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Políticas Sociales: ¿una herramienta de

inclusión social?
Lic Marta Espínola

Resumen
En la década de los noventa, conocido como el período neoliberal, se produjo un cambio profundo
en el eje articulador de las políticas sociales, de instituciones universalistas y de la protección
pública a través del empleo formal se pasó a la lucha contra la pobreza extrema y a una red de
protección mínima para aquellos que se encuentran fuera del mercado de trabajo. Al diluirse
como eje central el trabajo, los mecanismos de integración del mismo, tanto material como social,
se desintegraron reforzando la fragmentación social. El presente trabajo intenta caracterizar las
políticas sociales implementadas en Argentina, a partir de la década de los 90, poniendo el acento
en su relación con las organizaciones de la sociedad civil, que aparecen como nuevos sujetos
sociales, en el tratamiento de la cuestión social. Aproximándonos a un posible escenario, aunque
no único, que de cuenta de las políticas sociales, en nuestra realidad actual, con eje en el principio
de ciudadanía como nueva propuesta de intervención desde el enfoque de derechos.
El análisis de la relación políticas sociales – sociedad civil – ciudadanía, adquiere especial
relevancia, ya que si bien la fuerte crisis económica que vivió el país debilitó y debilita aun hoy, las
estructuras sobre las cuales el Estado promueve sus políticas sociales, también es cierto que el
retiro de ese Estado de sus funciones básicas, debilitó las bases de legitimidad sobre las cuales se
sustenta la democracia. El interés por la temática también se debe a que reconocemos en el
Trabajo Social un desplazamiento de la intervención en la cuestión social basada en una
concepción de derechos y responsabilidades sociales, a una con fundamento en el deber moral y
en la piedad, en este sentido el neoliberalismo ha calado hondo al interior de nuestra profesión, a
través de las prédica neofilantrópica que considera al otro como víctima y no como ciudadano,
ignorando sus derechos.
El recorrido propuesto no es exhaustivo, sino que intenta desde la inquietud antes mencionada,
mirar algunos momentos claves en el desarrollo de la política social, como fue la reforma del
Estado e identificar cuales son sus principales características, ya que como lo expresa Claudia
Danani, “detrás de cada posición técnica existen posiciones teóricas que conllevan ideas acerca de
“modelos socialmente deseables”. (Danani C. 1996:21)i
En la primera parte se hará una descripción del proceso de transformación del Estado, acaecido en
nuestro país en la década de los 90 y se realizará un análisis sobre características y aproximaciones
que se han construido en torno de las políticas sociales, ejercicio que me parece indispensable
para intentar una reflexión en la segunda parte, sobre los nuevos enfoques de derechos en la
política Social, donde las organizaciones de la sociedad civil asumen un rol protagónico , en tanto
reconocemos su capacidad para construir el valor de la equidad, y generar participación autónoma
y comprometida que fortalecería los procesos de democratización y ciudadanización. Cuando
hablamos de un enfoque de derechos en las políticas sociales, estamos reconociendo que el
objetivo de dichas políticas es dar cumplimiento al deber de respetar, proteger y hacer efectivos
los derechos humanos, pudiendo los ciudadanos exigir tal respeto, protección y práctica efectiva.

