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JOAQUIM M. MACHADO DE ASSIS CUENTOS SITUACIONES MACHADIANAS Macwavo bx Assis escribié doscientos cuentos. Entre ellos estan algunos de los mejores del idioma portugués, al lado de no pocas historias ancladas en las convenciones del romanticismo urbanizado de la segunda mitad del siglo XIX. El que prepara una antologia prefiere excluir la mayoria de estas ulti- mas, sin dada menos realizadas estéticamente, pero el estudioso no puede omitir el hecho: Machado de Assis fue también un escritor acostumbrado a las practicas de estilo de las revistas femeninas de la ¢poca, sobre todo en la década de 1860 a 1870. Fl joven cuentista se ejercitaba habil- mente en la convencidn estilistica de las lectoras de folletines donde jos modelos idealizantes enmascaraban una practica de clase perfectamente utilitaria. LA PREHISTORIA DE LA MASCARA: HISTORIA DE SOSPECHAS Y ENGANOS ¢Queé significa la convergencia de formas antiguas y valores nuevos en el primer Machado de Assis? En Cuentos flauminenses y cn las Historias de Medianoche la mayor angustia, oculta o patente, de ciertos personajes, est4 determinada por el horizonte del status; horizonte que ya se aproxi- ma, ya se escapa, a la mira del sujeto. La condicién fundamental se llama carencia, Es necesario, es impe- rioso, suprimirla, ya sea mediante la obiencién de un patrimonio, fuente de los biencs materiales por excelencia, ya por la consecucién de un matrimonio con un socio mds acaudalado: “;Dénde encontraré yo a una heredera que me quiera por marido?’, resume el inguieto Gomes, caza- dor de dotes de "El secreto de Augusta”. ix En el primer caso, Ia herencia debe ser negociada mediante parientes tices, tfos o padrinos prefcriblemente, que podrian, si quisiesen, hacer testamento a beneficio del sujeto. Esa rselacién entre el candidate a here- dero y el testador potencial, combina un interés econdmico innegable con una téctica de aproximacién y envolvimiento afectivo del segundo por parte del primero. La relacién es por lo tanto crudamente asimétrica: si en cl testador existe alguna disposicién afectiva, ésta no existe en el interesado sino en gestos calculados. Viceversa: el cdlculo existe, de hecho, solamente en el interesado. Igual asimetria de intereses y sentimientos opera cuando el plan tiene como fin el matrimonio. El pretendiente, o la pretendiente, aparece en una situacién de status inferior o periclitante; es la hora de que asome la figura salvadora de una novia o un novio. Objetivamente, la situaci6n matriz es siempre el desequilibrio social, Ja desigualdad de clases de estratos, que solamente el patrimonio y el matrimonio podran compensar. Subjetivamente, el narrador acentia la composicién necesaria de la mascara mediante Ia persona del pretendiente y, como correlato fatal, los sentimientos de decepcién que el beneficiador terminara experimen- tando cuando la mdscara ya no serd tan necesaria y, detrds de ella, se divise Ia ingratitud, o incluso Ja traicién. Si ese es el proceso en su totalidad, no por eso se vera actualizado por el narradcr en todos los cuentes en que aparece como significado. El narrador puede dislocar el énfasis de un momento a otro de] proceso, 0 detenerse en uno solo, abriendo la pesibilidad de que el cuento sea prin- cipalmente el relate de un episodio (la anécdota de un matrimonio frus- trado, por ejemplo), 0, sobre todo, el retrate moral de una de las partes afectadas; caso en el cual Machado sondea la ambigiiedad peculiar de esa relacién asimétrica entre los personajes. De todos modes, el enfoque ideolégico de los cuentos iniciales tiene todavia un grado bajo de conciencia de esa ambigiiedad. Todavia fun- ciona, en muchos casos, la divisién de las almas en cinicas y puras. To- davia se castiga romdnticamente al muchacho que finge sentimientes de amor Cen “Luis Soares”, en “El secreto de Augusta’), o se trata de apar- tar cualquier sospecha de interés en la conducta del futuro beneficiado C'Miss Dollar”). El énfasis en este ultime caso hace dificil medir el grado de desconfianza del “punto de vista” en relacién a los vaivenes reales de la trama. En suma, a la primera lectura: o hay evidencia de mala fe o hay evidencia de sinceridad. Sin embargo, no por eso algunos de los Cuentos fluntinenses dejan de ser historias de sospechas y engafios. En “Miss Dollar” hay una viuda hermosa y rica, Margarita, la primera de una larga serie machadiana de viudas disfrutables. Luego aparece un pretendiente, Mendonga, a quien la buena suerte le hace encontrar a x Miss Dollar, la perrita que estima la joven. Esta ya habia rechazado va- rias proposiciones de nucvo matrimonio, porque en todas entrevela como motivo la codicia que, ademds, habia descubierto en el marido muerto. A pesar de ello, termina por amar a Mendonga, y lo acepta. Se casan; pero el novio, conocedor de las sospechas de Margarita, rehtisa la vida conyugal mientras cxistan dudas sobre su desinterés. Sin embargo todo termina bien; la sospecha se diluye con el tiempo. Mendonga habia hallado Ja riqueza, ia perrita Miss Dollar, y habia sabido noblemente restituirla: con Jo cual la gand para siempre. “La mujer de negro” cuenta la historia de una traicién, pero involun- taria, Estévao ama a la mujer de un amigo, ignorando su estado civil, Se aleja al saberlo, después de haber reunido a la pareja. La traicién ¢s una salida que el cuento abre y cierra dos veces: primero mostrande que “la mujer de negro” repudiada por el marido, era inocente de la mancha de adulterio; después, mostrando Ia pasién de Estévao, aunque dejando clato que él renuncié inmediatamente al conocer 1a situacién de Ja mu- chacha. Por lo tanto, parece que Machado necesitaba al mismo tiempo, entreabrir y exorcizar la posibilidad del engatio. E] espectro del engafio ronda también Jas “Confesiones de una viuda joven”, historia de una mujer casada que se deja cortejar por el mejor amigo del marido, aunque resista a sus proposicioncs de consumar ¢l adulterio. Como ella misma dice al amado: “Amo, si, pero deseo seguir siendo a sus ojos Ia misma mujer, amante es verdad, pero hasta cierto punto... pura’, Muerto el marido, nada obstaculizaria la unidn de los amantes; asi lo espera la viuda, pero en vano: el antiguo apasionada vuelve, confesindose hombre de hdbitos opuestos al matrimonio. “Era un seductor vulgar”. El engario ejecutado a medias resulta, al final, un engafio total, Los Cuentos fizntinenses fueron escritos bajo la obsesi6n de la men- tira. Esta, sin embargo, o es castigada 0 se comprueba que es una sds- pecha falsa. ¢Serd acaso porque su autor es un moralista todavia romdn- tico dispuesto a predicar casos ejemplares? No, por lo que se verd més adelante: Machado nunca fue, en rigor, un romdntico Cel Romanticismo est4 a su espalda) aunque si lo es por el gusto moralista de la f4bula que implica, al final y en las entrelineas, una Ieccién por extraer. En las Historias de Medianoche (1873), por primera vez el engafiador iriunfa. Véase el cuento “El pardsito azul”. Lo gue en él sucede, a pesar de la amenidad general del tono casi regionalista, es simplemente lo si- guiente: ef héroe finge, el héroe miente, el héroe despista para conquistar a la amada y al padre de ella. Y el contezto lo dice claro: él no triunfa- ria si no mintiese. Camilo Seabra comienza la vida en Paris, seduciendo la fe del “buen viejo”, un hacendado goiano * que lo mantiene creyén- * Relativo o perteneciente al estado de Goiaz. (N. de la T.). xr dolo un estudiante aplicado mientras que éf vive como bohemio y pard- sito. Ya de regreso a Brasil, Camilo pasa de ese engafio a otros, Al primer amigo que encuentra, Leandro, le roba la amada, Isabel. Esta, a su vez, rechaza a todos sus pretendientes, parece un enigma, pero en realidad es el tipo de la falsa ingenua que encubre el deseo de casarse con el me- jor de los partidos posibles. ¢Quién mejor que el mismo Camilo Seabra, médico, hacendado y futuro diputado, ademds de su enamorado de in- fancia? No obstante, Isabel sabe que es necesario fingirse fria y distante para excitar el gusto de la conquista en su casanova goiano egresado del “Boulevard des Italiens’. El hablar de Ja joven, insinia Machado, era “oblicuo y disfrazado”. Pero el autor, también oblicuo y disfrazado, alivia con intermedios novelescos la dosis de cdlculo que va diseminando en la cabeza de los protagonistas. La resistencia de Isabel es un plan que el pretendiente vence con otro plan, Camilo finge suicidarse lo que preci- pita el “si” de la joven, ya dispuesta a proferizlo. El cuento, largo y muy convencional en el estilo tiene su moraleja: los apasionados son mutua- mente engafadores y, en Ja medida exacta en que saben trampear, alcan- zan la meta de sus deseos. La mascara es idilica, pero el meolle es realista-burgués. E] narrador de las Historias de medianoche ya est transitando hacia un “tempo” moral en el cual lo que seria cdlculo frio 0 cinismo Csegdin la concepcién de Alencar, por ejemplo) se comicnza a tomar come prac- tica y cotidianidad, hasta en el corazén de Jas relaciones basicas. La necesidad de la mdscara con Ja cual el interesado desempefiard su papel ante los amigos y ante el futuro cényuge, es un dato nuevo en la historia de la ficcién brasilefa. No es casual que se dé en la década del 70, momento de arranque de las transformaciones sociales del II Imperio rambo a la modernizacién burguesa de Jas costumbres y los valores. El joven Machado introduce la nueva economia de las relaciones hu- manas que también comienza a regular, conscientemente, los midviles de la vida privada. Por consiguiente, es en el tratamiento de les perso- najes donde la novedad toma una forma ostensiva. En los otras aspectos canstitutives de la narracién, Machado se mantiene fiel, sobriamente ficl, a las instituciones literarias. Las descripciones de paisajes y de interiores, Ia secuencia de los eventos, el sentido del tiempo e, incluso, los rasgos metalingiiisticos de esos cuentos, ya estaban en Macedo, en Manuel An- tonio, en Alencar. Machado ser4, tal vez, mds neutro, més seco, mas esquematico, mas vigilado en todo ese trabajo de composicién narrativa que él capté, cuando no imité, de otros contextos. El lastre de la con- vencién no sera jamds subestimado por ese escritor, el tinico brasilefio que los gramaticos puristas de comienzos del siglo xx juzgaron digno de equiparar a los cldsicos portugueses del seiscientos. En realidad, no se trataba solamente de respeto a la convencién lin- giilstica. La deferencia respecto al sector institucional de las Letras y de XII la Sociedad, es norma en Machado, y significa el reconocimiento de lo fuerte por parte del débil. Después de todo, la institucién es el espacio histérice donde se abrigan y se satisfacen las necesidades basicas de los grupos humanos. Y, en todas las acepciones del término, su lugar comin. El lugar comim no necesita ser bello ni sublime, le basta la utilidad, como al papel moneda. Esa conciencia del juego y de la mascara institucional todavia no es tan aguda en los cuentos juveniles, aunque seguramente se haya acre- centado en las Historias de medianoche respecto a los Cuentos fluminen- ses. También crefa en la misma década del 70, en las novelas La mano y el guante y laid Garcia, obras de compromiso entre dos lugares comu- nes: el del romanticismo idealista y el del nuevo realismo utilitario, hacia el cual van inclindndose los personajes femeninos, capaces de sofocar los sentimientos de Ja “sangre” en nombre del calculo, de la “fia eleccién del espiritu”, de la “segunda naturaleza tan imperiosa como la prime- ra”. La segunda naturaleza del cuerpo es el status, la sociedad que se incrusta en la vida. La interpretacién de Lucia Migucl-Pereira! es francamente psico- social. Me parece una buena lectura no sélo de la génesis de las tramas y los tipos machadianos sino, sobre todo, de la base ideolégica que los sustenta y los legitima en nombre de los “célculos de la vida”. A pesar de todos los riesgos y limites que el biografismo implica, el andlisis de Ja autora pone el dedo en la ilaga existencial del hombre Machade que pasa de una clase a otra coriando Jos lazos que lo amarraban a la infan- cia pobre. El pasaje, Ja ruptura y la conciencia de la ruptara darian el soporte a sus personajes femeninos mds ambiciosos (Guiomar, de La mano y el guante; laid Garcia, de la novela homénima). En el quinto capitulo de La mano y el guante, que se titula “Ninez”, encuentro una confirmacién plena de la hipétesis de Liicia Miguel- Pereira. Guiomar, niiia pobre, huérfana de padre, vive con su madre cuya mayor tristeza es verla padccer, a veces, de ciertos extrafios des- mayos acompafiades de actitudes reflexivas y concentradas. En ese con- texto, Machado introduce un episodio revelador de un destino. A través de una grieta en el muro que separa Ja casa de Guiomar de una granja vecina, la nifia ve, como en un suefio, la imagen de la riqueza gue no la abandonard nunca mds, Hay un muro, pero hay una hendidura grande a través de la cual pasaria una persona: “La primera vez que esta gravedad de la nifia se hizo mds patente fuc una tarde en que habia estado jugando cn el patio de Ja casa. El muro del fondo tenia una larga grieta, a través de Ja cual se veia parte de Ja granja que pertenecia a una casa vecina. La grieta era reciente, y Guio- mar se acostumbré a ir para contemplar el lugar con sus ojos ya serios * Licia Miguel-Pereira. Machado de Assis, §, Paulo, Cia, Editora Necional, 1936. XML y pensativos. Aquella tarde, mirando hacia los mangos, codiciando tal vez ios dulces frutos amarillos que colgaban de sus ramas, vio aparecer delante de ella, repentinamente, a cinco o seis pasos del lugar donde estaba, a un grupo de muchachas, todas bonitas, que arrastraban sus vestidos entre los drboles y hacian lucir a los ultimos rayos del sol po- niente las jayas que las adornaban, Ellas pasaron alegres, descuidadas, felices; quizds una le dispensé algiin halago a otra; pero se fueron, y con ellas los ojos de Ja inteligente pequefia, que alli quedé largo tiempo absorta, ajena a s{ misma, viendo todavia en la memoria el cuadro que habia pasado. Llegé la noche; la nifia se recogié pensativa y melancdlica, sin explicar nada a fa solicita curiosidad de la madre. “;Qué podria explicar ella si mal podia comprender Ia impresién que las cosas le dejaban?”