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metafísica a la política
Edith Negrín
Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM
—¿No hay tal carta, verdad?— preguntó como si su voz fuera una
racha de viento doloroso.
Entonces él permaneció fírmente callado, con el corazón lleno de
pavor y soledad, pues si dijese las cosas como eran ya nada le
quedaría en el mundo (135).
[Bautista] se volvió hacia todos los presentes con una expresión llena
de angustia y dt jufrimiento que, por no haberla sospechado en él, ni
habérsela supuesto los hizo temblar, como si temieran que de súbito
pronunciase las palabras prohibidas acerca de Bandera, y que nadie,
excepto Julia quería escuchar...
“Lo de la niña”. Era un circunloquio pudoroso, un modo elusivo de
no llamar las cosas por su nombre, con el temor de que esto fuera a
causarles más dolor o fuera a debilitarlos en su necesidad de ser
fuertes y de no tener consideración alguna para sufrimientos de índole
personal, ajenos a la causa (Los días, 64).
En ambos casos se trata de algo que todos saben pero que han
decidido tácitamente callar pues, de decirlo, la ficción en que
se sustentan sus vidas quedaría destruida. Así, en el relato, la
certeza de obtener el empleo permite sobrevivir en la miseria
al escribiente y su familia. Y en la novela, el mundo de entrega
a una causa que —como evidencia la trama— cercena los
sentimientos y la vida individual se sostiene entre otras cosas,
por un cerco de palabras que pueden o no decirse.
De especial interés para este tema es el relato La palabra
sagrada (Dormir en tierra), en el que el autor lleva a su
culminación el planteamiento. La versión mecanografica del
cuento, correspondiente a 1953, tenía el título de “Las pala
bras sagradas” —informan los editores de las Obras comple
tas de Revueltas— y se iniciaba con el siguiente epígrafe de
Pascal:
El Angel del tiempo miró con pena profunda a esta culpable esfera,
cuya muerte parecía ser la más amarga de todas...la yema del índice
roturó el polvo de ese planeta, llamado Tierra por sus antiguos
habitantes, y con la palabra sagrada, bajo el inocente dedo del ángel,
brotaron aquellos nombres increíbles: Roma, Jerusalén, Singapur,
aquellos nombres que no decían nada pero que, resucitados del polvo,
estaban dispuestos otra vez a vivir y a poblarse de sus enloquecidos
animales (28-29).