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Reseña analíticaBloque Temático: Actores sociales y políticos.

Anderson Fernando Betancourt González

Estructuras de división, sistemas de partidos y alineamientos electorales, un análisis


funcionalista de los sistemas políticos.

El presente escrito pretende realizar una aproximación crítica al texto Estructuras de división,
sistemas de partidos y alineamientos electorales de los reconocidos sociólogos políticos
Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan, de acuerdo a los propósitos de la asignatura de
Sistemas Políticos. El escrito hace parte del famoso compilado Diez textos básicos de la ciencia
política, el cual fue editado por primera vez en 1992 por Albert Batlle. El artículo de
investigación expone un esquema de análisis para caracterizar los sistemas políticos a partir de
“estructuras de división” de los sistemas de partidos y las tendencias electorales en algunas
sociedades occidentales durante la década de los cincuenta.

En primer lugar, nuestros autores presentan una extensa lista de temas a trabajar durante el
texto de sociología política agrupados en tres ejes, a saber, la génesis del sistema de contrastes
y divisiones en una comunidad nacional, las condiciones para el desarrollo de un sistema
estable de divisiones y oposiciones en la vida política nacional y el comportamiento de la masa
de ciudadanos corrientes en los sistemas de partidos resultantes (Lipset y Rokkan 1992, p. 231).
Posteriormente indican que su propuesta comprende una dimensión histórica de análisis, pero
además comparativa, por lo tanto se proponen realizar una reconstrucción histórica de los
partidos políticos, en relación con el sistema de partidos como tal, es decir, desde el voto
censitario hasta la institucionalización de la política competitiva, teniendo en cuenta las
vicisitudes del proceso, en doce países diferentes.

Así, como precaución metodológica, Lipset y Rokkan diferencian los partidos políticos
analizados de los “partidos totalitarios”. Aunque estos últimos no operan a través de la “libre
competencia en el mercado político” (p. 234) y, por lo tanto, no son de su interés, aclaran que
sí actúan como “partidos” por cuanto movilizan al pueblo contra algo, bien sea un enemigo
interno, que atenta contra el sistema político nacional, o externo-extranjero. Entretanto, a los
primeros (aunque no utilizan esta expresión, es evidente que insinúan que son los verdaderos
partidos políticos), los definen como “alianzas en conflicto sobre políticas y fidelidades a
valores dentro de un cuerpo político más amplio” que tienen una función expresiva, en la
medida en que elaboran una retórica para traducir las diferencias de la estructura social y
cultural en exigencias y presiones para la acción o la no acción (política); una instrumental y
una representativa, porque deben actuar con pragmatismo para alcanzar acuerdos y además
representar intereses contrapuestos y diversos puntos de vista sobre un “paquete” de temas (p.
235-236). En ese sentido, Lipset y Rokkan dicen haber encontrado un vacío teórico en este
aspecto de los partidos políticos: ¿cómo comprender los sistemas de partidos en función de
cuestiones culturales, económico-sociales y políticas, regionales? ¿cuándo y por qué es más
importante un aspecto u otro en la configuración de las tendencias electorales, los partidos y el
mismo sistema político? Para encontrar respuestas consideran pertinente retomar a Talcott
Parsons para adaptar su esquema cuádruple de las funciones de un sistema social a sus
propósitos. Nuestros autores profundizan solamente en unos de los cuatro puntos del paradigma
parsoniano de intercambios sociales, a saber, el subsistema integrador (El Público): de las
comunidades y asociaciones, donde se forman los partidos políticos en las democracias de
masas (p. 240).

De esta manera, uno de los planteamientos principales de los autores con respecto al origen de
los partidos será, entonces, que estos han servido como actores esenciales de movilización y
han ayudado a integrar comunidades locales a la nación o en un conglomerado político mayor
en medio de cualquier forma de organización política (p. 234), no obstante matiza esta
afirmación con el desarrollo de un nuevo esquema funcionalista enfocado en los partidos
políticos, basado en Parsons, para establecer las divisiones y las alianzas en el sistema, una
especie de plano cartesiano para caracterizar el sistema político donde tenemos el eje vertical
que comprende la dimensión territorial con oposiciones dentro de la élite nacional establecida
y oposiciones locales-regionales contra las élites nacionales dominantes (centro-periferia) y
el eje horizontal que comprende la dimensión funcional con oposiciones ideológicas y
oposiciones de intereses concretos (p. 241). La dimensión territorial tiene que ver con las
reacciones “típicas” de regiones periféricas, minorías lingüísticas, culturales y étnicas
amenazadas por el poder central del Estado nacional, resistencias que se traducen en algunos
casos en el nacimiento de partidos locales autonomistas y separatistas. La dimensión funcional,
en cambio, refiere al conflicto característico sobre la distribución de la riqueza, que puede
solucionarse mediante negociación racional, estableciendo normas de distribución universal en
el caso de los intereses más específicos, pero que puede volverse foco de polarización cuanto
más se acerca a posiciones ideológicas opuestas (visiones del mundo). Los autores advierten
que pocas veces se ve un sistema en los extremos de los dos ejes y que este esquema funciona
más bien como una “red” en el análisis comparativo de sistemas políticos (p. 242).

