas tarde. En muchas ciudades –por
ejemplo, en las ciudades americanas durante la edad moderna– ocurrió lo que
Tomás Moro nos cuenta que sucedió en Amaurota y en otras ciudades de la isla de
Utopía: «las habitaciones eran en los primeros tiempos humildes y hechas a modo
de cabañas y chozas, construidas de cualquier modo con maderas y de paredes
revocadas de barro y techos en punta, cubiertos de haces de paja»; solo más tarde
pasaron a tener «tres pisos de techo plano, las paredes exteriores son de piedra, de
yeso o de ladrillo»167. Las tejas van dominando desde el siglo XVII, por el temor al
fuego, a la vez que va aumentando el uso de balcones y ventanas con rejas. En ese
contexto las grandes operaciones urbanísticas de fundación unitaria de una ciudad
con edificios en piedra o ladrillo (caso de San Petersburgo o la new town de
Edimburgo en el siglo XVIII) debe ser valorado como algo de gran importancia,
212 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
aunque iba unida normalmente a una jerarquización del espacio y de las viviendas,
según las clases sociales a que se destinaban.
En la época contemporánea esas diferencias sociales en las viviendas de planos
ortogonales son similares, con el añadido de que la altura de los edificios que se
construyen se fija en relación con la anchura de las calles. De todas maneras ha
podido haber cambios en esa normativa o en la permisividad respecto a los propie-
tarios y a su deseo de obtener el máximo beneficio elevando la altura de los edificios.
Si en las cuadrículas de las ciudades antiguas y modernas hasta el siglo XVIII
dominaban los edificios de casas bajas, desde ese siglo empiezan ya a aparecer los
de cuatro y cinco plantas y desde la segunda mitad del siglo XIX también pueden
construirse rascacielos –cuya aparición, por cierto, ya se había insinuado en la
Roma clásica con edificios de hasta 30 m de altura168.
La aparición del rascacielos constituye una importante novedad. Sennett ha
señalado que mientras «en el siglo XIX la cuadrícula se aplica en sentido horizontal;
en siglo XX en el vertical». Algo parecido observó Le Corbusier, cuando se refiere
elogiosamente a la «actitud ortogonal del plan de hormigón» del edificio moderno,
con sus pilares horizontales y sus vigas verticales, con su pureza y su rectitud169.
Esa valoración de la línea recta y la ortogonalidad de los edificios en altura, común
a otros arquitectos racionalistas, se refleja en las propuestas de rascacielos y, en el
caso de Le Corbusier en sus inmeubles-villas (de 1922) con bloques que poseen
diversas posibilidades de ordenación, en forma de ficha de dominó (tipología a la
que llamó Domino).
45 Para ello, según González Jiménez (1987, 58 Álvarez Martínez 1993, pág. 135.
pág. 697) se trazó una cruz imaginaria, 59 Figs. de Fanelli 2, 4 y 133; cap. I y págs.
cuyos puntos extremos serían las iglesias 14 y 36.
de Santa Cruz (cabecera), San Juan 60 Sobre todo ello Lopes Pegna, M. Firenze
(brazo derecho), Santa María (brazo dalle origine all Medioevo, 1962, cit. por
izquierdo) y Santa Bárbara (pie). Fanelli 1997, p. 4-5, 251-252, 14-17, 63-
46 Capítulo 1, pág. 21. 64.
47 Fanelli 1997, pag 16. 61 Vale la pena recordar que otras estructu-
48 Braunfels (1976) 1983, págs. 19-39. ras romanas tuvieron también influencia
49 Algunos datos sobre ciudades galas, en la configuración de la red de caminos
germanas o hispanas en Torres Balbás s.f., medieval, convertidos luego en calles. Se
I, 27. trata, además de las vías ya señaladas del
50 Torres Balbás s.f., vol. I, pág. 18. camino de Barcino a Baetulo (Badalona),
51 Es lo que ocurrió en Florencia con la el camino a Octavianum (Sant Cugat del
actividad de las sociedades nobiliarias Vallés) o hacia donde hoy se encuentra
que construyeron torres (Fanelli 1997, Horta, siguiendo un camino ya existente
págs. 20-21). por el Coll.
52 Ejemplos gráficos en Fanelli 1997, pág. 62 Estudiada por E. Ariño 1991.
4, Caniggia y Maffei 1995, Seta, 1986. 63 Palet 1997, pág. 12.
53 Lopes Pegna, M. Firenze dalle origine all 64 Significativamente, en latín el sustantivo
Medioevo, Firenze, 1962. Cit por Fanelli limes –itis es a la vez límite y sendero o
1997, p. 5. senda entre dos campos.
54 La unidad de longitud para las medidas 65 Para todo lo correspondiente a este
agrarias de longitud era la pertica, que apartado se sigue fielmente el trabajo de
tenía 10 pies y el actus vorsus equivalente Yonekura 1959.
a 12 perticae, o sea 120 pies. En las 66 Duby ed. 1999, una útil síntesis reciente
medidas de superficie la unidad era el pes en Asenjo González 1996.
quadratus (equivalente a 0’0874 m); el 67 Es el período de las sauvetés, ver Lavedan
actus tenía 14.400 pies, el iugerum y Hugueney 1974, pág. 61 ss.
(yugada) 28.800 pies, el heredium 2 iugera 68 Datos y planos en Dickinson 1953 y
(50’364 áreas) y la centuria, como hemos Gutkind 1964 (vol. 1 Urban Development
dicho, 100 heredia o 200 yugadas (50’364 in Central Europe).
hectáreas). En algunas regiones, y según 69 Dickinson 1953, pág. 167 ss.; Carter 1983,
las épocas estas equivalencias podían pág. 46 y ss.
experimentar cambios, como veremos 70 Según Conzen 1968 y 1988.
más adelante. Sobre los geómetras y 71 Lacarra 1959.
agrimensores romanos Chouquer & 72 Como Grañón y Redecilla del Camino,
Favory 1992. cerca de Santo Domingo de la Calzada,
55 Ver Bradford 1975, Clevel-Lévêque 1983, estudiados por Passini 1986.
Camaiora 1983-84, Chouquer y otros 73 Maravall (1969) 1983.
1987, Misurare 1983-89; algunas figuras 74 Sambricio 1991.
de centuriaciones en la región de Emilia 75 Como en Rusia, donde se usa en Odessa,
en Benevolo (1975) 1977, vol. II, págs. 1794; véase Lavedan 1952.
225-227. 76 Capel y Tatjer 1975.
56 Estudios 1974; la obra fue coordinada por 77 Youngson (1966) 1975.
Antonio López Gómez y Vicente Roselló 78 Lapresa Molina 1979, Barea Ferrer 1992.
Verger, y se inicia con un excelente 79 En Solano 1980.
estudio de este último sobre «El catastro 80 La Leyes de Indias toman a veces casi
romano en la España del este y del sur». literalmente las ideas de la obra de santo
57 Ariño, cit. por Martín-Bueno 1993, pág. Tomás, Guarda (1965). La obra de Tomás
114. de Aquino fue traducida al castellano en
218 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
1624 por Alfonso Ordóñez de Seijas. 95 Por ejemplo la excelente obra de John W.
Sobre la elaboración de este cuerpo legal Reps (1965) 1992, caps. 4 a 8.
y su dimensión urbanística Guarda 1965 96 Reeps (1965) 1992, pág. 185.
y Solano 1987. 97 Reps (1965) 1992, cap. 7 («Colonial
81 Influencia estudiada por Hardoy 1975. towns of Carolina and Georgia»).
82 Tovar y Teresa 1987; en esta obra se repro- 98 Capítulo 12, págs. 448 y ss.
duce la edición de Alberti publicada en 99 Canales Martínez 1995 (en particular, el
Paris en 1512 y los testimonios autógrafos cap. III, «Ciudad y territorio»).
que muestran que «este libro es del virrey 100 Lavedan (1952), vol. III.
D. Antonio de Mendoza» (al comienzo) 101 Reps (1965) 1992, caps. 9 a 17.
y «se leyó en el mes de junio de 1539», 102 Hernández Gurruchaga, Olave Faría y
así como varias páginas subrayadas por Reyes Coca 1992.
el virrey con normas que habían de 103 Paula 1987.
aplicarse en la construcción de la nueva 104 Randle 1977.
capital de México. 105 Randle 1977, pág. 49 y 50.
83 Sobre todo ello, Antonio Bonet Correa 106 Aprile-Gniset 1992, vol. II.
1993, y Antonio Bonet Correa (dir.), 107 Salgueiro 1997, pág. 166 y, en lo que se
Bibliografía de Arquitectura, Ingeniería y refiere a la obra de Aarão Reis, todo el
Urbanismo en España, 1498-1880. capítulo 5.
84 Solano, Francisco de: «Proceso funda- 108 J.N.L. Durand 1802-1905, ed. 1981.
cional y perfiles de las ciudades hispano- 109 Salgueiro 1997, cap. 5, y anexo 3, oficio
americanas», en Solano 1990, págs. 17- de 23.III.1895 presentando al gobierno
34. Datos por ciudades y audiencias en las plantas de Belo Horizonte, por Aarão
Solano 1990, pág. 51-57. Reis.
