La Leyenda Del Cid

También podría gustarte

Está en la página 1de 124
Francisco Antén Agustin Sanchez Aguilar La leyenda del Cid tustraciones Jess Cabin Actividades Agustin Sénchez Aguilar a Vicens Vives indice LL La leyenda del Cid Laley del honor ® Jimena 3 Dos milagros a Unbuen vaallo e HI Campeador 5s La muerte reina en Zamora 6 Velde Dolfos 9 1ajura de Santa Gadea 95 Loto del Gia mt 1a primera victoria Bs La batalla de Aleocer 136 Dias flies 15 Valencia est en juego 168 Los infantes tienen miedo 6 Laafrenta de Corpes 190 1aluz dela jasticis 2ot Lavietoria final 25 pilogo aa Apéndice cartogrfico 25 Actividades 29 Presentacién (Coral siglo xt cuando el Cid se Lanz alos campos de batalla y Aej6 deskumbrados por igual a moras yeitianos, En poco impo, «caballo de Vivar se convrté en uno de los hombres mis ad- mmirados de su época Su figura cobré en a imaginacion dela gente el tamano gigantesco reservado a los héroes asi que acabo por converte en carne de leyenda y ented por la puerta grande en el ferreno de a iteratura. Los juglrescantaron la dignida y el cora- Jedel Ci, yalgunos eronista legaron a atribuirle victorias dese suradas que no tenlan nada que ver on la vida rel El fruto mls lograd de esa cosecha itrara fue el Cantar de mio Cid, magnifico | poema escrito hacia el ano 1200 ques centrabaen la edad mada el héroe: su amargo desticrro, la toma de Valencia a disputa con Josinfates de Carin Encandilados por la bella del Cantar, a menudo alvidasios que a Fad Media nos legé muchas otras obras literarae sabre el Cid Campesdor. En realidad, el Camiaraborda tan slo ung por- cin de a leyenda del héroe, que abarca muchos otros epsodios, ‘como el duelo que el Cid mantuvo de joven con el padre de st ‘mada Jimena a amistad que teabé con un leproso camino de Ga- lia y la asombrosa victoria que le erane alos moros cuando ya — 6 estaba mucrt, Ninguno de ess hechos se narra en el Cantar, pero todos forman parte de la leyenda del Cid, que debi de divulgarse primero de forma orl, pass luego al dmbito dela literatura escrita Fue recreada sin desanso darante sigs en erénicas, romances y dramas EH presente libro nacié de mi deseo de facitrles a os jovenes tuna vsin To mis completa posible del even del Cid, El relato «ue les ofezco compendia la vida imaginara del hiroe desde el al- braze desu nacimiento al nfortunio de sv muerts, as qe rcoge ro sé lo epsodios contends en el Cantar sno otros muchos _syesosentresacados de fuentes datables entre los silos xr y xvi. Dads la variopinta procedencia del material tilzado, he puesto ‘xpeval empetio en procurar que as diversas pizas enajasen en un todo coherent yarménic. Por otro lado, he optado por rlatar Ia leyends del Ci con las herramientas propias de un narrador de nuestro tiempo, asi qu he ampliicado concierto ropaje novelesco Jo que las vejas fuentes cuentan del modo mas escuet imagina- ble. En el relato que he excita hay descripciones,dslogosyslilo- _guios reados de a nada porque me pareian necesaros pra drle clerta profundidad los personajes y para incremental densidad Jhumana de a historia. Sin embargo los epsodios en si mismos proceden cas sin excep de fuentes elisicas, st que ls lectores pueden tener a garantia de que la imagen final que obtendrin de |a vida del Cid es cai idéntica a a que tuveron as gentes de la pecs de Berceo dels tiempos de Cervantes En cuanto al etl del relato, es abvio que no podia cosas al modo de los viejo cronistas medievaes. La ‘lara: si hubieranarrado los hechos imitando el coma la Extoria de Espana o la Cronica particular del dduda de que los lectoes acabarian por echare una Siena nner La leyenda Be cerca ce del Cid aah is devia aysene RE eescistesrceyes I ha pone ven —_ as Laley del honor Dicen que cada vez ue nace un eroe, la tierra tiembla de pura alegria ye cielo dela noche se lumina con wn sinfn de estrellas nuevas. Pero debe de ser una leyenda de esas que eventan los _malos juglates, porque cuando naci el Cid Campeador no bu bo prodigios nien Ia terra ni en el cielo. El sl slid y se escon «id como siempre, ls aguas de los ios bajaron con ealma,y en 1 passe dorado de los campos no se vio mis movimiento que ¢l del trigo mecido porlabrisa. A decir verdad, lo nico que cau- s6 cierto asombro fuel entreza del recén nacido, loraba muy’ poco, y miraba las cosas con el gesto severo de un adulto acos- tumbrado alas penalidades de a vida. Cuando su padre lo abra- 26 por vez primera, sintié con fuerza el orgllo desu sangre. Sa bia que aguel no iba a dear una huella profanda en el mun: do,a —Telamaris Rodrigo, ysers sin duda un gran caballero, Rodrigo Diaz nacié en Vivar, una aldea laminosa pero hu: milde que quedaba muy cerca de Burgos. ra hijo del infanzén Diego Lainer,! que habia servida durante muchos aos al rey { que le anuncié con vor solemn: SSSSSSSSTCVSCVCVCClCoeeeesrreets Femando de Castilla’ y habia ganado fama de gran capitin focrca de arriesgar sa vida en el combate. En los tiempos en que nacié su hijo Rodrigo, don Diego era temido en todas partes por su arrojo sin limites, pero los sacrifcios de la guerra acabaron por arinarle Ia salud. Cuando llegé a la vejez, apenas podis espiraba con difcultad y vacaba cada ver que dabz un paso. Con sus batbas blancas y sus hombros ‘cargidos,el viejo don Diego parecia una sombra delo que habia sido, Sin embargo, seguia conservando toda la ineligencia de sus aftos joven, de modo que el rey Fernando lo llamé a la com el peso de su alma, corte ye dio Quiero que sedis mi consejero, Os tengo por un hombre jnicioso y prudente,y sé que siempre me drs la verdad, rue una decisén sabia, pues don Diego eercis ala perfeccén dificil papel de conseero, Gracias sus buenos servicios, € coavirté en un hombre indispensable en palaco, Pero, por eso ‘mismo, le salieron algunos enemigos, ya que la corte es un avis pero donde manda a enviia, El que peot lo mitaba era el conde de Orgaz, un asturiano orgulloso y rico que rondaba los cin ‘cuenta afos El conde se tenia asi mismo por el mejor caballero de Casilla, asi que no podia entender que don Fernando le hu Diese confiado a otro el cargo de consejero. Cierto dia, al ver al rey charlando con don Diego, el conde sinté un arrebato de ha por dentr como un tin encendido, yen tances dio con mucha rabia: —Maj bre don Diego, zAcaso no veis que estd mis muerto que vivo? lera que le qu 1, no entiendo cémo podéis eonfiar tanto en el po- 1a ofensa cra grave, pero don Diego prefri no replican pues conocia el mal cardcte del conde y st odiosa costumbe de hi bar més dela cuenta. «Dos no discuten si uno no quieres, se di Jo, de modo que guards silencio, pensando que el conde acaba fa por pedirle perdén. Pro sucedié todo lo contrat, porque el dle Ongaz andaba tan fuera desi que no habia forma humana de hacedle entrar en razdn, No sélo amenazé a don D go varias veces, sino que lo acusé de haber engafado al rey con los ene dos de su palabreria. Pero lo peor fue que de pronto arrastrad por el torrente incontenible de su cera, el conde dio un paso hacia delante, levanté la mano hasta la altura de su caray les 6a don Diego un bofetén terrible que soné como un violent chasquido de ltigo, Fst eso que opi Majestal —aijo el conde—, del hom- brea que tant fire H silencio que siguié fe tn denso que habria pod oise cl vuel de los Angeles Desconcertado por lo sucedio, el rey no acer a decir nads, aunque st enfado era mis que eviente {Acaso al conde habia perdido lacahera {Como st le ocarria mnaltratar « don Diego? En aquel tiempo, nae toleraba una ofensa semejante, pues bastaba mucho menos para gue ut hombre honrad saasesuexpaday arreglar las cosas om un bao de sangre. Cabla esperar, por ant, que don Diego retase 4 conde, pero-nol hizo, pues dtetaba obra la ier. Sabi, ademas, que reir dlante dl rey era una desortesia imperdo- abl, ast ques tag6 el orgllo, se dio media vuetay abando- sie