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Orden público laboral (Primera parte)

de la Fuente, Horacio H.

Voces

ORDEN PUBLICO LABORAL ~ DERECHOS DEL TRABAJADOR ~ DERECHO DEL TRABAJO ~


IRRENUNCIABILIDAD DE DERECHOS ~ DOCTRINA DE LA CORTE SUPREMA ~ CORTE SUPREMA DE
JUSTICIA DE LA NACION ~ LEGISLACION LABORAL

Titulo: Orden público laboral (Primera parte)

Autor: de la Fuente, Horacio H.

Publicado en: DT 2009 (enero), 1

SUMARIO: I. Introducción. - II. Orden público general. - III. Orden público laboral. - IV.
Imperatividad de las normas laborales.

I. Introducción

1. Es común que en cada estudio sobre el orden público se comience destacando las inmensas
dificultades que se plantean al momento de resolver las principales cuestiones que se suscitan,
coincidiéndose en que se trata de una "institución inaprensible, huidiza y hasta enigmática". Como
dijimos en otra oportunidad, "lo cierto es que cuando se aborda el estudio del orden público se
plantean arduas e insuperables dudas acerca de su concepto, clases, fuentes y efectos jurídicos
que produce" (1).

Resulta lógico y comprensible que esas dudas e imprecisiones se trasladen también al momento de
estudiar el orden público que opera en los diferentes sectores jurídicos (orden público
constitucional, laboral, ambiental, administrativo, familiar, etc.), ya que el orden público siempre
es el mismo y se rige por idénticos principios, al margen de cual sea la rama del derecho en el que
opere, si bien dicha institución presenta, en cada ámbito jurídico, características especiales que
justifican un tratamiento diferenciado (2).

También podemos decir que la conceptualización del orden público laboral —que es el que opera
en el ámbito de nuestra disciplina— es igualmente confusa y muy controvertida, al punto que
puede afirmarse que cada autor tiene su propia opinión sobre el tema. Ante la dificultad —e
inutilidad— de exponer las numerosas y diferentes opiniones vertidas nos limitaremos ahora, para
una mejor exposición, a agrupar las mismas en las tres tendencias que consideramos más definidas
(3).

a) Una parte importante de nuestra doctrina laboral, siguiendo la opinión de prestigiosos civilistas,
considera que los conceptos de orden público y leyes imperativas son equivalentes o sinónimos,
limitando así el concepto que nos interesa, ya que dichas leyes constituyen sólo una parte —muy
importante, por cierto— de la institución orden público (la imperatividad es sólo uno de los efectos
que produce el orden público). Los estudios laborales más recientes propician esa identidad o
equivalencia, lo que parecería confirmar la vigencia actual de dicho enfoque parcializado del tema
(4).

b) Algunos laboralistas, siguiendo también la doctrina civil mayoritaria, consideran que el orden
público es "el conjunto de principios eminentes —religiosos, morales, políticos y económicos— a los
cuales se vincula la digna subsistencia de la organización social establecida", que es la conocida
definición que da Llambías, inspirado a su vez en la postura adoptada por Salvat y una autorizada
corriente francesa. Como veremos después, esta doctrina efectúa también un enfoque parcializado
del orden público, ya que dichos "principios eminentes o fundamentales" sólo constituyen el bien
jurídico protegido que debe ser preservado por la institución orden público para garantizar su
vigencia irrestricta, por encima de todo interés particular.

c) Existe también otra tendencia importante en la doctrina que, más allá de lo estrictamente
jurídico, concibe al orden público laboral como un concepto integrado por valores superiores
(dignidad humana, necesidad de proteger al trabajador, el trabajo no es una mercancía, etc.), que
están incluso por encima de la norma positiva, y que ésta debe respetar para que no se la
considere ilegítima (5). En este mismo orden de ideas, es también bastante común considerar que
el orden público debe tender a conseguir una mayor equidad y justicia social, lo que implica
aumentar siempre la protección del trabajador. La conclusión lógica es que si la ley disminuye
dicha protección se estaría violando el orden público laboral, en cuyo caso el concepto entraría en
una situación de crisis, por cuanto se desconocerían los valores superiores que lo integran.

Esta concepción valorativa del orden público laboral ha sido destacada en diversas oportunidades
por nuestra jurisprudencia, "... en correspondencia con lo establecido al respecto por la doctrina,
para la cual, una ley es de orden público cuando con un sentido de equidad ampara el interés
general de la sociedad, para la realización de una idea de justicia. En ambos casos, el concepto de
orden público tiene una misma finalidad: corregir abusos del derecho o evitar injusticias de la
organización social" (6).

II. Orden público general

2. Tal como se anticipara, en esta materia tan conflictiva se han planteado grandes dudas acerca
del concepto de orden público, sus clases, fuentes y efectos jurídicos que produce. Por ello, antes
de abordar el estudio de este caso especial de orden público —como es el orden público laboral—
nos parece necesario exponer nuestra posición al respecto, la que tuvimos oportunidad de
desarrollar en un estudio general y más amplio (véase la obra citada en nota 1). Por los alcances
de este trabajo, ahora nos limitaremos a exponer en pocas palabras nuestra opinión sobre las
principales cuestiones que tengan una relación directa con los temas objeto de estudio,
remitiéndome, para su profundización, a la obra general antes referida.

3. A) Concepto. Son conocidos los diferentes criterios que ha expuesto la doctrina para
conceptualizar el orden público, las que se pueden reducir a dos concepciones que son
actualmente las que acaparan la preferencia de los autores. Por un lado tenemos el criterio
mayoritario, que concibe al orden público como "un conjunto de principios eminentes —religiosos,
morales, políticos y económicos— a los cuales se vincula la digna subsistencia de la organización
social establecida". Por otro lado, una corriente minoritaria considera que "una cuestión es de
orden público cuando responde a un interés general, colectivo, por oposición a la cuestión de
orden privado, en la cual sólo juega un interés general".

Nosotros consideramos que la teoría que identifica al orden público con el interés general es la
que debe aceptarse por ser más amplia que la que propone el criterio mayoritario, ya que cubre
todos los supuestos de orden público, incluso cuando no se encuentran en juego los "intereses
superiores que hacen a la esencia de la sociedad". Además, esta es la teoría receptada en nuestro
derecho positivo, que contrapone la expresión orden público a la de interés particular, de modo
que es indudable que, en la concepción legal, orden público es sinónimo de interés general, que es
lo opuesto de interés individual o particular (arts. 19, párr. 2° y 872 del Código Civil).

