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El suicidio del comandante Henry

 20.09.2009

Cuando hace tres años traté de representar la pugna entre quienes buscábamos el
completo esclarecimiento del 11-M y quienes contribuían al ocultamiento de la verdad
en el duelo a sable que el 6 de marzo de 1898 mantuvieron los comandantes Picquart y
Henry en la sala de doma de la Escuela Militar de París por una cuestión de honor, no
podía imaginar que el presente imitaría tan rápidamente al pasado y menos aún que sería
el propio comisario Sánchez Manzano quien actuaría como si, arrastrado por algún tipo
de atracción fatal, pretendiera seguir el guión del caso Dreyfus.

Sólo la sensación de absoluta impunidad de quien se cree protegido por el aparato del
Estado y esa mezcla de chulería castiza y arrogancia elitista del estilo de la que
impregnaba a aquellos oficiales del Estado Mayor francés -el «Arca Sagrada», lo
denominaban- explican el paso emprendido por el ex jefe de los Tedax al presentar una
demanda civil de protección del honor contra EL MUNDO. Y encima con el mismo
letrado que representó al general Galindo y a otros facinerosos de los GAL.

Nunca le agradeceremos bastante a este turbio policía con aires de galán maduro esa
iniciativa ofuscada. No sólo por señalarnos públicamente como su antagonista,
identificándonos así con el tenaz y honrado Picquart que investigaba las falsedades de
sus superiores -y con quienes como Zola, Clemenceau o Jaurés le respaldaron-, sino
sobre todo por proporcionarnos la oportunidad de ser parte en un procedimiento judicial
sobre el 11-M, pudiendo ejercitar el derecho de defensa en toda su longitud y latitud
legal.

Eso nos ha permitido solicitar y obtener, durante los varios meses que duró la intensa
instrucción de la causa, la práctica de una serie de pruebas y diligencias que iban
adquiriendo así el marchamo de la legitimación jurisdiccional. Han sido meses de
contener la respiración mientras, episodio tras episodio, nuestro brillante y sólido
abogado Juan Luis Ortega -para quien el caso ha supuesto una auténtica consagración
profesional: de casta le viene al galgo- iba logrando judicializar algunas de las más
notables revelaciones de EL MUNDO sobre el 11-M.

La trascendencia de la sentencia que desestima la demanda de Manzano, imponiéndole


el pago de las costas, queda patente si repasamos la literalidad de las cinco acusaciones
concretas que formulé en junio contra él durante el acto de presentación -mi «Yo
acuso»- del libro Tytadin de Antonio Iglesias:

«Yo acuso al entonces comisario jefe de los Tedax, Juan Jesús Sánchez Manzano, de
mantener una línea de conducta supuestamente orientada a la ocultación y manipulación
de pruebas con flagrante incumplimiento de sus deberes profesionales 1) al transgredir
los protocolos sobre recogida y almacena- miento de restos, 2) al asumir unos análisis
que no le habría correspondido realizar, 3) al no poner a disposición de la Policía
Científica los fragmentos obtenidos en los focos de los trenes, 4) al predeterminar la
investigación con la muestra patrón de la Goma 2 Eco de la que presuntamente salió
también el explosivo colocado en la Kangoo y 5) al proporcionar al juez Del Olmo, a la
Comisión de Investigación parlamentaria y al propio tribunal del 11-M información
falsa o gravemente errónea, perjudicando una y otra vez la búsqueda de la verdad de lo
ocurrido».

Pues bien, todos y cada uno de estos extremos han quedado corroborados en la pulcra y
articulada sentencia de la magistrada Ana Cristina Lledó Fernández. Respecto a la
primera acusación, en el folio 35 se dice que los Tedax «recogieron múltiples restos y
vestigios que estuvieron en contacto con los focos, incluidas impregnaciones de acetona
y agua, pero en vez de ser trasladados primeramente al grupo [de Madrid] que era el
cauce usual, el demandante ordenó el traslado directo de tales restos y vestigios a la
Unidad Central sin el previo inventario y clasificación oportuna». Además se añade que
a la perito de los Tedax no le llegaron las «soluciones acuosas» y que admitió que los
«restos y vestigios de la calle Téllez estaban amontonados en una bolsa� sin
clasificación ninguna».

