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Profesora: Silvana SALVARANI

Fecha: 4 de octubre de 2017


. . . En nombre del dolor no asistido. . .

Cuando el lector se encuentra ensimismado ante un escritor y vive todo el día y noche con
la mente tomada, esto es, cómo quien ama a un novio; es decir, estar enamorada. Porque
ocurre lo mismo: uno no puede comer, pienso todo el tiempo en la cautivadora autora; no
tengo el deseo de dedicarme a otra actividad que no sea leerla, conocerla, escribir e
investigar. Y estoy toda llena de ella, completa, integra; de una felicidad plena, pasión
sublime que revive y revisita a la creadora que sigo. Defensa por la batalla de su canto
auténtico; necesitó toda su vida y todo su trabajo para llevar a cabo lo propuesto; puedo
afirmar que me he formado y educado con ella. La apariencia de Violeta no era fea;
brillaba su interior; pequeña de porte, habladora, genuina autenticidad, austera,
(precariedad en sus condiciones de vida), su rostro sin maquillaje, despejado, un peinado
recogido cuidadoso. Ella me ha brindado su experiencia de saber que en la vida no
importa el color político; no tiene relevancia lo material; que ser creativo causa
problemas; que criticar con fundamento no se acepta; que la ecuanimidad no se produce;
que el sufrimiento no inquieta; que la sencillez es rechazada; que la justicia es para
algunos; que la miseria da lo mismo; que el amor no es valorado y no tiene edad; que la
avaricia es cruel; que ser descreída no significa deber ser pisoteada; que lo natural debe
cambiarse por lo sofisticado, lo vanidoso, la moda; que las preguntas no son respondidas;
que auto eliminarse no produce nada; que el reconocimiento es insignificante; que la
humildad es mal vista; que la gente y los sentimientos son falsos; que la belleza exterior
vale poco; que las cualidades rigen; que lo merecido es ley; y muchísimo más. . . Es una
persona inmensa, intensa, a imagen de un Ser Supremo.
Ella no cambió su estilo de vida: indócil, fue congruente con sus principios; algo muy difícil
de hallar en una persona con éxito (no considerado) en su trabajo. Toda su vida fue muy
sola, por eso se había metido en tanto camino, muy obscuro, muy seco todo.
La Umce por medio de la Dirección de Extensión y Vinculación con el Medio, recuerda,
conmemora, festeja los cien años de nuestra querida creadora Violeta Parra (Q.E.P.D).
Celebramos el centenario de su nacimiento o natalicio (4 de octubre de 1917) y
recordamos los cincuenta años de su trágica muerte (5 de febrero de 1967).
Un tributo especial de la Universidad Pedagógica de Chile porque en el ambiente se
respira Violeta; su profundo conocimiento del discurso amoroso presente en el canto a lo
poeta. Una violeta y una parra; una violeta azul para la tristeza y el quebranto; una parra
para su clasicismo y su rusticidad.

El matrimonio Cereceda Parra, en 1933, tiene dos hijos: Ángel e Isabel quienes adoptan
apellido materno. La vida inquieta e intranquila de la artista decide en 1948 su separación.
Por entonces se le ve feliz, dichosa de ser como es y enamorada del amor. En 1953 conoce
Luis Arce con quien se casa y tiene dos hijas, Carmen Luisa y Rosita Clara. En 1954,
estando fuera muere su hija Rosita Clara. Violetita emprende su vuelo, comienza a hacerse
notar y es reconocida por sus pares.
A medida que se va haciendo cargo de su creatividad es cuando se siente más segura de
su capacidad de imaginar, transformar y componer; cuando más dueña es de su inventiva,
más desprecia la exterioridad y lo superfluo. Y en su arreglo personal se va reflejando
también esta actitud.

El embarazo, el parto, la maternidad resultan para ella algo natural. Ningún maquillaje en
el rostro, el pelo largo, suelto, revuelto o tomado con una peineta, la ropa ordenada y
simple. En el sentimiento ella ponía la misma pasión que en su trabajo.

El ánimo decae, con el cansancio a cuestas, tiene los dedos rotos por el arpa, la guitarra y
el guitarrón.