. Pocas lineas mds abajo, vemos a Guiomar al amparo de su madrina, una baronesa, gracias a la cual se enriquecerd y de quien heredera sus bienes. Mas tarde, se casara con un hombre ambicieso a quien se ajusta como Ja mano al guante. Primero el patrimonio, después el matrimonio. Hay un muro entre las clases, pero ese muro tiene sus grietas. Es posi- ble pasar de un lado para el otro, no precisamente mediante el trabaja, sino disfrutando de las relaciones “naturales”. ;Quién no recuerda la escena en que Capitu, escribiendo su nombre y el de Bentinho en el muro que separa Ia casa de ambos, da inicio evidente a! idilio prehibide? Capitu se quedaba “agujereando el mero” (D. Casmurro, capitulo XIII). Es asi como, mucho después de haber pasado el momento de las novelas juveniles, Machado continué escribiendo historias de sospechas y engafios. CUENTOS-TEORIAS Todos conocen la importancia de las Memorias péstumas de Brds Cubas y las reconocen come el divisor de aguas de la obra machadiana, La critica egé a hablar de Machado de Assis como de uno de esos raros escritores “twiceborn”, nacido dos veces, a la manera de Ios grandes convertides: San Agustin o Pascal. Quien recorre los cuentos y, paralelamente, las novelas de la década del 70, esta preparado para encontrar la resolucidn de un desequilibrio. El vino nuevo rompe los odres viejos. A medida que en e! escritor crecia la sospecha de que el engaiio es necesidad, de que la apariencia funciona universalmente come esencia, tanto de la vida publica como de la intimi- dad del alma, su narrativa es Ilevada a asumir una perspectiva més general y, al mismo tiempo, mds problemdtica, mds amante de los con- trastes. Interiormente se rompe el punto de vista todavia oscilante de los primeros cuentos. XIV A partir de las Memorias Cy de los cuentos reunidos en los Papeles sueltos) su intencién es acufiar Ja formula que capte la contradiccién entre parecer y ser, entre la mascara y el deseo, entre el rite, claro y¥ publico, y la corriente oculta de la vida psicoldgica; le interesa sondear, no el romintico desespero de Ja diferencia, sino la gris conformidad, la fatal adecuacién, la melancélica entrega del sujeto a la apariencia do- minante, Machado vive hasta el fondo la certeza postromantica (burguesa, “tar- dio-capitalista” como diria un socidlogo italiano) de que ¢s una ilusién suponer la autonomia del sujeto. Y, peor que ilusién, un grave riesgo para el mismo sujeto parecer diferente del promedio general consentido. Por curiosas que sean [as volteretas del pensamiento y extrafias las fan- tasfas del desea, no hay otro modo de sobrevivir en lo cotidiano sino aga- rréndese bien firme a las instituciones: éstas y sdlo éstas, le aseguran al frdgil individue el pleno derecho a la vida material y, de alli, el dulce ocia que Je permitizd, incluso, balancearse sobre esas volteretas y fan- tasias. En los cuentos maduros de Machado, escritos después de los cuarenta afios, veo un riesgo en Jos arabescos de sus “teorias”; bizarras y parads- jicas teorias que, en verdad, persiguen el sentido de las relaciones socia- les mds convunes y revelan algo como la estructura profunda y recurrente de las instituciones. CEn las grandes novelas, Memorias pdstumas, Quincas Borba y Don Casmurro, las instituciones cardinales son el Matrimonio y el Patrimo- nio; y complementariamente, ¢l Adulterio y el Lucro, del latin: Inerum). E] tono que penetra esos cuentos-teorias no es, riguresamente, el sar- casmo del satirico, ni la indignacién, la santa ira del moralista, ni la impaciencia del utdpico. Diria, m4s bien, que es a amargura de quien observa la fuerza de una necesidad objetiva que une el alma mudable y débil de cada hombre al cucrpo, uno, sdlido y ostensible, de la Ins- tituein. Machado acaba consumiendo la substancia del “yo” y del “hecho mo- ral” considerados en si mismos; pero deja viva y en pie, como verdad basica, la relacién de dependencia de! “mundo interior” frente a la apa- riencia dominante. Es de esa relacién, en cambio, de la que se ocupa el narrador. Como dice el més sabio de los bonzos: “Si pusiereis las mas sublimes virtudes y los mas profundos conoci- mientos en un suieto solitario, ajeno a todo contacte can otros hombres, ser4 como si ellos no existiesen. Los frutos de un naranjo, si nadie los gusta, valen tanto como el brezo y las plantas salvajes y, si nadie los ve, no yalen nada; 0, en otras palabras mds enérgicas, no hay espectaculo sin espectador” (“El secrete del bonzo"). La mévil combinacién de deseo, interés objetivo y verdad social, otor- ga materia a esas extrafias teorias del comportamiento que se aman xv “El alienista”, “Teoria del figurén”, “El secreto del bonzo”, “La Sereni- sima Republica”, “E] espejo”, “Cuento alejandrino”, “La iglesia det Diablo”, Acercéndonos més a los textos, se ve que la vida social, segunda natu- raleza del cuerpo, en Ja medida en que exige la mascara serd también, irreversiblemente, mAscara universal. Su ley, no pudiendo ser de la yer- dad individual reafirmada, serd la de la mascara individual expuesta y generalizada. Ei triunfo del signo publico. Se da la corona a la forma estipulada y se cubren de laureles las cabezas bien peinadas por la moda. Todas las vibraciones interiores se callan, se degradan hasta la veleidad y se rehacen para entrar en consonancia con la conveniencia publica y soberana. Fuera de esa adecuacién, sélo hay estupidez, imprudencia o locura. La necesidad de triunfar en la vida —resorte universal— sélo es sa- tisfecha mediante la unién armoniosa del sujeta con la apariencia domi- nante, ¢Acaso se debe culpar al pobre ¢ inerme sujeto porque ascendié con la marca de su tiempo para no ahogarse en la pobreza, en la oscuridad y en la humillacién? Machado no quicre entablar un proceso a los “adaptades” (y la sagacidad de Liicia Miguel-Pereira levanté aqui la punta dei velo autobiogréfico); no quicre acusar al sujeto incapaz de ser héroe. El perfil de tantas conciencias precarias y venales es apenas un efecto, muchas veces cémico, del sistema machadiano. Su critica tiene un blanco mayor: es el proceso al Proceso. El anuncio del Fatum vale por una denuncia. En ese orden de ideas interpreto cl delirio de Bras Cubas. En él, la Naturaleza, fuente primera de toda la historia de jos hombzes, aparece fria, egoista, sorda a las angustias de aquellos que ella misma generd. “Si, egoismo, no tengo otra ley. Egoismo, conservacién”. La mascara es, por Ie tanto, wna defensa imprescindible, que viene de lejos, de muy lejos, como la piel del oso y la cabafia de palos reunidos por el salvaje para protegerse del sol, del viento y de la Muvia... Si toda civilizacién es un esfuerzo de defensa contra la madre-madrastra (“Soy tu madre ¥ tu enemiga”) ¢por qué negar al desheredado social el derecho de abri- garse a la sombra del dinero y del poder? . XX es porque la vida social tampoco tolera que se desnude el rostro ni si- quiera por un minuto. La mascarada es seria. En “La Screnisima Repiblica” se narra el momento en que nace una institucién politica. El cuento es, segin confesién del mismo Machado, una parodia del pacto electoral brasiletio. El narrador construye de forma bizarra el enfoque de la enunciacién: quien habla es un candnigo, especialista en arafas y lector atento de Biichner y de Darwin, a quienes considera sabios de primer orden, ex- cepto en cuanto a las “teorias gratuitas y erréneas del materialismo”. La capa aparente del enunciado se da en el discurso inicial del canénigo Vargas que comunica a los oyentes de su charla el resultado del descu- brimiento notable que hizo en el mundo de jas avafias: habia encontrado una especie dotada del uso del habla. El recurso de Machado es “filos6- fico”, a la manera de los fabuladores y satiricos de la literatura clésica: hablar de los animales (o de pueblos exsticos) prestando al enfoque na- rrativo el punte de vista distanciado de un puro observador. De esta ma- nera, el texto podrd producir un efecto de sorpresa al narrar situaciones corrientes en la sociedad a la que pertenecen, no tos animales, sino los lectores. Y esa es la zona escondida o semivisible en el texto. De te famula narratur. Cuando el lector percibe el juego, la sorpresa cede Iugar a la risa del desenmascaramiento. Es el modo de ver de Swift, por ejcmplo, en las Aventuras de Gulliver. El canénigo, dowblé de cientifico, primero domina la lengua de sus araenidos; entendida esta Ultima, empieza a inculcarle a las arafias ma- yores el arte de gobernar. La ciencia no se conforma con Ja observacidn: quiere disciplinar desde afuera la vida de los seres observados, aumen- tando su fuerza de coaccién con el poder sacerdotal: “Fueron dos, espe- cialmente, las fuerzas que sirvieron para congregarlas: el empleo de su idioma, desde que pude discernirlo un poco, y el sentimiento de terror que les infundi. Mi estatura, mis largas vestiduras, el uso del mismo idioma, les hicieron creer que yo era el dios de las arafas, y desde entonces me adoraron. ¥ ved el beneficio de esta ilusiém. Como las habia acom- pafiado con mucha atencién y delicadeza, anotando en un libro las ob- servaciones que hacia, presumicron més que cl libro era el registro de sus pecados, y se fortalecieron atin mds en la practica de las virtudes”. En el pequefio mundo vigilado de Jas arafas se instala la moral del terror. ¥, con ella, el pacto politica no creado espontdaneamente o por necesidad interna; el régimen publico, pues, se impone desde afuera, a partir del contexto de coaccién tramado por la ciencla manipuladora de este candénigo pre-behaviorista, Tal como el miedo, y sélo el miedo de desapradar al poder externo, es el origen de la vida publica de las arafias, asi la practica electoral se convertira en un juego complicado cuya forma es democrdtica y cuya sustaneia, oligérquica y fraudulenta. Machado pone el acento en el lado KI de la forma (lo importante es que el régimen muestre una cara limpia), pero deja entrever que esa faz es un disfraz. Las arafias, obligadas a rea- lizar ef sorteo de los candidatos por medio de la extraccién de bolas de una bolsa, encuentran mil modos de viciar el praceso, ya sea corrompien- do a los funcionarios, ya intexpretando maliciosamente los resultados. Hasta ja filologia es convecada para dirimir dudas a favor de los candi- datos derrotados, El régimen instanrado se reproduce y se perpettia me- diante la fuerza que lo habia propiciado (el sagrado terror infundido por el candnigo-cientifico), y por la confianza que en él depositan los ciuda- danos circunspectos de la Serenisima Republica. En an primer tiempo se articulan el miedo y el pacto politico; cn un segundo tiempo, ya instituido el régimen de representacién, concurren el fraude, recurrente en todas las elecciones, y la conciencia moral, juridica e idealista, que siempre espera el perfeccionamiento del sistema democra- tico. Es ella la que dice a las arafias tejedoras: “Vesotras sois la Penélope de nuestra republica; tenéis la misma castidad, paciencia y talentos. Re- haced Ja bolsa, amigas mias, rehaced la bolsa, hasta que Ulises, cansado de vagar, venga a ocupar entre nosotros el lugar que Je cabe, Ulises es La Sapiencia”. E] progresismo cree en la evolucién de Jas costumbres politicas de las araiias y de los hombres, los cuales, después de pasar por las fases del terror teolégico y de las oligarquias maliciosas, Iegardn un dia hasta la Sabiduria. Pero, nétese lo siguiente: el modelo de la buena meral politica se completa curiosamente en la figura del mas astuto de los gricgos: Uli- ses, Cuando Ulises Hegue ¢estara la mascara consagrada para siempre? Las araftas habrén pasado definitivamente a su segunda naturaleza, al pacto social impuesto aunque al final interiorizado, y Penépole, guardiana fiel de la democracia, podra finalmente descansar. La tension existe en cuanto las dos naturalezas, la interna y la externa, no se encuentran en el punto ideal de fusién. Este punto solamente se da cuando el individuo se transforma en su papel social. La norma, hipos- tasiada en el comportamiento y en Ja conciencia de cada uno, es la unica garantia de uma tranquila autoconservacién, La norma sin faltas ni excesos. “Et secreto del bonzo” es una variante del cuento filosdfico del siglo xvut. Se da como un “capitulo inédito de Fernao Mendes Pinto”, el cro- nista portugués que visité China en la época de los descubrimientos, sobre la cual escribié sus curiosas Peregrinaciones. El enfoque narrativo es el de un observador curioso y perplejo delante de un mundo extrafio: el reino de Bungo. Extrario por el contenido de Jos discursos que hacen sus benzos en la plaza pitblica, y més extratio adn por Ja reverencia y entu- siasmo con que sus naturales reciben tales discursos. Un bonzo, de nombre Patimau, decia que los grillos se engendran del aire y de las hojas de cocotere bajo la luna nueva. Otro llamado Languru, ensefiaba que el principio de ta vida futura estaba oculto en cierta gota XXII de sangre de vaca. Y tanto uno como el otro eran mantenidos y exaltados por la gente de Bungo que los escuchaba. Los dos casos sixven de prélogo y motivacién a la palabra del tercero y més sabio de los bonzos, Pomada, quien se digna zevelarle al narrador la esencia de la verdad. La esencia es la apariencia. O, en Jas palabras del maestro: “No os podéis imaginar qué fue lo que me dia la idea de la nueva doctrina; fue nada menos que la piedra de Ja luna, esa insigne piedra tan luminosa que, puesta en la cima de una montafia 0 en lo alto de una torre, da claridad a una campifia entera, aun a la mds inmensa. Una piedra semejante, con tal cantidad de luz, no existié nunca, y nadie jams Ja vio; pero mucha gente cree que existe y mds de uno diria que la vio con sus propics ojos. Consideré el caso y pensé que, si una cosa puede existir en la opinién, sin existir en la realidad, y existir en la realidad sin existir en Ja opinién, la conclusién cs que de las dos existencias para- lelas la tnica necesaria es Ia de Ja opinién, no la de la realidad, que tan sdlo es conveniente”. Esa es la sabiduria de Pomada; cosa dificultosa seria, en esta época, escapar a la tentacién inocente de apuntar el isomorfismo que une el nombre del bonzo con la doctrina que él pregona: pomada es Jo que se unta sobre !a piel, tal como la apariencia que recubre Jo real. Machado, ademds, explica en una nota: “El bonzo de mi escrito se llama Pomada, y pomadistas, sus sectarios. Pamada y pomadistas son locuciones familia- tes de nuestra tierra: ¢s el nombre local del charlatan y del charlata- nismo”. Pero vuelvo a la historia, Los oyentes, convertidos en pomadistas con- victos, resuelven poner a prueba la nueva ensefianza, ahora movidos tam- bién por el amor al Iucro o a Ja fama. E1 cuento-teoria se ilustra en el cuento-ejemplo. Las experiencias son tres, y todas perfectamente reales. Mediante una propaganda bien elaborada, los pomadistas Hevan a los ciudadanos del reino de Bungo, primero, a comprar en masa las més viles alpargatas que uno de elles fabrica y después a aclamar con delirio una musica para flauta ejecutada mediocremente por otro, Los dos casos ya dicen bastante respecto a la carga asestada por el narrador contra el consumo de la ilusién. Pero todavia conviene esperar la cabal ilustracién de la teoria mediante un tercer caso. Es la historia de las narices enfer- mas y de las narices metafisicas. Con su autoridad de médico, el amigo del cronista logra comprobar que no solamente es posible, sino también altamente ventajoso para los que padecen de una horrible deformacién nasal, cortar el drgano enfermo y sustituirlo por otro que, aunque nadie lo vea, existe en Ja condicién trascendental, que es ademas propia de todo ser humana. La opinién alcanza aqui el extremo de tener poderes mégicos: ella crea de la nada no sélo la esencia de Ja nariz sino también su apariencia. Los enfermos mutilados continuarén sonando sus narices metafisicas. No hay lugar para una velcidosa “verdad subjetiva’: los stib- XXIII ditos, por lo menos, no concen otra verdad que no sea la pura conformi- dad