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La tensión política y la situación

judicial de Lula derivan en una


escalada violenta en Brasil
Atacados a tiros dos autobuses de una caravana del expresidente mientras proliferan
las presiones al Tribunal Supremo en vísperas de la decisión sobre si será
encarcelado

Brasil se estremeció hace dos semanas con el asesinato del concejal de Río de Janeiro
Marielle Franco, que recibió cuatro tiros en la cabeza en un ataque aún no esclarecido. Pero
la ejecución de la política izquierdista y de su chófer parecen solo un episodio más dentro
de la escalada de violencia e intimidaciones en que el país se ha sumergido en las últimas
semanas. En la noche del martes, tres disparos de arma de fuego alcanzaron dos de los
autobuses de una caravana electoral del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva por tres
Estados del sur del país. Las balas agujerearon la carrocería de los vehículos, en los que
viajaban periodistas y empleados del Partido de los Trabajadores (PT) de Lula.

La polarización política en Brasil ha ido en aumento en los últimos cuatro años y se disparó
sobre todo a partir de 2016, tras la destitución parlamentaria de la presidenta Dilma
Rousseff, también del PT. La tensión se ha recrudecido estos días no solo por el asesinato
del concejal de Río sino ante la inminente decisión del Tribunal Supremo sobre si Lula,
condenado a 12 años de cárcel por corrupción, debe ser ya encarcelado. Nada divide más
al país que la figura del expresidente, y partidarios y detractores suyos multiplican sus
presiones sobre los jueces. Pocas horas antes del ataque a los autobuses de la caravana
del PT, el magistrado del Tribunal Supremo que instruye el caso Lava Jato, la gran
operación contra la corrupción en el país, Edson Fachin, reveló en una entrevista en la
cadena Globo News que él y su familia están sufriendo amenazas y que ha tenido que
reforzar su seguridad.
La caravana de Lula ya venía padeciendo en los últimos días un clima de hostilidad en el
sur del país, la zona donde el expresidente es más rechazado. Manifestantes bloquearon
el acceso de la comitiva a algunas áreas o lanzaron piedras y huevos contra Lula, en
acciones que no fueron reprimidas por las policías locales de varias ciudades por donde
pasó. El propio equipo de seguridad del expresidente fue sorprendido agrediendo a un
periodista de O Globo que grababa con su teléfono imágenes de algunas de las protestas.

Antes de los disparos, los neumáticos de uno de los autobuses resultaron pinchados tras
pisar una especie de clavos colocados sobre la calzada. Esa secuencia de los hechos
reforzó la tesis de los dirigentes del PT de que el incidente fue una emboscada. "Podemos
decir eso claramente", afirmó la presidenta del partido, Gleisi Hoffman, que acompañaba la
caravana. El propio Lula calificó el ataque de "fascista" y lamentó el clima de "odio" que se
está instalando en Brasil. "Lo que estoy viendo es casi el surgimiento del nazismo", afirmó
el expresidente en un mensaje grabado.

El Gobierno, comenzando por el presidente de la República, Michel Temer, lamentó el


ataque y prometió hacer lo posible para detener a los culpables. Pero la condena general
tuvo algunas voces discordantes, la más llamativa la del candidato a la presidencia por el
Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB, centro-derecha) y gobernador de São
Paulo, Geraldo Alckmin, quien sentenció: "El PT está recogiendo lo que sembró". En la
misma línea su compañero de partido y alcalde de São Paulo, João Doria, afirmó que "el
PT siempre utilizó la violencia y ahora la está sufriendo".

El ataque a tiros ha echado más leña al fuego de un país que en octubre acudirá a las urnas
para elegir nuevo presidente en un clima de agresividad que no se vivía desde hace
décadas. Lula, que sigue colocado en primer lugar en todas las encuestas, se mantiene
como candidato del PT pese a la condena judicial y continúa recorriendo el país para
protagonizar actos políticos. El gesto ha sido visto como una afrenta por los sectores
derechistas, que se han empeñado en hostigarlo públicamente. Las escenas filmadas de
lluvias de huevos contra la caravana del expresidente muestran bien esa realidad. En
algunas de las protestas han tenido un destacado protagonismo seguidores del candidato
de extrema derecha Jair Bolsonaro.
El Tribunal Supremo, por su parte, también se ve atrapado en la polarización más radical
en vísperas del juicio sobre la petición de habeas corpus de Lula, marcado para el próximo
día 4. Si el tribunal acepta la solicitud del expresidente, podrá librarlo de la prisión hasta
que sus abogados no agoten los recursos contra la sentencia que consideró probado que
recibió un apartamento en la playa como soborno de una constructora. La presión sobre el
Supremo es cada vez mayor, no solo por las amenazas veladas que relató el magistrado
Fachin, sino con comentarios públicos como un tuit del general del Ejército Paulo Chagas,
que advirtió a los jueces de que el “futuro y la seguridad de la nación están en juego” y que
en cualquier momento se puede desatar la “cólera de las multitudes”. Grupos derechistas
también han convocado protestas el día antes del juicio para presionar al tribunal.

