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PROPIAS CLARIN LETANIA. “Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada”, dice uno de los versos de Viel.
Carolina Esses
El escritor oculto
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28/3/2018 Héctor Viel Temperley: el éxtasis del místico
Crawl es, quizás, uno de los libros que ha dejado más marcas en la
literatura argentina posterior a los noventa. La metáfora de la
respiración del verso como la réplica de la respiración del nadador, esa
conexión entre el esfuerzo del poeta y el esfuerzo físico propio de la
natación es una impronta sugerente que es posible seguir en muchos
poetas jóvenes. Se trata de poner el cuerpo, poner el verso como si fuese
un cuerpo –y aquí el trabajo plástico de Viel, que se pasaba horas
observando si el diagrama que dibujaban los versos sobre la hoja podía
representar las brazadas del crawl– y así plantear en un solo gesto, la
materialidad de la palabra. Pero hay más. A la figura del nadador se le
superpone la del místico. Un místico que no es el que quiere vaciarse de
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28/3/2018 Héctor Viel Temperley: el éxtasis del místico
sí mismo para llegar al Amado; un místico a años luz del lavado fervor
religioso que se lee en los primeros libros; un místico cuyo gran
encuentro es con su propio cuerpo, con las sábanas “que sólo de mí
penden”, con la posibilidad de “en sueños o en misión escalarme”. Como
señala también Cassara, al referirse a los poemas de El arma (1953), uno
de los primeros libros de Viel, se trata del propio cuerpo como objeto y
sujeto del discurso erótico. Su cuerpo –en tanto nadador, hachero o
enfermo– y también Dios hecho cuerpo: Cristo. Pero un Cristo
resignificado en su proximidad con lo extra religioso –contagiado por lo
profano. Viel restituye el cuerpo de Cristo al uso, lo coloca entre otros
cuerpos –cosacos, pugilistas, marineros– y sobre todo en relación al
propio cuerpo del yo lírico. Ciertamente uno de los afortunados
desbordes en los que incurre ya en aquellos poemas tempranos cuando
dice: “Yo mismo me remonto, me retrepo/ como nadando ríos verticales”.
Un ejercicio extraño y genial el de Crawl . Surrealista, por momentos
–“Sacristía con trigo desnudos oyendo”–, barroco en la repetición del leit
motiv : vengo de comulgar y estoy en éxtasis y emparentado –otra vez–
con Perlongher. Hay un ritmo en Crawl que prefigura la letanía de
Cadáveres (1989). Que explora como el gran poema de Perlongher la
posibilidad de volver a decir en la repetición, en el pliegue, en la
exacerbación de una imagen o de una frase puesta al límite de sus
posibilidades. Ya lo había hecho en Legión Extranjera (1978) donde
poemas como “El verde claro” trabajan en la repetición con variaciones
de un mismo tema explorando las posibilidades del decir.
El desborde de un paisaje
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28/3/2018 Héctor Viel Temperley: el éxtasis del místico
Ahora, a la luz de los libros posteriores, de esa carta de ruta que decide
no incluir, no releer estos primeros trabajos –en Hospital Británico Viel
no incluye fragmentos anteriores a 1969, año de publicación de
Humanae Viate Mia – podemos ya encontrar, incluso en estos versos
medidos y acotados el desborde de un paisaje que se inunda y se
transforma hasta convertirse en lo que será el espacio privilegiado de su
obra: el agua. Hay, también, otra operación interesante para trazar un
recorrido por la obra: a medida que Viel se adentra en la experiencia de
su propio cuerpo, en lugar de replegarse los versos se expanden, las
palabras se multiplican hasta ocupar la totalidad de la hoja y ser prosa
poética. El opuesto a la página en blanco del poeta que calla porque
descubre lo sublime. Como el que después de años de moverse en la
superficie –y el nadador de crawl no hace otra cosa más que desplazarse
en la superficie del agua– cava finalmente un pozo dentro de sí mismo
–“puedo hachar todo el día, pero no puedo cavar todo el día”, dirá– pero
no encuentra más opción que la de desarmarse –desarmar su escritura–
en estos versos largos y acumulativos como si fueran, parafraseando a
Enrique Molina en su prólogo a Carta de marear , rayos, o látigos
irradiantes de sentido.
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