de los débiles con los poderosos. “El espejo”, quizds el més famoso de Jos cuentos-teoria de Machado de Assis, embiste contra las convicciones del “yo” roméntico. Qué dice la narracién? Que no existe “unidad” previa del alma. La conciencia de cada hombre proviene de afuera; pero este “afuera” es discontinuo y oscilante, porque discontinua es la presencia fisica de los otros, y oscilante su apoyo. Jacobina conquistara su “alma”, o sea la autoimagen perdida, solamente cuando se haga un tedo con el uniforme de Alférez que lo constituye como persona. El uniforme es simbolo y es materia del status. El “yo”, investide del status, puede sobrevivir; despojado, pierde pie, se dispersa, se divide, se esfuma. No tiene forma, por lo tanto no tiene unidad. Tener status es existir en el mundo en estado sdlido. Pero el cuento dice algo mds. Dice que no basta con vestir el uniforme. Es necesario que los otros lo vean y Io reconozcan como tal. Que haya ojos para mirarlo y admirarlo. La mirada de los otros: primer espejo. Cuando a Jacobina le falté esa mirada, cuando se vio solo en la hacienda de la tia de donde hasta los esclavos desertaron, él buscé su propia mirada. EI ojo que no siente el aura dulce de Ja mirada de su semejante, va en busca del espejo. E] espejo dira lo que el yo parece ser. Pero Jacobina esté sin uniforme; le falta la apariencia del ‘status; tan solo la apariencia, dirian los romanticos; sf, y por eso le falta la realidad, el ser, sefiala Machado. Suprimienda Ia mirada del otro, el espejo reproduce con fidelidad el sen- tido de esa mirada, Sin uniforme, no es alférez; no siendo alférez, no es. “El alférez elimindé el hombre”. El estado sdlido del status se licua, se evapora. Jacobina viste el uniforme, Jacobina se mira en el espejo: el espejo le restituye la alferecidad, y jJacobina vuclye a existir para si mismo. Reencontrada el “alma exterior”, ella absorbe a la interior, asi como, al comienzo de Ja historia, las velas de la casa de Santa Teresa “enya luz se fundia misteriosamente con la luz de ja luna que venia desde afuera”. La vela y la luna. No podria haber sida mas profunda la teoria del papel social como formador de la percepcién y de la conciencia. “El espeio” habria hecho las delicias de un contempordneo de Machado, cl socidlogo Emile Dur- kheim, y de todos los positivistas que identifican el “yo” con su funcién. Para el “alma interna” no hay otra salida sino la integracion, a toda costa, en la Forma dominante. Jacobina, que en el momento de contar su vida es un cuarentén “capitalista”, “astuto” y “cdustico”, habia sido un “mu- chacho pobre”; “tenia veinticinco afios, era pobre, y acababa de ser nom- brado alférez de la guardia nacional”. Lo que separa el tiltime estado del primero, el narrador del objeto narrado, es, simple y vulgarmente, el paso de clase, el aprendizaje de las apariencias. El momento en que Jacobina subio del primer grado al segundo, fue el momento decisivo en que vistié XXIV para siempre el “alma externa”, el uniforme. “De alli en adelante, fui otro”. Machado construye Ja narrativa de tal modo que la entrega de la vida psiquica al estado civil se vuelve un acto de supervivencia. El proceso de composicién del “Espejo” sc halla en las antipodas de la novela de Pirandello El difunto Matias Pascal, donde el protagonista busca la sal- vacién pretendiendo escamotear ef estado civil: se finge muerto y borra los rastros de su nombre de familia, de la profesidn, del status, en fin, de todas las relaciones sociales que lo cercenan desde la infancia. Pero el sentido de ambos textos converge hacia el mismo punto: la imposibili- dad de vivir fuera del espacio civil. El tono se bifurca: Pirandello se queja patéticamente del callején sin salida en el que termina el proyecto andrquico de Matias Pascal. Machado tan sdélo confirma la necesidad de la méascara. Histéricamente, Machado y Pirandello expresan el reconocimiento de la soberania que ejerce Ja forma social. Esto es: la aceptacién postroman- tica de la impotencia del sujeto cuando lo desampara Ja mirada consen- sual de] otro. En este fin de siglo se consolida una triste concepcién es- pecular de la vida personal burguesa, precisamente cuando la misma cultura, en violento proceso dialéctico de auto-escisidn, quiere penetrar en los laberintos del Inconsciente y del Suefio. Pero el realismo de la narracién de Machado esta atento a ja ley de la méscara, a la ley de la segunda naturaleza, “tan imperiosa como la primera”. El sueno, cuando surge, persigue la situacién de Ja vigilia y, en vez de liberacién, proper- ciona la imagen del status anhelado tomado de la vida social: “En los sueiios, vestia mi uniforme, orguilosamente, en medio de Ja familia y de los amigos que elogiaban mi garbo, que me Hamaban alférez; venia un amigo de familia y me prometia el puesto de teniente, otro el de capitan o mayor; y todo eso me hacta vivir’, Otro no es cl sentido, aunque mu cho més dramatico, del delirio de Rubido, en Quincas Borba: son las dul- ees promesas del placer que las méscaras de Ia vigilia le habian rchusado. En términos de construccién, “El espejo” delega la voz narrativa cen- tral a la primera persona. Con el apoyo de este procedimiento, el tema del acceso y de la entrega a la Apariencia dominante cst4 tratado no como un hecho curioso, digno de un malicioso cuento “filoséfico”, sino como la experiencia viva y capital de un destino. En “El espejo”, el régimen de Ja opinién soberana es visto desde dentro, en un instante de extrema dramaticidad que compromete todo el futuro del “yo” narrador. Esa den- sidad subjetiva es el modo confesional que Machado encuentra para ha- biar del paso que la mayoria de los hombres debe cumplir: de la inexpe- riencia o la ingenua franqueza a la mascara adulta. Modo de la memoria y del auto-andlisis Cque se amplia en las Memorias péstumas, en D. Caswturro y en el Memorial de Aires), se contrapone al modo velada- RXV mente satirico de los cuentos filosdficos, mas distantes del objeto, tal como conviene a la ficcion de un observador imparcial. DEL LADO DEL SUJETO: EL ENIGMA DE LOS CARACTERES “El espejo” es la matriz de una conviccién machadiana que podria formu- larse de la siguiente manera: slo hay estabilidad en el ejercicio del pa- pel social; fuera de la escena publica el alma humana es indecisa y velei- dosa. Ahora bien, si el lado intimo del comportamiento no ofrece con- gruencia, la descripcidn de las personas se convertira fatalmente en un problema. El narrador ya no cuenta con Ia sdlida base de los tipos. Estos quedaron atrds, en: la tradicién moralista de los caracteres, de los retra- tos, de los figurones. O en la vieja comedia de Jos avaros, de los hipé- critas, de los engafiadores, de los ingenuos.. . La experiencia capital de “E] espejo” sdlo permite la fijacién tranquila de la mascara perfecta, del uniforme victorioso, del papel que absorbié perfectamente al hombre. La otra cara, la que se habia dividido o esfu- mado delante del vidrio, sigue siendo un enigma. Fs el cuerpo opaco del miedo, de los celos, de la envidia; en otras palabras, el enigma del deseo que se niega a mostrarse desnudo a la mirada del otro. El narrador, dis- creta pera firmemente, hace las veces de esa mirada. Quien entrevé lo que pasa detrds de la mascara de la tercera persona ya fue primera per: sona, ya se mird en el espejo. La veleidad de probar sentimientos profundos y eternos de amistad y de amor entretiene a dona Benedicta en un vaivén de encantos y delicias que se desvanecen. En realidad, esos “sentimientos’ no son indispensa- bles a la supervivencia social de dofia Benedicta; por eso se encienden y apagan como fuego Fatua. E] retrato de esa dama del Segundo Imperio, uno de Jos mas imponderables que se hayan escrito en idioma portugués, capta la espuma efervescente de un alma que no conoce otra dimensién mas alld de la superficie. E] cuento, gracias a su final casi aleg6rieo, en el que aparece el hada Veleidad, podria aproximarse al género “pintura de un cardcter”. Paradéjicamente, ese cardcter no Nega a asumir los con- tornos necesarios a la censtruecién del tipo e, igual que la figura que surge al cierre de la historia para asombrar a dofia Benedicta, él es vago, “vestido de nubes, adornado de reflejos, sin contornos definidos, porque todes morian en el aire”. En “Dofia Benedicta” el tema es, abiertamente, Ja inconsistencia del sujeto. Otros cuentos encadenardn situaciones objetivas donde la misma realidad se dird de modos diversos. Al Maestro Roman, personaje principal de “Cancién de esponsales”, le gustaria componer una hermosa musica, Es buen maestro, sabe tocar el clavicordio, pero no logra traducir en notas nuevas su deseo de canto. XXVE Y Ia melodia que perseguia hacia afios, desde la boda, la caneién de es- ponsales que habia dejado tan sdlo esbozada, es completada sorprenden- temente por una joven en luna de miel, unos minutos antes de que el Maestro Roman muera. La belleza no es obra de ia voluntad sino don, gracia del Azar que apremia a quien quiere y no a jos que Ja quieren. El sujeto, aqui, no es veleidoso como Dofia Benedicta: es impotente. El narrador advierte: todo cuanto no llega a la apariencia de la forma, no existe. Parece que hay dos tipos de vocacién, las que tienen lenguaje y las que no lo tienen. Las primeras se realizan; las ultimas representan wna lucha constante y estéril entre el impulso interior y la ausencia de un modo de comunicacién entre los hombres. La de Roman era de estas ultimas. La naturaleza parece no ser ni mds justa ni més igualitaria que Ja sociedad; y Machado hizo pasar de una esfera a otra la distribucién aleatoria de los bienes. Uno de sus cuentos mas perturbadores, “Cliusula testamentaria”, tiene como centro la herida de Ja designaldad entre los dones y dotes recibidos por log hombres. Y Jo que parece tan sdlo el vivo figurén de un cardcter mérbido CNicolds, el envidioso} es una reflexién del mecanismo de la vida social como espacio de diferencias gratuitas, pero fatales, ya dadas al hombre desde que Hega a este mundo, Machado hace nacer a la envi- dia como percepcién y sentimiento atroz det desnivel y al mismo ticmpo, como deseo compulsive de compensarlo mediante la destruccién de todo cuanto confiere a lo envidiado su intolerable superioridad. Nicolas de- testa al m4s rico, al mas hermoso, al mds elegante, al mas gracioso, al mas talentoso, al mas famoso. El cuento est4 orientado de tal manera que hace imposible hablar de la simple ambicién de este o de aquel bien sino del mévil del odio de Nicolas. Su caso seria de envidia pura, una aversién ontolégica a la superioridad. Esto parece indicar que el cuento se organiza como Ja pin- tura de un tipo: “Si, querido lector, vamos a entrar en plena patologia”. "€...) ese nifio no es un producte sano, no ¢s un organismo perfecto. Por cl contrario desde Ios mas tiernos afios manifesté, con actos reite- rados, que hay en él algtm vicio interior, alguna falla orginica”. Y el cufiado de Nicolds hace, incluso, un diagndstico exacto: ¢s un gusano en el bazo. Sin embargo, ya lo sabemos, las “tcorias” machadianas estan Tlenas de paradojas que mal esconden la experiencia de la cotidianidad mas simple. De esta manera, Ia envidia de Nicolas, es menos “metafi- sica” de lo que parece: ella se inicia en la historia de su vida, cn Ja serie de actos de destruccién cometides por el niiio, el primero contra los juegos mds refinados o mds raros de los compafieros. El motive de la me- destia ccondémica cstd puesto discretamente entre paréntesis al comienzo de la biografia de Nicolas: “cl padre era un honrado negociante 0 comi- sario (la mayor parte de las personas de aqui que se dan el nombre de XXVIE comerciantes decia el marqués de Lavradio, no son mas que unos sim- ples comisarios)...”. Igual que otras veces, ese origen modesto Iuego es superado; la fami- lia vivir en Ja holgura, “con cierto esplendor", y el mismo Nicolds serd elegido Diputado a Ja Constituyente de 1823, aunque lamente no com- partir el alto destino de ser “un exiliado ilustre”, coma tantos otros poli- ticos del Primer Imperio. Al episodio infantil de los juegos le sigue otro muy significative, pues en él entra la envidia que Nicolds siente por un uniforme. Un elegante uniforme de... alférez, que un padre competidor habia consegnido para su_ hijo. De los juegos pasé a las ropas, y de éstas a Jas caras de Jos nifios mds bonites, a los libros de los més adelantados en el estudio. El cuento se articula mediante la unidn de episodios que ilustran el comportamiento de Nicolds, cada vez més irritable y violento, ahora como contrapartida de su conducta amable y hasta dulce para con las naturalezas bajas, vul- gares y subalternas, a quienes les distribuia mimos y les confiaba el alma. Ahora bien, parece que es en esa otra cara de Nicolas, simpatica sdlo a los antipaticos, donde el retrato del envidioso cldsico sufre una nueva determinacién: la envidia como deseo de compensar las diferencias alea- torias que Ja naturaleza produce y que la sociedad consagra ®. Habria una terrible y paraddéjica “justicia” reparadora en esa aversién de Nicolds res- pecto a los seres reconocidamente superiores sumada a su atraccién por aquellos publicamente inferiores, Nicolds invierte el orden del acaso: cas- tiga a los bien dotados por la suerte y premia a los que son olvidados por ella. Es con cl fin de decirmos este que el narrador encabeza el cuento con Ja ultima cldusula del testamento de Nicolds respecto al atatid en el que deseaba ser enterrado: el atattd debia ser construido por el carpin- tere més rudo y despreciado de la ciudad: “... ITEM, es mi ultima vo- Tuntad que el cajén en que mi cuerpo habra de ser enterrado, sea fabri- cado en casa de Joaquin Soares en la calle de la Alfandega. Deseo que éf tenga conocimiento de esta disposicién, que también ser4 publica. Joaquin Soares no me conoce; pero es digno de la distincién, por ser uno de nuestros mejores artistas, y uno de Jos hombres mas honrados de muestra terra. ..”, Nicolas, el envidioso, como Lucifer en el cuento “La iglesia del Dia- blo”, es rebelde a la opinién corriente del mundo y desea cambiar el orden de sus partes: que los viles sean alabados y Jos nobles agredidos; que las virtudes sean tenidas por vicios y los vicios por virtudes. El envi- * Al respecto, me remito a un ensayo de Fritz Heider sobre la envidia como proceso de teequilibrio (Psicologia das Relagées Interpessoais, trad. de Dante Mo- tetra Leite, $, Paulo, Pioneira, 1970, pp. 316-328). Detrds del psicdloga Heider percibo fas especulaciones de moralistas y filésofos que trataron de esa pasién fundamental de] alma: La Rochefoucauld, Nietzsche, Max Scheler. XXVIIT dioso y cl diablo quieren invertir los signos de la convencién, no la Ley en si, sino solamente tos criterios de juicio y de recompensa. Como alter- nativas malditas, sus acciones aparccen bajo formas grotescas y todas se reducen al resentimiento del inferior que Ildmese Nicolis o Lucifer, quiere destruir lo gue no consigue heredar. Pero queda la premisa de que la desigualdad es un hecho universal y al mismo tiempo una fuente de dolox y humillacién. Si el paso para el seguro reinado del consenso es el camino de