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25/3/2018 Los mercados de la Plaza Mayor en la ciudad de México - I.

El comercio tradicional novohispano - Centro de estudios mexicanos y centroameri…

Centro
de estudios
mexicanos y
centroamericanos
Los mercados de la Plaza Mayor en la ciudad de México | Jorge
Olvera Ramos

I. El comercio tradicional
novohispano
p. 21-42

Texto completo
1 El estudio del comercio tradicional novohispano tal y como se practicó en las
tiendas y los puestos de la Plaza Mayor de México durante los siglos XVI y XVII,
permite configurar un esquema explicativo de conjunto de las prácticas
comerciales más antiguas y de las relaciones sociales jerarquizadas que
predominaban entre los comerciantes y los vendedores de la plaza, lazos y
contactos sociales que daban coherencia al comercio urbano en la época de los
virreyes. Por comercio tradicional entiendo todas aquellas prácticas e
instituciones mercantiles propias de una sociedad del antiguo régimen, es
decir, los mecanismos y los agentes de la circulación de productos en una
economía preindustrial.
2 Los documentos del Archivo Histórico de la Ciudad de México revelan que
una serie de vínculos de corte estamentario entre los « cajoneros » o dueños

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de tienda, en la cúspide de la jerarquía de comerciantes, y los vendedores


menudistas o « puesteros de la plaza », en el límite inferior del sistema
mercantil virreinal, eran el combustible que ponía en movimiento a los
mercados urbanos virreinales.

LAS TIENDAS Y LOS PUESTOS


3 En los estudios históricos sobre la Ciudad de Mexico los trabajos que indagan
en torno de los espacios comerciales de la Plaza Mayor y la evolución de sus
mercados son escasos. En los textos de los cronistas coloniales y de los
viajeros decimonónicos que mencionaron estos mercados, se destacó
primordialmente la descripción de su colorido, la frescura de los bastimentos
y la abundancia de mercaderías y « productos de la tierra » que allí se
compraban y vendían. En un trabajo de divulgación, Salvador Novo1 dedicó
buena parte de su ensayo al comercio de la Plaza Mayor ; ahí observó
agudamente que el estudio de la fusión de costumbres comerciales, o sea, la
mezcla de prácticas mercantiles españolas e indígenas, estaba por escribirse.
Ahora con este trabajo se intenta, en parte, responder a aquella interesante
observación mediante un esquema explicativo de la mezcla cultural que
predominaba en los mercados tradicionales de la Plaza Mayor del México
virreinal.
4 Si hasta hoy se ha aceptado que durante la Colonia la Plaza Mayor estuvo
ocupada por un gran mercado, aquí pretendo demostrar que sobre la
superficie de la plaza se mantuvieron al menos tres mercados claramente
diferenciados. Los mercados a los que me refiero son el de bastimentos o
víveres, llamado en aquella época « puestos de indios » ; el mercado de
manufacturas artesanales —nuevas y usadas— también llamado « el
Baratillo » y el mercado de productos ultramarinos o « cajones de ropa »
(luego Alcaicería y posteriormente Parián).
5 Ahora bien, en este peculiar conjunto de tres mercados se relacionaban a su
vez las funciones de las tiendas con las actividades de los puestos en estrecha
dependencia. Aunque cada mercado dispuso de un paraje más o menos
delimitado (las tiendas o « cajones de madera » junto al Portal de Mercaderes
y el edificio del Ayuntamiento ; las « mesillas » del Baratillo en el centro de la
plaza, y los « puestos de indios » junto a la Acequia Real y costado sur del
palacio virreinal), los testimonios documentales revelan que una serie de
nexos entre los diversos actores sociales eran los que integraban en un
conjunto orgánico a los mercados de la Plaza Mayor. Sin embargo, no
podemos afirmar que en cada mercado hubiese tiendas y puestos, pero sí
podemos postular que en todos ellos el contacto entre los comerciantes de
mayor y menor jerarquía, ya fuesen « cajoneros », « alaceneros », empleados
dependientes, vendedores « al viento » o puesteros « arrimados », se regía por
normas jerarquizantes similares.
6 La combinación de las tiendas y los puestos tuvo fines prácticos. Los dueños
de tienda, ocupados en las grandes transacciones mayoristas, necesitaban
distribuidores menudistas de sus géneros y de otros productos que le dieran
variedad a la oferta de los « cajones ». Los puesteros, a su vez, necesitaban un
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local que resguardara sus vendimias y requerían del prestigio de un


