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José Revueltas y las palabras sagradas: de la

metafísica a la política
Edith Negrín
Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM

Lo religioso es uno de los centros generadores en la obra


literaria de José Revueltas; asume varios significados y tiene
que ver con diversos niveles narrativos.
Este autor hace explícito uno de estos significados ,
consciente y racional, en la voz del narrador de su segunda
novela El luto humano (1943), a propósito de uno de los
personajes, el sacerdote: “lo religioso tenía para su iglesia un
sentido estricto y literal: religare, ligarse, atarse” (El luto,
29). En el contexto de la trama queda claro que este “religar”
se refiere más a establecer nexos solidarios entre los hombres
que a su relación con entidades trascendentes. En este sentido
lo religioso tiene, a lo largo de las novelas y relatos de
Revueltas una connotación positiva.
Otro camino que apunta al esclarecimiento de la función
de lo religioso en la narrativa revueltiana, es la dinámica
intertextual entre esta narrativa y la Biblia, evidente desde los
títulos de sus libros. Ya en su madurez, Revueltas expresó a
la periodista Margarita García Flores su deseo de reunir su
novelística bajo el nombre de Los días terrenales (Entre
lúcidos).
Se encuentra asimismo en la obra del narrador Revueltas
ese aspecto fundamental de la religiosidad que es la experien­
cia de lo sagrado. Experiencia ésta irracional, como ha afir­
mado Mircea Eliade; lo sagrado se manifiesta como una
realidad de un orden diferente al de las realidades naturales,
y que el lenguaje se reduce apenas a sugerir (Lo sagrado, 18).
Así para Revueltas el trance de la agonía, por ejemplo, tiene
un carácter sagrado y por ende inexpresable, como se men­
ciona más adelante.
La religiosidad del escritor atañe en forma privilegiada a
las palabras. Esta temática se enmarca dentro de una reflexión
sobre el poder del lenguaje que está, en forma fragmentaria,
diseminada por las narraciones. Así por ejemplo, en El luto
humano se menciona la fuerza de las palabras dichas en el
caso de la guerra cristera: los llamados al levantamiento
campesino se transforman en acción:
—Quieren crucificar otra vez a Jesús— dijo el cura, y una sordera,
una cosa fría e irremediable respondió a sus palabras.
He aquí las palabras que después se tornan sangre y fuego y llanto.
Nacen, no son nada, apenas un pequeño, inconsciente esfuerzo pul­
monar, pero cuando entran en el hombre se endurecen y cobran su
tributo. Se fueron los hombres al monte y el cura se escondió para
oficiar en secreto por las noches. (77; los subrayados en los ejemplos
son míos, EN).

En el relato “El lenguaje de nadie” —Dormir en tierra


(1960)—, el protagonista, el indígena Carmelo, hereda un
trozo de tierra de la dueña de la hacienda, a quien había
servido. Al poco tiempo es despojado de su propiedad por los
parientes de la difunta que lo engañan abusando de su igno­
rancia. En esta narración el uso imperfecto de la lengua de los
hacendados dominantes simboliza la marginación del indíge­
na; la imposibilidad de comunicación retroalimenta su impo­
tencia ante las injusticias que padece. Carmelo solamente
puede comunicarse con “el tonto de la hacienda”, aún más
desvalido que él mismo:
Con el Tiliches sí era posible entenderse, pese a estar sordo y mudo,
pero tan sólo porque los dos hablaban el lenguaje de nadie. (Dormir,
92).