placo sin deci nada 'No olvid, sin embargo, lo ocurido, El hofetén habia con- verti a don Diego en un hombre sin honra, qu era fo peor que podia sucedere a un noble. El honor er un bien preciso aque habia que mantener libre de toda mancha, porque de so Timpieza depends fa cignidad de una persons. Don Diego pues se sea destroado, ys pas tres dias encerado sin comer ni dormir: «Cuando se sepa en Burgos lo que ha ecurido», pen ‘yi, todo el mundo me despreciar por haber djado sin castigo al conde. honor de mi familia ets danado,y ya nadie voles Aespetarnos na mi nia mis jose ara rcuperarsu honor, don Diego no le quedaba mis que Jn vengansa.cLadeshonra se lava con sangre, sola asl Sin embargo, don Diego no deseaba enen- conde, «Aunque lograra mataros, se deta, qué g- Ja Senganzats Prefera olvidare de todo peo pronto , . , 7 1. > > comprendié que era imposible. «No fengo mis remedio que r= tar l conde», e dijo. baharemos acero conta aero para gue Dios deida qui debe moi En la cass de don Diego no faltaban armas paral venga De las paredes colgaban docenas de espadas,herenca de unos antpasads que hablan demostradosucoraje en cients decom. bates. Todas parecian igual de temibles, pero don Diego sabia muy bien cal ra a que mdse convent, Arrnconada en el s- 160, dorm una vieja espada con fama de invencbe Ten f= lo gastadoy ls nerviosenrjeidos por la herrumbre, peo su alma de hieroseguia atiendo con el vigor de un arma rc forjada, Era una espada hermosa y terrible al mismo tiempo, ‘ricil como una plum y feroz como un puta Un antepassdo de la familia, el valente Modarra la habia sido muchos anos ates para vengar lt muerte de sus sete hermanastros. Aquela espada era, portant, un arma experta en asuntos de honor asi {que parecia a mis adecuad paraaoniar un duel. Pero, cuan- do don Diego intents levantala, nots que la espa se vencia hacia un lado como tna rama azotada por el viento, Por mas «qe Ie dir, tenia que reise ala verdad ‘Soy demasiado ij pala venganza» 5 lament don Die- 0 muerto de tristeza Si apenas puedo sosener un bastén de cana, zde dénde voy star ferzas para empusar una espada de ierot _Debiarenanclar pues ala vegan? iO tenia que djs en ‘manos de los syos eno hacia quienes no eran capaces de ‘engarse por st mismo? Don Diego tenia tes ios, ero ze + vera pegs que atari js Slax herun:ndo Oe rian parade 1 al conde? Los desfios de honor requerian en igor y sangre ra, los hijos de don Diego pare cian demasiado jovenes para haber reunido tantas virtudes. El conde era adems un rival dif, capaz de matar a un hombre al primer golpe de espads. ;Y si, tratando de limpiar su honor, don Diego perdia uno de ls suyos?:No era mejor vivir des honrado que ssa la ruina de sa familia? Pero zpor qué tenia n sus hijost;Acaso no descendian de un linge de fiero capitanes? Si Dios les ayudaba, tal ver serian capaces de derrota al conde sn apenas esfvero. ‘Don Diego decid, pues, poner a prucba a sus hijos para 1mé primero al menor, que se Iaaba Hernando y acababa ampli ls doce anos. Hernando era menudo y de eadcter apa cible,y todavia miraba las cosas com la confiada inocencia de un ni, pero su padre se dispuso a tratarlo como si fuera un hom: bre hecho y derecho, En cuanto lo tuvo delant, le agaré la ma ‘no con fuera y se I estrech con tanta Fabia como si quisiera partrselaen dos. Hl pobre Hernando qued6 desconcertado Ac 0 su padre habla enloquecid?;Por qué lo maltrataba sin venir ‘a cuento? El dolor que sentia era tan grande que el muchacho aso que me matas! —aijo a grits Guando don Diego oy6 aquell, su viej osiro paldecié de taba claro que el joven Hernando no servi para un —~ yy entonces el espirity aad 1 dla vuelwes a sentir ese imp ete hayas propuesto, porque amos, y ls aguas del rio chispeaban con guinos de estrella. D repente la imay el joven Rodrigo se impuso con Fuerza ens ‘memoria, por primera vez en muc smpo pens6 en aque muchacho sin renco, «Pobre Rodrigols, se dijo asi misma, Se habia acostumbrado a odiarlo con todas sus fuerras, pero de pronto tayo que afrontr a realidad: mo ibaa aborrecet a Rodrigo st se habia pasado la vida amndolo en sereto? Lo ha- bia conocido siendo nina, y desde el primer instante lo habia admirado por cientos de razones. A dec verdad, todo lo que ra suyo Te gustaba a seriedad de su carter, el timbre de st von el vigor de sus manos el buen juicio que asomaba en st ‘mirada. Desde que tenia ocho o diex aos, Jimena habia sido ‘que Rodrigo era el nico hombre al que podta querer, y todas Jas noches sin una sla excepcién habla sontado que se converts en su espose La muerte del conde, sin embargo, habia dado al trast con susilusiones,y habla convertido el amor en una cosa el pasado, Pero aquella noche de julio, mientras la luna desfila ba entre ls ilamos, el odio se diluyé de golpe yet amor vals a ‘ocupar su hgar de costambre. Jimena sabia, por supuesto, que querer a Rodrigo era una lo ‘ura, «jCémo puedo amar al hombre que mata mi padre?» se pond bandos 9 bras al recibir el soplo del vento. Don Sancho y don Alfonso se apostaron frente a frente, cada uno a la cabeza de su tropa, y al instante son6 el primer grito de guerra, Los cablleros traron de las riendas y Ia infanteriaalz6 sus escudos mientras el cclo ‘quedaba oscurec Dor una espesa uvia de flechas eruzadas Allado del Cid, montado en una yegua de recio pela, se halla bal conde don Martin, un burgaés de unos cuarentaafos que habia participado en un sinfin de batalla y que habia escapado dle todas sin un solo rasguio. La costumbre de la victoria lo ha bia vuelto algo ongulloso, asi que el conde se lads hacia el Cid y le dijo muy seguro de s mismo: —ilos leoneses van a morder el polio! Don Martin, en cualquier caso, no iba a probar la miel del triunfo, Como sada de la nada, una fecha sureé a gran veloc dad el aire fresco de la mafana y se clas con fuerza incomteni- ble en el oo derecho del cond Fue como wn avso sinistro de Ho que se acercba. La fecha cru7é en diagonal la cabeza de don = Martin y asomo su afilada punta de hierro por entre dos i hones de la nuca. El conde éays fulminado alos pies de su yé 4, yall se qued inmévil por completo, con las mejllas bana das en sangre y la cara paralizada en una mueca de terot. Fae tna muerte tan absurda que el propio Cid qued6 sobrecogido, Peto, como no queria lastimar la moral de sus hombres, fngié indiferenca y grits con coraje —iWenzamos por la gloria de Castilla! Durante mas de ocho horas, los dos bandos pelearon a san- fre y fuego. Las hachas sibaban en el aire, las lanzas se estrella. bran contra los escudos,y los huesos crujian al romperse bajo el solpe mortal de ls mazas de hierto.Espoleados por sus nets bana galopetendido ylevantaban tanto pol- que toda la anura qued6 hundida en una es- de arena. Algunos peones ni siquier distinguian al Aenian delante, asf que luchabsn de ofdas,guién- Fabioso del enemigo. Don Alfonso se habla 4 pagar un marco de plata por cada cabera que ‘odar sus hombres, de modo que los leoness segaban ‘parar a fin de hacersericos a costa de la muerte, EL atala se convrté at en un auténtico inferno don- ‘ian sin tregua. Los mis afortunados perdian la e, pero la mayoria se pasaban horas desangrindo- i a gota sobre la tierra embarrada de la lanura antes de por completo en el sueno perpetuo de la muerte. Por Tados sonaban lantos de istima, gemidos de dolor y gi 140, pero Dios no pareciaofros, pues permanecia fen su eterno silencio como sino quisiera intervenir en de loshombes. mismo que una moneda, todo combate tiene dos caras el fo y la derrota. A eso de ls cuatro, el Cd bused un Ingar levado desde el que examinar el campo de batalla, y entonces ‘se encontrd cara a cara con una dolorosa verdad: los leoneses Jrabian matado a mis guerreras que los castellanosy habfan su- fido muchas menos bas. Por cada soldado propio que seguia en pie, el Cid podiacontar al menos dos enemigos si