Las carátulas de discos de larga duración y tonadas son creadas por el pintor chileno
Nemesio Antúnez. La labor de Violeta acrecienta; su fama se extiende y su actividad no se
detiene. En 1960 una hepatitis la obliga a quedarse quieta. Es entonces cuando aparece en
su vida el antropólogo y músico de origen suizo Gilbert Favre. En 1964 es el mejor
momento de su relación con Gilbert, el gran amor de su vida, y con él comparte su tiempo
entre Francia y Suiza.

Muy enamorada de su gringo, ponen distancia a las crisis en esta relación. La relación
entre ellos pasaba por altos y bajos Muchas cartas le escribe ella que sostenían el afecto
en la lejanía. Su rostro, devastado por la angustia, por el sufrimiento de esa pasión parecía
destructora, padecedora.

Violeta retorna definitivamente a Chile en 1965. Inaugura la carpa, en la tarde del viernes
17 de diciembre de 1965 en lo alto de Santiago, en el Parque La Quintrala –sector de La
Cañada 7200 en la Reina-. Vivió en una casita de adobe, detrás de su carpa. Ahí dormía y
cocinaba. Vendía anticuchos, mistela y empanadas. La última pasión, “la universidad del
folklore”, el proyecto más personal de V. Parra. Investigados están los esfuerzos de
Violetita para crear la “Escuela del Folklore”. Se repartió un programa impreso en una hoja
de papel doblada que en su cara posterior tenía una ficha de “Solicitud de matrícula” para
la “Escuela del Folclor”. En ella se indicaba que las clases serían de lunes a miércoles y
domingo en la mañana. Adultos y niños interesados debían llenar sus datos en la ficha y
llevarla o enviarla a la Carpa de La Reina. Pero la idea no funcionó. Viola había puesto
todo su empeño en este proyecto educativo popular, para atraer alumnos, que resumiría
el trabajo, la recopilación de toda su vida: para ello convocó una nómina de profesores del
grupo de docentes, grandes exponentes del arte popular, que eran también su círculo más
íntimo.
Violeta cumple 49 años; ante el fallido proyecto, la última etapa de la artista coincide con
la ruptura con la más importante de sus parejas; caía en depresión en los últimos tiempos
y terminaba en el hospital. Salía del hospital sin que el doctor le hubiese dado el alta. Una
Violeta imparable; obcecada, indómita, exigente, rápida, porfiada con todo; con un
destino adverso de desamor; las deudas y otros problemas administrativos (como
permisos) contribuyeron a los momentos de frustraciones. El quiebre de su relación con
Gilbert (su compañero durante seis años y más conocido como Run-run) viene cuando
éste se marcha para el norte. Favre no resistió el frío ni la frustración y un día de 1966
partió a Bolivia, lo que dejó a la folclorista sumida en la tristeza. Para colmo, la cúspide de
una desgracia de un temporal destruye la carpa. Una noche de junio el cuidador irrumpió
en su habitación y le avisó que su carpa estaba siendo botada por el viento. La folclorista
se puso un diario en la cabeza para espantar la lluvia y salió a pie pelado a enfrentar el
chaparrón. Nada se salva. La carpa se vino abajo como una señal de lo que vendría: la
soledad, la destrucción, el desamparo. Al día siguiente, ella y sus hermanos la levantaron
de nuevo, pero quedó chueca. Violeta ya no tenía la fuerza de antes. Su estado de ánimo
comienza a ser muy vulnerable, tanto que sale en busca de “su chinito” y canta: “Ya me
voy para Bolivia. Más vale ave en la mano que cien volando”. Quería tener a “su gringo”
sin importar cómo. Violeta había tenido amores y los había dejado, pero Gilbert la dejó a
ella. A mediados de 1966 él parte a Bolivia a hacer su vida y carrera. Ella se arrepentía de
haber oprimido a “su afuerino” y no haberlo dejado avanzar en su carrera. Pero él
también se convirtió en el destinatario de sus más importantes composiciones de amor y
desamor. La cantante se da cuenta de que Gilbert no volverá. Viaja a Bolivia, donde lo
encuentra casado. Ella nunca se recupera de la decepción del viaje, donde encuentra “al
bandolero “emparejado con Indiana Peque Terán. Violeta empezó a preparar su
despedida. Grabó el disco Las últimas composiciones; pero uno lamenta que nadie haya
reparado en el título. Se cuenta que el día anterior a su muerte, Violeta visita a su
hermano Nicanor para pedirle ayuda para salvar la carpa, su gran proyecto. Nica, como
ella le decía, no cree en el proyecto y propone pagarle un pasaje a Buenos Aires, le dice
que ahí sí podría ser reconocida, pero no le da el apoyo económico para saldar sus
deudas.