El encarcelamiento de Lula asoma a


Brasil a un futuro incierto
El expresidente ignora el plazo para entregarse a la policía y se
atrinchera en el Sindicado donde comenzó su carrera política
El expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva se niega a obedecer la histórica orden
de prisión que el juez Sergio Moro había emitido contra él. El expresidente tenía hasta las
cinco de la tarde, hora local (las diez en la Península), para entregarse en un juzgado de
Curitiba (Paraná) y comenzar su condena de 12 años por corrupción. En vez de eso, se ha
atrincherado en la sede del Sindicato Metalúrgico, en São Paulo, a 430 kilómetros, donde
había comenzado su imparable carrera política en los setenta y donde le estuvieron
arropando cientos de simpatizantes. "Creo que lo prudente es que no hable", le dijo a EL
PAÍS en un momento dado.
Durante todo el día, Lula se ha dedicado a esperar. Una espera larga y tensa, el desenlace
casi lógico para un proceso de dos años ya de por sí agónicos, en los que el veterano
expresidente ha ido esquivando diferentes acusaciones de corrupción hasta que una, un
soborno de una constructora en forma de piso, fue ganando peso de un juzgado a otro y
desembocó en una orden de prisión en segunda instancia. La idea era mostrar resistencia,
restar la autoridad de Sergio Moro y del proceso contra él. Demostrar que aún no había
llegado el día del que se lleva hablando incesantemente los últimos dos años. El día en el
que el político más popular de la historia de Brasil se convierte también en el primer
expresidente del país en ir a la cárcel.
La espera tuvo por unas horas un pretexto formal. Lula aseguraba negarse negaba a entrar
hasta que el Tribunal Superior de Justicia se pronunciase sobre el último recurso
presentado por su defensa, ya que una sentencia favorable podría salvarle de la prisión.
Pero también eso falló una hora antes del fin del plazo. En todo caso, la espera tenía un fin
político: convertir las últimas horas en libertad del expresidente en un acto de afirmación.
Cada hora que pasaba, el Sindicato Metalúrgico se ha ido convirtiendo en una convención
de partidarios de Lula y en una muestra del músculo político del que aún goza el
expresidente.
Expectación de lucha
Las calles alrededor de la sede sindical estaban llenas; algunas personas habían dormido
al raso. Se había instalado hasta una cocina en la calzada. Otros habían dormido en la
entrada de la sala, pero el objetivo real era acercarse a la segunda planta, donde el
expresidente se había atrincherado y donde solo pudo llegar la flor y nata de la izquierda
brasileña. Todos los dirigentes del Partido de los Trabajadores (PT), la agrupación de Lula,
estaban ahí; los de sus tiempos gloriosos en la década pasada y los de la decadencia en
esta. Había una serie de salas y antesalas, cada cual, con menos personas, pero de cargos
más importantes. Pero la nota más deprimente estaba en todas las habitaciones: se había
cortado el agua de todo el edificio. Los baños usados por estos cientos de personas en
estas interminables horas estaban sucios. En los pasillos, se decía que todo era obra de
los rivales políticos. Al final, todo aquello se quedó en nada. No hubo un último grito de
guerra, ni una promesa de que la victoria estaba aún por llegar ni un último despliegue de
la característica astucia de Lula. Solo el líder, preso.
La expectativa de lucha se propagó por todo el país. Los sindicatos cortaron una serie de
autopistas en cinco Estados, mientras críticos de Lula estuvieron planeando
manifestaciones a lo largo de toda la mañana: algunos, de hecho, se plantaron en los
juzgados de Curitiba a esperar infructuosamente al exmandatario. Mientras, buena parte de
la clase política estaba o en los medios o en las redes sociales, posicionándose de un lado
u otro en el gran debate sobre el caso: si la prisión de Lula es un paso adelante en la lucha
contra la corrupción del país, como sostienen casi todos sus rivales, irónicamente muchos
de ellos implicados en otros casos de corrupción; o si bien se trata de una persecución
política para disminuir la influencia de la figura política más poderosa de la historia brasileña.
EL PAÍS tuvo acceso a un documento escrito por el presidente del tribunal que condenó a
Lula en segunda instancia en el que se pedía la prisión inmediata del expresidente “para
acabar con la sensación de omnipotencia” que transmite.
Sin precedentes
Otro pasatiempo con el que se entretuvieron quienes se dedican a observar la política
brasileña fue imaginar cómo será la vida del expresidente una vez entre finalmente en la
cárcel, algo que tiene especial interés porque no hay precedente en la historia de Brasil que
indique cómo debe comportarse un expresidente de la República en prisión. El juez Sergio
Moro ha previsto que “por respeto a la dignidad del cargo que ocupó” se le adjudique una
celda propia. Se sabe que tendrá una habitación de tres por cinco metros, con una cama,
una mesa y un baño. Hará vida independientemente de los demás presos, con su propio
horario tanto para visitas como para los paseos por el patio. Se le librará también del
humillante trámite del rapado de la cabeza al que se somete a todos los reos.
Con la estrategia de esperar a que la policía vaya a por él, Lula participaba de la tradición
más común del político corrupto brasileño: esperar a que la policía vaya a casa a buscarles.
Así ha sido con buena parte de la cincuentena de altos cargos políticos que, como él, han
sido condenados por el caso Petrobras, solo que hasta ahora ninguno de ellos había
logrado un efecto tan dramático como el astuto expresidente. Jurídicamente hablando, no
debería sufrir ninguna penalización por ello. La ley brasileña contempla que sean los
agentes quienes se ocupen del desplazamiento de los presos.