establecimiento formal para acceder a una clientela más amplia. En efecto, la
combinación de tiendas y puestos « portátiles », la comunicación de españoles
e indios y la interacción de comerciantes mayoristas y vendedores menudistas
es un rasgo peculiar de los mercados de la Plaza Mayor. Esta singular
concentración de todo tipo de comerciantes sobre el mismo espacio urbano
ejerció un enorme poder de atracción sobre el público local y regional, así
como un inmenso poder de convocatoria sobre todos los vecinos, tanto ricos
como pobres.
7 Los estudiosos de la historia de la Ciudad de México han demostrado que en el
siglo XVI la corona española quiso, sobre la avasallada y refundada capital
mexica, implementar una política de ocupación segregacionista ; es decir, los
gobernantes discurrieron repetidos intentos por separar los espacios urbanos
de acuerdo con las calidades sociales de sus habitantes : indios y no indios. En
esos mismos trabajos también se comprobó que tal política fue en buena
medida formal,2 pues hasta hoy ningún autor ha demostrado que tal
separación haya sido efectiva.
8 Los preceptos segregacionistas señalaban que en la capital virreinal los
españoles no se mezclarían con los indios, y terminaron por prohibir que éstos
vivieran dentro de la traza urbana. Sin embargo, como estudios más actuales
han demostrado, estas disposiciones sólo se cumplieron de mariera parcial. Es
más, los documentos sobre las tiendas y los puestos de la Plaza Mayor
muestran que la pretendida separación espacial tampoco tuvo efecto en los
mercados de la plaza.
9 Desde el siglo XVI las autoridades, tanto de la Audiencia como de la ciudad,
extendieron licencias para establecer « cajones de ropa » (tiendas de madera
de 16 metros cuadrados aproximadamente) y tenderetes portátiles o
« mesillas » sobre la superficie de la plaza. La combinación de tiendas y
puestos en estrecho contacto no puede, según mi parecer, seguir siendo
pensada como un rasgo pintoresco del comercio en la Ciudad de México,
dicho modelo comercial, resistente durante siglos a la especialización
mercantil por giros y que los economistas modernos llaman « comercio
bimodal »3, nos sugiere una relación interdependiente, complementaria y
simbiótica entre los diversos tipos de comerciantes.
10 La relación de interdependencia entre tiendas y puestos a la que me refiero se
manifestaba cuando los cajoneros daban en alquiler porciones diminutas —
interiores o exteriores— de la tienda a españoles pobretones y a vendedores de
menor jerarquía que quedaban como subarrendatarios o « arrimados ». Los
arrimados pagaban su renta puntualmente, pues el « arrimo » les
proporcionaba un local permanente y seguro para la venta. Durante el
régimen colonial la comercialización de productos no obedecía a los preceptos
de la libre circulación, en su lugar operaba un sistema monopólico apoyado en
distribuidores selectos para cada tipo de producto. Por ello, en el mercado de
productos importados, la interdependencia entre cajoneros y arrimados era
fundamental, pues por estar reunidos en el mismo recinto los arrimados
podían ser controlados directamente por los cajoneros.

