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Como dijimos en otra parte del texto, tampoco creemos que la historia sea

teleológica y que vayamos de un punto alfa a un punto omega, como supuso


Theillard de Chardin. Ni siquiera estamos seguros de que la historia va en
realidad a algún sitio. Sin embargo, parecería claro que estas visiones del
mundo de los electores y estas actitudes frente a la vida y la política son
irreversibles y se incrementarán durante los próximos años.

SEGUNDA PARTE

LA AGONÍA DE LAS GRANDES UTOPÍAS

EL MUNDO EN EL QUE NACE EL NUEVO ELECTOR


1. La agonía de las grandes utopías y la democracia de masas

Normalmente el discurso va de lo general a lo particular. Al escribir estas


líneas lo correcto habría sido, empezar reflexionando sobre los
conceptos, que permiten descubrir leyes generales acerca de la realidad
política de nuestro continente, para luego ir a las efímeras percepciones
del mundo que viven los nuevos electores latinoamericanos. Hemos
invertido el orden de nuestra exposición para expresar, con la estructura
del texto, los valores vigentes en la mentalidad del nuevo elector. Lo
real es para ellos lo percibido individual y coyunturalmente. Lo teórico
está en un segundo plano.

En la primera parte de este texto describimos cómo perciben su vida los


nuevos electores, la relación de esas percepciones con la revolución de
las comunicaciones y sus actitudes ante la política. Vamos ahora a lo
que parece menos importante en nuestros días, el plano de las teorías
y los grandes conceptos que permitieron que nuestros mayores
descifraran el mundo. Las grandes utopías han entrado en crisis y en
medio de sus estragos, nacen nuestros nuevos electores. Desde Dios
hasta el orgasmo se conciben de manera diversa que hace cincuenta
años. Todo se ha fragmentado y los detalles de la vida cotidiana han
ocupado el espacio de los grandes conceptos. La mayoría de los
electores prefiere ver el programa del Gran Hermano, que leer un
programa de Gobierno.

Pero, como lo decía Quino, en boca de Mafalda, ellos son solo el


“continuóse” del “acabóse” que inició la generación de sus padres. Los
nuevos electores son hijos de una generación que cuestionó el mundo
de manera radical. Sus valores y visiones de la realidad surgieron
gracias a la revolución de las comunicaciones y la feminización de
Occidente, pero también porque a fines del siglo XX colapsaron muchos
valores que vertebraban la cultura occidental. Todos somos
sobrevivientes de un cataclismo conceptual. Viejos y jóvenes, vivimos
las consecuencias del ocaso del cristianismo imperial, la muerte de la
revolución socialista y la destrucción de la ética tradicional con la llegada
de lo que los hippies llamaron la Edad de Acuario. Comprendemos el
sexo, los valores y los límites de la realidad, desde una nueva óptica
que se consolidó a partir de las múltiples revoluciones de los sesenta.

En esos años, las brújulas que señalaban el norte y el sur en la mente


de los occidentales enloquecieron. Muchos conceptos que nos permitían
comprender la realidad y la política hasta la primera mitad del siglo XX,
fueron cuestionados y colapsaron finalmente con la caída del Muro de
Berlín. Este proceso se inició mucho antes, con el surgimiento del
racionalismo, el liberalismo y el individualismo, pero a fines del siglo XX
arrasó incluso con los valores que regían la vida personal de los
occidentales, que es lo que, en última instancia, nos mueve a todos los
seres humanos.

Hasta ese entonces, estuvimos habituados a ordenar las palabras y las


cosas, de acuerdo a series organizadas de conceptos excluyentes que
se ordenaban entre Dios y el Demonio, la izquierda a la derecha, la
normalidad a anormalidad y entre la Creación y el Juicio Final. Desde la
década de 1960 esos continuos teóricos fueron perdiendo sentido.
Dejaron de servir para ordenar el mundo, porque perdieron contacto
con las realidades y los comportamientos a los que querían referirse.
Todo se confundió con todo, las categorías perdieron significado.

Su consistencia lógica terminó siendo tan precaria como la de una


taxonomía citada por Jorge Luís Borges, cuando dice que "los animales
se dividen en: a) pertenecientes al emperador, b) embalsamados, c)
amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h)
incluidos en esta clasificación, i) innumerables, j) dibujados con un
pincel finísimo de pelo de camello; k) etcétera; l) que acaban de romper
el jarrón; m) que de lejos parecen moscas.”

Borges atribuye esta taxonomía a una antigua enciclopedia china


llamada "Emporio Celestial de conocimientos benévolos". Desde la
primera vez en que la leímos, citada incompleta, por Foucault en "Las
Palabras y las Cosas" nos produjo un cierto estremecimiento. ¿Cómo
admitir una taxonomía capaz de incluir en varias de sus categorías a los
mismos seres, al punto de que una de ellas comprende a todos los
pertenecientes a las demás categorías? Una mente formada en los
rigores de la lógica cartesiana no puede quedar impávida frente a un
texto como este, argumentando que quien lo escribió estaba loco.

Somos hijos de la época de las revoluciones radicales. En el fondo de


nuestros esfuerzos por analizar la realidad con rigor lógico, anida
todavía el temor a que la razón tenga límites semejantes a los de un
paradigma. Cuando se inició la agonía de las ideas apocalípticas en la
segunda mitad del siglo XX, hubo una gran ofensiva en esa línea. Se
retomaron los textos de Antonin Artaud, los revolucionarios del Mayo
francés reivindicaron a Fourier, Goffman nos explicó la coherencia
interna del mundo del manicomio, Cooper y Laing nos dejaron todavía
con más inquietudes sobre los límites de la razón. El texto de Cooper
acerca de la falta de cordura y peligrosidad de esa viejecita, que
pagando pulcramente sus impuestos en California, financiaba la compra
del naplam que se empleaba en una masacre demencial en Vietnam,
comparada con la inofensiva vida de un sujeto, que termina recluido en
un manicomio solamente porque se cree Napoleón, nos conmovía tanto
como un sugerente libro de poemas, escrito desde los laberintos de la
locura por Ronald Laing. En la época en que se cuestionaba todo,
parecía posible que incluso la locura podía ser un instrumento
revolucionario para ampliar los límites de la realidad.
Cuando se pretende clasificar a los partidos políticos de los países
latinoamericanos usando un eje que va de la izquierda a la derecha
sentimos el mismo desconcierto que frente a la taxonomía de Borges.
Muchos partidos caben en varias categorías al mismo tiempo y muchos
trabajos que tratan de analizarlos parecen más declaraciones de buena
voluntad que estudios científicos. En un continuo que va de la izquierda
a la derecha, ¿qué sitio ocupa el peronismo argentino? Si no usamos la
caja negra teórica del “populismo” en la que cabe todo, ¿podemos decir
que el peronismo es de izquierda o de derecha? ¿Para clasificarlo
debemos partir del discurso de Firmenich, del de López Rega o el de
Kirchner? ¿En dónde ubicar al APRA de Haya de la Torre? ¿Como uno
de los primeros partidos marxistas fundados en México en los albores
del siglo XX o el partido fascistoide que se enfrentó a Odría, o el APRA
light de Alan García y su guitarra de la campaña del 2001? ¿En dónde
ubicar a los movimientos indigenistas contemporáneos que tienen un
discurso de "izquierda" al mismo tiempo que defienden tesis
profundamente conservadoras? ¿Y al PRI con bases más guadalupanas
que las del PAN? Podemos seguir hasta el infinito descubriendo esas
excepciones, que se convierten en la regla cuando se usan categorías
teóricas que no corresponden a la realidad.

A partir de la década de 1960 aparecieron todo tipo de mixturas y


desórdenes lógicos, que dejaron obsoletos a muchos conceptos que
parecían más claros hasta mediados del siglo XX. Surgieron
demoniólatras que hacían alegres fiestas tocando rock; izquierdistas
que defienden el nacionalismo, la religión y la tradición de las milenarias
culturas indígenas que tanto despreciaban Marx, Engels, y Stalin;
derechistas que tratan de transformar las estructuras económicas y
políticas. Se convirtieron en héroes de las nuevas generaciones, una
serie de personajes que en otra época habrían ido a la cárcel o a la
hoguera. Ozzy Osborn fue aclamado cuando descabezaba de un
mordisco a un murciélago en un concierto de rock, Marilyn Mason ha
proclamado ser más grande que Satán, y Madonna no tuvo ningún
problema en cantar letras y protagonizar en las tablas, escenas que
habrían provocado la envidia de Safo de Lesbos. Nada de eso ha
afectado su popularidad.

Las ideologías y concepciones globales que se consolidaron en el siglo


XIX perdieron fuerza. Lo que parecía muy serio se tornó gracioso y para
la mayoría de los jóvenes contemporáneos, una “aventura a la vuelta
de la esquina” se convirtió en algo más importante que la lucha por las
grandes utopías, que nos movieron a quienes vivimos nuestra
adolescencia durante las últimas décadas del siglo XX.
En la raíz de la cultura occidental está el Cristianismo, que desde su
fundación ha esperado la llegada de un Apocalipsis final o por lo menos
de una transformación radical de todo lo existente. Ese “fin del mundo”
ha parecido siempre inminente, desde que los evangelistas escribieron
sus textos. Durante dos milenios hemos esperado el retorno del Mesías
en cualquiera de sus formas. Esa proximidad de un "fin definitivo" está
detrás de muchas de las cosas que ocurren en nuestra cultura. En el
siglo pasado, unos creyeron que llegaba la transformación "final" con el
comunismo, otros esperaban la llegada del propio Juicio Final o la
realización de otras utopías "definitivas". Actualmente, parecería que,
en la práctica, los occidentales nos hemos conformado con vivir una
existencia fugaz, en un mundo que nació hace unos pocos millones de
años y es una partícula de polvo, perdida en una minúscula galaxia de
los billones de galaxias que conforman el universo.

La agonía del cristianismo anunciada por Unamuno se ha hecho


realidad. Especialmente el Catolicismo y buena parte de las iglesias
cristianas de Occidente, han vuelto en parte a los orígenes y están más
lejos del poder, como lo estuvo el Nazareno. Van superando la vocación
imperial de la Iglesia oficial del Estado Romano. En el resto del mundo,
incluso en iglesias cristianas orientales, las cosas no evolucionan de ese
modo. Iniciamos este segundo capítulo con algunas reflexiones acerca
de las relaciones entre la religión y la política y el choque de
civilizaciones que, según algunos, podría marcar el desarrollo de la
historia en las próximas décadas.

En cuanto a lo político, ni el orden establecido ni su oposición


revolucionaria han logrado escapar a este destino. Hasta hace pocos
años, las elites se enfrentaban por ideologías y supersticiones,
movilizando multitudes poco informadas que seguían sus juegos, de
manera obediente. Los electores racionalizaban las luchas por sus
intereses y pasiones invocando principios universales en los que creían,
o que les hacían suponer que sus acciones tenían un sentido
trascendente. El mundo se dividía en buenos y malos, demócratas y
totalitarios, oscurantistas e iluminados, burgueses y proletarios. El
elector tomaba partido por uno de los bandos, según sus definiciones
de bien y mal. Actuaba invocando principios éticos.

Este eje que nos permitía ordenar la realidad política, se derrumbó


definitivamente con el Muro de Berlín. Hasta entonces la política había
sido de izquierda o derecha. Había partidos que querían estatizarlo todo,
cantaban La Internacional, fueron los primeros partidarios de la
globalización cuando predicaron un internacionalismo proletario que nos
llevaría a una humanidad unificada, sin fronteras nacionales, sin
diferencias de clases o culturas,no creían en la democracia, negaban la
vigencia universal de los derechos humanos como una degeneración
burguesa, rechazaban discutir los temas de género o de las diversidades
sexuales. Se enfrentaban a otros, que defendían el libre mercado, la
democracia, la diversidad, los derechos humanos, se preocupaban por
la ecología, los derechos de las mujeres, de las minorías de todo
raciales, culturales, sexuales, y de todo orden. El mundo se dividía entre
“comunistas”, “capitalistas” y algunos híbridos de los dos bandos, que
decían que buscaban una tercera vía, invocando la doctrina social de la
Iglesia Católica o el “Socialismo Democrático”.

Esta dicotomía se derrumbó en la última década del siglo XX. El


socialismo "real" se acabó cuando la gente que habitaba en esos países,
se dio cuenta de que esa forma de organizar la economía le había
llevado a la miseria. Con el desarrollo de las comunicaciones los
habitantes de los países socialistas, vieron cómo vivían los occidentales
y ansiaron imitarlos. En una entrevista con Ake Wedinn, el ideólogo de
la política progresista de Olaf Palme hacia América Latina, le oímos
decir, a principios de los ochenta, que el Muro de Berlín no se había
construido para evitar que los proletarios, esclavizados por el
capitalismo de Alemania Occidental, fuguen a la libertad socialista, sino
para evitar que escapen a Occidente los obreros que vivían en el paraíso
de los trabajadores, ansiosos de convertirse en obreros explotados. Los
países liberales derrotaron a los marxistas a fines del siglo XX, gracias
a la rebelión de sus propios pueblos que buscaban más comodidad y
menos socialismo. Esas gentes no querían vivir en un paraíso de
trabajadores, sino simplemente en países en que se trabaje lo menos
posible y se dé rienda suelta al placer y al ocio.

La mayoría de los políticos, periodistas y personas cultivadas, de edad


avanzada, no pueden pensar el mundo de la política si no lo ordenan de
acuerdo a esas categorías. Normalmente el tema es más teórico que
real. Cuando los presidentes de izquierda ejercen el poder de manera
“sensata” terminan haciendo lo mismo que los de derecha. Sin embargo,
para las elites políticas, el debate entre la izquierda y la derecha tiene
una gran importancia. Para los nuevos electores es enteramente
irrelevante.

