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Educación cívica y construcción

democrática en el actual contexto


político mexicano*
José Luis Gutiérrez Espíndola

1. ¿Por qué enseñar democracia?


ntre quienes han reflexionado alrededor del tema de la democracia,

E hay un segmento que opina que enseñar democracia resulta


innecesario puesto que solamente se puede aprender democracia
ejerciéndola. Este señalamiento no carece del todo de razón: la formación
ciudadana quedaría trunca si todo se redujese a la promoción de un
aprendizaje erudito, sin el necesario conocimiento del ejercicio real y efectivo
de los derechos y obligaciones consustanciales a la ciudadanía
democrática. Creo, sin embargo, que este enfoque es reduccionista. Por
diversas razones, a las que enseguida me voy a referir, estoy convencido de
que la vigencia y la pervivencia misma de la democracia requiere un
esfuerzo deliberado y sistemático de formación de sus ciudadanos en valores,
prácticas e instituciones democráticas, formación que supone un proceso de
enseñanza-aprendizaje constituido por conocimientos, valores y destrezas
específicas de la ciudadanía democrática.

En primer lugar me gustaría resaltar que la democracia, a diferencia de


cualquier otro régimen, es por definición una construcción ciudadana, y aquí
estaría por cierto una primera indicación para abordar la temática. En
efecto, la democracia es un orden político cuyo núcleo es la participación
de los gobernados en las decisiones colectivas. Esta participación, conviene
subrayar, no es un elemento accesorio o prescindible, sino que está en la
*
Gutiérrez Espíndola, José Luis, «Educación cívica y construcción democrática en el actual contexto mexicano», en Memorias del Foro
Nacional La investigación educativa y el conocimiento sobre los alumnos, Juan Eliézer de los Santos (comp.), Universidad de Colima,
México, 2000. pp. 118-136.

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base de su diseño institucional y de su dinámica. En otras palabras, sin
participación ciudadana, la democracia se vacía de sentido.

Ahora bien, la participación ciudadana que requiere la democracia


no es cualquier tipo de participación, sino una con determinadas
características, atributos y funciones. Pero vayamos por partes: ¿cuáles son
las funciones de la participación ciudadana en la democracia? En principio
dos: sirve para integrar los órganos de gobierno y sirve para que la propia
ciudadanía influya en los procesos de decisión de esos mismos órganos. Esto
es, elegimos gobernantes que por ser autoridades democráticamente
electas deben estar sometidas al escrutinio público, obligadas a la rendición
de cuentas de su gestión a los gobernados, y abiertas a escuchar y ponderar
sus opiniones y propuestas. Para decirlo con palabras de un estudioso de la
materia: "La participación es indispensable para integrar la representación de
las sociedades democráticas a través de los votos, pero una vez constituidos
los órganos de gobierno, la participación se convierte en el medio
privilegiado de la llamada sociedad civil para hacerse presente en la toma
de decisiones políticas".1

Dicho esto, preguntémonos ahora por las características y atributos de


que debe estar revestida esa participación. Si se acepta la definición de la
participación democrática como el conjunto de "aquellas actividades
legales emprendidas por ciudadanos que están directamente encaminadas
a influir en la selección de los gobernantes y/o en las acciones tomadas por
ellos"2 se pueden inferir cinco atributos fundamentales:

1. Debe ser una participación ceñida y respetuosa del marco legal


vigente. El Estado de derecho no puede verse quebrantado sin
poner en riesgo a la propia democracia. Y aquí conviene recordar
la expresión de John F. Kennedy, quien certeramente afirmó que "en
una democracia los ciudadanos son libres de no estar de acuerdo
con la ley, pero no de desobedecerla, porque en un gobierno de
leyes, y no de hombres, nadie, por muy prominente o poderoso, y
ningún motín callejero, por más violento o exaltado, tiene derecho a
desafiarlas."3 En suma, ha de ser una participación apegada a la le-
galidad en la medida en que se conduce por los cauces prescritos
por la norma jurídica, incluso cuando su interés es transformar la
propia norma.
1
Merino, M. La participación ciudadana en la democracia. Cuadernos de divulgación de la cultura democrática No. 4, Instituto Federal
Electoral, México 1995, p. 29. Es claro que este punto debería aprovecharse para hablar a los alumnos del significado etimológico de la
palabra democracia, así como de las diferencias entre la democracia directa y la representativa.
2
La definición es de Sidney Verba, Norman H. Nie y Jae-On Kin en Participation and Political Equality. A Seven Na-tion comparison, y
aparece citado en Merino, ibíd, p. 30.
3
Citado en Linz, Juan: La quiebra de las democracias, Conaculta-Alianza Editorial Mexicana, Col. Los Noventa 37, p. 39.

8
2. Debe ser, en consecuencia, una participación pacífica por
naturaleza, ajena a toda fórmula violenta.

3. Debe ser una participación libre, producto de la autodeterminación


de los individuos por involucrarse en los asuntos públicos, en otras
palabras, decidida sin presiones ni imposiciones de una fuerza
externa a los propios ciudadanos.

4. Debe ser una participación informada, lo que supone un mínimo


conocimiento objetivo del tema, de sus aplicaciones y del contexto
en el que ocurre la participación.

5. Debe ser una participación responsable, porque aun estando


presente el interés inmediato y particular de los ciudadanos
participantes, su acción no puede desentenderse del interés de
otros actores sociales y del interés general.