1) LA POLÍTICA SOCIAL EN ARGENTINA A PARTIR DE LOS 90

El tema de las políticas sociales, debe ser analizada desde un enfoque integral y abarcativo de las
relaciones de integración social, cuestión social y política social, reconstruidas históricamente
(Soldano y Andrenacci. 2005) y en ese sentido expresamos que las políticas sociales no deben
comprenderse únicamente como instrumentos estatales de regulación de la fuerza de trabajo, las
condiciones de vida y el conflicto social (Cortez y Marshall. 1991), limitado a cuestiones de eficacia
y eficiencia en el diseño y financiamiento de las intervenciones públicas, sino como el conjunto de
las relaciones sociales referidas a la participación en la producción y reproducción ampliada de la
vida y que por lo tanto expresan principios que organizan la vida social respecto a la igualdad de
sus miembros y de su constitución como sujetos de derechos (Grassi E. 2006). Son, en fin la
manera en que la cuestión social es constituida en cuestión de Estado y en consecuencia, el
resultado de la politización del ámbito de la reproducción (Grassi E. 2004:25) Siguiendo a Grassi,
sostenemos que la diferencia no es solo técnica, sino sustancial porque en primer lugar remite al
problema como una construcción y lo vincula a una relación social y segundo lo define como
proceso que tiene en cuenta para el análisis el contexto y el sujeto histórico.ii
Asimismo, partimos de una concepción amplia de “lo político” definido como el espacio o campo
de producción simbólica que influyen y desbordan lo específicamente político, y donde se dirime
quien tiene el poder, es decir que comprende distintos escenarios, mas allá de lo que
comúnmente se conoce como política, identificado con el Estado y los partidos políticos. Este
campo de lo “político” se inscribe en procesos políticos, sociales, culturales, donde el orden social
se interrelaciona con el orden político y este se formaliza en instituciones y normas que expresan
una configuración determinada de relaciones de poder, legitimada en el sentido de pertenencia y
basada en un régimen de derechos y deberes de los ciudadanos y los gobernantes. (Grassi E. 2007)
En la década de los noventa, conocido como el período neoliberaliii, se produjo un cambio
profundo en el eje articulador de las políticas sociales, de instituciones universalistas y de la
protección pública a través del empleo formal se pasó a la lucha contra la pobreza extrema y a una
red de protección mínima para aquellos que se encuentran fuera del mercado de trabajo. Como
expresan Soldano y Andrenacci, la profundidad del proceso de transformación en los modos de
regulación pública del mercado de trabajo; el alcance de la remercantilización de la protección
social; el surgimiento de las estrategias alternativas de gestionar el desenganche entre empleo
formal y protección social, la privatización parcial o total y la desuniversalización de los esquemas
públicos; la concentración de esfuerzos en programas específicos y focalizados de la intervención
asistencial, todo muestra el surgimiento y consolidación de nuevos modelos de política social,
relativamente diferenciados de los predecesores. (Soldano y Andrenacci. 2005:18)
Sin dudas, el análisis de la relación Estado -Sociedad de éste período revela el impacto de las
políticas implementadas en el mercado de trabajo por medio de los indicadores sociales de
desigualdad, pobreza e indigencia entre otros, con efectos sumamente negativos en la
participación social y política. Estas transformaciones incluyeron la reforma del Estado, con la
crisisiv final del Estado de Bienestar, el surgimiento del trabajo como eje articulador de la cuestión
social, y la emergencia de nuevos actores de la sociedad civil conocidas como organizaciones no
gubernamentales.v
Si bien hay varias cuestiones a analizar, las que a efectos de esta presentación nos interesa, apunta
a describir la reforma del Estado de Bienestar que se erige como la expresión mas cercana de una
activa política de Estado y las características que asumen las políticas sociales con posterioridad a
esta reforma que cambió sustancialmente su capacidad de intervención, a partir de la década del
90, y donde las organizaciones sociales asumieron un rol importante en la construcción de
prácticas que constituyen a las políticas sociales. En este sentido, así como los sujetos no son
meros portadores de las relaciones sociales, aquellos a quienes se dirigen las políticas sociales (las
organizaciones) tampoco son puros destinatarios, sino “que las políticas construyen sujetos, pero
también estos construyen a las políticas sociales”. (Danani C.1996: 34)
El Estado debe ser entendido más allá de las estructuras materiales que son visibles, depende de
circunstancias históricas complejas, no surge espontáneamente, ni tampoco es creado por
“alguien”, sino que, puede inferirse a partir de sus acciones que se ejecutan a través de las
instituciones, deviene de un proceso en el cual va adquiriendo atributos que en cada momento
histórico presenta distintos niveles de desarrollo, convirtiéndose en un escenario de tomas de
decisiones en el que diversos grupos se disputan el poder. Cuando hacemos referencia al estado
moderno nos referimos a una formación histórica con orígenes en el siglo XVII y XVIII que
comprende además a la institución Mercado y a la sociedad civil.