Sobre esta cuestión nosotros hemos efectuado una distinción que nos parece fundamental para
aclarar muchas de las dudas y confusiones que genera la conceptualización del orden público.
Consideramos que las dos teorías referidas incurren en una evidente confusión al identificar el
orden público con los "principios fundamentales" o con el "interés general", ya que no distinguen el
bien jurídico protegido —esos principios o esos intereses— del medio o técnica que emplea el
derecho para protegerlos, o sea la institución orden público, que es la que asegura la inexcusable
vigencia de dichos intereses o principios, limitando la autonomía de la voluntad a través de los
efectos jurídicos que le son propios (imperatividad de la norma, irrenunciabilidad de los derechos
adquiridos, nulidad de los actos infractores, etc..).

Para evitar las confusiones que surgen por emplear la misma expresión —orden público— para
individualizar dos conceptos sustancialmente diferentes, como son los intereses generales y la
institución que los tiene por objeto, hemos propuesto que se mantenga para ambos la misma
denominación, por la tradición que existe al respecto, con la aclaración que en un caso se trata de
la institución propiamente dicha (orden público-institución), y en el otro del bien jurídico
protegido —interés general—, al que individualizamos como orden público-objeto.

Como puede apreciarse, el orden público-objeto tiene una gran importancia dentro del sistema, ya
que una vez que se ha constatado su existencia —tarea a cargo del legislador o del juez— recién se
pondrá en funcionamiento el orden público-institución a efectos de garantizar su defensa y
preservación, frente al peligro que representa una ilimitada autonomía de la voluntad que no
respete esos intereses generales de la sociedad.

Debe destacarse también que cuando las leyes emplean la expresión "orden público", normalmente
se están refiriendo al orden público-objeto, lo que significa que el interés general se encuentra
comprometido y merece ser protegido para garantizar que siempre prevalezca sobre los intereses
particulares. Véanse, por ej., los arts. 21, 502 y 872 del Código Civil, y en general las leyes
especiales cuando incluyen la clásica expresión "esta ley es de orden público" o similares.

De acuerdo con las ideas antes desarrolladas, para nosotros, en una noción aproximada, el orden
público es la institución de que se vale el ordenamiento jurídico para defender y garantizar,
mediante la limitación de la autonomía de la voluntad, la vigencia inexcusable de los intereses
generales de la sociedad, de modo que siempre prevalezcan sobre los intereses particulares". A su
vez, el orden público-objeto (que equivale al interés general de la sociedad) sería entonces "un
concepto jurídico indeterminado que, una vez precisado su contenido y decidido por los órganos
autorizados que dicho interés se haya comprometido, se convierte en objeto de protección del
orden público-institución mediante la limitación de la autonomía de la voluntad, garantizándose
así su prevalencia sobre los intereses particulares".

4. B) Fuentes. Según los arts. 19 de la Constitución Nacional y 53 del Código Civil, las personas
tienen derecho a realizar todos los actos que no sean expresamente prohibidos por la ley, de modo
que toda limitación al principio de libertad sólo puede ser establecida por una norma legal
ordinaria o constitucional. Por ello la única fuente de orden público es la ley, que es la facultada
para establecer cuando está comprometido el interés general de la sociedad (orden público-
objeto), y determinar el modo como va a reaccionar el orden jurídico para defender y garantizar —
a través de la limitación de la autonomía de la voluntad— la vigencia del referido interés general
(orden público-institución).

La facultad de regular el orden público-institución está reservada a la ley, y en principio no puede


ser delegada a ningún otro organismo, sea judicial, administrativo o privado. El Código Civil es el
que establece, de modo permanente y con carácter general, como va a reaccionar el orden
jurídico para proteger el interés general comprometido (p. ej., los arts. 21, 502, 872 y 953), sin
perjuicio que las leyes especiales puedan disponer cual de esos efectos (o los que pudieran prevér)
se producirán en la situación particular que las mismas consideren. En cambio, en lo que se refiere
al orden público-objeto, la complejidad de la realidad social impide que el legislador pueda
contemplar todas las situaciones en las que se encuentra interesado ese interés general, y por ello
en muchos casos necesitará delegar, en especial en los jueces (p. ej., arts. 502, 872 y 872 del Cód.
Civil), la tarea de determinar cuando está comprometido el orden público.

5. C) Efectos jurídicos. a) Imperatividad e irrenunciabilidad. Para alcanzar el objetivo de proteger


y preservar los intereses generales de la sociedad, el orden público-institución produce efectos
muy importantes, predeterminados ya por el sistema, que consisten en atribuir imperatividad a las
normas, declarar irrenunciables los derechos adquiridos, posibilitar que en ciertos casos se
apliquen las leyes de oficio, e invalidar los actos violatorios del orden público, además de otras
sanciones.

Ahora pondremos especial atención en dos de esos efectos jurídicos: el de imperatividad de las
normas (art. 21, Cód. Civil) y el de irrenunciabilidad de los derechos adquiridos (arts. 872, Cód.
Civil), por ser los más controvertidos y los que generan la mayoría de los problemas que plantea la
institución del orden público. La relación que existe entre imperatividad e irrenunciabilidad se
planteó especialmente a principios del siglo XX al sancionarse leyes que, para proteger al
trabajador, le atribuyeron derechos de un modo obligatorio (leyes imperativas), pero que no
impedían que los destinatarios, una vez adquiridos los beneficios respectivos, los pudieran
renunciar libremente.
Pero era evidente que la sola imperatividad, sin irrenunciabilidad, no garantizaba al trabajador el
efectivo goce de los derechos concedidos por la ley. Ante esta situación al principio se impuso la
doctrina y jurisprudencia —especialmente en Italia— que afirmaba que la irrenunciabilidad deriva
necesariamente de la imperatividad, de modo que si la norma inderogable atribuye un
determinado derecho a una persona, esta no podría renunciar validamente al mismo, por lo que
solo serían renunciables los derechos consagrados por normas no imperativas o derogables (7).

Otra posición, que finalmente se impuso a mediados del siglo XX, sostuvo que ambas figuras
jurídicas no estaban vinculadas por una relación necesaria por ser independientes entre sí, de
modo que la norma imperativa podía asignar un determinado derecho a una persona y ésta,
después de adquirirlo, podía renunciarlo o no según lo dispusiera la legislación vigente en cada
país, al margen de si tal derecho provenía de una norma imperativa o dispositiva.