La derrota en el Supremo obliga al


partido de Lula a replantearse su
candidatura
Con la inminente entrada en prisión del expresidente brasileño, el
PT debe decidir si nombra otro precandidato para las
presidenciales de octubre
Los líderes del Partido de los Trabajadores (PT) se desplazaron este jueves por la mañana
a São Paulo para participar en una reunión de la dirección para analizar la decisión de la
Corte Suprema, que el miércoles rechazó el recurso de habeas corpus, con el que Lula
pretendía eludir su encarcelamiento, alegando que debía permanecer en libertad hasta que
agotara todos los recursos posibles contra la sentencia condenatoria. Por seis votos a cinco,
la Corte acabó con el sueño del partido y sus seguidores de ver a Lula libre y más cerca de
las urnas. Con su inminente entrada en prisión, se presenta un panorama insólito para el
PT.
De momento, los petistas están asimilando el peso de la derrota en el Supremo, que,
teóricamente, moverá las piezas en el tablero electoral del partido. Según los sondeos, que
muestran que el expresidente estaría en primer lugar contra cualquier adversario, el PT
asegura que Lula sigue siendo su precandidato y descarta cualquier posible plan B en el
caso de que su mayor líder no pudiera presentarse. “Lula sigue siendo nuestro candidato,
porque es inocente. Será candidato, no porque solo porque así lo desea el PT, sino también
gran parte de la población”, dijo la presidenta del partido, Gleisi Hoffman. El último sondeo,
realizado por el Instituto Datafolha en enero, mostraba que Lula tenía un 36% en intención
de voto.
Solo Lula podría tomar la decisión de no presentarse. Si fuera por el PT, todo seguiría igual,
aunque vaya a prisión. Cuentan con poder presentar los recursos necesarios para poder
registrar al expresidente como candidato en el Tribunal Superior Electoral –incluso
apelando al Supremo– y para driblar la Ley de la Ficha Limpia, que prohíbe que candidatos
con problemas judiciales se presenten a las elecciones. Según Hoffman, la defensa de Lula
está analizando las medidas que pueden tomarse tras la decisión del Supremo. En un
comunicado, los abogados Cristiano y Valeska Zanin Martins han afirmado que tomarán las
medidas legales para evitar “que se ejecute la anticipación de la pena impuesta
automáticamente por el Tribunal Federal de la Cuarta Región, porque es incompatible con
la Constitución Federal y con el carácter ilegal de la decisión que ha condenado a Lula por
un crimen de corrupción basado en “actos indeterminados”, y han señalado que tienen “la
firme expectativa de que un órgano justo, imparcial e independiente revierta esa condena”.
Por su parte, la presidenta del PT ha destacado que se “está violando el Derecho
constitucional y la presunción de inocencia”. Y refiriéndose a la detención, Gleisi Hoffman
ha añadido: “Si se produce cualquier acto violento contra el presidente, será una prisión
política”. El juez Sergio Moro emitió el jueves por la tarde la orden de prisión. Anteriormente,
el Tribunal Federal de la Cuarta Región había publicado la decisión de negar el recurso
presentado por la defensa de Lula el 27 de marzo en el que se solicitaba que el tribunal
explicara determinados aspectos de la decisión judicial tomada con relación al crimen de
corrupción pasiva y blanqueo de dinero en el ‘caso del tríplex’. Teóricamente, desde ese
momento el expresidente ya podía ser detenido. Pero un recurso permitió que la sentencia
solo se cumpliera después de que el Supremo analizara la solicitud de habeas corpus, lo
que ocurrió el pasado miércoles, día 4 de abril.
En los bastidores, entre los periodistas especializados en política, corre la noticia de que
Lula finalmente estaría decidido a renunciar a su candidatura y dejar el camino libre a otro
nombre. No dejan de ser especulaciones que pueden aclararse en los próximos días.
Durante el juicio en el Supremo, Lula estuvo en la sede del sindicato de los metalúrgicos en
São Bernardo do Campo, junto a los líderes del PT como la expresidenta Dilma Rousseff,
el exalcalde de São Paulo, Fernando Haddad, y el candidato a gobernador de São Paulo,
Luiz Marinho. Tras la decisión del Supremo, optó por guardar silencio. De momento, lo único
que es seguro es que se han suspendido las caravanas que el PT realizaba desde el año
pasado por todo Brasil. Otra posibilidad que no se descarta es que el expresidente se
entregue voluntariamente, para evitar que la Policía Federal lo detenga y lo lleve a prisión.
Un final dramático para el líder que despierta pasiones, para bien o para mal, en Brasil y en
el exterior.

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