la nor- malidad, una sombra de culpa o de demencia cae sobre Jos que no saben © no quieren recorrerla. Pero si el contraste con la Forma dominante es nocive, tampaco en la pura identificacién hay paz y felicidad. En el limite de cada una: la identidad forma cinicos, canallas y traidores siem- pre atentos a su propia conservacién; Ia diferencia produce Iecos y mar- ginales, Machado, historiador, comprueba gue la primera es la via real, gris pero protegida y Ja ultima es un camino de ilusiones que leva al desprecio y a la burla. Su obra, en conjunto, tolera la ambigiiedad de ver un lado a través del otro, como si alguien que ya hubiera cruzado el Ingar que lleva a la orilla de ta seguridad todavia cargara, en algiin xin- cén escondido de la memoria, los fantasmas de Ja otra oriila. La pintura de los caracteres exige zonas de luz y zonas de sombra; pero el proceso se simplifica cuando ésta se inclina hacia uno de los extremos. Un cuento compacte y claro como el de “Anéedota pecunia- ria” dibuja en pocos trazos la figura del adorador de oro, antiguo tipo de comedia que viene desde Plauto hasta Balzac pasando por Moliére. E] juego entre la ética de los buenos sentimientes de nuestro avaro Fal- cén y el interés por el dinero es rapido, sirviendo apenas de estimulo para exhibir mejor las maniobras de Ja razon burguesa antes de rendirse indefectiblemente a la tentacién de la posesién. Machado se complace en mimar el fetichismo de Ja moneda rehaciendo tos gestos de la idola- tria. El héroe, presa del “erotismo pecuniaric”, “va muchas veces hasta la caja de caudales, que est4 en Ja alcoba, con el unico fin de hartar sus ojos en las barras de oro y en les manojos de titulos’. La pintura de] tipo usa aqui colores tan fuertes que parecen enfrentarnos a la actuali- zacién de un mito. El mito de Midas. El avaro Faleén, a partir de cierto momento, todo lo que toca lo convierte en oro hasta las sobrinas que habia tomado como hijas adoptivas y que acaba cediendo, una tras otra, a cambio de diez mil escudos o de una coleccién de monedas extranjeras: “montes de oro, de plata, de bronce y de cobre”. En el capitalismo hay una fase en que la acumulacién cede a la inversién: uno de los moviles de a historia es el alza de las acciones en la Bolsa; entonces, Midas se desentierra tan perfectamente que seria superfluo tencr eseripulos ar- queolégicos. Para el sistema simbdlico de Machado, el nuevo Midas, el capitalista brasileio, forma parte de les que pueblan por intima voca- cién, el reino del poder y de sus glorias, el “mundo” exorcizado por les XXIX padres primitivos y ahora consagrado como el tinico espacio de salvacién. Falcén es el arquetipo de una insigne familia de adoradores de oro, los canallas de las grandes novelas: Lobo Neves de las Memorias Postumas; Palha, de Quincas Borba; Escobar, en Don Casmurro. La reduccién al mito es, sin embargo, un procedimiento que sdlo ex- cepcionalmente puede ser aplicado a los personajes de Machado. Lo més comin es esa mezcla de luz y sombra dentro de las conciencias divididas entre la moral de los sentimientos, de las relaciones basicas y la nucva moral triunfante, que tal vez sec pucde Hamar “realista” o utilitaria, ya que “burguesa” es demasiado genérico. El paso de una moral a otra, con todo el proceso de adaptaciones de la conciencia que ello implica: éste seria el sentide de muchas de los cuentos de Machado a partir de los Papeles sueltos. Hoy se puede suponer que el cambio se haya debido a la expansién de las nuevas relaciones econémicas y sociales en el Brasil de fin de si- glo. Adelantemos, pues, términos como “modernizacién”, “laicizacién”, “aburguesamiento de Jos valores”. Machado, como el Alencar urbano de Sefiora (pera con marca ideolégica contraria) percibié situaciones nue- vas y asumid nuevas formas de considerar la vida privada. Todo indica que Machado no tenia las condiciones ideales para son- dear y comprender su tiempo con criterios historicistas 0 socioldégicos. Puede observar bien sin interpretar, a la luz de las tensiones sociales, el objeto de su observacién. Lo que atribuimos a la ldgica interna del capi- talismo en ascenso, a la moral de la competencia, para Machado seria més bien un modo de actuar segiin la naturaleza: esa naturaleza egoista y darwiniana, amoral, por ello inocente, que asoma en el delirio de Bras Cubas, Machado, igual que la capa mAs representativa de la cultura do- minante en Occidente, reducia ia lucha social a Jas manifestaciones bio- légicas, Ei principio de base es siempre la seleccién final del més fuerte © del més habil. Naturalizando la sociedad veia la feroz carrera hacia el peder como un proceso comin a ambas instancias. Con eso, quedaba en, cierto modo comprendida, si no justificada, la soherania de los inte- reses inmediatos que guian muchas acciones humanas. Como su deter- minismo no necesita de Jas razones y de los discursos prepiamente “na- turalistas” y “cientificos’ de la época, él se articula y se expresa en un lenguaje fatalista mds antiguo, que viene del Eclesiastés, de los estoicos, de los cinicos, de los moralistas franceses, de Maquiavelo. Es un natu- ralismo arcaico o clasico, Un naturalismo moral. En los cuentos en los que se confrontan pares es frecuente ver a los sujetos dispuestos en relaciones asimétricas alrededor del bien deseado. En esa confrontacién, es mds débil y fracasa, siempre, aquel que actia abierta y desprotegidamente en su relacién con el prdjimo. En cambio el vencedor es aquel que persigue firmemente el placer individual, el status, y quien, en Jas situaciones riesgosas, jamds dejé caer Ia mascara. XXX En “Noche de Almirante”, ef dio es un par de enamorados: Genoveva y Deolindo. El muchacho, un marinero debe viajar por algin tiempo, pero no parte antes de jurar fidelidad y de obtener de la amada igual promesa. Hasta ahi la simetria del amor mutuo, ratificado por la pala- bra solemne de Ia despedida: “Jura por Dios que est4 en el cielo; si no que la laz me falte en la hora de la muerte”. El narrador comenta: “es- taban celebrando el contrato”. El marinero regresa meses mds tarde, des- pués de haber resistido a tedas las tentaciones y de haber confiado sola- mente en el juramento de amor. Pero encuentra a Genoveva unida a un vendedor ambulante. El interés del cuento no esta en la vulgar situacién del amante traicio- nado; esté en la reaccién de Genoveva cuando es interpelada por Deo- lindo; estA en su “mezcla de candor y cinismo, de insolencia y simplici- dad, que desisto de definir mejor”. Genoveva no se arrepiente; mas bien confiesa abiertamente que, es verdad, habia jurado, “pero que vinieron otras cosas. .."; y esto es todo, Parece no haber conciencia de culpa, y es el mismo narrador quien, al final, interviene para explicar Ja actitud de Genoveva a los lectores, quizds asombrados de tanta inconsciencia: “fijaos que aqui estamos muy cerca de 1a naturaleza”. La situacién del juramento bruscamente se volvié asimétrica. El trato verbal fue roto por uno de los lados, y el bien supremo que éste sellaba —el amor de Genoveva— ella misma Jo transfirié a un tercero, quizas mas atractivo y por cierto menos pobre. La realidad era asi, ¢para qué negarla? “Una vez que el vendedor vencié al marinero, la razén era del yendedor, y cumplia declararlo". Esa “simplicidad”, ese “candor” mante- nido detras de la traicién le parece a Machado “muy cercano a la natura- jeza”, la cual no concceria pecado, ni culpa ni remordimientos, sino tan sdlo necesidades. Falta saber si el punto de vista explicito del autor da cuenta de la com- plejidad de la narracién. Cabria preguntar: ¢¥ el marinero Deolindo? ¢¥ su amor fiel y su fe en el contrato y en su cumplimiento? ¢Serfa acaso menos natural que el comportamiento de Genoveva? ¢Qué es natural y qué es social en el plano de los sentirsientos? Ambos juraron y, como garantiza e] narrador, ambos lo hicieron sinceramente. eCudal es la dife- rencia? El narrador, asuniendo el punto de vista de Genoveva, trata de suprimir esa diferencia, mostrande que tampoco Deolindo hubiera padido cumplir siempre su palabra. Asi, el marinero, desesperado en cierto momento le dice a Genoveva que se matard por ella; pero no se mata; y la muchacha, escéptica, comenta: “jQué val No se mata, no. Deo- lindo cs asi; dice las cosas pero no las hace. Ta verds que no se mata. Pebre. Son celos”. La palabra —simbolo de Ja relacién interpersonal— es una cosa; otra es el peso de la autoconservacién, el eterne retorno del egoismo. Esta seria la “razén” naturalista y fatalista que Machado com- parte con gran parte de la cultura de su tiempo. Esta visto que ella XXXL participa como poderosa organizadora del sentido de la “Noche de Almi- rante”; la ideologia se hace trama y personaje. Pero no es preciso que el lector, hov, asuma la misma perspectiva filo- sdfica del narrador. Seria duplicar, cn el momento de Ja interpretacién, la ideologia del texto interpretado. Volviendo al mismo cuento: su eje es la mentira, el engafio, la ruptura de la palabra dada, el juramento profanado. Ahora bien, ningtin tema es menos “natural”, cn la medida en que la naturaleza no puede jurar ni mentir y no hace pactos ni Jes rompe, La mentira Casi como la vergitenza que Deolindo siente cuando calla su_caso a los compafieros) es un signo, no un epifenédmeno del cuerpo. Ella aparece sélo cuando Jo “natural” (la mirada, Ja voz, el pes- to} penetra en Ja esfera de la interpersonalidad y en el campo de la conyunicacion. En “Noche de Almirante” Genoveva no mintié al hablar con Deolindo, no porque fuese cdndida o porque fuese naturalmente incapaz de mentir, sino simplemente porque ya habia mentido lo sufi- ciente traicionando la promesa jurada cuando tuvo que escoger uma alter- nativa més atrayente: el vendedor. En Ia nueva posicién, protegida, en que se halla al recibir al antiguo enamorado, Genoveva se siente segura y enfrenta la decepcién de Deolindo como vencedora. Ella ahora estd bien, no necesita del marinero, tiene un nuevo y mejor amante. Fl ma- rincro, a su vez, no habia mentido en el juramento de amor, pero tam- poco levar4 a cabo su propésito de matarse, concebido en un momento de amargura; al final, al volver tristemente al barco, “prefirié mentir” a los compafieres oculténdoles la traicién de la enamorada: “parece que tuvo vergtienza de la realidad". Fn Genoveva, Ja secuencia es: mentira y verdad; en Deolindo: verdad y mentira. Después de la simetria inicial, en que los amantes se juran mutua lealtad, viene la asimetria segim la cual uno traiciona micntras que el otro permanece fiel. Al final de todo, la simetria se invierte, por- que Ja mentirosa sustenta Hanamente la tracién (que es su “verdad”), y el veridico sc avergiienza de Ja buena fe, y prefiere esconderla a los ojos de Ios otros, mintiendo. En esas acciones y reacciones, pues, no estamos tan cerea de la natu- raleza, como lo sugiere el narrador. Por Jo contraria, la historia se sitta y se desarrolla en pleno reino de las relacioncs simbélicas entre tas per- sonas: mundo de juramentos y de perjurios, mundo capciaso del signo cambiado y del sentimiento escondido por Ia palabra y por el gesto: “El respondia a todo con una sonrisa satisfecha y discreta, una sonrisa de alguien que ha vivido una gran noche. Parcee que tuvo vergiienza de la realidad y prefirié mentir”. Si el autor no logra imponernes el fatalisme de los instintos en el que parece creer, nos comunica, de algvin modo, la fuerte sospecha de que la sociedad (o esa sociedad, por lo menos) es un encuentro de signos ora transparentes Ccuando Ja palabra expresa la realidad viva), ora opacos XXXII Ccuando la palabra la esconde): lo que es otra manera de decir que Jas personas mezclan sinceridad y engafios en sus relaciones con los otros y consigo mismas. Si la sociedad imita a la naturaleza, ésta no es tan simple como supone el naturalismo. Véase el cuento “Unos brazos”. Es la pasién adolescente del empleado per la mujer del patrén y la atraccién-relémpago de ella por el empleado; atraccién que estalla en un beso cuando ella lo ve durmiendo y que luego se acaba con la despedida de éste, ciertamente sugerida al marido por ella misma, ya arrepentida o temerosa de su gesto loco. Aunque la tra- ma encadena pasiones, el tema del cuento no es la pasién, sino su nece- sario ecultamiento. Ignacio no puede hacer ostensible su fascinacién, por Dofia Severina, por los brazos de Dofia Sevecina, ni ella ni su marido pueden saberlo. Dofia Severina, a su vez, percibe la seduccién que ejerce y se complace en ella, pero no puede revelar lo que sospecha ni a Igna- cio ni, naturalmente, al marido. El despiste es perfecto porque termina envolviendo a los mismos enamorados. La escena del beso (que les reve- latia a ambos el sentimiento mutuc) se da al mismo tiempo en el suefio de Ignacio (dl suefia que Ja besa) y fuera del sueno Cella lo besa mien- tras él duerme); pero como ella huye r4pidamente y él continta dur- miendo, ni el uno ni el otro sabra que fue besado. La pasién nunca sobre- pasaré Ja vida intima de les amantes imposibles: “él mismo exclama a veces, sin saber que se engafia: —“|Y fue un suefio! {Un simple suefio!” El miedo estampé en ambos la méscara de la inocencia; les protegié del marido y los protegi6 a uno del otro. Sin embargo, una vez mas, la narracidn explora el desnivel final de los pares. En “Noche de Almirante”, Genoveva no quiere volver al paso inicial del cuenta y, bien instalada con su segundo hombre, despide al primero sin demoras ni esperanzas. El dio Ignacio-Dofia Severina tam- bién es asimétrico: el criado sera indefectiblemente despedido. Hay una primacia de] contexto sobre las veleidades del afecto y sobre los pactes fugaces que el ardor de la pasién propicia. En esos relatas de encuentro y desencuentro, la interaccién de los “duos” y de los “trios” revela mejor la fuerza de fa situacién final —de la “verdad afectiva” de Maquiavelo—, que el hipotético fondo moral o carécter sustantivo de Jos personajes. Sigo notando que no importa mu- cho para nosotros, hoy dia, saber que el contexto condicionante sca cx- plicado por el narrador en términos de un estado natural del hombre. En realidad, si optames por el otro extremo del proceso, viendo en la com- petencia social el mévil de las asimetrias, tal vez podamos algun dia es- cribir las debidas interpretaciones, sin olvidar que Marx quiso dedicarle a Darwin Ei Capital y que fue este Ultimo quien no acepté. Machado de Assis parece haber fundido la naturaleza y la sociedad en la misma ima- gen; y hasta en Ja ultima palabra, cuando habla de “cdlculos de la vida” (La mano y el guante). XENILI En este orden de ideas, jqué audaz y extrafio cuento es “Evolucién”, uno de jos tiltimos que Machado escribid! El figurén que, en otro cuento, un padre cuidadoso quiso hacer del hijo ensefidndole Ja teoria cierta, aparece ahora en acto, a Ja edad exacta de Jos cuarenta y cinco afios, dis- puesto a repetir todos los fugares comunes del mundo y a hacer una sélida carrera de diputado sin ideas. O més bien, con una sola idea, no propia, sino surgida de una conversacién absolutamente casual con el narrader de la historia. Si yo fuese estructuralista, diria que el sistema de este cuenta se disloca alrededor de un eje pronominal: tw-nosotros-yo. Si no, veamos: Benedicto, el figurén, viaja con el narrador en la diligencia que va de Rio a Vassouras. En el viaje, leno de “trivialidades graves y sdlidas”, “dichas para disipar el tedic del camino”, Benedicto oye de boca del compaiiero estas palabras que elogian el progreso de las vias férreas: “yo comparo Brasil con un nifio que esté gateando; empezard a caminar sélo cuando tenga muchas vias férreas”, En Ja escena siguiente, ambos se vuelven a ver en uta cena; la opinién del narrador llega oportunamente, pero es citada por Benedicto con un enfatico: “como el sefior decia’. Segundo momento. Ambos se encuentran en Paris donde Benedicto ha ido a resarcirse de la decepcién de un fracaso electoral. Este se queja de que los partidos no se interesaban por 1o principal, es decir por desarro- lar las fuerzas vivas de Ja nacién. ¥ la frase del Brasil gateando mien- tras no vinieran las salvadoras vias férreas vuelve a los labios de Bene- dicto, ahora precedida de un amplio y coral: nosotros deciamos. La tra- vesia pronominal del ## al nosotros traslada la idea luminosa hacia Ja primera persona del plural. Tercer encuentro: Benedicto, Finalmente diputado, prepara su discurso inaugural en el Parlamento. En el exordio brilla la misma idea solar: “y aqui repetiré lo que hace algunos atios decia yo a un amigo, en viaje por el interior. ..”