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Trude y Hans tionen una suerte enorme: su pate es vigilante del Parque zooldgico, as! que los ninos viven rodeados de animales por ‘odas partes. Pero tienen sus amigos fos animales tanta suerte como ellos? Esta es fa viina obra que la conocida autora austlaca Ma Lobe scribd antes de su muerte. Galadonada con varios premias do ite ‘alura infant y jovenit, Ediciones SM ta pubcado también sus bbvos El fantasma de palace, Bern, Abracadabra, pata de cabra, ingo y Dia 0, El rey Tinie, La nari de Moniz y La novia del tiandaero, ‘A partir de 9 afios Ign glreassaresoes" Mira Lobe El zoo se va de viaje El Zoo se va de viaje MiraLobe CS ediciones Bin sex Coleccién dirigida por Marinella Terzi Traduecion del aleman: Rosanna Terzi llustraciones: Pablo Echevarria Tula signal: Der Tergarten rest aus S "Verag Jungorunnen Wien Mianchen, 1985 3 Edciones Su, 1986 Saqutn Turina, 39 - 28044 Mache le, 43-2044 Mach Comecaliza: CESMA, SA. Agu ISBN; 64-948.5065.6 epost legal M-17399-1996 Potocomposslcn’ Gratia, SL Impreto an Espana’>rnted i Spain Imprenta SM -Joaquin Tura, 3928084 Macro | ari iatamento informatic, mi la tramtmesion de ninguna | | forara 0 por cualquier meds, ya na electronic, meen, por | fotoepia por restr u oiros metodos, sin ef Permio Brew pov erto de low tulaes Sl copys y una chica que nunea se aburrian, Se llamaban Hans y Trude. y eran los hijos del cuidador de ani- males Hummlein. Vivian en una pequeiia y bonita casa dentro del parque zool6gico. En verano, el olor de las fieras entraba a través de las ventanas abiertas, y durante todo el dia podian oirse los chi- llidos de los papagayos y las peleas de los monos. como si estuvieran en la habitacion de al lado. Pero todo esto no molestaba en absoluto a Hans y a Trude. Estaban acostumbrados, igual que un nifio que vive en una granja esta acostumbrado al cacareo. y uno que vive en la ciudad, a las bocinas de los coches 0 al ruido de Las calles, Todas las mafanas, cuando iban al colegio, siempre corriendo porque llegaban tarde, atrave- saban el parque y aprovechaban para saludar a sus amigos de cuatro patas. —Hola, le6n. :Has dormido bien? {Bonita mafana. cebra’ :Sigues usando el mismo pijama de ra El oso lavador de color marrén estaba pegado a los barrotes de su jaula y sacaba la pata, como si pidiera algo. —Buenos dias, oso lavador. Lo siento, pero aho- ra no tenemos tiempo para darte nada. Sin embargo, al mediodia, cuando volvian a casa, si se paseaban tranquilamente entre las jau- las y se entretenian delante de sus animales favo- ritos. Hans preferia los animales grandes y fuertes: iba a ver a los elefantes; de los elefantes, a los osos. y de los osos, a los leones. Trude, en cambio, se paraba delante de los monos y buscaba en sus bol- sillos restos de bizcocho o pequefias chucherias. Los monos ya la conocian y se ponian delante de ella. El mono més viejo se llamaba Néstor, Bra grande ¢ imponente, y no le preocupaba en abso- luto que los hombres le llamaran o le gastaran bromas @ través de los barrotes de su jaula. Trude ya conocia ese tipo de «bromas». A sus ocho anos. ya sabia que la mayoria de la gente se comportaba de manera muy tonta con los animales. Los peores eran los adolescentes. Se les ocurrian las bromas més pesadas, y cuando los pobres monos se deja- ban engafiar. se morian de risa. A veces conse~ guian que incluso Néstor, a pesar de su experien- cia, perdiera la calma. Un dia estaba Trude en las proximidades de la jaula de los monos, cuando vio a dos muchachotes delante de los barrotes. Como intuyé que no iba a pasar nada bueno, se acercé sigilosamente. Uno de los chicos le decia al otro: —Ya veras, voy a conseguir que ese mono RAE che SRD NEG EE I A ET SE del fondo salga de su esquina y se ponga hecho una furia, ‘Trude tenia curiosidad por ver qué hacia. por- que ni siquiera su padre, que conocia muy bien a los monos, conseguia que Néstor saliera de su rin- c6n, La nifia observ6 con desconfianza cémo uno de los dos metia la mano en la mochila y, para su asombro. sacaba un enorme platano de un precio: so color amarillo dorado. ‘Trude sabia que la ad- ministracién del parque no podia permitirse el lujo de comprar aquellos platanos, asi que hacia mu- cho tiempo que los monos no habian visto un bo- cado tan exquisito, Como todo el mundo. también Trade sabia que los monos se volvian locos por los platanos. Sobre todo los mas viejos. que todavia recordaban de sus tiempos de la selva los grandes bananos con sus enormes hojas y sus deliciosas frutas amarillas. Cémo les gustaban.. Néstor también lo recordaba. El apetito hizo que se le erizara el pelo de la nuca. Dos veces se aceres y se volvié a alejar de los barrotes con la mirada puesta en la fruta. Finalmente se adelanté, se en- cogid, sacé su larga pata a través de las rejas y estir6 sus dedos hacia el platano. Trude observaba al muchacho con atenci6n. Estaba convencida de que retiraria el plétano en el Gltimo momento. Fsta era una de las «gracias» preferidas de la gen- te, Pero el chico seguia quieto ofreciéndoselo al mono. Trude, ya mas tranquila. estaba a punto de marcharse, cuando vio una sonrisa maliciosa en la cara del muchacho. Le demas ocurrié a gran velocidad. Néstor ha- bia cogido el platano y lo estaba oliendo, pero an- tes de que acabara de pelarlo, Trude se dio cuenta de que algo no tba bien. El animal termino de pelar la fruta y todo el contenido cayé al suelo: era una mezcla de piedras, arena y clavos. que el chico ha- bia embutido en una vieja media y, después, en ta piel del plitano. Furioso, Néstor arrojé el regalo al suelo, se agarré a los barrotes, ensefié la denta- dura, resopl6 y sacudi las rejas con tal fuerza. que el resto de los monos se cobijaron asustados en el rincon més alejado de la jaula a esperar que pa- sara la tormenta. El muchachote gritaba divertido, y Trude sentia ser una chica, y ademas pequefia. porque, de no ser asi, en ese mismo momento habria organizado una bronca de primera categoria. Pero lo unico que pudo hacer fue gritar: «(Fueral» y escupir con rabia en el abrevadero de los animales. No tenia costumbre de hacer ese tipo de cosas, pero en aqucl momento no se le ocurrié nada mejor. Sus ojos se Henaron de lagrimas de impotencia y sali corriendo ha su ci —zQué te pasa? —le pregunté Hans, que estaba haciendo los deberes. En vez de contestar, Trude le ensené una car- tulina, en la que se podfa leer: NO MOLESTEIS A LOS ANIMALES CON BRO En la cartulina no habia nada mas escrito. Pero DSR