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BREVE HISTORIA DE LA VIRGEN DE LUJAN

En 1630 un estanciero portugués establecido en Sumampa Santiago del Estero, pidió a un


pariente que le enviara una imagen de la Virgen para tenerla en su estancia. Este le envió
dos para que eligiera. Las imágenes fueron transportadas en barco desde Brasil hasta
Buenos Aires y luego en carretas hacia su destino.
Junto al río Luján, cerca de la actual localidad de Pilar (provincia de Buenos Aires), una de
las carretas se detuvo y no hubo manera de hacer que los bueyes pudieran moverla. Fueron
bajando la carga y solo cuando sacaron el cajoncito que encerraba a una de las imágenes,
pudieron mover la carreta. Repitieron varias veces la prueba, hasta convencerse de que ella
era el origen de la inmovilidad del pesado carromato, definitivamente la imagen de María
en su Inmaculada Concepción quería quedarse allí. Decidieron pues dejarla en una estancia
vecina y continuaron su camino. En el otro cajoncito estaba representada la virgen llevando
al niño Jesús en sus brazos, esta llegó a destino y hoy es venerada como nuestra Señora de
Sumampa.
La primera imagen, es la q hoy conocemos como Nuestra Señora de Lujan, la misma quedó
un tiempo en la mencionada estancia, donde se construyó una capillita y comenzó a ser
venerada por la gente. Pronto vieron que quien acudía a ella, era escuchado y se fue
extendiendo su devoción. Desde los primeros momentos, estuvo junto a ella un esclavo
negro, llamado Manuel, quien la cuidó con cariño y devoción durante toda su vida.
Pocos años después se la trasladó al lugar actual, para que pudiera ser venerada con mayor
comodidad, sin tener que entrar en la estancia. Se construyó una nueva capillita, luego otra
más grande. Actualmente es una hermosa basílica que fue visitada por el papa Juan Pablo II.
Muchísimos próceres de nuestra historia se pusieron bajo su protección: San Martín,
Belgrano, Pueyrredón, Saavedra y otros.
En 1887, fue coronada por el papa León XIII. Su fiesta se celebra el 8 de Mayo. Ella es la
patrona de la Argentina.

ORACIÓN
Santa María, Madre de Dios, consérvame un corazón de niño, limpio, puro y transparente,
como un manantial; dame un corazón sencillo, que no rumie sus tristezas; un corazón
magnánimo al entregarse, tierno para la compasión; un corazón fiel y generoso que no
olvide ningún bien, ni guarde rencor por ningún mal.
Dame un corazón dulce y humilde, que ame sin esperar nada a cambio, gozoso de olvidarse
en otro corazón, delante de tu Hijo Jesús.
Dame un corazón grande que ninguna ingratitud cierre y ninguna indiferencia canse; un
corazón preocupado por la gloria de Jesucristo, herido de su amor con una llaga que solo
cierra en la eternidad.
María hazme un corazón humilde y misericordioso como el de Tu Hijo Jesús.
Amén.

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