. El nombre del cuenta se ilumina: del ta hacia el nosotres; del nosotros hacia el yo; esta fue la evolucién de Benedicto. Evalucién es Ja apropiacién bien hecha, cuyo resultado final se Hama posesién. Asi en la Historia como en la Natuzaleza. El hecho de que el objeto de esa apropiacién sea una idea, una frase, o una simple metd- fora, apenas refina el proyecto de autoconservacién. Sin embargo, la apropiacién no acostumbra a satisfacerse con las ideas o las frases del interlocutor mds brillante. Sus formas corrientes son més vampirescas. Quiere la carne y la sangre, la mujer y los bienes. El ameno Machado sabe ser cruel en cuentos tan agrios como “La causa secreta”, “El enfermero”, “Pilades y Orestes”, “El episodio de Ja vara” y “Padre contra madre”. En esas historias encuentro los lindes extremos de natu- raleza y de sociedad cosidos por el hilo negre del mal. En “La causa secreta”, el mal parece congénito: Fortunate tiene un caracter maligno; y tenemos que aceptar sin reservas que aqui Machado clava los ojos, tran- XXXIV quilamente, en la cara del instinto de la muerte. Fortumato, quien se divierte con las convulsiones del dolor y de la muerte, es un caso par- ticular de perversién universal que estd presente en el poema “Suavi Mari Magno”: “Recuerdo que, cierto dia, en la calle, al sol del verano, solitario moria un perro envenenado. Jadeaba, espumaba y reia, con risa espuria de bufén vientre y piernas sacudia en la convulsion. Ningiin, uingzin curioso pasaba, sin atender, silencioso, junto al perro en agonia como si sintiera gozo al verlo padecer”. (de Occidentais) La sociedad humana, “sintaxis de la naturaleza” como queria el sabio del “Cuento alejandrino”, dispone de una especie de poder combinatorio sobre los instintivos que en si, sin embargo, parecen misteriosos e indes- tructibles, En “El episodio de Ja vara” y en “Padre contra madre”, el mal se pro- duce en las junturas del sistema esclavista del imperio brasilefio: nace y crece dentro de una estructura de opresién. Los esquemas de las nove- las juveniles se reproducen con mayor sutileza pero no con menor vio- lencia: para sobrevivir, el pobre tiene que ser frio, tiene que ebedecer a las leyes de la segunda naturaleza, “tan legitima ¢ imperiosa como la primera”. En los actores implacables se realiza “la plena armonia de los instintos con la sociedad” (La mano y el guante). “El episodio de Ja vara” y “Padre contra madre” dan testimonia tanto de la bajeza de sus protagonistas como de la ldgica que rige sus actos. Las “tendencias del alma” y los “cdlculos de la vida” se suman en la lucha por Ia auteconservacién. Ambos tienen en comin la situacidn del hombre juridicamente libre, pero pobre ¢ independiente, gue esta un grado, pero sdlo un grado, por encima del esclave. A esa condicién toda- XAXXV via le falta utilizar al esclavo, no directamente, ya que no puede com- prarlo, sino por vias transversales, entregdndolo a la furia del sefior, delatandolo o capturéndolo cuando se rcbcla o huye. El sefor se desdobla en dos frentes: no séle es duefo del camino, también es duefio del cau- tivo, también es duetio del pobre libre, en la medida en que lo reduce a policia del esclavo. “La esclavitud —decia Joaquin Nabuco— nos quité el habito de tra- bajar para alimentarnos” 3. Y Machado, en “Padre contra madre”: “Pues bien, capturar esclavos evadidos era un oficio de la época”. Candido Neves, pobre pero blanquisimo, hasta en el nombre, se casa con Clara y, para sobrevivir, “cede a la pobreza”, haciéndose capturador de los negros huidos, que vuelve a llevar al sefior por una buena gratifi- cacién, Nabuce: “la esclavitud no permite, en lugar algune, clases obreras propiamente dichas, no es compatible con el régimen de salario y Ja dignidad personal del artesano. Inchiso éste, para no quedar por debajo del estigma social que ella imprime a los trabajadores, trata de marcar la distancia que lo separa del esclavo, y se embebe de un sentimiento de superioridad, que es solamente bajeza de alma, en quien salié de Ja con- dicién servil o estuvo en ella por sus padres” 4, Candido es pobre, pero no se somete a ningdn oficio porque todos tienen algo de esa “condicién servil’ de Ia que habla Nabuco, y que el narrador especifica: tipégrafo Cla primera profesién de Machado po- bre...), cajero de pequefia tienda, portero en una seccién, cartero. . . “La obligacién de atender y servir a todos lo heria en la cuerda del orgu- Ilo”. En Ja practica de perseguir esclaves el orgullo no saldré herido; mas bien se excita la safia del cazador que encuentra en la caza un medio propicio que reafirma su condicién de mas libre y mds fuerte. “Capturar esclavos evadidos le deparé un placer nuevo”. Al escasear la caza y aumentar la competencia entre los perseguido- res, Candido se ve en apuros y resuelve entregar cl hijo recién nacido a un hospicio. Pero este padre desesperado sorprende en una esquina a wna esclava fugitiva, Arminda, que hace tiempo buscaba en vano. La mu- lata estd encinta y le swplica picdad, si no por ella, por lo menos por el nifio que esta por nacer, El cazador, sin embargo, no vacila: arrastra la presa hasta la casa del amo, donde ella aborta. Padre contra madre. Des- pués de recibir la gratificacién, Candido vuelve a su casa con e} hijo que pudo salvar del hospicio. Una primera tentativa de andlisis sugiere la correlacién de dos niveles: uno natural y otra social. El natural aparece en las relaciones de pater- *Véase Joaquin Nabuco, O abolicionismo, 44 ed. Rio, Vozes, 1977, pag. 195. La primera edicién de Ja obra es de 1883. *Nabuco, op. cit., pig. 160. XXXVI nidad y maternidad. Candido es padre. Arminda es madre. Son hechos paralelos que, en el plano natural, coexisten sin ningtin conflicto. Las relaciones sociales que presiden cl encuentro de Candido y de Arminda son, contrariamente a las primeras abiertamente antagénicas: Arminda es esclava fugitiva, Candido es libre y perseguidor de cautivos. Por lo tanto los niveles no se encuentran yuxtapuestos. La superviven- cia de las relaciones (padre-hijo, madre-hijo} depender4 de la solucién del nudo formado por e! oficio de Céndido, buscador de esclavos. Si él dejara a Arminda en libertad, perderia al hijo; si la capturara, quien corveria el peligro seria el hijo de Arminda. El conflicto, que no se daba absolutamente en el nivel del mero parentesco, se vuclve drama de san- gre asumido por la segunda naturaleza, “tan legitima e imperiosa como ja primera’. Podriamos inclinarnos a suponer que el nudo final sea, integralmente, lo que el titulo declara: padre contra madre. Pero ese dilema es tan sdlo un momento de la historia. Un segundo antes de haber visto la esclava fugitiva, Candido ya habia aceptado separarse definitivamente de su pro- pio hijo, dejandolo en una casa de recogidos; entre una situacién econd- mica mds holgada y el fruto de la sangre, entre lo social y lo natural, él ya habia escogido lo primera. Fue al ver a la esclava cuando, sin em- hbargo, sc da cuenta de que el dilema puede deshacerse y que, sirviendo al amo de ella, puede reintegrarse a la condicién de padre amoroso; con- citiar, finalmente, el dinero y Ja sangre, ambas naturalezas. Pero en esta Edad de Hierro en que vivimos pocos son los que pueden disfrutar de esa dulce conciliacién. El biencstar de unos parece fundarse en la desgracia de otros. La acumulacién de bienes vitates y econdmicos Cpor baja que sea en términos cuantitativos, puesto que a fin de cuentas, Candido es pobre) exige la expoliacién del otro. La ley es simple: mors tna vita mea. E] pobre, si es libre, hace que el esclavo vuelva a las cadenas, puesto que éste, huyendo hacia la libertad, competird con él en la disputa de los intereses. EJ antagonismo no se fija solamente en los extremos del pri- mero y del diltimo de Ja cadena; hay una “guerra de todos contra todos” que recorre los eslabones de punta a punta; aqui la vemos comunicarse del pemiltime al Gltimo. Ahora bicn, si alguien quisiera saber si Machado de Assis tenia con- tiencia critica del proceso que con tanta agudeza representaba, Ja res- puesta fendria que ser machadianamente oscilante: si y no; como si su obra se hubiese producido en dos niveles de la conciencia. El primero, de aspecto ideoldgico, segtin el cual se insintia que los comportamientos tienen su raiz en los instintos de conservacién: lo que desemboca en el fatalismo o en ef escepticismo ético y politico, Las reflexiones pesimistas def Consejera Aires en el Memorial de Aires, ulti- ma novela de Machado, pueden ser consideradas como el dpice de esa visiin del mundo. Por otra parte, se trata de la moneda del progresismo XAXNVIE burgués, el lado “maduro” o tardio, el momento crepuscular segin el cual el Tiempo y la Historia dejan de ser el lugar de la evolucién para mostrar el “eterno retorno de lo mismo”. Y las voces vienen de las inspi- raciones mas dispares: de Schopenhayer y de Flaubert, de Darwin y de Nietzsche, de Durkheim y de Machado de Assis. Insisto en ver en el delirio de Bras Cubas, con su tratamiento leopardians de la Naturaleza y de la Historia, la figura ejemplar de esa ideologia. Es una cabalgata a través de los tiempos en que, sintomaticamente, la direccién cronold- gica va del presente hacia el pasado y vuclve vertiginosamente del pasado hacia el presente, sin revelar en ningtin momento la dimensién del fu- turo. No hay otro apocalipsis que el del instante presente en que el delirio termina y Bras Cubas despierta, para moriz inmediatamente después. La Historia como pesadilla. EI segundo nivel, de extraccién contra-ideolégica, trabaja a contrapela la realidad social en Ja que toman cuerpo las tramas y los personajes. En el texto machadiano Ja contra-ideologia sélo puede ser captada cuando él finge esconderla. Su moda principal es el tone pseudo-conformista, en realidad escarnecedor, con el cual discurre sobre la “normalidad” bur- guesa. Hablando del oficio de perseguir esclavos, se explica asi: “Pues bien, capturar esclavos evadidos era un oficio de la época, No seria noble, pero por ser instrumento de Ja fuerza con la cual se preservaba Ia ley y ia propiedad, poseia esa otra nobleza implicita de las acciones reivindi- cadoras”, La union de la fuerza Caqui, Ja fuerza bruta) y la nobleza implicita da la medida del sarcasmo. El tono es subterrdéneo y, por eso, su violencia se esconde, se contiene, se sofoca. Pero este no es el tinico indicador. Machado encuentra otro modo, mas patente, de desenmascarar la ideclogia que todo lo justifica. Para que la jornada de los vencedores transcurra placida, sin estorbos ni remordimientos, sus historias nos muestran cudntos engaiios y aute enga- fios, cudntos crimenes se hacen necesarios. Llevando lo cotidiano hasta situaciones-limites, Machado es testigo del pensamiento conformista se- gan el cual el orden de Ja sociedad es un orden natural, o providencial; y ambos forman el mejor de los drdenes posibles en este mundo. El andlisis de los cucntos-teorias sugiere exactamente lo contrario: la con- vencidn, esto es, la practica de las relaciones sociales cotidianas es, mu- chas veces, producto del fraude que el poder ejerce para instalarse y perpetuarse. La verdad publica es una astucia muy bien lograda. La salvaje dicotomia entre fuertes y débiles se reproduce en el contraste civilizado entre poderosos y humildes, astutos e ingenuos. ¢Cémo juzgar el punto de vista del narrador si en él converge lo ideo- Kigico del fatalismo y lo contra-ideolégico del escarnio? Machado cierta- mente no es utépico ni revolucionario, en la medida en que este nombre se acerca al drea de la utopia: él nada propone, nada espera, nada cree. XAXVUI Pero tampaco es conformista, como muchas veces podria parecerlo: el narrador no escamotea Ja crudeza inkumana de la cual se vale el sistema para reproducirse en los sufrimientos que causa a los vencidos. No olvi- demos las paginas finales de Quincas Borba. Ni utépica ni conformista, 1a razén machadiana escapa a las propo- siciones cortantes del xe y del sé; ilumina y cnsombrece al mismo tiempo; refleja esfumando; y construye fingidas teorias que mal encubren las fracturas reales. La perspectiva de Machado es ja de Ja contradiccién desorientadora. Es necesario mirar hacia la mascara y hacia el fondo de Jos ojos que el estrecho corte de la mascara permite, a veces, entrever. Pero ese juego tiene un nombre bien conocido: se Hama humor. ALFREDO Bost XXAEX CRITERIO DE ESTA EDICION Los cuenTos de esta antologia fueron tomadas y traducidos de la Obra Completa de Machado de Assis organizada por Afranio Coutinho (Rio de Janeiro, Companhia José Aguilar Editora, 1962, vol. II, segunda edicién). Las titulos de los siete libros de cuentos que Machado vio publicados son los si- guientes: Contos Fluminenses, Rio, Gamier, 1872; Histérias da Meia-Noite, Rio, Garnier, 1873; Papéis Avulsos, Rio, Lombaerts & Cia., 1882; Histérias sem Data, Rio, Garnier, 1884; Varias Histérias, Rio, Laemmert, 1896; Paginas Recolhidas, Rio, Garnier, 1899; Religuias de Casa Velha, Rio, Garnier, 1906. Machado publicé muchos otres cuentos (el doble de los reunidos en Jes titwios mencionados) en revistas y diarios, principalmente de Rio de Janeiro. Prefirié, sin embargo, dejarlos en esos periddicos en vez de reunirlos en libro. Los eruditos y amantes del gran escritor recogieron y republicaron en nuevos volimenes esas historias esparcidas. A partir de 1956, gracias a Raimundo Magelhaes Jr., aparecieron los siguientes titulos que retinen los cuentos omitidos por el autor: Contos Esquecidos, Contos Avulses, Contos Recolhidos, Contos Esparsos, Contos sem Data, Didlogos ¢ reflextes de um. Relojoeire, Contos e Crénicas, todos editados por la Civilizacién Brasilena de Rio de Janeiro. KLI CUENTOS CUENTOS FLUMINENSES MISS DOLLAR CAPITULO ft Ev RELAtTO exigiria que el lector permancciera largo tiempo sin saber quién era Miss Dollar. Pero por otro lado, sin la presentacién de Miss Dellar, el autor se veria obligado a extensas digresiones, que Henarian el papel sin hacer progresar la accién. No hay duda posible: voy a pre- sentarles a Miss Dollar. Sj el lector es un muchacho y propenso a la melancolia, se imaginard que Miss Dollar cs una inglesa pilida y delgada, escasa de carnes y de sangre, abriendo a flor de rostro dos grandes ojos azules y agitando al viento unas largas trenzas tubias. O bien presumira que Ja muchacha en cuestién debe ser vaporosa e ideal como una creacién de Shakespeare; debe ser la antitesis del roastheef britanico, con que el Reino Unido nu- tre su libertad. Una Miss Dollar asi debe conocer al poeta Tennyson de memoria y leer a Lamartine en el original: si sabe portugues, debe gozar con la lectura de los sonetos de Camées ! o los Cantos de Gongalves Dias. El té y la leche deben ser la alimentacién de semejante criatura, adicio- nandosele algunos bocadillos y bizcochos para salir al paso de las urgen- cias del estémago. Su voz debe ser un murmullo de arpa eolia; su amor un desmayo, su vida una contemplacién, su muerte un suspiro. La figura es poética, pero no es ja de la heroina de este relato. Supongamos que el lector no sea dado a tales devaneos y melancolias; en ese caso, imaginard una Miss Dollar totalmente diferente de la otra. Esta vez serd una robusta americana, con las mejillas arrebatadas por la sangre, formas redondeadas, ojos vives y ardientes, mujer hecha, s6- lida y perfecta. Amiga de la buena mesa y del buen trago, esta Miss Dollar preferiré un cuarto de cordero a una pagina de Longfellow, cosa naturalisima cuando el estémago protesta, y nunca Ilegard a compren- der ia poesia del atardecer. Ser4 una buena madre de familia segtin la 1 Poeta brasilefic. Nacié en 1823 y fallecié en 1864. CN. del T.). 