El origen del proceso de reforma tuvo lugar cuando el modelo de Estado montado por los países
desarrollados en la postguerra, propulsor de una era de prosperidad sin precedentes en el
capitalismo, entró en crisis hacia fines de la década de 1970 (Grassi E. 2006).En un primer
momento, dado la necesidad de reformar el Estado, para restablecer el equilibrio fiscal y la
balanza de pagos de los países en crisis, la respuesta fue la neoliberal-conservadora que consistía,
dicho en forma muy sintética, en la reducción del tamaño del Estado y el predominio total del
mercado.
En Latinoamérica éste fenómeno presentó particularidades, ya que la crisis de los Estados fue de
mayor gravedad que la que existía en los países desarrollados. No sólo estos países entraron en
una seria crisis fiscal, sino que se enfrentaron al agotamiento del modelo anterior de desarrollo
económico (modelo de sustitución de importaciones). El contexto económico se mostró
sumamente desfavorable, dominado por la apertura indiscriminada y una sobrevaluación de las
monedas que atentaba contra la competitividad doméstica e internacional de los productos
nacionales. Por otra parte, el problema de la deuda externa se hizo crónico en casi todo el
continente.
Asimismo, el Estado entregaba al mercado las empresas estatales a través de la privatización y
también, renunciaba a orientar la economía reservándose el papel de creador de un ambiente
propicio para el desenvolvimiento de las fuerzas del mercado. Es decir que fenómenos tales como
la desregulación y apertura de mercados, el ajuste del Estado y la economía, la desocupación y
flexibilización laboral, la privatización de empresas y servicios públicos, la descentralización
administrativa y la integración regional han llevado a redefinir los roles tradicionales del Estado en
cuanto a sus funciones principalmente benefactoras y empresarias. (OszlaK, O. 1997) Ante este
escenario económico, la primera generación de reformas priorizó la dimensión financiera de la
crisis del Estado. Así, las reformas orientadas hacia el mercado, sobre todo la apertura comercial y
el ajuste fiscal, fueron las principales medidas tomadas en los años ’80. En la búsqueda de la
estabilización de la economía ante el peligro hiperinflacionario estuvo, en la mayor parte de los
casos, el éxito más importante de esta primera ronda de reformas. Es la que se denomina “etapa
fácil” o “quirúrgica” por su rapidez y radicalidad.
La crisis del Estado-Nación se produjo porque perdió capacidad de regulación y de soberanía al ser
sometido a una doble erosión, en el marco de la globalización, que introdujo cambios en los
patrones de localización del capital produciendo competencia entre las regiones y ciudades, a la
vez que generaba concentración y la desestructuración del tejido productivo de base fordista.
El Estado, desde el exterior era erosionado por las empresas multinacionales y los organismos
internacionales y, en lo interno, por la revalorización de lo local que el discurso y la dinámica de la
globalización alentaba en desmedro de los estados nacionales, que se presentaban como
ineficientes para los pequeños y grandes problemas. En el imaginario colectivo en la década del
90, la globalización se presentó como un nuevo paradigma, una solución a la crisis, y como un
camino para ingresar al conjunto de países desarrollados. Al respecto Estela Grassi nos dice que la
aparición de la globalización como fenómeno , impidió la reflexión y cuestionamientos sobre las
relaciones económicas, políticas y culturales que lo constituyen, y también impidió el desarrollo de
políticas sociales que incorporaran en la práctica concreta la participación de los gobiernos
locales.(Grassi E. 2006) Además, la complejidad de la globalización se acrecienta por que ella
presenta esas circunstancias en las que lo viejo no deja de morir y lo nuevo no acaba de nacer,
siendo muy difícil, por tanto, aventurar que fenómenos adquirirán una forma permanente y cuales
serán sobrepasados rápidamente por el devenir histórico, máxime cuando el tiempo aparece tan
fuertemente comprimido por la aceleración de los cambios sociales. (Sarmiento, J.1998:64)
También hubo un fuerte retroceso en el desarrollo político social, el sujeto pasó a no reconocerse
en la historia y si bien permanecieron características del modelo anterior de bienestar social, se
orientaron al sector mercantil, favoreciendo las políticas de seguro social en contra de las políticas
universales, tanto en lo referente a las representaciones materiales como simbólicas, reforzando
el mérito del trabajo para la obtención de beneficios.
