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EL POSIBLE HACEDOR DE JAULAS

(Quijote II, 6)

Jorge Urrutia

El plano y el territorio ¿Puede confundirse el uno con el otro? ¿Conduce el


dibujo a la orientación o piérdese quien lo sigue, definitivamente?
Se sabe don Quijote y sabe Cervantes ¿Pero cuál de los dos es más sabio?
¿Cuál demuestra mayor conocimiento de la vida?
Los caballeros andantes, dice don Alonso, medimos toda la tierra con
nuestros mismo pies. Se trata de la experiencia directa, del haberse hecho día a
día, golpe a golpe sin duda, paralizada en el continuo precipicio de la duda, del
miedo que no temor, de la inseguridad. Ninguna victoria se consigue en la vida
porque sólo el hecho de vivir dignamente lo es. No el delito, sino la mayor victoria
del hombre es haber nacido y haberlo hecho también definitivamente.
¿Pero conocer los caminos y, sobre todo los caminos hechos, lanzados o
no de uno a otro punto cardinal, opciones tomadas vaya a saberse la razón en
algún instante más o memos confuso, haber recorrido esas lecciones
trascendentes, es tanto como conocer la tierra? ¿Quién sabe más de Geografía; el
geógrafo o el viajero?
Contemplar y leer el plano no es lo mismo que caminar. Siempre hay
arrugas, desniveles mínimos, recovecos, formas cambiantes casi vivas del terreno
que el geógrafo, el “planificar”, no puede convertir, sistematizados, en signos. Sabe
más el caminante que el lector de los mapas.
Pero el autor del plano ha visto antes, ha elaborado una ordenación, ha
descubierto un orden en el aparente caos, y los ha trazado, escrito, fijado. Supo de
otras cosas pero prescindió de ellos por mor de una claridad, de un decir. Sabe
más el autor del plano que el caminante.
Así también, el estratega no ha visto a los enemigos y sin embargo, conoce
al enemigo, mientras que quien ha sentido la fuerza de los brazos atacantes ignora
su real poderío. El árbol y el bosque. La pincelada y el lienzo. La serpiente y los
ofidios.
¿Quién sabe más que don Quijote, don Quijote o Cervantes?
¿Podría algún lector de la novela suponer que el héroe prefiriese la teoría a
la práctica? Ni siquiera la práctica teórica, es decir, el ejercicio práctico de la teoría.
No es posible pues, que permanezca a pie quedo y se dedique a los ejercicios
cortesanos.
Por muchos que su sobrina considere como desdichas (des-dichas) las
aventuras, sin ellas don Alonso nunca alcanzaría dicha posible. Ni contemplando
un mapa, ni diseñando estrategias, ni ejercitándose en los falsos combates de los
torneos, ni jugueteando por entre los desafíos y sus leyes.
Sabes bien don Quijote que no tiene al héroe (¡y cuántos héroes en la vida
ordinaria que se enfrentan directa y claramente con las injusticias, que se
enfrentan con su propia e inevitable vida, con su propia e inevitable muerte!) un
camino fácil por el que conducir sus acciones. Es un sendero angosto y trabajoso
que culmina, paradójicamente, en la vida. Optimista siempre, nuestro mejor
caballero, de derrota en derrota pero el mejor porque nunca se traiciona a sí
mismo, asegura que ese sendero pedregoso y estrecho, casi bíblico, conduce a
aquella vida que no tendrá fin. La fama, suponemos, el asentamiento en la
memoria de las gentes.
¿Hay una edad para contemplar el plano y otra para pisar el territorio? ¿Y
unos años para la contemplación y la teoría y otros para la acción directa?
¿Corresponden mejor esas actividades a caracteres humanos diferentes?
Cervantes y don Quijote se inclinan más por esta posibilidad. No tanto la sobrina,
para quien no se puede ser viejo y valiente, enfermo y fuerte, agobiado por los
achaques de la edad y justiciero. Sobre todo, no puede emprender acciones de
rico quien sólo es de pobre hacienda.
Pobrezas y riquezas no las entiende el caballero, que si Sancho, como es
fama que no las conoce ambas al escritor porque sólo en las primeras vivió y
rebuscando las segundas. De modo que los caminos de Cervantes y don Quijote
acaban encontrándose. Dos caminos hay hijas, por donde pueden ir los hombres a
llegar a ser ricos y honrados: El uno es el de las letras; otro el de las armas . Se
trata de riquezas más ideales que reales riquezas incontables por su propia
inmaterialidad. En ellas se igualan el teórico y el práctico, el geógrafo y el
caminante, el escritor y el caballero.
Y un día, el práctico, el hacedor, el caballero, de ideales hermosos pero
derrotados, de búsquedas ideales, desea elevar una casa y sabría sin duda
fabricarla como una jaula. ¿Quiere ello decir como una cárcel? Nunca. Se trataría
de una casa para la ilusión y la utopía, una casa, desgraciadamente, sólo para los
pájaros de la cabeza.

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