Hay pues, varios momentos en el corpus narrativo revueltiano


en los que se insiste en el uso de la palabra como sinónimo
de poder. Y dentro de esta problemática, tiene especial interés,
la tematización sobre las palabras no dichas, que ramifica por
cuentos y novelas, y entronca con la religión. Se trata de
palabras que el autor llama “sagradas”; palabras que suelen
silenciarse porque si se dicen pueden cambiar el curso de los
acontecimientos; palabras que descubren otra realidad.
Por ejemplo, en El luto humano, en dos ocasiones, el cura
está a punto de decir el nombre de Adán, el asesino mercenario
de la novela, y se abstiene de hacerlo. Uno de ellos es el
instante previo a su muerte:

Un golpe de viento lo hizo tragar agua en gran cantidad. Era preciso


gritar una palabra expiatoria, la misma que antes intentara gritar
junto a Ursulo y sus compañeros. “¡Adán!”, pensó decir entonces.
Pero se recostó blandamente para desaparecer en el agua. (80)

La misión del nombre de Adán, personaje negativo, modelado


sobre el mito bíblico de Caín, tiene una razón de ser en la
dinámica de las relaciones entre los personajes; pero significa
también que este nombre es la palabra sagrada de la novela.
Sugiere el reconocimiento, por parte del narrador, de que,
pese a su voluntad, los seres humanos se asemejan más a
Adán-Caín que a Natividad, el personaje positivo modelado
sobre la imagen de Cristo.
En el cuento “Verde es el color de la esperanza” (Dios en
la tierra, 1944), un escribiente desempleado espera a diario
una carta que le informará de su nombramiento en una oficina
del gobierno. El, la esposa, los hijos, hablan de la carta como
un consuelo de sus penurias, hasta que un día ella intuye la
verdad:

—¿No hay tal carta, verdad?— preguntó como si su voz fuera una
racha de viento doloroso.
Entonces él permaneció fírmente callado, con el corazón lleno de
pavor y soledad, pues si dijese las cosas como eran ya nada le
quedaría en el mundo (135).

El silenciamiento de las palabras sobre la verdadera situación


se presenta también en Los días terrenales (1949), la tercera
novela del autor. Aquí muere una hija pequeña, Bandera, hija
de una pareja de militantes comunistas en la clandestinidad,
Julia y Fidel. Ni los padres de la niña ni sus compañeros se
atreven a mencionar el hecho de que ella había muerto de
hambre; como piensa uno de ellos —Bautista— “de pura
desnutrición”:

[Bautista] se volvió hacia todos los presentes con una expresión llena
de angustia y dt jufrimiento que, por no haberla sospechado en él, ni
habérsela supuesto los hizo temblar, como si temieran que de súbito
pronunciase las palabras prohibidas acerca de Bandera, y que nadie,
excepto Julia quería escuchar...
“Lo de la niña”. Era un circunloquio pudoroso, un modo elusivo de
no llamar las cosas por su nombre, con el temor de que esto fuera a
causarles más dolor o fuera a debilitarlos en su necesidad de ser
fuertes y de no tener consideración alguna para sufrimientos de índole
personal, ajenos a la causa (Los días, 64).

En ambos casos se trata de algo que todos saben pero que han
decidido tácitamente callar pues, de decirlo, la ficción en que
se sustentan sus vidas quedaría destruida. Así, en el relato, la
certeza de obtener el empleo permite sobrevivir en la miseria
al escribiente y su familia. Y en la novela, el mundo de entrega
a una causa que —como evidencia la trama— cercena los
sentimientos y la vida individual se sostiene entre otras cosas,
por un cerco de palabras que pueden o no decirse.
De especial interés para este tema es el relato La palabra
sagrada (Dormir en tierra), en el que el autor lleva a su
culminación el planteamiento. La versión mecanografica del
cuento, correspondiente a 1953, tenía el título de “Las pala­
bras sagradas” —informan los editores de las Obras comple­
tas de Revueltas— y se iniciaba con el siguiente epígrafe de
Pascal:

Tanto me da que se me diga que me he servido de palabras antiguas.


Como si los mismos pensamientos no formaran, por una diferente
disposición, el cuerpo de un discurso distinto, al igual que las mismas
palabras forman distintos pensamientos por su diferente disposición
(Dormir, 131).