85 Sobre estas reacomodaciones forzosas de 110 Lavedan 1952, vol. III.
indígenas, Solano 1976, Borah 1978, 111 Lavedan 1952.
Zamora Acosta 1989. 112 Williams 1966 y 1990.
86 Menegus Bornemann 1989. 113 El proceso ha sido contado por Reps
87 Ver Capel 1989 («Ideología y ciencia en (1965) 1992, págs. 214-217 («The conti-
los debates sobre la población ameri- nental checkboard of the Continental
cana»). Congress»); y por Thrower 1972.
88 Como lo ha denominado George A. 114 Meynier 1970, págs. 42-43; Reps (1965)
Kubler, en Solano (Coord.) 1985. 1992; otros ejemplos en Schwartz 1961,
89 Leyes de Indias, libro IV, título V, ley X. págs. 158 ss.
90 Véase Sala Catalá, Prólogo de H. Capel 115 Tomás Moro, Utopía, libro II, cap. 2 («De
(reproducido en Scripta Vetera, http:// las ciudades de Utopía y especialmente
www.ub.es/geocritica/sala.htm) de Amaurota»).
91 Sobre la ciudad hispanoamericana puede 116 En los Elementos de matemáticas, t. IX,
verse Hardoy 1978, Guarda 1978 y 1991, Arquitectura civil y arquitectura hidráulica
Bonet 1985, Alomar 1987, Ortiz de la (Madrid 1783).
Tabla 1989, Solano 1990. 117 En el Raport au comité de l’Association
92 Ejemplo, Corrientes, en Argentina: pour le soulagement des classes défavorisées
Muscar, Iglesias y Foschiatti 1992. employées dans l’industrie, 1817; en
93 Eulalia Ribera 1998. Choay 1970, págs. 114-117.
94 Para Quebec, Reps (1965), ed. 1992, 118 Etienne Cabet, Voyage et aventures de lord
figuras 37 y 39, y todo el capítulo 3 («The William Carisdall en Icarie, París, 1840;
towns or New France»). En la misma obra en Choay 1970, págs. 152-64.
hay datos y figuras de esos tipos de adap- 119 Choay 1970, págs. 178-183.
taciones en las ciudades norteamericanas 120 Choay 1970, pág. 182.
citadas; por ejemplo, New Orleans (fig. 121 Textos en Choay 1970, págs. 284-303.
56, pág. 85) o Pittsburg (fig. 122). 122 Testimonios en Tatjer 1988, págs. 23-24.
NOTAS AL CAPÍTULO 5 219
123 Morris (1974) 1992, pág. 314; y Youngson será el punto de referencia de la
(1966) 1975. generación de nuevos espacios urbanos».
124 Randle 1977, pág. 48. 140 Eden 1736, Charlestown 1742, Williams-
125 Utilizo la traducción de F. Choay en 1970, burg 1782, New Haven 1748, New
págs. 195-205. Ebenezer, Columbia 1817, Cleveland
126 En Choay 1970, págs. 197-201. 1796, Jeffersonville 1817, planos en Reps
127 Der Städtebau, 1889; Textos en Choay (1965) 1992.
1970, págs. 315-338. 141 Still 1974; cit. por Carter 1983, pág. 121.
128 Como ha observado Gerhard Fehl «Carl 142 Benevolo 1994.
Heinrici, 1842-1923. Per un urbanisme 143 También era extenso el ensanche pro-
alemany», en Dethier & Guiheux 1994, yectado por Carlos María Castro para
p. 136. Madrid, capaz de absorber el crecimiento
129 Josep Puig i Cadafalch: «Barcelona d’anys de la población durante cien años,
a venir», La Veu de Catalunya, 29.XII. aunque el mismo autor preveía que la
1900-22.I.1901. Reproducido en Torres ocupación se haría muy lentamente, ya
Capell y otros 1985, págs. 87-89. que las construcciones solo podrán ser
130 Sennett 1990, pág. 298. Seguramente progresivas y a medida que el interés
Marc Augé no dudaría en considerar eso particular y las necesidades públicas lo
como el primer ejempo de «no lugar». reclamen», Castro 1860, págs. 98-99.
131 Monestiroli 1982, cursivas en el original. 144 Pinon 1986, págs. 34-35.
132 Randle 1977, pág. 44. 145 Vitrubio, I, cap. VI; en ed. 1970, pág. 28.
133 Como hizo Nystuen (1963), con el 146 Por ejemplo, en el plan de Ensanche de
famoso ejemplo del patio de la mezquita, Madrid elaborado por José María de
un espacio isotrópico que se ve afectado Castro, se procura dirigir las calles que
por la presencia de un predicador. se proyectan «resguardadas de los vientos
134 França 1977. NE y SO en un sentido y de los del NO y
135 Ricart 1947, Bonet 1977 y 1979, Solano SE en el normal a aquél, que como hemos
1981 y 1982. visto en la parte estadística son los
136 Rojas-Mix 1978 (cit. por Eulalia Ribera). predominantes y de peores condiciones
137 Sennett 1990, pág. 284. en Madrid», y dirigiendo por tanto las
138 Como los de Marborough 1691, Toppa- calles en el sentido cardinal (Castro 1860,
hannock 1706, Fredericksburg 1721, pág. 137).
Alexandria 1749, Edenton, 1769, Naassh 147 Puede verse claramente en el plano de
1787, Zanesville 1815, New Babylon, Pedro Pico (1846), en Plan Montevideo
Oklahoma City 1889, y numerosas 1998, pág. 69.
ciudades diseñadas por compañías de 148 Randle 1977, pág. 44.
ferrocarriles; planos en Reps (1965) 1992. 149 Soares 2001.
139 Con referencia a esos planos Richard 150 Y ha explicado de forma excelente el
Sennett (1990) ha escrito que «aun arquitecto Enric Serra Riera en su tesis
cuando se manifestaba el deseo de contar doctoral (1992) luego publicada.
con un centro, no era fácil deducir dónde 151 Como se observa en cualquier plano
se establecerían los lugares públicos y de actual o, mejor aún en el Plano de
qué modo funcionarían en ciudades Montevideo de Casimiro Pfäffly 1893, y
concebidas como un mapa de infinitos el Plano de P. Joanicó 1910, y en el Plano
rectángulos de suelo». También señala de alturas incluido en el Plan Montevideo
que «con la llegada de los ferrocarriles y 1998, pág 199-233, y en especial en págs.
la inversión de cuantiosos capitales, en las 217, 219 y 225.
ciudades norteamericanas de influencia 152 Por ello es discutible la tesis del autor,
hispánica quedan sin vigor los principios resumida en estas palabras: «Es ejemplar
enunciados en las Leyes de Indias. El la libertad y espontaneidad con que se
cuadrado deja de tener un centro y ya no inicia y se desarrolla el proceso durante
220 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
El paraíso en la Tierra
Fig. 6.1 Representación del jardín de un alto dignatario egipcio (Ippolito Rosellini,
Monumenti del Egipto e della Nubia, 1834; en Germain Bazin, 1988).
del paraíso como lugar a donde irán los elegidos, los santos y los piadosos, en las
cuales la asociación con el jardín está siempre presente: Jardín de la Eternidad,
Jardines del Edén, Jardín del Retiro, Jardines de las Delicias y el mismo libro sagrado
ha facilitado descripciones de ese jardín situado en el séptimo cielo8. El paraíso
musulmán es el lugar a donde van a residir los justos, es un jardín surcado de
arroyos, con bosques y frutales siempre verdes. En El Corán se repite una y otra vez
que los creyentes que obren con rectitud serán llevados por Alá a «un jardín
recorrido por arroyos con el fin de que permanezcan allí eternamente y para
siempre». Los orígenes persas y judíos de esa descripción son bien conocidos, con
los cuatro ríos que también aparecían en la descripción del Génesis y otros
elementos ligados a la tradición del Próximo Oriente9.
En el occidente cristiano el paraíso terrestre pronto se identificó con el locus
amoenus de los antiguos, la Arcadia de Teócrito y Virgilio, el paisaje bucólico, el
paisaje de la edad de oro, todo lo que las églogas de Garcilaso describen como
paisaje ideal. Fue Alanus de Lille el que, en el siglo XII, cristianizó el locus amoenus
clásico y lo convirtió en el paraíso dando lugar a la imagen del paraíso terrestre10.
En Petrarca ese paraíso es la naturaleza en la que el poeta se interna para la
contemplación y el goce solitario; pero en los tratadistas del XVI y en los propietarios
y arquitectos que crearon los jardines europeos será ya el jardín construido por el
hombre, gozado socialmente y ligado muchas veces (como en las villas mediceas o
en las venecianas) a la actividad productiva de la agricultura.
La idea del jardín como paraíso, mantenida a través de los siglos, tuvo gran
influencia durante el Renacimiento. También, lógicamente, en España. Nos
limitaremos a citar solo un ejemplo.