Para nosotros no hay ninguna duda que ésta última posición es la correcta, ya que los conceptos de
imperatividad e irrenunciabilidad son en realidad autónomos e independientes, por lo que un
derecho asignado por una norma imperativa, una vez adquirido por su destinatario, puede ser en
definitiva tanto renunciable como irrenunciable, según sea el caso. En nuestro régimen jurídico,
los derechos solo serán irrenunciables cuando se encuentra comprometido el orden público, sin
tener en cuenta sí ese derecho proviene de la ley o de cualquier otra fuente (art. 872, Cód. Civil),
o en el caso que exista una norma especial, que así lo disponga, como sucede, p. ej., con los
derechos del trabajador (art. 12, LCT).

Para corroborar que esto es así, basta con constatar lo que sucede en el derecho privado, en cuyo
ámbito son comunes las normas imperativas que atribuyen derechos a ciertas personas, las cuales,
una vez adquiridos, pueden renunciarlos libremente. Piénsese en los casos de prescripción, o de
las leyes de alquileres, de seguros, de protección del consumidor, etc.

Ahora sí estamos en condiciones de analizar la finalidad y objetivos que persiguen cada una de
éstas dos figuras jurídicas para ver como funcionan y se relacionan entre sí. Mediante la
imperatividad se asigna a una persona un determinado derecho de un modo obligatorio, por lo que
cualquier acto que ella celebre para evitar esa atribución será invalido (son los llamados "negocios
derogatorios"), y por lo tanto no impedirá que ese derecho nazca y se incorpore de un modo pleno
a su patrimonio (art. 21, Cód. Civil).

Cuando esto último ocurre cesan los efectos de la imperatividad, ya que se habrá cumplido
entonces plenamente el fin perseguido por la norma inderogable, que es precisamente que el
destinatario pueda adquirir el derecho asignado. Nacido el derecho, recién entonces se plantea la
posibilidad de que su titular pueda renunciarlo, lo que en principio podrá hacerlo salvo que, como
dijimos, ese derecho sea irrenunciable por encontrarse interesado el orden público (art. 872, Cód.
Civil), o por así disponerlo una norma legal expresa (p. ej. el art. 12 de la LCT).

6. b) Orden público absoluto y relativo. Señalamos que el orden público, siempre con la finalidad
de limitar la autonomía de la voluntad, produce, entre otros, los dos efectos jurídicos a que antes
aludimos: la imperatividad de la norma y la irrenunciabilidad de los derechos adquiridos. Dijimos
también que esos efectos jurídicos son autónomos e independientes entre sí, de modo que hay
situaciones que pueden generar sólo uno de ellos (imperatividad o irrenunciabilidad) o bien ambos
(imperatividad más irrenunciabilidad).

Ante la necesidad de distinguir netamente las dos situaciones, que generan consecuencias jurídicas
sustancialmente diferentes, propusimos una clasificación del orden público según sea la intensidad
de los efectos jurídicos que produce. Por un lado tendremos un orden público relativo, cuando sus
consecuencias jurídicas se limiten sólo a la imperatividad de la norma o bien sólo a la
irrenunciabilidad de los derechos adquiridos (efectos menos intensos, o sea que la limitación de la
autonomía de la voluntad es menos severa). Por otro lado se configurará un supuesto de orden
público absoluto cuando se generen conjuntamente tanto la imperatividad como la
irrenunciabilidad (efectos más intensos, de modo que la limitación de la autonomía de la voluntad
es más acentuada).

7. c) Las nulidades y el orden público. Nuestra posición sobre el tema la podemos sintetizar del
siguiente modo: 1) serán inválidos todos los actos jurídicos que traten de dejar sin efecto, sustituir
o alterar una ley de orden público, la que siempre será inexcusablemente obligatoria por ser
imperativa e inderogable (art. 21, Cód. Civil). Pero si ahondamos el análisis, se distingue
claramente que los actos violatorios de una ley imperativa pueden ser de dos clases, de los cuales
también se derivan efectos jurídicos diferentes. Por un lado tenemos los actos ilegales que tratan
de impedir que la ley imperativa produzca sus efectos normales (actos derogatorios), y por otro
lado los actos ilegales que violan su contenido, esto es lo que ella preceptúa.

2) Los actos derogatorios, en tanto pretenden sustituir o excluir la aplicación futura de una ley de
orden público para impedir que esta produzca los efectos que le son normales, siempre serán
inválidos, sancionados con la nulidad absoluta por ser su objeto prohibido y violatorio del orden
público (arts. 21, 872, 953, 1044 y conc. Cód. Civil). En cambio, los actos que violen el contenido
de la ley imperativa pueden ser pasibles de una nulidad absoluta o relativa.

3) La clave para establecer si una nulidad es absoluta o relativa radica en determinar si la persona
legitimada para impugnar el acto inválido tiene o no derecho a renunciar a ejercer la
correspondiente acción de nulidad. En el caso que se considere que la acción es irrenunciable para
su titular por encontrarse interesado el orden público, la invalidez será absoluta, y el acto ilícito
no podrá ser convalidado, mientras que será relativa si dicha acción puede ser libremente
renunciada, si se considera que solo está comprometido el interés privado de la persona en cuyo
beneficio se ha establecido la nulidad, lo que permitirá el saneamiento o convalidación del acto
ilegal.

4) En todas las nulidades, sean absolutas o relativas siempre se encuentra comprometido el orden
público, desde el momento que ellas se generan como reacción contra los actos que violen leyes
imperativas, inderogables y de inexcusable cumplimiento, sea porque se trata de excluir su
aplicación o sea porque se infringe su contenido.

5) La clasificación entre nulidad absoluta y relativa coincide con la división que hemos propuesto
entre orden público absoluto y relativo. En los casos de nulidad relativa siempre se configurará una
situación de orden público relativo, en tanto se producirá el efecto propio de la imperatividad,
pero no el de la irrenunciabilidad, dado que el derecho de impugnación atribuido puede ser
renunciado por su titular, posibilitando así la convalidación del acto inválido. Por el contrario, en
los casos de nulidades absolutas siempre se configurará una situación de orden público absoluto,
pues además del efecto propio de la imperatividad se producirá el de la irrenunciabilidad, debido
a que las personas legitimadas para ejercer la acción de nulidad no podrán renunciar a ella, por lo
que en ningún caso el acto podrá ser convalidado.