El pasaje del Estado de Bienestar a otro “mínimo”, su apartamiento de lo productivo y de la
política social universal y el énfasis en la desregulación y en la apertura irrestricta, llevaron a un
cambio abrupto y traumático respecto de lo anterior, así como a una fuerte redistribución de
poder e ingresos de carácter regresivo. Esto se dio conjuntamente con el cambio del paradigma de
política pública característico del Estado burocrático weberiano por otro gerencial,
correspondiente a una idea de política pública más técnica, que en lo social, específicamente,
realiza un pasaje del universalismo a la focalización y a la gerencia social. Reforzando el carácter
delegativo de la política y contribuyendo a la despolitización de los asuntos del Estado,
especialmente los relacionados con la cuestión social. (Grassi. E. 2004) EL “derrame de bienestar”
pasó a ser una función del mercado y la cuestión social no era problematizada, los problemas de
empobrecimiento y desempleo fueron vistos como fenómenos amenazantes de la estabilidad, la
seguridad y la modernización antes que ser vistas como determinantes en las relaciones de
reproducción de los sujetos.vi (Grassi, E. 2004:172)
En síntesis, podemos afirmar que en la década del 90 en la Argentina se constituyó y legitimó un
cambio en el modelo de Estado, orientado por el paradigma emergente del Consenso de
Washingtonviiy por ende en sus formas de intervención social; surgieron mecanismos y criterios
institucionales diferentes a los que marcaron el denominado Estado de Bienestar Social. Se
evidenció claramente nuevas reglas, formas y relaciones de fuerza en el escenario social,
surgiendo también nuevos actores y prácticas colectivas diferentes. El modelo de desarrollo
inspirado en la ideología neoliberal, profundizó los problemas que prometía que habrían de
superarse con sólo dejar marchar libremente al mercado. Se produjo entonces una de las mayores
catástrofes sociales de la historia de nuestro país.viii Efectivamente, el “Estado neoliberal” produjo
el debilitamiento de las políticas sociales, al modificar las condiciones de vida de amplios sectores
de la sociedad.
Estamos frente a un problema de falta de cohesión social, que se expresa en la pérdida de
confianza en las instituciones, en el deterioro de los valores de justicia y equidad, en el
crecimiento de la inseguridad agravada por la corrupción estructural. Podemos decir que estamos
frente a la pérdida de un proyecto de vida en común, agravado por la ausencia de compromisos
sociales y por la fragmentación social creciente, ante la cual es necesario generar nuevas
propuestas con nuevos actores.

2) A MODO DE PROPUESTA: POLITICAS SOCIALES DESDE EL ENFOQUE DE DERECHOS

La crisis de 2001 acaecido en nuestro país, conocido como “el cacerolazo” significó un momento
de inflexión del modelo neoliberal, descripto en el apartado anterior, tanto en lo económico,
político y socialix. Y nuestras vidas, al decir de Margarita Rozas, a partir de entonces, transcurren
entre la frustración, la desesperanza y el asombro sobre el deterioro fenomenal de las condiciones
de vida de amplios sectores de la sociedad. (Rozas M. 2005:1)
El resultado del llamado ajuste estructural en nuestro país, fue el crecimiento de la pobreza, la
exclusión social, el desempleo y en general el empeoramiento de las condiciones de vida y de
trabajo de grades sectores de la población, además de la creciente concentración de la riqueza en
pocos grupos. El cambio en el papel del estado que conllevaron estas transformaciones apuntó
entonces, antes que a la exigida desregulación, a una nueva modalidad de regulación, que lo
constituyó como protector de los intereses de fracciones hegemónicas del capital.