Ella con la pérdida de su bien-amado y el fracaso de su puesta en obra de una escuela que
era una manera de dejar un legado después de la muerte, no ve salida. La puesta en
marcha del centro de cultura folklórica chilena la habría detenido en su decisión, pues
habría servido de gran terapia, entretenimiento para olvidar. Se vio sin nada entre las
manos, pasiva, sin actividad, desazonada. Además ella opinaba que no había que esperar
la muerte, sino irla a buscar y es que en su depresión severa la buscaba. Decía que le
faltaba algo, que no sabía qué era. Lo buscaba y no lo encontraba. Sentía que ese algo
seguramente no lo hallaría jamás. En este sentido, Violeta no fue cobarde, todo lo
contrario, fue valiente. No había más qué hacer: no había amor, no había actividad
importante. “¡Ay, ay, ay de mí!”, exclamaba en sus escritos.
El viernes 14 de enero de 1966 (meses atrás) había intentado quitarse la vida: se había
cortado las venas y fue llevada con urgencia esa mañana a la posta 4 del barrio Ñuñoa.
Estaba arrepentida, pero agobiada; se sentía perdida y sola.
Con sus dos manos vendadas, sin medir consecuencias, había tomado un exceso de
Rantivol, porque padecía de una fuerte alergia.
El nerviosismo de los últimos meses había
provocado en su cuerpo una fuerte reacción.
Después recibía y aceptaba a la prensa siempre
que no se hiciera la menor referencia al intento
de suicidio.
Quiso y no pudo recuperar a Gilbert.
Por primera vez resintió los dieciocho años de
diferencia que la separaban de él.
Muy pronto descubrió que él ya tenía otro
amor, una muchacha joven.
La visita a Bolivia no cambió la situación; fue
sólo un intervalo que le permitió, al menos
conservar la esperanza.
Luego del intento de suicidio de enero del ’66 y
que lejos de ser un himno a la vida, “Gracias a
la vida” y “Volver a los 17” son un recuento
poético de sus pérdidas.
Más allá de las circunstancias artísticas, fin de
diciembre de 1966 fueron días dolorosos y
definitivos para Violeta.
Gilbert no sólo triunfaba con un conjunto boliviano, “Los Jairas”, sino que anunciaba la
noticia de su matrimonio con la novia boliviana.
Y desde esos días, la pesadumbre se hizo más patente; quería conversar con la siquiatra la
cual postergó un encuentro de consulta con Violeta para marzo.
Violeta decía que cuando uno se iba a matar no le avisaba a nadie, se mataba solita no
más.
Otra vez la alergia nerviosa la obligaba a tomar fuertes remedios que la mantenían
durmiendo. Ella seguía actuando en la Carpa; a veces no llegaba nadie; y ella igual
cantaba.
Ese domingo 5 de febrero, un día de calor sofocante; cuando el tema aparecía en las
conversaciones, Violeta había dicho en muchas tertulias que uno tenía que decidir su
muerte, ¡mandarla! No que la muerte viniera a uno.
El suicidio puede ser, muchas veces, el desenlace de una enfermedad psíquica, el acto de
un desequilibrado, pero también la manera de actuar de los lúcidos, de los valientes, de
los desencantados, de algunos cuya mirada a su alrededor los decide partir.
Puede ser la culminación de un gran dolor, de una gran rabia, de sentir profundamente la
incomprensión.
Por eso el respeto y la admiración de una manera espontánea ante los acontecimientos de
la vida de esta mujer entrañable.
El nombre de una flor, Violeta, naturaleza, amor y libertad. "El día que yo no tenga un
amor a quien dedicarle mis canciones, arrumbaré mi guitarra en un rincón y me dejaré
morir. A quien me encuentre vieja para las expansiones sentimentales, yo le discuto que el
amor no tiene edad", declaró Violeta Parra en Santiago, de vuelta de París donde vivió un
romance desdichado. Para los jóvenes de entonces era un jolgorio cada una de sus
actuaciones en el Parque Forestal, al aire libre, dueña de esa dosis de majestad propia de
la mujer campesina. Antes de interpretar un tema, solía explicar con detalle cuándo, cómo
y en qué sitio obtuvo la inspiración que le permitió crear la canción que iba a entonar. Y su
voz atrapaba, a los hombres y mujeres, a los pájaros y al viento que la hacía rebotar en las
paredes frías de Santiago, y eran todos uno solo al cobijo de su música eterna. Ella era de
lo más accesible, siempre atendía con la mayor generosidad a quien se le acercaba; como
los sabios, ella oía todo y hablaba lo justo.
El final de una gran artista:

« Yo canto la diferencia
que hay de lo cierto a lo falso,
de lo contrario no canto »
« Y su conciencia dio al fin:
cántele al hombre en su dolor
en su miseria y su sudor
y en su motivo de existir»

Violeta no es fea como se escucha; es bella, humilde, acorralada por los roles de mujer, de
madre, de amante; con su cabeza agachada, su belleza iluminadora, la letra, los acordes
musicales de sus textos son simples.

El fallecimiento de Violeta Parra sorprendió a su familia y al mundo. A su madre


principalmente que no la creía capaz de tal y tan drástica
determinación. Jamás imaginaron que la autora del tema “Gracias a la vida” se suicidaría.
Justamente no se le entendió, incomprendida como siempre: ella agradece a la vida
porque se va; es un himno de “adiós” a la, mal que mal, “maravillosa vida.”

La muerte temprana de Violeta Parra quedará siempre sin respuesta.


Había luego instalado su propia carpa, que funcionaba como peña; un enorme recinto en
la reina donde actuaba regularmente y que, al fin, se le hizo quizás demasiado inhóspito;
quizás recordó otros veranos más jóvenes y menos solitarios.
Porque el amor es un asunto de dos y estaba sola.
Fue valiente: las mujeres que utilizan armas de fuego para suicidarse son una excepción.
Quiso morir entera, solo con la convicción de que ya no quería cantar, de que no deseaba
más bordar su maravillosa tapicería ni a modelar sus cacharros de greda.
Violeta Parra llevaba ya algún tiempo con la obsesión de irse de este mundo por voluntad
propia. Así es que tomó un revólver de su propiedad, lo situó sobre la frente, en su sien
derecha y apretó el gatillo. Murió instantáneamente, claro.
Eran las seis menos diez de la tarde, exactamente; a la hora del crepúsculo en domingo,
nos viene un poco la fatiga de ver acercarse el lunes, día pesado y antipático para todos.
Se escuchó la detonación y la encontraron en su dormitorio, tendida en la cama, con la
guitarra a su lado, un hilo de sangre en la sien derecha, muerta.
Violeta Parra se quita la vida; se mató de un disparo en la sien derecha con un revolver
Tigre que había traído de Bolivia para defenderse de los maleantes en la Carpa.
¿Por qué Violeta optó por tan trágica medida? Hay quien asegura que fue víctima de una
profunda depresión.
Eligió despedirse a tiempo con aquella bellísima, emotiva, profunda pieza. Como una
premonitoria elegía. ¿Qué había llevado a esta mujer de campo (huasa como se decía
ella) a suicidarse?
Desde luego la pobreza, una dura existencia desde muy niña, la salud quebradiza, el
desdén de sus compatriotas en sus últimos tiempos pese a ser reconocida su obra en
ambientes culturales, y, finalmente por sus desdichas amorosas.

El hecho que es en la tarde del domingo 5 de febrero de 1967, eran las seis menos diez de
la tarde; no obstante la intensa actividad que desarrolla, a su regreso del altiplano, V. P.
Sandoval decide terminar con su vida en su legendaria carpa. Seguramente en una fecha
de largas vacaciones de verano; de calor, Santiago estaba vacío. Cuando encontraron a
Violeta muerta, en sus manos había una carta dirigida a Nicanor. El antipoeta hasta el día
de hoy la tiene guardada bajo llave y nadie sabe su contenido, algo bien fuerte tiene que
tener. Dios quiera que la haga pública antes de irse para entender más a su hermana.