Aceptando que éstos son los atributos de la participación


democrática, la pregunta es ¿qué garantiza que se hagan presentes? Bien
visto el asunto, no hay elementos que permitan pensar que, librada a su
propia dinámica, la participación ciudadana pudiera de manera
espontánea adquirir estos rasgos. Por el contrario, la evidencia indica que si
no hay un esfuerzo deliberado de formación cívica, la participación puede
discurrir por cauces muy distintos y producir vicios de manipulación,
clientelismo, intolerancia y exclusión. De suerte que los ciudadanos requieren
ser educados para participar.

En síntesis, la participación ciudadana requiere de garantías legales y


espacios institucionalizados, pero eso no es suficiente. Se necesita, además,
un esfuerzo educativo que provea a la gente de las herramientas necesarias
para el cabal ejercicio de sus derechos y cumplimiento de sus deberes y
obligaciones ciudadanas.

Ahora bien: la importancia de enseñar democracia se ve subrayada si


se asume a la democracia no sólo como una forma de gobierno, que lo es,
sino en un sentido más amplio como un sistema de vida, como una fórmula
singular de convivencia social, y si se asume a la vez a los valores
democráticos como referentes válidos para la convivencia en general y no
sólo para las relaciones propiamente políticas. Enseñar democracia se vuelve
así enseñar para la vida, para una forma de vida y una convivencia
sustentada en la libertad, la tolerancia, el pluralismo, la igualdad política, la
solidaridad, la responsabilidad y el Estado de derecho que aspira a la justicia.
Pero todavía hay razones adicionales para poner de relieve la

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responsabilidad de la educación cívica.

La democracia no es algo que se consiga de una vez y para siempre.


No es sólo que se trate de un proceso siempre inacabado sino de que, como
lo revela de manera dramática la experiencia histórica, la democracia no
está a salvo de riesgos e involuciones autoritarias: la pérdida de legitimidad,
la presencia de fenómenos de ingobernabilidad, el surgimiento de
fundamentalismos religiosos o políticos, etcétera, han provocado espirales de
intolerancia y violencia, y hecho sucumbir a numerosas democracias. La
historia no es un ascenso lineal hacia la libertad y el progreso. La democracia
no es un orden natural ni surge por generación espontánea ni se reproduce
de manera automática. Muy por el contrario, es una construcción
enormemente fina y compleja que para permanecer exige ser cultivada y
afianzada por gobernantes y gobernados, por encima de diferencias
políticas e ideológicas, y afianzada tanto en el plano institucional y legal
como en el terreno de las actitudes y comportamientos. Si esto no ocurre, la
democracia puede derrumbarse y con ella, las conquistas relacionadas con
los derechos humanos, las libertades y la igualdad jurídica y política.

Hay un libro muy revelador del politólogo español Juan Linz, La quiebra
de las democracias, en el que describe la gama de circunstancias que
pueden derivar en el derrumbe de un sistema político democrático. Y
significativamente, cuando habla de la legitimidad de las instituciones
democráticas, como un componente fundamental de su continuidad, Linz
afirma que en este aspecto "no hay duda de que la socialización política
juega un papel decisivo, y ésta es una ventaja para los regímenes
democráticos... cuyos sistemas de educación, de información y prensa y de
cultura de élite, han permitido la penetración y comprensión de los ideales
democráticos."4

El aporte de la educación cívica en este aspecto de la comprensión


de los ideales democráticos es muy importante, pero es tanto más crucial ahí
donde, como en el caso de México, se vive un proceso de transición en el
que los valores, las prácticas y las instituciones democráticas no están
plenamente desarrollados y consolidados.

2. ¿Qué tipo de ciudadano formar?

La educación cívica es importante y aun indispensable. Pero ¿qué educación


cívica impartir, con qué orientaciones, con qué contenidos, con cuáles objetivos?
Esta, por supuesto, no es una pregunta que se pueda contestar de manera

4
Linz, ibíd, p. 41.

10
abstracta. Desde mi punto de vista, hay dos fuentes esenciales para fijar los términos
de un proyecto de educación cívica. La primera tiene que ver con el proyecto de
democracia que tengamos por horizonte y, por lo tanto, con el modelo de
ciudadano que corresponda a dicho proyecto. En otras palabras, para definir las
tareas de la educación cívica debemos definir qué democracia queremos y qué
tipo de ciudadano requeriríamos idealmente para que esa democracia
funcionase. La segunda fuente tiene que ver con las tradiciones culturales y
políticas vigentes en una sociedad dada. Un análisis acucioso de la cultura
política existente puede revelarnos nítidamente dónde están los puntos de
resistencia al cambio, las pérdidas en términos de valores y prácticas
democráticas, etcétera.

Yo voy a intentar aquí, de manera muy esquemática y abreviada, trazar un


modelo de ciudadano y describir algunos rasgos clave de la cultura política
mexicana actual que ofrezca una base firme para definir los fines y tareas de la
educación cívica en el actual contexto mexicano.

En cuanto al modelo de ciudadanía, y contra lo que parece a primera vista,


no hay un consenso acerca de los atributos, alcances e implicaciones de la
ciudadanía en una democracia. Hay una variedad de interpretaciones al respecto
que agruparé en dos concepciones básicas que llamaré minimalista y maximalista,
siguiendo los planteamientos de Concepción Naval.5

En pocas palabras, la concepción minimalista afirma que la ciudadanía es


en lo fundamental un estado jurídico. En términos de su compromiso cívico,
visualiza al ciudadano como un individuo cuya tarea se circunscribe a elegir
juiciosamente a sus representantes, para lo cual no requiere más virtudes que las
del apego a la legalidad, el respeto a la autoridad y el ejercicio responsable de
sus derechos y obligaciones conforme a la norma. En términos de prerrequisitos
sociales, esta concepción sostiene que el acceso a la condición ciudadana sólo
requiere el cumplimiento del estado legal-formal.