escent cere a ES ARE A TOME ‘Trude, después de lo que acababa de ver, sz habia Propuesto no acostarse hasta no terminar el letre- ro y colgarlo en la jaula de los monos. Mojé el pin- cel en Ia pintura roja y con cuidado afadié as detras de Bxo. De repente, cay6 una lagrima sobre la s, y se emborroné formando una manche de co- lor rosa Pero, Trude —le dijo Hans otra vez—, dime qué te pasa El nifio guard6 los cuadernos en la cartera y se sent6 junto a su hermana: mientras tanto, la M y la a estaban nadando en lagrimas, y por la car- tulina resbalaban pequefios regueros de pintura Hans se dio cuenta de aguel desastre y. sin decir nada a su hermana, cogié la cartulina y le dio la vuelta. —Vamos a hacerlo de nuevo —le dijo, mientras con la regla ya iba trazando las lineas soate las que dibujar las letras. Légicamente Ie estaba qu dando mucho més bonito y més ordenado que a Trude; un niio de once afios ya hace las cosas me- jor que una nifa de ocho. Mientras Hans se aplicaba en el letrero, Trude le fue contando la historia del pla taba casi sin respiracién y movia la regla en el aire, como si con ella pudiera golpear a aquellos gamberros. ‘Si lego a estar alli, se habrian ente1 que es bueno —dijo. y continué dibujando mien- tras Trude lo miraba De repente, la nifia dijo pensativa: 9 No es de extrahar que nuestros animales es- tén siempre tan tristes, pasdndoles cosas como lo de hoy —:Se puso Néstor triste? —pregunté Hans—. Mas bien debié ponerse furioso. pienso yo, aio {, por fuera estaba furioso, pero por dentro seguro que estaba triste: ya sabes, como cuando se sicnta en su columpio con esa cara de infelicidad. Pero eso es por otro motive —le dijo Hans. Si2, zcudl? —EI mismo por el que esta triste el leon. y los sos, y el lobo, y todos. Z¥ t sabes cual es ese motive? —Trude ob- setvaba a su hermano Ilena de admiracién. Desde que la nifta podia recordar, siempre les habia surgido, tanto a ella como a Hans, la misma pregunta: «:Por qué nuestros animales estan tris tes? Tienen todo lo que necesitan: jaulas limpias, comida suficiente, estan bien cuidados...». Muy a menudo se habian roto la cabeza. inten- tando buscar la respuesta. Y ahora Hans, por fin, la habia encontrado. Trude estaba ansiosa de oir lo que le iba a deci —Ven —le dijo él—. Te voy a enseniar algo. Dgjé el pincel encima de la mesa y bajé las es- caleras hacia la oftcina. Alli habia una mesa, un teléfono y varios armarios con archivadores. Tam- biér. habia una mesita. y encima de ella un libro reluciente. —Aqui esta, mira —Hans lo abri6 por una pé- gina en la que se veia una pantera negra de ojos 10 pO eater a RE PA EES EIS amarillos. Estaba sobre una colina rocosa con to- dos los misculos en tensién. A su lado, se divisaba un. Arbol sobre una de cuyas ramas habia otra pantera, Eran fuertes y salvajes y parecian felices (muy distintas a la que habia en el parque, que siempre estaba de mal humor) —Bueno —suspiré Trude gla... Hans no contesté y siguié pasando hojas. Aqui —4dijo, Una familia de osos se estaba bailando en una balsa. Trude conté seis osos, entre grandes y pe- quefios; chapoteaban en el agua y daban voltere- tas en la orilla Después. habia una foto de una cabra nontés, un animal imponente, noble; estaba sobre una roca con mirada arrogante y libre. —zPara qué me enseiias todo esto? —le aregun- t6 Trude—. Son animales libres... no se pueden comparar con los nuestros. —Ya lo creo —le dijo Hans. Abrid por la pri- mera pagina y pasé su dedo por las letras del ti tulo. . estén en la jun- RESERVA DE ANIMALES 25 fotografias del parque zoologico —2Qué? —grité Trude asombrada— males en cautividad? Le quité el libro de las manos @ su hermano y Son ani- n empexé a leer con mucho interés el texto. Si. Abi lo ponia bien claro: todas las fotografias del libro habian sido hechas en un pargue zoolégico y no en la jungla o en las altas montafas, como ella habia pensado. Sélo que ese parque era bien dis- tinto al suyo. En lugar de jaulas, habia pequefas islas rodeadas de un ancho y profundo foso que impedia que las personas molestaran a los ani- males y que éstos les hicieran algo a ellas. El pal- saje de las islas —montafas y rocas. arboles, ar- bustos. arena, agua— se correspondia al entorno natural del animal que vivia alli con su familia. ‘Trude pasaba las hojas del libro con asombro. Has visto ya al chimpancé? —le pregunt6 Hans. Buscé una pagina en la que se podia ver @ un mono alegre y satisfecho columpiindose en lo alto de un arbol y que desde Inego se notaba que era feliz con la vida que tenia. —Fste si que vive bien —dijo Trude, moviendo la cabeza, preocupada—. Mejor que nuestros po- bres monos, Hans dejé de nuevo el libro sobre la mesa —2Entiendes ahora por qué estén nuestros ani- males asi de tristes. Regresaron al cuarto de estar y Hans continué dibujando el letrero, Trude estaba ensimismada y pensativa; con los dedos dibujaba lineas en zigzag sobre el tablero de la mesa, sin darse cuenta de lo que hacia ‘Pero nuestros animales no saben ni siquiera que existen esos parques zoolégicos tan bonitos, —dio de reperte—. No han visto el libro, 12 (NR arm 1 TE TENS EAE EE IT IO —Menos mal —dijo Hans—. Si lo supizran, to- dos los animales, desde el elefante hasta le mofeta, organizarian una rebelién y no se quedarian aqui ni un dia mas. —:No? —pregunté Trude—. :¥ dénde irian? —No lo sé, A cualquier sitio fuera de aqui. Di- rian que esto no les gusta, se revolucionarian y saldrian corriendo. 2Y no volverian nunca mai de a punto de lorar. —Solamente con una condicién: que les arre- glaran el parque como en el libro, sin jaulas, sin rejas. con mucho espacio, aire libre y luz, para po- der saltar, trepar y divertirse como los animales del libro, Mientras tanto, Hans ya habia acabado cl letre- ro. Trude lo cogié y bajé las escaleras. Queria col- garlo en la jaula de los monos antes de que ano- checiera. Se quedé parada delante de la puerta de la oficina, miré con disimulo a su alrededor y se col6 dentro. Cuando salié de nuevo, leveba el li- bro bajo el brazo. A toda velocidad salié de su casa , atravesando el frio de la noche. corrié hacia la jaula de los monos. Hacia ya mucho rato que ha- bia sonado la sefial que indicaba que habia llegado el momento de salir porque iban a cerrar. Asi que los caminos estaban vacios. Los rayos rojos de la puesta de sol caian transversalmente sobre Las ja las. Enfrente de la jaula de los monos habia un ban- co. ‘Trude se sents, colocd el letrero a su lado y —pregunté Tru- 13 nn abrié el libro con cuidado, Fue pasando las hojas muy despacio, sin darse cuenta de que los tiltimos rayos de sol estaban a punto de desaparecer: el creptisculo iba a envolver el z00 y. poco a poco, la oscuridad cubriria las jaulas. Cuando ya casi no se 4 veia practicamente nada, dejé el libro @ un lado. Estaba triste y apesadumbrada. De repente, levant6 la cabeza y miré con esfuer- zo hacia la jaula de los monos. Algo estaba pasan- 4 do, algo fuera de lo normal, emocionante y pro- hibido. De un salto se planté delante de la jaula y descabrié a uno de los monos —era Pipo, el mas joven de la jaula— trepando por la reja para es- caparse. Habia conseguido sacar la cabeza y los brazos y ahora estaba esforzindose en sacar el pe- cho y la tripa. —Pero Pipo —grit6 Trude—, -qué te propones? 