La crisis de este esquema tuvo relación con otras revoluciones que se


dieron en los países capitalistas avanzados a partir de los años sesenta
y que, en los últimos años, han cambiado la raíz a los electores
latinoamericanos, aunque su vigencia en nuestros países no ha tenido
que ver con una lucha política. Esos temas han transformado la vida de
nuestros jóvenes en una serie de aspectos que son para ellos muy
importantes, pero que están fuera de la agenda de la mayoría de los
políticos de la vieja generación. La gran revolución de lo sesentas giró
en torno a la revolución sexual, los derechos civiles de las minorías, la
paz, la ecología, y tuvo como gran herramienta de difusión al rock.

Los padres de los actuales jóvenes, apolíticos y poco ideológicos,


vivieron una época en la que se cuestionó el mundo desde todos los
ángulos. Durante algunos años, los anarquistas españoles publicaron la
revista “El Viejo Topo”. Con su nombre aludían a la frase de alguno de
los pioneros del anarquismo, que afirmó que los libertarios se
diferenciaban de los marxistas en que no pretendían tomar el estado
para instaurar una “dictadura del proletariado”. Su objetivo era corroer
las bases de los pilares que mantenían en pie al orden establecido, como
un viejo topo rompe los cimientos de una casa de madera, sin necesidad
de salir siquiera a la luz.

Algo de eso pasó con estas “otras revoluciones”. El mundo en que viven
los nuevos electores no habría sido imaginable sin que se quiebren los
pilares que sostenían los antiguos valores. La segregación racial, el
machismo, la admiración por el uso de la fuerza, se han mitigado de
manera notable. Hace tres décadas habría sido imposible pensar que
exista un barrio como el de Chueca en Madrid, que las mujeres tengan
el papel protagónico que tienen el la sociedad de occidente o que
Almodóvar reciba premios por sus películas en vez de ir a la cárcel. En
este capítulo pasamos revista a algunos aspectos de esas revoluciones.

En definitiva, el nuevo elector ve su vida como la ve, gracias a la


revolución tecnológica, pero también como fruto de esta crisis de
valores. Los niños se socializan en una familia distinta, los jóvenes
electores tienen valores efímeros, son hedonistas, crecientemente
individualistas, gracias a esas conmociones. La feminización de la
sociedad, elemento central en todo nuestro análisis, partió de la difusión
de la píldora anticonceptiva, pero se consolidó con las revoluciones de
los sesenta. Nunca más la actitud de los occidentales volverá a ser la de
antes frente al sexo, la pareja, los derechos de las minorías, el padre,
la autoridad, las drogas, los límites de la realidad. Las revoluciones de
esos años dejaron una huella imborrable y forjaron la sociedad en que
vive el nuevo elector. La posición de la gente frente a la vida se hizo
menos solemne y más hedonista.
Pasamos de la época en que esperábamos el fin de los tiempos leyendo
a San Juan o a Carlos Marx, a otra en la que nos parece más divertido
ver la “Guerra de las Galaxias”, que esperar el desastre final. La Odisea
ya no es un texto de lectura obligatoria en los colegios. Casi ni leer es
muy obligatorio. En la sociedad de las imágenes y los símbolos, más
interesantes que el Apocalipsis y la Mitología griega son los nuevos
mitos creados por Hollywood. Harry Potter es más conocido que los
demonios con varias cabezas que describió San Juan, como mensajeros
del Juicio Final. Tal vez estos mitos intrascendentes sean más humanos
y menos tremendistas que las grandes utopías que conmovieron
nuestros años mozos. Las viejas leyendas llevaban a la flagelación y las
penitencias de los ascetas. Los revolucionarios y quienes les reprimían
derramaban sangre en guerras brutales. Los nazis producían el
holocausto judío. Los comunistas fusilaban disidentes. Los mitos
actuales parecen más sanos. Conducen simplemente a comer palomitas
de maíz en un cine en que la gente se divierte.

2. Religión y poder

Samuel Huntington, uno de los pensadores más interesantes de la


política contemporánea, plantea en uno de sus libros que una vez superada la
Guerra Fría, hemos llegado a una nueva etapa de la Historia en la que viviremos el enfrentamiento de las
grandes civilizaciones.
La cosmovisión racionalista de Occidente enfrentaría una
resurrección de lo religioso y a la emergencia de un mundo plural de
enfrentamientos entre civilizaciones con raíz en lo religioso: China, que
estaría recuperando su identidad a partir del confucionismo, el Japón y
la India con el nuevo florecimiento del budismo, la civilización ortodoxa
eslava, lo que el llama la civilización latinoamericana y, sobre todo, el
Islam. Estos serían los nuevos contradictores de Occidente.

El trabajo de Huntington, publicado en 1996, cobró protagonismo


cuando, pocos años después de su publicación, un grupo de terroristas
islámicos destruyó el World Trade Center de Nueva York y atacó al
Pentágono el 11 de Septiembre del 2002. Osama Ben Laden apareció
como un actor protagónico de la política mundial. Las posteriores
invasiones de Estados Unidos a Irak y Afganistán, y el continuo
enfrentamiento entre islámicos y occidentales en diversas partes del
mundo dieron más actualidad a las hipótesis de Huntington. El propio
presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, habló de una nueva
“cruzada” cuando justificó su invasión a Afganistán dando la sensación
de que la historia había retrocedido nueve siglos.
El tema de las relaciones de la religión con la política tiene aristas que
debemos revisar desde una perspectiva muy amplia, por su impacto en
el mundo en que nacen nuestros nuevos electores. La versión
guerrerista del cristianismo instaurada por los romanos hizo crisis al
mismo tiempo que otros grandes paradigmas a fines del siglo XX. En
algunos casos, la religiosidad de los electores latinoamericanos
contemporáneos, se mantiene como un sentimiento intenso, en la
devoción por algunas advocaciones de la Virgen María, como la de
Guadalupe en México o la de Luján en Argentina. Sus emociones sin
embargo son distintas de las de antaño. No estarían dispuestos a ir a
una guerra por sus creencias. El cristianismo actual se parece más al
budismo, al taoísmo y a otras religiones orientales, que ingresan en
occidente a la sombra de lo que suelen llamar las religiones de la “Nueva
era”. Decenas de libros y productos sobre la aromaterapia, el Feng Shui
y otras costumbres orientales se difunden corroyendo más la unidad
religiosa de nuestra cultura.

De otra parte, el siglo XXI se inicia con la irrupción del Islam y su


enfrentamiento con Occidente. Nuestros electores ven todos los días
atentados, manifestaciones violentas, se enteran de que a millones de
otros seres humanos les está prohibido dibujar siquiera la imagen de
sus dioses. En algunos casos, esto produce una reacción defensiva y
países occidentales del norte eligen Presidentes dispuestos a dar la
“guerra al terrorismo” en todos los frentes. La invasión de Afganistán, y
de Irak, la poca o nula información de los latinoamericanos acerca del
tema islámico, el retroceso de los derechos en Estados Unidos y la
existencia de lacras como la cárcel de Guantánamo, provoca una ola
antinorteamericana como nunca antes se había dado en el continente.

En la raíz de todos estos problemas entre la religión y la política, está la


relación que tuvieron los grandes fundadores de las religiones con el
poder. La crisis del cristianismo, la expansión de las religiones orientales
en nuestra cultura y el auge del Islam, son elementos que impactan e
nuestros electores y que es necesario entender en el contexto de ese
derrumbe de las utopías y las visiones apocalípticas de la vida que han
transformado el mundo en que vive el nuevo elector latinoamericano.

De alguna manera podemos definir al ser humano como un simio


religioso. La necesidad de dar algún sentido a la vida, y sobre todo la
angustia por encontrar algún sentido a la muerte, hace que sintamos la
necesidad de creer en seres y explicaciones que están más allá de
nuestra experiencia vital. En la primera parte de este texto, hablamos
sobre el tema desde el mundo individual de los electores pero más allá
de la importancia de lo místico a nivel individual, para muchos grupos
humanos, las religiones han sido un elemento importante de identidad.
No cabe pensar en el conflicto entre irlandeses e ingleses sin mencionar
el enfrentamiento entre el catolicismo y el anglicanismo y es difícil
entender el mundo en el que se desarrolla el nuevo elector sin decir
algo acerca del enfrentamiento de Occidente con el Islam.

La relación de los fundadores de las grandes religiones con el poder,


han determinado, en buena parte, la historia de sus seguidores. Nos
referimos por eso brevemente, a las biografías de los grandes iniciados.
Al hacerlo tenemos que anotar que las relaciones de lo religioso con el
poder no deben interpretarse únicamente a partir de la historia y la
experiencia de la religión judía y sus dos grandes derivaciones, el
Cristianismo y el Islam , sino desde una perspectiva más amplia.

e. Las religiones orientales


Las innovaciones en la comunicación, han marcado los grandes hitos de
la historia de la especie. Cada vez que los seres humanos se pudieron
comunicar de una nueva manera, cambiaron sus relaciones con los
dioses y con sus semejantes. Una de las primeras grandes revoluciones
consistió en la posibilidad de escribir.
Quinientos años antes de Cristo, se habían consolidado dos sistemas de
escritura, que permitieron conservar el pensamiento de los fundadores
de tres grandes corrientes religiosas. En China, la escritura ideográfica,
permitió conservar las enseñanzas de Lao Tse y Confucio. En la India,
fue la escritura silábica pali, la que permitió conservar el pensamiento
del Buda. En el Medio Oriente la religión judía, apareció con el desarrollo
del alfabeto arameo, el más antiguo del mundo y padre de todos los
demás alfabetos. Las ceremonias de esta religión se desarrollaron en
torno al Libro, que es lo que significa la palabra Biblia. El cristianismo
conservó sus verdades en textos escritos en griego, un arameo
evolucionado que incorporó a las vocales, que no existían en el alfabeto
original. Las enseñanzas de Mahoma se escribieron en “aleyas”, una
especie de poemas, que fueron recopilados en el Corán, cuando murió
el Profeta. Las tres religiones monoteístas, veneraron el libro, la sagrada
escritura.
Casi todas las grandes religiones tienen su origen cuando, en las
respectivas culturas, se consolidaron sistemas de escritura después de
un largo proceso iniciado siglos atrás, cuando distintos grupos humanos
superaron la escritura pictográfica que servía para dibujar seres físicos,
y la reemplazaron por grafías que permitían conservar ideas,
reproducirlas y discutir sobre ellas.
Es probable que en otras culturas hayan existido profetas que
elaboraron mensajes tan interesantes como los de estos fundadores de
las grandes religiones, pero en la medida en que no pudieron ser
escritas, se perdieron en pocas décadas. Es imposible conservar este
tipo de conocimientos en el largo plazo por la simple tradición oral.
Muchas veces nos hemos preguntado si, por ejemplo, Qetzacoatl no
habrá sido un iluminado cuyas ideas se perdieron solamente por haber
nacido en una cultura con una escritura poco desarrollada.
En todo caso, cinco siglos antes del advenimiento de Cristo nacieron
tres grandes corrientes religiosas que mantienen su vigencia en buena
parte del extremo Oriente: el Taoísmo, el Confucionismo y el Budismo.
Las religiones asiáticas no son fáciles de comprender desde la
perspectiva judeo - cristiana. Lao Tse, Confucio y Buda no pretendieron
ser dioses, profetas, o portadores del mensaje de un Dios que estaba
interesado en organizar una religión. A pesar de los elementos míticos
que se incluyen en sus biografías todos ellos dijeron que eran
simplemente hombres, considerados sabios por la gente de su tiempo,
que llegaron a un grado especial de conocimiento gracias a su propio
esfuerzo. Más que religiones, en el sentido monoteísta del término,
estos profetas predicaron filosofías fuertemente cargadas de elementos
éticos y respetaron las supersticiones locales que tenían que ver con el
culto de los antepasados y con religiones animistas que existían y
existen en diversos países asiáticos.

Las religiones orientales no tienen los elementos que parecen


indispensables para que exista una fe, concebida desde la perspectiva
judeo - cristiana: la historia de una humanidad que surge de una sola
pareja primigenia, que comete un “pecado original” y que debe ser
redimida por obra de una encarnación de Dios o gracias al mensaje de
un vocero suyo. En realidad, el choque más grave de la teología cristiana
con el evolucionismo no estuvo en la idea de que el hombre y la mujer
vengan del mono. Dios pudo haber empleado la evolución como
herramienta para su obra, en vez del barro del que habla la Biblia. El
gran problema para la religión es la monogénesis: para que tenga
sentido la redención es necesario que toda la humanidad descienda de
una sola pareja primigenia que pecó. Si eso no es así, no tiene sentido
una teología que se basa en la necesidad de pagar por el pecado
cometido aun con la sangre del propio hijo de Dios. Porque se cometió
el pecado original y para redimirlo, es que Cristo se encarna y adquiere
sentido su sacrificio. Si se prueba que no fue una pareja de homínidos
la que se hizo humana sino que diversos grupos de primates llegaron a
convertirse en humanos, no existe un momento en el que Adán y Eva
puedan haber cometido el pecado original.

Lao Tse

Lao Tse, el fundador del Taoísmo, es el autor del Tao Te King uno de
los libros más interesantes que se hayan producido entre los fundadores
de una cosmovisión religiosa. La leyenda dice que la gestación de Lao
Tse duró 72 años y que cuando nació tenía ya el cabello blanco, la piel
arrugada y unas orejas enormes. Su nombre significa "Viejo Sabio". Lao
Tse nació en Hunan y fue, por un tiempo, consejero en la Corte Chou
en medio de conflictos con sus miembros. Su actitud crítica y
saludablemente cínica hacia el poder le trajo problemas. Después de
recorrer otras cortes, imbuido de un sereno escepticismo respecto de
las pequeñeces propias del poder, escribió el Tao Te King, antes de
desaparecer en tierras de los "incivilizados" mongoles.