Cuando Felipe II acometió a partir de 1564 la reforma de los jardines de
Aranjuez se trataba de recrear con ello una especie de paraíso en la tierra, tal como
cantó Gómez de Tapia en una égloga compuesta sobre ese delicioso lugar11:
La égloga canta la verde hiedra y los nogales de la huerta, las rosas, las parras,
las fuentes que derraman dulcemente sus caños en vasos de marmol «ojos y oidos
regalando» y los arroyuelos que van bañando lirios, azuzenas y claveles. Por ello,
concluye el cantor:
La idea del paraíso terrenal es una aspiración, una búsqueda de ese mundo
ideal perdido con el pecado de Adán. A través de la agricultura refinada del jardín
–la que Dios dejó a Adán tras la expulsión– se reconstruía en cieta manera el paraíso
en la Tierra y el hombre hallaba «recreo y reparo a sus aflicciones»12. Algo que
repetirán luego otros muchos tratadistas y que sería la aspiración profunda de los
jardineros. Como decía el autor de unas octavas en loor de Gregorio de los Ríos,
autor del primer tratado español de jardinería, la naturaleza estaba en obligación
con el jardinero, aumentando su belleza:
El jardín musulmán
La tradición del jardín islámico tuvo algún eco en Francia a través de la Sicilia
normanda28. Pero sobre todo tuvo, como hemos dicho, una fuerte presencia en
España, y se mantuvo viva en este país después de la Reconquista. Así lo muestran
los jardines hispano-musulmanes de los Reales Alcázares de Sevilla o los mismos
de la Alhambra, así como otras realizaciones del siglo XVI. También perduró de
forma muy importante en los jardines populares y se recuperará más tarde a fines
del siglo XIX, en plena revalorización del mudéjar, alcanzando gran importancia
con el estilo andaluz29.
230 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Desde la segunda mitad del siglo XV y luego durante el XVI los ideales humanistas
en los que el jardín trata de imitar y exaltar la naturaleza y la serenidad del campo
frente al trajín de la ciudad, van evolucionando hacia el arte y el artificio35. Cómo
se produjo esa evolución es un tema que ha atraído la atención de varios
investigadores36. Si los jardines del protorrenacimiento son –como hemos dicho–
ordenados, pero simples, con el ideal de pureza que los humanistas asociaban a la
vida campesina y a la simplicidad rústica, los que le siguen van introduciendo
crecientemente el artificio y la complejidad.
Grecia y Roma facilitaban también modelos para ello. De Roma el arte topiaria,
expresión ahora asociada al modelado de figuras sobre soporte vegetal, y la
integración de jardinería y arquitectura; de Grecia –o de la idea de Grecia– los
artificios más refinados, desde las grutas a los autómatas.
Alberti fue uno de los difusores de la topiaria romana, que había sido citada,
como vimos, por Plinio el Joven. En Los diez libros de arquitectura (1485), al tratar
de los jardines, además de aludir a los arroyuelos y a las fuentes que debe poseer, se
refiere también a los cipreses con hiedra en los troncos, a los árboles (laureles,
limoneros o enebros) cuyas ramas estarían «curvadas y entrelazadas», formando
círculos y medias lunas «y todas aquellas figuras que gusta ver en los pavimentos
de los edificios». Imágenes atrevidas de estas figuras aparecen, como es sabido,
también en otros tratadistas renacentistas, como por ejemplo en El sueño de Polifilo
de Colonna37, constituyendo una forma que no falta en los jardines renacentistas38.
Por ejemplo, los jardines construidos por el duque de Alba en su finca
extremeña de la Abadía a mediados del siglo XVI tenían, según un testimonio de la
época, las calles de jardinería, con murta, arrayán y naranjos, y estaban «tan
delicadamente hechas que las mismas yerbas parecían producir los personajes y
bultos que de ellas estaban hechos de muchas maneras, como mochuelos, gavilanes,
chuecas, ruiseñores, osos, tigres, leones, unicornios, caballos, damas, ninfas, armas,
escudos, ballestas y otras mil maneras de invenciones apacibles y deleitosas a la
vista»39.
232 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Fig. 6.3 Los jardines renacentistas de Frascati, antigua Tusculo, en los alrededores de
Roma, en el que se observa la disposición escenográfica de la villa Aldobrandini
(A. Kircher, Latium id est, Nova et Parallela Latii tum Veteris
tum Novi Descriptio. Ámsterdam, 1671)
236 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
con el que al mismo tiempo existía en la ciencia de la época por el mundo subte-
rráneo y las cavidades naturales, y que aparece en obras como el Mundus
subterraneus de Athanasius Kircher o en Gaffarel: este último al clasificar las grutas
no deja de citar entre ellas precisamente las artificiales de los jardines48.
Finalmente, en esa progresiva exhibición de prodigios, no podía faltar la
incorporación del arte y del artificio, es decir las maravillas mecánicas, los autómatas
al servicio de la ostentación y de la sorpresa. Al aire libre o en grutas, como las que
había diseñado Pitágoras en Samos y había descrito el filósofo griego Porfirio49, se
instalaron pájaros que cantaban mediante mecanismos neumáticos inspirados en
los que había construido Herón de Alejandría, autómatas, órganos hidráulicos,
fuentes canoras y juegos o teatros de agua que sorprendían a los visitantes y hacían
las delicias de los propietarios. Y en definitiva, todo un conjunto de elementos
mecánicos, que aparecen ya bien representados en la Villa Medicea de Pratolino50
y que irán aumentando con el manierismo en efectos de teatralidad crecientes que
consagran el triunfo del arte y del artificio sobre la naturaleza, el olvido de la anterior
ilusión de rusticidad, que es paralelo al aumento de riqueza y poder y al consiguiente
deseo de ostentación y magnificencia.
Así se hizo luego en otros jardines europeos. Los construidos por el duque de
Alba en Extremadura, edificados a mediados del siglo XVI, tenían fuentes de mármol
y bronce, cenadores de mármol, elementos arquitectónicos de mármol, piedra y
estuco y órganos hidráulicos junto al río51. Los que Felipe II hizo construir en
Aranjuez donde situó una gran cantidad de fuentes y estatuas de mármol y bronce,
edificios reales o en forma de decorado, tales como «una fortaleza o más bien un
frontispicio, también de madera, con columnas y chapiteles, que tenía muchas
pajaritas con máquina que hacían música»52. O los que aparecen plenamente
desarrollados, en una dimensión que es ya casi barroca, en la Villa Aldobrandini
en Frascati, iniciada en los años finales del quinientos y finalizada en los primeros
del siglo siguiente. Unos modelos que se difundirán a través de tratados de jardinería
como el de Salomon de Caus, Les Raisons des forces mouvantes, avec diverses Machines
tant utiles que plaisantes ausquelles sont adjoints plusieurs desseings de Grotes et
Fontaines, publicado en 1615.
En la tradición renacentista que se elabora con los jardines italianos del
quinientos el jardín se configura, además, como un programa iconológico, que
utiliza ampliamente los elementos clásicos. Hércules era el emblema de la casa de
Este, como lo era, sobre todo, del Imperio y, desde Carlos V, de la monarquía hispa-
na. El jardín se configuraba como un espacio precodificado que el visitante culto,
conocedor de las obras clásicas, podía interpretar adecuadamente. No era algo
específico de los jardines. Un programa iconológico semejante se utilizaba también
en la arquitectura, incluso en la religiosa, como muestra la fachada de la iglesia del
Salvador de Úbeda. Lo que el jardinero hace es distribuir espacialmente ese progra-
ma iconológico, a través de la localización de estatuas, fuentes y parterres con ele-
mentos simbólicos o heráldicos. Tal como había señalado Alberti, se podía escribir
asimismo el nombre del dueño en la superficie del césped, con boj o plantas aromá-
ticas y representar los emblemas del propietario con flores de distintos colores.
EL JARDÍN FORMAL Y SU INCIDENCIA EN EL URBANISMO 237
Desde el punto de vista del diseño urbano eso tendrá también consecuencias.
Ayuda a imaginar el espacio urbano como espacio con sentidos, y de esa forma,
cuando con el barroco se impongan las perspectivas en relación con edificios
destacados o cuando se sitúen estatuas y monumentos se estará configurando la
ciudad como un sistema simbólico que puede ser decodificado, tanto en la lectura
del plano (como muestra, de forma clara el plano de Josep Fontseré para el concurso
del Ensanche de Barcelona de 1859, en donde las manzanas dibujan el escudo de la
ciudad. Figura 6.4), como en el recorrido por las calles de la ciudad, en donde
sucesivamente se van percibiendo esos símbolos del municipio o del Estado que
son la torre del ayuntamiento, la casa de los gremios, la iglesia, la estatua del rey, o
el monumento al presidente. La ciudad se convertirá también desde el punto de
vista simbólico en un sistema codificado, que habrá que saber interpretar.