Sabemos que los principios sobre los que se ha estructurado la política social en nuestro pais, son
la discrecionalidad, que generó las bases del asistencialismo (el asistido no tiene derechos y quien
asiste no tiene obligación) y el principio de la contribución, es decir que accede al beneficio quien
participa en su financiamiento (seguro social implementado a lo largo del siglo XX)x.
En este sentido es difícil encontrar programas sociales que no tengan que ver con esta lógica del
Estado asignando recursos discrecionalmente a sectores de bajos ingresos. No ha sido posible
implementar en nuestra sociedad un sistema de prestaciones en el cual el derecho de acceso esté
basado en el principio de ciudadanía, salvo el sistema público de la educación. Un enfoque de
derechos constituye un marco conceptual para el proceso de desarrollo humano que está basado
normativamente en estándares internacionales de derechos humanos y operacionalmente dirigido
a promover, proteger y hacer efectivos los derechos humanos, los “principios’ a tener en cuenta
son los de responsabilidad y rendición de cuentas; el de universalidad; no discriminación y
equidad; el de procesos participativos de toma de decisiones y el reconocimiento de la
interdependencia entre todos los derechos (Artigas C. 2005).
Justamente, la ciudadanía es el tercer principio que estructura una política social: tienen derecho a
la política social todos los habitantes de un país en su condición de ciudadanos y ella se financia
con los impuestos, y es este principio el pilar en el que se fundamenta el enfoque de derechos.
Siguiendo a Habermas que plantea la visión de ciudadanía activa donde la organización de los
individuos no origina un status legal ante el Estado, una credencial, puesto que: “…los ciudadanos
están integrados en la comunidad política como partes de un todo, esto es, de una forma tal que
sólo pueden constituir su identidad personal y social en un horizonte de tradiciones compartidas y
de reconocimiento institucional intersubjetivos como por ej. Los partidos políticos. (Habermas.
1994:25)xi
El derecho y la universalidad no deben ser definidos por la cantidad de personas que reciben
simultáneamente un beneficio cualquiera, sino por la posibilidad equivalente de todos y cada uno
de ellos de disponer del recurso. Corresponde recrear un sistema solidario y universal que
comprenda, la seguridad de los ingresos, la protección frente a imprevistos y la asistencia ante
contingencias de la vida, pero no solo para los que tienen empleos. Instituciones de esta
naturaleza no pueden depender de la filantropía, de la comunidad o de arreglos más o menos
privados. (Grassi 2004:7)
Sin embargo no debemos dejar de considerar que la definición de los derechos es campo de lucha
social, es arena de enfrentamiento político y de lucha de clases. Lo que hoy llamamos derechos de
ciudadanía, (considerados en un contexto más amplio, como derechos humanos), están en un
proceso continuo de desarrollo profundamente afectado por cambiantes condiciones externas
(especialmente en la economía), por la emergencia de nuevos problemas y la búsqueda de
soluciones (Sojo C. 2002) y que garantizar la ciudadanía y avanzar en la construcción de una
sociedad con mayores niveles de equidad es responsabilidad ineludible del Estado. (Insuani E. A.
1989)
Un nuevo enfoque de política social debe implicar un modelo de desarrollo en donde todos estén
incluidos, que reconcilie lo social con lo político y donde los derechos sociales formen parte del
proyecto de construcción de una democracia participativa. (Bustelo: 274) Desde esta perspectiva,
la promoción de derechos y la construcción de ciudadanía no es una instancia “pos-asistencialista”
de las políticas sociales, se trata de modificar la lógica clientelística del sistema desde su punto de
partida y así llevar a cabo políticas con verdadera participación ciudadana que oriente las
respuestas a las necesidades colectivas.