Respecto a la segunda acusación, en el folio 33 se señala nada menos: «Que no obstante


carecer el Laboratorio de los Tedax de instrumentos cualificados para realizar una
pericial científica eficaz sobre las muestras de los focos de las explosiones, el
demandante lejos de remitirlos para su análisis a la Policía Científica, que sí contaba
con los medios físicos y humanos para ello, designó expresa y exclusivamente a una
perito de los Tedax para llevar a cabo la analítica referida, la cual, como ya se ha
expuesto, no expresaba componente alguno detectado».

Respecto a la tercera acusación, en el folio 34 se desmonta la coartada de Manzano, al


hacer constar que declaró en el juicio del 11-M que «nunca» se habían enviado esos
restos a la Policía Científica, «cuando lo cierto es que, como revela el oficio remitido a
estos autos por la Dirección General de la Policía, entre el año 2000 y 2006 la Policía
Científica realizó por petición de los Tedax 116 informes� inclusive 10 de restos de
explosivo no pesable». El subrayado es mío porque he aquí una de las principales
muestras de por qué tenemos que estarle tan agradecidos a Manzano: si el juzgado no
los hubiera reclamado, EL MUNDO nunca habría logrado que el Ministerio del Interior
le facilitara tales datos.

Respecto a la cuarta acusación y de resultas de un examen detallado de lo ocurrido con


la metenamina -que aparece a la vez en las «piedras de Pulgarcito» y en la cantera de
Manzano-, en el folio 37 se afirma que «la posibilidad de que el explosivo encontrado
en la furgoneta Renault Kangoo y la muestra patrón de Goma 2 Eco entregada a la
Policía Científica [por el jefe de los Tedax] provinieran del mismo cartucho es una
teoría explicativa, que está basada en unos datos ciertos». Y eso que Su Señoría no
aceptó como prueba el informe Iglesias por haber sido presentado fuera de plazo.

Respecto a la acusación quinta que es, en efecto, un cajón de sastre, la sentencia no sólo
ratifica y cataloga aportaciones «falsas o erróneas» al sumario del 11-M que eran ya de
dominio público como la entrega al juez Del Olmo de una réplica de la mochila de
Vallecas haciéndola pasar por genuina -folio 28- o la pertinaz ocultación de la
radiografía que mostraba que los cables de la mochila original estaban sueltos y por lo
tanto era imposible que el explosivo estallara -folio 29-, sino que se detiene en dos de
los más significativos descubrimientos de Casimiro García-Abadillo sobre ese teléfono
anexo que en definitiva sustentó la versión oficial del 11-M.
Lo hace en el folio 27 cuando establece que Manzano «elaboró y remitió» al juez Del
Olmo dos informes «en los que se concluye que no hay relación en el modus operandi
entre la utilización de los móviles por ETA, sin hacer la más mínima reseña o mención
del antecedente del comando Txirrita, desarticulado en Madrid, al que se le incautó
material informativo sobre un teléfono móvil diseñado como iniciador o temporizador
del artefacto explosivo, como resulta del informe obrante en estos autos y remitido por
la Dirección General de la Policía y la Guardia Civil». El subrayado debería ser doble
pues fíjense en lo inverosímil que resultaría que nuestros dos principales cuerpos de
seguridad, tan poco propensos a colaborar entre sí, lo hicieran para ayudar a EL
MUNDO a investigar el 11-M si no hubiera mediado la vía del apremio judicial.

Gracias de nuevo a Manzano empieza a perfilarse así que existió una trama policial
integrada al menos por él mismo, por el comisario Santano -cuyos hombres falsificaron
el informe del ácido bórico- y por los mandos de la UCIE que presionaron a Cartagena
para que callara ante Del Olmo todo lo que sabía sobre contactos entre islamistas y
etarras. Todos remaban en la misma dirección y perseguían idéntico objetivo: eliminar
del sumario cualquier referencia a ETA.

El otro pasaje en el que la sentencia se centra en ese teléfono móvil que cambió la
historia de España llega en el folio 30 cuando recuerda que en tres informes distintos
emitidos a lo largo de un año y medio Manzano le comunicó a Del Olmo que «al ser
encendido se pudo apreciar que en la pantalla tenía programadas las funciones de
alarma-despertador y vibración, que la hora que marcaba el reloj era la correcta y que
estaba programado para activar la función vibrador-despertador (donde estaba
conectado el detonador) a las 7,40 horas».