En contraste, la concepción maximalista plantea que la ciudadanía es no


sólo un estado jurídico, sino también una identidad cultural y política. En términos de
su compromiso cívico; visualiza al ciudadano como un individuo que para su cabal
realización ha de involucrarse de modo amplio y sistemático en la esfera pública,
para lo cual requiere de un conjunto de conocimientos, valores y destrezas precisas
5
Naval, C. Educar ciudadanos: la polémica liberal-comunitarista en educación. Eunsa, Pamplona, 1995, pp. 185-189. Esta autora indica que
"el concepto de ciudadanía es un concepto complejo y debatido, incluso cuando la discusión es reducida a la ciudadanía en el contexto de las
sociedades democráticas occidentales (...) Estas interpretaciones diversas de la ciudadanía democrática localizables en un continuum de
concepciones relacionadas que subrayen creencias políticas e interpretaciones de la democracia misma; pueden ser brevemente ilustradas por
referencia a cuatro rasgos del concepto: la identidad que confiere a un individuo; las virtudes que son requeridas para un ciudadano; la
extensión del compromiso que implica y los prerrequisitos sociales necesarios para la efectiva ciudadanía. A partir de la manera como se
conciben estos cuatro rasgos o dimensiones del concepto. Naval identifica dos puntos de vista básicos que denomina minimalista y
maximalista.

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que le permitan desarrollar un sentido de lealtad y responsabilidad para con la
comunidad más amplia a la que pertenece. En términos de los prerrequisitos
sociales, la concepción maximalista reivindica que la condición ciudadana se
adquiere y se hace efectiva no sólo cumpliendo con los requisitos legales, sino en
un contexto de combate a las desventajas sociales y de igualdad de
oportunidades.

Así, desde un punto de vista minimalista, un ciudadano es un ente con un


cierto status civil, con unos derechos asociados dentro de una comunidad
basada en la ley. Desde la perspectiva maximalista, el ciudadano es alguien que
posee no sólo un pasaporte, el derecho a votar y una identidad nacional, sino
una conciencia de sí mismo como miembro de una comunidad viva, con una
cultura democrática y un sentido de responsabilidad acerca del interés general.

¿Cuáles son las implicaciones de una y otra concepción en términos de


educación cívica? Como es fácil de comprender, en la interpretación minimalista
la educación para la ciudadanía tiene como prioridad la provisión de información y
el desarrollo de virtudes con un enfoque local e inmediato. Por el contrario, dado
que la concepción maximalista imagina un ciudadano que, para ser tal, requiere
de un grado considerable de entendimiento explícito de los principios, valores y
mecanismos democráticos, así como un conjunto de disposiciones y habilidades
para participar activamente en la vida pública, la educación para la ciudadanía
tendría aquí un ámbito de acción mucho más amplio.

La concepción minimalista necesitaría de una educación cívica de


bajo perfil, en tanto que la maximalista exigiría un programa educativo de
largo aliento y de muy amplio espectro que incluiría, entre muchas otras
cosas, información sobre el funcionamiento básico de las instituciones
democráticas, educación en valores y desarrollo de habilidades concretas
para la participación, la interlocución con autoridades, la fiscalización de los
gobernantes y la resolución de problemas comunitarios.

En mi opinión; una concepción minimalista de ciudadanía no está a la


altura de lo que demanda de la gente el actual proceso de transición y
construcción democrática en México. De hecho, me atrevería a decir que
desde tal concepción se favorecería la configuración de un modelo
democrático más formalista, con una participación ciudadana intermitente y
de corto alcance que alienta la autonomía de las élites políticas y con ello el
ejercicio autoritario del poder público. La apuesta, por tanto, me parece que
está en una concepción, si no maximalista, sí amplia de ciudadanía.

Pero más allá de razones de carácter conceptual, hay elementos de


nuestro propio desarrollo histórico que nos llevan a plantearnos la pertinencia

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de un modelo de ciudadanía amplia y un programa de educación cívica de
largo aliento. No podría entrar en este momento a un análisis pormenorizado
de la cultura política mexicana actual, pero sí es factible describir algunos
rasgos básicos de la misma que se desprenden de encuestas y estudios
cualitativos. Me voy a apoyar en tres de ellos.

Conforme a un estudio de FLACSO previo a las elecciones federales de


1994,6 había una sospecha generalizada de fraude. Esto podía explicarse
porque los entrevistados en ese momento sólo habían vivido un proceso
electoral bajo nuevas normas e instituciones electorales (el de 1991), luego
de los controvertidos y opacos comicios de 1988. Pero lo verdaderamente
interesante está en que sólo la mitad de quienes aludieron al fraude, se refirió
a éste en una elección particular y muy pocos de ellos dijeron que podían
referir casos concretos de fraude. ¿Cuál es la lectura que se desprende de
esto?