En algunos de esos jardines aparece asimismo un aspecto interesante de destacar
ahora: la distinción entre el espacio plenamente ordenado, y otro que supone una
especie de jardín-bosque, en donde la actuación del hombre es más reducida, y
que da paso a la naturaleza pura, en estado silvestre. Así ocurre en la villa Lante en
Bagnaia construida a partir de 1566 y atribuida a Vignola. En esa combinación de
lo artificial y lo natural podemos partir de cualquiera de los dos elementos contra-
puestos para apreciar el otro: el jardín ordenado permite apreciar la naturaleza
silvestre; o partiendo de ésta podemos valorar la acción del hombre como ordenador
de la naturaleza. A su vez, el jardín con sus diversas gradaciones se sitúa en el lugar
intermedio entre la arquitectura y el espacio en el que está más presente la acción
del hombre, por un lado, y la naturaleza agreste libre –o supuestamente libre– de
la acción humana, por otro.
La unidad formal entre la arquitectura y el diseño del jardin aparece en las
vistas de los dos primeros libros en los que se presentan sistemáticamente los
jardines europeos del quinientos y seiscientos, el de Jacques Androuet de Cerceau
Les plus excellents bastiments de France (1576-1579)53 y el de Johan Vredeman de
Vries Hortorum viridiorumque elegantes et multiplicis formae, ad architectonicae
artis normam affabre delineatae (1583)54, los cuales influyeron posteriormente en
el diseño de otros jardines proporcionando modelos que podían ser imitados
fácilmente.
La íntima relación entre jardinería y urbanismo y el carácter de experimen-
tación previa que a veces tenía el diseño del jardín quizás en ningún otro se ve con
mayor claridad que en la vinculación entre el jardín de la Villa Montalto y el plan
de Sixto V para la remodelación de Roma en 1585. Cuando todavía era cardenal
encargó a Domenico Fontana la realización del jardín de Villa Montalto, y en ella
el arquitecto realizó lo que ha sido denominado como «un resumen anticipado»
de la reordenación urbana que inmediatamente acometería en la ciudad. Es aquí
donde tal vez por primera vez se ensayan los principios de la perspectiva que se
aplicarían luego a la red de vías que conectan las distintas iglesias romanas y los
obeliscos, al tiempo que se diseña en el eje principal del palacio el famoso tridente
viario que luego se construiría desde la entrada septentrional de Roma, en la plaza
del Popolo. Según ha escrito W. Hansmann, «el principio barroco de la organización
238
LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Fig. 6.4 El diseño de una ciudad como el diseño de un jardín. Plano del proyecto de Ensanche para Barcelona realizado por el maestro
de obras Josep Fonseré Mestres, y que obtuvo el tercer premio del concurso convocado por el Ayuntamiento de la ciudad en 1859.
Algunas manzanas dibujan el escudo de Cataluña y el de Barcelona
EL JARDÍN FORMAL Y SU INCIDENCIA EN EL URBANISMO 239
Jardines e innovación
De esta forma los jardines se fueron convirtiendo cada vez más en lugares de
experimentación de técnicas agrícolas. En los jardines renacentistas la preocupación
por obtener y cultivar especies raras y curiosas fue convirtiendo a los jardineros en
expertos en botánica, a la vez que se incorporan las riquezas y obras peregrinas de
la naturaleza, transformando las Wunderkammern y Raritatenkamern en verdaderos
museos de historia natural. Desde mediados del siglo XVI las universidades europeas
añaden jardines botánicos como lugares especializados para la obtención de hierbas
medicinales y la observación y estudio de especímenes botánicos, convirtiéndose
en centros de estudio y experimentación72.
En la edad moderna conocemos muy bien el papel de esos jardines botánicos
y de los jardines reales y aristocráticos en el desarrollo de la botánica. Desde Carolus
Clusius hasta los grandes botánicos del XVIII toda una serie de grandes figuras de
esa ciencia realizaron sus estudios y sus experimentos en jardines reales o aristo-
cráticos. El simple mantenimiento de jardines que podían tener hasta más de 62.000
plantas y el interés por especies nuevas y exóticas obligaban a un cuidado intenso
y generó, además del ya citado intercambio de especies raras y el esfuerzo de
clasificación y descripción, la realización de catálogos impresos, el reclutamiento
de jardineros y botánicos, y el diseño de parterres de forma funcional a las clasifi-
caciones73. Los trabajos de Linneo en el jardín holandés de George Cliford y luego
en el jardín real de Upsala74 o los de Buffon en el Jardin du Roy de París son los
ejemplos más insignes de esa vinculación entre jardines y desarrollo de la botánica
durante la edad moderna, y que tiene su paralelo en España con la actividad
científica de la dinastía de los Boutelou, al servicio de los jardines reales desde la
llegada de Felipe V y al mismo tiempo con aportaciones importantes a la botánica
y a la agricultura75, o en el desarrollo del jardín botánico de Madrid76. Una situación
que pudo continuar durante el siglo XIX como lo demuestra el desarrollo de la
palinología que se inició en un jardín, el jardín Real de Kew, donde a comienzos
del siglo XIX Bauer dibujó los granos de polen de gran número de especies vegetales77.
Hidráulica e higienismo
que todo forma un aire muy grueso y pegajoso; y de aquí procede que se experimente
tan achacoso a calenturas intermitentes o tercianas, principalmente en el verano, efecto de
lo mal que se hace la transpiración insensible, como es propio de todo país húmedo y
lagunoso, observándose aquí lo que dice Mr. Presavin en su Higiene o arte de conservar la
salud y prolongar la vida, que se distinguen mucho los que habitan en lugares baxos donde
se estancan las aguas por falta de curso, y forman lagunas, porque de estas se exhala,
particularmente en los tiempos de calor, cantidad de aire inflamable, engendrado continua-
mente por la pudrición de sustancias vegetales, como animales, y mas si estos parajes están
cubiertos de montañas hacia el norte o mediodía83.
Como las personas reales o nobles para las que se construían esos espacios no
podían estar a merced de la malaria, era preciso realizar esfuerzos para combatirla,
idear soluciones para disminuir los peligros mejorando las condiciones higénicas.
Todo lo cual obligaba a tomar medidas tanto sanitarias, como de control del medio
natural, lo que influía, a su vez, en la misma configuración del jardín y en la disposi-
ción de las masas arbóreas. Es lo que se discutía a fines del XVIII en Aranjuez, donde,
según su cronista «se podría mejorar su temperamento tomando algunas precau-
ciones más, y arrancando los árboles de las faldas de los cerros del lado del mediodía,
porque de esta suerte los aires serían más puros, y circularían con más libertad»84.
De esta forma, el diseño de parques, al tener que plantear problemas higiénicos,
obligó a suscitar y debatir esas cuestiones por parte de los arquitectos, jardineros y
médicos más prestigiosos como eran, por definición, los médicos de la Corte y de
EL JARDÍN FORMAL Y SU INCIDENCIA EN EL URBANISMO 245
las familias nobiliarias, y a discurrir soluciones que luego serían de utilidad también
en las ciudades durante el siglo XIX.
Como igualmente lo serían otras novedades que en ellos se probaron por
primera vez, y cada vez con mayor atrevimiento: máquinas escénicas, fuegos de
artificio, música para fuegos artificiales, iluminaciones. Por ejemplo la gran
iluminación que Carlos III organizó en el jardín del Príncipe de Aranjuez. Vale la
pena escuchar al cronista:
Se iluminó con faroles de todos colores y morteretes la línea del jardín del Príncipe
(...) por lo interior los árboles y cuadros del mismo jardín, y por lo exterior con variedad
de adornos, invenciones y dibujos de capricho, arcos, pirámides, soles, estrellas
transparentes, ruedas, cintas y penachos de muchos brillos, glasés de oro y plata y de diversos
colores. ¿Quién podrá decir los millones de luces que allí había? Ni los mismos que lo
inventaron, dirigieron y manejaron. ¿Ni quién podrá pintar la vistosa, agradable y hermosa
perspectiva que formaba desde la orilla opuesta, y a mayor distancia? Baste decir que lo
interior estaba más claro que en medio del día, sin embargo de los intervalos y sombras de
los árboles; y no había ojos tan despejados que pudiesen tener fija la vista un mediano
espacio sin ofenderse con la excesiva claridad85.
Jardines y agricultura
El cambio de escala que se produce a partir del siglo XVI en el diseño urbano tiene
su primera expresión en el arte de la jardinería y se extiende luego al urbanismo.
Un historiador de la arquitectura ha insistido acertadamente en que el cambio en
el mundo de la ciencia, resumido por A. Koyré en el título de su libro Del mundo
cerrado al universo infinito, se refleja también en la modificación profunda del
diseño urbano95. Concretamente se traduce en «el intento de representar físicamente
el infinito con los medios tradicionales, en el campo todavía inexplorado de las
grandes dimensiones, y el de aumentar la representación de la perspectiva hasta la
máxima medida posible». Y añade: «Este intento –por las dificultades políticas y
económicas propias del mundo europeo en los siglos XVII y XVIII– afecta a la
proyectación de jardines más que a la de ciudades y a la del territorio, y solo
posteriormente influye en la proyectacción urbana, cuando las dificultades ceden,
aunque el sentido originario del intento esté olvidado».