'e has vuelto loco? Eso no lo hace un mono edu- ado. El monito forcejed un par de segundos. Se le vefa desesperado por no poder ir ni hacia delante ni hacia atrés. Finalmente. de un tirén consigui6 saltar de nuevo hacia el interior de la jaula y en un abrir y cerrar de ojos desaparecié hacia el fon- do, como si le remordiera la concienci —iQue no te vuelva a ver hacer una cosa asi nunca més! —le amenazé Trude. Colgé el letrero en los barrotes, miré otra vee al interior de la jau- la, que estaba en total silencio, y volvié a su casa a través del parque va completamente oscuro. Se habia dejado el libro en el banco. 7 14 oa A TNT PORE a ESN AM an OL Al llegar a casa vio que Hans estaba cepillan- dose los dientes para ir a acostarse. 2Dénde has estado metida tanto rato? —se ‘enjuagé la boca y casi se atraganté. —Hans, ‘te acuerdas de cuando yo cra pequena y teitia envidia de los animales, porque no tenian que bafarse ni que lavarse los dientes? Hans asintid con a cabeza. Todavia tenia la boca llena de agua. Desde hoy ya no les tengo mas envidia —dijo Trude. Cuando ya se habia puesto el pijama, se acordé de que se habia olvidado el libro en el banco. Y justo en ese momento, oy6 que habia llegado su padre y estaba cerrando la puerta con llave. Era imposible volver a salir para ir a buscar el libro. Ojala no Moviera por a noche. ‘Trude comenz6 a dar vueltas en la cama sin que Je Hlegara el sueno. La luna lena estaba grande y redonda sobre el tejado de la casa, Su blanca luz se colaba en el interior de la habitacidn y se refle- jaba en el edredén de Trude. que parecia blanco como la nieve. La nifa se movia intranquila en la cama, Estaba cansadisima y en su cabeza se mez- claban todos los recuerdos y miedos que habia vi- vido aquel dia. Si le pasara algo al libro Los ojos se le cerraban. zHabia sido verdad o sdlo un suefio lo que habia dicho Hans? Aquello de que si los animales lo supieran no se iban a quedar ni un dia mas en el parque. 16 Abr sof6 que se levantaba de la cama. Se desliz6 escaleras abajo, Resultaba muy extraio. pero los peldafios de madera no hacian ruido como otras veces. Silenciosa como un rayo de luna. atravess la puerta como si estuviera hecha de niebla, Salié al pargue, sobre el que lucia gran- de y redonda la luna lena. Los caminos entre las jaulas estaban iluminados por la blanca luz: habi demasiada claridad para poder dormir. ‘Todos los animales se movian incansables arriba y abajo. —Podria rugirle a la luna —le dijo el leén a su. mujer mientras movie la melena. ;Por mi, puedes hacerlo tranquilamente! —contesto ella. —Si, si eso se pudiera hacer, jrugir tranquila- mente! —resoplé el le6n—. Por mucho que me es- fuerzo, no puedo. Ta ya sabes que si me pongo a rugir, no serd tranquilamente: temblaré hasta el desierto, La leona estiré sus patas delanteras a través de las rejas. —Si no puedes rugir tranquilamente, pues ruge fuerte le dijo, aburrida 17 —De ninguna manera —el len movi6 de nue- vo la cabeza—. Hars me ha pedido que no haga ruido. Ayer mismo estuvo aqui y me dijo: «Leén, te voy a pedir una cose. que no rujas tan fuerte por las noches. Nos despertamos siempre con tus rugidos. Al dia siguiente, por culpa del sueiio. no puedo atender en el colegio, y me ponen malas no- tas. Y ademas asustas a mi hermana pequefa». —zTrude? —pregunto la leona. sorprendida—. Eso si que no me lo creo. A Trude no hay nada que la asuste. Hace poco estuvo con su padre en la jaula de los osos grises y los estuvo acariciando. —Bueno, pero se asusta con mis rugidos —el le6n agitd irritado el rabo. —Estés muy nervioso —le dijo su mujer—. Es por culpa de la luna lena. Haz lo que quieras: si no quieres rugir, no rujas. La leona bostew6. En medio del silencio se oy6 de repente un gran jaleo que venia de le jaula de los monos. Algo raro estaba pasando. Se ofan chillidos. —iDichosos monos! —se quejé la leona estiran- do el cuello con curiosidad, aunque sabia que era imposible ver nada porque su jaula estaba a la vuelta de la esquina y ni siquiera los leones pue- den ver lo que pasa a la vuelta de la esquina —2Qué les pasa a los monos? —pregunté el leén a la jirafa, que estaba en la jaula de enfrente y ademas no necesitapa estirar el cuello para ver. Se trata de Pipo —le contest la jirafa—. Lo que hay que ver... Menudo diablillo! 18 nate RR RR ARTS te aE En SA lt on MEENA IS Pipo era el nifio prodigio del parque. Era la cria de mono mas joven, y por eso era el centro de atencidn del z00. Lo cierto es que era excepcional- mene guapo: pequetio, gracioso y agil. el pelo lo tenia de color dorado y las plantas de los pies y de las manos de color rosado, Su madre, Bella, en- contraba a Pipo preciso y lo adoraba hasta el punto de que aseguraba que los piojos de su hijo —se los quitaba varias veces al dia— eran mas bo- nitos que los de los otros monitos. Pero lo que si era cierto es que el parque nunca habia tenido an- tes un mono tan gracioso, simpaitico y espabilado como Pipo, Bueno, 2qué pasa, jirafa? —e grité el lebn, enfadado—. :Qué ha hecho ahora Pipo? —Que qué ha hecho? Algo increible. Este nino es fuera de lo normal — dijo la jirafa muy excitada, moviendo sus largas pestafias arriba y abajo. fe lo vas a contar —grit6 el len muy en- fadado— o tendré que morderte esas larguiruchas patas que tienes Estaba tan irritado que la leona, por si acaso, se metié hacia el fondo de la jaula y empez6 a lamer a su pequefta hija Lionela. Un leGn enfadado infunde respeto a todo el mundo, incluidas las jirafas nerviosas de largas pestafias. —Pipo ha conseguido meterse entre los barrotes: y ahora esta sentado tranquilamente delante de la jaula —informs la jirafa —:Qué? —gritaron al mismo tiempo el ledn y la 19 leona. Ella dejé de lamer a su hija y de un salto se