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11 La relación complementaria entre tiendas y puestos se patentiza cuando


comprobamos el beneficio para ambas partes : en primer lugar a las tiendas,
pues además de las rentas que recibían los propietarios, los arrimados les
permitían atender con preferencia las ventas al por mayor detrás del
mostrador, al mismo tiempo que beneficiaba su establecimiento con una
extensa clientela que era atraída por los arrimados. En segundo lugar, los
puesteros se beneficiaban al arrimarse con un cajonero, pues el sitio que
ocupaba regularmente dentro o fuera de la tienda los investía de cierta
categoría social entre los vecinos. El ascenso social de los puesteros estaba
fundado en el prestigio y honor del mercader que los incluía en los arrimos de
su establecimiento.
12 Por su parte, los indígenas arrimados beneficiaban a los cajoneros, pues con
sus frescas hortalizas fungían como escaparates de las tiendas. Los
compradores, y sobre todo los « forasteros », eran seducidos por colores y
olores deliciosos.
13 En contraparte, los indígenas consolidaban sus tratos al abrigo de las tiendas,
protegían sus productos y personas de la intemperie, y conseguían un lugar
donde almacenar e incluso pernoctar. Más aun, el arrimo a un mercader les
daba cierto reconocimiento entre los vendedores de la plaza.
14 La relación simbiótica se expresó también en la forma que adquirieron los
locales comerciales. Durante el siglo XVI las tiendas de la Plaza Mayor eran
móviles, es decir, los prestigiosos cajones de los linajudos mercaderes se
« arrastraban » de un sitio a otro como si fuesen tenderetes, ya fuera durante
las variadas festividades como en las incontables calamidades. En cambio, la
sedentarización de los puestos ocurrió en el siglo XVII, cuando el Ayuntamiento
comenzó a rentar sitios de la plaza a los puesteros. Los tenderetes se
convirtieron en « puestos en firme » y fueron considerados por sus
propietarios bienes inmuebles, como si fuesen tiendas o establecimientos
formales. Sin duda, con este proceso se intercambian las peculiaridades del
local fijo y del móvil, el cajón presenta la movilidad del puesto y el tenderete
participa del carácter sedentario de la tienda.
15 Para documentar la interacción entre las tiendas y los puestos, aunque este
primer ejemplo no se refiere a los cajones y puestos de la plaza, sino a las
tiendas del Portal de Mercaderes inmediato, cabe señalar el testimonio del
dominico inglés Thomas Gage, quien en 1625 describió la Plaza Mayor de
México como un « mercado considerable [...] el otro lado de la plaza corre en
forma de pórtico. Ocúpanlo las tiendas de los mercaderes de sedas y delante
de sus tiendas hay puestos de mujeres con toda especie de frutas y hierbas ».4
Podemos suponer que el conjunto comercial de la Plaza Mayor irradiaba hacia
las inmediaciones sus prácticas comerciales y que bajo los portales, los
mercaderes también atraían a los puestos. Otro ejemplo : cuando se planeaba
construir las tiendas de la Alcaicería en 1693, los mercaderes aceptaron
financiar parte de la obra sólo si se permitía arrendar « huecos » y « arrimar »
a vendedores dependientes.5
16 Otros autores nos informan que la matriz comercial que combinaba tiendas y
puestos se reprodujo en otras plazas de la ciudad virreinal. Salvador Novo,

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apoyado en las actas de cabildo, documenta la combinación de tiendas y


puestos en el Portal de Tejeda. Dicha edificatión era un conjunto de « tiendas
en firme », cuyo comercio se complementaba con el de los puestos « al
viento » de algunos indígenas de la vecina plaza de San Juan. Otros ejemplos
del mismo autor hablan de que algunos mercaderes españoles obtuvieron
licencias para erigir « cajones de mercadurías » junto al llamado tianguis
indígena de Juan Velásquez (hoy Palacio de Bellas Artes). O bien que otros
españoles levantaron cajones en el mercado indígena de la plazuela de
Santiago Tlatelolco.6 Por aquellos años, en los barrios no existía una demanda
consolidada de los bienes de consumo europeo, por ello en ninguno de los
emplazamientos de las parcialidades indigenas se dio el éxito de la mezcla de
cajones y puestos como en la Plaza Mayor.