que con- tinuar luchando era una auténtca locura, Por mis que le dolie- 1a, habia llegado el momento de batiee en retirada: de lo con: taro, los leonesesaniquiltfan por completo alos castellanos 4 mre: moneda mei. Cid eabalgs, pues hasta don Sancho y le cont6 lo que acaba- bade ver. La vitoria se nos escapa—He anuncis con titers, El rey se sumo entonees en un mar de dudas.Habiaentrado cen combate convencido de quella victoria sera sua, yla posi lidad de rendirse-no enteaba en sus eileulos, Si aceptaba la de rota, tendria que fenunciat su propio reino, pero sabia que, si segula luchando, perdria a todos sus hombres ms pronto que tarde, Por un momento, don Sancho se dejé arrastrar por el or gallo y decdié seguir adelante contra viento y marea. xRendirse ces una deshonra», se dijo con rabia, pero acto seguido vivo un _sceso que le hizo cambiar de apinién, Por entre la marana de os hombres que combatian, nar hacia don Sancho ‘un ped de unos quince aos baleindose como si no pudiera con su alma. ddedos de la mano erecha y tenia un tjo tre por ol que se le ‘estaban escapando ls an espantosa que don Sancho se rindié ala —Retiémonos! —alijo Ia esti perdida! Conicientes de su Ja Jucha al instante y persiguieron con furia todel enemigo. La vista a don Sancho bajo la ae +y nada entarbaba su mirada franca de hombre de buena ley. A 1 Tado, ae halla el joven Alvar Pier, que ya por entonces se habia convertida en la mano derecha del Cid. Alvar Féiee era tun muchacho moreno alto, con una cara anifada y unos ojos «laros de sonador que le daban el aspecto de un ser inofensiv, Los que lo conocian sin embargo, sabian que aquellaapariencia ‘no era de iar, porque, en el campo de batalla, Alvar Faezno te- a miramientos con nadie. Aquel di, en cualquier caso, parec algo nervioso, pues resultaba imposible no contagiarse de a ten- sin que se viviaen la iglesia, Inlinéndose hacia el oido del Ci Alvar Fier dijo en un susuro: Don Alfonso no vendri, Es demasiado altanero? para so terse a jue, Id respondi sn aparar lo ojos dela puerta —Por supuesto que vendri—dijo—. Sabe de sobras que sin jura no hay corona Lo tinico evident, en cualquier caso, era que don Alfonso se retrasaba. La jura estaba prevsta para las doce, pero lacampana de a catedralacababa de dar la una y don Alfonso no aparecta| por ningin ldo, En el interior del iglesia el calor era sofocan ‘e. El capellin habia decidido perfumar el ambiente quemando Jncienso, pero quella generosa precaucién no habia hecho mis {que acentuar a sensacn de asia, Muchos daban por sentado que don Alfonso no acudiria ala iglesia, pues debia de pensar que la jura que le exgan era un formaismo humillante. A eso elas dos, sin embargo, los campesinos concentrados alas ae: 13s del templo prorrumpieron en gritos de asomabro como sal 5 ono: sobebioxgllos ene, 0 incsperado hubiera sucedido, De pronto, el portal de Santa Gade sols un crajido de madero viejo, y todos los nobles cla varon si mirada en la entrada de la nave (Casi al instante, parecis don Alfonso. Venia vestido con co- Jores muy vivos y Hevaba una capa de mucho vuelo que se ele- ‘aba por la parte posterior a ras dela hoja de su espada, Sele ‘ela ineémodo, pero también decidido a acabar cuanto antes ‘con todo aquelo, asi que avanz con paso firme hacia el altar, sin apartar la vista ni un solo momento del Cristo que ocupaba 1 abside! Al fn, en medio de un silencio impresionante, don “Alfonso se detuvo ante el aril que sostenia la Biblia y pregunt6 ‘in molestase en volver la cabeza: Quien me va tomar el juramento? Lo que sigid fue un silencio espeso como lava de voleén. Na~ die ena iglesia se atrevid a alzat la vor, pues todos ls presentes parecianintimidados pot la presencia imponente del hombre {que haba hecho la pregunta. “Es que nadie quiere tomarme el uramento! —insist6 don. Alfonso. Reind un nuevo silencio, Don Alfonso not6 que los noble si twados mis cerca del altar bajaban la cabera, avergonzados de haber recamado la jura. Comprendis entonees que estaba en ‘una situacia de ventaja y coment a crecerse. Cuando volvi6 a habla, su vor soné tan dspera que raspabs los ofdos. Lo dice por tia ver... anunci. ‘No puddo, sin embargo, acabarl frase, porque en el centro de lasala se oy6 entonces tna vor que decia con rotund: “pater ea gs donde secon laa A UVUUDDDDAADARUU EREDAR Nadie volvi la todos conoctan ala perfeccion la vyor cata enérgica del Cid. Decidido como siempre, dan Ro: digo comenzé a abrirse paso entre el gentio mientras iba di endo en tn tono de justo ceproche: Qué pronto cambian de parecer los nobles de Casilla! Ha ‘ce unos dias, todos dudabais dela inocencia de don Alfonso, y algunos insistias en que habla que cerrarle a toda costa el cami (Pobciaeltrono, Entonces, spor qué nadie seatreve aexigile la jr? :Dénde esta yuestra valor? ;Acaso el Di hha roba do mientras dormiais? 0 es que os ac tldosen cuanto nots cere el aliento del poder? Nadie se atrevié a mirar al Cid, pues todos los presents pare- Garela Or- estaba dispuesto a plantar clan compartir una misma vergdenza, Sélo el «ier mantenta la cabeza exgui cara a don Rodeigo. 1 jura no es necesarial —grité de pronto desde el fondo a, Somos nosotros quienes debernosjurale leatad a «don Alfonso! no hay ura, no habra rey! —adviri et Cid juesentonces tomadme el juramento de una vea! —bra md don Alfons. HI Gino esperé a que lo pideran de nuevo, Se acres al shar, se sits ala derocha de don Alfonso y pregunté ‘Jurdissolemnemente, don Alfonso, que no participates nla muerte de vuestzo hermano? Don Alfonso claws en el Cid una hitiente mirada de rencor De bens gana habria abandonado la iglesia en aquel mismo, instante, pero sabia muy bien lo que le convenia, asi que apoys Jaman derecha sobre el Evanglio y dijo con vor frme: —Juro solemnemente que no tuve nada que ver en la muerte ddedon Sancho, Un susp de aliviorecorré Ia nave de un extremo a ott. El propio don Alfonso se rela: lajura estaba hecha y el trono de Casilla iba a ser suyo. Sus pérpades, encendidos por la célera, Aescansaron de golpe, y su mano i2quierds, hasta entonces ce sada en un puto, se abrié como una flor. Pero enseguida obser- +6 on desconcierto que la mirada del Cid mantenia la rgider Ael principio. De pronto, sin que nadie lo espera, el Campes- dor alas de nuevo la vor y dij: Por segunda vez, don Alfonso: jurad que no participasteis ‘enla muerte de wuestro hermano. a murmullo de asombro salts de boca en boca. Todos se aaban To mismo: zpor qué el Cid volva exigr el jura ‘Tampoco don Alfonso lo sabia, yen sus ojos centelled shispazo de ler A qué demonios estaba jugando el mal- dito Ruy Diaz? ;Acaso queria humillarl para lstimar por com- pleto su autoridad? Don Alfonso volvi la cabera tratando de ‘encontear una mirada cémplice entre los nobles que tenia de ‘ns, pero todos esquivaron sus ojos. Tan slo Garcia Ordénez su indignacién, pero tampoco el conde dijo nada, Era ‘como si el Cid hubiera embrujada a todos los presentes para pedis decid pors{ mismos. Don Alfonso comprendis que J nobleza de Castilla sentia un hondo respeto por don Rodrigo, Asi que no tenia muchas opciones si deseaba hacese on el tro- fo, tendcia que jurar por segunda ver. Apay6, pues, la mano en Ios vangtiosy jo en ono impacinte —uro de nuevo que no interne en el asesinato de mi et= ‘mano, Soy inocente,y nadie pdr demostrarlo contrat Las palabras de don Alfonso tenian el dee inconfundlible de la sinceridad, pero el Cid mie6 con fijeza implacable alos ojos de don Alfonso, tratando de encontrar en sus pupils el temblor fugitivo de una mentira. El porvenir de Castilla estaba en juego, yy habia que ssegurarse de que el trono no iba a quedar en ma~ nos de un asesino. El Campesdor, pues alzé la vor de nuevo pa- radeci —Por tercera ver, don Alfonso, jurad que no os conjurastes ‘con vuestra hermana para matara don Sancho, ‘Una gota de sudo, ea como la nieve, resbalo por la frente de don Alfonso, El Cid acababa de traspasar una frontera que mu cos consideraban sagrada. Desde el fondo de ta sila, el conde (Ordéier hizo un gestoavinagrado y protest 2A qué viene tanto jramento? ELCid no responds sino que volié a preguntar: — Juris por tercera ver, dan Alfonso, que no participates cen la muerte de vuestro hermano, nuestro querido don Sancho, ‘que cay6 muerto @ manos de un detestable traidor al pie de las ‘muralls de Zamora? Don Alfonso sintié una rabia tan honda que, por un mo- mento, pensé en sacar su espuda, hundirla en el pecho del Cid y arrancarle el coraaén para echérselo a los perros. Los tendones ‘de su cuelo se tensaron como las cuerdas de un nao, yelani- lo que Hlevaba en el indice parecié a punto de reventar por la presin de los dedos, pero su vor son6 medida cuando dij: ‘—Jro por tercera vez que Soy inocente, y el ciclo santo es testgo de que estoy diciendo la verdad. 