Ya que entendemos que la política social expresa la naturaleza de la política en una sociedad, se
podrá decir que la Argentina cuenta con políticas sociales desde el enfoque de derecho cuando
exista otra distribución del ingreso y los conceptos de ciudadanía y de universalidad desplacen al
de discrecionalidad y clientelismo que tan fuertemente marcó la década de los 90.xii
Podríamos decir que actualmente estamos iniciando una etapa que bien podría designarse como
de ciudadanización activa de la sociedad, aquella en la cual los intereses de la sociedad se
representan a través de identidades afines y donde las formas participativas y de representación,
se intentan desde la base misma de la sociedad. Hablar de ciudadanía implica ser titular de
derechos y esto cambia la percepción y el posicionamiento de la gente frente a las políticas
sociales. Ya no se trata de ubicarlos y que se ubiquen como meros receptores pasivos de una
ayuda, asistencia o dádiva estatal; sino que en tanto titulares de derechos pueden y deben,
demandar una provisión de servicios que garanticen un piso mínimo universal desde el cual
acceder a las oportunidades.
Esto es factible, a partir de la conformación de espacios de interés público que tiendan al
desarrollo del capital social y cultural, a la concertación de alianzas estratégicas continúas entre los
distintos actores sociales, entre ellos las organizaciones sociales, en favor de la superación de la
pobreza y la exclusión social.
Se debe plantear la generación de nuevos espacios para que los individuos se interesen y sean
parte de los asuntos públicos y en este sentido la presencia de nuevos sujetos sociales, entre ellos
las organizaciones de la sociedad civil, sugiere formas de acción que penetran en el sistema
político, caracterizado por la lógica tecnocrática, para explorar nuevas formas de apropiación
cultural al servicio del hombre y de su humanización. La lucha por los derechos humanos se ha
convertido en el detonador más relevante de la acción de los nuevos sujetos sociales y a la vez en
el eje articulador de la mayoría de ellos, que se activan o aglutinan en torno a distintos tipos de
demandas y se constituyen en otro lugar privilegiado para la promoción de ciudadanía.
Consideramos que las organizaciones sociales de la sociedad civil, que en la década del 90 se
caracterizó por su rol de subsidiaridad frente al retraimiento del Estado, pueden convertirse en
actores posibles de construcción de ciudadanía y ser por lo tanto, escenarios de democratización y
ciudadanización, ya que ellas perfilan una identidad amplia, compleja y rica que muestra un
cambio no sólo social sino también cultural en lo que respecta a su identidad colectiva. No
queremos dejar de mencionar que no existe una relación causal directa entre Democracia y
Organizaciones Civiles pues no todas la practican, ni tampoco puede decirse que el acceso o la
ampliación de la Democracia hayan sido la causa del surgimiento de las organizaciones, o por el
contrario el avance de la Democracia se dio exclusivamente por su acción, aunque algunas de ellas
y en algunos países latinoamericanos fueron actores fundamentales.
La distinción tan marcada (y tan aceptada en el sentido común) entre Estado/sociedad civil está
llena de contradicciones y crisis como así también, la concepción de que el Estado se presenta
como un enemigo de la libertad individual, y la sociedad civil como el dominio de las relaciones
sociales espontáneas, privadas y particulares. Lo cierto es que otros actores, además del Estado
pueden y toman posición frente a las “cuestiones”, entendidas como las demandas, necesidades
socialmente problematizadas, que se entrecruzan en un complejo proceso social.