Cerca de la una de la tarde, antes de su fatal partida, Violetita Parra estaba sola en su
habitación en su carpa en La Reina, tendida sobre la tierra. Oía composiciones,
compuestas años antes por José A. López, e interpretada por sus hijos Ángel e Isabel. A
unos cuantos metros, el uruguayo Alberto Zapicán, fumaba bajo la sombra de un pino,
capeando el sol de aquella tarde de 5 de febrero de 1967. Violeta apareció de pronto, con
la mirada desorbitada y las piernas temblorosas. Se le puso en frente y preguntó:
“¿Dónde no falla una bala?” “Aquí”, contestó él, llevándose la mano pasada a cigarro a la
sien. Luego volvió a su rincón. Quería estar sola. « Yo no he tenido la culpa… me voy, me
voy». La carpa quedaría vacía, sin voz.
Eran días difíciles. Y he investigado sobre los acontecimientos que la pueden haber
llevado a auto eliminarse. Distanciada de sus hijos y de su hermano Roberto, el de las
cuecas choras; sufría por un amor no correspondido, y su anhelo de levantar un centro
cultural de folclore no prosperaba. Los intentos por quitarse la vida habían obligado a
mantener el sitio al cuidado de un matrimonio, mientras ella se la pasaba deambulando
descalza y auto medicándose.

Esa tarde hallaría el revólver que ambos cuidadores habían escondido. A las 18.00 sonó y
se oyó seco el disparo.

Con 49 años, Violeta Parra se suicidó. Sus razones las escribió de puño y letra en una dura
carta que su hermano Nicanor guarda con recelo hasta hoy.

El 5 de febrero de 1967, en lugar de cuequeros arriba del escenario de la carpa estaba su


ataúd.

La artista se había eliminado y con ella desaparecía también el Parque La Quintrala.

Tras 1973, el sitio se loteó.

Hoy hay un complejo habitacional y un supermercado.

Ya apenas cantan los pájaros.


Hay un disco especialmente importante en la carrera de Violeta. Fue el que grabó en 1966
y que tituló: Las últimas composiciones. Fue ahí donde quedaron plasmadas canciones
inmortales como una de ellas. Atención, que la interpretación se apega a la poesía
y a los arreglos que alcanzó a hacerles Violeta antes de partir.
Ella preparó durante 1966 el disco que se transformaría en Las últimas composiciones. Este
grupo de canciones fue una suerte de epitafio adelantado; un disco de canciones tan
intensas como su vida. Las evidencias indican que Violeta preparó cuidadosa- mente este
disco para que se convirtiera en su última entrega: un himno de adiós. En efecto, nunca
antes se habían mezclado de manera tan dramática sus emociones y sus creaciones. Amor
por la existencia y humanismo profundo junto a un acto como el suicidio. Posteriormente a
la composición, la misma Violeta se declararía satisfecha con esta composición: "Creo que
éstas son las canciones más lindas, las más maduras (perdónenme que les diga canciones
lindas habiéndolas hecho yo, pero qué quieren ustedes, soy huasa, y digo las cosas
sencillamente como las siento). Presentaría su canción en sus espectáculos de la Carpa de
La Reina, hasta poco antes de su suicidio, acaecido en febrero de 1967.
Lo que más quiero
(Texto de Violeta musicalizado tras su muerte por Isabel)
Violeta Parra- Isabel Parra

El hombre que yo más quiero,


en la sangre tiene hiel.
Me priva de su plumaje,
sabiendo que va a llover. (bis)

El árbol que yo más quiero,


tiene dura la razón.
Me priva de su fina sombra,
bajo los rayos del sol. (bis)

El cielo que yo más quiero,


se ha comenzado a nublar.
Mis ojos de nada sirven,
los matan la oscuridad. (bis)

El rio que yo más quiero,


no se quiere detener.
Con el ruido de sus aguas,
no escucha que tengo sed. (bis)
Sin abrigo, sin la sombra,
sin el agua, sin la luz.
Sólo hace falta que un cuchillo,
me prive de la salud. (bis)
Violeta P. es la voz más universal que ha tenido la música popular chilena. Ella es el
personaje fundamental de nuestra tradición artística. Su legado artístico y personal (mujer
de campo) permanecen por siempre. Es un símbolo para la educación que poco se
considera en enseñanza primaria y media; en las disciplinas de música, castellano, trabajos
manuales, educación para el hogar. Un ser excepcional y maravilloso. Increíble como su
obra es una denuncia contra la pobreza e injusticia, y a la vez una muestra sublime de
humanidad y amor. Violeta pertenece a todo el mundo. A cien años de su natalicio... y a
50 de su trágica partida, siempre presente.

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