3 doctrina de algunos clérigos-maestras de la civilizacién, o sea, fecunda e ignorante. Ya no sera del mismo parecer el lector que haya transpueste la se- gunda juventud y vea ante si una vejez sin rceursos. Para él, la Miss Doligr verdaderamente digna de algunas paginas scria una inglesa de cincuenta afios, dotada de unas mil libras esterlinas, ¥ que, habiendo Negado al Brasil en busca de tema para cscribir una novela, realizase un verdadero romance 2, casdndose con el lector en cuestién. Semejante Miss Dollar seria incompleta si no tuviese antcojos obscuros y un gran mechén de pelo gris en cada sien. Guantes de encaje blanco y sombrero de lino en forma de calabaza, serian los toques finales de este magnifico tipo de ultramar. Mas avispado que otros, acude un lector que dice que la heroina det relato no es ni fue inglesa, sino brasilefia por Jos cuatro costados, y que el nombre de Miss Dollar responde simplemente al hecho de que la mu- chacha es rica. El descubrimiento seria oportunisimo si fucra exacto; desgraciada- mente ni ésta ni las otras apreciaciones lo son. La Miss Dollar del relato no es la nifia romdntica ni la mujer robusta, ni la vieja literata, ni la brasilefia tice. Falla esta vez la proverbial perspicacia de los lectores: Miss Dollar es una pecrita galga. Seguramente, la indole de Ja herofna determinard que algunas perso- nas picrdan el interés por el relato. Error incxcusable, Miss Dollar, a pesar de no ser mas que una perrita galga, tuvo el honor de ver su nom- bre en los diarios, antes de encontrar su lugar en este libro. ZI Jornal do Comércio y el Corréio Mercantil publicaron en la columna de los avisos las siguientes lineas reverberantes de promesas: Se extravid una perrita galga, en la noche de ayer, 30. Responde al nombre de Miss Dollar. Quien la haya encontrado y quiera Ilevarla a ia Rua de Mata-Cavalos N°. .., recibiré doscientos mil réis 4 de yrecom- pensa. Miss Dollar tiene un collar en et cuello cerrado por un candado en el que se leen las siguientes palabras: “De tout mon coeur’. Todos los que sentian la necesidad apremiante de obtener los doscien- tas mil réis y tuvieron la felicidad de leer aquel anuncio recorrieron con extrema atencin las calles de Rio de Janeiro, tratando de ver si daban con la fugitiva Miss Dollar. Galgo que aparecia a lo lejos era perseguido con tenacidad hasta que se verificaba que no era el animal buscado. Pero toda esta caceria de los doscientos mil réis era completamente inutil, ya que, el dia que salié el aviso, Miss Dollar estaba alojada en la casa de un individuo que vivia en Cajueiros y que se dedicaha a coleccionar perros, ? Aqui Machado de Assis realiza un yuego de palabras (irreproducible en espanol ) Ya que en portugués el género literario y la relacién amorosa se designan con el mismo vocablo: romance. CN. del T.). * Ell rei Crey, en castellano) fue lz moneda que circulé en Brasil ya en tiempos de la colonia y hasta la implantacién del cruzeiro, que la reemplazé. (N. del T.). 4 CAPITULO II Las razones que indujeron al Dr. Mendonca # coleccionar perros son algo totalmente imponderable; unos opinaban que no se trataba de otra cosa que pasién por ese simbolo de la fidelidad o del servilismo; otros crefan, més bien, que sintiéndose profundamente decepcionado por los hombres, Mendonca encontré consuelo en Ja adoracién de los perros. Sean cuales fucran las razones, lo cierto es que nadie contaba con una coleccién mas bonita y variada que él. Los habia de todas las razas, ta- mafios y colores. Los cuidaba como si fuesen sus hijos; si alguno se le moria se ponia melancélico, Casi podria decirse que, en el cspiritu de Mendonca cl perro pesaba tanto como el amor, segin una expresién célebre: sacad del mundo al perro y el mundo serd un yermo. El lector superficial concluixa de Jo que decimos que nuestro Men- donca era un hombre excéntrico. No Jo era. Mendonga eta un hombre comim; le gustaban Jos perros como a otros les gustan jas flores. Los perros eran sus rosas y violctas; los cultivaba con similar esmero. Tam- bién le gustaban las flores; pero le agradaban en tanto las viese en las plantas donde nacian: poder un jardin o enjaular un canario le parecia idéntico atentado. Era el Dr. Mendonca hombre de treinta y cuatro afies, bien parecido, de modales francas y distinguides. Se habia gtaduado en Medicina y se dedicé algin tiempo a la clinica; su trabajo ya habia alcanzado relevan- cia cuando sobrevino una epidemia en la capital; el Dr. Mendonea inventé un elixir contra la enfermedad; y tan excelente era el clixir que el autor gané un buen par de contos de réis. Ahora ejercia la medicina como afi- cionado, Tenfa cuanto necesitaba pata si y para su familia, La familia estaba integrada por los animales arriba citados. En Ia memorable noche en que se extravid Miss Dollar, volvia Men- donca a su casa cuando tuvo la ventura de encontrar a la fugitiva en el Rocio. La perrita empezd a seguirlo a él, advirtiendo gue el animal no tenia duefio visible, Ja Ilevd consigo a Cajzeiros. Apenas llegé a su casa, examiné a la galga cuidadosamente. Miss Doltar era realmente una joyita; tenia las formas estilizadas y graciosas de su hidalga raza; los ojos castafios y célidos parecian expresar la mds completa felicidad de este mundo, tan alegres y serenos eran. Mendonga la contemplé y examiné cuidadosamente. Leyé el distico del candado que cerraba el collar, y se convencié finalmente que era un animal muy querido por parte de quien quiera que fuese su duefio. —Si no aparece el ducio me quedaré con ella—, dijo é1 entregando Miss Dollar al muchacho encargado de los perros. El muchacho traté de darle de comer a la perrita mientras Mendonga planificaba un buen future para la nueva huésped, cuya raza debia per- petuarse en la casa. E} plan de Mendonga duré Jo que duran los suefios: el espacio de una noche. Al dia siguiente, Jeyendo los diaries, vio el aviso trascrito lineas arriba, prometiendo dascientos mil réis a quien entregase 1a perrita ex- traviada. Su pasién por los perros le dio Ja medida del dolor que debia padecer el duefio o la dueiia de Miss Dollar, ya que Jlegaba a ofrecer doscientos mil réis de gratificacién a quien devolviese a la galga. Conse- cuentemente, decidié devolverla, con enorme congoja de su corazén. Llegé a vacilar por algunos instantes; pero al final vencieron los senti- mientos de probidad y compasién, que eran el rasgo distintivo de aguella alma. Y, como si le costase despedirse del animal, todavia reciente en la casa, se dispuso a entregarlo personalmente, y para tal fin se apronté. Almorzé, y después de averiguar bien si Miss Dollar lo habia hecho tam- bién, salieron ambos de casa en direccién a Mata-Cavalos. En aquel tiempo, el Barén de Amazonas todavia no habia logrado la independencia de las repiblicas platenses mediante la victoria del Ria- chuelo, nombre con el cual més tarde la Camara Municipal designé a la Rua de Mata-Cavalos. Regia, por jo tanto, el nombre tradicional de la calle, que por lo demas no respondia a nadie especifico, La casa cuyo ntimero aparecia indicado en el aviso tenia agradable aspecto e¢ indicaba cierta opulencia por parte de quien en ella vivyia, Ya antes de que Mendonga golpease las manos en el corredor, Miss Dollar, reconeciendo el Iugar, empezé a saltar de alegria y a proferir unos soni- dos alegres y guturales que, si hubiese entre los perros literatura, debian conformar un himno de accién de gracias. Se acercé un muchachito a ver quién era; Mendonca dijo que venia a restituir la perrita perdida. Se ilumind el rostro del jovencite, que corrié @ anunciar la buena nueva. Miss Dollar aprovechando un descuido, se precipité escaleras arriba. Se disponia Mendonca a partir, cumplida como estaba su misién, cuando el muchachito regreso para decirle que subiese y aguardase en el salon. En el salén no habia nadie. Hay quienes, contando en sus residen- cias con salas elegantemente dispuestas, suelen dar a sus visitas tiempo suficiente como para que las puedan admirar, antes de ingresar en ellas para saludarlas. Es bien posible que esa fuese la costumbre de los duefios de aquella casa, pero en esa oportunidad de muy otro modo ocurrieron las cosas, ya que apenas el médico traspuso la puerta del corredor, se recosté contra el marco de otra, interior, una anciana con Miss Dollar en los brazos y Ja alegria estampada en el rostro. —Tenga usted a bien sentarse—, dijo ella sefialdndole una silla a Mendonga. Me demoré lo menos que pude— dijo el médico senténdose—. Vine a traer la perrita que estd conmigo desde ayer... —No puede imaginarse lo afligidos que estdbamos aqui en casa debide a la ausencia de Miss Dollar. . . 6 —Le aseguro que puedo imaginarlo perfectamente, sefora; yo tam- hién amo a los perros, si uno de Jos mios me faltase lo sentiria profun- damente.. . —jPerdén!— interrumpié la anciana—; Miss Dollar no es mia, cs de mi sobrina. -—jAh!... —Aqui esta ella. Mendonea se incorporé en cl preciso instante en que entraba a la sala la sobrina en cuestién. Era una muchacha que aparentaba unos yeintiocho afios, en la plenitud de su belleza; una de esas mujeres que permitian prever una vejez tard{a e imponente. El vestido de seda oscura eonferia singular realce al color inmensamente blanco de su piel. Era juvenil el vestido, lo cual aumentaba la majestad del porte y de la estatura. El corpifio descendia hasta su falda pero se adivinaba por de- bajo de la seda un hermoso tronco de marmot modelado por un escultor divino. Los cabelles castafios y naturalmente ondulados estaban peina- dos con esa simplicidad casera, que es la mejor de todas las modas cono- cidas; ornaban graciosamente su frente como una corona donada por la naturaleza. La extrema blancura de la piel no presentaba el menor matiz sonrosado que armonizara o contrastara con ¢l. La boca era pe- quefia, y tenia una cierta expresién imperativa. Pero el rasgo distintivo por excelencia de aquel rostro, lo que mas atrapaba la mirada de quien lo contemplase, eran los ojos; imaginense dos esmeraldas nadando en leche. Mendonga nunca habia visto ojos verdes en toda su vida; dijéronte que existian ojos verdes, y él sabia de memoria, a propésito de ellos, unos versos célebres de Goncalves Dias; pero hasta entonces tales ojos seguian siendo para él lo mismo que el ave fénix de Jos antiguos. Un dia conversando en ronda de amigos a propédsito de esto, afirmaba que si alguna vez encontrase un par de ojos verdes huiria de ellos con terror. — a la que no concurriese; montaba caballos de calidad, y enri- quecia con gastos extraordinarios los bolsillos de algunas damas célebres y de varios pardsitos oscuros. Usaba guantes de la letra E y botas nt- mero 36, dos cualidades de las que sc jactaba ante todos sus amigos, que no bajaban del nimero 40 y de la letra H. La presencia de ese gentil pimpollo salvaba, a juicio de Mendonga, Ia situaci6n. Mendonca queria dar esta satisfaccién al mundo, o sea, a la opinidn de los ociosos de Ja ciudad. :Pero bastaria eso para tapar Ia boca de los ociosos? ‘El Alcdzar fue, durante la segunda mitad del siglo pasado, uno de los show- clubs mds importantes y afamados de Rio de Janeiro. En é] se daban citas los ee pss adinerados de la ciudad, artistas, extravagantes, politicos y literatos. el T. 13 Margarita pavecia indifercnte a las interpretaciones de la sociedad como a la asidwidad del muchacho. ¢Serfa ella indiferente a todo lo demds en este mundo? No; amaba 2 su madre, adoraba a Miss Doliar, le gustaba la buena muisica, y leia novelas. Se vestia bien, sin sex es: tricta en cuestiones de moda; no era aficionada a los valscs; a lo sumo bailaba alguna cuadrilla en los saraos a los que era invitada. No ha- blaba mucho, pero se expresaba bien. Sus modos eran graciosos y vivaces, pero sin imposicion ni picardia. Cuando Mendonga aparecia por alli, Margarita lo reeibia con visible satisfaccién. El médico se ilusionaba siempre, a pesar de estar acos- tumbrado a semejantes manifestaciones. De hecho, a Margarita le env cantaba ja presencia del muchacho, pero no parecia concederle impor: tancia suficiente como para contentar su corazdn. Le complacia verlo como complace ver un lindo dia, sin morir de amores por el sol. No era posible soportar demasiado tiempo la situacién en la que se encontraba el médice. Cierta noche, mediante un esfuerzo del que hasta aquel momento no se hubiera considerado capaz, Mendonga dirigié a Margarita esta pregunta indiscreta: —iFue feliz con su marido? Margarita fruncid el cefho con asombro y clavd sus ojos en los del médico, que parecian prolongar tacitamente la pregunta. —Si —dijo ella al cabo de algunos instantes. Mendonca no dijo nada; no contaba con aquella respuesta. Confiaba demasiado en la intimidad que reimaba entre ambos; y queria descubrir por algtin medio la causa de ja insensibilidad de la viuda. Fallé al célculo; Margarita permanecié seria durante algun tiempo; la Wegada de dofia Antonia Ie evité a Mendonca una situacién incémoda. Poco después Margarita estaba recompuesta y la conversacién volvié a ser animada ¢ intima como siempre. La Ilegada de Jorge amplié ain mas la animacion de ia charla; dofia Antonia, con ojos y oides de madre, creia que su hijo era el muchacho mds encantador del mendo; pero Jo cierto es que no habia en la cristiandad espiritu mds frivolo. La madre