colocé junto a los barrotes. Lionela, asustada, se enroll6 sobre si misma y dio un bufido. Es eso clerto? —grito la leona—. £0 es otra de tus invenciones? —No, no —asegurs la jirafa—. Mama Bella esta fuera de si. Quiere que Pipo regrese a la jaula, pero él no tiene ninguna intencién de hacerlo. El leén, después de lo que habia oido, se habia quedado quieto y tenso. Parecia esculpido en pie~ dra. Si lo hubieran cogido y puesto sobre un pe- destal, habria parecido una estatua, Sdlo sus ojos brillaban intensamente. Estaba pensando. Por fin, carraspe6. jOrdeno que Pipo comparezca ante mi inme- diatamente! El parque entero tembl6. Todos se quedaron en silencio y recordaron que el leén era el rey. Cuan- do se esta en cautividad se olvidan estas cosas fé- cilmente. Pero el grito majestuoso que acababan de oir les hizo recordar en un abrir y cerrar de ojos quien era el duefo y sefior tanto en cautividad como en libertad —El rey te ha llamado —le susurré Bella a su hijo—. Ve. pero ten cuidado, no vaya @ comerte... Brutus, el marido de Bella, le dio un empujén y le solts: —Estas tonta? Los leones no comen monos miré a Néstor y. para disculpar la tonteria que acababa de decir su mujer. le explicé—: Es culpa de ta luna lena. 20 san Sar SCN ae RL —No —Aijo Néstor, moviendo su cabellera blan- ca—. Es culpa de los afios que levamos en cauti- verio. o —protesté Bella—. Es amor de madre. La pantera negra de la jaula de enfeente dijo tro nicamente: —zAmor de madre? (Vay de mona, eso es lo que es! Aprovechando la conversacién de los mayore: Pipo se alej6. Se fue hacia el banco, salté sobre el respaldo y descubrié maravillado el libro que se habia dejado Trude a la luz de fa luna. Una vez que hubo comprobado que no se podia comer. lo abrié y empez6 a pasar las paginas. Hola. primo —dijo estupefacto al llegar a una hoja con un simpatico chimpancé. El chimpancé no le contests y Pipo se enfadé. Jué maleducado! 2Es que tu madre no te ha ensefiado que tenes que contestar cuando te sa- ludar El chimpancé sigui6 sin inmutarse y Pipo mos- tré su cdlera, —iQuieres hacer el favor de contestar de una vez, mono estiipido! —grité y golped con ambas manos cl libro. Poco le falté para arrancar aquella hoja, si no hubiera sido por su madre, que en ese mismo momento le geité —Pipo, ces qué no has oido? ‘Tienes que presen- tarte ante el rey. Pipo cogid el libro debajo del brazo y se dirigié obediente hacia la esquina donde estabu la familia del leon. a tonteria! jAmor ciego 21 po A tg cn nt —Buenas noches —dijo—. :Puedo pasar? —:Puedes? —pregunt6 el leén, temblando de impaciencia. —Sin problemas —dijo Pipo y entré e la—. Nuestros barrotes estén mucho que los vuestros. En la jaula de los monos tengo que encogerme mucho para poder pasar. Lionela, al tanto de todas las novedades, que ya le habia explicado su madre, se planté de un salto al lado de Pipo y empezé a olfatearlo. Pensaba que era un juguete y levanté la garra. —iEh! —grité Pipo. saltando hacia un lado—, 2Ha aprendido ya que los leones no comen mons, 6 todavia es demasiado pequefa para saberlo? Para estar mas seguro, trep6 por los barrotes de la jaula, Al subirse, el libro se cayé al suelo ha- ciendo un gran estruendo. Ahora fue Lionela la que se asust, salté hacia un lado de la jaula y fruncié su naricita de gato poniéndose en guardia —7Qué es eso que has traido? le pregunté el leon, y con la zarpa abrié el libro. Lo primero que vio fue precisamente un leén. Estaba sobre un monticulo de arena y observaba con satisfaccién a su mujer y a sus dos hijitos. que aprendian a moverse sigilosamente. Lionela, re- cuperada ya del susto, se acereé curiosa al libro y empez6 a girar a su alrededor hasta que se fij6 en la pagina abierta y se paré. —También hay un chimpancé ahi dentro —aijo Pipo bajando de las rejas—. $i el rey leon quisiera savar su zarpa de ahi encima. 22 El leon aparté la pata, que habia utilizado para mantener el libro abierto. El viento de la noche so- pl6 ¢ hizo pasar las hojas. El leén vio osos. can- guros y, finalmente, la pagina en donde estaba la fotografia del divertido primo de Pipo. —Si —resopl6 el leén desde lo mas profundo—. El puede reirse. Todos, todos nuestros compaiieros de este libro pueden reirse. ;Pero nosotros estamos en la cércel como si fuéramos ladrones! En todos los animales del parque se despert6 un sentimiento de rebeldia. Se oyeron soplidos, silbi- dos, gruftidos. —iNo vamos a tolerar més esto! —grité el leén. estirandose orgulloso. Los animales se quedaron espectantes. Todos es- cuchaban mudos las palabras de su rey. Los tni- cos que no lo hacian porque no paraban de cu- chichear entre ellos eran Lionela y Pipo. Pipo ha- bia wepado por las rejas y se habia puesto a la altura de Lionela, que habia descubierto que su nuevo amigo no tenia ni bigotes, ni garras, ni me- chén al final del rabo. Estaba realmente sorpren- dida de que fuera tan imperfecto, y no podia creer a Pipo cuando le decia que él era muy feliz sin ne- cesidad de tener esas cosas. Bl le6n interrumpis la charla de los jévenes —Pipo. hijo mio —le dijo solemnemente—. Ha llegado la hora. Con tu ayuda... —2Qué hora? —pregunté Pipo—. Nosotros en la jaula tenemos hora de estudio. de hacer gim- nasia, de aprender a despiojar, de técnica de pelar cacahuetes... Néstor es nuestro profesor. 24 a —iLa hora de la libertad! —grité el leén. Y su vor resoné como una campana por todo el parque. Los animales se estremecieron y contuvieron la respiracién al oir la palabra «libertad». Los anicos que no se estremecieron fueron Pipo y Lionela: ha- bian nacido en cautivided y no sabjan lo que si nificaba aguella palabra, —Y eso cémo se hace? —pregunté Pipo—. Néstor no nos lo ha explicado nunca. El le6n ahuecé su pelo. Realmente sélo le faltaba Ja corona para parecer un rey, estaba colosal y majestuoso. —Pipo, el destino ha querido que ta seas quien nos libere, Vas a abrir los portones de nuestras jaulas, vas a. a leona lo interrumpi6: —Cémo hablas —le reproché—. Utilizas pala- bras demasiado pomposas como «destino» y «por- tones», y ese aire tan majestuoso... Se nota que no estas acostumbrado a tratar con niflos. Le dio la espalda al ofendido rey, se dirigié a Pipo y le dijo: —Esctichame bien. pequefto. Tu tia leona te va a explicar lo que tienes que hacer. Al otro lado del estanue de las focas est la casa del guarda del parque, el seiior Hummlein. Su dormitorio se en- cuentra en el primer piso: la jirafa te diré por dén- de puedes trepar. Siempre duerme con la ventana abierta. Junto a la cama hay una butaca, y en la butaca. un pantalén azul? —pregunts Pipo—. puesto cuando nos trajo la comida? 