Bueno, en primer lugar, la idea del fraude parece formar parte del
sentido común de segmentos considerables de la población, la cual no
necesita pruebas o evidencias al respecto, lo da por supuesto. En segundo
lugar, y esto es claro cuando se profundiza en lo que significa la palabra
fraude para los entrevistados; en los encuestados con formación universitaria
esta palabra aparece asociada con irregularidades e ilícitos electorales, pero
para los sectores populares el término remite a engaños, falsas promesas e
incumplimientos. Es decir, para mucha gente en México decir fraude no es
referir principalmente alteraciones en la voluntad expresada en el sufragio,
sino una manera de expresar su desconfianza hacia la política y hacia los
políticos, porque en su opinión, éstos le incumplen, la utilizan, la engañan y no
mejoran las condiciones de vida de la población.

Y aquí llego al punto que me interesa destacar: si la política y los


políticos no aparecen a los ojos de estos sectores como espacio e
instrumentos eficaces para mejorar su calidad de vida y resolver sus
problemas más ingentes, entonces no hay incentivos para que se interesen,
se informen y participen en política. La política aparece, a sus ojos, como
algo distante, propio de los políticos profesionales, quienes son vistos como
personajes que ven más por sus intereses particulares que por el interés
general. Datos provenientes de numerosos estudios confirman la negativa
imagen que la gente tiene de los políticos. En general, no se percibe que se
interesen por lo que piensan los ciudadanos.

6
Winocur, R. Cultura política y elecciones. Investigación de carácter cualitativo realizada entre junio de 1993 y marzo de 1994 en la ciudad
de México y los estados de Puebla y Querétaro. Algunas variables de dicha investigación aquí citadas se analizan en Winocur, R Y Ubaldi, N.
Cultura política y elecciones en México: entre miedos y parado-jas en "Culturas políticas a fin de siglo" (R. Winocur, Comp.), FLACSO-Juan
Pablos, Editor, México, 1997, pp. 200-217.

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Esta percepción predominante de la política y los políticos como algo
remoto, poco vinculado a la cotidianeidad de la gente, se expresa también
en la idea de que la política es algo inaccesible. En una encuesta nacional
sobre cultura política que la Secretaria de Gobernación realizó a principios
de los años 90,7 dos terceras partes de los encuestados respondió que
participar en política era difícil e idéntica proporción opinó que era difícil
participar en el gobierno, lo que de paso sugiere una identificación de la
política con la pura acción del gobierno.

La política aparece a la vista de la gente como un espacio refractario


a la intervención ciudadana, no tanto por su especialización como por ser
coto de políticos. Pocos se consideran capaces de influir en la política.
Conforme a la citada encuesta de la Secretaria de Gobernación,
prácticamente las dos terceras partes de los encuestados asumen que su
opinión y su participación no cuenta en el proceso de toma de decisiones
políticas.

Consistente con lo anterior, se observa una muy baja propensión a


involucrarse activamente en la política. El 83% de los encuestados declaró no
pertenecer a ningún tipo de organización o grupo, mientras que el 15% dijo
que sí. De este último porcentaje, una quinta parte aproximadamente (3% del
total) milita en un partido político y una proporción equivalente integra
sindicatos y asociaciones religiosas.

El dato es elocuente: la participación cívico-política se concentra en


una muy pequeña franja de la población. Muy pocos participan en muchas
organizaciones. Ello habla de la todavía escasa capacidad de organización
de la sociedad mexicana y de su precario andamiaje representativo.

Ciertamente, como ya se dijo, la resistencia a involucrarse


políticamente puede deberse a una fuerte percepción de que la asociación
para fines políticos es poco tomada en cuenta, se aprovecha para fines
ajenos o incluso puede ser riesgosa. En todo caso, habría detrás de esto una
idea difusa acerca de la desproporción entre los elevados costos de
participar y los escasos beneficios percibidos. En suma, en términos de cultura
política parece haber pocos alicientes a la participación.

Incluso en el plano más restringido del interés por la política, los datos
son igualmente inquietantes: en la encuesta citada, el 47.8% de los
encuestados dijo no interesarse en la política, y del 49.7% que dijo sí
interesarse, una parte sustantiva declaró tener muy poco o regular interés, lo
7
Dirección General de Desarrollo Político de la Secretaria de Gobernación: "El sentido de la reflexión sobre la cultura política en México.
Antecedentes y estado actual", así como "Encuesta nacional de cultura política, reporte de resultados.", SEGOB, fotocopiado, s/f.

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que hace relativo dicho porcentaje. De hecho, sólo 10.2% del total de
encuestados dijo estar muy interesado en la política.8De nuevo aquí el dato
debe leerse no como una apatía de origen, sino como el resultado de un
desarrollo histórico particular en virtud del cual el ciudadano común ha
carecido de incentivos suficientes para participar en la esfera pública en
términos de espacios de acción, capacidad de incidencia y beneficios
esperados.

La democracia no requiere que cada ciudadano se convierta en una


suerte de político profesional, aquel que vive de y para la política, pero
ciertamente niveles de interés, información y participación políticas por
debajo de un cierto umbral son riesgosos por cuanto favorecen la autonomía
de las élites políticas, imposibilitan el control ciudadano sobre el poder
público y lastran el desarrollo político democrático.