El Tao Te King no es el libro apocalíptico de un profeta, sino un poema


a la vida, a las contradicciones del universo, a la serenidad, una reflexión
sobre el poder de alguien que habiendo sido consejero de varias Cortes,
llegó a tener una visión profunda y serena de sus vicios, alejada de los
juegos cortesanos, una recopilación de ideas acerca de la ética y la
estética. En sus páginas no se encuentra una mitología con personajes
exóticos, ni leyendas acerca de dioses que rivalizan entre ellos, o
intervienen en la vida de los hombres como en las mitologías de otras
latitudes.

Lao Tse trata de encontrar fórmulas para que los seres humanos
puedan alcanzar una vida plena. Su tema recurrente es la esencia
contradictoria de las cosas. Según Lao Tse, ningún elemento es tan
poderoso y destructivo como el agua, porque ella es suave, se amolda
y sabe pasar inadvertida. El fuego, el viento, las rocas, aunque parecen
más fuertes, no pueden derrumbar una montaña como lo hace el agua.
La fuerza y la intolerancia son enemigas de la vida y engendran un
poder frágil. Cuando las ramas de un árbol han muerto son rígidas e
inflexibles y se rompen fácilmente. Cuando están vivas en cambio,
pueden mecerse con el viento y resisten a las tormentas. La rigidez y la
inflexibilidad conducen a la destrucción porque son señales de la
muerte. Lo mismo ocurre con el poder. Los que gobiernan con rigidez,
terminan rompiéndose como la mayoría de los déspotas de la historia.
El verdadero poder sabe ser flexible y mecerse con la brisa sin permitir
su propia destrucción.
En el Tao Te King, lo más próximo a la mención de un Dios como el de
Occidente, es la alusión a un Tao inasible y del que no cabe hablar, una
sensación de lo divino que se parece más a esos temores difusos de
algunos relatos de Lovecraft, que a las historias antropomorfas que
hablan de Dios en otras religiones. De alguna manera, Lao Tse tiene
hacia ese Tao, la misma posición que Wittgenstein proclamaría
veinticinco siglos más tarde en el Tractatus Logicus Philosophicus:
tentado de hablar de Dios, lo único que cabe es callar. El místico chino
dice: "el Tao que puede nombrarse no es el Tao eterno". Lo eterno es
indescriptible e impronunciable.

Lao Tse conoció el poder por dentro, pero no fue un gobernante ni un


líder militar. Por eso el Tao Te King es una reflexión severa acerca del
poder, que se hace desde una cierta "exterioridad". El Viejo Sabio vivió
por dentro todas las pequeñas estupideces y egolatrías que mueven a
muchos poderosos. En su texto se respira un sano cinismo acerca las
miserias que frecuentemente manchan las sábanas de los grandes de
la historia y que en muchos casos, en sus biografías oficiales, se
esconden en idealismos y necesidades ideológicas. En su compleja
concepción de la realidad, Lao Tse privilegia la inacción sobre el
activismo e incita a la contemplación, a la negación de la violencia y de
la vanidad.

Lao Tse comprendió que el verdadero poder se ejerce con discreción. El


exhibicionismo y la prepotencia son para él síntomas de la debilidad y
la mediocridad de un soberano. Las caravanas de carros con vidrios
polarizados y sirenas con que algunos funcionarios fastidian a los demás
en muchos de nuestros países, habrían causado una sonrisa de
desprecio del Viejo Sabio. En uno de sus textos dice: “El mejor
gobernante es aquel de cuya existencia, la gente apenas se entera.
Después, viene aquel al que se le ama y alaba. A continuación aquel al
que se teme. Por último, aquel al que se desprecia y desafía. El hombre
sabio pasa desapercibido y sabe ahorrar las palabras.” (Tao 17)

La historia que le tocó vivir fue muy violenta. Mientras los asesoraba,
diversos reyes lucharon violentamente para expandir su hegemonía. La
guerra ha sido siempre un evento estúpido, pero en la antigüedad era
todavía más cruel que en el tiempo contemporáneo.

Lao Tse creía que las armas y las guerras son nocivas y que el Rey que
gana una guerra, no debe ufanarse por su éxito, sino que debe sentir
vergüenza por haber sido incapaz de evitar el conflicto. “Quien sabe
guiar al Gobernante por el sendero del Tao no intenta dominar el mundo
mediante la fuerza de las armas. Está en la naturaleza de las armas de
los militares volverse en contra de quienes las manejan. Donde
acampan los ejércitos solamente crecen zarzas y espinas. A una guerra
inevitablemente le suceden malos años. Cuando has alcanzado tu
propósito no debes exhibir tu triunfo, ni jactarte de tu capacidad, ni
sentirte orgulloso; más bien debes lamentarte por no haber sido capaz
de impedir la guerra. No debes pensar nunca en conquistar a los demás
por la fuerza. La excesiva ambición es el comienzo de la propia
destrucción.” (Tao 30)

Quienes han vivido en las entrañas del poder, saben cuan volubles son
los sentimientos de los poderosos, y cuantas equivocaciones comenten
los gobernantes desorientados por los adulos de los cortesanos. En
política, los enemigos y los amigos, no lo son para siempre. El adversario
de hoy es, con frecuencia, el aliado de mañana y fácilmente los hombres
de confianza se convierten en enemigos. El poder nubla los ojos de los
líderes y la ambición les lleva, con frecuencia, al fracaso. El Tao Te King
dice: “Las palabras sinceras no son agradables, las palabras agradables
no son sinceras. Las buenas personas no son conflictivas, las conflictivas
no son buenas personas. El sabio no toma las cosas para acaparar.
Cuanto más vive por los demás, más plena es su vida. La ley del sabio
es cumplir su deber, no luchar en contra de nadie.” (Tao 81)

Para apreciar en su justa medida el valor de las ideas de Lao Tse,


debemos recordar que vivió en una época de violencia y absolutismo en
la que los abusos de los reyes y los ejércitos no tenían límite. Su
pensamiento produjo una gran conmoción en su época y fue la base de
una religión que mantiene vigencia en Asia, ha conseguido adeptos en
Occidente y está en la base de la cultura china. El Tao Te King está
escrito con la profundidad y la sencillez característica de la poesía china
que, con frases breves y aparentemente inocentes, es capaz de
transmitir mensajes de una enorme complejidad.

Confucio

Por la misma época, en el año 551 a.c., nació otro de los grandes
fundadores de las religiones de Oriente, Kung Fu Tse, cuya
occidentalización del nombre es Confucio. Era otro “Tse”, un hombre
sabio, no un profeta o un hijo de Dios. Lao Tse trabajó durante un
tiempo como director de los archivos imperiales de la dinastía Zhou, a
los que concurrió Confucio tratando de estudiar la historia y las
tradiciones chinas. Dice la tradición que Lao Tse salió a recibir a
Confucio montado en un buey y que, al encontrarse, Confucio le regaló
un bellísimo ganso.

Nacido en un hogar humilde, Kung, fue funcionario del estado de Lu. A


pesar de que fue respetado y famoso, tuvo la influencia que
ambicionaba en el Gobierno de su estado natal y peregrinó durante
trece años de una corte a otra, tratando de que algún soberano le
escuche y ponga en práctica sus ideas acerca de la sociedad y la ética.

A diferencia de las iglesias cristianas, los templos erigidos en honor a


Confucio no son lugares en los que sus seguidores se reúnen para
rendirle culto, sino edificios públicos diseñados para celebrar ciertas
ceremonias, entre las cuales está el cumpleaños del filósofo. Varios
intentos para divinizar a Confucio y ganar prosélitos por esa vía han
fracasado debido a la naturaleza secular de su filosofía.

Confucio no creó, propiamente, una nueva religión, sino que sistematizó


y escribió los conocimientos y las costumbres que habían existido en su
país desde tiempos inmemoriales. Como hombre de mentalidad
tradicional que era, sacralizó una cultura que se distingue por la
solemnidad de sus ceremonias y puso énfasis en el rescate de los
preceptos morales de los tiempos antiguos. Escribió las tradiciones
chinas, las organizó, desarrolló y formó con ellas la columna vertebral
de la cultura de ese país.

En ese entonces no se habían desarrollado todos los dialectos que hoy


existen en China, pero sí la escritura ideográfica que se usa hasta
nuestros días. La caligrafía no era tan hermosa como la actual, porque
los chinos empezaron a usar pinceles para escribir tres siglos más tarde,
pero se usaban ya alrededor de dos mil caracteres, con los que se
escribieron los nueve grande libros. Con los años se desarrollaron los
dialectos que hoy se hablan en ese enorme país y actualmente, aunque
la mayoría de los chinos no entiende el dialecto dominante (mandarín),
todos pueden leer los textos de Confucio, porque la escritura ideográfica
no tiene que ver con sonidos sino con ideas. De esta manera, los libros
que Confucio recopiló y los que escribió, han sido los documentos
fundadores de la cultura china, que la han unificado a lo largo de dos
mil quinientos años.

Kung creía que la China de su tiempo vivía un proceso de degeneración


y decadencia, tanto política como ética. Desde su punto de vista, las
nuevas generaciones no conservaban las buenas costumbres y el país
se disolvía por el desorden. Angustiado por la crisis de los modelos
morales tradicionales, llegó a la conclusión de que el único remedio para
que China volviera a su antiguo esplendor era recuperar y difundir en la
población los principios y artes de los sabios de la antigüedad. Confucio
cultivó los clásicos de la literatura y la música chinas, que en aquella
época habían llegado a tener solamente funciones ceremoniales o
religiosas, y eran conocidos solamente por pequeñas elites. Ayudado
por sus discípulos, recopiló, sistematizó, y difundió ese acervo cultural.

En su visión, la gente común no era capaz de encontrar por sí misma


vías de superación que le permitan llevar una vida plena y solamente se
podía regenerar gracias al ejemplo de príncipes que se volvieran
superiores por el estudio y el cultivo de las virtudes. "Lo que quiere el
sabio, lo busca en sí mismo; el vulgo, lo busca en los demás." Impulsado
por esta idea pasó buena parte de su vida buscando al Príncipe Ideal y
elucubrando acerca de cómo debían comportarse los Gobernantes para
llegar a una sociedad mejor.

Su elitismo no tenía que ver con la idea de que los seres humanos
seamos intrínsecamente desiguales. En su pensamiento todos los
hombres nacemos iguales, pero la educación y el esfuerzo que
realizamos a lo largo de nuestra vida nos llevan a diferenciarnos. El
príncipe no es superior porque es príncipe, sino que puede llegar a serlo
si se convierte en Sabio. La diferencia, por tanto, es adquirida: "La
naturaleza hace que los hombres nos parezcamos unos a otros y nos
juntemos; la educación hace que seamos diferentes y que nos
alejemos."

Se dice que a los 50 años Confucio fue ministro de Justicia en Lu y que


trató de implantar una justicia que permitiera la superación de la
sociedad. Su trabajo no fue bien visto por cortesanos envidiosos. En el
año 496 a.C. dejó su cargo y viajó por otras cortes chinas tratando de
encontrar un príncipe que quisiera seguir sus consejos. Al cabo de una
década de infructuosa búsqueda, volvió a Lu y se dedicó a pensar y a
trabajar sobre antiguos textos chinos hasta su muerte. Decepcionado
de su periplo, acabó refugiándose en la enseñanza y reuniendo a su
alrededor a numerosos discípulos, con los que recogió y sistematizó los
grandes textos de la tradición china.

Los principios del confucionismo están compilados en nueve libros


transmitidos por el maestro y sus seguidores, que pueden dividirse en
dos grupos: los Cinco Libros Clásicos y los Cuatro Libros.
Los primeros son recopilaciones de antiguos conocimientos que están
en la raíz de la cultura china. El primero es el I Ching (Libro de las
mutaciones), bastante conocido en Occidente, un manual de adivinación
de antes del siglo XI a.C. cuyo contenido filosófico, fue escrito por
Confucio y sus discípulos. Los otros, poco conocidos fuera de China son
el Shu Ching, una colección de documentos históricos, el Shih Ching,
una antología de poemas antiguos, el Li Ching un libro acerca de las
ceremonias que deben observarse en los actos públicos y privados y
finalmente el Chunqiu, la única obra recopilada personalmente por el
propio Confucio, que contiene una crónica de la China feudal de sus
tiempos. Los textos confucianos se complementan con los Cuatro Libros,
compilaciones de las enseñanzas de Confucio, con comentarios de
algunos de sus seguidores, especialmente de Mencio.

La clave de la ética confuciana es el jen, que significa “intuición


humana”, “amor”, “bondad”. La clave del éxito en las relaciones
humanas, es la fidelidad a uno mismo y a los demás, y el altruismo, que
se expresa en el principio central del confucionismo: "No hagas a los
otros lo que no quieras que te hagan a ti".

Otros valores importantes de esta filosofía son la honradez, la decencia,


la integridad y la devoción filial. Confucio hizo hincapié en el respeto a
la autoridad y la armonía social. Llamó la atención sobre la necesidad
de una educación que cultivase las habilidades y fortaleciese las
cualidades personales necesarias para servir a otros. La familia ocupa
un lugar central en su pensamiento, por la importancia que otorga
Confucio a la piedad filial, al respeto fraternal y al culto a los
antepasados.

