que tiene un cementerio demasiado grande. Hay en mi tierra un pueblo sin ventura porque el cementerio es demasiado grande. Sólo hay cuarenta almas en el pueblo. No sé para qué tanto cementerio. Cierto año la gente empezó a irse y en muchas casas no quedaba nadie. El año que la gente empezó a irse en muchas casas no quedaba nadie. Se llevaban los hijos y las camas. Tenían que matar los animales. El cementerio ya no tiene puertas y allí entran y salen las gallinas. El cementerio ya no tiene puertas y salen al camino las ortigas. Parece que saliera el cementerio a los huertos y a las calles vacías. Conozco un pueblo. No lo olvidaré. Ay, en mi tierra sin ventura, no olvidaré a mi pueblo. ¡Qué mala cosa es haber hecho un cementerio demasiado grande!
Caigo sobre unas manos
Cuando no sabía aún que yo vivía en unas manos, ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón. Yo sentía que la noche era dulce como una leche silenciosa. Y grande. Mucho más grande que mi vida. Madre: era tus manos y la noche juntas. Por eso aquella oscuridad me amaba. No lo recuerdo pero está conmigo. Donde yo existo más, en lo olvidado, están las manos y la noche. A veces, cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra y ya no puedo más y está vacío el mundo, alguna vez, sube el olvido aún al corazón. Y me arrodillo a respirar sobre tus manos. Bajo y tú escondes mi rostro; y soy pequeño; y tus manos son grandes; y la noche viene otra vez, viene otra vez. Descanso de ser hombre, descanso de ser hombre.