1 que llevaba > a ETE EE nee eo gman me ee mm nn —Bl azul, claro. Y en el bolsillo de ese pantalon azul hay un manojo de Haves. —:El grande? —grit6 Pipo emocionado—, 21 que hace un ruido muy bonito cuando se mueve? —Si. claro, el grande —dijo la leona—. ;Pero no me interrumpas mas! En ese manojo estan todas las Haves de todas las jaulas del parque. —iYo las traeré! —grité Pipo entusiasmado Voy air pitando, voy a ir volando, enseguida vuel- vo. Y salié corriendo. Corrié todo lo deprisa que pudo por los caminos todavia iluminados por la luz de la luna, y pas6 por el banco donde Trude, que ahora estaba en pijama escondida detras, se habia dejado olvidado el libro la tarde anterior. La niita no podia mover- se. Estaba como encantada. El mono siguié co- riendo por delante de las otras jaulas. Los ani- males estaban todos agolpados junto a las rejas observandolo con los ojos brillantes. Pegaban sus narices a los barrotes, sacaban las zarpas, garras y patas entre las rejas para saludar a Pipo al pasar y desearle suerte iQue tengas mucho éxito! le grité el elefan- te moviendo la trompa. ‘en cuidado! —le advirtieron los antilopes. Date prisa! —le dijeron el tigre y el jaguar. —iNo te dejes atrapar! —le previno el canguro. El hipopétamo salié a la superficie de su piscina, expuls6 varios litros de agua por los enormes ori- ficios de su narlz y gruns: 26 jMucha suerte! —y se volvio a sumergir. Pipo corria en direccién al recinto de las focas. Pas6 por delante de los zorros y los lobos. dejé a un lado a la cebra, a los camellos y a las lamas, y cruz6 por delante de los osos. de las tortugas y de todos los demas animales. Foqui. la foca més anciana, estaba esperdndolo con las aletas extendidas, andando patosamente junto a la orilla, para mostrarle la ventana abierta del dormitorio del guarda. Pipo, agradecido, le es- treché la aleta a Foqui. que regres6 a chapotear a su estanque, mientras Pipo seguia corriendo hacia la casa y trepaba por un drbol que por suerte no estaba demasiado lejos de la ventana abierta. Bl parque se hallaba en silencio, Nadie se atrevia a decir nada. Solamente la leona no aguanté mas la curiosi- dad y le susurré a la jiraf —2Ves algo? Por supuesto. lo veo todo —le contest la ji- rafa, también en un susurro. —2Dénde esté ahora? —pregunt6 de nuevo la leona —Entre el ramaje que hay delante de la venta- na. Ahora esta trepando por un tronco. Ya esta justo en el extremo de la rama. Se esté columpian- do de un lado a otro para coger impulso... iSe lan- Hi iVuela por los aires!... (Bien, Pipo!... Ya esta sentado en el alféizar de la ventana —la jirafa tom aliento, como si hubiera sido ella misma la que hubiera saltad” hacia la ventana. Los ani- 27 } males escuchaban lo que les estaba contando con. la misma atencidn que ponen los hombres cuando escuchan la retransmisin de un partido de ftitbol delante de la radio, Lionela daba brincos de impac mientras gritaba: —iVamost Vamos! Mama Bella estaba gimoteando de miedo por su Pipo. rncia en la jaula ‘odavia lo ves? —pregunté la leona. gue sentado en la repisa de la ventana, est pensando —informé la jirafa—. Observa el interior de la habitaci6n a oscuras. Se estira... ;Ya ha sal- tado dentrol... Esté en la habitacién. jYa no le veo! ‘Todos los animales se habjan quedado inmévi- les. igual que el leén hacia un rato. Parecia que las jaulas estaban llenas de estatuas de animales mudos y sin movimiento. Incluso Lionela habia parado de dar vueltas y Bella ya no gimoteaba. So- lamente el bebé hipopétamo sacd sus diminutos orificios nasales a la superficie, pero antes de que empezara a expulsar agua, su madre lo volvid a hundir. Todavia era demasiado pequefio e igno- rante para poder entender lo que estaba pasando y que no era el momento oportuno para jugar. 2Por qué esta tardando tanto? —pregunté Be- lla: parecia que iba a empezar a gimotear de nue- vo. iAhi esté! —grité la jirafa—. Esta sentado otra vez en la repisa de la ventana. Sujeta algo grande y oscuro... son... —Ia jirafa estiré el cue- llo—. jsi. los pantalones! —termin6 la frase. 28 iene el pantalén! —se gritaban los animales unos a otros, se abrazaban, y organizaron un enorme estruendo. — silencio! —gruns el leon—. Si seguis hacten- do tanto ruido, se va a despertar el guarda En un momento se hizo de nuevo el silencio. —2Dénde esta ahora? —pregunt6 Bella. —Todavia sigue en el alféizar de la ventana la jirafa gir6 el cuello—, creo que esta buscando las llaves. Ha tirado algo... jel pantalén! —jBravo! Eso significa que ya ha encontrado las laves —grit6 Néstor. e viejo mono—. Les he ex- plicado a los nifios muchas veces. en clase de té- nica de pelar cacahuetes, que deben tirar la cas cara cuando ya tienen el cacahuete Lionela fruncié su frente en miiltiples pliegues: parecia un gatito rechoncho y preocupado. —No entiendo —le dijo a su madre—. -Qué tie- nen que ver los cacahuetes con el pantalén del se- tor Hummlein? —Corderito mio —respondié ella cariiosamen- te, sin pensar que la palabra «corderito» puede ser ofensiva para los leones—. El cacahuete son las llaves, zentiendes? ¥ el pantaldn, la céscara. Cuan- do se tiene el cacahuete, se tira la cascara. Pipo sujetaba las llaves con el putio cerrado. Bri- aban y relucfan a la luz de la luna. Bajé del arbol a toda velocidad. como sdlo los monos pueden ha- cerlo. Foqui, la foca, movia nerviosa las aletas. —iBien. Pipo! —dlijo el hipopétamo entre bur- bujas, tras salir a la superficie. 