En el plano político, Confucio creía en un gobierno paternalista, con un


soberano benévolo y honorable, que reine sobre súbditos respetuosos
y obedientes. En su criterio, es el estadista quien debe cultivar la
perfección moral para dar ejemplo a la gente. Esta concepción vertical
de la autoridad y de la vida está en la base de la cultura de este país
sometido a una férrea dictadura, que se desarrolla gracias a la economía
de mercado.
Al igual que en el Tao Te King, en los libros de Confucio no encontramos
mitologías con leyendas acerca de Dioses, ni de seres sobrenaturales.
No son textos teológicos en el sentido cristiano del término. Lejos de la
mística y de las creencias religiosas, el confucionismo es una filosofía
práctica, un sistema de pensamiento orientado hacia la vida y destinado
al perfeccionamiento de uno mismo. El objetivo, en último término, no
es la "salvación en otra vida", sino la sabiduría y el auto conocimiento
que pueden hacer mejor la vida actual.
El confucionismo fue declarado religión oficial del Estado chino en el año
136 a.c. y conservó ese estatus hasta la revolución encabezada por Sun
Yat Zen, que estableció la República en 1912. A pesar de ser la religión
oficial del país más poblado del mundo durante más de dos mil años, el
Confucionismo no ha sido una religión organizada con una iglesia y un
clero formales. Los eruditos chinos alabaron a Confucio como un gran
maestro, pero nunca lo adoraron como a un dios. Él mismo nunca dijo
tener ningún atributo sobrehumano, ni una relación especial con alguna
divinidad. De hecho, tenía poco aprecio por la religión de sus días a la
que consideraba más bien una superstición. Según la tradición, cuando
en una ocasión se le preguntó si creía en Dios, su respuesta fue:
"Prefiero no hablar sobre ese tema". Siendo el confucionismo una
“religión atea”, ha podido convivir más fácilmente, los últimos sesenta
años, con una versión local del marxismo como ideología hegemónica
del país. El Confucionismo ha sido el pilar de la cultura China y ha fijado
los modelos de vida y los valores del país, y ha dado la base a las teorías
políticas e instituciones del país.

En sus textos, Confucio está más interesado en el comportamiento


humano que en la teología. Su enseñanza giraba centralmente en torno
a una ética social. Confucio participó de la vida cortesana, fue Consejero
de Príncipes, pero tuvo frecuentes conflictos con ellos. Su obra es una
mezcla de “El Príncipe” de Maquiavelo, un texto de ética, y un esfuerzo
de rescate de las costumbres tradicionales chinas. En lo que es la
reflexión central de estas líneas, su caso es semejante al de Lao Tse.
Confucio fue un hombre vinculado al poder, decepcionado de su práctica
concreta. Su diferencia está en que nunca perdió la fe en la posibilidad
de que su país mejore gracias a la acción de un "príncipe sabio".
El Buda
En la misma época vivió Gautama Siddaharta, hijo del Rey y heredero
del trono de los Sakyas, que nació el 563 AC y murió a los sesenta y
cuatro años. Desde sus primeros años, los que le rodeaban creyeron
que sería alguien excepcional y le dieron el nombre de Sakyamuni, el
"Sabio de los Sakyas". Estamos pues, ante otro "hombre sabio".
Sakyamuni vivió una niñez y juventud artificiales en las que su padre
no quiso que conociera los aspectos negativos de la vida. Se casó con
una prima, tuvo un hijo y una vida feliz. Sin embargo, en sucesivas
fugas del palacio en el que vivía, tomó contacto con la enfermedad, la
vejez y la muerte. Angustiado, quiso encontrar la causa y la solución
para estos males y abandonó la corte y su familia para dedicarse a un
estricto ascetismo que devolviera un sentido a su vida.
Después de seis años de mortificaciones, que lo convirtieron en un
esquelético y maloliente asceta, una campesina le ofreció unas gotas de
leche. Sakyamuni, que ya se había percatado de lo inútil del ascetismo
las aceptó y se dedicó a la meditación. Encontró que el camino a la
felicidad estaba en el justo medio, entre el vértigo de los placeres y el
ascetismo. Por definición, su doctrina es reacia a los extremismos y
busca los equilibrios, el "justo medio" sobre el que predicó el resto de
su vida.
En una experiencia de meditación, a orillas del río Neranjara cuando
tenía 35 años, Sakyamuni logró comprender el sentido de la vida y se
convirtió en "Buda", “El Iluminado". En el sermón de Benarés, expuso
las Cuatro Nobles Verdades que son el eje de su doctrina. La primera
es que la vida es sufrimiento. "El nacimiento es sufrimiento, la vejez es
sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento,
asociarse con lo que no se quiere es sufrimiento, separarse de lo que
se quiere es sufrimiento, no alcanzar lo que se desea es sufrimiento."
La segunda: la raíz del sufrimiento es el anhelo de lo que no se tiene.
Cuando una persona tiene apego a algo o a alguien y lo pierde o no lo
llega a poseer, sufre por causa de ese apego. Los sufrimientos que
experimentamos se deben al apego que tenemos hacia los objetos y las
personas. La tercera Noble Verdad tiene que ver con la posibilidad de
terminar con el sufrimiento. Buda plantea para eso las ocho vías: Recto
Entendimiento, Recto Pensamiento, Recto Lenguaje, Recta Acción,
Recta Vida, Recto Esfuerzo, Recta Atención Completa y Recta
Concentración.
Sakyamuni fue un Príncipe que se alejó del poder. Nació heredero del
Trono de los Sakyas, pero después de ponerse en contacto con eventos
más profundos y por tanto más cotidianos de la vida, no quiso saber
nada de ejercer una autoridad política. La enfermedad, la vejez y la
muerte son fantasmas que acechan nuestra existencia desde los
primeros años, y se convierten en una realidad amarga que nos inunda
según pasan los años. Mueren nuestros antepasados, mueren los
amigos, mueren los que admiramos y la muerte se va instalando poco
a poco en nuestra recámara. Gautama se conmovió ante estos
problemas, cuando tenía una edad que era relativamente avanzada para
las expectativas de vida de esa época. El hecho de que el Budismo
arranque de angustias tan universales, ha permitido que tenga impacto
en la cultura occidental de estos años.
Buda nunca intentó ser un líder militar o rey conquistador. Predicó una
filosofía de la vida pacifista, contemplativa, parecida en lo esencial al
taoísmo. De hecho, cuando su hijo Narugmara lo buscó para pedirle que
le cediera los derechos al trono de los Sakyas, quedó tan impresionado
con las enseñanzas de su padre que también se convirtió en uno de sus
discípulos y pasó el resto de su vida como monje mendicante. Según
leyendas, no compartidas por todos los budistas, su propio padre, el
rey, abdicó para convertirse también en monje mendicante. En lo que
nos interesa, todos estos textos y leyendas acerca de Buda y los suyos
nos dicen que El Iluminado tuvo una actitud de rechazo al poder.
En la práctica los budistas han desarrollado técnicas de meditación y
sobre todo de respiración, que les permiten tener experiencias vitales
intensas gracias a la sobre oxigenación del cerebro. Los jóvenes
actuales viven sensaciones semejantes en los bares de las grandes
ciudades en los que se puede aspirar oxigeno purificado con olores
especiales. Llegan al Nirvana sin más sacrificio que pagar su tarjeta de
crédito a fin de mes.
Buda vivió entre el norte de la India y en Nepal, y predicó en idioma
pali. Este idioma tiene sus propias grafías que corresponden a sílabas.
Escribirlas en cueros de animales era violento para los budistas, que no
podían matarlos y aunque podían escribir, no podían hacerlo fácilmente.
Algunos monjes descubrieron que en una isla lejana, Sri Lanka, existía
una especie de papiro, hecho con hojas de palmera, en los que podían
escribir sus textos, y se trasladaron a ese país que fue la base de la
expansión del budismo que alcanzó a gran parte de Asia.

Al igual que lo predicado por los otros fundadores de las religiones


orientales, el pensamiento de Buda no fue excluyente de otras
creencias. No tuvo elementos raciales, ni que identificaran a su doctrina
con un territorio determinado. Los budistas no son un “pueblo escogido”
ni tienen una tierra prometida, ni creen ser dueños de una verdad única.
El budismo es una filosofía de la renunciación y se asemeja al taoísmo
en cuanto a su posición frente al poder. No es una doctrina concebida
por alguien que quería el poder. No ve las cosas desde los ojos de un
líder guerrero que pretendía expandir su doctrina dominando a otros
sino, que busca la perfección espiritual a la que todo ser humano puede
llegar mediante una vida “correcta”.
Los seguidores del Buda se dividieron en una serie de grupos, se
adaptaron a distintos países y se agruparon en muchas escuelas a las
que sería largo referirse.
El budismo, al igual que las otras grandes corrientes religiosas de
Oriente, coexiste con las creencias locales. En el Japón, una de las
ramas más espirituales del budismo, el Zen, coexiste con el Shintoismo,
religión animista que supone la existencia de "kamis", espíritus o fuerzas
que se encuentran en los objetos, una especie de "dioses" a los que se
venera al mismo tiempo que al Buda.
La mentalidad oriental no supone la existencia de "verdades"
excluyentes al estilo de las que existen en las culturas monoteístas. Para
ellos no hay un Dios por el que se puede matar al resto de la humanidad.
Su concepción de que existen verdades paralelas es, a veces, difícil de
entender para quienes nacimos en Occidente, acostumbrados a la idea
de un Dios único que lleva a la salvación y a verdades unívocas que se
contraponen a "falsedades" absolutas.

El taoísmo, el confucionismo y el budismo han convivido entre sí y con


otra serie de creencias de distintas zonas de Asia. Contemporáneamente
han compartido el espacio con el marxismo en China, en donde,
además, se ha implantado una economía de libre mercado sin que a los
chinos, todo esto les parezca contradictorio. En Vietnam los budistas del
Viet Cong lucharon junto con los comunistas hasta expulsar a los
norteamericanos, respaldaron la instauración de un gobierno
brutalmente autoritario como fueron en el pasado las monarquías Nam.
El país ha conservando el ceremonial marxista – leninista, al mismo
tiempo que ha impuesto una de las economías más liberales del mundo.
En el Japón, la población es mayoritariamente budista y al mismo
tiempo sintoísta. Eso no impide que usen para determinados momentos
de la vida ritos católicos.

La inquietud de los monoteístas que tienden a buscar verdades


absolutas y excluyentes no existe en esas culturas. Alguna vez tuvimos
la oportunidad de conversar sobre estos temas con el Ministro de
Educación de Nepal, el Príncipe Ratna.Los Nepaleses creen que su Rey
es una encarnación de Dios. Para quienes nos hemos formado en los
rigores de la lógica cartesiana era interesante saber si el príncipe
heredero, al ser coronado, se transformaba en Dios o si su naturaleza
divina era anterior a la coronación. Su respuesta fue clara: “el Rey es la
encarnación de Vishnú, el príncipe no lo es, pero nunca nada se
transforma en nada. El rey es Dios y el príncipe no lo es”. Cuando le
insistimos en que si el príncipe no es Dios el día de hoy y mañana, al
ser coronado, pasa a ser Dios, se tiene que dar necesariamente una
trasformación dijo: “con esa limitada lógica cartesiana los occidentales
nunca podrán comprender las culturas orientales. Ustedes están muy
inquietos en saber si las cosas son o no son y si se causan unas a otras.
Se angustian por explicarlo todo por causalidades lineales. Es una lógica
demasiado simplona para entender la complejidad del universo, que es
mucho más grande”.
Lao Tse, Confucio, Buda no son para sus seguidores, seres
sobrenaturales, ni portavoces de un ser racional sobrenatural, que les
envía mensajes o les revela verdades. Los tres fueron hombres sabios
que llegaron a una serie de conclusiones para que la vida humana sea
más plena. No tenían ningún contacto con un “Dios verdadero” que les
hablaba o inspiraba, ni fueron elegidos por nadie para ser profetas.
Paralelamente, a estas tres grandes religiones existe una multitud de
dioses que se parecen más a los santos y a las advocaciones religiosas
del Cristianismo, que al Dios occidental. De hecho, en el inglés que se
habla en el subcontinente indio no se refieren a un God Vishnú o God
Shiva, sino a Lord Vishnú o Lord Shiva. Son señores sobrenaturales que
tienen poderes geográficamente limitados, que pueden ser válidos para
una persona o un grupo de personas y no para otras, incluso dentro de
una misma comunidad, pero que merecen el respeto de todos, incluso
de quienes no los veneran.
En las culturas politeístas la verdad no es unívoca sino alternativa. Usted
puede ser un poco más budista o un poco menos budista en la medida
en que mezcle las ideas de Sakyamuni con otras, pero no por eso esta
fuera o dentro de la verdad. Probablemente, el mejor representante de
este pensamiento es el del XIV Dalai Lama del Tíbet. Tengsing Gyatso
es una encarnación de Avalokiteshvara, el Buda de la Compasión, y por
lo tanto, una especie de Dios Viviente, que sin embargo venera a
algunos dioses que él ha escogido como sus favoritos, consulta con las
fuerzas cósmicas por intermedio de oráculos y siendo la cabeza de una
de las ramas importantes del budismo dice que su existencia como Dalai
Lama tampoco es imprescindible. En uno de sus últimos textos afirma
que los tibetanos pudieron practicar el budismo hasta el siglo XIII sin
Dalai Lamas. Si resuelven en un plebiscito que no quieren más Dalai
Lamas él estará de acuerdo con que desaparezca la institución. Este
relativismo frente a la verdad de alguien que es la encarnación de un
Buda, es absolutamente impensable en las religiones monoteístas. A
ningún Papa Católico se le ocurriría decir que, si en una consulta popular
la gente decide que acabe la Iglesia, aceptaría muy suelto de huesos,
irse a su casa.
Cuando el Dalai Lama explica la invasión del Tibet por parte de la China
comunista, emplea la lógica multicausal propia de los orientales. Dice
en uno de sus textos: “nos preguntamos si nuestro karma colectivo nos
habrá llevado a esta confrontación con China, que se convirtió en un
desastre. Como siempre, en el budismo hay que distinguir las causas de
las circunstancias. Las causas principales de esta agresión y de tantos
sufrimientos las tenemos que buscar también en vidas anteriores y no
necesariamente entre los tibetanos. Puede ser incluso que estén en
otros planetas de otras galaxias. Todo está relacionado con todo.
Ningún acontecimiento puede ser considerado como algo aislado sin
conexión con todo lo demás. Esa cadena ilimitada de causas y efectos
es casi imposible de desenmarañar, pero existe”.
Todo esto no significa que por tener una concepción equívoca de la
verdad y ser politeístas, los orientales hayan vivido una historia pacífica,
respetando los derechos humanos, las libertades individuales y demás
virtudes que algunos occidentales atribuyen a esas culturas. La crueldad
de sus gobernantes y el poco respeto a las libertades ha sido algo
común, desde el origen del Imperio chino, hasta la vigencia de las
actuales monarquías absolutas de Buthan, Corea del Norte, Nepal, o
Vietnam. Esos valores, que algunos intelectuales de Occidente
atribuyen, míticamente, a esas sociedades, son hijos del racionalismo
occidental al que nos referiremos más adelante. Ni las minorías, ni las
mujeres, ni la ecología, han sido respetadas por los regímenes
autoritarios. Los oradores de Hide Park Corner serían ejecutados
inmediatamente, por sus pintorescas locuras, en Pekín, ciudad Ho Chi
Mihn o Teherán. Fuera de Occidente es más peligroso ser original y
pensar por sí mismo. El respeto a esas excentricidades solo puede darse
en una cultura individualista como la nuestra.