III. Orden público laboral

8. Conforme lo anticipamos, y tal como lo admite la doctrina sin discusión, el orden público laboral
es el mismo orden público general que opera en el ámbito laboral, si bien el mismo presenta
particularidades propias que surgen de los principios, fines y valores que inspiran a nuestra
disciplina, las que justifican un tratamiento diferenciado (párr. N° 1). A su vez, expuesta nuestra
posición acerca del concepto de orden público general y los efectos que se derivan del mismo
(párr. N° 2 y 5), nos encontramos ahora en condiciones de expresar nuestra crítica a las
principales propuestas que ha efectuado nuestra doctrina acerca de lo que se considera orden
público laboral (párr. N° 1).

a) En lo que respecta a la posición mayoritaria, esto es la que estima que son equivalentes o
sinónimos los conceptos de orden público laboral y leyes imperativas (párr. 1, a), consideramos
que la misma no puede ser aceptada en cuanto, como dijimos anteriormente, la imperatividad
constituye solo un aspecto de la institución orden público, mas precisamente uno de los medios o
técnicas de que se vale para garantizar —limitando la autonomía de la voluntad— la vigencia
irrestricta de los intereses generales de la sociedad, por encima de todo interés particular (párr.
N° 2, 3 y 5).

b) Tampoco podemos compartir la doctrina que considera que el orden público está constituido por
el conjunto de "principios fundamentales y eminentes" que dan subsistencia a la organización
social (párr. N° 1, b), ya que, como dijimos con anterioridad, aquella confunde el bien jurídico
protegido (esos "principios" o "intereses") con el medio o técnica que emplea el derecho para
preservarlos, o sea con la institución orden público (párr. N° 3, A). En otros términos, esos
"principios fundamentales" (o "intereses generales") son el bien jurídico protegido (que nosotros
llamamos orden público-objeto), mientras que la institución orden público es el instrumento que
los defiende y protege asegurando así su inexcusable vigencia, frente al peligro que representa una
ilimitada autonomía de la voluntad que no respete los intereses generales de la sociedad (orden
público-institución).

c) No aceptamos tampoco la doctrina que postula que el orden público laboral esta integrado por
un conjunto de valores superiores y fundamentales (dignidad humana, protección del débil,
justicia social, etc.), cuya vigencia y efectividad deben preservarse para corregir injusticias, lo
que se obtiene aumentando siempre la protección del trabajador, y por ello se dice que el orden
público laboral entra en crisis cuando la ley disminuye dicha protección (párr. N° 1, c). De acuerdo
a nuestra posición, el orden público laboral es una institución que opera como un instrumento o
técnica de que se vale el derecho para preservar los intereses generales que los órganos
autorizados (legisladores y jueces), consideren —según la valoración que efectúen en cada caso—
que se encuentran comprometidos. Es decir que el orden público-institución constituye una figura
jurídica neutra a valores, en el sentido que funciona siempre —y al margen de toda valoración—
como limitativa de la autonomía de la voluntad y en el modo predeterminado por el sistema
(imperatividad, irrenunciabilidad, etc.), al margen de cuales sean los "intereses generales" que el
legislador o el juez consideraron comprometidos y dignos de defender.

Por eso es que, p. ej. el legislador, invocando la defensa del interés general, acudirá al orden
público —a través de la imperatividad— toda vez que quiera imponer el obligatorio cumplimiento
de la ley, sea que se trate de aumentar o de disminuir la protección del trabajador (8). Por cierto
que en caso de mermar los derechos no se puede decir que el orden público ha entrado en crisis o
que se han afectado sus valores —como se sostiene— ya que el instrumento jurídico (orden público
laboral) produce siempre los mismos efectos jurídicos, en cuanto constituye un simple medio
técnico a que acude el derecho para asegurar que se obtengan los fines perseguidos por el
legislador —según las valoraciones que éste ha tenido en cuenta— al margen de si se trata de
aumentar o disminuir la protección del trabajador.

En nuestra opinión, la doctrina que criticamos confunde el orden público laboral con el mismo
derecho del trabajo, el cual si contiene principios y valores (dignidad humana, justicia social, etc.)
cuya violación o desconocimiento puede llegar a desnaturalizarlo si el legislador vulnera la justicia
social o desconoce los derechos del trabajador. De este modo, debido que el orden público laboral
es neutro y opera al margen de valores, nunca se podrá hablar que el mismo ha entrado en crisis
porque se disminuye la protección del trabajador, mientras que sí podríamos decir con propiedad
—en este supuesto de reformas in peius— que el derecho del trabajo ha entrado en crisis en tanto
la ley desconoce los valores que el mismo contiene y constituyen su fundamento y razón de ser.

Efectos jurídicos

9. Con anterioridad señalamos los efectos jurídicos más importantes que produce el orden público
general, destacando en especial la imperatividad de las normas y la irrenunciabilidad de los
derechos adquiridos, como así la relación que existe entre estos dos conceptos y de cómo se
vinculan y complementan entre si (párr. N° 3 y 5). Ahora nos limitaremos a considerar algunas
cuestiones específicas que estos dos conceptos plantean en el ámbito del derecho del trabajo,
dentro del cual presentan algunas características especiales que justifican su tratamiento
particularizado. Después haremos también una breve referencia a otros efectos del orden público
laboral, en especial lo que se refiere a la aplicación de las leyes y su control constitucional de
oficio.

IV. Imperatividad de las normas laborales.

10. A) Concepto. Denominación. El concepto de normas imperativas no plantea dudas ni en el


derecho general ni en el derecho del trabajo, y son las que se caracterizan por ser de aplicación
forzosa y obligatoria, en cuanto se imponen de modo absoluto a la voluntad de las personas, a
diferencia de lo que sucede con las normas dispositivas o supletorias, las que sí pueden ser
modificadas o dejadas de lado.

A las normas imperativas también se la denomina "forzosas", "coactivas", "ius cogens",


"inderogables", "derecho necesario", "de orden público", "irrenunciables", "indisponibles", etc. La
mayoría de estas expresiones son apropiadas y se las puede aceptar sin objeciones; hay algunas
que merecen algunas aclaraciones, y otras que, en nuestra opinión, deben ser rechazadas por
impropias y por inducir a confusiones, según veremos a continuación.

La expresión norma inderogable nos parece impropia, ya que es sabido que las personas no pueden
derogar las normas legales, pero en la práctica no genera confusiones debido a que cuenta con
amplia aceptación tanto en la doctrina nacional como extranjera.