Esta interacción no solo es objetiva, sino que incluye una dimensión subjetiva referente a como
cada actor define la cuestión y percibe la toma de posición de los otros actores. La oposición
entonces, entre la iniciativa privada y la iniciativa estatal busca resolverse actualmente en un
modelo de cooperación, en el que la evaluación en términos de eficiencia y mejor “llegada” de los
servicios intenta ser más importante que el recorte presupuestario estatal. Es necesario además
poner en cuestión no solo los efectos o los resultados de las políticas plasmados en planes y
programas, sino el proyecto que llevó a instituir las prácticas políticas y sociales que determinaron
tales efectos y que nos ayude a construir una visión de vida diferente, un nuevo “contrato social”
donde la mayoría de la población se sienta integrada a los beneficios de los programas sociales,
comprometida con lo público, en una sociedad igualitaria, democrática con sentido de identidad,
pertenencia y solidaridad.
Otro aspecto importante, de una política social basada en el enfoque de derecho tiene que ver con
la provisión de los servicios colectivos que tienda a asegurar la satisfacción del conjunto de las
necesidades de la población, en condiciones de igualdad de acceso y calidad.(Grassi 2004: 10) Y
agregamos, no solo tener igualdad de oportunidades en el acceso sino igualdad de capacidades o
condiciones necesarias para llegar hasta el final, “igualdad al inicio de la carrera e igualdad en las
condiciones y capacidades para que todos puedan terminar esa carrera”.

3) A MANERA DE REFLEXION FINAL

A nuestro interrogante inicial acerca de si las Políticas Sociales pueden ser herramientas de
inclusión social, creemos que dependerá de las nuevas formas de las relaciones entre Estado y
sociedad que se construyan y del diseño de nuevas formas de inclusión que se apliquen para
construir una nueva sociedad de ciudadanos como titulares de derechos y no de clientes, o
receptores de acciones asistenciales. Se debe partir del empoderamiento de la población y del
ejercicio activo de sus derechos. La finalidad es garantizar a las personas el disfrute de la
capacidad, de las habilidades y del acceso necesario para cambiar sus vidas, mejorar sus
comunidades y decidir sus propios destinos.
En este nuevo contexto, debemos luchar por la instauración de la ciudadanía, pero no solo en la
instrumentación de las políticas sociales, sino incorporada en las decisiones de carácter
económico, ya que el futuro económico y social de nuestro país dependerá fundamentalmente del
modelo de acumulación, que debiera orientarse a la puesta en marcha de políticas
redistribucionistas y políticas sociales cuyo fin no sea paliar consecuencias de la economía de
mercado globalizada, sino del fortalecimiento de la ciudadanía. (Sarmiento J.2001)
En este sentido las organizaciones sociales pueden convertirse en escenarios de construcción de
ciudadanía, pero deben serlo desde la perspectiva de una auto-reflexión, compromiso y
participación, sobre otro proyecto de vida social (Grassi E. 2006:305), y teniendo claro que
siempre se debe mantener la tensión entre lo objetivo y lo subjetivo, ya que la realidad social se
verifica en las acciones implementadas pero también en los campos y en los habitusxiii, de los
agentes que forman parte de dichas acciones.
No es suficiente entonces, con ampliar las mallas de contención de las políticas sociales, sino que
es necesario refundar el Estado, para evitar la desintegración social por medio de una fuerte
alianza entre Estado y sociedad civil, que hacen de la extensión y fortalecimiento de la ciudadanía
frente al estado y al mercado, el eje de sus prácticas, reivindicaciones y luchas (Sarmiento J. 2001)
No se trata únicamente de redefinir el perfil del Estado y de las políticas que se implementaran, lo
que ésta en juego, es también la reconstrucción del tejido social y de la escena pública.
(Oslak.1997) Ser ciudadano es más que reclamar derechos y cumplir deberes; es,
fundamentalmente, insertarse en un proyecto político, pensarlo, soñarlo, criticarlo y construirlo
cotidianamente, teniendo en cuenta que la ciudadanía es un espacio de contienda, de lucha,
inseparable del conflicto social y de las relaciones de fuerza que se expresan en ella.

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Humanidades y Cs. Ss. Posadas Mayo 2007-
Espínola Marta: Ensayo “Rol del Estado en las Políticas Públicas en América Latina” Maestría
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