29 —iBien, Pipo! —susurré el elefante, Le hubiera gustado barritar, pero el rey leén habia prohibido hacer ruido —iBien, Pipo! —aullaron los lobos y zorros, tan bajito que casi no se les oia Los osos, también en voz muy baja, gruneron: iBien, Pipo! Mientras tanto, Néstor, que estaba junto a los barrotes de su jaula. le grité a la jirafa: Por favor, inférmale al len de lo siguiente Mi mayor respeto a su majestad. el rey leon, y a su digna esposa. Pipo es répido y veloz, pero to- davia no es lo suficientemente fuerte como para poder girar las llaves en la cerradura, Por eso, lo mejor seria que yo, Néstor, el mas fiel servidor del rey, cogiera las llaves y liberara a su majestad, a su digna esposa y a la senorita Lionela. —iNéstor es un viejo mono! —grité el le6n. en- fadado. —Pero tiene razén —dijo la leona—, jHazle mi- nistro! Los reyes estén sentados en el trono, pero el trabajo lo deben hacer los demas. Se giré de nuevo hacia Lionela y empez6 a pei- narla. Como cualquier madre, queria que su hija estuviera lo mas guapa posible para cuando fuera a salir libre. El le6n estuvo todavia un rato grufiendo y re- funfufiando. Después. a través de la jirafa, hizo lle- gar a la jaula de los monos el mensaje de que Nés- tor habia sido nombrado ministro. El viejo mono se irguié y, moviendo su trasero 30 con arrogancia, se dirigié hacia los barrotes de su jaula, a esperar que llegara Pipo. Tenia una ex- presién tan orgullosa, que parecia que en toda su vi- da no habia hecho otra cosa mas que ser ministro. De nuevo se hizo el silencio total. Néstor buscé entre el manojo de Haves la que abria la jaula de los monos. Cuando la encontré, sacé su fuerte y peludo brazo a través de los ba- rrotes. Son6 un chasquido y la puerta se abrio Bella se lanzé sobre su hijo y lo abraz6 como si hubiera estado varios afios en el polo Norte y no unos pocos minutos en el dormitorio del sefor Hummlein. Se disponia a quitarle los piojos. pero papa Brutus le aclaré que ahora habia algo mas importante que quitar piojos, y era liberar al rey. Néstor ya se habfa puesto en camino. Dio la vuelta a la esquina, y cuando empezaron a llegar el resto de los monos, él estaba ya haciendo girar la lave en la cerradura. Lionela, peinada y cepilla- da como si fuera a una fiesta de cumpleaiios, dio un salto y quiso pasar delante de su padre. ionela! —le recriminé su madre muy ria—. jPrimero papal jAquella nifia no tenia modales! En definitiva era la hija de un rey y no podia comportarse como cualquier cachorro de pantera o de tigre. Lionela retrocedié obediente. El leén avanzé con paso majestuoso y elegante, despacio, el rabo le- vantado con orgullo y arrogancia. Salié por la puerta. Los monos se inclinaron, haciendo una gran re- veréncia. se- 31 —iEs un gran honor! —murmuré Néstor. Y cuando el le6n pasé por delante suyo, afiadié: —Beso a usted la pata, Desde luego, era un caballero de la vieja escuela. Recordaba muy bien los antiguos dias de la selva. “—2Y ahora qué? —pregunto el leon. hora —dijo Néstor, en voz muy alta—, aho- ra su majestad el rey y su ministro van a celebrar un consejo —y condujo al sorprendido leén hacia Ja terraza de la cafeteria, donde en los dias calu- ros0s los visitantes se sentaban bajo las sombrillas a tomar un refresco, —Pero zqué pasa? —pregunté el jaguar, furio- so—. Zs que no nos van a sacar de aqui? “ie esperas! —rugié el lein—. 2No has ofdo que voy a celebrar un consejo? Sinceramente, no tenia ni idea de lo que era ce- Jebrar un consejo. Nunca en sus tiempos de selva habia celebrado uno. Pero tampoco queria rom- perse la cabeza con eso, Lo que realmente le preo- Cupaba en aquel momento era cémo subir, de ma- era majestuosa, las escaleras de la terraza. A cua- tro patas cra realmente complicado: siempre se tropezaba con dos. —Voy contigo —dijo la leona—. A los hombres no se os puede dejar solos celebrando consejos. —Muy bien —dijo la jirafa—, Mejor que noso- tras nos ocupemos de esas cosas, A Lioniela no le interesaban los consejos. Pero como sus padres se disponian a celebrar uno, ella también iria, Tropez6 varias veces por las escaleras, 32 pues se le enredaban las patas. Pero cuando final- mente llegé arriba, descubrid un nuevo entreteni- miento: jugar al fitbol con las sillas y las mesas que el camarero habia apilado unas encima de otras para guardarlas por la noche. Primero las hacia caer y luego les daba patadas por toda la terraza. El consejo no duré mucho, pero se tomaron unos cuantos acuerdos muy interesantes, cosa que no suele ocurrir en todos los consejc 1. Todos los animales serian liberados. 2. Pero solamente en el caso de que supieran com- portarse adecuadamente. 3. Ninguin animal podria atacar a otra ni comer- selo. 4, Estaba prohibido organizar alborotos ruidos extranos. Aunque fueran de alegria El que no permaneciera tranguilo, seria encerra- do de nuevo. Todos los animales, una vez liberados. formarian una caravana y marcharian en orden hacia la ciudad. © hacer au Y se hard de la siguiente manera —dijo Nés- tor—: delante ira el rey len con su ministro; a continuacién, los elefantes y los osos: y asi suce- sivamente, seguin el tamaito, hasta llegar a los ani- males mas pequefios del parque, que cerrardn la comitiva La leona dio un bufido. 33 ZY eso os parece bien? —grit6 con los bigotes, erizados—. Dejais a los pequeiios y mas débiles que vayan indefensos detras. jAh! Eso si, lo prin- cipal es que su majestad y su mono ministro va- yan delante, jlos superimportantes sefores deben ir delantet —Si me lo permit indignado. Yo no tengo que permitir nada —protesté la leona—. Lo tinico que no quiero es que a los ani- males mas débiles les pase algo por culpa de que a los setiores vanidosos se les tenga que ver bien La leona tenia sus defectos como todo el mundo, pero cra evidente que su instinto maternal hacia que viera las cosas de forma més clara, —Entonces, :como? —pregunté Néstor. —:Cémo? —dijo la leona—. Pues, primero, los animales que tengan el cuello largo, para que abarquen con la vista todo el camino, La jirafa. el avestruz, quiz también los camellos y dromeda- rios. A continuaci6n. por seguridad, creo que de- berian ir los animales mas agresivos, como los gres, las panteras; es decir, nuestros parientes fe- linos de segundo grado, ZY yo no? —pregunt6 el leon—. Podria pasar algo y no hay nadie que ruja como yo. ¥ si tuvié- ramos que entrar en pelea y hubiera que despe- dazar a alguien. no conozco a nadie que sea capaz de hacerlo como yo. —iContrélate! —refunfun6 ta leona—. En los puntos tres"y cuatro de tus estatutos les estas pi- -empez6 a decir el leon, 34 diendo a tus animales que se respeten unos a otros, y ti hablas de despedazar a alguien. (Me- nudo rey! Hay que predicar con el ejemplo! —Estaba pensando en una pelea con humanos -dijo el rey muy digno. —iPeor todavia! —grité su mujer—. Eso si que debes quitartelo de la cabeza. Si a uno de nosotros se nos ocurriera aunque sélo fuera rozarle un pelo a un humano, sacarian sus caftones y nos ligui- darian inmediatamente. —fso es cierto —dijo Néstor, pensativo—. Nuestra comitiva tiene que ser pacifica: si no, me- jor ni intentarlo. Lionela. que ya se habia cansado de jugar, lego correteando. La terraza habia quedado irrecono- cible. Por todas partes habfa sillas tiradas y mesas volcadas del revés. Patas de sillas rodaban por el suelo junto con trozos destrozados de las rejillas de los asientos, y un mantel, que el camarero se ha- bia dejado olvidado, ahora estaba hecho jirones. Parecia un