f. Las religiones monoteístas


El judaísmo
La concepción monoteísta surgió en el seno de tribus semitas nómadas
que vivieron en el Mediterráneo oriental por el año 1300 a.c., aceptaban
a Yahvé como su único Dios y rechazaban la validez de cualquier otra
creencia religiosa. Unos mil años antes de Cristo, se asentaron en
Canaán y formaron una nación unida por un Rey.
Los semitas hicieron uno de los aportes más grandes a la historia de las
comunicaciones: inventaron el primer alfabeto. Con anterioridad y en
otras culturas, habían existido sistemas de escritura pictóricos, que
dibujaban la realidad, pictográficos, que combinaban símbolos que
correspondían a cosas existentes para conformar mensajes más
complejos, y escrituras ideográficas, combinaciones de símbolos
pictográficos que significaban ideas.
El chino se escribe con ideogramas. Los chinos, cuando quieren escribir
"voz", dibujan el símbolo de la boca y el símbolo de vapor. Esa
asociación representa la idea de voz. Cuando quieren escribir la idea
de felicidad, dibujan el símbolo de una mujer y el de un niño: el
nacimiento se asocia a la idea de felicidad. La caligrafía china es un
verdadero arte que dibuja símbolos que corresponden a ideas, que al
ser leídos por personas que hablan diversos idiomas o dialectos,
“suenan” distinto aunque significan lo mismo. Eso es lo típico de la
escritura ideográfica. Los occidentales también usamos en nuestra
escritura algunos ideogramas que nos pueden ayudar a entender el
concepto. Se trata de los números. El 1 significa una unidad, el 2 dos,
el 3 tres y así sucesivamente. De suyo, tienen origen en que el 1 es una
línea, el 2 está constituido por dos líneas conectadas por una oblicua y
el 3 por tres por líneas horizontales. Cuando aparece en un texto el 2,
si usted habla español dice dos, si inglés two, si alemán zwei y así
sucesivamente. El símbolo representa un concepto, que todos
entienden, más allá de cómo lo pronuncien en diversas lenguas. El
problema de la escritura ideográfica es que su aprendizaje es lento y
costoso. Se necesita memorizar miles de símbolos para poder leer textos
escritos con ese sistema. Si usted no pertenece a una elite con los
recursos y el tiempo necesario para estudiarlos, no puede aprender a
leer.
Los semitas fueron los primeros en crear un alfabeto. Concibieron
símbolos que correspondían a sonidos, con los que podían escribir
cualquier cosa. El reducido número de símbolos que conformaban el
alfabeto permitió que la escritura se difundiera, y que muchas personas
pudieran escribir sus ideas, leer las de otras personas y crear nuevas
ideas. Aprender entre veinte y treinta letras era relativamente sencillo
comparado con las dificultades que supone aprender a leer en un
sistema ideográfico. El alfabeto puso la cultura al alcance de mucha
gente y descifrar los textos dejó de ser un privilegio de sacerdotes e
iniciados. Se puso al alcance de gente común.
El alfabeto semita, compuesto originalmente solo por consonantes,
evolucionó hacia otros alfabetos, como el griego, que fue el primero que
conoció las vocales. Los griegos dieron ese enorme aporte al desarrollo
de la escritura, trabajando en papiros que se producían en una ciudad
situada al norte de Siria, Biblos, y por eso terminaron llamando Biblias
a los libros.
Los semitas fundaron su religión íntimamente ligada al desarrollo de la
escritura. Un grupo importante de ellos, encabezado por Moisés, salió
de Egipto en busca de una “Tierra prometida” por su Dios y cuando se
dirigían a Filistina, la tierra de los Filisteos, recibieron del propio Yahvé,
los Diez Mandamientos y los cinco libros iniciales de la Biblia, atribuidos
legendariamente a Moisés. La Biblia fue el centro de su religión,
estructurada en torno a la palabra revelada por Dios y perennizada
gracias a esos primeros alfabetos. Dios y la Palabra fueron una sola
cosa. Las religiones de origen semita, veneran al libro en sus diversas
versiones: la Biblia, los Evangelios, el Corán. Sus textos han sido leídos
y reproducidos millones de veces por los herederos de esa tradición
religiosa. Los sacerdotes han sido siempre los "entendidos" que podían
interpretar esos textos sagrados. En sus ceremonias religiosas, el libro
está presente como fuente de autoridad y se leen una y mil veces textos
que, aunque los oficiantes los saben de memoria, deben ser releídos
ritualmente en un libro físico, en homenaje a la fascinación que causó
el invento de la escritura fonográfica entre los semitas.
Según la leyenda, Moisés no logró llegar a la tierra prometida, pero
Josué le reemplazó y conquistó Canaán. Hay evidencia histórica de que
en el siglo X a.C., el Rey David fundó una dinastía entre los judíos y su
hijo, el rey Salomón construyó un Templo en el que guardó el Arca de
la Alianza, una Caja Sagrada construida de acuerdo a las instrucciones
dadas por Dios. El Arca de la Alianza era un cofre de madera de acacia
negra, revestido por dentro y por fuera con láminas de oro puro. Medía
1,31 cm. de largo por 0,78 cm. de alto y ancho. El Arca, a la que se
atribuían poderes mágicos, fue depositaria de los textos sagrados que
se siguieron produciendo, escritos por profetas inspirados por Dios.
Los judíos fundaron una religión diversa a las de otras culturas, que
también puso las bases de las otras dos grandes religiones monoteístas:
el Cristianismo y el Islam.
Mediante la palabra revelada por Dios, los judíos supieron con exactitud
que día y hora Dios creó el mundo: fue 3760 años antes del inicio de la
era cristiana. Hasta la actualidad el calendario judío cuenta sus días a
partir del día de la creación. El Génesis describe como lo hizo, en el
transcurso de la mañana y de la tarde de seis días, al cabo de los cuales
descansó. Eso ocurrió un día sábado. Los creyentes de esta religión
descansan también el sábado y lo dedican, en parte, a reflexionar sobre
su religión y a leer una y otra vez ese libro inspirado por Dios, que
contiene "La Verdad" acerca de todo: la Biblia.
La obra divina culminó con la creación del hombre y la mujer que
vivieron, inicialmente, una vida feliz en el Paraíso. Como correspondía
al machismo propio de la época, la mujer fue la causante de una
tragedia: tentó al hombre para que comiera frutos de un árbol prohibido
por Dios, lo que les valió ser expulsados del Edén. Ellos y sus
descendientes quedaron condenados al sufrimiento hasta que un Mesías
pueda lavarlos de su “pecado original” para ser dignos de presentarse
ante el Único Dios, que volvería, al fin de los tiempos, para celebrar un
“Juicio Final” en el que condenaría a los pecadores al tormento eterno
y premiaría a los justos con la felicidad eterna.
Durante los siguientes mil años aparecieron diversos profetas con
mensajes que pretendían preparar a la gente para ese fin del mundo
que parecía inminente. Seiscientos años antes de Cristo,
Nabucodonosor destruyó el Templo de Salomón y muchos creyeron que
ese era el signo de que el fin de los tiempos había llegado. No ocurrió
así. Cincuenta años después se reconstruyó el Templo, aunque el Arca
de la Alianza se perdió.
La historia de los judíos es una saga de permanente éxodo y
sufrimiento. En su mitología está siempre presente la idea de que el
mundo va a terminar muy pronto, de que el Dios de la Biblia se apiadará
de su pueblo y perseguirá a sus enemigos. Cien años después del inicio
de la era cristiana, los romanos arrasaron Israel. No volvió a existir un
Estado hebreo hasta que después de la Primera Guerra Mundial, los
ingleses entregaron a los judíos algunos territorios, que se
incrementaron después de la Segunda Guerra y constituyen ahora el
Estado de Israel.
Señalemos en este punto algunos de los elementos que diferencian a
los monoteístas de las demás religiones en cuanto a las relaciones entre
la fe y el poder.
Las religiones monoteístas creen que existe un Dios omnipotente, único,
con una personalidad antropomorfa, que se comunica con los seres
humanos y les revela verdades que, de otra manera, ellos no podrían
conocer. Creen que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y
que, por tanto, hay un parecido importante entre los humanos y el
Creador. Para ellas, la verdad de las escrituras está sobre cualquier otra,
porque es fruto de la revelación de quien todo lo conoce. Si los seres
humanos llegan a conceptos que la contradicen, sus descubrimientos
son simplemente falsos. Existe una sola verdad y todo lo que la
contradiga es mentira.
El Dios de los judíos es, además, un ser con pasiones, que se resiente
con los seres humanos a partir del pecado original, se irrita y sufre por
la suerte del pueblo escogido, vigila lo que hacen las gentes en su vida
cotidiana y toma nota detenida de todo, para condenarlos o salvarlos el
día del Juicio Final. Tanto el judaísmo, como el Islam, como el
Cristianismo, creen que hay que temer a Dios y soportar las desgracias
que nos acontecen a lo largo de la vida, porque son pruebas que nos
hace el ser Supremo para probar nuestra lealtad. Dios es un ser que
vigila y castiga, que se ofende personalmente si cualquier humano hace
una travesura. Tiene la psicología parecida a la de los líderes de las
tribus nómadas de esos tiempos, que se creían dueños de la vida de
todos sus vasallos. Esa noción de Dios es extraña para otras culturas
cuyos dioses no solo que permiten, sino que comparten los placeres de
los hombres.
La religión judía tiene como fundador a Moisés, un líder que encabezó
una sublevación política y fundó un Estado, en un territorio
determinado, escogido por un Dios que tiene una preferencia político –
militar por el pueblo judío. Persigue a sus enemigos, ayuda a sus tropas
en la batalla, es capaz de detener la rotación del sol en torno a la tierra,
cuando la luz favorece a las tropas de los justos.
Los libros de los profetas de la Biblia se escriben para consolidar el poder
de algunos reyes judíos y tienen directa vinculación con la política. A
veces son aterradores por su culto a la crueldad y al atropello de los
diversos. Cuando el Rey David, uno de los profetas más importantes del
Antiguo Testamento, pide la mano de la hija de Saúl, lleva como
obsequio, los prepucios de cientos de filisteos, a los que asesinó para
celebrar la fecha. Un evento de este tipo habría horrorizado a cualquiera
de los fundadores de las religiones orientales de los que hablamos
antes. Ninguno de sus textos exalta la violencia ni la guerra.
Otra característica de las religiones monoteístas es su territorialidad. “La
Tierra Prometida” es un espacio físico concreto en el que se construye
el Templo de Jerusalén y en el que viven los escogidos. La geografía del
mundo se divide en la tierra habitada por los creyentes y la tierra
perteneciente a los “gentiles”. En su tierra, el pueblo escogido debe
reproducirse para enfrentar a sus enemigos, que son también enemigos
de Dios. Por esta causa, la sexualidad y la reproducción ocupan un lugar
central en su mitología. Dios está preocupado por todo lo que tiene que
ver con el sexo. Está en su interés que se reproduzcan los buenos y
sean menos los malos.
Hay la tendencia a buscar verdades únicas y definitivas. Los monoteístas
creen en una sola verdad y en distintas etapas de su historia han
mantenido guerras feroces con los que no creen en su Dios, porque son
personas que “viven en el error".
Esta visión del mundo está detrás de la ortodoxia y la violencia con la
que los judíos viven el conflicto del Medio Oriente. No son colonos que
tratan de establecerse en un país, sino un pueblo escogido, que cumple
con mandatos concretos de un Dios, y no hay derechos humanos que
valgan frente a las órdenes de un Dios Guerrero.
El Islam
A diferencia de los demás fundadores religiosos, que en unos casos
fueron simplemente "sabios", y en otros “profetas” que hablaban
inspirados por un Ser Supremo, Mahoma es el único que dijo ser
portavoz de Dios en el sentido literal de la palabra. Dios en persona
hablaba por su boca.