A continuación su señoría añade que «los demandados» -o sea nosotros- han «avalado»
mediante el «libro técnico del teléfono� y un dictamen pericial� debidamente
aportado y ratificado en estas actuaciones» -el perito ya no sólo tiene el control de
calidad de EL MUNDO, sino también el del juzgado- que eso «es imposible en cuanto
que este modelo borra los datos almacenados al ser retirada la batería como aquí hubo
de hacerse para extraer la tarjeta SIM». La juez Lledó concluye que hemos realizado
«un ejercicio de investigación serio y riguroso» que ha desembocado en una
«información veraz aunque [este extremo] no haya sido probado en el juicio y no se
recoja en la sentencia».

¿Se dan cuenta ustedes de las implicaciones que tienen estas palabras? La juez está
sugiriendo que si la misma prueba que se practicó ante sus narices se hubiera practicado
ante las del tribunal del 11-M la sentencia tendría que haber reflejado que la
sincronización operativa entre el teléfono de la mochila de Vallecas y los que
presuntamente iniciaron las bombas que estallaron en los trenes fue un cuento chino
inventado por Manzano para engañar al instructor.

Doy por hecho que esto dará pie a que ese gran jurista que es José María de Pablos
proceda a una inmediata ampliación de la querella de la Asociación de Ayuda a las
Víctimas pues su conexidad con lo que ya se investiga es patente. Pero quedamos
también a la espera de lo que haga el magistrado Eloy Velasco, teórico continuador de la
instrucción del 11-M, pues si no deja de tener importancia la red islamista que ayudó a
huir a algunos imputados, es obvio que mucho más crucial resulta aclarar la
falsificación de una prueba básica dentro del procedimiento principal. Veremos si es un
juez de verdad o sólo un gallina.

Y estamos esperando también que el fiscal general del Estado actúe en consecuencia,
reencontrándose con aquel magistrado justo que una vez fue. De momento él es el
responsable de que ese súcubo de Bermejo al que ha instalado en la Fiscalía de Madrid
pretenda meter tres años en la cárcel a Antonio Rubio, cuando como ciudadano y como
servidor público debería descubrirse a su paso y agradecerle que publicara lo que
Cartagena había ido contándole a la policía sobre el grupo que pretendía «hacer la Jihad
en España y en Marruecos».

Cándido Conde-Pumpido ya tiene media cara de Eligio Hernández. Aunque sólo sea por
soberbia intelectual no creo que, llegado el momento, vaya a permitir que se le ponga
entera.

Menos claro me parece el caso del propio Manzano al que estos días hemos comparado
con Amedo, pero en quien yo sigo viendo ante todo al desafiante comandante Henry.
Los informes que envió una y otra vez al juez Del Olmo, haciendo que todo cuadrara en
torno a la versión oficial, determinaron al fin y al cabo el curso del proceso de modo
equivalente a como lo hizo el histriónico testimonio de Henry señalando al banquillo
que ocupaba Dreyfus: «¡Ahí está! ¡Ese hombre es el traidor!». Y de la misma forma que
Henry incurrió al fabricar pruebas incriminatorias en lo que la derecha antisemita
definió como «una falsifica- ción patriótica», es obvio que la motivación de Manzano
para manipular, obstruir y alterar la investigación del 11-M no fue crematística.

Tras verse descubierto, el tan altivo y puntilloso guardián de su honor Hubert-Joseph


Henry se suicidó, cortándose la yugular con una cuchilla de afeitar en la prisión del
fuerte Mont Valerien el 31 de agosto de 1898. Aunque el propio Rubalcaba haya visto
tendencias suicidas en la más que imprudente temeraria, más que temeraria
previsiblemente fatídica decisión de Manzano de presentar una demanda contra EL
MUNDO, cuando tenía el más frágil de los cristales como techo, es evidente que
hablamos en sentido metafórico. Si algún día me lo encontrara por la calle igual que se
lo encontró Zapatero en aquel acto de entrega de condecoraciones hace tres años -«Tú
eres Manzano, ¿no?... No te preocupes por lo que está pasando, no van contra ti sino
contra mí»-, yo le diría que lo que se espera de él no es un sacrificio, sino la verdad.
Porque es obvio que todo esto no se le ocurrió a él solito.

pedroj.ramirez@elmundo.es

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