se reia de todo cuanto el hijo decia; el hijo calmaba, ¢I solo, ed espacio de toda la conversacién, refiriendo anécdotas y repiticnda dichos y hechos del Aledzar. Mendonca veia todos estos aspectos del muchacha, y lo soportaba con resignacién evangélica. La entrada de Jorge, al animar la charla, aceleré el transcurso de las horas; a la diez se retird el médico, acompafiado por el hijo de dofia Antonia, que salia a cenar. Mendonca rechazé Ia invitacién que le hizo, y se despidid de él en la Rua do Conde, esquina de la do Lavradio. Esa misma noche resolvié Mendonca dar un golpe decisivo; resolvid escribirle una carta a Margarita. Si ya cra una iniciativa temeraria para quien conociese el cardcter de la vinda, con los precedentes menciona- dos, era lisa y Nanamente una locura. Sin embargo, el médica no vacilé 14 en recurrir al papel, confiando en que alli diria las cosas de mejor manera que hablando. La carta fue escrita con febril impaciencia; al dia siguiente, apenas terminado el almuerzo, Mendonca guardé la carta dentro de un volumen de George Sand, y lo envié con un mensajero a Margarita. Le viuda rompié el envolterio de papel que cubria el volumen, y puso el libro sobre la mesa de la sala; media hora después volvid y tomé el libre para leerlo. Apenas lo abrié, Ja carta cayé a sus pies. La abrié y leyé lo siguiente: Sea cuat fuere la causa de su comportamiento esquivo, to respeto, no me réebelo contra él. Pero si no me es dado rebelarme, jtampoco mte serd permitide quejarme? Habrd Ud. comprendido mi amor, del mismo ntodo que yo he comprendido su indiferencia; pero por mayor que sea esa indiferencia, esta lejos de poder cotejarse con el amor pro- finde e iimperioso que se apoderdé de mi corazén cuando ya mids lejos me creia de estas pasiones de los primeros atios. Nada le diré de los desvelos y las ldgrimas, las esperanzas y los desencantos, paginas tris- tes de este libro que el destino pone en las ntanos del hombre para que dos aimas Io lean. Todo ello ie es indiferente. No me atrevo a interrogarla sobre los motivos de su conducta evasiva en relacién a mi; zpero por qué motives se extiende esa conducta es- guiva a tantos mds que a mi? En la edad de las pasioues fervientes, ornada por el cielo con una belleza rara spor qué motivo quiere escon- derse del mundo y negar a ia naturaleza y el corazén sus incoutestables derechos? Perdéneme el atrevimiento de la pregunta; me encuentro frente a2 un enignia que mi corazon desearia descifrar. Pienso a veces que ui gran deber la atormenta, y quisiera ser el médico de su cora- zén; ambicionaba, confieso, restaurarle alguna ilusién perdida. Quiero creer que nada hay de ofensivo en esta ambicion. Si, empero, esa conducta evasiva denota tan sélo un sentimiento de orgullo legitimo, perdéneme haber osado escribirle cuando sus ojos expresamente me lo prokibieron. Deshdgase de esta carta que nada puede valerle como recuerdo ni mucho menos servirle como arma. EI tone de la misiva era decididamente reflexivo; la frase fria y medida no expresaba cl fuego del sentimiento. Sin embargo, no habra escapado al lector Ja sinceridad y la simplicidad con que Mendonga pedia una explicacién que Margarita probablemente no podia dar. Cuando Mendonea dijo a Andrade que le habla cscrito a Margarita, el amigo del médico se largé a reir a carcajadas. —Hice mal? —pregunté Mendonga. —FEchaste todo a perder. Los otros pretendicntes empezaron tam- bién con cartas; fue justamente el certificado de defuncién de sus aspi- raciones amorosas. 15 -—Paciencia, dijo Mendonga encogiendo Ios hombros con aparente resignacién—; por lo dems, me agradatia que dejaras de compararme a sus pretendientes; yo mo soy un pretendiente en el sentido que lo son ellos. — No querias casarte con ella? —Sin duda, si fuese posible —respondid Mendonca. —Pues eso cra lo que los otros querian; si pudieras te casarias y entrarias en la tranquila posesidén de lo que cupiese en herencia y que asciende a mas de cien contos ®. Si me refiero a los pretendientes, mi querido, no es para ofenderte, ya que uno de los cuatro pretendientes rechazados fui yo. —aTu? —As{i es; pero no te preocupes, no fut el primero, ni siquicra el Ultimo. —éLe escribiste? —Igual que los demas; y como ellos, no obtuve respuesta; o sea, obtuve una: gue me devolviera la carta. Por la tanta, ya que le escri- histe, espera el resto; verds si lo que te digo es 0 no exacto, Estas per- dido, Mendonga; hiciste muy mal. Andrade tenia esta costumbre de no omitir ninguno de los colores sombrios de una situacién, con el pretexto de que a los amigos se les debe siempre la verdad. Pintado el cuadro, se despidié de Mendonca y se alejd, Mendonga regresé a su casa, donde pasd la noche desyelado, CAPITULO Vil Se equivocs Andrade; la vinda respondiéd a la carta del médico. La carta de ella se limité a esta: Le perdono todo; no le perdonaré si me vuelve a escribir. Mi esqui- vez_no tiene ninguna causa; es una cuestidn de temperamento. El sentido de la carta era todavia mds lacénico que la expresién. Mendonga Ja leyé muchas veces, tratando de completarla; pero fue un esfuerzo inatil. Algo, sin embargo, no tardé él en inferir; algtin conflicto oculte era el motivo por el cual Margarita se negaba al casamiento; después infi- uid otra cosa, y era que Margarita Je perdonaria una segunda carta si él se la escribiese. La vez siguiente que Mendonca fue a Mata-Cavalos se sintié incé- modo pensando de qué modo debia dirigirse a Margarita; 1a viuda disipé su. molestia, tratandolo como si nada hubiese ocurrido. Mendonca no tuvo ocasién de aludir a las cartas debido a la presencia de dofia An- ‘Cada conto equivalia a diez mil réis. (N. del T.). 16 tonia; de todos modos no supo qué dirfa en el caso de que los dos se encontraran a solas. Dias después, Mendonga le escribid una segunda carta a la viuda y la hizo Hegar por la misma via que Ja primera. La carta le fue devuelta sin respuesta. Mendonga se arrepintié de haber desobedecido fa orden de la muchacha, y resolvié de una vez por todas, no volver mds a la casa de Mata-Cavalos. No se sentia con dnimos como para aparecer por alli, ni crefa conveniente estar junto a uma persona que amaba sin esperanza, Al cabo de un mes, no se habia disipado en él ni siquiera una par- ticula del sentimiento que nutria por Ja viuda. La amaba con idéntico ardor, La ausencia, como él habia pensado, intensificd su amor, como el viento atiza un incendio. Intitilmente leia o buscaba distraerse su- mergiéndose en la vida agitada de Rio de Janeiro; empez6é a escribir un estuclio sobre Ja teoria del oido, perc la pluma se le eéscapaba en dircc- cién al corazén, y en el escrito que resulté sc mezclaron los nervios y los sentimientos. Gozaba por entonces de notable nombradia el libro de Renan sobre la obra de Jestis; Mendonca abarroté su estudio con todos los trabajos publicados al respecto y entré a investigar profunda- mente el misterioso drama de Judea. Hize cuanto pudo para absorber su espiritu en el tema y olvidar a la esquiva Margarita; le resulté imposible. Una manana aparecié en su casa el hijo de dofia Antonia; lo traian dos motives: preguntarle por qué no habia vuclto por Mata-Cavalos y mostrarle unos pantalones nucvos. Mcndonga aprobé les pantalones, y se disculpé come pudo de su larga ausencia, diciendo que andaba suma- mente atareado. Jorge no era un alma capaz de comprender Ja verdad oculta por debajo de una palabra convencional; viendo a Mendonca suimergido en un mar de libros y folletos, le pregunté si estaba estu- diando para ser diputado. jJorge exa capaz de creer que para ser diputado habia que estudiar! —No, —respondié Mendonga. —Lo cierto es que mi prima también anda todo e] dia entre libros, y mo creo que pretenda ingresar a la Cémara. —éTu prima? Asi es. Créeme; no hace otra cosa. Se encierra en su habitacién y se pasa los dias leyendo. Informado por Jorge, Mendonga supuso que Margarita era nada me- nos que una mujer de letras, alguna modesta poeta que olvidaba el amor de los hombres en jos brazos de las musas. La suposicién, sin embargo, era gratuita e hija de ese mismo espiritu enceguecido por el amor que era el de Mendonga. Hay varias razones para leer mucho sin tener comercio con Jas musas. —Pero fijate que mi prima nunca leyé tanto; ahora se le dio por hacerlo de esa manera, —dijo Jorge sacando de Ja cigarrera un magni- 1? fico habano de tres centavos, y ofreciendo otro a Mendonga—. Prueba esto, prosiguié él, fiimalo y dime si hay alguien que venda los cigarros que vende Bernardo, Consumidos los cigarros, Jorge se despidié del médico levandose ia promesa de que éste iria a Ia casa de dofia Antonia apenas sus ocupa- ciones se lo permitiesen. Al cabo de quince dias, Mendonga, volvié a Mata-Cavalos. Encontré en Ja sala a Andrade y a dofia Antonia, que lo recibieron con vivas. Mendonca pazecia, en efecto, salir de una tumba; habia adelgazado y empalidecido. La melancolia imprimia a su rostro una expresién de mayor abatimiento. Aludid a excesos de trabajo, y se puso @ conversar alegremente como antes. Pero esa alegria, como se com- prende, era forzada. Al cabo de un cuarto de hora, la tristeza se apoderé otra vez de su rostro. Durante ese lapso, Margarita no aparecié en la sala; Mendonca, que hasta entonces no habia preguntado por ella, no sé por qué raz6n, viendo que ella no aparecia, quiso saber si estaba enferma. Dofia Antonia le respondié que Margarita estaba un poco indispuesta, La indisposicién de Margarita duré unos tres dias; era un simple dolor de cabeza, que su primo atribuyé a su excesiva dedicacién a la lectura, Al cabo de unos dias més, dofia Antonia fue sorprendida per un co- mentario de Margarita; la viuda queria pasar una temporada en el campo. —iTe disgusta la ciudad? —pregunté la buena anciana. Un poco, —respondié Margarita—-; quisiera pasar un par de meses en el campo. Dofia Antonia ne podia negar nada a lq sobrina; estuvo de acuerdo en ir al campo, y empezaron los preparatives. Mendonga se enteré del viaje estando en el Rocio, mientras por alli paseaba una noche; se lo dijo Jorge que se hallaba en camino hacia el Aledzar. Para el muchacho era una bienaventuranza aquel traslado, porque Jo libraba de Ja unica obligacion que todavia le restaba en este mundo, que era la de ir a eenar con la madre. A Mendonga no Jo sorprendié en absoluto la resolucién; cualquier decisién de Margarita empezaba a parecerle factible. Cuando volvié a su casa encontrd una nota de dofia Antonia con- cebida en estos términos: Nos vamos afuera unos meses; espero que venga a despedirse de noso- tras antes de que partamos. Salimos el stbada; yo quisiera encargarle algo. Mendonga bebié un té y se dispuso a dormir. No pudo, Quiso leer; no lo logré. Al rato, salié. Insensiblemente, dirigid sus pasos hacia Mata-Cavaios. La casa de dofia Antonia estaba cerrada y silenciosa; evi- dentemente ya estaban durmiendo. Mendonca pasé frente a ella, y se 18 detuvo junto a la verja del jardin adyacente a la casa. Desde donde se encontraba podia ver la ventana de ia habitacién de Margarita, poco elevada, y que daba al jardin. Adentro habia luz; naturalmente, Marga- rita estaba despierta. Mendonca dio algunos pasos mds; la puerta del jardin estaba abierta. Mendonca sintié que su corazén le latia con un vigor desconocido. De pronto, en su espiritu surgid una sospecha, No hay corazén crédulo que no tenga desfallecimientos de este tipo; pero, por lo demas, éserfa errdnea su sospecha? Mendonga, sin embargo, no tenia ningtin derccho a la viuda; habia sido rechazado categéricamente. Si alguna obligacién tenia cra la de la retirada y el silencio. Mendonca quiso mantenerse dentro de los limites que le habian sido asignadas; la puerta abierta de] jardin podia responder a un olvide por parte de Jos sirvientes. El] médico puso todo su empefio en pensar que todo aquello era fortuito, y haciendo un esfuerzo se alejé det lugar. Unos metros més alla se detuvo y recapacité; habia un demonio que lo empujaba a transponer aquella puerta. Mendonca volvié y entra cen precaucién. Habia dado apenas unos pasos cuando se enfrenté con Miss Doilar que empezé a ladrar; parece que Ja galga habia logrado salir de la casa sin ser advertida; Mendonga la acaricié y Ja perrita parecié reconocer al médico, porque dejé de ladrar y empezé a hacerle ficstas. En la pared del cuarto de Margarita se dibujé una sombra de mujer; era la vinda que se aproximaba a la ventana para ver a qué respondia el albo- roto. Mendonca se fundid como pudo a unos arbustos que crecian junto a Ja verja; no viendo a nadie, Margarita volvid a entrar. Transcurridos algunos minutos, Mendonca salié del lugar en que se encontraba y se dirigié hacia el lado de Ja ventana de la viuda. Miss Dollar lo acompatié. Si bien alli el jardin era mds alto, ahora no podia ver el aposento de la muchacha. La perrita, apenas Jlegaron a ese sitio, trepé dgilmente a una escalera de piedra que comunicaba el jardin con la casa; la puerta del cuarto de Margarita quedaba justamente en el corredor en el que desembocaba la escalera; la puerta estaba abierta. E] muchacho imité 2 la perrita; subid los seis peldanos de piedra lenta- mente; cuando puso el pie en el ultimo oyé a Miss Dollar que saltaba en la habitacién y venia a ladrar a la puerta como avisindole a Mar- garita que se aproximaba un extraiio. Mendonca dio un paso mds. Pero en ese momento cruz6 ef jardin un esclavo que acudia extrafiado por los ladridos de Ja perrita; el es- clave examiné el jardin, y no viendo a nadie se retiré. Margarita se acercé a la ventana y prepunté qué ocurria; el esclavo se lo explicd y la tranquiliz6 diciéndole que no habia nadie. Justamente cuando ella salia de Ja ventana aparecia en Ja puerta la figura de Mendonga. Margarita se sintiéd sacudida por un estremeci- miento nervioso; se puso mas palida de lo que ya cra; después, concen- 19 trando en Ios ojos el monto total de indignacién que puede contener un corazén, le pregunté con voz temblorosa: —¢Qué hace aqui? Fue en ese momento, y sdlo en él, que Mendonea reconocié toda la bajeza de su procedimiento, 0 para decirlo con mas exactitud, la pro- funda alucinacién de su espiritu. Le parecié ver en Margarita a la figura de su propia conciencia, reprobdndole tamafia indignidad. El pobre muchacho no traté de disculparse; su respuesta fue sencilla y verdadera, —Sé que cometi una accién infame, —dijo él— no tenia ningiin motivo para hacerlo; estaba loco; ahora me doy cuenta de la magnitud de mi mal. No le pido que me disculpe, dofia Margarita; no merezco su perdén; merezco sélo su desprecio: jadiés! —Comprendo, sefior, —dijo Margarita—; quiere persuadirme por Ja fuerza del descrédito publico cuando no puede obligarme por el co- razin. No cs de caballeros. —jOh, nol... Je juro que no fue esa mi intencién... Margarita cayé en una silla; parecia Morar. Mendonca dio un paso para entrar, ya que hasta entonces na se habia movide de la pucrta; Margarita alz6 los ojos cubiertos de Idgrimas, y con un gesto imperioso le indicé que saliese. Mendonga obedecié; ni el uno ni el otro durmicron esa noche. Am- bos se curvaban bajo el peso de [a vergiienza; pero, para honra de Men- donga, el suyo era mayor que el de ella, ya que el dolor de Ia muchacha