Respecto a la expresión norma irrenunciable diremos que, a pesar de ser de uso común en el
ámbito laboral, resulta inapropiada e incorrecta, pero sobre todo muy peligrosa por las
confusiones y equívocos a que puede inducir, razón más que suficiente para que se descarte por
completo su empleo. La expresión es jurídicamente incorrecta porque en la teoría general del
derecho no se concibe una renuncia a normas o a leyes, en tanto resulta impensable que las
personas puedan renunciar a los mandatos generales que emite el legislador, pues carece de poder
de disposición sobre ellos. Las personas pueden renunciar a los derechos que confieren las leyes,
pero no a éstas, que le son ajenas y no les pertenecen (9).

Decimos que la expresión es muy peligrosa por cuanto se emplea el mismo término —renuncia—
para nominar dos instituciones completamente distintas, y que por cierto producen también
efectos sustancialmente diferentes; por un lado la mal llamada renuncia de leyes, que se relaciona
con la eficacia de las leyes frente a la voluntad de las personas y por otro lado la renuncia a los
derechos adquiridos, como acto de disposición de un bien que pertenece al renunciante.

Por cierto que esta confusión terminológica sólo puede acarrear equívocos y malentendidos, sobre
todo en el ámbito laboral, donde es muy frecuente el empleo del término renuncia sin aclarar si
ésta tiene por objeto normas o derechos. Así, p. ej. en nuestra disciplina, en cuyo ámbito casi
todas las normas son imperativas y casi todos los derechos del trabajador son irrenunciables, la
doctrina proclama —sin discusión— la vigencia del principio de irrenunciabilidad, que incluye tanto
a la renuncia de normas como la de derechos. Por cierto que al incluir en el mismo principio dos
instituciones que, como se dijo, son sustancialmente diferentes, resulta normal que ambas se
entremezclen y confundan, con los equívocos y problemas consiguientes. Precisamente para evitar
estos equívocos y confusiones hemos propiciado que al principio de irrenunciabilidad se lo
desdoble, por un lado el principio de imperatividad de las normas, y por otro en el principio de
irrenunciabilidad de derechos adquiridos (10).

En razón de ello propiciamos que se descarte el uso del término renuncia para referirse al acto que
tiene por objeto normas o leyes, asignando tal calificación al acto extintivo que se refiere a los
derechos de las personas, como modo de evitar que se asigne el mismo nombre a instituciones que
son sustancialmente diferentes.

Finalmente, diremos que la expresión norma indisponible, también muy usada en el ámbito laboral
como equivalente de norma imperativa, debe ser igualmente rechazada por incorrecta y
antijurídica, y por las mismas razones que expusimos para descartar la locución norma
irrenunciable. Téngase en cuenta que la renuncia a los derechos no constituye más que una
especie dentro del género de los actos dispositivos y que, como dijimos, solo puede disponerse de
los derechos y no de las leyes, por lo que resulte jurídicamente incorrecto hablar de norma
disponible o indisponible.

11. B) Clasificación. a) Normas imperativas-dispositivas. En derecho general, siempre se consideró


a todas las normas imperativas como un límite infranqueable para la autonomía de la voluntad, y
que los derechos que atribuían no se podían modificar, sea que se trate de aumentarlos o
disminuirlos. Al aumentar la intervención del Estado en las relaciones privadas —a comienzos del
siglo XX— se dictaron leyes destinadas a proteger al trabajador, las que presentaban la
particularidad de ser imperativas (obligatorias) si se trataba de disminuir los derechos que
acordaban y dispositivas (no obligatorias) si se trataba de aumentarlos, consagrándose así mínimos
imperativos que solo permite a las partes del contrato laboral establecer mayores beneficios para
el trabajador a través de acuerdos individuales o colectivos (comp. arts. 7 y 13, LCT y art. 7°, ley
14.250) (11).

A pesar de esta evolución legislativa, nuestra doctrina general siguió y sigue sin dar un tratamiento
diferenciado a esta clase de normas, a las que siempre se las ha considerado y estudiado como
imperativas. La doctrina extranjera, en principio, tampoco ha efectuado ninguna distinción al
respecto, aunque algunas veces las ha individualizado como semiimperativas. Por el contrario, la
doctrina laboral ha destacado y distinguido ésta clase de normas imperativas, asignándole
diferentes nombres: se denomina a las normas imperativas tradicionales (obligatorias en ambos
sentidos) como de orden público absoluto, o de orden público general, o de imperatividad
absoluta, por contraposición a las otras normas imperativas (obligatorias para la baja pero no para
la suba) que se las individualiza como de orden público relativo, o de orden público laboral o de
imperatividad relativa, respectivamente (12).

Consideramos que estas designaciones son erróneas y sólo inducen a confusión en esta materia
controvertida, por lo que nos parece necesario efectuar las aclaraciones pertinentes. En nuestra
opinión, deben ser desechadas las denominaciones tan comunes de nuestra doctrina de orden
público absoluto/relativo y orden público general/laboral por cuanto plantean la cuestión a un
nivel que no corresponde, ya que no se trata de clasificar el orden público sino de distinguir los
diferentes grados de imperatividad de las normas, imperatividad que, como se sabe, es solo uno de
los efectos que produce el orden público (párr. N° 5). En realidad las denominaciones que
criticamos son consecuentes con el error en que incurre parte de la doctrina al equiparar el orden
público con la imperatividad de las normas, según se destacó anteriormente (párr. N° 1, a) (13).

Por su parte, la clasificación propuesta de normas imperativas en absolutas y relativas, muy


empleada por la doctrina laboral nacional y extranjera, a nuestro juicio es imprecisa y equívoca. El
criterio diferenciador resulta erróneo por cuanto se basa en un mayor grado de imperatividad de la
norma (en la absoluta) y uno menor (en la relativa); esto es, que en un caso la norma producirá
efectos jurídicos más intensos que en el otro. Pero esto de ningún modo es así, ya que en el tipo
de norma llamada relativa, la imperatividad tiene igual intensidad y produce exactamente los
mismos efectos jurídicos que en la absoluta, con la única diferencia que en el primer caso esos
efectos se producen en una solo dirección, en un solo sentido, y no en los dos, como sucede en el
segundo supuesto.

Por las mismas razones tampoco nos parece apropiado que a esta categoría especial de normas se
las denomine semiimperativas, como lo propone una importante doctrina extranjera, pues de este
modo pareciera también que sus efectos jurídicos fuesen menos intensos que los de las normas
imperativas, lo cual, según acabamos de ver, de ninguna manera es así.