LAS LICENCIAS EN LA PLAZA MAYOR


17 Desde la década de 1530, las autoridades, tanto peninsulares como locales,
otorgaron licencias para que los españoles, las castas y los indígenas pudieran
establecer en la superficie de la plaza sus locales comerciales. Fueron las
autoridades las que promovieron la apropiación por parte de los particulares
de porciones diferenciadas del espacio público.
18 En aquellos años la participación del Ayuntamiento en el comercio incluía dar
en alquiler los espacios u otorgar las « licencias », pero correspondía a los
propios comerciantes, cada uno con sus medios y recursos, el habilitarse de
las instalaciones necesarias para ejercer la venta : cajones, cajoncillos,
mesillas, alacenas, jacales.
19 A los españoles, en la cúspide de la jerarquía de comerciantes, se privilegió
con los espacios más a propósito para la venta. Sirvan de ejemplo el conde de
Santiago y la orden agustina, que desde 1530 construyeron y arrendaron el
Portal de los Mercaderes ;7 o el Mayorazgo de Guerrero que recibió una
« gracia » por la que pudo construir el Portal de las Flores (hoy bajos del
nuevo edificio del gobierno del Distrito Federal) y beneficiarse de sus rentas,8
o bien el español Gonzalo Ruiz, quien obtuvo licencia desde 1533 para
levantar « cajones de ropa » en un extremo de la plaza.9
20 Otras licencias para comerciar dentro y fuera de la plaza se otorgaron a las
castas : los « buhoneros » o « mercaderes itinerantes », también llamados
« vendedores de casa en casa », fueron individuos que no tenían tienda o
puesto, y quienes « a cuestas, por las calles, plazas y conventos » vendían
diversos productos ; por ejemplo, Juan Castillo podía vender cacao y azúcar,
« con tal que pagase las reales alcabalas y lo manifestase en la Diputación ».10
Cristóbal Ordóñez tenía « licencia » de 1650 para vender por la calle « ropa de
Castilla, China y de la tierra ».11 Juan de Sobrevilla obtuvo licencia del virrey
duque de Alburquerque en 1653 para que un esclavo suyo llamado Antonio de
la Cruz, « u otro cualquiera », pudiese vender por las calles.12 Francisco
Aguilar obtuvo ese mismo ano una licencia similar, además de la de poder
traer « espada y daga ».13 A los grupos urbanos pobres se les concedió licencia
para que pudieran vender artículos usados sobre « mesillas ».14 El espacio que
agrupó los tenderetes en los que se remataban los artículos de segunda mano
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se popularizó con el nombre de « Baratillo », « Baratillo Chico » o « Baratillo