No son éstos, por supuesto, los únicos déficits que permiten identificar
los distintos estudios en materia de cultura política en México. Habría que
añadir a lo citado el precario asentamiento de una cultura de la legalidad en
la medida en que se sigue viendo en la ley más que un instrumento para
dirimir pacífica y civilizadamente diferendos, un obstáculo que es preciso
sortear sin importar los medios, la supervivencia, pese a todos los avances
registrados, de ciertos rasgos de intolerancia, asociados por una parte a la
noción de que la diversidad y la pluralidad son por definición elementos
disgregadores y por otra a la idea de que el conflicto es intrínsecamente
negativo y debe ser evitado, controlado o suprimido, lo que a su vez ha
derivado en el escaso arraigo y aun mala fama del diálogo y la
concertación, como medios para encarar productivamente el conflicto.

En todo caso, son estos y otros rasgos de nuestra cultura política los
que están señalando necesidades muy puntuales en términos de educación
cívica y formación ciudadana. Voy pues a la siguiente interrogante.

3. ¿Cuáles son los fines y tareas de la educación cívica en el actual contexto


mexicano?
Definido en muy grandes líneas un perfil de ciudadanía idóneo, por una
parte, e identificados por otra, algunos de los principales rasgos de nuestra
8
El interés por la política puede correlacionarse con el nivel de información sobre la misma. En una encuesta realizada en septiembre de
1998, vía telefónica a nivel nacional, y cuyos resultados publicó la revista Educación 2001, se afirma con base en los resultados, que
predomina una amplia ignorancia en torno a los acontecimientos que engloban la situación política que priva en el país. Por ejemplo, el 81%
de los entrevistados no sabe cuál es el acontecimiento político que ocurrió en nuestro país durante la semana en que se realizó la encuesta. Por
otra parte, si bien el 72% de los entrevistados conoce el nombre del gobernador actual de su estado, 51% desconoce cuáles son las cámaras
que integran el Congreso de la Unión, y sólo un tercio de los entrevistados sabe que un diputado dura en su cargo tres años. Asimismo, 57%
de los entrevistados declaró no saber, al ser interrogados sobre cuál es el principal problema político que enfrenta el país. Esquerra, R. Huecos
en nuestra cultura política, Educación 2001, No. 41, octubre de 1998, pp. 24-29.

15
cultura política, me parece que podemos aventurarnos a delinear algunas
tareas y prioridades para la educación cívica en México hoy en día. Si se
conviene en un concepto de democracia no sólo como específico orden
político sino como forma de vida y como fórmula de convivencia social
basada en la pluralidad, la tolerancia, la libertad, la igualdad política y el
estado de derecho. Si, por otro lado, se conviene en un concepto amplio de
ciudadanía, que asume que ésta debe estar en posesión de un catálogo de
conocimientos, valores y destrezas que permitan su compromiso activo, libre
y recíproco en la vida pública, y si, por último, se conviene en que es preciso
modificar en un sentido democrático rasgos de nuestra cultura política que
han contribuido a mantener escindida a la ciudadanía de la política,
entonces la educación cívica debe por lo menos proponerse tres grandes
tareas que enuncio aquí de manera general para desglosarlas en el
siguiente apartado:

a) Generación de una demanda social de democracia: Los


ciudadanos necesitan percibir a la democracia como un régimen
deseable en razón de su superioridad ética y política sobre otros
órdenes políticos alternativos. Sólo será posible si entienden en sus
líneas básicas los principios de la democracia, sus valores, sus
mecánicas institucionales, su evolución histórica y sus diferencias de
fondo con otros regímenes.

b) Capacitación para el mejor funcionamiento de la democracia: La


democracia sale ganando ahí donde hay una mayor disposición
ciudadana a participar y a involucrarse en los asuntos públicos y ahí
donde existe una sociedad más estructurada con grupos
autónomos que ayudan a crear equilibrio y contrapeso con los
poderes públicos y privados. Pero difícilmente existirá esa disposición
ciudadana a participar en un contexto donde la política es
percibida como algo inherentemente corrupto, mezquino y carente
de sentido. Es preciso rescatar a la política del descrédito en que ha
caído y del corrosivo maniqueísmo del que es objeto. Por lo tanto, la
tarea fundamental de la educación cívica en este plano es la
significación de la política, tanto en el plano valorativo como
práctico.

c) Fomento de la gobernabilidad: La democracia no sólo debe


demostrar su superioridad ético-política en términos abstractos, sino
acreditar que es un orden al mismo tiempo estable y eficaz en la
resolución de los problemas sociales, porque sólo de esa manera
garantizará las dosis de legitimidad necesarias para sostenerse en el

16
tiempo. Para entender el aporte que puede hacer en este aspecto
la educación cívica, recordemos con Antonio Camou que "el logro
de una adecuada gobernabilidad se basa en una serie de
acuerdos básicos entre las élites dirigentes, los grupos sociales
estratégicos y una mayoría ciudadana, destinados a resolver los
problemas de gobierno. Cuando esos acuerdos se estabilizan y
toman un carácter institucional, previsible y generalmente
aceptado, estamos en presencia de un paradigma de
gobernabilidad".9

Esos acuerdos ocurren en tres niveles: "el de las orientaciones políticas


generales, el de las instituciones y el de las políticas públicas. La
contribución de la educación cívica en este plano puede ser múltiple, pero
me importa destacar aquí su aporte a la estructuración de un conjunto de
principios y valores que están en la base del régimen político democrático y
que por su carácter laico y abierto pueden ser susceptibles de ser
compartidos por una sociedad heterogénea y diversa".10 Otro aporte
sustantivo es el de la generación de un sentido de responsabilidad y de
conciencia acerca del interés general, que evite la prevalencia de una
concepción puramente corporativa en la demanda social y el
desencuentro entre el nivel de la demanda social y la capacidad de
respuesta del Estado.

