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base de su diseño institucional y de su dinámica. En otras palabras, sin
participación ciudadana, la democracia se vacía de sentido.
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2. Debe ser, en consecuencia, una participación pacífica por
naturaleza, ajena a toda fórmula violenta.
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responsabilidad de la educación cívica.
Hay un libro muy revelador del politólogo español Juan Linz, La quiebra
de las democracias, en el que describe la gama de circunstancias que
pueden derivar en el derrumbe de un sistema político democrático. Y
significativamente, cuando habla de la legitimidad de las instituciones
democráticas, como un componente fundamental de su continuidad, Linz
afirma que en este aspecto "no hay duda de que la socialización política
juega un papel decisivo, y ésta es una ventaja para los regímenes
democráticos... cuyos sistemas de educación, de información y prensa y de
cultura de élite, han permitido la penetración y comprensión de los ideales
democráticos."4
4
Linz, ibíd, p. 41.
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abstracta. Desde mi punto de vista, hay dos fuentes esenciales para fijar los términos
de un proyecto de educación cívica. La primera tiene que ver con el proyecto de
democracia que tengamos por horizonte y, por lo tanto, con el modelo de
ciudadano que corresponda a dicho proyecto. En otras palabras, para definir las
tareas de la educación cívica debemos definir qué democracia queremos y qué
tipo de ciudadano requeriríamos idealmente para que esa democracia
funcionase. La segunda fuente tiene que ver con las tradiciones culturales y
políticas vigentes en una sociedad dada. Un análisis acucioso de la cultura
política existente puede revelarnos nítidamente dónde están los puntos de
resistencia al cambio, las pérdidas en términos de valores y prácticas
democráticas, etcétera.
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que le permitan desarrollar un sentido de lealtad y responsabilidad para con la
comunidad más amplia a la que pertenece. En términos de los prerrequisitos
sociales, la concepción maximalista reivindica que la condición ciudadana se
adquiere y se hace efectiva no sólo cumpliendo con los requisitos legales, sino en
un contexto de combate a las desventajas sociales y de igualdad de
oportunidades.
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de un modelo de ciudadanía amplia y un programa de educación cívica de
largo aliento. No podría entrar en este momento a un análisis pormenorizado
de la cultura política mexicana actual, pero sí es factible describir algunos
rasgos básicos de la misma que se desprenden de encuestas y estudios
cualitativos. Me voy a apoyar en tres de ellos.
Bueno, en primer lugar, la idea del fraude parece formar parte del
sentido común de segmentos considerables de la población, la cual no
necesita pruebas o evidencias al respecto, lo da por supuesto. En segundo
lugar, y esto es claro cuando se profundiza en lo que significa la palabra
fraude para los entrevistados; en los encuestados con formación universitaria
esta palabra aparece asociada con irregularidades e ilícitos electorales, pero
para los sectores populares el término remite a engaños, falsas promesas e
incumplimientos. Es decir, para mucha gente en México decir fraude no es
referir principalmente alteraciones en la voluntad expresada en el sufragio,
sino una manera de expresar su desconfianza hacia la política y hacia los
políticos, porque en su opinión, éstos le incumplen, la utilizan, la engañan y no
mejoran las condiciones de vida de la población.
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Winocur, R. Cultura política y elecciones. Investigación de carácter cualitativo realizada entre junio de 1993 y marzo de 1994 en la ciudad
de México y los estados de Puebla y Querétaro. Algunas variables de dicha investigación aquí citadas se analizan en Winocur, R Y Ubaldi, N.
Cultura política y elecciones en México: entre miedos y parado-jas en "Culturas políticas a fin de siglo" (R. Winocur, Comp.), FLACSO-Juan
Pablos, Editor, México, 1997, pp. 200-217.
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Esta percepción predominante de la política y los políticos como algo
remoto, poco vinculado a la cotidianeidad de la gente, se expresa también
en la idea de que la política es algo inaccesible. En una encuesta nacional
sobre cultura política que la Secretaria de Gobernación realizó a principios
de los años 90,7 dos terceras partes de los encuestados respondió que
participar en política era difícil e idéntica proporción opinó que era difícil
participar en el gobierno, lo que de paso sugiere una identificación de la
política con la pura acción del gobierno.
Incluso en el plano más restringido del interés por la política, los datos
son igualmente inquietantes: en la encuesta citada, el 47.8% de los
encuestados dijo no interesarse en la política, y del 49.7% que dijo sí
interesarse, una parte sustantiva declaró tener muy poco o regular interés, lo
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Dirección General de Desarrollo Político de la Secretaria de Gobernación: "El sentido de la reflexión sobre la cultura política en México.
Antecedentes y estado actual", así como "Encuesta nacional de cultura política, reporte de resultados.", SEGOB, fotocopiado, s/f.