En nuestra opinión, este tipo de normas constituye una categoría especial perfectamente
diferenciada, ya que no son imperativas ni dispositivas exclusivamente, sino los dos cosas a la vez:
imperativas en un sentido y dispositivas en el sentido contrario, por lo que propiciamos que a éstas
normas se las individualice como imperativas-dispositivas, o viceversa (dispositivas-imperativas).
En consecuencia, a la clasificación tradicional de las normas en imperativas y dispositivas, según
sea su grado de eficacia frente a la voluntad de las personas, se deben agregar, como un tercer
género, las normas imperativas-dispositivas.

También nos parece apropiado que a éstas normas imperativas-dispositivas se las individualice
como imperativas unilaterales o unidireccionales (en vez de imperativas relativas o
semiimperativas), en cuanto proyectan la imperatividad en un solo sentido y son dispositivas en la
dirección contraria, para distinguirlas así de las bilaterales o bidireccionales (en vez de
imperativas absoluta), que producen sus efectos en ambas direcciones. Estas denominaciones
eliminan la posibilidad de imaginar que ambas clases de normas imperativas tienen diferente grado
de obligatoriedad, a la vez que resalta que la clasificación se basa solamente en que las
consecuencias jurídicas de dicha imperatividad —que siempre son las mismas— se generan en
ambas direcciones (imperativas bilaterales o bidireccionales) o bien en una sola (imperativas
unilaterales o unidireccionales).

12. b) Normas imperativas unilaterales, limitadas e ilimitadas. La evolución del derecho es


constante, y ha sido nuevamente en el ámbito laboral donde se ha producido, en los últimos años,
la aparición de un nuevo tipo de normas, parecidas a las imperativas unilaterales pero que a su vez
son diferentes, y cuyo análisis efectuaremos ahora.

Como se anticipó, las normas laborales son imperativas si se trata de disminuir los derechos que
otorgan al trabajador (su mejoramiento si está permitido), de modo que ni la autonomía colectiva
(convenios colectivos) ni la individual (acuerdo de las partes) podrían establecer condiciones
inferiores a las establecidas por la ley (normas imperativas-dispositivas o imperativas unilaterales).
A partir de la crisis económica mundial desatada en la década de los setenta, en diversos países se
inició una tendencia a atenuar las rigideces que presentaban las leyes laborales —la llamada
"flexibilización"—, y una de las técnicas empleadas por el Estado fue la de eliminar, en ciertos
casos, la imperatividad de las normas respecto de la autonomía colectiva, a la que se reconoció la
facultad de actuar libremente, sin ninguna limitación legal.

Fue así como en determinadas situaciones se autorizó que los convenios colectivos establecieran
condiciones de trabajo menos favorables que las fijadas por la ley, lo que significaba que ésta
última dejaba de ser imperativa y pasaba a ser dispositiva respecto de la autonomía colectiva,
pero continuaba siendo imperativa con relación a la autonomía individual, o sea a los acuerdos que
podían celebrar los trabajadores directamente con su empleador (14).

Como puede apreciarse, nos encontramos ante una nueva categoría de normas imperativas
unilaterales, diferentes a las conocidas hasta ahora, ya que la imperatividad no tiene alcance
general, como sucede habitualmente (para la autonomía individual y colectiva), sino que queda
limitada solo a la autonomía individual, la que por lo tanto no puede establecer condiciones que
disminuyan los beneficios establecidos por la ley, lo que si pueden hacer los convenios colectivos,
para los cuales la norma ha pasado a ser dispositiva.

En otros términos, en este tipo de normas la imperatividad se proyecta en una sola dirección —no
se pueden disminuir los derechos pero si superarlos—, como es propio de las normas imperativas
unilaterales, pero a diferencia de estas últimas esa proyección no es general sino limitada. En el
ejemplo dado rige para la autonomía individual, pero no para la colectiva.

Como se dijo, esta nueva clase de normas se ha dictado en los últimos años en diversos países y
también en el nuestro, aunque en menor medida, quedando comprendidas en la mal denominada
"disponibilidad colectiva" (p. ej. arts. 90 a 93, ley 24.467). La doctrina laboral ha destacado las
características especiales de éstas normas, individualizándolas como "norma legal derogable vía
autonomía colectiva" (Rodríguez Piñero), o bien como "norma legal semiimperativa derogable por
la autonomía colectiva" (Kahn-Freund, Giugni) (15).

Corresponde ahora individualizar este tipo de normas, para lo cual conviene efectuar una
subclasificación de las normas imperativas unilaterales, de las cuales son una variante, como ya se
dijo. Proponemos que las normas imperativas unilaterales comunes que proyectan su imperatividad
en una dirección determinada, sin ningún acotamiento, sean designadas unilaterales ilimitadas, y
se llame unilaterales limitadas a este nuevo tipo de normas cuya imperatividad unilateral está
recortada, como en el caso de las normas laborales que acabamos de analizar (imperativas para la
autonomía individual pero dispositivas para la autonomía colectiva).

A continuación presentamos un cuadro sinóptico de los diferentes tipos de normas imperativas,


elaborado en base a nuestras propuestas sobre el tema:
13. c) Normas imperativas positivas y negativas. Esta clasificación se efectúa teniendo en cuenta
el contenido del precepto obligatorio. Las normas imperativas serán positivas cuando ordenan
forzosamente una determinada conducta, pasando a integrar el contenido del contrato de pleno
derecho, sin tener en cuenta la voluntad de las partes. Sería, p. ej. el caso de la norma de un
convenio colectivo que disponga que el trabajador deba percibir una remuneración de $ 2.000
mensuales; si las partes acuerdan un salario inferior, la cláusula convenida sería nula y el contrato
pasará a regirse directamente por la norma imperativa, de modo que el salario del trabajador será
de $ 2.000 mensuales.

A esta clase de normas imperativas positivas se refiere el art. 13 de la LCT cuando dispone que las
mismas sustituirán de pleno derecho, esto es automáticamente, a las cláusulas del contrato de
trabajo que perjudiquen al trabajador. De este modo el mencionado art. 13 impone a las cláusulas
que violen las normas imperativas la sanción de nulidad absoluta, la que tiene tal intensidad que
opera automáticamente, aunque la nulidad no haya sido juzgada (comp. art. 1038, Cód. Civil), lo
que constituye un efecto prácticamente desconocido en el derecho general, en cuyo ámbito casi
no se concibe que un acto pueda carecer de validez si la nulidad no ha sido declarada por los
jueces.