En mi opinión, éstas serían tres grandes líneas u orientaciones que


convendría considerar en el diseño de estrategias y programas de
educación cívica tanto para el espacio escolar como para el ámbito social
en general. Pero convendría avanzar un poco más y preguntarse por lo que
cada una de estas orientaciones implica en términos de contenidos
específicos. Ese es el sentido de la siguiente pregunta.

4. ¿Qué educación cívica ofrecer a niños y jóvenes en el sistema educativo


nacional?
Bajo la premisa de que el proceso de enseñanza-aprendizaje en el terreno de
la educación cívica debe tener, por la naturaleza misma de la materia, un
sentido integral y estar apoyado en un trípode constituido por conocimientos,
9
Camou, A. Gobernabilidad y democracia. Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática, No. 6, Instituto Federal Electoral, México,
1995, p. 46.
10
"Las morales de mínimos, como la cívica, proponen los principios y normas mínimas compartidas por la conciencia de una sociedad
pluralista, desde los que cada quien debe tener plena libertad para hacer sus ofertas de máximos. Es necesario distinguir entre mínimos éticos
exigibles, porque son de justicia, y máximos éticos aconsejables, porque constituyen proyectos de felicidad que una persona puede aconsejar a
otras pero no exigir (...) La moral cívica consiste en unos mínimos compartidos entre ciudadanos que tienen distintas concepciones del
hombre y distintos ideales de vida, mínimos que les llevan a considerar como fecunda su convivencia." Buxarrais, M.R. y Lizano, M. La
educación en valores, "Proyecto de educación y democracia", Organización de Estados Iberoamericanos-lCE, Universidad de Barcelona, p.
12.

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valores y destrezas ciudadanas, conviene desglosar en contenidos concretos
las tareas enunciadas en el apartado anterior.

Cuando hablamos de la generación de una demanda social de


democracia, dijimos que ello implica que la gente comprenda qué es la
democracia, por qué es mejor, cuáles son sus fundamentos y mecánicas.
Ahora bien, aunque la cabal comprensión de la democracia tenga muchos
niveles, me gustaría resaltar aquí tres que considero cruciales a la luz de lo ya
expuesto:

El primero es el de los valores de la democracia. Los ciudadanos, y los


que en el futuro lo serán y por eso mismo deben ya adentrarse en lo que esa
condición les va a demandar, necesitan conocer y apropiarse de los valores
en que se fundamenta la democracia, su significado para una convivencia
pacífica y ordenada, y el sentido que tienen para la vida cotidiana de las
personas. Ello implica la explicación y la puesta en práctica de los valores de
la libertad, la tolerancia, el pluralismo, el apego a la legalidad, la igualdad
política, además de la explicación de conceptos tales como
constitucionalismo, control del poder, elección política, gobierno
responsable, división y equilibrio de poderes, etcétera. Obviamente no se
trata sólo de proveer a los estudiantes de definiciones académicas, sino de
transmitirles un mensaje muy vívido en el sentido de que este cuerpo
articulado de valores y principios ofrece la garantía del pleno respeto a la
dignidad humana, a la diversidad, al libre desarrollo de los individuos y a la
convivencia pacífica en un marco de seguridad jurídica. Los expertos en la
materia han señalado que la educación en valores en el contexto de una
sociedad plural y democrática debe esencialmente concebirse como un
proceso que conduzca a los estudiantes hacia la construcción racional y
autónoma de valores. No se trata de adoctrinamiento, sino de construir una
moral cívica, esto es, una ética basada en unos principios mínimos
compartidos entre personas que tienen distintas concepciones del individuo y
distintos ideales de vida, que los llevan a considerar como fecunda su
convivencia.

El segundo nivel es el de la historia cívico-política. "Los niños y jóvenes


que se preparan para ser ciudadanos y quienes ya lo son necesitan tener
nociones sobre la historia política del propio país, pero en una relectura
desde la perspectiva de la construcción de la democracia como
construcción ciudadana. Se trata, entonces, de recuperar no sólo a los
grandes personajes de nuestra historia y algunos de los episodios que
protagonizaron (aspecto que no sobra porque son modelos de acción y
conducta con un valor didáctico innegable), sino de recuperar la historia

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como proceso y ofrecer una perspectiva amplia de lo que en cada
momento ha estado en disputa en términos de ideas y proyectos de país."11

Sería conveniente que esta misma perspectiva presidiera la revisión de


la historia mundial en los niveles educativos más avanzados, ofreciendo
asimismo referentes más amplios en torno al significado de la democracia y a
sus diversas formas de concreción jurídico-institucional, así como en torno al
cuerpo de pactos e instituciones regionales e institucionales que garantizan
los derechos humanos y, por esa vía, el derecho a la democracia.

No es menos importante la necesidad de mostrar, particularmente a los


jóvenes estudiantes, los costos de las diversas formas de regímenes
autoritarios y totalitarios. Los educandos deben tener referentes más tangibles
de lo que está en juego y de lo que eventualmente pueden perder de forma
individual y como sociedad si fuesen suprimidos o invalidados los principios,
valores e instituciones democráticos.

El tercer nivel es el de la enseñanza de la ley y la difusión de una


cultura que fomente el apego a la legalidad. En las asignaturas vinculadas
con la educación cívica, cualquiera que sea su denominación específica, se
ha procurado habitualmente enseñar a los estudiantes los contenidos básicos
de la Constitución, las libertades y derechos que ella garantiza, así como el
diseño y funcionamiento del régimen político e incluso el contenido de
algunas leyes reglamentarias particularmente importantes para la regulación
de la convivencia social.