17 Fntonces sucedis Jo que ya nadie experaba, El Cid abandond dep to Su pose rigurosa, xe adelant6 hacia don Alfonso, se axrodill, agaché la cabeza y dijo con sincera humidad Aceptadime por vasllo, don Alfonso, Sois el nuevo rey de Casilla y prometo seas el asta mi muse Don Alfonso se amansé de golpe y dijo con vor serena {Os acepto como vasallo, don Rodrigo, del mismo modo que los nobles de Castilla me aceptis como rey ‘Una ovacién atronadora estallé en Santa Gad, La noblezs se sini feliz de tener de nuevo un rey, y todos slabaron la au daca con que el Campeador habia afrontado la delajura —Don Rodrigo cumplins a cigas su promesa de leak —de cia a gente al slide la iglesia [No se equivocaron, Durante cerca de diez aos, el Cid rindio inmejorables servicios a don Alfonso, que el rey agradeci como «era debido, Un rescolde de rencor, sin embargo, sguié abrasa- fil stuacion do durante mucho tiempo el coraaén de don Alfonso, pues la jura de Santa Gade era una herida dificil de cerra. El conde Garcia Ordéer sabia que el rey no la habia ovidado, y decicis| aprovechar aquella circunstancia para destruir al Ci. EI Campeador no es un hombre de far —solia decile ddon Alfonso—, Le puede la ambi, y no piensa mas que en ss propio interés, Quién sabe sino andard buscando aliados pa ra echaros del trono, Las palabras del conde eran simples calumnias? sin ningin fandamento, pero echaron rafes en el corazsn del rey, porque ‘ayeron en un terreno abonado por el rencor Al fn, en el ao 108, el conde deciis darle un zarpazo definitvo a la cred dad del Cid, E1 Campeador acababa de volver de Cédoba y Se villa, adonde don Alfonso lo habia enviado para cobrar las pa Fias que debian los reyes de aquellas tafas, A su represo, el conde ‘Onder acudis en busca de don Alfonso y edi —Algunos vasllos que me srven bien dicen que el Camps dor no estan honrado como parece. squersis darme a entender? —replics el rey. -s6lo me pregunto si don Rodrigo os habré entregado que read en el sur, Por lo que yo sé, una parte de Ina jdo a parar a sus propias arcas, palabras; el rey ardis en una c6lera sin limites. tno se molest6 en averiguar sia acusacién del con- sino quellamé al Cid de inmediato yl dij: eit jurar tes veces en Santa Gadea y ahora tienes robarme? Adesconcertado, La acusacion era injustay was ero todo fe inst, porque don Alfonso habia lay no estaba dispuesto a volverse até. que sagas de Castilla antes de nueve dias disp Sino lo haces, seri juzgado por ata traicidn, “Alfonso estaba cometiendo una ijustcia inexplicable, Cid acept la condena sin rechistar porque siempre ha- Jan buen vasallo, Habla jurado que seria eal a don Al- hasta el dia de su muerte asi qu, sie rey Te exiga que Casilla, lo haria sin rechistar por mis que le dalie- ‘unto tiempo tendria que pasar lejos del reino yn sabia adnde encaminar sus pasos, pero ni por un mo- penso en desobedecer a dan Alfonso, Lo que mis le in- ras familia. Juéseré de Jimena y de mis hjas? —se dijo con dolor sala de palacio, yl pregunta floté en el aire como un sin solucion, Eloro del Cid Llorando sin consuclo como un nifio: ast parti Rodrigo hacia cl desierro, Cuando sala de Vivar a lomos de Baieca,eché la vista atris dos o tres veces, dolido de aejarse dela casa donde habia sido fez durante aos, Su hogar quedabs vacio por com- ‘let, pues Jimena y sus hijas se habian refugiado dias antes en ‘el convento de San Pedro de Cardena ala espera de tiempos me- jores. El Cid confiaba en poderles offecer muy pronto una nue- ‘va casa, pues tenf a intencisn de adentrarse en tierra de moos ¥ conguistar una villa préspera donde vivir con su familia. Sin embargo, su verdadero suefo era otro: conseguir el perdén de ‘don Alfonso para regresar a Castilla con el honor en lo masalto. En cualquier caso, no estaba sol, Sesenta caballeos lo espe- raban a las afueras de Vivar, dispuestos a acompanarlo en st destirto, A la cabeza de todos se encontraba Alvar Faiez en ‘quien el Cid tenia una confianzaciea, y mis ats asomabs el joven Pedro Bermiider, que tartamudeabs al hablar por pura ‘mide pero que resultabatemible como un barbaro cuando pi- saa el campo de batalla. El Cid se detuvo frente asus hombres ‘ylos miré con pes. 1 Elona de San abode Cade gnu 210 km Bars DUUODUDRDUDDDA DRDO AAS —Seré franco —les dijo: debéis saber que no tengo dinero para pagaro retrarse, puede hacerlo con entra libertad, limentos que ofecers, asi que, salguno desea os hombres del Campesdor respondieton con una sonrisa comprensiva,y Alvar Finer dijo en nombre de todos: —jSois nuestro senor, don Rodrigo, y estaremos a wuesto la do mientras Dios quiera I id pretendia pasar la noche en Burgos, adonde legaron a media tarde. Enseguida se dieron cuenta de que algo extrafio pasaba en la ciudad, pues las calles y las pleas permanecian hun- dias en un silencio impresionante, An fltaban varias horas para que anocheciese, pero no se veia un alma por ningin lado, Era como sun viento mortal huiera barrio la ciudad de pun ta a punta y se hubiera levado muy lejos a todos sus habitantes, Incluso la posada donde el Cid sella albergarse se encontraba cerrada aca y canto, Don Rodrigo gop la puerta varias vees, pero nadie respond. i Abridnos, posadero! —decia—, Soy Rodrigo el de Vivar, yy vengo con mis hombres aa 1 Pero nadie abrié la puerta, de modo que el Cid le ordené a sus hombres: -Vamonos, haremos noche en otra posada Justo cuando se iban, una nia de nueve o der anos sali co- sriendo de un portal cercano y se plant6 detante del Gid. Don Rodrigo qued impresionado al verl, pues ania tena Ios ojos de un verde encendido yla mirada limpia como agua de No 0s moleséisen buscar otra posada —Ie dijo al Cid porque nadie en Burgos quiere daros cobjo.H rey ha prometi flo que, sios ayudamos, nos guitar las casas y nos arrancard los MPN MA Wee mejor que os vayais. Marchaos, Campeador, por ae ensue Baal nada st nina se volvo por donde habia ven BOP teal pore pucra de su cas. Roto de dolor, Cid BARB bers. De modo que don Alfonso habia prometido BPnfeaHe los ojos a quien le pretasesyuds? ;élo Dios sabia BNMMUM neta le haba conta el conde Ordénex para que lal ie ues tan iplacable! Ci, desde luego, no queria Heine as ports de Burgos, s que deci salir dela ci aly seapar aay fers. A ic qu eta, algunos se asoma ton a Meiers ysablan de sobras que dom Alfonso loc w pprovechari nucsra desgracia? ean para verlo por dima ver, pues lo apresiaban uo de forts injust, Pobre Rodrigo! —se lamentaron—. ;Qué buen vasa- i Taino opinabar os hombres del Ci. Consideraban a don Hintrgo somo el caballero ms honrado de Castilla, y sentian que Seinpararle en aquellos momentos era un deber moral con el Wie fea que cumplir a toda costa Poco les importaban los Viligios que puderan encontrar al otro lado de la fron Julia que mors, moriran por una buena causa, En Jes ela animados y, cuando comenzaron a montar sus tiendas fii arena de rio, bromeaban sin para y ret de buena gan Ti