En la versión final Revueltas suprimió la cita, pero conservó


en el título el adjetivo “sagrada”, que envuelve el argumento
profano de la trama y lo enlaza con el universo de Pascal.
En el relato La palabra..., Alicia, una adolescente de la
clase media mexicana, es sorprendida en el diván de la escuela
con su novio Andrés, con el que desde tiempo atrás mantenía
relaciones sexuales. Los jóvenes son descubiertos por el
profesor Mendizabal quien induce al novio a escapar y, por
causas no aclaradas, asume la culpabilidad de haber violado
o seducido a Alicia. El profesor es entonces expulsado del
colegio y toda la gente que rodea a la joven actúa como si ella
hubiera sido la víctima de un accidente, “como si la hubiera
atropellado un tranvía” (Dormir, 24).
En los momentos previos a los hechos mencionados,
cuando Alicia espera a su novio en el desván, se siente como
“el Angel del tiempo” (28); y escribe, sobre el polvo de un
viejo globo terráqueo, las palabras que adquieren un carácter
de sagradas en tanto reveladoras de la relación entre los
adolescentes. Ella escribe “Amor, Andrés”; el narrador des­
cribe así la acción:

El Angel del tiempo miró con pena profunda a esta culpable esfera,
cuya muerte parecía ser la más amarga de todas...la yema del índice
roturó el polvo de ese planeta, llamado Tierra por sus antiguos
habitantes, y con la palabra sagrada, bajo el inocente dedo del ángel,
brotaron aquellos nombres increíbles: Roma, Jerusalén, Singapur,
aquellos nombres que no decían nada pero que, resucitados del polvo,
estaban dispuestos otra vez a vivir y a poblarse de sus enloquecidos
animales (28-29).

La conducta del profesor es poco comprensible en el contexto


del relato; se comprende mejor dentro del marco de las obras
literarias completas del autor, en donde hay varios personajes
que ostentan semejante vocación expiatoria, deseosa de asu­
mir la culpa ajena. Mendizábal no puede salvar de sus culpas
al planeta tierra, pero puede al menos exculpar a los adoles­
centes. A este fin, lo primero que hace es borrar con la manga
del saco lo escrito en el polvo: “si aquellas palabras eran
descubiertas, ambos, Andrés y Alicia, serían expulsados del
Instituto, dijo con aire vago” (30).
Así, una vez fracasado el acto del Angel “que intentó
revivir con la palabra sagrada un mundo muerto para siem­
pre” (30), el amor queda borrado de la tierra en ésta como en
casi todas las restantes narraciones de Revueltas. Eliminado
el amor, Alicia va a moverse en un mundo de simulación; su
palabra sagrada va a ser otra, la que le dice su tía en el
desenlace del relato:
—Llora, hija mía, descarga tu alma: a mí no me engañas. ¡Llora,
pequeña puta desvergonzada, llora que yo no te traicionaré!
Alicia sonrió con cierta alegría casi involuntaria. Sobre toda la
superficie de la tierra, la única capaz de descubrir con una sola mirada
su secreto era la tía Ene, la tía Enedina, la viuda legítima, quien había
pronunciado por fin a su oído la palabra justa, una de las cuantas
palabras sagradas que tiene el lenguaje humano para expresarse
(34).