Eso está bien y en la medida de lo posible me parece que debe


mantenerse y aún afinarse para proveer no sólo las nociones legales en sí
mismas, sino una idea clara de cuál es su función y su significado último. Es
difícil que los individuos se sientan inclinados a exigir el cumplimiento de la ley
o a cumplir ellos mismos la norma jurídica si la desconocen o si no
comprenden bien a bien su razón de ser.

Pero la enseñanza de la ley, a mi parecer, será tanto más eficaz


cuanto más clara y vívidamente demuestre su utilidad práctica en la
resolución civilizada de los problemas propios de la convivencia social, para
lo cual debe ir acompañada de una intensa promoción de los valores de la
responsabilidad y el apego a la legalidad, así como de ejercicios colectivos
que promuevan la reflexión, la elaboración y la aplicación de las normas
11
Esta labor formativa es tanto más necesaria por cuanto la evidencia indica que en nuestro país priva un amplio desconocimiento acerca de la
historia nacional. Según la citada encuesta de la revista Educación 2001, sólo el 13% de los entrevistados identificó correctamente el orden en
que ocurrieron los siguientes acontecimientos históricos; la Independencia de México, las Leyes de Reforma, el porfiriato, la revolución
mexicana y el periodo denominado Cardenismo. Adicionalmente, sólo el 15% de los entrevistados identificaron correctamente qué es lo que
se conmemora en nueve fechas tradicionales para los mexicanos.

19
propias para regular la convivencia en el aula y en la escuela toda. Estos
serían, pues, los tres niveles en que se desagregaría la tarea de generar una
demanda de democracia por parte de los propios individuos.

En lo que toca a la segunda gran tarea, enunciada aquí como


capacitación para el mejor funcionamiento de la democracia, había yo
adelantado que eso no puede más que traducirse en una labor de
dignificación de la política tanto en el plano valorativo como práctico. ¿Qué
significa esto?

En el plano valorativo, la educación cívica me parece que debe


detenerse en la noción de política, desmenuzarla, explicarla y despojarla de
la carga de prejuicios y equívocos que arrastra. En ese sentido, se ha de
enfatizar que la política es una actividad con un sentido ordenador crucial
para la vida social, es decir, que se trata de una actividad y un espacio con
fines superiores, que sin embargo tiene derivaciones prácticas muy
específicas que atañen directamente a la vida de la gente, quien quiera
que sea y donde esté. En fin, ha de subrayarse que la política sirve para
encarar, regular y resolver conflictos que conciernen de diverso modo a la
colectividad. Una adecuada información y orientación a este respecto que
permita mostrar los vínculos existentes entre la experiencia cotidiana y los
hechos políticos seguramente contrarrestará la extendida percepción de
que la política es sólo cosa de políticos (por lo menos en la democracia, no)
y que tiene muy poco que ver con la experiencia vital de las personas.

Una vez puesta la política en el lugar que le corresponde, deberá


pasarse a un nivel más específico, consistente en explicar que hay formas
distintas de hacer política y, entre ellas, una forma específicamente
democrática de hacer política. Aquí sería pertinente enlistar las
características y destacar las ventajas de la política democrática como
garantía de convivencia pacífica y civilizada entre los grupos que expresan
la pluralidad sociopolítica de una nación, como medio de deliberación y
elección racionales y como conjunto de reglas y procedimientos que
favorecen la libre expresión política, que permiten adoptar decisiones bajo el
principio de mayoría y que acuerdan respeto a las ideas y a la integridad de
las minorías.

Ahora bien, la dignificación de la política se quedaría en un terreno


puramente abstracto si, junto con toda esta labor informativa, orientadora y
de sensibilización, no se buscase al mismo tiempo mostrar a los estudiantes
las ventajas prácticas que para otros y para sí mismos puede tener la acción
política y en especial la puesta en acto de los métodos propios de la política
democrática. Este segundo nivel implica organizar el proceso de enseñanza-

20
aprendizaje a modo de desarrollar aptitudes y destrezas concretas en torno,
por ejemplo a:

Cómo identificar problemas comunitarios, debatir


constructivamente y proponer alternativas de solución.
Cómo desplegar capacidades de argumentación, diálogo,
escucha activa, construcción de consensos y toma de
decisiones.
Cómo organizarse.
Cómo elegir representantes, cómo vincularse con ellos y cómo
supervisar su gestión.
Cómo manejar y resolver conflictos de manera pacífica y con
apego a la legalidad.

No sobra insistir en que la única manera de que todo esto constituya un


aprendizaje significativo, es garantizar que el proceso de desarrollo de
habilidades en estos y otros rubros se dé a partir de los propios espacios,
necesidades, intereses y expectativas de los estudiantes. El diseño de
métodos pedagógicos adecuados se vuelve entonces un aspecto crucial.
En cuanto a la tercera y última tarea que enuncié, relativa al fomento
de la gobernabilidad, ésta tiene muchas facetas, pero voy a referirme a las
tres principales. El primer aporte que puede hacer la educación cívica para
construir una democracia gobernable, esto es, una democracia con dosis
razonables de legitimidad, estabilidad y eficacia, tiene que ver con la
explicación de lo que la democracia puede, realmente, hacer. A diferencia
de otros órdenes políticos que se ofrecen como soluciones totales, la
democracia no es la panacea ni su existencia resuelve mágicamente los
problemas sociales. Como ha escrito un politólogo, "La democracia puede
hacer muchas cosas, y sin duda es el mejor de los sistemas políticos
conocidos, pero no puede hacerlo todo".12

En efecto, no puede responder a todo y a todos positivamente, al


mismo tiempo y por añadidura con prontitud y eficacia. Y ello por la sencilla
razón de que los recursos gubernamentales no son ilimitados como tampoco
lo es la autoridad pública. Por otro lado, hay intereses encontrados en juego,
de manera que las demandas provenientes de distintos grupos de la
sociedad no son compatibles entre sí, más bien son contradictorias y entran
en competencia por atención y recursos públicos.