inco que echaban en falta er algo que echarse ala boca, pe fw no se quejaban porque no queria lstimar la moral del Cid, Hl problema de los viveres, en cualquier caso, se solucions Jponto. Empezaba a anochecer cuando sonaron ent los dla favs os eascos de un caballo, y enseguida asomé en el arenal un Jinete robusto y entrado en carnes que venia sontiendo de oreja — i. 4 oreja. El Cd lo reconacié enseguida: era su vio amigo Mar tin Antolinee, un burgalés alegre y parlanchin que te picaros de un muchacho travieso Vena eargado de hogazas de pany tala un enorme cuero de vino aravesido sobre ls ancas a los ojos de su caballo — Aqui traigo pan y vino para todos! —fuesu saludo, Locos dle alegria los hombres del Ci se arremolinaron ale Aedor del reciémllegado y comenzaron a reparttse los viveres Don Rodrigo, en cambio, puso cara de preocupacién, —iPero es que habéis perdido la cabeza? —le dijo a Martin Antolinez—. jAcaso no sabéis que el rey piensa quitarle a cas y arrancarle los ojos a todo el ue me preste ayuda? Si quiere mi cas que se la quede, pero que no se atreva a ‘una sola pestana, ose arrepentr por el eto desu dias He lesidid que me voy con vos, y no me haris cambiar de op ‘én por mis que nsss. Me huelo que vais a conseguir enor Figueras lachando contra los morosy ao pienso renunclar en el oti... Pilda de Burgos, el Ci sonris por ver primera as. «lon Martin —aijo el Campeador—. Me gus- sas provsiones, pero no tengo dinero... Ya veis lo el Tey me acusa de haberme guedado con sus verdad es que ni squiera puedo alimentar a Palabras, el Cid se abismé en una honda sas indole vuetas a un plan para conse- No habia descartado varias veces porque le pi ie una persona de buena ley. Sin embargo, no ‘us hombres paseran hambre, asi que le pre 3: Rachel y Vidas eran los dos ju de Burgos. Todas las mafanas plantaban su jel mercado frente alas tendas de los plateros, y se Prestar dinero a quien lo necestaba. Pero nolo has Por supuesto, sino a cambio de un alto interés esi uno les peda treinta marcos tenia que devolver- sens cincuenta, Ea todo un abuso, pero a Rachel y ash como Vss0n none bbe dev 6 Vidas no les faltaban los clientes, porgue en Burgos siempre bia gente necestada de dinero. A costa de la miseria aena, los os juios habfan hecho una gran fortuna, si bien llevaban una Vida de pordioseros, pues eran tan avaros que sealimentaban de sobrs ye vestin con ropas enas de remiendos, —He pensado en pedires un préstamo a Rachel y Vidas —le cexplicé el Cid a Martin Antolinez—, y mi intencién es dejares ‘como prenda dos arcas bien grandes con todas mis riquezis, ‘Martin Antolinez se quedé de pda. —iRiquecas? Que riquezas? —exclamé—. ;Pensaba que a- bias salido de Vivar con wna mano delantey otra detris! Asi es —admitié el Cid, pero supongo que no pensards ‘decitselo a Rachel y Vidas. Martin Antolinez arqued una cea, y sus ojos de alla deste- Iaron con un brillo picaro. El Cid Te cont entonces lo que ha- bia planeado, y don Martin ri6 de buena gana, ifs una idea magnifica! —exclamé—. ;Ahora mismo me voy para Burgos para verme con Rachel y Vids! Resguardado por las sombras dele noche, Martin Antolinez se alej6cabalgando camino de Burgos. Mientras tanto, Rachel y Vidas estaban en su cas, sentads ante ls mesa del slg, Para estar lo menos posible, no encendian més que una vnica vela, 8s que casi todo estaba oscuras. Lo Gnico que se vea con cla- Fidad eran las quince columnas de monedas que ls dos juclos scababan de levantar sobre la mes, Eran ls ganancias del diay Rachel y Vidas as contemplahan con la mirada lela de un par de «enamorados.H hechizo, sin embargo, se quero de pronto cas do en la puerta dela calle sonaron tres golpes seco. En los ros- twos de Rachel y Vidas asomeé una rfaga de terror. 1 erin adrones? —aijo Vides jfvardemos el dinero! —ordené Rachel Tis dos judios se echaron sobre la mesa para esconder las onedas pero lo hicieron con tanto impetu que mis de la mi Fad eayeron al suelo y echaron a rodar. Desesperados, Rachel y Wiles ve pusievon a cuatro patas y comenzaron a buscar sus ga Hnicas perdida, pero, como la vela dabs tan poca luz, nolo fiaban encontrar nada, Rachel daba gritos sin para, temiendo Aue os drones entraran de un momento a oto, y Vidas, Hip por la tacana oscuridad, pegaba la naiz al suelo como un pe Ho dle ciza tratando de husmear el rastro de as monedas Busca buscal —le decia Rachel Ties nuevos golpes sonaron en la puerta, y Vids se lev6 tal que levant la cabeza de repent y tops con la nuca contra sa. El zamborbazo fue tn colosal que a judo lefalté muy poco para rompers el crinc, No tems, amigos —se oy de pronto desde la calle— Soy Morin Antolinez, y vengo a proponeros un buen negocio en hombre del Cid, Flos cuatro ojos de Rachel y Vidas parecieron a punto de sal far de sus cuencas. Los prestamistas se cruzaton una mirada de ‘omplicidad, pues los dos extaban pensando lo mismo. El Cid fn espléndido cliente: le habian prestado dinero en dos © lies ocasiones,y siempre lo habia devucto con exquisita pun Iualida. Hab, pues, un buen negocio ala vist, y Rachel y Vi das no se lo pensaron dos veces, de modo que salieron corren do hacia la puerta y a abreron de par en par con la fuerza de lun ciclén, Martin Antolinez estaba a punto de sotarelséptimo pole cuando se encontré de pronto con cuatro ojos am — fs y sltones que lo miraban sin pestaear como si quisieran comérsla vivo. —Pendonad que hayamos tardado tanto en abrir —dijo Vi das con el tono dulzén de quien no tiene la costumbte de ser amable—. Comprendedlo;;penssbamos que habia ladrones me- rodeando por a casa. —¥asabéis —apunté Rachel—thoy en dia, la gente no pien- sa més que en el dinero {Bl dinero, sf! —sentencié Vidas—. iE dinero es el gran smal de nvestro siglo! Mientras hablaban, Rachel tom6 a don Martin por el brazo derecho y Vidas lo afer por el izquierdo. A pesar de sus cuer= ‘pos esmirriados, los das judios tuvieron fuerza bastante para ‘empujar a Martin Antoliner hacia el centro del sal, donde le no Don Martin mir6 ade Jun escalofro de inguietd al verse en- le aquell casa oscarisima que parecie Vilas pregunt6 entonces com wna vor grzmido de un cuervo: ddenegocios? abian sentado junto a don Martin, uno a an ansiosos por ole que le plantaron las dela cara. Don Martin se sintis tan agobia- para poder respir hhe venido a proponcros un negocio ‘muy provechoso. Claro que, antes de entrar prometerme que no le contaéis «nadie ni una vamos a hablar. asintieron con lacabera al mismo tiempo, co- Juno fuese un relejo del oto: si el negocio era bueno, a callar como cumnbas. Vigndolos tan com- sdon Martin comenzé a decir: sabdis que el Cid debe partir al destierro porque con dle quedarse con un oro que no era suyo, Sin duda (803 indiscutibe, pero no hay que olvidar que tiene soldados a su cargo y quel cuesta macho mantenerlos. ‘5 que ahora es duefo de dos arcs lenas de oro, pero demasiado como para llevérselas consigo al destieto. Lo Ae hace fala es dinero comtamte y sonante, si que quiere pe- Jun préstamo de eiscientos mates, = {Sescientos marcos? —grtaron ala vex Rachel y Vidas. Si, seiscentos, pero debts pensar que el Cid os dejar en arenta sus dos arcas enas de oro, Su intencion es que las guar- eis durante un ano, pues, al cabo de ese tiempo, don Rodrigo hhabed reunido un capital suficiente para devolveros el dinero prestado mise interés que le pis iY sina regres! —quivo saber Rachel La respuesta era tan obvia que Vidas se indign’ —iNo seas idiota, Rachel! —dijo—.Siel Campeador no vuel- ‘ve abriremos las areas y nos quedaremos con el ora! on Martin asinté con la cabera, y los dos judios estuvieron 4 punto de enloquecer de alegra,Seiscientos marcos era mucho dinero, pero dos arcaslenas de oro valian por lo menos diez ve~ ces mis. Ademas, siempre caba la posbildad de que los moros ‘espellejaran al Cid en el campo de batalla yen tal caso, Rachel 