Es conocida la relación estrecha entre ciencia y arte en el Renacimiento, y el
interés de los artistas de la época por la perspectiva. Los estudios sobre este tema
no solo permiten representar el espacio físico sino que, apunta Benevolo, permiten
dominarlo y, más adelante, modificarlo. Este autor considera que las grandes
composiciones urbanísticas del mundo antiguo, medieval y renacentista están
sujetas a una limitación de dimensiones. Pero a finales del quinientos se acometen
ya proyectos más ambiciosos. Si las calles rectilíneas ideadas antes de mediados del
XVI (por ejemplo, la vía Toledo de Nápoles) no superan en general la longitud de 1
km, en la segunda mitad del siglo XVI encontramos, en cambio, ordenaciones que
rebasan ampliamente dicho límite, y se extienden a 3 y más kilómetros96.
Esa ampliación de las posibilidades de intervención espacial encontraría nuevas
posibilidades durante el siglo XVII con el triunfo de la Revolución científica, que
proporciona nuevas posibilidades constructivas y con la consolidación de las
monarquías absolutas, todo lo cual permiten superar todavía más los límites
tradicionales de la perspectiva.
Sin duda el arte de la jardinería tiene que ver también con la conservación y
mejora de la naturaleza. La preocupación por estas cuestiones aparece ya claramente
en Felipe II cuando ordena personalmente a Diego de Covarrubias que velara por
248 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
en una gran ciudad nueva, para cuya fundación carece de recursos, lo realiza en el
parque de Versalles, donde la naturaleza puede ser transformada y donde la
imaginación se puede desplegar libremente, debido a la mayor flexibilidad de la
vegetación para ser moldeada.
De manera semejante, cuando, tras el levantamiento del sitio de Viena por los
turcos, Leopoldo II encarga a Johann Bernhard Fischer von Erlach el diseño de
una venerie imperial con jardín de placer y de fieras, y el emperador se ve obligado
a rechazar, por razones económicas, la más ambiciosa propuesta urbanístico
palaciega jamás imaginada en la edad moderna104, el diseño de un imponente jardín
sustituirá a la grandiosa trasformación arquitectónica de colinas y llanuras que no
podía realizarse.
El desarrollo de la jardinería a partir del siglo XVI y XVII tendría todavía otras
consecuencias trascendentes en el desarrollo de la ciudad. Si en un primer momento
se trataba de la construcción de enormes jardines reales o nobiliarios, de disfrute
cortesano o del grupo social privilegiado, a partir del setecientos los jardines
empiezan a estar presentes en la misma ciudad para el disfrute público. Y, además,
el diseño de los jardines se convertirá en un aspecto esencial del diseño urbano e
incluso en un modelo para el mismo. Aludiré ahora a estos aspectos.
campo, hizo surgir la moda del paseo para mirar los alrededores y tonificar el
cuerpo.
Los paseos se construyeron, en primer lugar en el límite de la ciudad, definiendo
y reorganizando dicho límite. También en los caminos que partían de la ciudad; y
finalmente en la misma trama urbana.
En los límites de las ciudades se construyeron paseos arbolados, jardines y
«salones» abiertos, como una de las más importantes actuaciones de la política
ilustrada en las ciudades. Por iniciativa de la Corona o de sus funcionarios, capitanes
generales, intendentes o corregidores se instalaron frecuentemente en el límite de
la ciudad, que era donde se disponía de espacio suficiente para ello. En muchas
ocasiones estas operaciones supusieron un estímulo para la expansión urbana,
más allá del límite tradicional de la cerca o muralla, que entonces empezaba a
perder, en algunos casos, su funcionalidad.
La ordenación de los Champs Elysées en París constituyó un modelo pronto
seguido en otras ciudades106. A imitación de París numerosas ciudades francesas,
europeas y americanas construirían espacios semejantes.
Los «salones» eran paseos alargados bien delimitados por elementos
ornamentales y acabando generalmente en forma de semicírculo, en los que podía
haber fuentes, y con filas de árboles que definían calles. Se trata de un espacio de
mayor sociabilidad que la alameda, siendo, dice Francisco Quirós, «un correlato, a
mayor escala y al aire libre, de los salones de las viviendas aristocráticas o burguesas,
sin más que sustituir el espacio de baile por el de paseo»107.
El Salón del Prado en Madrid tuvo su origen en los proyectos que desde 1763
existieron para ordenar el frente oriental de la capital, en el sector situado entre la
puerta de Alcalá y el convento de Atocha. Desde 1768 existe ya una política de
compras y plantíos para crear un gran paseo, que acabaría convirtiéndose en el
citado salón108, que además de paseo era también un lugar de exhibición de los
madrileños. Como escribía un viajero inglés que visitó el Prado de Madrid en
1787, «la ropa de las damas, las libreas de sus criados, las pelucas de los cocheros y
la pintura de los coches era tan perfectamente parisina que creí que me hallaba en
los Boulevards»109. El Prado se convirtió también en un lugar prestigioso para que
la aristocracia construyera sus palacios y desde 1780 en la localización preferente
para nuevas instituciones de cultura tales como el Gabinete de Historia Natural o
el Jardín Botánico.
En España el Prado constituyó el modelo con el que se construyeron otros en
diferentes ciudades (Málaga, Alameda de Cádiz, Salón de Bilbao, etc.). Igualmente
se construyeron alamedas en ciudades pequeñas. Así el inglés Townsend a su paso
por Lorca quedaría encantado de los paseos públicos que «se parecen a los de
Oxford, pero tienen un plano más extenso y más hermoso, porque los campos de
trigo que encierran están bien regados»110.
También se construyeron estos paseos y alamedas en los caminos que partían
de la ciudad. Arboledas que daban frondosidad y prestancia al camino se cons-
truyeron, en primer lugar, en los que unían las residencias reales; por ejemplo, en
Madrid los que se dirigían hacia Aranjuez, el Pardo o la Granja. Bien pronto también
252 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Los que no están acostumbrados a semejantes adornos [lo que muestra que no estaban
todavía muy extendidos] tendrán acaso por extravagantes mis ideas, pero yo les ruego que
consideren que los árboles no solo contribuyen a la hermosura, sino también a la riqueza
de los pueblos; que hacen abundar en ellos la leña y la madera de construcción; que los
libran de las inclemencias del sol y de los vientos; que purifican, templan y refrescan los
aires destemplados del invierno, y finalmente, que dan una idea a quien los ve de que el
orden y la buena policía reinan en los pueblos donde abundan. Este es el modo de pensar
de todas las personas de buen gusto, y cuando no estuviese confirmado con el ejemplo de
todos los pueblos cultos de Europa, bastaría para autorizarle la inclinación del rey nuestro
señor a los plantíos, pues puede asegurarse que desde que entró al gobierno de esta
monarquía se han plantado de su orden muchísimos millones de árboles para adorno de
su Corte y Sitios reales113.
Jardinería y urbanismo
(Figura 6.6), Riofrío y, sobre todo, la Granja de San Ildefonso, con una sabia
organización del terreno, incluyendo un hábil escalonamiento y perspectivas que
se prolongan sobre los montes circundantes y que en algunas direcciones permiten
pasar suavemente desde el jardín al bosque natural.
Pero la influencia es general. En Suecia (en el jardín real de Estocolomo), en la
Austria imperial (y especialmente en Viena, como hemos dicho), en los reinos y
principados alemanes (Ludwgsburg en Sttugart; Nymphenburg en Munich, Bruhl
en Colonia y, sobre todo, en el gran conjunto encargado por el landgrave de Hesse
en Kassel) en el pujante reino de Prusia (Charlotemburg y Postdam en Berlín), en
los Países Bajos (Hememstede en Utrecht, Het Loo en Apeldoorn), en el reino de
Saboya (el parque Stupinigi en Turín) o en el reino de Nápoles (el jardín del palacio
de Caserta). E incluso en Gran Bretaña (Hampton Court en Londres, Bandmington
en el condado de Gloucester), lo que no deja de ser digno de destacar por lo que
diremos en el capítulo siguiente.
El jardín barroco y neoclásico a la francesa se forma a partir de la ortogonalidad
de los jardines renacentistas, aunque la transforma con la introducción de diago-
nales. En él domina de forma clara la línea recta. Ésta domina de manera absoluta
en las calles y avenidas. Son las grandes líneas rectas de las avenidas ortogonales,
las paralelas, y las diagonales. Y también en el diseño de los canales y de los lagos y
estanques. La curva solo aparece levemente en los círculos de confluencia de diversas
avenidas o en la forma de algunos parterres o estanques. En ese jardín, como en la
Castilla de Ortega y Gasset, podría decirse que «no hay curvas».
Tres aspectos son de destacar en estos diseños. En primer lugar las dimensiones
verdaderamente amplias: ejes de hasta más de una docena de kilómetros y pers-
pectivas todavía más amplias suponen –como hemos visto– una nueva escala en el
diseño urbanístico del territorio. Sin duda ahí se van forjando las prácticas y los
instrumentos que permiten más adelante emprender proyectos de diseño propia-
mente urbano de dimensiones nunca hasta entonces imaginadas. En ese sentido
se entiende que la tarea de los constructores de jardines se haya comparado a la de
los ingenieros militares127 por la amplitud de los trabajos y la necesidad de geometría
y medida para los diseños y conducciones hidráulicas.