Mahoma nació y creció en medio de algunas tribus litólatras que


recorrían la península arábiga y creían que la Tierra era plana. Cuando
caía una piedra del cielo suponían que era un don de Dios que debía ser
venerado. No tenían nociones de astronomía, ni entendían el
funcionamiento de los cuerpos celestes. En algún momento cayó en el
desierto un aerolito de gran tamaño al que prestaron una reverencia
especial. Hicieron un cubo para protegerlo, al que llamaron La Kaaba,
que está ahora en la gran mezquita de La Meca, el lugar más sagrado
del Islam. De hecho, esta sociedad, se formó físicamente en torno a la
veneración del aerolito.

Ningún islámico puede entrar a los cielos si, teniendo posibilidades de


hacerlo, no realiza al menos una vez en su vida una peregrinación a ese
sitio y da siete vueltas alrededor de la Kaaba, tres de ellas dando saltos
y cuatro corriendo.

A partir de que empezó a ejercer de profeta, Mahoma sufría trances


místicos en los que recitaba textos que Dios expresaba a través de su
voz, en forma de versos (aleyas) que en la primera etapa tenían una
rima perfecta y eran fáciles de memorizar. El Corán está constituido por
114 azoras o capítulos, ordenados desde el más extenso hasta el más
corto. Cada azora contiene entre 280 y 5 aleyas. Las aleyas fueron
memorizadas por los discípulos del Profeta y después escritas y
recopiladas en un libro que se llamó El Corán, por orden de su último
suegro, Abu Bahkar, que le sucedió a su muerte, a la cabeza de la
comunidad de creyentes (muslims) con el título de Califa.

Los textos del Corán no son “inspirados” por Dios como los hebreos,
sino que fueron pronunciados directamente por el creador del universo,
que usó la voz de Mahoma para comunicarlos. Por eso los musulmanes
dicen que el Corán es uno, eterno e increado: sus textos son lectura de
un libro que existe en el cielo, y que fue leído por Dios a través de la
boca del Profeta.

Cuando cumplió cuarenta años, Mahoma empezó a predicar en La Meca


y dictó las primeras azoras, que fueron memorizadas por sus discípulos.
Inicialmente, tuvo poco éxito político y los líderes de las tribus de esa
zona lo hostilizaron hasta que él y sus seguidores tuvieron que huir a la
ciudad de Medina en el año 622 de la era cristiana. Ese día del éxodo
Medina, al que llaman la Hégira, es el día cero del calendario musulmán.

En Medina, Mahoma logró acuerdos con algunas tribus que profesaban


la religión judía y otras que acogieron su doctrina y se convirtieron en
“creyentes” (muslim en idioma árabe), con los que tomó el poder de la
ciudad. Las revelaciones divinas siguieron produciéndose y cuando
Mahoma era ya un Rey Guerrero que conquistó toda la península
arábiga, fue un tercio del Corán, constituido por azoras menos refinadas
en lo literario, pero con claros mensajes políticos.

El Islam se asienta en la tradición judía. El Dios de la Biblia, que castigó


originalmente a Adán y Eva, organizará, al final de los tiempos, un Juicio
Final para el que hay que prepararse. Es Yahvé, cuyo nombre arabizado
es Alá, quién escogió a Mahoma como su profeta, para preparar la
llegada del fin de los tiempos y el deber de los creyentes es difundir su
mensaje, dentro de una visión lineal de la historia en la que ellos
convertirán a los demás seres humanos al Islam o los exterminarán para
que Dios pueda descender en un mundo habitado por justos.

En la tradición islámica no tienen importancia las identidades nacionales


ni las étnicas. Desde que se incorporaron al Islam, incluso culturas con
el peso y la tradición de la egipcia tuvieron que fundirse en un conjunto
homogéneo, identificado con el Islam y la cultura árabe. Nada de lo que
ocurrió antes de la Hégira tiene importancia. Los estudios acerca de la
cultura egipcia, sus tumbas o los intentos de restaurar milenarias
estatuas del Buda en Afganistán han sido iniciativas occidentales, que
han chocado con la frialdad o la agresividad de los islámicos. El régimen
Talibán de Afganistán dinamitó estatuas milenarias del Buda, porque
representaban una figura humana que según sus creencias no debe
pintarse ni esculpirse.

El Islam divide el tiempo entre el pasado inútil y la verdadera Historia


que se inicia con la Hégira. Geográficamente, el mundo se divide con la
misma visión maniquea: existen dos geografías, la una, la Casa del
Islam (dar al Islam) en donde viven los creyentes y prevalece la ley
sagrada del Islam, y lo la Casa de la Guerra (dar al Harb) que es el resto
del mundo, habitado y gobernado por infieles. Se presume que la Casa
del Islam se extenderá hasta acabar con la Casa de la Guerra, gracias a
una Guerra Santa (Yidda) permanente librada por los justos en contra
de los infieles. Lo que los occidentales ven como una alianza
internacional de islámicos, árabes sauditas, marroquíes, filipinos,
afganos, dirigidos por Osama Ben Laden carece de sentido desde el
punto de vista del Islam. Los creyentes son eso: creyentes. No importa
lugar o la cultura en los que nacen.

Por lo demás, muchos de los países árabes actuales son invento de


Occidente, para repartirse territorios a partir de la caída del Imperio
Otomano. Para los islámicos, lo que existe es la división entre los
creyentes y los infieles. Cuando Ben Laden dice que el Presidente
Norteamericano es el Faraón, no usa un recurso literario, sino que
describe la realidad política desde su óptica. El antiguo Faraón de
Egipto, los reyes de los “francos” como llaman los árabes a todos los
europeos y Estados Unidos son una misma cosa. Son la Casa de la
Guerra gobernada por Satanás y sus aliados, que deberá ser derrotada
antes del Juicio Final.
La historia de la salvación es un camino sin retorno. Se puede y se debe
convertir a los infieles al Islam. En cambio no es posible que un islámico
abandone la verdadera fe. Si lo hace debe morir. No es posible
retroceder en el plan de Dios y los fieles de otras religiones, que habitan
en países islámicos, están absolutamente prohibidos de predicar sus
creencias entre quienes están ya en la verdad.

Lo mismo ocurre con los territorios. No se puede ceder ni un centímetro


de la Casa del Islam a los infieles. La tenacidad con que los islámicos
defendieron la Tierra Santa frente a las Cruzadas y la tenacidad con que
se enfrentan a Israel, tiene que ver con este principio religioso: Palestina
y Jerusalén fueron parte de la tierra liberada para Dios y la posición
ortodoxa islámica tiene que ser la de botar a los judíos al mar.

Los absurdos del conflicto en esa zona tienen que ver con que los judíos
tienen una visión parecida de la religión y la política. Para ellos, Israel
es la tierra que les entregó Dios y Jerusalén la ciudad en donde está el
Templo de Salomón. No pueden negociar esa tierra con los musulmanes
ni con nadie. Hay dos pueblos que se creen dueños de un mismo
territorio, que no están dispuestos a compartir, en nombre del mismo
Dios de la Biblia.

El Corán tiene diversas versiones. Mahoma se casó originalmente con


Jáchira, una mujer rica que le doblaba en edad, con la que tuvo varios
hijos de los que solamente sobrevivió una mujer: Fátima. En esa cultura
sólo los hombres podían gobernar y a su muerte asumió el liderazgo del
Islam, su suegro Abu Bahkar, padre de su esposa preferida, Asin, con
la que no tuvo ningún hijo. El primer Califa dispuso que se recopilaran
la azoras y con esa recopilación se editó la primera versión oficial de El
Corán. Esta recopilación fue rechazada por los partidarios de la familia
del Profeta, que defendían que los únicos líderes legítimos eran los hijos
de Fátima, Hassan y Hussein. Según ellos, Abu Bahkar omitió en su
versión del Corán dos azoras en las que Dios había dispuesto privilegios
para la familia de Mahoma. El Corán Shiíta tiene por eso dos azoras más
que El Corán Sunita, aunque coincide en todo lo demás.

En los orígenes del Islam tenemos entonces dos elementos que lo


diferencian de las demás religiones. Una palabra divina directamente
revelada por Dios, cuyos contenidos son la verdad absoluta, y un profeta
que al mismo tiempo fue un Rey con intereses políticos, que pretendía
gobernar la tierra.

La cultura islámica se ha mantenido cerrada a otras influencias. En el


año 2002 se tradujeron al árabe 330 libros. Desde el siglo noveno hasta
nuestros días, se han traducido en total, a ese idioma, cien mil títulos,
la misma cantidad que España traduce al castellano, desde otras
lenguas, en un solo año. Buena parte de la población de esos países es
analfabeta y sus eruditos dedican más tiempo a la lectura e
interpretación de los confusos textos del Corán que al trabajo científico.

La fusión del liderazgo político con el liderazgo religioso, iniciada con la


propia biografía de Mahoma, hace que la concepción occidental de la
democracia con partidos y parlamentos elegidos por el pueblo sea
extraña en esta cultura.

Cuando Osama Ben Laden habla sobre el atentado del pasado 11 de


septiembre lo justifica por la “humillación y desgracia” que ha sufrido el
Islam por más de ochenta años” refiriéndose a la derrota del imperio
Otomano en la Primera Guerra Mundial y el comienzo del desembarco
judío en Palestina. No hay ni turcos, ni árabes sauditas, ni palestinos. El
Bien fue atacado por el Mal.

Desde el punto de vista de los islámicos, vivimos permanentemente una


guerra entre creyentes e infieles, en la que todo se justifica con tal de
servir a Dios. Desde la perspectiva occidental, el conflicto actual con
ellos, no se ve como una lucha por la hegemonía de la religión cristiana
sobre los infieles, sino que tiene otra dimensión.

Los conflictos de Occidente con el Islam tienden a radicalizarse. La


globalización hace que todo o que se hace en un sitio tenga rápidos
efectos en cualquier otra parte de la tierra. Cuando en el pasado se
dibujó a Mahoma o se hicieron grabados aludiendo a la historia islámica
en occidente, ningún muslim se percató de la desobediencia de estos
occidentales, a la ley sagrada de que no se puede representar al Profeta
de ninguna manera. Cuando ahora un periódico occidental publica
caricaturas irreverentes, provoca una crisis mundial. Los islámicos no
están dispuestos a que los occidentales, racionalistas, hagan en su
tierra lo que creen que pueden hacer. Ofenden a su Dios dibujando a
Mahoma y, por esta causa, merecen la muerte. Dentro de poco sería
posible que, supuesto que el Profeta prohibió también la música, hagan
una guerra con Occidente hasta que la música desaparezca de la Tierra.
Los límites nacionales ya no corren más. Vivimos una sociedad
globalizada, en la que la única alternativa es aprender a vivir admitiendo
las diferencias. Cómo hacerlo, es una tarea enorme que recién empieza
a pensarse.
El Cristianismo
Jesús de Nazareth es el fundador de la religión más difundida en el
tiempo contemporáneo. Nació en el seno del judaísmo y no fue rey, ni
un líder político que llamó mucho la atención a lo largo de su vida. No
encabezó sublevaciones, ni protagonizó hechos militares que hayan
llamado la atención de los historiadores de la época. De hecho, en las
historias oficiales no hay referencias a Jesús. No lo mencionan en “Los
Anales” de Cornelio Tácito, ni en las “Vidas Paralelas”, de Plutarco, ni
en “Las Vidas de los Doce Césares” de Suetonio, ni en la “Historia
Romana” de Apiano, ni en la “Historia Romana” de Dión Casio. Hubo
muchos libros que narraron detalladamente la historia de la expansión
romana en Asia Menor, incluida Judea y Palestina. La historia, como se
la concebía entonces, era, ante todo, política y militar. Los personajes
que no fueron Reyes, Caudillos Militares o gente de poder, no parecían
dignos de ser registrados y Jesús fue uno de ellos.
Cerca del año 100 de la era cristiana se había difundido ampliamente,
el rumor de que el ''rey de los cielos'' vino a la Tierra, en la forma de un
hombre humilde llamado Jesús, que padeció en la cruz para redimir a
los hombres del pecado original. Según unas versiones, había sido
Nazareno, según otras había nacido en Belén. Sus seguidores le
llamaron en griego “Cristo", el ungido, y se llamaron a sí mismos
“cristianos”.

Hasta donde se conoce, por los evangelios, Jesús fue el fundador


religioso más lejano al poder de todos lo que hemos hablado. No nació
príncipe como Buda, no fue consejero de reyes como Lao Tse y
Confucio, y menos un líder político como Moisés o Mahoma. Su prédica
fue más ética que política y sus seguidores tampoco fueron príncipes o
líderes guerreros. Sus ideas tuvieron acogida entre muchos hombres y
mujeres pobres del Imperio Romano, que fueron perseguidos durante
tres siglos, hasta que en el año 313 el emperador Constantino promulgó
el edicto de Milán, que reconoció la legalidad de profesar esta religión.
Unos años más tarde, en el 392, el emperador Teodosio II prohibió los
sacrificios de la religión ancestral romana, cerró las olimpiadas, y declaró
religión oficial al Cristianismo, que pasó a ser la única permitida en el
Imperio Romano.

Lo curioso es que esta religión, que nació de la prédica de alguien que


estaba fuera del poder, se consolidó desde que el Imperio Romano la
asumió como religión oficial y la volvió una religión de Estado. A partir
de Constantino todos los emperadores, con la excepción de Justiniano
el Apóstata (360 - 362) fueron cristianos. El Imperio quería estructurar
su religión y necesitaba aclarar cuáles eran las verdades definitivas de
la nueva fe oficial. En el año 342 se reunió el Concilio de Nicea que fue
el primero en definir quién o qué había sido en realidad Jesús.