1 Vis podfan quedarse‘on e oro para siempre jamis. —Bsté bien —dijeron a la ver los dos judios, tratando en va~ no de controlar su alegria—. :Dénde esti las arcast —n el campamento del Cid. Ven conmigo, y don Rodrigo oslas entregars I negocio entraftaba un cierto riesgo, pues Rachel y Vidas sabjan que et rey habia prometido sacare los os a quien ayu- dara al Cid, Sin embargo, el perfume del dinero les resultaba tan irresistible que acabaron por acompanar a don Martin, aunque «scondigndose entre las sombras para que nadie los vese. Cuan- do legaron al carapamento, Rachel y Vidas besaron mis de diez ‘veces las manos del Ci, quien les mostré las dos area sn per- Ader un instant, Los dos judios se estremecieron de ficided al ‘verlss, Eran lo bastante grandes como para encerrar 3 un mio en su interior, sltaba a a vista gue pertenecian a un hombre rico, pues estaban forradas con cuero y cerradas con un enorme candado que parecia de or puro, MUU Hitrato se cereal instente, Racha y Vidas montaron las ar {18 en sus eaballos, que dablaron las rod al recibir el peso Martin Antolinez acompan a los judios para re tlentos marcos, que Rachel y Vidas contaron d para Aegurarse de que no soltaban una sola moneda de ms. Luego Alon Martin se volvi al Gi, quien lo recibis con un gesto de remordimiento, No ssi hemos hecho bien al engaiar a Rachel y Vidas Fsupuesto que si —replicé don In isa Be par de mentecato viven de tos los verdugos, Peto que pasiré sino he vuelto en un aio? Losjuios abi rin ls areas entonces se darin cuenta de que no contienen ni tuna soln pizca de oro. ;Cuando vean que estan llenas de arena, me maldeciran por los sglos dels silos! {Hlabels dicho un ao? ;Por. favor, don Rodrigo, no seis lan inocente! Conozco a Rachel y Vidas como si fueran de mi Jos candados d han descubierto la arena con sus [proplos os. Por eso os aconssjo que nos vaya 6 por props temible que un Don Martin te ue esfumarse lo antes pos He. HI Cid, pues, dio la orden de partir y sus hombres desmontaron la tiendas a toda prisa, Cuando se |= Pusieron en camino, la una brillaba con fucrapuas fen el cielo, y don Rodrigo:pareeaigh Sainblalo riser sin Limites por un asomo de esperanza. No HOl6 FH dinero para alimentar asus hombres, sino que conta [h¥ Ver as familia en pocas horas. Tenia la intencin de pasar p jer y de sus his, y la simple expectativa de darles un abrazo Fula calmado de golperodas as peas de su corazén sl convento de San Pedro de Cardena para despedirse de su La primera victoria Dona Jimena sali de su celda cvando ya estaba por amanecer La noche rein todavia sobre el mundo, pero ls gallos tats ban de ahuyentarla con el loco alborota de su canto. Caminan- dlo con mucho sigilo, la ésposa del Cid recorrig el clausto’ de Jos Mértre y se cols por a puerta que daba entrada a a capil «aDénde estart Rodtigo a ests horaste, se pregunt Suffa tan to por dl, que se habia pasado la noche Horando, asf que ent cn la capills para rezar un rato, pues pensaba que hablar con Dios ln aliviaria de sus penas Para entonces, el abad del convento ya Hevaba més de una hora arrodillado ante el Cristo de ojos tristes que dominaba el la, Don Sancho era un hombre de ¢ altar de li deter dulce, Y dirigia el convento con muy bu do decta sus oraciones, se ensimismaba de tal modo que adqui ria el gestosevero de un viejo sin piedad, Para no distrace al bad, dona fimena se quedé en la parte posterior de la capil Desde alli, clav6 su mirada en los oj de Cristo y comenzs pediros, Sefior, que ayudéis a mi esposo en el que le a tocado vivir. A fin de cuentas, a vos que ‘de crear el cielo y la tierra y de convert las pie- tno osha de costar mucho amparar a un hombre instante, sonaron tres golpes en I puerta del Sancho levants Ia cabera con un gesto brusc, de liberarse deo hechizo, slo entonces que no estaba solo ena capil se den vor un instante, tom la candela que ada ass pies y spill a paso ripido. Cuando sali al astro, la say sobre su cara de luna lena, rematada pore r- desu oscuro fequillo de monje. Don Sancho era un Yrentrado en ato, pero se mova con a Higeeza ea flor dela edad Le bastaron eateozanca- el patio y plantar en a entrada del conven- ali el ventanilo dela puerta, se pregunt con in- sf a vista vendra para bien o pata mal, Pero, al miar feos cara inmensaresplandecié de alegri. A la a del amanecer, don Sancho dsingui6 l perfil de fuerte, de barba pobada, con las mejllscurtidas oly los ojos mablados de tristeza El aba abrié la puerta rin energicoyexclams de todo corszn ue aleria que hays venido, don Rodrigo! asad, par ‘yerts a estraespos! Ahora mismo extibamosreando os co con coco en a capil A fe que tenis una mujer muchos hombres quisiran paras! Dovia Jimena es tan ue da gusto teneraen nuestro humile convent. 126 —De eso queria ablaros —respondlié el Gid—, Os he traido cen marcos para la manutenci6n? de mi familia —iNo cambiartis nunca, don Rodrigo, siempre igual de cum: plidor..!pAcaso cretis que los monjes de Cardefia no podemos limentar a nuestros huéspedes como Dios manda? Se nota que no habeis visto ls coles que criamos... —Claro que las he visto, don Sancho, y también 0s he ofdo contar que vuestrasgallins ponen dos huevos por cada grano de trigo que comen, Pro, qué queréis que os diga? Bien sabes {que ua cosa no quita la ota... Insisto en que acepts los cien marcos, y 08 aego que, si el dinero se agota, pongas del vues tro, pues, por cada moneda que gastés, os devolveré cuatro, lad ibaa decir alg6 cuando se oyeron unos pasos impa- cientes. El Cid alzé la cabeza y su corazén renacié de aleges al vet la cara de su expose al otro lado de claustro. Jimena se acer <6 corriendo, con los ojos bafiados en ligrimas. Trai de la ma- no a las pequefia Flvea y Sol, que parecian algo enfurrunadas por el disgusto del madrugén pero que, en cuanto vieron ast pede, se volvieron locas de aegria. Don Rodrigo se agaché para recibirlas entre sus brazos, las esteché con tanta fuerza como siquisira encerarla de un golpe dentro de su coraz6n. No ha- bia duda: lo peor del destiero era tener que separarse de sus hi- jas, Como iba a sobrevivr sin ver sus caras, sin notre calor de sus manos, sin ofr el murmallo de sus voces? Jimena pareci6 adivinare el pensamiento, pues miré a los ojas de su exposo y cexclams6 con rabia incontenible: “—{Maldtos ean los enviiosos que te obligan & marchar! 2 mana wenn lien, co y ADDO UPAR EDUDY DUD YDUEAD DERE SS despedida amarga. Cuando el Cid i de Hava los campos de Casilla sin embargo, trajo alguna alegria. A la sada de Carde- en una vuelta del camino un grupo de soldados com- [por tunos cincuenta caballeros y més de cen peones. La avanzaba bajo un mar de estandartes lamidos por la Ik- oda las caras mostraban ol gesto decidido de quien sabe adéinde va F408, Campeador —dijo Alvar Paes, porque esos vienen a unirse a vuestra mesnada!” legaban desde Tos rincones mis apattados de Cast smpanar al Cid en su desterro, Don Rodrigo los mits se seal el coraz6n con el puto para darles a en- ftitud. Saltaba ala vista que aquellos hombres co- sobras las fatigas de la guerra Tenian la piel curtida ree, as manos eruzaas de cicatries y la mirada quien seha endurecido a costa de mucho suf {esperanza —proclamé don Rodrigo. dij, el sol asomé por entre ls nubes y has el ca- ‘una liz dorada. Alvar Finer interpret aque suceso presigio, yl susurrs al Cid: est con nosotros. tenia razén, y aquella misma noche qued6 con in cuanto se puso el sol don Rodrigo y sus hombres se 4 dormir al pie de un robleda y, en mitad del sen, apareci6 un mensajero de Dios. Era el arcéngel Ga- ‘mir a don Rodrigo con sus ojos ales yl dijo con celestial: alga sin temor, porque Dios te compat. CCon esos y otros dnimos, el Cid comenz6 a cobrar alento. ‘Cuando salié de Castilla, levaba consigo trescientos cablleros y iis de mil peones. Al otro lado dela frontera, la sierra exhibia ‘om