En segundo lugar, las diagonales. Lo que más impresiona en estos diseños y lo
verdaderamente nuevo por la cantidad de veces que se dibujan y la escala que se
utiliza es el manejo de las diagonales, que aparecen de forma destacada en todos
los planos.
Y finalmente, la sabia y hábil utilización de los efectos de la perspectiva,
utilizando para ello recursos diversos. Ante todo las construcciones arquitectónicas,
los palacios, que aparecen como cortinas o escenografías que dan sentido y orden
a todo el conjunto. También el hábil recurso de las vistas desde la misma puerta de
entrada, pues como afirmó un tratadista del XIX, la situación de ésta había de ser
«la más conforme a la distribución interior del jardín, siendo muy conveniente
que puedan verse desde ella sus principales calles y más notables juegos»128. Y por
último la sabia disposición de fuentes, avenidas de árboles y accidentes del relieve
que permiten crear sorprendentes efectos: colinas en las que se sitúan las cons-
EL JARDÍN FORMAL Y SU INCIDENCIA EN EL URBANISMO
257
Fig. 6.6 Los jardines y la ciudad de Aranjuez, con el palacio real como eje de toda la composición
(Plano general del pueblo y jardines, Alejandro Estrada, 1929)
258 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
Al igual que ocurrió con el jardín renacentista, la influencia del jardín formal,
codificado en los grandes jardines de fines del XVII y XVIII, se dejó sentir en el urba-
nismo europeo y americano. Podrían citarse decenas de proyectos urbanos en los
que se ponen en práctica diseños ensayados antes en la construcción de jardines.
La comparación del plano de la ciudad con el de un jardín o parque se convierte
en común durante el siglo XVIII. Así aparece, por ejemplo, en el Essai sur l’architecture
(París, 1753) de M.A. Laugier, para el cual «una ciudad debe ser considerada de la
misma forma que un bosque. Las calles de la primera son los senderos del segundo;
deben ser trazados de la misma forma. La belleza esencial del parque radica en la
multiplicidad de los caminos, su tamaño y ordenación; pero eso no es todo, los
planos deben ser diseñados por un Le Nôtre (...) Apliquemos este concepto y veamos
el diseño de nuestros parques servir como un plano para nuestras ciudades»129.
La interrelación entre diseño de jardín y diseño urbano aparece durante la
Ilustración en múltiples textos. La misma sorpresa que desde el Renacimiento
intentaban provocar los arquitectos en el visitante de un jardín, a través de espacios
diferentemente dispuestos, máquinas hidráulicas y musicales, grutas, o laberinos,
se intenta ahora generar en el visitante de la ciudad. Antonio Ponz lo expresó muy
bien, como hombre de su época, cuando tras criticar en su Viaje de España (vol. IV,
1774) la fealdad de las ciudades españolas, realiza propuestas de las reformas que
debían introducirse en ellas y efectúa una defensa de la ciudad construida con
orden, regularidad y armonía.
Propone Ponz que la ciudad se organice con cuatro o seis calles principales
que debían dirigirse al centro, introduciendo con ello un sistema que ya era habitual
en los jardines; que se multiplicaran las plazas, en forma variada cuyo origen se
encuentra también en el diseño de éstos: «unas rectángulas, otras esféricas, elípticas
otras, algunas de tres, seis y ocho ángulos», las cuales «causarían siempre deleite y
novedad aun a los ojos de los moradores y mucha admiración a los forasteros». En
esas plazas «los pórticos dan a las plazas comodidad y de las fachadas de templos o
palacios que a ellas correspondan resulta una grandiosidad notable en tales sitios»
– como se había venido haciendo en el diseño de jardines. Además las fachadas de
las casas deberían estar situadas en calles rectas, de forma que se divisaran de lejos
y actuara el efecto de la perspectiva. Finalmente, «una ciudad –decía– se ha de
distribuir de suerte que la magnificencia total de ella resulte de muchas bellezas
diferentes, de modo que no encuentre objetos parecidos quien la camine por todos
sus cuarteles». Por si faltara algo, Ponz también señala los objetos que para el
embellecimiento de la ciudad deberían construirse: «estatuas sobre magníficos
pedestales, situadas en las entradas de las plazas, en los parajes espaciosos», algún
arco triunfal, fuentes, es decir todos los elementos cuya localización se había ido
ensayando en los jardines130.
EL JARDÍN FORMAL Y SU INCIDENCIA EN EL URBANISMO 259
Durante el siglo XVIII y XIX el diseño de jardín formal sufrió la competencia de otro
modelo, el jardín paisajista, del que hablaremos en el capítulo siguiente. Pero a
finales del ochocientos el diseño clásico francés experimenta una nueva valoración,
tanto en jardinería como en urbanismo. Se trata del urbanismo y la arquitectura
ligada a la École des Beaux Arts de París, que pone de nuevo énfasis en los principios
del urbanismo barroco.
Tendremos ocasión de ver que durante el siglo XIX el modelo del jardín formal
no desapareció nunca totalmente137. Las formas geométricas estaban presentes
siempre en los diseños ortogonales, en los jardines formales que –como veremos–
se siguieron construyendo en las ciudades. El clasicismo fue una constante soterrada
o explícita durante todo el ochocientos, y podía alegar en ese siglo el precedente
inmediato de los modelos clásicos formales durante la Revolución francesa. Por
todo ello no es extraño que la influencia del estilo formal y clasicista en jardinería
se mantenga durante el siglo XIX, sostenido en las actitudes eclécticas que dominan
durante la mayor parte del siglo.
Pero lo que se produce a finales del XIX es un nueva oleada de valoración de
este estilo, que coincide curiosamente con una difusión del neorromanticismo, al
que parece oponerse.
La clave que permite entender esa aparente contradicción está, en efecto, en el
carácter historicista de ese movimiento Beaux Arts, que le hacía aceptable en el
contexto finisecular en el que probablemente se produce el último gran influjo del
historicismo, antes de la gran ruptura que poco después supondría el Movimiento
Moderno –y antes de que un nuevo neoromanticismo y posmodernismo parezcan
revitalizar otra vez el historicismo, en una vuelta del péndulo no por esperada
menos soprendente.
Naturalmente, como cabía esperar, todo ello se refleja específicamente también
en el diseño de los jardines urbanos, aspecto al que dedicaremos atención en un
capítulo posterior.
EL JARDÍN FORMAL Y SU INCIDENCIA EN EL URBANISMO 261
El urbanismo ortogonal en damero, que había sido tan importante durante todo
el siglo XIX empieza a mostrar signos de agotamiento a finales de dicho siglo, a la
vez que aparecen otras alternativas. Pero cuando los ideales de organización
geométrica y regular siguen estando presentes, será nuevamente la tradición clásica
de jardinería la que permitirá encontrar nuevas soluciones a la organización del
espacio urbano.
Con el urbanismo de Beaux Arts el conjunto de la ciudad se trata nuevamente
como si fuera un jardín o un parque, asignando espacios monumentales, para
peatones, para plazas, caminos principales axiales o con perspectiva, otros
secundarios, bosquetes secundarios y un gran centro que es el equivalente al palacio
en el jardín clásico. Están en él presente las preocupaciones por la perspectiva y el
empleo de las diagonales.
En Francia tras la derrota de 1870 se quiso volver a las esencias de lo francés,
no solo frente a la victoriosa Alemania, sino también frente a otras contaminaciones
extranjeras. En jardinería eso significaba rechazar el estilo inglés informal y buscar
de nuevo el jardín clásico geométrico, el jardín de la inteligencia, propio del genio
francés. Los jardines de Versalles serían el exponente máximo de dicho genio
nacional, y a ese modelo y a Le Nôtre volverían algunos jardineros en la década de
1870. Entre ellos Henri Duchêne y su hijo Aquiles que le sucedió a su muerte en
1907. En total realizaron casi 400 obras de creación o restauración en diversos
continentes, empezando casi simbólicamente por la de los jardines de Vaux-le-
Vicomte, y siguiendo por un gran número, entre ellos la creación de grandes jardines
en estilo clásico para millonarios norteamericanos138.
Todo ello coincide con el éxito de la École de Beaux Arts y la difusión europea
y americana de ese estilo. Por ello, esa nueva jardinería clasicista francesa ha podido
ser denominada como «el jardín de Beaux Arts»139, que corresponde a la arquitectura
y urbanismo en el que fue muy influyente la enseñanza de la École des Beaux Arts
de París. En efecto, en esos jardines encontramos otra vez, como en el jardín francés
clásico, la naturaleza transformada por el hombre, la construcción arquitectónica
del jardín, y la relación entre jardín y edificio con la preocupación por los juegos
de perspectiva. Las características de ese estilo en jardinería serían, según lo ha
caracterizado el citado autor, «una composición con un sentido de equilibrio, la
mezcla y yuxtaposición de espacios naturales, la imitación de la naturaleza en su
estado prístino, junto con intervenciones jerárquicas, geométricas y perspectivas»140.
El jardinero de Beaux Arts es ecléctico, como lo fueron la mayor parte de los
del XIX, y puede incorporar eventualmente sectores en la tradición paisajista, pero
valora especialmente los jardines clásicos y, sobre todo, los jardines franceses del
XVII y XVIII.