En Nicea se declaró herejía al Arrianismo, tesis mantenida por Arrio, un


Obispo libio, que decía que en Dios hay una sola persona, el Padre, y
que Jesucristo no había sido Dios, sino solamente una creación que tuvo
un principio. Al sostener esta teoría, los arrianos negaron la eternidad
del Verbo y, por tanto, su divinidad. El Imperio necesitaba un Dios
indiscutible y el Arrianismo fue condenado por los teólogos y perseguido
por el Estado.

La esencia verdadera de Cristo fue objeto de muchas polémicas.


Durante los primeros siglos no estuvo claro si había sido un Profeta, un
Iluminado, o una encarnación de Dios. Recién en el año 431 el IV
Concilio Ecuménico de Efeso condenó como herejía al nestorianismo,
doctrina defendida por Nestorio, patriarca de Constantinopla, que decía
que en Jesucristo no pudieron convivir dos naturalezas, la divina y la
humana y que fue solo Dios. El Hijo de Dios no podía ser hijo de una
mujer y por eso no admitieron que María fuera llamada "Madre de Dios".
Los nestorianos eran el otro extremo de los arrianos.

La versión oficial acerca de quién había sido Cristo terminó aclarándose


con la organización de la Iglesia Imperial: se proclamó que fue hombre
y Dios verdaderos. Las instituciones de la Iglesia se fundieron con las
del Imperio Romano sin tomar en cuenta, en muchos aspectos, lo que
había vivido o predicado Jesucristo. El Obispo de Roma pasó a ser el
Jefe de la Iglesia Católica, que se declaró también “Romana”, su lengua
oficial fue el latín, y se determinó que el nacimiento de Cristo debía
celebrarse en la fecha de las saturnales, las grandes fiestas romanas en
homenaje a Saturno. En la realidad Jesús nunca conoció Roma, ni habló
latín, ni nació el 25 de diciembre.

La religión de Cristo, hombre humilde que nunca vivió en las cortes, no


fue Rey, líder militar, ni conquistador, pasó a ser la religión de los reyes
y de los poderosos. Disuelto el Imperio Romano, la Iglesia sobrevivió
como el gran poder de Occidente. El Papa coronaba a los reyes. En
algunas ocasiones de la historia de Europa se proclamó “Emperador” a
un personaje y cuando esto ocurrió, se dijo que era un Sacro
Emperador, hombre de la Iglesia. Los pueblos europeos se convirtieron
al Cristianismo cuando lo hicieron sus reyes. En un proceso que duró
más de mil años, la doctrina cristiana se sistematizó y unificó. La
intención de propagar la fe y convertir a los paganos a la religión
verdadera estuvo detrás de empresas tan enormes y complejas como
la conquista de América.

La historia de la Iglesia registra hechos tan tormentosos como los que


ocurrían en los demás reinos europeos de la época. Como lo
proclamaron las órdenes mendicantes surgidas en la Edad Media, la
corte romana estaba lejos de del testimonio de vida de Jesucristo. Más
allá de las locuras de los Borgia, el Papado protagonizó historias tan
pintorescas como que en siglo XI Benedicto IX fue elegido Papa a los
once años de edad; Esteban VII presidió el Synodus Horrendum ante el
que llevó el cuerpo putrefacto de su predecesor, Formoso, para
someterlo a un interrogatorio; Juan XXII fue un esotérico que pasó su
vida buscando la piedra filosofal y Julio III proclamó Cardenal a su
mascota, un mono al que estimaba de manera especial. Fue un reino
más, con todas las limitaciones de los de esa época y el Papa fue, ante
todo, un monarca que jugaba al poder.

En el año de 1486 dos monjes dominicanos Heinrich Kramer y James


Sprenger publicaron el Malleus Maleficarum, libro en el que afirmaron
que el demonio aparecía, a veces como súcubo, con cuerpo de mujer,
a veces como íncubo, con cuerpo masculino. Inducía a la promiscuidad
a los mortales, y el semen que obtenía cuando adoptaba una apariencia
femenina lo usaba para copular cuando adoptaba la apariencia
masculina. Describieron en detalle cómo podía detectarse a una bruja y
los tormentos a los que debía someterse a los sospechosos de posesión
satánica para que confiesen su condición. Miles de mujeres y bastantes
hombres fueron torturados y quemados vivos gracias a estas teorías
que demuestran que cuando el poder se mezcla con la religión,
cualquiera que sea esta, no hay límite para el atropello.
El Cristianismo se expandió por el mundo respetando las religiones
locales mediante dos mecanismos: los santos y las advocaciones. En
muchos sitios, los dioses locales pudieron ser venerados si se sometían
a la religión de Cristo bajo una de esas dos formas. Cuando los
irlandeses se hicieron cristianos, su Diosa de la fertilidad Brigit se
convirtió en Santa Brígida, patrona de Irlanda y las misas de los
primeros tiempos incorporaron a su ceremonial, parte de los lujuriosos
rituales celtas de la fertilidad. Los ingleses veneraban a un antiguo
héroe que mató a un dragón y que se convirtió en San Jorge, patrono
de Inglaterra. No hay fósiles que respalden la existencia de dragones,
ni ese tipo de cacería tiene mucho que ver con la doctrina de Cristo,
pero fue una forma de “cristianizar” a un país.

Algo semejante pasó en América en donde el Inti Raymi la gran fiesta


de la cosecha del maíz de los Incas, se convirtió en la Fiesta de los San
Juanes y en donde una serie de religiones locales se incorporaron
mediante la fusión con algunos santos. Las advocaciones,
especialmente de María, la madre de Cristo, sirvió de cobertura a
creencias locales. Los mexicanos son Guadalupanos, muchos argentinos
veneran a la virgen de Luján, los ecuatorianos a la de El Quinche o a
otras imágenes sagradas. Los viejos pueblos conservaron su
individualidad por medio del culto a esas advocaciones. De esta manera,
el Cristianismo logró algo semejante a lo que hicieron las religiones
orientales: aceptó una forma de politeísmo dentro de la rigidez teórica
de su monoteísmo.

Además, durante mil años, el Cristianismo quiso cultivar la razón y


demostrar lógicamente sus verdades. La filosofía escolástica pretendió
fundir las ideas de los cristianos con la racionalidad griega y desarrolló
un enorme tinglado intelectual para sustentar su doctrina. Los monjes
se dedicaron a reproducir libros, se perfeccionó la escritura y se discutió
con silogismos acerca de cosas tan complejas como la existencia del
ombligo de los ángeles y la posibilidad de que el vino conserve sus
apariencias cuando se convierte realmente en sangre de Cristo por
efecto de la consagración.

A partir del siglo XV germinó el racionalismo en el seno de la cristiandad.


Una nueva revolución en las comunicaciones, venía, de mano de la
Biblia, primer texto impreso en 1452, cuando Guttemberg inventó la
imprenta. El descubrimiento de América, la Revolución Copernicana, la
difusión de los libros, los trabajos de Descartes, fueron los cimientos del
Occidente racionalista contemporáneo que, con el tiempo, corroyó el
matrimonio de la religión cristiana con el poder.
A fines del siglo XVIII la Revolución Industrial produjo una
transformación sin precedentes en la historia humana. La ciencia y la
razón demostraron que podían ayudar al hombre a dominar la realidad
y llevarlo a una vida mejor. Se desarrolló la ciencia, y el Cristianismo se
fue adaptando, poco a poco, a convivir con ella en medio de grandes
conflictos.

La mayoría de los cristianos dejaron de tomar los textos de la Biblia


como verdades literales, reveladas por Dios. Para ellos esto era posible
porque no contaban con textos de Cristo tan claros y directos como los
del Corán. En lo político, desde el surgimiento del liberalismo, la Iglesia
se alejó del poder y en el siglo pasado, reconoció la validez de la
democracia. En la década de 1960, el Concilio Vaticano Segundo acercó
al Cristianismo a sus orígenes y a la flexibilidad propia del pensamiento
oriental, con la doctrina del ecumenismo. Si bien se postuló que la
verdad seguía siendo una, la católica, se declaró que los hombres
pueden llegar a la salvación fuera de la Iglesia. Hay un “pueblo de Dios”
y “cristianos anónimos”, que practican una vida virtuosa y pueden llegar
al cielo sin necesidad del bautismo.

Según las nuevas concepciones se puede y se debe ser tolerante con


otras religiones. Ya no cabe quemar vivos a los disidentes, como en los
tiempos de la Inquisición, ni declarar Santas Cruzadas para liberar a los
lugares sagrados del dominio de los infieles. La evangelización no
justifica la expansión de un estado cristiano sobre los territorios de los
infieles. La conquista de América, en estos años, no podría ser
bendecida. Los dogmas, lo jurídico y lo formal han perdido importancia,
en beneficio de una religión más personal y espiritual.

c. Racionalismo y romanticismo en Occidente

La convivencia del Cristianismo con la ciencia es posible gracias a un


proceso que ha llevado siglos. Actualmente los descubrimientos
científicos son absorbidos por el Cristianismo sin mucha dificultad y el
Papa ha terminado pidiendo disculpas a Copérnico. Para los islámicos,
en cambio, es difícil admitir que la piedra sagrada que veneran en La
Meca es simplemente un meteorito y no un regalo de Dios que cayó del
cielo.

A partir del siglo XVI, germinó el racionalismo y la ciencia empezó a


desarrollarse en el seno de la cristiandad. Con el correr de los años,
muchas creencias tenidas como dogmas se debilitaron. Cobró fuerza la
idea de que la Biblia y los Evangelios no debían ser interpretados de
manera literal y que en muchos casos contenían simplemente metáforas
y alegorías de la realidad. A partir de la Revolución Industrial y el triunfo
de las ideas liberales, se produjo la división del Estado con la Iglesia y
en el siglo XX casi todo Occidente admitió la validez del conocimiento
científico, esté o no de acuerdo con dogmas y textos sagrados.

La cultura de Occidente y la religión cristiana dejaron de ser una misma


cosa. En Europa, amplios sectores de la población siguen declarándose
cristianos pero en la práctica no tienen que ver con la religión. En
América Latina aunque el apego formal al Cristianismo es más
extendido, su influjo en la política y en la vida cotidiana de la gente se
ha reducido enormemente. Quedan pequeños grupos como los
partidarios de Tradición Familia y Propiedad, o de la Teología de la
Liberación, que siguen mezclando religión con política, pero esa no es
la tendencia general.

En diversos círculos se da un renacimiento de misticismos que tienen


que ver con religiones antiguas y visiones espirituales de la vida.
Algunos activistas de izquierda, vinculados a los movimientos indígenas,
han archivado parte de las ideas de Marx para participar en pintorescas
ceremonias vinculadas a la “espiritualidad andina” u otras
manifestaciones de religiones animistas. En otros sectores, las religiones
del New Age mezclan elementos de la cultura oriental con ritos y
creencias de civilizaciones perdidas. La religión Celta resurge al ritmo
de la música de Enya, mientras nuevos druidas buscan muérdago entre
hierbas y piedras de los bosques de Escocia y de Irlanda para encontrar
un sentido a su vida. Occidente se aproxima cada vez más a una mezcla
del politeísmo permisivo del Extremo Oriente, una visión liviana de los
fenómenos religiosos, en la que los eventos más solemnes pueden tener
el auspicio de una marca de moda. Como decía un cartel a la vera de
una carretera nicaragüense, “Cristo Vuelve, Auspicia Coca Cola”.

Durante quinientos años se ha dado una lucha entre la religión y la


ciencia, en el seno de la cristiandad, que condujo a admitir los avances
del pensamiento racional y a superar determinados dogmas que se
originaban en la interpretación literal de la Biblia y de los evangelios.
Para los cristianos actuales no hay problema en admitir que la Tierra es
un planeta que gira en torno al Sol o que se dio la evolución de las
especies.
En términos políticos, esto no significa que la mayoría de los
occidentales se han vuelto cartesianos, ni que el racionalismo avanza
linealmente en Occidente. El tema tiene aristas.

En cuanto a la comunicación, las palabras han cedido espacio a las


imágenes, se han incorporado a los procesos electorales millones de
electores que no tienen ningún interés en la lectura. Esto no significa
que la gente de ahora lee menos que antes, sino que participa en el
juego democrático mucha gente que no lee, ni nunca leyó. La mayoría
de los nuevos electores, al igual que sus padres y sus ancestros, no se
educaron en institutos que enseñen la lógica aristotélica. Esta es una
democracia en que las masas han cobrado una fuerza inusitada y las
masas nunca fueron vanguardias intelectuales. La escritura ideográfica
resurge en el siglo XXI cuando en la escritura occidental,
particularmente en la Red, hay cada vez más iconos que reemplazan a
las palabras y cuando las imágenes se convierten en el instrumento
privilegiado de comunicación, por sobre la grafía tradicional, que estuvo
asociada a procesos racionales de decodificación de la realidad.

La televisión, el medio de comunicación privilegiado de esta época no


transmite ideas, sino sentimientos. No lleva a la reflexión, sino a la
adhesión o al rechazo emotivo de las imágenes. Los televidentes viven
una ilusión y sienten que participan de lo que miran en la pantalla, sin
que exista espacio para la reflexión y el análisis que proporcionaba la
prensa escrita.