de los muchachos ».
21 La Audiencia y el Cabildo impusieron sucesivamente a los indigenas, la
introducción de hortalizas y la comercialización sobre la superficie de la plaza
de « los productos de la tierra » para el abasto de los vecinos.15 Cuando en
1692, el Ayuntamiento arrendó a un asentista la recaudación de los « puestos
y mesillas de la Plaza Mayor », se le ordenó que debía dar sitio a los indios,
« sin llevarles ninguna pensión », para que asentaran sus tenderetes y
sombras.16 Sabemos que la exención de cuotas fue sólo formal, pues desde
mediados del siglo XVII los puesteros indígenas, con tal de garantizar los sitios
mejores y más cómodos, pagaban pensión al virrey o al Ayuntamiento. Por
ejemplo en 1654, « las naturales del barrio de Necatitlán » y las de la
Parcialidad de San Juan obtuvieron confirmación virreinal y « posesión de los
sitios » para vender « lanas teñidas » a la orilla de la acequia.17 Muy cerca de
ellas los leñadores de Xochimilco conducían la venta de ese combustible en
sus puestos « levadizos » o jacales.18Las « naturales de Santiago Tlatelolco »
defendían en 1721 una « licencia » para el comercio y tráfico de las papas,
« parapoderlas rescatar de los arrieros que las conducen a esta ciudad ».19
22 Durante temporadas especiales del año, tales como festividades religiosas y
civiles, el Cabildo expedía otro tipo de licencias : desde 1697 sabemos del
establecimiento anual en la Plaza Mayor de los llamados « puestos de Noche
Buena », —conjunto de cajones y puestos con venta al mayoreo y menudeo de
comestibles y especialidades decembrinas para la demanda local y regional.20
Igualmente antiguos fueron los puestos de « Cuaresma » o « puestos de
viandas ».21 También durante la festividad de Todos los Santos, los puestos de
« ofrendas » ocupaban la plaza al anochecer.22
23 La variedad de permisos nos muestra que en los mercados de la Plaza Mayor
se entrecruzaban las facultades y poderes virreinales, los de la corona, los del
Ayuntamiento, así como los de un asentista o concesionario particular. Al
describir el paisaje comercial en la Plaza Mayor, los documentos enumeran los
multiples vendedores y mercancías que circulaban entre los puestos y cajones
en auténtica mezcolanza ; nos ponen al tanto de una interrelación cultural que
prevalecía en los diferentes espacios comerciales ; y al mismo tiempo nos
revelan una jerarquía rigurosa e infranqueable que se manifestaba en la
variedad de concesiones y permisos particulares. Por ejemplo, no sabemos de
ningún indígena que haya sido dueño de tienda.

« JUNTOS, PERO NO REVUELTOS » : UNA MUESTRA


DE LA JERARQUÍA ENTRE LOS VENDEDORES
24 Los dueños de tienda seleccionaban a sus arrimados. No era igual un paisano
peninsular que alquilaba medio cajón que un indígena o un español pobretón
que alquilaba sitio debajo de los « tejadillos » por fuera de la tienda. No se
trataba de comerciantes que se reconocieran en condiciones de igualdad, ya
que su procedencia social y étnica determinaba su sitio o posición con
respecto al cajonero. En efecto, por debajo del linajudo mercader se tejía una
verdadera red de vendedores dependientes. Los mercaderes arrendaban los
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« huecos » del cajón y cobraban una pensión por el arrimo, pero la


procedencia social de los arrimados determinaba la colocación dentro o fuera
de las tiendas.
25 La tienda y sus arrimados daban la apariencia de un pequeño almacén donde
el público encontraba los productos de diversos proveedores. Las tiendas
debieron guardar gran similitud, pues en todas ellas se vendía de todo.
Suponemos que la jerarquía entre los arrimados se reflejaba incluso en la
distribución espacial de las tiendas : detrás del mostrador se exponían los
valiosos productos del mercader, por fuera del mueble, sobre el piso y junto a
las puertas se acomodaban los arrendatarios arrimados cuyos locales podían
ser cajoncillos y mesitas. En el exterior de la tienda, llamado « al viento »,
recargados en los muros y debajo de los tejadillos se acomodaban « cajoncillos
de madera » y se empotraban las « alacenas » de otros arrimados. Los
indígenas situaban sus puestos y petates junto a las puertas de la tienda, junto
a los cajoncillos y las alacenas, y con sus montones de frutas y verduras
acomodados vistosamente fungían como escaparates que atraían la vista de
los consumidores. Cada tienda, con multiples arrimados, en el interior y
exterior, quedaba convertida en un diminuto almacén donde se vendía todo
tipo de productos, desde pescados salados de la laguna a vinos andaluces y
desde « naguas de Jilopepec » a tapetes de Damasco ; todo ello bajo el
patrocinio y vigilancia de los cajoneros que estaban presentes para enmendar
cualquier transgresión.
26 A los arrimados, el acogerse a un cajonero les garantizaba un sitio donde
poder resguardar sus productos de los elementos naturales. En aquellos años
las autoridades no proporcionaban ningún tipo de equipamiento o
instalaciones, por lo que los comerciantes, con sus medios y recursosde
manera individual tenían que hacerse de las instalaciones necesarias para la
venta ; así vemos que para la mayoría de los arrimados —todos aquellos sin
los recursos económicos ni la condición social para establecer una tienda— el
acto de arrimarse o vincularse a un cajón resultaba casi una necesidad. El
éxito o fracaso de un comerciante arrimado dependía de una relación pactada
verbalmente con el cajonero. Debemos aclarar que el éxito de un arrimado no
significaba elevar notoriamente sus ingresos ni su nivel de vida. Los
arrimados, indios y no indios, obtenían en el comercio remuneraciones que
apenas les permitían sobrevivir día con día. Un abismo separaba las ganancias
del cajonero de los ingresos miserables de los puesteros.
27 Los mercaderes determinaban el numero de dependientes, blancos e indios,
establecían las cuotas o pensiones a pagar, imponían los sitios a ocupar y
regulaban los productos en venta. Los cajoneros también fungían como jueces
en las disputas y conflictos entre los arrimados y podían « lanzar » libremente
a cualquier arrimado infractor. El ser propietario de un cajón en la Plaza
Mayor era, indudablemente, un negocio redondo, pues la tienda no sólo
producía las ganancias propias de ese comercio, sino que permitía a los
mercaderes especular con los espacios e instalaciones y obtener ganancias
extraordinarias de toda una gama de individuos subordinados a él.