En Inglaterra los primeros conflictos son sobre el eje vertical, como oposiciones territoriales
que se resisten a una pérdida de autonomía local por la acción centralizadora del estado. Sobre
este tipo de procesos nuestros autores dicen que son comunes en las primeras fases de la
formación de una nación, pero que no sobreviven a la ampliación súbita del sufragio debido a
la incorporación institucional de los componentes locales (p. 243). En Estados Unidos, al
contrario, la estructura de divisiones que primó fue de tipo cultural y religioso, según Lipset y
Rokkan, los conflictos políticos, en un principio, eran producto de concepciones disímiles sobre
la moral pública, luego se fueron acumulando divergencias centro-periferia. En la Noruega de
comienzos de siglo XIX, se sobrepusieron las disputas territoriales y culturales, aún por encima
de las diferencias de clase. A partir de estas observaciones nuestros autores afirman que la
acentuación de oposiciones territoriales es un obstáculo para el proceso de formación nacional
y puede poner en peligro la integridad del sistema político, y las oposiciones funcionales solo
maduran una vez se ha alcanzado cierto nivel de consolidación inicial del territorio nacional
(p. 244). Esta tendencia puede explicarse a partir del crecimiento de la burocracia, en un primer
estadio, pero esta a su vez tiene un antecedente directo en dos procesos, para Lipset y Rokkan,
revolucionarios, la revolución nacional y la revolución industrial, que permiten las condiciones
históricas para que se desarrollen los diversos tipos de tensiones funcionales. Los dos ejemplos
básicos son la revolución francesa y la revolución industrial de Gran Bretaña. Mientras la
primera puso de presente la separación entre el Estado-nación y la religión, la segunda las
diferencias entre las clases sociales. No obstante, nuestros autores señalan múltiples casos que
evidencian el proceso de formación de los sistemas de partidos de acuerdo al desarrollo
histórico de los países estudiados.

Los aspectos que tienen en cuenta para comparar los distintos sistemas políticos se resumen en
una reconstrucción de la cultura política a lo largo del desarrollo histórico del país, la
evaluación de los canales para la expresión y movilización de la protesta, de las oportunidades,
los resultados y los costes de las alianzas en el sistema y de las posibilidades, las consecuencias
y las limitaciones del gobierno de la mayoría en el sistema. De todas formas, para que un
movimiento influya en el sistema político tendrá que superar una secuencia de “umbrales”,
según Lipset y Rokkan, el umbral de legitimación, de incorporación, de representación y el
umbral de poder ejercer la mayoría (p. 259). Este último manifiesta limitaciones en la medida
en que el concepto de “la mayoría” lo definen los que ejercen el poder inclinando la balanza a
su favor, por lo que nuestros autores son escépticos frente a los efectos democratizadores que
se puedan lograr mediante ingeniería electoral (p. 262), al igual que observan que cuando hay
sociedades muy fragmentadas culturalmente un sistema electoral mayoritario puede poner en
riesgo el sistema político (p. 265). Otra tesis bastante interesante sobre el sistema político es
que existe una relación directa entre la separación de poderes y el desarrollo de un bipartidismo
fuerte, bajo el esquema gobierno-oposición, como en Estados Unidos.

En conclusión, la proposición de Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan es un aporte útil para
catalogar algunos sistemas políticos, no obstante, a pesar de su pretensión omnicomprensiva,
este análisis resulta limitado. En primer lugar, su enfoque “partido-centrista” desconoce otros
agentes políticos del cambio social como, por ejemplo, los movimientos sociales, es evidente
que antes de que existieran partidos obreros, los sindicatos fueron fundamentales para resolver
las contradicciones en medio de un sistema político cerrado, y para presionar y conseguir su
apertura; este enfoque revela además una segunda limitación y es la óptica occidental con la
que se evalúa los sistemas políticos, cuyo modelo según este estudio es el “sistema de partidos”;
la tercera es que al diferenciar analíticamente conflictos territoriales e “ideológicos” y, a su
vez, equiparar estos últimos a los económicos y sociales, no es posible, por ejemplo, evidenciar
aquellas expresiones locales que se resisten al poder central por razones económicas. Esta
última limitación es consustancial a la subordinación de lo económico en el análisis político.
Los aportes se encuentran básicamente en la consideración del tiempo como una variable
imprescindible para el análisis de los sistemas políticos, ya que el análisis histórico es muy
importante en cualquier disertación politológica.

Bibliografía:
- Lipset, Seymour & Rokkan, Stein (1992). “Capítulo 10. Estructuras de división,
sistemas de partidos y alineamientos electorales”. Diez textos básicos de Ciencia
Política. Barcelona: Editorial Arial, S.A., pp. 231-273.

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