Obras representativas de esa tendencia pueden ser, en Francia, la de Edouard
André Le traité général de la composition des parcs et jardins (1879)141; y en Estados
Unidos la de Werner Hegemann y Elbert Peets The American Vitrubius (1922),
cuyo capítulo dedicado a «El arte de la jardinería como arte civil» está lleno de
EL JARDÍN FORMAL Y SU INCIDENCIA EN EL URBANISMO 263
obradas de ora de oro azul y sus alizares sencillez y distinción de puro gusto
labrados de azulejos. Y este cerro (...) era español, tan distante de las galas
cercado de unas cavas muy hondas que renacentistas italianas como de la
eran llenas de agua, que todavía cae en fastuosidad y ampulosidad francesa»
ellas un gran caño de agua (...) dos (pág. 50). Según ese autor también era
puentes (...) Y en esta huerta andaban allí típico de la reminiscencia morisca el
ciervos que el señor hizo echar a mano, y hecho de que el espacio conservara la
muchos faisanes; y de esta huerta entran significación agrícola, yuxtaponiendo el
a una gran viña, que era otrosí cercada jardín y la huerta. La tradición de la
de tapia, y era tan grande como la huerta; jardinería popular hispana de origen
y junto con las tapias era cercada en musulmán sería recuperada a finales del
derredor toda de unos árboles altos que XIX y comienzos del XX por grandes
parecían muy hermosos». Existían otros jardineros como J.N.C. Forestier.
grandes jardines en la ciudad de Quex, 30 Comito 1991, pág. 37; un testimonio
con «muchos árboles de sombra y árboles concreto, del sobrino de Pico de la
frutales de muchas maneras; y en ellos Mirandola en Gombrich 1983, pág. 187.
había muchas albercas de agua y prados 31 Fanelli 1997, pág. 16.
puestos a mano» (pág. 164); y en 32 Fanelli 1997, pág. 65.
Samarcanda, págs. 172 y ss. 33 En Hansmann 1989, pág. 19.
23 Micoulina & Tochtahojaeva 1993. 34 En muchas ciudades se llegaba al campo
24 Jardins 1982, pág. 20 ss.; véase también en 15 o 20 minutos, Hoskins 174, pág.
Hansmann 1989, pág. 15-16. 147.
25 Jardins 1982, pág. 229. 35 Esta parte del capítulo se ha publicado
26 Una ilustración en Benévolo 1994, pág. previamente con el título «Los jardines y
71. el diseño urbano: el jardín formal
27 Faghih 1982, pág. 26. renacentista y barroco» (Capel 2000).
28 Descripción del jardín cerrado medieval 36 Battisti 1972, Puppi 1991.
en el Roman de la rose, en Mariage pág. 37 Reproducciones en Hansmann 1989, pág.
63. 22. Existen varias ediciones facsímiles de
29 La descripción que hizo el padre Sigüenza la Hypnerotomachia Poliphili de Fran-
de los jardines de El Escorial indica que cesco Colonna, entre ellas la publicada
tenía plantas euopeas y americanas, doce por la librería Yedra de Murcia. Sobre el
fuentes y «cuatro cuadros de flores Sueño de Polifilo y el nacimiento del
haciendo artificiosos y galanos comparti- jardín arcádico, Lauxerois 1995.
mentos. Mirados desde lo alto de las 38 Diversos ejemplos en Puppi 1991, pág.
ventanas, como dejan por una y otra 49.
banda paseaderos anchos, y ellos tienen 39 En Winthuysen 1930, pág. 34. También
sembrados por la verdura tan variados había numerosos ejemplos del arte
colores de flores blancas, azules, colo- topiaria en los jardines del erudito
radas, amarillas, encarnadas y de otras Vicencio Juan de Lastanosa en Huesca,
agradables mezclas están tan bien com- construidos a partir de 1628, Morte 1998.
pertidos, parecen alfombras finas traídas 40 Fernández Pérez y González Tascón
de Turquía, del Cairo o Damasco» (en (eds.) 1991.
Winthuysen, 1930, pág. 499). Winthuysen 41 Cit. por Álvarez de Quindós 1804, pág.
considera que el hecho de que los cuadros 42 Puede verse una descripción y dibujo en
encerraran flores diferentes y mezcladas Hansmann 1989, pág. 23.
es un «estilo genuino español y que 43 Conviene recordar asimismo que en la
hallamos también en las descripciones de Mecánica (847a 13) Aristóteles había
Oriente: setos encerrando flores no escrito que «en muchos casos la Natura-
ordenadas ... lo esencial de su estructura leza actúa contra nosotros (...) Cuando
constituye un carácter de intimidad, sea necesario hacer algo contra la Natura-
NOTAS AL CAPÍTULO 6 267
leza (...) entonces necesitamos el Arte», 63 Roland Michel 1991. Las escenografías
cit. por Dorfles 1996. representaban a veces espacios ajardi-
44 Utilizo la traducción de Agustín Blázquez nados como teatro de la acción; véase
en Vitrubio ed. 1970, págs. 140-141. sobre ello Maravall 1986, figuras pág. 75.
45 Estudio e ilustraciones sobre este jardín 64 Por ejemplo, la de Oldenburger &
en Hansmann 1989, págs. 26 y ss. Heniger 1993.
46 Gombrich 1983. 65 Zangheri 1991, pág. 64 y nota 18.
47 Sobre el jardín botánico como lugar de 66 Texto en Mariages 1990, pág. 69.
la memoria, Lamarche-Vadel 1995. 67 Por ejemplo, en el jardín de Leiden en la
48 Capel 1980, Serra Valentí 1981. Un jardín segunda década del siglo XVIII había unas
en el que estaban ampliamente presentes 6.000 plantas, aunque en la obra de
las grutas, y que era a la vez un verdadero horticultura utilizada para la identifi-
museo de los tres reinos de la naturaleza cación solo es posible reconocer unas
fue el que construyó junto a su palacio 1.500 (Oldenburger, C.S. and Heniger, J.
de Huesca el noble erudito Vicencio Juan 1993, págs. 112-113). Pero se trataba de
de Lastanosa, lector del jesuita Kircher y un jardín especial, en el apogeo de su
amigo del también jesuita Baltasar fama europea. Lo normal era una mayor
Gracián, que alude al mismo en El selección y cifras más reducidas.
Criticón; véase el excelente trabajo de 68 Nieto 1993. Una relación de las plantas
Morte 1998. incluidas en la Agricultura de jardines de
49 Zangheri 1991. Gregorio de los Ríos (1592), y existentes,
50 Zangheri 1991. probablemente, en los de la Casa de
51 Wyntuysen 1934. Campo de Madrid, en Armada Díez de
52 Álvarez de Quindós 1804, pág. 284. Los Rivera y Porras Castillo 1991.
jardines de Aranjuez fueron ampliados 69 Marta Nieto 1993; véase también la nota
luego por Felipe III, y por su hijo Felipe 29 supra.
IV, el cual en 1637 «mandó a un organista 70 En la que destacan numerosos esfuerzos,
que pusiese música a las fuentes de este que tenían un objetivo mucho más
jardín», además de construir en 1666 un amplio; desde Monardes (1565-1574, ed.
laberinto de árboles. También había de López Piñero 1989) hasta la gran
estanques con peces y con faisanes, expedición americana de Francisco
garzas, patos, gansos, cisnes y otras aves. Hernández, que ha recibido reciente-
53 Boudon 1991. mente valiosos estudios de J.M. López
54 Mehrtens 1991. Piñero, J. Pardo Tomás y R. Álvarez.
55 Hansmann 1989, pág. 39. 71 Micoulina & Tochthojaeva 1993, pág. 79.
56 Documento en Iñíguez Almech 1952, 72 Tongiorgio Tomasi 1991.
pág. 134. Sobre los jardines renacentistas 73 Schnapper 1991.
en España, además de los diversos 74 Blunt 1982, en especial cap. IX-XI.
trabajos de Carmen Añón, Winthuysen 75 Sobre la actividad de esta familia, Casals
1930, edición facsímil 1990; Rabanal Yus Costa 1996, págs. 18 y ss («Silvicultores y
1989. jardineros»).
57 Díez Borque 1986. 76 Puerto Sarmiento 1988 y 1992.
58 Fanelli 1997, cap. 8. 77 Menéndez Amor 1993, pág. 88.
59 Bonet Correa «Arquitecturas efímeras» 78 Fornés y Gurrea 1857, pág. 68.
1986, pág. 49. 79 Zangheri 1991 (b).
60 Véase, el capítulo dedicado a edificios 80 Puppi 1991, pág. 54.
públicos en el vol. II de esta misma obra. 81 Como en Pratolino, Zangheri 1991, pág.
61 Sobre las representaciones teatrales en los 59 (a); o en Villa Lante de Bagnaia,
jardines del Buen Retiro, Brown y Elliot Adorni 1991.
1981. 82 Gargano 1991, que cita en apoyo de su
62 Roland Michel 1991, pág. 244. tesis la obra de C. d’Onofrio 1977.
268 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES
del diseño barroco. Propone también un 148 Ejemplos en Reps (1965) ed. 1992, y
gran número de parques públicos para Lavedan 1926-1952.
complementar los que ya existían 149 Casals 1996.