estaba lejos de alcanzat la intensidad del remordimiento del médico. CAPITULO VIII Al dia siguiente estaba Mendonga fumando uno tras otro, los habanos reservados para las grandes ocasiones, cuando un carruaje se detnvo ante la puerta de su casa, Minutes después se apeaba de él la madre de Jorge. La visita, al médico, Ie parecié de mal agiiero. Pero apenas la anciana hubo entrado, su recelo se disipé. —Creo, —dijo dofia Antonia—, que mi cdad me permite visitar a un hombre soltero. Mendonga traté de responder a la broma con una sonrisa; pero no pudo. Invité a la buena sefora a sentarse, y se sentd él también espe- rando que ella Ie explicase los motivos de la visita. —Ayer le escribi, —dijo ella—, para que fuese a verme hoy; pre- fert venir hasta aqui, temiendo que por algin motivo no se decidiese usted ir a Mata-Cavalos. —iQuerla encargarme algo? 20 —En absoluto, —respondid la anciana sonriendo--; le hablaba de un encargo como podria haberlo hecho de cualquier otra cosa; lo que deseo es informarlo. ——¢Informarme? —iSabe quién tuvo que guardar reposo hoy? --¢Doiia Margarita? —Asi es; amanecié un poco decaida; dijo que pasé una mala noche. Yo creo que sé cudl es la razén de ello, —agregé dofa Antonia son- viendo con picardia a Mendonga. —2¥ cual Je parece que es la razén? —pregunté el médico. —Acaso no se da cuenta? —No. —Margarita lo ama. Mendonga se levantd de la silla como impulsado por un resorte, La declaracién de la tia de la viuda era tan inesperada que al muchacho le parecié estar sofando. —Lo ama —repitié dofia Antonia. —No creo, —respondié Mendonca tras un silenciso—; usted debe estar engafada. —jEngafio! dijo la anciana. Doyia Antonia te conté a Mendonca que, intrigada por las vigilias de Margarita, quiso conocer su causa y descubrid en la habitacién de la muchacha un diario de impresiones, escrito por ella, a imitacién de no sé cuantas heroinas de novelas; ahi habia leido la verdad que acababa de decirle. —éPero si me ama, —observé Mendonca, sintiendo que un mundo de esperanzas inundaba su alma— si me ama, por qué rechaza mi co- razon? —E] diario lo explica; se lo aseguro. Margarita fue infeliz en su ma- trimonio; el marido no aspiré a otra cosa que a gozar de su riqueza; Margarita tuvo Ja seguridad de que nunca seria amada por lo que ella era sino por las bienes que poseia; atribuye a Ja codicia todo amor que despierta. gSe da cuenta? Mendonga traté de poner sus reparos. ~-Es inutil que insista, —dijo dofia Antonia—, yo creo en la since- ridad de su afecta; hace ya mucho que lo percibi; ¢pero cémo con- vencer a un corazén desconfiado? —wNo lo sé —Ni yo, —dijo la anciana—, pero para eso vine hasta aqui; le rucgo que vea qué puede hacer para que mi Margarita vuelva a ser fe- liz, si es que en algo puede influir el amor que usted le tiene. —Creo que es imposible... Mendonga estuvo tentado de contar a dofia Antonia el episodio de la vispera; pero se contuvo a tiempo. al Dofia Antonia se fue poco después. La situacién de Mendonca, que por un lado se habia vuelto mds clara, por otro era mds compleja que antes. Todavia era posible intentar algo antes del episodio de la habitacién; pero tras él, Mendonga consi- deraba imposible lograr nada. La indisposicién de Margarita duré dos dias, al final de los cuales la viuda abandoné la cama y la primera cosa que hizo fue escribir a Mendonga pidiéndole que fuese a verla. A Mendong¢a la invitacién Je sorprendié profundamente y concurrié de inmediato a la casa de la muchacha. —Despucs de lo que sucedié hace tres dias, —le dijo Margarita—, cotuprendera usted que ne puedo permanecer expuesto a la maledi- cencia... Usted dice que me ama: pues bien, nuestro casamiento es inevitable. jInevitable! La palabra amargé al médico, que por lo demds no podia negarse a una medida conciliatoria. Recordaba, al mismo tiempo, que era amado; y si bien esa idea iluminaba su espiritu, otra venia a disipar ese instantaneo placer, y era la desconfianza que Margarita nutria a su. respecte, —Fstoy a sus drdenes, —respondié 4. Se sorprendié dofia Antonia de la prontitud con que se resolvid el casamiente, cuando Margarita sc lo anuncié ese mismo dia. Supuso que el muchacho habia realizado un milagro, Tiempo después neté que los novios tenfan més cara de entierro que de casamiento. Interrogé a la sobrina acerca de ello; ebtuvo una respuesta evasiva. Fue modesta y reservada la ceremonia del casamiento. Andrade oficié de padrino, dofia Antonia de madrina; Jorge Je hablé en el Aledzar a un Cura amigo suye para que celebrara la ceremonia. Dofia Antonia quiso que Ja pareja residiera con ella. Cuando Men- donga estuvo a solas con Margarita le dijo: —Me casé contigo para salvar tu reputacién; no quiero forzar por la fatalidad de las cireunstancias a un corazén que no me pertenece. Seré sélo y siempre tu amigo; hasta mafana. Salié Mendonga después de este speech, deiando a Margarita vacilante entre la opinién que tenia de él y Ja impresién que le produjeron sus recientes palabras. No habia situacién mas singular que la de estos cényuges separados por una quimera. El dia mas hermoso se convertia para ellos en un dia de desgracia y soledad; la formalidad del casamiento fue simplemente el preludio del divorcio mds completo. Menos escepticismo por parte de Margarita, mds caballerosidad por paxte del muchacho, hubieran evi- tado el desenlance sembrio de aquella comedia del corazén. Vale mds imaginar que describir las torturas de aquelia primera noche de cagados. 22 Pero aquello que el espiritu del hombre no logra derrotar, ha de ven- cerlo el tiempo, a quien cabe la razén final. El tiempo persuadié a Margarita de que su suspicacia era gratuita, y coincidiendo con é su corazén, pudo consumarse el casamiento recientemente celebrado. Andrade ignoré todo esto; cada vez que encontraba a Mendonga, lo Ilamaba Colén del amor; tenfa Andrade la mania de toda persona a quien las ideas se le ocurren trimestralmente; apenas daba con alguna mds o menos ingeniosa, la repetia hasta la saciedad. Los dos esposos son tedavia novios y prometen serlo hasta la muerte. Andrade se metiéd en la diplomacia y se perfila como uno de los luceros de nuestra representacién internacional. Jorge sigue siendo un incurable farrista; dofia Antonia se apronta para despedirse del rmundo. En cuanto a Miss Doller, causa indirecta de todos estos sucesos, un dia, al salir a Ja calle, fue atropellada por un carruaje; fallecié poco después, Margarita no pudo retener algunas légrimas por la noble perrita; el cuerpo fue enterrado en Ja quinta familiar, a la sombra de un naranjo; cubre la sepultura una lapida con esta simple inscripcién: A Miss Dottar. 23 EL SECRETO DE AUGUSTA CAPITULO 1 Son Las once de Ia mafiana, Doma Augusta Vasconcelos esta reclinada sobre un sofa, con un libro en la mano. Adelaida, su hija, deja correr los dedos por el teclado del piano. —éPapd ya se desperté? —pregunta Adclaida a su madre. —No —responde ésta, sin levantar los ojos del libro. Adelaida se incorporé y se acercé a Augusta. —Pero Mama, ya ¢s muy tarde, —dijo ella—-. Son las once. Papa duerme demasiado. Augusta dejé caer el libro sobre su regavo, y mirdndola le dijo a Adelaida: —Sucede que tu padre ayer sc acosté muy tarde. —Ya me di cuenta que nunca puedo despedirme de papé cuando me voy a acostar, Siempre estd afuera. Augusta sonrid: —Eres una campesina, —dijo ella— duermes como las gallinas. Aqui son otras las costumbres. Tu padre tiene mucho que hacer de noche. -—¢Son cuestiones de politica, mama? —pregunté Adelaida. —No lo sé —respondid Augusta. Empecé diciendo que Adelaida era hija de Augusta, y esa informa- cién, necesaria para el relato, no lo era menos en Ja vida real en que tuvo lugar el episodio que voy a narrar, porque a primcra vista nadie dirfa que quienes alli estaban eran madre ¢ hija; parectan dos herma- nas, tan joven cra la mujer de Vasconcelos. Tenia Augusta treinta afios y Adelaida quince; pero comparativa- mente la madre parecia mds joven que la hija. Conservaba la misma frescura de los quince afios, y tenia ademds lo que le faltaba a Ade- laida, que era la conciencia de la belleza y de la juventud; conciencia que seria loable si no tuviese como consecuencia una inmensa y pro- 24 funda vanidad. Su estafura era mediana pero imponente. Era muy blan- ca y sonrosada. Tenia los cabellos castafios, y los ojos garzos. Las manos largas y bien dibujadas, parecian criadas pata las caricias del amor. Augusta, sin embargo, daba a sus manos mejor destino: las calzaba en tersa cabritilla. Todos los encantos de Augusta estaban en Adclaida, pero en embridn. Se podia presentir que a los veinte afios Adelaida iba a competir con Augusta; pero por ahora habia en la nifia ciertos restes de infancia que atenuaban el realce de los atributos de que la naturaleza la habia dotado. Sin embargo, era perfectamente capaz de despertar el amor de un hombre, sobre todo si él fuese pocta, y le gustasen las virgenes de quince afios, fucluso porque era un poco pdlida, y los poetas en todas las épo- cas tuvieron siempre debilidad por las criaturas de piel desvaida. Augusta vestia con suprema elegancia; gastaba mucho, es verdad; pero aprovechaba bien los enormes egresos que realizaba, si es que a lo que hacia podia considerarselo unm aprovechamiento. Debe, empero, hacerse justicia a un hecho; Augusta ne regateaba jams; pagaba el precio que le pedian por cualquier cosa, Ponia en ello su grandeza, y creia que el procedimiento contrario era ridicule, y de baja condicién. En este punto Augusta compartia los sentimientos y servia los inte- veses de algunos mercaderes que entienden que es una deshonra hacer cualquier tipo de rebaja en el precio de sus mercaderias. El proveedor de telas de Augusta, cuando hablaba a este respecto, solia decirle: —Pedir un precio y entregar la mercaderia por otro menor, es con- fesar que se tenia la intencién de estafar al cliente. El proveedor preferia realizar la estafa sin confesarla. Otro hecho incuestionable al que cabe hacer justicia, era que Au- gusta no ahorraba esfuerzos en su afan de que Adelaida llegara a ser tan elegante como ella. No era pequefio el trabajo. Desde los cinco afios, Adelaida habia sido educada en el campo, en casa de unos parientes de Augusta, mas dados al cultivo del café que a los menesteres de la moda. Adelaida fue criada en la prdctica de tales hdbitos e ideas. Por eso, cuando Negé a la Corte 1, donde se reunié con su familia, se produjo en ella una verdadera transformacién. Pasaba de una civilizacién a otra; vivid en poco tiempo una larga serie de amos. Lo que le sirvié de mucho fue tener en su madre una excelente maestra. Adelaida sc transformé, y el dia en que comienza este relato ya era otra; todavia, sin embargo, distaba mucho de ser como Augusta. 2 Machado de Assis se refiere, maturalmente, a Rio de Janeiro, sede de Ja corte de Pedro I. CN. del T.3. 25 En el momento en que Ila madre respondia a la curiosa pregunta de su hija acerca de las ocupaciones de Vasconcelos, un carruaje se de- tuvo ante su puerta. Adelaida corrié hacia la ventana. ~~Es doiia Carlota, mama, —dijo la nifia volviendo hacia adentro—. Pocos minutos después entraba en la sala de estar la referida senora. Para dar a conocer este nuevo personaje a los lectores bastard con de- cirles que era un calco de Augusta; hetmosa como ella; elegante como ella, vanidosa como ella, Todo esto significa que eran ellas las mas afables enemigas que pue- de haber en este mundo. Carlota venia a pedirle a Augusta que fuese a cantar a su casa, donde iba a realizarse un concierto, organizado en su honor para que estrenase un magnifico vestids nuevo. Augusta, de muy buen grado, accedié al pedido. —<¢Cémo esta tu marido? —pregunté ella a Carlota. —Salié a caminar; gy el tuyo? —El mio duerme. —eCome un justo? —pregunté Carlota sonriendo maliciosamente. —Asi parece —respondiéd Augusta. En ese momento, Adelaida que a pedido de Carlota habia ido a eje- cutar un nocturno al piano, regresé junto a las dos mujeres. La amiga de Augusta le pregunté: —éMe equivoco si pienso que ya tienes algin novio en vista? La nifia se sonrojé mucho, y balbuced: —No diga eso. — (Seguro que si! O entonces estarés muy cerca del momento en que habrds de tener un novio, y yo ya profetizo que ha de ser buen mozo. . . —Es muy temprano —dijo Augusta. —jTemprano! —Si; todavia es una niffia; se casara cuando Hegue el momento, y ese dia aun esta lejos... —Ya sé, —dijo Carlota riendo—, quieres prepararla bien... Aprue- bo tus intenciones. Pero si es asi no le quites las mufiecas. —Ya se las saqué. --Entonces no te resultara facil alejar a los pretendientes. Una cosa reemplaza a la otra. Augusta sonrio, y Carlos se incorporé para salir. —eY¥a te vas? —dijo Augusta. Debo irme; adids. —Adiés, Intercambiaron besos y Carlota partié de inmediato. 26 Casi en seguida Megaron dos mandaderos: uno con vestidos y el otro con una novela; eran compras hechas en la vispera. Los vestides eran carisimos y la novela tenia este titula: Fanny, por Exnesto Feydean. CAPITULO II Hacia la una de la tarde de ese mismo dia se levanté Vasconcelos de la cama. Vasconcelos era un hombre de cuarenta aiios, bien parecido, dotado de un maravilloso par de suizas grisdceas, que le daban un aire de diplo- miético, actividad de Ia que estaba alejado por io menos unas buenas cien leguas. Tenia una cara risuefa y una actitud extrovertida: todo él res- pizaba una robusta salud. Era duefo de una considerable fortuna y no trabajaba, o sea trabajaba mucho en la destruccién de dicha fortuna, obra en la que su mujer colaboraba concienzudamente. La observacién de Adelaida era veridica; Vasconcelos se acostaba tar- de; siempre se despertaba después del mediodia; y salia al anochecer para volver a la madrugada siguiente. Quiero decir que efectuaba con regularidad cortas o breves excursiones a la casa de sus familiares. . Una sola persona tenia derecho a exigir de Vasconcelos una mayor asiduidad en su casa: era Augusta; pero ella nada le decia. No por eso se llevaban mal, porque el marido, a cambio de la tolerancia de su esposa, no le negaba nada, y todos les caprichos que ella pudiera tener eran satisfechos con prontitud. Si ocurria que Vasconcelos no podia acompafiarla a todos los bailes y paseos, se encargaha de ello un hermano de Vasconcelos, comenda- dor de dos érdenes, politico de la oposicién, excelente jugador de tre- sillo, y hombre amable en sus horas libres, que eran pocas. F] hermano Lorenzo era la que se puede lamar un hermano terrible. Obedecia a todes los deseos de Ja cufada, pero na le ahorraba, de vez en cuando, un sermén al hermano. Buena semilla que no germinaba. Desperté, pues, Vasconcelos, y desperté de buen humor. La hija se alegré mucho al verlo, y él mostré una gran afabilidad hacia la mujer, que le retribuyé del mismo modo. ——¢Por qué te despiertas tan tarde? —pregunté Adelaida acarician- do las suizas de Vasconcelos. —Porque me acuesto tarde. — iY por qué te acuestas tarde? —jEso ya es mucho preguntar! —dije Vasconcelos sonriendo. ¥ prosiguié: —Me acuesto tarde porque asi lo exigen las necesidades politicas. Ti no sabes qué es la polftica; es una cosa muy fea, pero muy necesaria. 27

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