campo de batalla. Lionela habia apro- vechado bien el tiempo. —2¥ yo dénde voy a ir? —pregunté mientras se frotaba contra su madre. En e! medio, carifio —Ie dijo la leona—. To- dos los nitios y los mas débiles deberdn ir en el centro de la caravana, y al final, los més pesados y fuertes, como los osos, los leones y quiz los lo- bos. alremos de dos en dos? —pregunté Lionela 2Como cuando vienen los alumnos de un colegio 35 con su profesor a visitar el parque: Pipo? —Si no nos damos prisa —intervino Néstor—, se nos hard de dia y el sefior Hummlein se desper- tard y nos pillar con las manos en la masa —2Cmo en la masa? —pregunté Lionela— 2Qué tiene que ver la masa con que se haga de a Pero no recibié ninguna respuesta. Tanto sus padres como Néstor habian bajado ya las escaleras y se dirigian a las jaulas. Lionela corrio detras de ellos. Fueron abriendo las jaulas una tras otra. El rey le6n se situaba delante de cada puerta abierta y tomaba juramento a todos los animales, que pata en alto le prometian que se iban a comportar de- bidamente. Juraban por sus rabos, por sus cuernos y garras, y daban su palabra de honor de animal de que no iban ni siquiera a tocarle un pelo a otro de sus companieros. Las jaulas se iban vaciando y los animales se iban abriendo paso por los caminos que de dia ocupaban los visitantes del pargue, Era un autén- tico barullo. Habia empujones. murmullos, grufi- dos, ronroneos, chillidos, silbidos. bufidos, aullidos y rugidos. Justo en el centro estaba el elefante, que le iba diciendo a todo el que queria escucharlo: —fs que no me lo puedu creer. Simplemente no me entra en la cabeza, y eso que tengo la trompa grande. ¢Podré ir con 36 Lionela, que no paraba de balancearse nervios de una pata a la otra, le pregunté a Pipo! —2¥ qué es lo que no le entra en la caber iQue es libre! —le contesté Pipo y, riéndo- se, continué—: Mira, jauténticas kagrimas de coco- drilo! Entre el hipopétamo y el cocodrilo se estaba pro- duciendo una escena realmente emotiva, Hacia mucho tiempo, cuando todavia eran libres. fueron vecinos en el Nilo. Juntos los habjan capturado. y ahora estaban intercambiando recuerdos, como por ejemplo que el barro pegajoso y pastoso del Nilo no existe en ningtin otro lugar. El cocodrilo Horaba con gran sentimiento. Néstor lleg6 corriendo, casi sin respiracién. —Todo el mundo est ya fuera: los osos pere- zos0s han sido los iiltimos. Los he tenido que em- an hecho honor a su nombre. éstor —el le6n le hizo una sefia al mono, igual como harfa un auténtico rey a su ministro para avisarle de que tenia que decirle algo secre- to—. Hay un libro en el suelo de mi jaula, Deseo Mevarmelo. A toda velocidad corrié el viejo Néstor hasta la jaula del leén y regresé con el libro, Lo llevaba con sumo cuidado, como si fuera de porcelana. —Gracias —le dijo el leon—. (Vamonos Un momento —grité la leona—. -Qué hace- mos con las aves? :Nos las levamos 0...2 —Podemos tirarlas en el fondo de nuestro es- tanque —propuso la foca. 37 El avestruz intervino: —Yo me las puedo tragar. Mi estémago aguan- ta lo que sea, No. por favor, dejad que las lleve yo —dijo el elefante—. Me las colgaré del cuello para que su nen al compas de la marcha —y levanté la trompa por encima de la cabeza de los demas, moviéndola de un lado a otro. —iQué tonterfa! —dijo el canguro—. Las llaves hay que Hevarlas en un bolso, asi es que yo las llevaré en mi bolsa. Todos los animales estuvieron de acuerdo. El tinico que protesté fue el elefante, porque a él le hubiera gustado Hevarlas. Ademés, aiadié que como él era el que tenia trompa, era él el que po- dia llevarlas con mas pompa: y cualquier poeta le hubiera dado la razén en eso. Pero finalmente también él acepté que las llaves donde mejor iban, a estar era en el fondo de la bolsa del canguro. Y la caravana de animales se puso en marcha. Trude seguia detras del banco, como si estuviera pegada al suelo, observandolo todo. Y como pasa muchas veces en los suefios. se sentia muy pesada y no era capaz de mover los pies, aunque le habria gustado seguir a los animales Querfa gritar para pedir ayuda, pero no conse- guia que ningtin sonido saliera de su boca. Muda y desvalida, se qued6 viendo cémo la ca- ravana de animales se alejaba camino de la ciu- dad. 38 ee caminando sin ninguna dificultad por la avenida que desde el parque llegaba a la parada del tranvia. La luna ya se habfa escondido. pero el sol no habia salido todavia. No era ni de dia ni de noche; el mundo estaba entre dos luces, y sola- mente las vias del tranvia brillaban como si fueran de plata entre la niebla del amanecer. Un guardia urbano se hallaba en la esquina, medio adormilado. Creyé que estaba sofando cuando oy6 el golpeteo de muchas pisadas y vio el extraito cortejo que se le venia encima. Ito! —grito—. 2s que estamos en carnaval? No encontraba otra explicacion mas que una pandilla de jévenes con ganas de juerga se hubie- ran disfrazado de jirafas y leones, Pero en aquel preciso momento una pitén pasé serpenteando a su lado y un pequefto puerco espin casi tropieza con su bota. El guardia se agaché y se pinché en un dedo. —Es cierto —dijo en voz alta—. Me encuentro bien despierto, no estoy sofiando. No podia ser que unos muchachos se hubieran 40 distrazado de serpiente o de puerco espin, Eso si gue era imposible. Corrié a una cabina de teléfonos y, diez minutos mas tarde, todas las comisarias de policia de la clu- dad ya sabian que una enorme caravana de ani- males salvajes iba en direccién al centro de la ciu- dad, Otros diez minutos mas tarde ya amanecia en el parque zooldgico, ahora totalmente vacio—, so- naba el teléfono del seiior Hummlein. Se levanté corriendo y busc6 su pantalon azul, pero no con- siguié encontrarlo. Asi que, descalzo. en pijama y leno de malos presentimientos, corrié a cogerlo. Trude continuaba todavia detras del banco. Oyé sonar el teléfono y. de repente, pudo moverse de nuevo. Ella queria seguir a los animales, pararlos y convencerlos para que regresaran. Sus pies, sin embargo, la levaron en direccién contraria. a su casa. Llegs justo cuando su padre acababa de des- colgar el auricular. —2Si. digame? —pregunt6 con miedo—. Si, soy yo, el guarda Hummlein. —Soy el jefe de policia —dijo una vorz—. $i que ha tardado en contestar usted, querido amigo. Al sefior Hummlein se le doblaban las rodill todo su cuerpo temblaba debajo del pijama, Aun- que eso de que un hombre tan importante como el jefe de policia le hubiera Hamado «querido ami- go», le habia gustado, —Digame, sefior Hummlein —continud la std todo en orden? 