orgullo sus dsperos iscos. Durante horas el Cid y sus hom- bres atravesaron espesos bosques y bordearon altasladeras,y al fin, a media tarde, asomé en el horizonte el valle del rio Hens +e, cuyas oils estabansalpicadas de foralezas moras El Cid pretend aduearse dealguns de aga ils, pero compen que sb lo conseguiria i tomaba al enemigo por Sorpresa, —Detengimonos —dijo entonces. Habla decidida hacer de noche el resto del camino. La mes: nada descanss, pues, durante un rato, slo volvié a ponerse al trote cuando el palido resplandos dela luna empezé a blanquear Jas montafas. La fescura de la noche era de agradecer, y la mar- ha bajo los drboles results mis agradable de To que cabiaespe- rar. Por fn, hacia la madrugad, asomm6 en el horizonte la ciu- dad de Castejn yentonces el Cid dijo con tono rotundo: —Oeultémanos tas ls roles. Pocas horas después el sl volvié a ganarle la partida al no che, Castejn despert,y por sus puertas asomé una ruche- su guantelete silo empapado en sangre. La [pero el general presinié que, sino se po para contarfo, de modo que espoleé a su cor- Jo mas lejos posible. Ni moros ni cist ver en el campo de batalla, Jun dlstno similar. Fue el propio don Rodrigo quien su espada, y no necesito mas que tres golpes para ale combate, Los dos primeros tocaron el vientre del 0 lograron atravesrle a malla de metal que le eu ltereero, por el contraro, tops de eno contra ir y Fue tan devastador que la loriga se abrié de que un prpado, Una explosion de sangre sap del Cid yuna tueca de dolor entristeci la cara de 46 ‘su rival, Porla mirada que dirgié al vaco, qued muy claro que iri e sentia aun paso de la muerte. Fue como sili le hubie- ra revelado al oido que su Gnica salvacién estaba en la huida, ‘pues el general no dud6 nin solo instante de lo que tenia que hacer, Apenasrecibid el gop, reunid as dkimas fuerzas que le ‘quedaban y espoles a su caballo para ponerse en fuga, El animal tan aprisa que apenas dejé huells en la Gera, Alar Fé ‘ez, que presenci la huida, explics Iuego entre rsas que habia visto a Fiz volando sobre el campo de batalla. ‘Tias la fuga de los dos generals l eect moro se vio abo- «ado a la dertota, Haba perdido a sus cavdillos, era como una serpientedescabezada que no lograba coordinar sus movimien- 10s. La mayoria de los soldados comenzaron a dispersarse para salvar su vida, y los pocos que siguieron luchando murieron sin remedioavasallados por el enemigo, Los cristanos se abatieran entonces sobre el campamento moro, que les depardé un suca- lento botin: mas de quinients caballo, miles de espadas embe- lecidas con piedeas preciosas y una docena de arcas lenas de smonedas de oro que sin duda tendrian que haber servido para pagar la soldada de los guerreros de Tam Segin su costumbre, el Cid repartié las ganancias entre sus soldados con impecable generosidad. Alvar Fier agradecio su porcién det botin arrdillindose ante el Campeador, pero dan Rodrigo le oblig6 a ponerse en pie. “Eres la flor de la caballeria* le dijo, y no debes arr larte ante nadie, Confla en ti cm toda mi alma y, por eso mis- ‘mo, quisiera encomendarte una mision dif sda mjr de todos os eabees uw BA bevinvn visa comple sehr —dijo— que estoy dispuesto a bs ‘10 lo que neces vayas tan Ics —adaré el Cid—, pero ‘vasa poner tu vida en peligro. Hare, Alvar Finer emprendi el visje mis Gide habia encargado que le levara a don de su parte, pues queria demostrarle al rey su vasallo 2 pesar del destierro, Mien: corazon de Minaya se debatia entre la x- '¥¢l miedo a la mverte, Don Alfonso habia artancarle los ojos a todo aquel que prestase que don Alvaro se preguntaba si volveria con isin, Cuando por fn divi los muros de Bur- Minaya sinis un nodo en la garganta. Ni siquera dle batalla habia notado tan cerea el aiento de la en lo peor pens6 que los escuadrones del rey jeapturarlo para conducirlo ala horca. Per lo certo e& lepar sn obstiulos hasta el palacio real. don Alfonso acept6recbino, Minaya ented en els ‘ono con el corazén deshocado,y sinté un escaloio al que en los ojos dl rey segulaardiendo a llama del ren- ‘Sin embargo, Minaya sabia bien cul era su deber, asi que valor necesario para decile al ze: | _-=Majestad, vengo de parte del Cid Campeador, quien ha ‘onquistado mis de veine villas desde que sali desterrado de “west reino. Hace unos dss mi sei derraté en fiero comba- fe ls tropas del rey Tamin de Valencia, lo que le proporcioné Jun rico botin, El Cid se sigue considerando vasallo vest, asi us ‘que ba querido mandaros una parte de as ganarilas. Si 05 380% sisal patio de armas, pods ver el regalo que ose tra. EL rey no dijo nada. A juzgar por su tenso silencio, se estaba pidiendo paciencia a si mismo. Minaya, pues pens6 que habia Ilegado la hora de ise ycomenz6 a incorporarse. Habla perdido toda esperanza pero, de repente, el rey se levant6 del trono y «chs a andat hacia el patio de armas. Minaya lo siguid de cere, ‘midiendo con precision cada uno de ss gestos, yreconocié una punta de fascinacién en los ojos del rey cuando lego antec rega- Jo del Cid. El Campeador le habia enviadoa don Alfonso treinta ‘aballos de miembros fuertesypelae brilante cuy mirada lim pia sugeria un cardcter aguerrido y lel al mismo tiempo. Pero lo mas asomibroso era qu, dela sila de cada caballo, colgaba una «spada adornada con gruesos diamantes Alvar Fier se situé al lado de ey y pregunt6 con inguietnd: —zAceptsis el regalo, Majestad? Don Alfonso tard tanto en responder que al buen Minaya se le encogis de nuevo el corazén. Cuando por fin abrié la boca, Ajo con vor severa: Es demasiado pronto para aplacar mi ir. re Por fortuna, el Cid estaba lejos y no pudo escuchar aguellas palabras. Tras vender Alcocer a los moros de Calatsyud, hab seguido ensanchando sus dominios en direccién al ese. Varias villas cercanas a Teruel e incluso la mismisima ciudad de Zara 02a se habian visto obligadas a pagarle paras. El Cid hacia y deshacia a su antojo en las tierras de los moros, pero, lejos de sentine alegre, vivia prisionero de la mis oseura melancolia, Echaba de menos a su familia y se preguntaba con angusia qué hnabria sido de Alvar Finer. Mis de una ver penss que don Al- {onso,deseoso de ejecutar su venganza, habia ahorcado al buen ‘Minaya a ls puertas de Burgos para que su muerte srviera de cscarmiento. Por eso l dia en que el Cid descubrié en el hor zonte la siluctaespigada del buen Minaya, se sinté a punto de enloquecer de alegria. A lomos de Babieca, sais al encuentro de su. querido amigo y, tras recibielo con un fraternal abrazo le pre ‘gunt6 con ansiedad: -—iHlas ido @ Cardefa tal y como te ped? :Has visto a Jimena vyamis hist —Por supuesto —respondis don Alvaro—. Las tes esti her= ‘mosis como liros eciénflorecdos. Os envian muchos recuer= os, porque os ecan de menos con toda el alma Yo ls die, pa- ‘2 animarlas, que muy pronto las converts en ls mujeres mis cas dela tierra, y estoy seguro de que no ment —Supongo que el abad don Sancho acept los mil marcos de foro quele levaseis de mi part, —iTendais que haberlo visto cuando saqué el dinero! HI po- bre se qued6 pailido como sie fltara el are, porque era la pri mera ver que veia tantas monedas juntas. Tue que insist mu- cho, pero al final cept el dinero, 380 eee EEE ee UU eT Ee ‘Aun quedaba pendiente una pregunta, y er la de respuesta ind incerta. EI Cid times antes de forrmlarl: parecia que su coraz6n, tan valiente ante la lanzas del enemigo, sp habia vuelto incapaz de sobrellevar el peso del miedo. Tema una decepcin, yyse le notaba, Alvar Féiez lo vo tan abrumado que le ahoreé el mal tago de hacer la pregunta —El rey me concedié la graca de recibirme en persona —ex plicé—, pero al principio lo vi tan serio que tem por mis ojos, Le hable de vuestrashazafas, le dije que os seguis considerando vasallosuyo yd. Qué os respondis? —pregunt6 ol Cid con impacienca —Que atin es demasiado pronto para