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Muchas familias migramos del campo a la ciudad (en los años 50 y 80 principalmente) como fuerzas de trabajo

baratas y consecuencia de la acumulación del capital en las grandes ciudades. El pensamiento antimigratorio contra
el pueblo venezolano no solo es una desfachatez xenófoba: es un desliz ahistórico y que niega la dimensión
explotadora del fenómeno migratorio. Como es obvio, la culpa no es de los hermanos venezolanos, sino de la
acumulación del capital y su necesidad de fuerza de trabajo cuyas características (mayor sumisión, vulnerabilidad
jurídica, carencia de derechos sociales y políticos, etc.) no encuentra fácilmente en su población “nacional”. Los
ciudadanos inmigrantes no solo son utilizados como factor económico de sobreexplotación, sino también como
factor ideológico de división entre trabajadores “nativos”, que piensan que se les viene a quitar el trabajo, y
foráneos.

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