41 —Si, gracias... Bueno, no —tartamude6 el guar- da— No encuentro... —Que no se encuentra... :£sté usted mal? —gri- t6 el jefe de policia. —Muchas graci talon. —2Qué quiere decir? —grito el jefe de polic' aQue su pantalén es el que esta enfermo? —No, gracias. Quiero decir, seftor jefe de policia, que mi pantalén también esta sano, pero es que me falta. —:Se lo han robado? —Eso es lo que creo, seftor jefe de policia —su- surté el pobre sefior Hummlein sin atreverse a le- vantar la vor, —¥ lo que yo creo —se burlé el jefe de policia— es que las Haves de todas las jaulas estaban en su. pantalén, y que el ladron se ha entretenido en va- iar el parque esta noche. —2Qué? —ahora el que gritaba era el senior Hummlein—, Que nuestros animales no estan? éHa ocurrido algo grave, seftor jefe de policia? —No. a estas horas todavia no hay practica- mente nadie en las calles, pero... —No, yo a lo que me refiero es que si le ha pa- sado algo a algin animal —vociferé el senor Hammlein—, Puede ser que a la gacelet se le haya enganchado una pata en la via del tren, las tiene muy delicadas y se le pueden comper. —iLe preocupa alguna otra cosa? —le pregunté con guasa el jefe de policia is. NO. Yo estoy bien; es mi pan- 42 —10h, claro! Que los monos trepen por los pos- tes de la luz y les pueda pasar la corriente. —iNo sea usted tonto! —grit6 el policia—. 2s que no sc da realmente cuenta de lo que puede llegar a pasar? Se han escapado todos esos ani- males. y ahora estan circulando libremente por la ciudad: leones, tigres y osos. Uno de ellos podria tropezar con un nifio que fuera al colegio, qué digo un nifo, jcon toda una pandilla de nifios!... —el policia respiraba agitadamente a través de! teléfo- no—. jEs que no quiero ni imaginar lo que podria suceder! —No, senor —le tranquilizé el sefior Humm- lein—, a nuestros osos les encantan los nifios, son incapaces de hacerles nada malo. Mi pequeia Tru- de estuvo hace unos dias en la jaula de los osos grises, la tenia que haber visto, seftor jefe de poli- cia —iNo! —grité el otro—. No la tenfa que haber visto. Es usted un insensato, usted y sus ridfculas patas de gacela, Y su pequetia Trude podra usar, dentro de muy poco, la piel del oso gris de colcha. —zComo, sefior jefe de policia? —pregunto cl guarda—. Como de colch —Porque voy a ordenar que los maten. A sus queridos osos grises tan amantes de los nifios y a los leones también! Estoy esperando inicamente el permiso del alcalde. —Seiior jefe de policia —grité el pobre guarda casi llorando—. Senior poli... Pero al otro lado de la linea telefnica se oy un «clic». El policia habia colgado el auricular. 43 Mientras tanto, Hans habia bajado y estaba jun- to a Trude. Ambos observaban aterrorizados a su padre —2Habéis vido, nifios? Quiere ordenar que los maten, Esta esperando el permiso del alcalde. Al sefior Hummlein le temblaba la voz; sus ojos se Ilenaron de ligrimas. Fue a sacar el pafuelo del bolsillo del pantalén. Habia olvidado que no lo lle- vaba, asi que las légrimas le resbalaron por la cara, ‘Papa! —grito Trude fuera de si—. Papa, por favor, no llores. Se lanz6 sobre el sefior Hummlein. le pasé los brazos por el cuello y empezs a sollozar también Hans miraba a través de la ventana. —Viene alguien —dijo. Dos hombres caminaban junto al estanque de las focas, ahora vacio, en direccién a la casa. Eran de la policia y venian a hablar con el senor Hummlein. No estuvieron mucho tiempo, porque ya sabian todo lo que se podia saber de él; que se llamaba Leopold Franz Joseph. cuéndo y dénde habia na- ido, que desde hacia veinte aftos estaba trabajan- do como guarda del parque, que el dia antes al ir a dar de comer a los animales habia cerrado las jaulas perfectamente como siempre y que como siempre habia guardado las llaves en el bolsillo del pantalon, que habia dejado, también como siem- pre, en la butaca de al lado de la cama. —Aqui est el pantalén —dijo Hans, que mien- 44 oo tras tanto habia salido de la habitacién y habia dado una vuelta alrededor de la casa—. Estaba caido junto al arbol que hay debajo del dormitorio de papa. , —jSuéltalo inmediatamente! le orden6 uno de los policias—. {Mira el niftio este que ya habra plantado sus huellas dactilares... : Con gran pesar, vio el sefior Hummlein como su pantalén desaparecia dentro de una bolsa de pa- pel. Pobre! Alli estaba él con todas las desgracias que le habian ocurrido y ademas en pijama, sin ni ‘iquiera poder ponerse sus pantalones azules, por- que la policia se los iba a llevar para no se sabia que. Hans tir6 del pantalén de su hermana -sVienes, Trude? Tenemos que darnos prisa. —Si —contesté ella y miré hacia abajo. Hacia un momento todavia llevaba el camisén, pero aho- ra de repente ya iba vestida Cogidos de la mano, salieron corriendo de la casa y atravesaron el silencioso parque zooldgico. —Deja de berrear —dijo Hans—. Una nia que ha sido capaz de acariciar a los osos grises no debe llorar. Se pard delante de la cueva hecha en donde vivian las tortugas. las tortugas también se han marchado —ijo, moviendo la cabeza. Por algin motivo se habia hecho a la idea de que las tortugas no se habrian ido. Tal ver, su lentitud les habria impe- dido mantener la velocidad de los otros animales. roca, 45 ‘Trude estaba pensando en su padre. —Qué duros son los policias —dijo—. Por lo menos Ie tenfan que haber dejado el pantalén. ya que todo lo demas ha desaparecido. Sabes qué es eso de las huellas dactilares? —afirmé Hans—. Cogen la prenda, le echan unos polvos blancos y después los vuelven a so- plar. Entonces se ven perfectamente claras las huellas de los dedos de las personas que la han tocado. Y asi descubriran seguramente al hombre que ha robado el pantalén y que. por tanto, ha dejado escapar a nuestros animales. Cada persona tiene sus propias huellas dactilares, zentiendes? Trude no fo acababa de entender, pero dijo pen- sativa: —No creo que vayan a encontrar a ese hombre. —zPor qué? —pregunté Hans—. Seguro que lo van a encontrar. Y seguramente lo van a meter en la cércel una buena temporadita. para casti- garlo. ¥ dentro de diez 0 doce atios, cuando le de- Jen libre, yo ya seré mayor y fuerte, y estaré es- perandole a la salida de la carcel, y cuando salga le voy a dar una buena tunda por lo que nos ha hecho. Habian llegado a la salida. Enfrente estaba el tranvia. que en ese momento pitaba porque iba a arrancar. Hans empujé a su hermana dentro y también él entré de un salto. —

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