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LOS COMERCIANTES Y LAS AUTORIDADES


28 Otra característica del comercio tradicional de la Plaza Mayor fue la escasa o
nula relación de los arrimados con los regidores municipales ; los puesteros
arrimados no conformaban ninguna corporación reconocida por las
autoridades y carecieron de toda relación formal con el Cabildo. Los
baratilleros, provenientes de las llamadas castas, recurrían a la justicia de la
Real Audiencia, pero en general los pleitos y disputas entablados por los
vendedores de menor jerarquía, antes de acudir a los tribunales suponemos se
resolvían directamente con el cajonero, es decir, trataban verbalmente con su
patrocinador antes de darle curso legal a sus inconformidades. El contacto de
los puesteros indígenas del mercado de bastimentos de la Plaza Mayor con las
instancias de gobierno se efectuaba mediante el Juzgado de Indios o por
medio de los cabildos de las parcialidades o barrios.
29 En el otro extremo, los cajoneros detentaban una presencia legal respaldada
por un contrato de arrendamiento ante el Cabildo ; eran de los principales
contribuyentes de las arcas municipales. El Cabildo disponía de un
procedimiento burocrático para que los cajoneros pudiesen establecer una
tienda.
30 Las líneas siguientes se basan en los contratos de arrendamiento expedidos
por el Ayuntamiento a los primeros cajoneros que « poblaron » las tiendas de
la Alcaicería entre 1695 y 1697 : en el mes de enero de cada año, mediante
pregones y remate, la Ciudad otorgaba el arrendamiento de los sitios de la
plaza. Los contratos de arrendamiento eran similares a los usados para
« datas » o tomas de agua. Formalmente, todos los contratos eran expedidos
por el escribano de la Mesa de Propios. Estos contratos, denominados de
renta rasa, permitían a los cajoneros disponer del « dominio y posesión » de
los sitios como si de bienes inmuebles se tratara. Es decir, susceptibles de ser
heredados y traspasados ; el contrato de arrendamiento les otorgaba a sus
dueños gran autonomía y el control de la « tienda y su viento », hoy diríamos
del local y la acera. En estos contratos se estipulaba una renta anual que se
pagaba por adelantado, esta renta se mantuvo en doscientos pesos de aquella
época por un terreno de aproximadamente 16 metros cuadrados sobre la Plaza
Mayor. Los arrendamientos se pagaban al Cabildo en « reales », y si los
cajoneros notificaban a los regidores podían « traspasar y hacer mejoras » en
sus tiendas. La escritura otorgaba el dominio del sitio, « suelo y aire », y los
cajoneros corrían con todos los gastos de equipamiento. Por su parte, la
ciudad se comprometía a no quitarles el sitio durante el tiempo del contrato,
« pena de le dar otro tal y tan bueno, en tan buena parcela y lugar y por el
mismo tiempo y precio ».23
31 Suponemos que los « dueños de cajón » pudieron con aquellas condiciones
controlar el abastecimiento de los productos y vigilar la distribución al
menudeo que realizaban los arrimados. Para casi todo los mercaderes eran los
señores de la plaza.