En cambio, las normas imperativas serán negativas cuando se limitan a prohibir una conducta pero
sin consagrar un precepto que sustituya a lo acordado por las partes (no pasa a reglar
determinados aspectos del acuerdo). Si p. ej. la norma de un convenio colectivo dispone que en
caso de descenso de categoría "no podrán rebajarse los salarios de los obreros" (comp. art. 8°,
convenio 349/75), la cláusula que consagre una rebaja prohibida será también pasible de una
nulidad absoluta por constituir un acto prohibido por la ley o convenio (arts. 18, 21, 953 y conc.
del Cód. Civil; y arts. 7°, 44 y conc. de la LCT). Pero como la norma imperativa infringida no es
preceptiva sino prohibitiva, en este supuesto no existirá sustitución automática de normas —como
en el caso anterior— sino que la cláusula que rebaja el salario carecerá de todo valor, y las partes
se continuarán rigiendo por las cláusulas contractuales anteriores (queda plenamente vigente la
remuneración que gozaba el trabajador con anterioridad a la rebaja prohibida).

14. C) La imperatividad en el ámbito laboral. a) Distintas clases. No se discute la importancia que


tiene en nuestra disciplina el hecho de que la norma laboral sea imperativa, por constituir el
medio más idóneo a que acude el Estado para evitar que el empleador pueda imponer su voluntad
sobre la del trabajador, aprovechando su mayor poder de negociación (se prohíbe disminuir las
beneficios que dichas normas consagran). Por eso tampoco se discute que exista una regla general
en derecho del trabajo que considera que, en principio, todas las normas laborales son
imperativas, salvo que de las mismas, de un modo expreso o implícito, surgiera lo contrario. Este
principio fue aceptado desde siempre en el derecho del trabajo como una característica propia y
especial, incluso antes de que en nuestro país tuviera recepción expresa en la LCT (arts. 7°, 13 y
conc.), mientras que en el derecho privado rige el principio contrario, el de la no imperatividad de
las leyes (16).

Si bien la gran mayoría de las normas laborales son, como se dijo, imperativas-dispositivas, o si se
quiere unilaterales o unidireccionales en tanto su imperatividad se proyecta solo en una dirección
determinada (prohíben disminuir los beneficios otorgados al trabajador, pero no aumentarlos),
también existen en el ámbito laboral, si bien como excepción al principio, las otras clases de
normas imperativas a que antes se hizo referencia (párr. N° 11 y 12).

Por un lado tenemos las normas imperativas tradicionales, que podemos llamar también bilaterales
o bidireccionales, ya que las partes no pueden modificar su contenido ni en un sentido ni en otro,
cuyo ejemplo típico lo constituye el plazo de prescripción laboral de dos años, el cual no puede ser
extendido aunque ello favorezca al trabajador (art. 256, LCT; tienen el mismo carácter
(imperativas bilaterales) p. ej., las normas contenidas en los arts. 38-44 de la LCT, que regulan
aspectos de los servicios ilícitos o prohibidos).

Por otro lado también pueden existir —siempre como excepción— las normas imperativas que
hemos individualizados como normas unilaterales limitadas, y que constituyen una especie de las
normas unilaterales cuya imperatividad está recortada, en cuanto son imperativas para la
autonomía individual, pero dispositivas para la autonomía colectiva (párr. N° 12). Un ejemplo
típico en nuestro derecho lo constituyen las normas contenidas en los arts. 90 a 93 de la ley
24.467.

Finalmente, diremos que en nuestra disciplina también existen algunos casos de normas no
imperativas, o sea dispositivas o supletorias, que tratan cuestiones que quedan libradas a la
autonomía de la voluntad, como ser, por ej., las contenidas en los arts. 167 y 236, 2° párr., de la
LCT.

15. b) Efectos de la imperatividad. Como señalamos anteriormente, mediante la imperatividad se


asigna a una persona un determinado derecho de un modo obligatorio, por lo que cualquier acto
que ella celebre para evitar esa atribución (los llamados "negocios liberatorios") siempre será
inválido y pasible de una nulidad absoluta por encontrarse comprometido el orden público (art. 21,
Cód. Civil), de modo que no evitará que ese derecho nazca y se incorpore de un modo pleno al
patrimonio del trabajador (párr. N° 5). A su vez, ese negocio liberatorio prohibido puede ser
bilateral (cuando existe acuerdo de partes) o bien unilateral (p. ej. la renuncia anticipada del
potencial beneficiario) (17).

Ahora bien, cuando la norma imperativa asigna un determinado derecho, este constituirá un
simple derecho futuro (en expectativa, condicionado o eventual) hasta que se produzca el
supuesto de hecho previsto por la norma, o sea el acto o hecho cuyo acaecimiento determinará
que ese derecho en expectativa se convierta en pleno y perfecto, incorporándose al patrimonio de
su destinatario como un derecho adquirido.

Demos un ejemplo: es sabido que en el ámbito laboral la norma imperativa asigna numerosos
derechos al trabajador que este incorporará a su patrimonio, como plenos y perfectos, recién
cuando se produzcan los supuestos de hecho contemplados por dicha norma para que se efectivice
esa adquisición; p. ej. que el trabajador se enferme, se cumplan las condiciones necesarias para
gozar de las vacaciones pagas, la mujer quede embarazada o el trabajador sea despedido sin
causa.

Por último, dijimos también que una vez nacido el derecho cesan los efectos de la imperatividad,
ya que se habrá cumplido entonces plenamente el fin perseguido por la norma imperativa, que es
precisamente que el destinatario adquiera el derecho asignado. De igual modo, una vez nacido el
derecho recién entonces se plantea la posibilidad de que su titular pueda renunciarlo, lo que en
principio podrá hacerlo salvo que ese derecho sea irrenunciable por encontrarse interesado el
orden público (art. 872, Cód. Civil) o por así disponerlo una norma expresa, como ocurre en el
derecho del trabajo en virtud de lo dispuesto por el art. 12 de la LCT. Las cuestiones que plantea
la renuncia de derechos del trabajador las pasamos a estudiar a continuación con más
detenimiento.

(1) Orden público, Ed. Astrea, año 1993, p. 1 y sigtes.


(2) Véase nuestra obra citada en la nota anterior, p. 53.

