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La vida de 25 científicas

extraordinarias contada
para adolescentes

«Cada vez que alguien os diga que las chicas no son de ciencias, ponedles
este libro delante de la cara, ¡BOOM! Porque si hay algo que está
científicamente superdemostrado es que las chicas molan muchísimo». Irene
Cívico presenta así Las chicas son de ciencias, un libro que habla de la vida
y la obra de «25 científicas que cambiaron el mundo».
Veinticinco mujeres que «lucharon a tope contra los estereotipos, rompieron
las normas que la sociedad les imponía, creyeron en ellas mismas incluso
cuando el mundo entero ponía en duda sus habilidades y terminaron
demostrando lo fuerte que podían petarlo en el mundo de las ciencias».
Herschel. «Nunca aceptes tu destino si no te gusta».

Caroline Lucretia Herschel


Fue pequeña toda su vida; no solo de niña. Esta mujer alemana apenas
alcanzó los 1,30 centímetros. Pero a pesar de vivir más cerca del suelo que
sus coetáneos, logró alzar la vista más lejos que ninguno. No lo tuvo fácil
porque en la época en que vivió, el siglo XVIII, tener una cualidad distinta a
las habituales metía a esa persona en el saco de «gente inferior o impura,
ojito al dato, ¡impuras! Desde luego, la ignorancia es muy atrevida…»,
advierte Cívico.
A Caroline Herschel, de día, le tocaba limpiar, cocinar y esos trabajos que
siempre se han endiñado a las mujeres, pero de noche, miraba el cielo desde
el jardín. Y para ver mejor las estrellas, ella y su hermano William
«construyeron sus propios telescopios, tan sofisticados que se calcula que
fueron 20 veces más potentes que los mejores de la época».
Juntos descubrieron Urano. Por este hito a él lo nombraron astrónomo oficial
del rey de Inglaterra. Caroline comenzó entonces a trabajar como su
ayudante y eso la convirtió en «la primera mujer en la historia en recibir un
sueldo por su trabajo como científica».
Hopper. «No le tengas miedo al cambio, atrévete».
Grace Hopper

También bajita, también enorme. A esta neoyorquina, una de las primeras


mujeres que se doctoró en Matemáticas en la Universidad de Yale, le
aburrían los días iguales. El estallido de la Segunda Guerra Mundial dinamitó
su vida. «Se divorció, abandonó su puesto como profesora y, con 36 años, se
alistó en la Marina estadounidense. Hala, a ver mundo».
Al poco se convirtió en la teniente Hopper y era tan lúcida que la enviaron a
Harvard con la misión de desarrollar el Mark I: «un superordenador diseñado
para solucionar problemas militares». Aunque entonces una máquina
supersónica, bastante rudimentaria a los ojos de hoy, ocupaba una
habitación entera y hacía un ruido infame.
Pero ¿cómo podrían entenderse los humanos y ese armatoste? Grace
Hopper inventó un lenguaje para poder hablar con cualquier ordenador del
mundo, el COBOL. «Grace se atrevía con todo y tenía siempre una bandera
pirata en su despacho para recordarle a todo el mundo que ella no se
detenía ante nada para conseguir lo que quería».
Toral. «Lucha siempre por tus ideales».

María Teresa Toral


En su vida está grabada la historia de cientos de miles de mujeres y hombres
que lucharon contra la dictadura franquista. En 1933 obtuvo el Premio
Extraordinario por la brillantez con la que había cursado las carreras de
Farmacia y Ciencias Químicas. Enrique Molas, uno de los científicos más
importantes del momento, vio que era extraordinaria y le ofreció trabajar con
él para determinar los pesos moleculares y atómicos. Al poco la llamaron
también de Londres pero en Madrid, donde trabajaba, le asaltó una guerra
civil y la detuvieron por defender los ideales de la República.

Los fascistas la encerraron por sus ideas y en la cárcel, hambrienta y helada


de frío, veía cada día la muerte de otras reclusas. Pero el horror no pudo con
ella. «María Teresa ayudaba a curar a otras prisioneras o las distraía dando
clases de idiomas».

Tampoco la pararon la traición, otra reclusión en la cárcel, una condena a


muerte y el exilio. Volvió a dar clases de química, a dibujar y a transformar el
sufrimiento en ilusión. Esta vez, en lugar de usar fórmulas y probetas,
convirtió una de las prisiones donde estuvo presa en una galería de arte para
mostrar sus grabados.
Merian. «Si tienes una afición, por muy rara que sea, dedícate a ella con pasión».

Maria Sibylla Merian


Esta alemana, nacida en el lejano 1647, pasó su vida rodeada de pinceles y
bichos. De «esos bichitos feos y arrugados que se montan su abriguito de
seda y, después de ser capullo un tiempo, van y se convierten en mariposas
preciosas, dejándote loco de amor», describe Irene Cívico, en palabras
juveniles, coloquiales, de hoy.
Cuenta la autora que a Sibylla estos bichos le alucinaban más que a nadie.
Empezó a buscarlos, guardarlos, estudiarlos y pintarlos también. «Algo digno
de admirar ya de por sí, porque la mayoría de insectos son un poco
asquerosetes. Pero es que, además, en aquella época no eran interesantes
para nadie, sino algo repugnante que debía ser chafado de un pisotón».
Sibylla era una valiente. No solo por estudiar huevos de rana y la
metamorfosis de los renacuajos, sino por atreverse a separarse de su
marido. Lo hizo en el siglo XVII, cuando todo lo que se esperaba de una
mujer era parir y cuidar del hogar. Pero además hizo algo insólito: «viajar a la
selva de Surinam para ver con sus propios ojos animales todavía más
exóticos y extraños».
Aunque «a todo el mundo le pareció una mala idea y todos le dijeron que las
mujeres no podían ir por los sitios así a lo loco», relata Cívico. Pero «¿sabéis
qué hizo Maria? Las maletas. Y se plató allí con su hija Johanna,
emprendiendo lo que sería ¡uno de los primeros viajes científicos de la
historia!».
Marić. «Colabora siempre con los demás, pero reconoce tu mérito».

Mileva Maric

Es «la gran física a la sombra de Einstein» aunque ha pasado a la historia


como «la primera esposa del científico». Lo que no se dice tan a menudo es
que ella también era científica y que en las cartas que se escribían Albert y
Mileva, además de amor, había mucha ciencia. «Einstein siempre se refería
a ello como “nuestro trabajo” y “nuestra investigación”. Sin embargo, ¿sabéis
quién obtuvo el Premio Nobel? Lo habéis adivinado: Albert Einstein».

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