LOS TRASPASOS Y LOS « GUANTES »

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32 La Mesa de Propios del Ayuntamiento sólo excepcionalmente remató los sitios


de la plaza mediante contratos anuales, ya que lo ordinario fue que los
cajoneros, de manera particular, traficaran con arriendos de porciones o de
todo el cajón, negociando innumerables traspasos y transformando las tiendas
en verdaderos negocios especulativos, distintos de los tratos propiamente del
comercio de géneros. Sabemos que algunos cajoneros reunían el
arrendamiento anual tan sólo con las rentas que cobraban a los
subarrendatarios y arrimados ; por ejemplo, en 1705, Juan Fernández
liquidaba su arrendamiento anual con lo que obtenía de Ramón de Issa por
medio cajon.24 Los pagos por subarriendos y por traspasos eran generalmente
acompañados de otra suma, especie de « mordida » que aseguraba un trato
preferencial e individualizaba la transacción, todo ello sin notificar a las
autoridades. Estas sumas se conocieron como « guantes » o « dádivas
graciosas ». Los pagos informales para traspasar o remodelar las tiendas se
consolidaron como una práctica rutinaria entre los cajoneros de la Plaza
Mayor, pues mediante los guantes los cajoneros evitaban los remates públicos
y evadían los lentos trámites burocráticos.
33 Veamos algunos ejemplos : en 1703, Francisco Garrido, dueño de cajón, con la
intención de derribar un muro inmediato a su tienda, no dudó en ofrecer
« dádivas graciosas » al corregidor para que en connivencia pudiera
« repeler » las pretensiones de un « mercero » que se aferraba a aquel muro.25
Como vemos en este ejemplo, los pagos informales, que inicialmente eran
practicados entre los cajoneros, ahora los encontramos incluso entre los
funcionarios del Ayuntamiento. En 1705, Ramón de Issa protesta contra los
excesivos guantes que Juan Fernández le pide por medio cajón.26 En este caso,
los guantes que Juan Fernández exige a Ramón superan proporcionalmente el
arrendamiento concertado con el Cabildo.
34 Sabemos que los cajones de la Plaza Mayor, durante las buenas temporadas
comerciales, eran espacios muy demandados por los almaceneros. Pero los
diversos pleitos entre los cajoneros revelan que la ocupación de los cajones era
muy irregular ; constantes referencias a traspasos nos hacen suponer
establecimientos efímeros, cuyo éxito y fracaso acontecía en el corto o
mediano plazo debido a las condiciones irregulares de las comunicaciones y
abastecimiento en el antiguo régimen, tan susceptibles ante cualquier
contingencia. Un cajonero, por ejemplo, podía mantener en activo una tienda
uno o dos años, hasta la llegada de la siguiente flota ; pero si las
comunicaciones con Sevilla se interrumpían, algunos almaceneros iban a la
ruina, teniendo como último recurso el traspaso inmediato del local.

Notas
1. Salvador Novo : Historia del comercio en la ciudad de México. CANACO, México, 1970.
2. Edmundo O’Gorman ha expuesto los principios de esta segregación racial. Si los motivos
fueron evangélicos, militares o urbanísticos, esto aun es parte de una discusión derivada de su
trabajo hasta nuestros días. Cf. Edmundo O’Gorman : « Reflexiones sobre la distribución
urbana colonial de la ciudad de México », Boletín del Archivo General de la Nación, vol. IX,
no. 4, México, 1938, pp. 787-815.