(3) Para una completa reseña de las diferentes definiciones de orden público laboral, me remito a
la obra de GARMENDÍA ARIGON, Orden Público y Derecho del Trabajo, Ed. Fundación de Cultura
Universitaria, 2001, Montevideo, Uruguay, p. 81 y sigtes.

(4) "De tal modo se puede conceptualizar el orden público laboral como el conjunto de normas
imperativas (de ley o convenios colectivos) que se imponen a la voluntad de las partes en tanto
éstas no establezcan condiciones más favorables al trabajador" (FERNANDEZ MADRID, Juan Carlos,
Tratado Práctico de Derecho del Trabajo, 3ª ed., LA LEY, año 2007, tomo I, p. 590). En el mismo
sentido se pronuncia TOSCA, Diego: "A partir de ello es dable sostener que imperatividad de la
norma y orden público en derecho del trabajo son conceptos equivalentes" (Tratado de Derecho
del Trabajo dirigido por M. Ackerman, Ed. Rubinzal Culzoni, año 2005, T. i., p. 454). Con algunas
variantes, véase también RAMIREZ BOSCO, Luis, Ley de Contrato de Trabajo dirigida por J.
Rodríguez Mancini, Ed. La Ley, año 2007, T. I., p. 353).

(5) GARMENDÍA ARIGON, ob. cit. en la nota 3, ps. 135 y 149.

(6) Suprema Corte de Buenos Aires, sent. del 19/2/74, DT, 1974-722. Al comentar dicho fallo,
FERNANDEZ GIANOTTI, Enrique, se pronuncia en el mismo sentido: el orden público laboral "es un
orden que favorece la evolución hacia una mayor justicia social, impulsando el desenvolvimiento
de las relaciones humanas en tal orientación" (La ampliación voluntaria de la ley 9688 y el orden
público, DT, 1974-722) conf. GARCIA MARTINEZ, Roberto, Derecho del Trabajo y de la Seguridad
Social, Ed. Ad Hoc, año 1998, p. 315.

(7) En nuestro país se planteó una cuestión similar con las primeras leyes laborales, las que, salvo
alguna excepción, como ser la ley 9688 de accidentes de trabajo (art. 13), atribuían
imperativamente derechos al trabajador, pero no hacían ninguna referencia a su irrenunciabilidad.
A pesar de esta omisión, nuestra doctrina y jurisprudencia, tanto civil como laboral, se adhirió a la
postura antes mencionada, según la cual la irrenunciabilidad deriva necesariamente de la
imperatividad, por lo cual el trabajador no podía renunciar validamente a los derechos adquiridos.
Situación que subsistió hasta el dictado de la LCT, la que receptó expresamente el principio de
irrenunciabilidad de los derechos adquiridos (art. 12), (véase nuestra obra citada en nota 1, p. 77,
esp. nota 11; e infra, nota 20).

(8) En nuestro país también se han dictado leyes de orden público que han disminuido muchos de
los derechos ya reconocidos al trabajador, como sucedió con la ley de facto N° 21.297, la que ha
introducido numerosas modificaciones in peius a la LCT original, ley 20.744.

(9) Cuando la doctrina alude a la mal llamada renuncia de leyes, en realidad se está refiriendo a la
renuncia de los derechos futuros (o eventuales) atribuidos por la norma imperativa y que todavía
no se han incorporado al patrimonio al trabajador (renuncias previas o anticipadas) véase infra,
párr. 18.

(10) Invalidez del acuerdo que modifica condiciones esenciales del contrato en perjuicio del
trabajador, DT, 1999-a-997 espec. nota 15. Cabe agregar que la confusión a que se alude en el
texto no nace de un capricho de la doctrina sino del mismo Código Civil, que receptando una
doctrina tan antigua como impropia, alude expresamente a la renuncia a las leyes (art. 19), a la
vez que acude al mismo término para referirse —ahora correctamente— al acto extintivo renuncia
de derechos, ampliamente reglamentado en el mismo cuerpo legal (arts. 868 y sigtes.).

(11) Con posterioridad el Estado dictó esta clase de normas (imperativas-dispositivas) más allá del
ámbito laboral, para proteger a personas que por diversas circunstancias se encontraban en una
situación de inferioridad en la negociación, como fue el caso de los locatarios, asegurados,
transportados, consumidores, etc.

(12) Comp. LOPEZ, Justo, en la obra con Centeno y Fernández Madrid, Ley de Contrato de Trabajo
Comentada, 1ª ed., T. I, p. 73; TOSCA, Diego, ob. cit. nota 4, I-455.
(13) Según lo señalamos en su oportunidad, nosotros receptamos la clasificación de orden público
absoluto y relativo pero sobre bases distintas, teniendo en cuenta no el grado de imperatividad
sino la intensidad de los efectos jurídicos que se derivan del orden público (párr. N° 6)

(14) En otra ocasión estudiamos este novedoso fenómeno de las relaciones laborales colectivas, al
cual nos remitimos (de la Fuente, Estudio de derecho comparado acerca de la intervención del
Estado en la negociación colectiva, LA LEY, 1995-B, 1419). Allí señalamos, entre otros conceptos,
que "la conversión de normas imperativas en dispositivas, y el consecuente otorgamiento de
amplios poderes a la autonomía colectiva, constituye la técnica más extrema y audaz a que ha
acudido el Estado para flexibilizar el rígido garantismo legal, en búsqueda de soluciones más
elásticas y adecuadas a los cambios económicos y sociales que en los últimos veinte años han
hecho entrar en crisis el modelo tradicional de relaciones laborales".

(15) Comp. GARCIA PERROTE, Ignacio, Ley y autonomía colectiva, Madrid, 1987, p. 326 y sigtes.;
GIUGNI, Gino, Il diritto del lavoro negli anni 80, Giornale di Diritto del Lavoro e di Relazioni
Industriali, N° 15, 1982, p. 396.

(16) Como anticipamos, en doctrina se incluye —erróneamente a nuestro juicio— el principio de


imperatividad de las normas dentro de una expresión más amplia (principio de irrenunciabilidad)
que incluye dos instituciones diferentes, como son la mal llamada irrenunciabilidad de las normas
y el de irrenunciabilidad de los derechos adquiridos (párr. N° 10)

(17) Por efectuarse antes de que se perfeccione y nazca el derecho, a esta clase de renuncias se
las conoce también con el nombre de renuncias anticipadas, previas, preventivas o ex ante.

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