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que hace relativo dicho porcentaje. De hecho, sólo 10.2% del total de
encuestados dijo estar muy interesado en la política.8De nuevo aquí el dato
debe leerse no como una apatía de origen, sino como el resultado de un
desarrollo histórico particular en virtud del cual el ciudadano común ha
carecido de incentivos suficientes para participar en la esfera pública en
términos de espacios de acción, capacidad de incidencia y beneficios
esperados.
No son éstos, por supuesto, los únicos déficits que permiten identificar
los distintos estudios en materia de cultura política en México. Habría que
añadir a lo citado el precario asentamiento de una cultura de la legalidad en
la medida en que se sigue viendo en la ley más que un instrumento para
dirimir pacífica y civilizadamente diferendos, un obstáculo que es preciso
sortear sin importar los medios, la supervivencia, pese a todos los avances
registrados, de ciertos rasgos de intolerancia, asociados por una parte a la
noción de que la diversidad y la pluralidad son por definición elementos
disgregadores y por otra a la idea de que el conflicto es intrínsecamente
negativo y debe ser evitado, controlado o suprimido, lo que a su vez ha
derivado en el escaso arraigo y aun mala fama del diálogo y la
concertación, como medios para encarar productivamente el conflicto.
En todo caso, son estos y otros rasgos de nuestra cultura política los
que están señalando necesidades muy puntuales en términos de educación
cívica y formación ciudadana. Voy pues a la siguiente interrogante.
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cultura política, me parece que podemos aventurarnos a delinear algunas
tareas y prioridades para la educación cívica en México hoy en día. Si se
conviene en un concepto de democracia no sólo como específico orden
político sino como forma de vida y como fórmula de convivencia social
basada en la pluralidad, la tolerancia, la libertad, la igualdad política y el
estado de derecho. Si, por otro lado, se conviene en un concepto amplio de
ciudadanía, que asume que ésta debe estar en posesión de un catálogo de
conocimientos, valores y destrezas que permitan su compromiso activo, libre
y recíproco en la vida pública, y si, por último, se conviene en que es preciso
modificar en un sentido democrático rasgos de nuestra cultura política que
han contribuido a mantener escindida a la ciudadanía de la política,
entonces la educación cívica debe por lo menos proponerse tres grandes
tareas que enuncio aquí de manera general para desglosarlas en el
siguiente apartado:
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tiempo. Para entender el aporte que puede hacer en este aspecto
la educación cívica, recordemos con Antonio Camou que "el logro
de una adecuada gobernabilidad se basa en una serie de
acuerdos básicos entre las élites dirigentes, los grupos sociales
estratégicos y una mayoría ciudadana, destinados a resolver los
problemas de gobierno. Cuando esos acuerdos se estabilizan y
toman un carácter institucional, previsible y generalmente
aceptado, estamos en presencia de un paradigma de
gobernabilidad".9
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valores y destrezas ciudadanas, conviene desglosar en contenidos concretos
las tareas enunciadas en el apartado anterior.
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como proceso y ofrecer una perspectiva amplia de lo que en cada
momento ha estado en disputa en términos de ideas y proyectos de país."11
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propias para regular la convivencia en el aula y en la escuela toda. Estos
serían, pues, los tres niveles en que se desagregaría la tarea de generar una
demanda de democracia por parte de los propios individuos.
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aprendizaje a modo de desarrollar aptitudes y destrezas concretas en torno,
por ejemplo a:
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.Camou, Ibíd., p. 58.
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capacidad de demanda de la ciudadanía. Un énfasis unilateral en los
aspectos de la participación y la demanda puede producir una sociedad
puramente petitoria y aun irresponsable. Por lo tanto, se requiere al mismo
tiempo educar en valores y prácticas que templen y equilibren las
demandas, atemperen los conflictos, generen responsabilidad y produzcan
un sentido de pertenencia a la comunidad más amplia y un compromiso con
el interés general y no sólo con el inmediato y particular de cada grupo.
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Diamond, Larry: El cultivo de la ciudadanía democrática: la educación para un nuevo siglo en las Américas, ponencia presentada en la
conferencia "Civitas Panamericano. Educación para la democracia", Buenos Aires, octubre-diciembre de 1996, p. 14.
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la mayor importancia que la educación cívica fomente la gobernabilidad
generando apoyo para el Estado democrático, independientemente del
partido que de momento lo dirija. Esto significa que dicha educación debe
poner especial atención en las nociones de oposición legítima y posibilidad
de alternancia. Vuelvo a las palabras de Larry Diamond: "Cuando los
ciudadanos se toman esto en serio, comprenden que un gobierno elegido
que respeta las leyes y la Constitución tiene el derecho de ejercer su
autoridad (por supuesto dentro de los límites de la ley), formular políticas que
no les gustan y cancelar programas de su predilección. Pueden aceptar esto
porque confían en que esta autoridad es temporal, y que no pasará mucho
tiempo antes de que ellos mismos tengan la oportunidad de hacer sus
propios cambios de política".14
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Diamond, ibíd.
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