El ingreso de Alicia en la legitimidad de su clase social se


señala justo en la complicidad, en el aprendizaje de lo que es
conveniente, o no, decir.
José Revueltas había iniciado una novela llamada Las
palabras sagradas, de la que surgió el relato. Recientemente,
unos borradores de esta novela han sido publicados, en el
volumen de inéditos de las Obras completas (Las cenizas,
107). Se trata de dos versiones inacabadas, que guardan
mucha similitud con el cuento; si bien en ellas los hechos se
narran desde la perspectiva del profesor Mendizábal. El inte­
rés de estos fragmentos es que, con independencia de la
anécdota, el mecanismo de las palabras prohibidas es similar,
y éstas son vinculadas explícitamente con las Sagradas Escri­
turas.
En estos fragmentos, la palabra sagrada es la que dirige
al profesor su esposa, “cerdo” (Las cenizas, 108). Se dice que
“Natalia había pronunciado la palabra sagrada de las Escritu­
ras” (123). Al planteamiento subyacente de que cada quien
tiene su palabra sagrada, corresponde la explicación “cada
quien tiene su Escritura, su Sagrada Escritura, y cada quien
es su propio testigo, el propio testigo de su Escritura y debe
testimoniar” (117).
Las palabras omitidas pueden referir a un sentimiento de
lo sagrado en sentido amplio, como intuición de una trascen-
dencia “revelación de la potencia divina”, dice Mircea Eliade
(Lo sagrado, 2). Por ejemplo, en el caso de la experiencia
agónica, que implica el acceso a otra realidad. En el cuento
La frontera increíble (Dormir en tierra, un hombre se encuen­
tra moribundo y sus parientes, infructuosamente, “esperaban
su palabra, la que él no quería pronunciar” (39) porque estaba
entrando en otro mundo.
Las palabras sagradas operan asimismo en la vida cotidia­
na, como en los casos del escribiente que aguarda la carta, los
padres de la niña muerta, Alicia o el profesor Mendizábal.
Las sagradas Escrituras están cifradas, requieren interpre­
tación: “ ¡cuanto se deberá estimar...a los que nos descubren
la cifra y nos enseñan a conocer el sentido oculto!”, ha escrito
al respecto Pascal (Pensamientos, 93). Como las Escrituras,
la realidad está también cifrada, sugiere el mismo filósofo
cristiano: “el fin de las cosas y sus principios están para el
hombre invenciblemente escondidos en un secreto impene­
trable” (77).
Tal vez Revueltas no hubiera suscrito el adjetivo “impe­
netrable” de la afirmación pascaliana, pero sin duda compar­
tía la concepción de la realidad cifrada. Todo lo aparente no
es sino un signo —y el símbolo es una especie de signo— que
requiere interpretación. La información que los sentidos hu­
manos entregan necesita de una hermenéutica que permita
descubrir lo esencial. Y en este proceso, algunas palabras, en
determinadas situaciones, juegan un papel clave: si se silen­
cian se mantienen sagradas, si se expresan se desacralizan,
horadan la apariencia y la develan.
La concepción de la realidad cifrada, que él conjuga con
la de las palabras sagradas, tiene para Revueltas un aspecto
metafísico y una función política.
Hablo de un aspecto metafísico porque el pensamiento del
escritor mexicano, al toparse continuamente con los límites
de lo racional e intuir una vaga trascendencia, emparienta no
sólo con Pascal, sino con algunos de los existencialistas
cristianos de este siglo, por ejemplo Karl Jaspers. Este filóso­
fo también concibe la realidad como algo cifrado; para él el
mundo empírico, la naturaleza, el hombre mismo, no son sino
cifras, signos que revelan la divinidad, trazos de Dios (Ga­
briel Marcel, 410-418). José Revueltas no llega a los extre­
mos de Jaspers y, por supuesto, no propone un sistema
filosófico, pero se aproxima de manera innegable al exis-
tencialismo cristiano, sobre todo a través de uno de sus
precursores, León Chestov.
El filósofo marxista Norberto Bobbio, en 1944 criticaba
la metafísica de Jaspers tachándola, entre otras cosas, de
romántica (El existencialismo, 41). Y sin embargo, si bien
dentro de una concepción materialista, que intenta despojarse
de toda metafísica, para el marxismo también la realidad
aparente está cifrada; también la realidad oculta, y a la vez
indica, zonas donde reside lo esencial. La concepción de la
ideología como falsa conciencia, postulada por Marx y En-
gels en La ideología alemana, por ejemplo supone un enmas­
caramiento de la realidad que hay que disipar en un proceso
de cambio social. El marxismo es, pues, una hermenéutica
que, en poder de los agentes sociales idóneos, permite sub­
vertir las versiones falsas de lo real.
A partir de esta concepción del marxismo, la dinámica de
las palabras sagradas tiene una coherente traducción política
en las proposiciones de Revueltas. Las palabras, ubicadas en
ciertas situaciones históricas concretas, tienen una carga sub­
versiva. Y aquellos que por definición detentan el uso de las
palabras, los escritores, poseen ese poder de subversión que
deciden emplear o bien abstenerse de ello. Lo que en el terreno
religioso sería vocación redentora, por parte de los artistas,
en el político se traduce en conciencia y responsabilidad
social. El escritor apunta esta teoría en un ensayo titulado
Carta de Budapest a los escritores comunistas (Cuestiona-
mientos, 70).
Para entender cabalmente este ensayo, es imprescindible
recordar las circunstancias en que se produjo. La Carta... fue
escrita durante un viaje de Revueltas a Budapest en 1957,
menos de un año después de que la insurrección húngara
contra la burocracia estalinista había sido reprimida (octubre-
noviembre de 1956).
El XX Congreso del Partido Comunista de la Unión
Soviética, que abrió la crítica al estalinismo a principios de
1956, había iniciado una etapa de autocrítica al interior de los
partidos comunistas. Ese mismo año, José Revueltas había
reingresado al Partido Comunista Mexicano, de donde había
sido expulsado en 1943.
Al momento de su viaje a Budapest, Revueltas —autor de
Los días terrenales pero no todavía de Los errores— mante­
nía su antigua confianza en el papel histórico de la URSS en
la construcción del socialismo; papel fundamental que le
permitía justificar, incluso, su intervención en los aconteci­
mientos húngaros. Para el escritor, entonces, los crímenes de
Stalin eran, como ha explicado Andrea Revueltas, “yerros
justificables” (Revueltas en la mira, 93). Es decir, las desvia­
ciones cometidas en el periodo del “culto a la personalidad”
eran errores, que podían corregirse si se efectuaba una sincera
y profunda autocrítica, como la empezada por el XX Congre­
so.
El novelista modificaría posteriormente sus apreciaciones
políticas; pero continuaría sosteniendo la mismo concepción
acerca de las palabras y la responsabilidad de los intelectuales
en los procesos históricos.
Revueltas lleva a un extremo su opinión sobre el poder
del lenguaje recordando una cita de Jean Paul Sartre: “Las
palabras son disparos” (Cuestionamientos, 76). Y explica que
el mayor daño que el estalinismo causó a los intelectuales
comunistas, a quienes el escritor se dirige y entre quienes, por
supuesto, se cuenta, fue minar su capacidad de emplear
libremente las palabras:

Comenzó a existir entre nosotros y en todos los países —cierto, sin


que hubiese nadie que nos colocara una pistola a la espalda, y en suma
esto era lo de menos— esa zona táctica, silenciosamente aceptada de
“lo que no debe decirse” (Cuestionamientos, 73).

Para Revueltas los escritores que, ya fuera por una “razón de


Estado” de la que estuvieran más o menos convencidos, o por
cualquier otra razón, aceptaron esas zonas tabú y se convir­
tieron en sus propios censores, merecen los calificativos de
“cobardes y oportunistas” (71). Dice: “nuestra actividad con­
siste en la palabra, y el hecho es que no supimos hacer uso de
la palabra...traicionamos la palabra” (76).
Cuando el novelista publica Los errores, en 1964, ha
dejado ya de justificar las injusticias y los asesinatos cometi­
dos en nombre de la “razón de Estado”. En la novela, el
personaje Olegario enjuicia, en términos similares a los ex­
puestos en la Carta..., a los comunistas que no se atrevieron
a decir las palabras prohibidas. Ellos, por su silencio, com­
parten la responsabilidad y la culpa de los crímenes estalinis-
tas. Ya el crítico Jorge Rufinelli ha hecho notar que, en Los
errores, la voz central se propone “romper un silencio” (JR.
ficción, 115). En una de las varias reflexiones al respecto,
piensa Olegario:

La conciencia se oscurece y muere...con cada comunista justo que


cae, no en manos del enemigo, sino abrasado por el mismo fuego
criminal —con distinto nombre cada vez desde Giornado Bruno—
en el que unos comunistas lo hacen arder mientras otros disimulan
con su ceguera voluntaria o su silencio cómplice, pues ya su concien­
cia está en pedazos. Para medir, pues, nuestro destino, nos queda
todavía algo que no debemos olvidar: cuando los comunistas callan
—callamos— ante la injusticia propia, ante los crímenes sacerdotales
de los que han hecho del partido una Iglesia y una Inquisición, cuando
guardamos silencio precisamente en este tiempo que es el que menos
lo merece entre cualesquiera otros tiempos de la historia, no es nadie
sobre la superficie de la tierra sino el hombre, quien junto a nosotros,
ha también enmudecido {Los errores, 124).

Es muy posible que con el correr de los años José Revueltas


disminuyera su confianza en el poder de las palabras. En el
prólogo a una edición de su obra narrativa, publicada en 1967,
habla de la incomunicación como “destino irrevocable” de
algunos escritores; y emplea de nuevo la expresión que da
título a uno de los relatos de Dormir en tierra, “El lenguaje
de nadie”. Este lenguaje que, como vimos, en el cuento era
hablado y comprendido sólo por los marginados más humil­
des, el indígena Carmelo y “el tonto del pueblo”, es también
la posesión de algunos escritores. Dice el autor:

El escritor...pacta a vida o muerte con las palabras, con sus palabras,


con sus obras. En su relación con ellas —relación que se establece
independientemente de su voluntad— encuentra, así, la medida de su
propio aislamiento y de la incomunicación sustancial a que está
condenado su lenguaje de nadie, pues las cosas jamás podrán ser de
otra manera para él. Dentro de este cuadro de lucha desesperada, es
donde se desenvuelve el destino irrevocable de todo escritor que se
proponga asumir hasta el fondo la lucidez más completa de su
conciencia: el destino de su ser y su saber, de su existir y su conocer,
de su saberse y de su existirse (Cuestionamientos, 125).
Estas palabras corresponden a la madurez del novelista. El
desencanto, que siempre fue un rasgo de su visión del mundo
—alguna vez se refirió al pesimismo como su “enfermedad”
(Las evocaciones I, 273)— se había acendrado hacia la etapa
de escribir el prólogo. Lo que da una dimensión trágica a la
grandeza del escritor es que, pese a este desencanto, y pese a
haber sido víctima no sólo de la represión estatal, sino de la
marginación por parte de sus compañeros, continuara, hasta
el fin de sus días, militando no sólo con las palabras, pero
siempre con ellas.
Una vez libre del inevitable dogmatismo de sus años
jóvenes en el partido, Revueltas no dejó nunca de atreverse a
desacralizar las palabras prohibidas entre los grupos de iz­
quierda con los que se identificaba, o en los países socialistas.
Así, en varios ensayos expresó críticas fraternales a las injus­
ticias cometidas en estos países, en especial las relacionadas
con la libertad de expresión. Por citar algunos: “Un ‘toque de
queda’ soviético contra la libre expresión del pensamiento”,
1966; “La libertad y el socialismo: porque no vuelva a suici­
darse Mayakovski”, 1969; “La carta de Padilla y las palabras
de Fidel”, 1971, (Cuestionamieníos).
Es clara la propuesta de Revueltas acerca de la obligación
histórica del escritor: decir las palabras develadoras de la
verdad. “El silencio eterno de esos espacios infinitos me
espanta”, escribió Blaise Pascal (Pensamientos, 81) a José
Revueltas, ese comunista paradójico, heredero de los cuestio-
namientos pascalianos, le espantaba el silencio cómplice de
los crímenes históricos. Ahora, con la perspectiva del distan-
ciamiento temporal, es tangible cómo su vida y su obra fueron
esa continua ruptura del silencio preconizada, esa subversión
de las verdades fácilmente aceptadas, esa profanación de lo
sagrado.
Bibliografía

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------Dios en la tierra (1944), (v.8), 1979.
------Los días terrenales (1949), (v. 3), 1979.
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------Las cenizas, (v. 11), 1981.
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