Por todo lo anterior la democracia no sólo exige participación y

12
.Camou, Ibíd., p. 58.

21
capacidad de demanda de la ciudadanía. Un énfasis unilateral en los
aspectos de la participación y la demanda puede producir una sociedad
puramente petitoria y aun irresponsable. Por lo tanto, se requiere al mismo
tiempo educar en valores y prácticas que templen y equilibren las
demandas, atemperen los conflictos, generen responsabilidad y produzcan
un sentido de pertenencia a la comunidad más amplia y un compromiso con
el interés general y no sólo con el inmediato y particular de cada grupo.

Es comprensible que en países como el nuestro, con una escasa


tradición participativa y con una sociedad civil poco estructurada, la
educación cívica ponga el énfasis en el fomento de la participación y en la
capacitación de los ciudadanos para que se organicen e intervengan en los
asuntos públicos. Pero junto con ello hay que transmitir la idea de que la
democracia no significa ni puede significar el derecho ilimitado de pedir y de
ver colmado el interés particular, como si no hubiese otros en juego,
igualmente legítimos.

El segundo aporte de la educación cívica a la gobernabilidad,


íntimamente relacionado con lo anterior, tiene que ver con la necesidad de
proyectar a los estudiantes y a la ciudadanía en general la noción de que la
democracia supone libertades y derechos, pero también obligaciones,
responsabilidades y un compromiso básico con sus normas e instituciones.

Por ejemplo, y recordando la cita del presidente Kennedy que hice al


principio, los estudiantes deben saber que pueden no estar de acuerdo con
una determinada ley y que tienen derecho a impugnarla por las vías
institucionales previstas para ello, pero no pueden sustraerse a su
cumplimiento. Deben saber, asimismo, que tienen el derecho de criticar
determinada política pública que no sea de su agrado y aun, en uso de sus
garantías constitucionales, pueden presionar para que la autoridad la
modifique, pero que eso no tiene porqué invalidar el mandato o la
legitimidad de la autoridad que elaboró o aplicó dicha política. Larry
Diamond, un prestigiado politólogo y estudioso de transiciones democráticas,
ha escrito a este respecto que "incluso si los ciudadanos tuviesen razón en
criticar o condenar a quienes ocupan cargos públicos, nunca debe flaquear
su respeto al cargo mismo y a la autoridad política que le confiere la
Constitución". 13

Es importante mencionar aquí que en aquellos países como México, en


donde la democracia ha tenido históricamente un débil asentamiento, es de

13
Diamond, Larry: El cultivo de la ciudadanía democrática: la educación para un nuevo siglo en las Américas, ponencia presentada en la
conferencia "Civitas Panamericano. Educación para la democracia", Buenos Aires, octubre-diciembre de 1996, p. 14.

22
la mayor importancia que la educación cívica fomente la gobernabilidad
generando apoyo para el Estado democrático, independientemente del
partido que de momento lo dirija. Esto significa que dicha educación debe
poner especial atención en las nociones de oposición legítima y posibilidad
de alternancia. Vuelvo a las palabras de Larry Diamond: "Cuando los
ciudadanos se toman esto en serio, comprenden que un gobierno elegido
que respeta las leyes y la Constitución tiene el derecho de ejercer su
autoridad (por supuesto dentro de los límites de la ley), formular políticas que
no les gustan y cancelar programas de su predilección. Pueden aceptar esto
porque confían en que esta autoridad es temporal, y que no pasará mucho
tiempo antes de que ellos mismos tengan la oportunidad de hacer sus
propios cambios de política".14

El tercer aporte de la educación cívica al fomento de la


gobernabilidad de la democracia debiera consistir, desde mi punto de vista,
en un ejercicio educativo a favor de la tolerancia y el pluralismo, capaz de
advertir sin ambigüedades sobre los riesgos contenidos en todo tipo de
visiones fundamentalistas.

La tolerancia entendida como el reconocimiento del derecho a la


diferencia, y el pluralismo entendido como la convivencia respetuosa y
productiva en la diversidad forman parte vital de la nueva cultura de la
gobernabilidad democrática. Esta nueva cultura debe favorecer la
afirmación de identidades colectivas no excluyentes o de carácter
intolerante, así como el pleno respeto a las diferencias de raza, religión, sexo,
idioma, el pleno respeto a las preferencias personales, el reconocimiento del
derecho de todos a expresar y defender sus propios puntos de vista, sin más
límite que el impuesto por la ley.

Nada es más corrosivo para la viabilidad de la democracia que la


intolerancia. Por eso la lucha en favor de la tolerancia y el respeto es
primordial y debe estar en la base misma de todo el trabajo de educación
cívica.

14
Diamond, ibíd.

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