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3. Fernando Rello y Demetrio Sodi : Abasto y distribución de alimentos en las grandes


metrópolis : el caso de la ciudad de México. Nueva Imagen, México, 1989, pp. 39-56.
4. Thomas Gage : Nuevo reconocimiento de las Indias Occidentales. CONACULTA, Mirada
viajera, México, 1994, p. 194.
5. AHCM : Alcaicería, vol. 343. Sin número de expedientes. Todo el legajo se refiere a la
construcción de las tiendas.
6. Salvador NOVO : op. cit., pp. 45 a la 50.
7. Plano de la Plaza Principal de México de 1521 a 1914 formado por el ing. Manuel F. Alvarez
en Guillermo Tovar de Teresa : La Ciudad de los Palacios : crónica de un patrimonio
perdido, tomo I. Ediciones Espejo de Obsidiana, México, 1990, p. 34. Sobre la posesión del
Portal de Mercaderes por la orden agustina ver ahcm : Portales, vol. 3692, exp. 7, ff. 1 y 2, año
de 1751.
8. Guillermo Tovar de Teresa : op. cit., p. 34, y AHCM : Portales, vol. 3692, exp. 12, año de
1780.
9. Guillermo Tovar de Teresa : op. cit., p. 34.
10. AHCM : Ramo Hacienda, Propios y Arbitrios vol. 2230, exp. 12, f. 15v, año de 1650.
11. Ibid., f. 16.
12. Ibid., f. 16v, año de 1653.
13. Ibid., f. 17, año de 1653.
14. AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 2, f. 4, año de 1689.
15. Sobre el abastecimiento compulsivo se habla en el capítulo segundo.
16. AHCM : Ramo Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 7, f. 1, año de 1722.
17. AHCM : Hacienda, Propios y Arbitrios, vol. 2230, exp. 13, ff. 1, lv y 2, año de 1654.
18. Ibid., ff. 4 y 5, año de 1654.
19. AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 5, f. 1, año de 1721.
20. AHCM : Ramo Puestos de la Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 2, f. 1, año de 1697.
21. AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 5, f. 1, año de 1721.
22. AHCM : Ramo Rastros y Mercados, vol. 3728, exp. 7, f. 1 y 2, año de 1735.
23. AHCM : Ramo Alcaicería, vol. 343, exp. 1, ff. 138 y 138v, año de 1695.
24. AHCM : Ramo Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, ff. 14 y 15, año de 1705.
25. AHCM : Ramo Hacienda, Propios, Parián, vol. 2237, exp. 10, ff. 1 a la 13, año de 1703.
26. Ibid., ff. 14-16, año de 1705.

© Centro de estudios mexicanos y centroamericanos, 2007

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Referencia electrónica del capítulo


OLVERA RAMOS, Jorge. I. El comercio tradicional novohispano In: Los mercados de la
Plaza Mayor en la ciudad de México [en línea]. Mexico: Centro de estudios mexicanos y
centroamericanos, 2007 (generado el 26 marzo 2018). Disponible en Internet:
<http://books.openedition.org/cemca/547>. ISBN: 9782821827912. DOI:
10.4000/books.cemca.547.

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25/3/2018 Los mercados de la Plaza Mayor en la ciudad de México - I. El comercio tradicional novohispano - Centro de estudios mexicanos y centroameri…

OLVERA RAMOS, Jorge. Los mercados de la Plaza Mayor en la ciudad de México. Nueva
edición [en línea]. Mexico: Centro de estudios mexicanos y centroamericanos, 2007
(generado el 26 marzo 2018). Disponible en Internet:
<http://books.openedition.org/cemca/538>. ISBN: 9782821827912. DOI:
10.4000/books.cemca.538.
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Los mercados de la Plaza Mayor en la ciudad de


México
Jorge Olvera Ramos

Este libro es citado por


Carballo, David M.. Fortenberry, Brent. (2015) Bridging prehistory and history in the
archaeology of cities. Journal of Field Archaeology, 40. DOI:
10.1179/2042458215Y.00000000019

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