aplacar sia I rostro del Cid quedo ensombrecido por la tristeza. Alvar Pane, dodo por la pesadumbre de ss efor, agudi su propia ‘vox para infunditl nim. —Sin embargo —dijo— esté claro que las cosas van a ita jor. Don Alfonso acept6 vuestro regalo como muestra de bue- na voluntad, y me ha dado permiso para que enteey salga de Castilla tantas veces como quiera. En adelante, ningtin cabalero «ser catigado por unirse a vuestras tropas, EL Campeador se sinti inmerso en una encrueiada de sen mientos encontrados. Por un lado, comprendié con pena que el perdén de don Alfonso ain se hava esperar, pero, por el otto, se dijo con esperanza que, puesto que el rey habla aceptado su re sal, el camino de la reconilaci6n no estaba cerrado del todo, Don Rodrigo, pues, traté de reponersey, justo cuando abando- nnaba el circu vieioso de sus pensamientos, el buen Minaya ex clam con alarma: —jSoldadas! En efecto, por la hondonada que tenian delante se veiaavan zar una tropa de unos mil guerreros. El Cid, sin embarg pondis con curios indifeencia: Me habia olvidado de decirte, quero Minaya, que esta tar- de tendremos que batalla de nuevo. Acaso el rey Tamin vuelve a amenazarnos? Nada de eso esta ver nuestros enemigos son cristianos de buena ley. Don Ramén, el conde de Barcelona, me ha retado, Dice que me he acercaco demasiado asus ticrras,y que ests de 2030 de apicarme el castigo que merczco. Yo me he resistido a combatir pero ya sabéis que don Ramén tiene un caricter end moniado, Es un fanfarrn losé de obras HI Gid se encogié de hombros, como sino quisiera expresar sw opinion. Alvar Fae, por el contraro, tenia muy caro que el conde era un hombre ogulloso y tovudo acostumbrado a mal tualar de palabra a todo el mundo, Cuando lo vio al fondo dela hhondonada,dirigiendo a su tropa con grufidos de furs, com- Pen de fnmeciat que don Ramin se habla propuesto una Dafagiue io eabe a ualcance Sie hubicran pedi al buen Mina quedssribiersa un mal guerrero, no habria dado un Tiss ela al hore que aban viendo ss ojos: on IR ty de modes insotentes, con una cara nro AMMA ena oscars anchos de un ito de pecho y aniacenorme de ben comedor gue se bamboleaba con MPA yor ques caitoevartaba una pat ' —sTiembla, Campeador —grit6 el conde desde el fondo de Ja hondonada-—, porque has encontrado un enemigo que tha 1 morder el polvo!;Rindete ahora mismo, o verés corer I san rede tus hombres! Corti sangre, pero no en el bando de don Rodrigo. A los, soldados del Cid les bastaron unos pocos lanzazos dados sin mucho empeto para desbaratar por completo al ejécito del propio don Ramén cays prsionero, y el Cid toms por conde. encias, La mis valiosa era una espada que Doin todas sus pete tenia Te empunadura de oro puro y una poderosa hoja de aceto por la que esbalaba con calma la ima luz de la tarde. Sela abs Colada, y el Cid se convencié de que era la mejor espada ‘que habia visto en toda su vida. Fascinado por su fortaleza la al- 26 con las dos manos como si quisiera consagearla alos cieos. Don Ramén, que estaba al lado, sintis tal miedo que se ech a los pes del Cid y comenz6 a sllozas ‘—iPor lo que més quersis, Campeador, tened clemencia de este pobre vencidl Seré vuestro esclavo si asi lo querés, pero perdonadme la vida, por piedad! £1 Cid hizo un gesto de profundo desconciertoyexclamé: —Pero jqué esis diciendo, senor conde? Desde Inego que 1 voy a mataros! Al coatratio: s estoy muy agradecide por et botin que habeis dejado en mis manos. Vamos, don Ramén, ve nda cenar conmigo en mi tienda y prometo que, si comes con ‘gna, os devolveré la ibetad en cuanto el sol saga de nuevo El conde mit al Cid can inesperada simpatia, No podia creer se que don Rodrigo, siendo tan aguerrido, se mostrara asi de ‘magnénimo con un prisionero. Obediente como un cordeillo, el conde acompané al Cid hasta su tienda y engull la cena con su buen apetito de siempre. Sin embargo, no respir6 con alivio hasta el amanccer, cuando el Campeador le devolié la libertad segin lo prometido, Entonces, don Ramén aguijoneé con fuet- 22. su caballo para alejarse lo antes posible. «Es mejor poner tierra de por medio», se decta, eno sea que don Rodrigo se dé ‘cuenta de lo estipido que ha sido al ibrar de balde a un prisio- nero tan valioso coma yoo. 154 Los heroes nunca renuneian a id se habia prometido que suyos, yen Tos lagos aos «a aquela noble ilusién, recan vive en un lugar de da, asf que puso sus ojos en hermosa como un poema ‘quezas. Rodeada defies hacia el azul del mar y caricia de os vientos de alguna: Valencia era el lugar ‘Conquista la ciudad, lencia estaba rodeada por sdefensa,y se hallaba en ricter fiero al que no {que contaba con rig «en mil soldados, pero el res: con una tenacidad las villa que rodeaban’ jr su espada en sangre, CAPPED EEUU CCE ECC EE Peet so cort el fujo de viveres ET hambre hizo el resto. Don Rosh que pastban hacia Valencia y dei que la miseria cds entre aoe unos. Dentto dela ciudad, el dolor sate de casa en cast y tus palabras de consulo se volvieron ites: ni hijo grabs snimar al padre nel consejo del padre alivaba las penis de! i jo. Despus de neve meses de sein el rey Tamin comprendio {ue ss sldados ya no estaban en condiciones de defenders tsi que, eta mafia, abandon6 en sereto su joo paacio¥ te coabayed en an navio con rumbo a Marruccos. Tans Jogro ponerse a salvo, pero a cota de un dolor ins, Mientras perso navegaba mar adentso el rey manten a vista cavada en ai pefl de su querda Valencia, que se exfamaba af eos como vimcerr en la niga. Sile hubieran arrancaco un pedazo del al- sma, Tamia no habia sentido tanto doer. 9 Que Ald maldiga al Cid! —se repetia sin parar Pocas horas después, don Rodrigo tro en Valencia «lop “de tbiccay quedé fascinado por la hermosa de sus cas gue rceian con tanta vveza como si se huberan bebo de un so sorbo toda la uz del mar Mediferrinco. Al paso del Cid, los puaranjossoltaban tna Uva generosa de azahares que perfum thm elaire con un aroma feliz de frutafesca, Desde las ventas dhe sus casas, 1s valencianos miraban a ls tropas del invator fon una mezca de miedo yalisio. Les agradé comprobar quect Gi no desfilaba por la cindad con insultante arr fon el porte humilde de quien sabe que todas sus victorias sn) bra de Dios. Sin embargo, nada les sorprendié tanto como Imma barba que levaba el Cid, Oscura como el cielo de ls orhesse le desparramaba en ondas sobre el pecho con la fuerza fhcontenible de wn torrente, Hacia casi diez aos que dom Ro- WoOSTTTSTTTTT TTT VEL Vee eee eee Arigo no se la cortaba, pues habia prometido que se la de crecer sin descanso hasta que el rey don Alfonso tuviera a bien perdonarle Cid fj6 su nueva casa en l aledzar de Tamin, un palaio esplendoroso formado por decenas de aposentos donde los te chos se sostenian sobre columnas de oro macizo, En el centro el aleszar habia un patio inmenso de una belle conmavedo- +, Junto las mata de rosa ylosariates de jazmines los pavos reales abrian con orgullo el abanico de sus plumas, mientras clentos de palmeras desfiaban al cielo con el filo de sus ra Enel rincén mis agraciado del patio, habia un estanque de aguas tranguilasalimentado por cinco canos de pat, ye are era tan puro alrededor que el Ci sonris de gozo. Al asomarse al estan- due, se vio ast mismo como en un espjo. ¥, aunque le dolis su restro marcado por los sacifcios de la guerra, reconocié en ef fondo de sus ojo el billo inconfundible de la felicidad el Cid habia encontrado el hogar que busca Aquella misma tarde, evié a Alvar Fier nuevo regalo para don Alfonso, pues descaba que el ry pale pase del espéndido botin que le babia deparad la ongulsts Don Alfonso quedé extasiado con los cen caballos que le olte- 6 Alvar Fez, pero lo que desaté de veras sa entusiasmo fue 1a noticia de la toma de Valencia. HI Cid habia llevado & cabo una hazafa tan prodigiost que era imposible no sentise emo

También podría gustarte