(Common and Public Garden).
147 Hall 1996 (cap. 6 «La ciudad de los
monumentos»).
7. El jardín como espacio natural
o el hombre imita la naturaleza
Junto a la tradición del jardín formal, ordenado y geométrico, existe también otra,
la del jardín informal, como un espacio natural no modelado por el hombre. Una
dicotomía que parece tentador relacionar con la contraposición tradicional entre
lo apolíneo (el jardín ordenado y sometido a medida y razón) y lo dionisíaco (aquel
en el que las fuerzas de la naturaleza se dejan obrar libremente), y que quizás existe
desde el mismo momento del nacimiento de los jardines. Se trata de dos concep-
ciones que aparecen tempranamente: si ya hemos visto anteriormente el origen
del arte de la jardinería asociado a diseños ordenados y formales, tal vez podríamos
relacionar ahora esta otra tradición con la existencia de los bosques sagrados, que
expresarían la valoración de la naturaleza como fuerza natural.
En cualquier caso, en lo que se refiere a la edad moderna los orígenes intelec-
tuales y sociales de este tipo de jardín son bien conocidos. En este capítulo tratare-
mos de las características del jardín informal o natural y de su difusión en Europa
durante el siglo XVIII y comienzos del XIX, dejando para los dos capítulos siguientes
el análisis de la difusión de jardines y parques en las ciudades durante la época
contemporánea –con la valoración alternativa o simultánea de los dos modelos, el
formal y el informal– (capítulo 8) y, finalmente, el impacto del jardín natural en el
urbanismo contemporáneo (capítulo 9).
Los antecedentes lejanos del jardín informal tal vez deban buscarse muy tempra-
namente en los bosques sagrados, que posiblemente puedan asociarse ya en la
antigüedad a una especie de parque o jardín natural. Pero, además de esos remotos
precedentes, en la edad moderna esta concepción paisajista tiene antecedentes muy
precisos, que permiten entender algunos rasgos fundamentales de ese tipo de
jardinería.
Pero el jardín paisajista informal de la edad moderna tiene raíces más precisas,
que han sido ampliamente señaladas.
Una de ellas es la temprana elaboración del mito del buen salvaje, de tan amplias
resonancias durante la Ilustración, y que fue primeramente formulado por los
humanistas –que contrapusieron la dignidad de los bárbaros a la corrupción de
EL JARDÍN COMO ESPACIO NATURAL O EL HOMBRE IMITA LA NATURALEZA 273
Pero fue en Gran Bretaña donde los rasgos esenciales del jardín informal paisajista
se codificaron de forma fundamental. En los años finales del seiscientos el jardín
inglés se va definiendo con características específicas. Además de sus raíces intelec-
tuales, algunos autores han aludido también a las condicionantes sociales que
pudieron influir en su génesis.
Desde la Revolución de Cromwell lo sociedad inglesa era menos autoritaria
que las monarquías absolutas continentales, más democrática y liberal. Es posible
que ello se refleje en una actitud menos dominadora ante la naturaleza, más
respetuosa con ella. Y que al mismo tiempo, el rígido orden, la jeraquización y la
disciplina que tenía el jardín clásico francés provocara un sentimiento de rechazo
y condujeran a una valoración del paisaje natural. Así al menos lo interpretaron
algunos autores ingleses ya en el mismo siglo XVIII. También desde muy pronto esa
valoracion inglesa del paisaje natural se puso en relación con el pragmatismo y el
empirismo de la ciencia británica en oposición al sistematismo cartesiano13 –aunque
ello suponga olvidar una obra tan inglesa como la de Newton que tiene mucho de
sistema y que era percibida en ese sentido durante el XVIII14.
Sea como sea, es claro que los rasgos fundamentales del jardín paisajista inglés
se codifican durante las dos últimas décadas del XVII y la primera mitad del siglo
XVIII.
Además de la obra de Milton, se citan también en este sentido las pintorescas
descripciones de Spencer, un famoso artículo publicado por Joseph Addison en
The Spectator (1712), y las colaboraciones de Alexander Pope en The Guardian,
todos los cuales prepararon el ambiente intelectual en el que luego triunfarían y se
aplicarían la nuevas ideas.
Hay escritores de jardinería, como Hogarth, que defienden ya a principios del
XVIII que las curvas y líneas onduladas daban apariencia de mayor naturalidad15.
En 1728 Batty Langley afirma que «nada hay más ridículo y repulsivo que un jardín
regular, que en lugar de entretener los ojos con nuevos objetos, después de haber
visto una cuarta parte del mismo solo vuelves a ver exactamente lo mismo repetido
una y otra vez, sin ninguna variedad»; y frente a ello propone un nuevo estilo de
jardinería con una forma «más rural»16. Se critica la línea recta en el paisaje, porque
no estaba en la naturaleza, y se valora la curva, que parece más natural, y fruto de
la casualidad y el azar; esta última es una palabra significativa, que nos remite al
espíritu libertino, tan importante en la configuración de un pensamiento más libre
en la Inglaterra de la crisis de la conciencia europea, entre 1680 y 171517.
A principios del siglo XVIII parece que está ya bien asentado ese sentimiento en
Gran Bretaña, donde encontramos descripciones naturalistas y críticas de los
jardines formales18. A través de William Kent (1685-1748), en efecto, las caracte-
rísticas del paisajismo inglés van avanzando en el sentido de un cada vez mayor
peso de lo natural. Aunque la más acabada y típica expresión de esa tendencia se
alcanzaría a mediados de siglo en la obra de su discípulo Lancelot (o Capability)
Brown (1715-1783), entre mediados del siglo y la fecha de su muerte.
EL JARDÍN COMO ESPACIO NATURAL O EL HOMBRE IMITA LA NATURALEZA 277
Lo que ellos construyen son jardines que no están ordenados, que pretenden
ser silvestres o naturales, aunque eso no significa ni mucho menos que estén
desordenados. Para llegar a ello se tuvo que recorrer un largo viaje que parte del
jardín «pintoresco», que pasa por la eliminación de estatuas y edificios y otros
elementos culturales o humanos y que, finalmente, conduce al jardín paisajista
panorámico, codificado de forma coherente por Brown. Este autor utiliza algunos
elementos que considera típicos y de valor paisajístico y, en especial, están muy
presentes los lagos, los terrenos ondulados y el bosque; domina en él una actitud
de respeto ante la naturaleza, una naturaleza sublimada.
Aunque algunos autores estiman que la contraposición entre el jardín inglés y
el francés no resiste un análisis en profundidad19, la realidad es que esas diferencias
son bastante nítidas. Es cierto que ni uno ni otro modelos son uniformes y que
tienen numerosos matices de diferenciación, pero hay unos principios básicos
subyacentes que son muy claros y distintos.
Las características principales del jardín paisajista inglés han sido destacadas
en varias ocasiones, y pueden ser fácilmente resumidas en sus rasgos principales20,
siempre que se tenga presente que dichos rasgos solo se dan puros en los años
centrales del setecientos.
Ante todo, se trata de un espacio que parece ser natural. Desde luego, no es la
naturaleza tal cual aparece en realidad sino una selección o idealización de la misma;
lo que todavía puede significar cosas diferentes: desde la eliminación de lo humano
o cultural hasta la supresión de las imperfecciones y «fealdades», lo que implica un
concepto de belleza y una representación de la naturaleza ideal. Sería Brown el que
llevaría a su máxima expresión la idea de recuperar y conservar el genius of the
place (el genius loci), y de eliminar todo lo artificial21, rechazando principios que
habían sido importantes en años anteriores y que estaban ligados al pintoresquismo,
a la valoración de lo picturesque, todavía muy presente en Kent.
En todo caso, durante el siglo XVIII la naturalidad del paisaje no significa
realmente el paisaje tal como se encuentra. Los grandes creadores de jardines del
setecientos de hecho «paisajizaron»22 a gran escala. Y para ello no dudaron en
construir lagos artificiales y en realizar plantaciones de árboles creando bosques.
Se trata, pues, de un paisaje natural modelado por la acción humana (Figura 7.2).
En segundo lugar, hay una clara preferencia por el paisaje rural, que se considera
típicamente inglés, excepto en los casos en los que aparecen elementos neoclásicos.
Se ha recordado que la fuente tradicional de poder de la nobleza y de la burguesía
británica fue el campo, especialmente tras la Reforma del siglo XVI que permitió
adquirir las propiedades de las órdenes religiosas disueltas. Esas medidas dieron
lugar a un verdadero florecimiento de la Inglaterra rural, con la construcción de
gran cantidad de casas rurales, continuado con la llegada al poder económico de
nuevos grupos sociales, los cuales, aunque hubieran hecho su fortuna con
actividades urbanas, como el comercio, adquirieron también fincas en el campo23.
Esas casas rurales iban normalmente acompañadas de un parc o park, una
palabra que originalmente alude a un trozo de terreno, generalmente bosque,
cerrado con vistas a la protección del ganado, de las bestias de labor y de la caza24.
278 LA MORFOLOGÍA DE LAS CIUDADES