El desarrollo de los medios de comunicación y la ampliación de la


democracia, han provocado una difusión del pensamiento mágico. El
proceso de globalización se aceleró y a partir de la difusión de la
Internet, algunos creyeron que había aparecido la herramienta que iba
a consolidar el triunfo de la cultura occidental en el mundo. Los antiguos
decían que "todos los caminos llevan a Roma", pero viendo las cosas
desde otro ángulo se podía decir que "todos los caminos salen de
Roma". Casi todas las vías tienen dos sentidos. Eso ocurrió con la Red:
no es una calle de una sola dirección por la que los valores de Occidente
van al resto del mundo, sino un laberinto incontrolable de
comunicaciones, que van de cualquier dirección a cualquier otra,
llevando valores de todo tipo. Con la Internet no solo que las ideas
occidentales llegaron a otras civilizaciones, sino que muchas otras
culturas, minorías, grupos disidentes, y adversarios de Occidente, como
los radicales islámicos, se valieron de la tecnología para irrumpir más
allá de sus límites ancestrales.
Grupos de creyentes que, durante siglos, maldijeron a Occidente
mientras daban vueltas en torno a la Kaaba y apedreaban al demonio
en un poste cercano a La Meca, de pronto tuvieron acceso a la
tecnología occidental, aprendieron a pilotear aviones, y lanzaron el
primer ataque importante al territorio continental norteamericano el
once de septiembre del 2002. Eran inofensivos mientras realizaban sus
ritos en el desierto. Se vuelven una amenaza para Occidente cuando
usan su tecnología, mezclada con una fe que se ha extinguido en
nuestra cultura.

Actualmente, en Occidente, casi nadie está dispuesto a dar la vida por


nada. Los jóvenes contemporáneos son más razonables y pragmáticos.
No buscan algo por lo que morir, sino que quieren vivir bien, buscan el
confort y ansían consumir una enorme gama de productos que les
ofrece el mercado. Vivimos una sociedad hedonista que ha enterrado
los ídolos, y que cuando no los entierra, juega con ellos o los
comercializa. Para conseguir soldados que vayan a Irak, los Estados
Unidos necesitan ofrecer dinero o documentos que legalicen la situación
de los inmigrantes. De hecho, han reclutado un buen número de
mercenarios en América Latina, porque no les es fácil conseguir
voluntarios en su propio país. En cambio, los líderes Islámicos ofrecen
el cielo y logran que sus militantes sean capaces de sacrificar su vida en
atentados suicidas. Están movidos por otro tipo de valores.

La civilización urbana y el debilitamiento de la religión imperial, abren


un espacio para que reflorezca el romanticismo, en desmedro de las
corrientes más racionalistas del pensamiento occidental. Los
latinoamericanos somos parte de Occidente y compartimos la última
moda de esta cultura que, en los albores del siglo XXI, revaloriza las
"culturas ancestrales", resucita druidas celtas y shamanes amazónicos.
La lucha entre el racionalismo y el romanticismo tiene una larga historia
en Occidente y vivimos en estos años una reacción romántica, alentada
por la despersonalización del mundo a la que nos han llevado el
racionalismo y su hijo, el pensamiento científico.

En el mundo contemporáneo se han perdido muchos valores y


costumbres, vinculados con la familia, las tradiciones y una vida más
cálida. Por momentos, sentimos que dejamos de ser personas para
convertirnos en series numeradas que cumplen roles. El pragmatismo
es cruel, el individualismo nos lleva a la soledad. Esos aspectos de la
vida contemporánea, hacen que arrecien las añoranzas al pasado,
típicas del pensamiento romántico. Mucha gente teme al “Mundo Feliz”
de Huxley y prefiere leer su novela posterior, “El tiempo debe
detenerse”. Esto no debe llevarnos al error. Han aparecido nuevos
valores, que han reemplazado a los antiguos, aunque en un contexto
individualista y hedonista.

El racionalismo tiene su raíz en la filosofía griega, madre de la cultura


occidental. Algunos siglos antes del inicio de la era cristiana pensadores
como Platón y Aristóteles, desarrollaron una disciplina que pretendía
llegar a la verdad mediante el uso sistemático de la razón: la filosofía.
Mezclada con la teología católica, se recluyó en los conventos durante
mil años, en los que se desarrolló una ingeniería lógica que pretendía
construir una Teología Racional. Santo Tomás, Escoto, y finalmente,
Francisco Suárez dieron nombre a las grandes corrientes de la
escolástica, filosofía que tuvo vigencia en Occidente hasta el siglo XVI y
siguió desarrollándose en ciertos círculos de teólogos hasta que en el
siglo XX el Concilio Vaticano Segundo le dio un golpe mortal.

El descubrimiento de América produjo una enorme crisis en la


cristiandad. Se ratificaron las teorías acerca de la redondez de la Tierra
y más allá del Gran Abismo se abrió una ventana a nuevas culturas y
formas de ver la realidad. En donde debía estar el pez Jasconio, apareció
América. El mundo occidental creció de manera inconmensurable.

En esos mismos años se produjo otra gran revolución en términos de


las comunicaciones y la difusión de la palabra: se inventó la imprenta y,
con ella, la posibilidad de difundir los conocimientos y reproducirlos. Así
como la consolidación de la escritura coincidió con la aparición de las
grandes religiones, la aparición de la imprenta puso la base del
racionalismo, que ha terminado alterando a la religión oficial de
Occidente.

Como lo hemos señalado, los adelantos en las comunicaciones como la


aparición del alfabeto o de la imprenta, han tenido una influencia
definitiva en el desarrollo de nuestra civilización. En ambos casos la
innovación tecnológica permitió que mucha más gente pueda
sistematizar sus ideas, intercambiarlas con otros, surgiendo todo tipo
de teorías e inventos. Fue posible acumular conocimientos y crear
nuevas ideas con mucha más facilidad. Desde el siglo XVI, Copérnico
había dado una primera batalla enfrentando a la tradición y a la
astrología, con su descubrimiento de que la Tierra giraba en torno al
sol. La Revolución Copernicana fue el primer acontecimiento que
permitió que, en Occidente, muchos se convencieran de que el método
científico llevaba a conocer verdades más objetivas acerca de las cosas,
más allá de sus conflictos con el pensamiento mágico y “las verdades”
reveladas por los textos sagrados de distintas religiones.

En el siglo XVII Renato Descartes en el "Discurso del Método" proclamó


que la razón era la vía para llegar a la verdad y desarrolló las bases de
lo que sería el conocimiento científico en sus obras acerca de la
Cosmología y la Física. Spinoza, Hobbes, Locke y algunos escépticos
como Jean Antoine Condorcet, siguieron trabajando en esa línea y
pusieron las bases de lo que sería después el Iluminismo,
entusiasmados por los resultados que se conseguían con el libre uso
de la razón. Newton y sus descubrimientos acerca de las leyes de la
Física terminaron de liberar a los pensadores de la dependencia de los
textos sagrados: existían leyes físicas, posibles de experimentar, que
explicaban mejor la realidad.

En el Siglo de las Luces la filosofía consolidó su prestigio en los círculos


poderosos de Europa. Los pensadores desplazaron, hasta cierto punto,
a los sacerdotes y todos los bandos en conflicto tuvieron “ideólogos”
que producían textos que daban un sentido trascendente a la actividad
política. Esquematizando, podemos decir que detrás de la lucha entre
liberales y conservadores se dio un enfrentamiento entre dos grandes
corrientes de pensamiento que, de alguna manera, han estado
presentes a lo largo del desarrollo de la cultura occidental: El
Racionalismo y el Romanticismo.

Para el Racionalismo, existe una lógica que es única e igual para todos
los hombres, en todas las épocas y todos los pueblos, sin distinciones
étnicas, antropológicas o religiosas. Todo ser humano por ser tal, es
racional, puede entender el mundo y entenderse a sí mismo, a partir de
la razón. En cualquier cultura o momento de la historia, la razón nos
llevaría a una verdad, que es siempre la misma. Aunque el enunciado
parece simple, sus consecuencias son complejas.

Supone que los seres humanos podemos comprender el universo por


medio de la ciencia, postura que se enfrenta a quienes defienden la
validez de otras fuentes de conocimiento no racionales como la fe.
Supone también una causalidad más o menos lineal, en la que
determinados eventos se explican por la influencia de otros que pueden
ser descubiertos con el ejercicio de la razón. Puede suponer algo más
grave: que existe una razón universal que es la única que puede
conducir a una verdad, que es también universal y que hay una sola
definición válida de la verdad.
Las consecuencias políticas de esta tesis pueden ser complejas. Si esto
es así, de manera estricta, es justificable que un país invada a otro y
masacre a su población, porque no vive de acuerdo a la “razón”
universal. La Razón entendida de esta manera, permitiría un renacer del
oscurantismo. Cabría realizar una nueva Cruzada en contra de los
“irracionales”.

La idea de la verdad universal es peligrosa, sea para imponer las


verdades de la razón o las de la superstición.

El racionalismo se enfrentó al romanticismo. Los románticos negaban


que todos los seres humanos sean iguales y que la razón sea capaz de
descifrarlos en su integridad. El tema tiene dos facetas. La ontológica:
los seres humanos no son iguales. La cognoscitiva: no hay un método
universal para estudiar ni la realidad del ser humano, ni la del resto de
lo existente.

Para los románticos hay pueblos, razas, culturas o individuos que son
distintos de los demás y están dotados de alguna condición que los hace
superiores. Son seres humanos diferentes de otros porque han sido
escogidos por Dios o por motivos éticos, raciales o de cualquier orden:
el pueblo escogido por Yahvé es el único que puede construir Israel, los
arios son los llamados a implantar el Reich, los occidentales deben
imponer la democracia a los islámicos, los indios van purificar la política
latinoamericana.

Pero desde el punto de vista cognoscitivo, para los románticos, algunos


seres humanos tienen el privilegio de acceder a ideas y concepciones
del mundo especiales, inalcanzables para otros que cuentan solamente
con el auxilio de la razón. Los dioses encarnados, los profetas, los arios,
los blancos, los indios, cuentan con textos sagrados, con la revelación
de un Dios, o con el acceso a "sabidurías milenarias" que permiten llegar
a conocimientos más válidos que la razón o la ciencia.

En cuanto a la interpretación de los hechos, frente al internacionalismo


y a la búsqueda de leyes generales que expliquen el funcionamiento de
la especie defendidos por la Ilustración, el romanticismo mantiene que
muchas cosas no se explican por la razón sino por elementos mágicos
que escapan a la comprensión cartesiana de la realidad.

Los románticos pusieron la base ideológica de muchos autoritarismos.


Las supuestas diferencias entre diversos grupos de seres humanos
justificaron el exterminio de judíos, gitanos y pueblos eslavos por parte
del nazismo, la colonización del Nuevo Mundo por parte de los
cristianos, la dictadura del proletariado sobre los burgueses, la política
de Israel en Palestina, los atentados del 11 de Septiembre, y otra serie
de acciones fundamentadas en la idea de que hay seres humanos
superiores e inferiores.

Finalmente, hay pensamiento sustentado en la racionalidad, la


posibilidad del progreso, la idea de que la humanidad se ha superado a
lo largo de su historia, de que cabe construir un futuro previsible, de
que la ciencia y los avances tecnológicos son una herramienta para vivir
mejor, de que todos los seres humanos son básicamente iguales, de
que se deben respetar los derechos humanos de todos; y una posición
romántica conservadora que teme a la ciencia, desconfía de la razón,
niega las estadísticas, exalta los nacionalismos y etnicismos, quiere
explicar el mundo a partir de la magia, los horóscopos y los chamanes,
y cree que los derechos humanos deben respetarse solamente cuando
los perseguidos son los “buenos” (pobres, creyentes, delincuentes,
antiimperialistas, etc.,) mientras que es lícito perseguir a los
"equivocados".

d. Religión, razón y poder

Haciendo una síntesis, diríamos que entre los grandes fundadores


religiosos hay diferencias importantes en cuanto a su relación con el
poder. Lao Tse, Confucio y Buda nunca pretendieron ser otra cosa que
seres humanos. Decían que, gracias a su propio esfuerzo, habían
llegado a conocer ideas importantes que transmitieron por medio de
textos que recogieron sus enseñanzas. Estuvieron cerca del poder, pero
no lo ejercieron y los tres, más bien, se apartaron de las cortes para
meditar y escribir. Ninguno pretendió encabezar un reino o un ejército
ni llevar adelante un programa político.

El caso de Jesús fue especial. A pesar de que hablaba arameo, el idioma


de quienes inventaron el primer alfabeto, ni Cristo, ni sus discípulos
escribieron textos que recojan directamente su doctrina. Años después
de su muerte, se escribieron una veintena de textos que recogían su
biografía y sus ideas. En el concilio de Efeso esos textos se pusieron al
pie del altar una noche, y cuatro de ellos, aparecieron al día siguiente
encima del altar, por lo que se supone que fueron elegidos por Dios, y
declarados oficiales. Los otros diecinueve, que permanecieron en el
piso, fueron declarados “apócrifos”. No existen textos de primera mano
que transmitan lo que pensó Jesús. Esta falta de precisión en su legado
intelectual, ha permitido que el Cristianismo sea flexible y pueda
adaptarse a los descubrimientos de la modernidad.

Jesús no fue político. Al igual que los grandes fundadores de las


religiones orientales, no encabezó ni un Estado, ni un ejército. Su
mensaje espiritual se confundió durante más de mil quinientos años con
los intereses Imperiales de Occidente, justificando epopeyas como la
conquista de América, sin que haya sido esa su esencia original.

En cambio, la religión judía se basa en textos escritos por profetas


inspirados por Dios. Su contenido es sagrado y el camino hacia la
verdad, pasa por su correcta interpretación. Moisés y los demás autores
de esos libros, estuvieron comprometidos con un proyecto político
concreto: fundar un Estado en la Tierra Prometida y lograr la hegemonía
del pueblo escogido sobre los demás. El judaísmo es una religión
política. Moisés, David, Salomón, fueron gobernantes inspirados por
Dios.

El Islam está en el otro extremo de las grandes religiones orientales. Es


una religión que se basa en un libro dictado directamente por Dios y
escrito en los mismos años en que fue revelado. Los textos son claros,
concretos e infalibles. En ellos está toda la verdad. Mahoma, además,
de ser el portavoz de Dios fue un líder político y militar. Dios envió a
través de su voz, mensajes que consagran la Guerra Santa en contra de
lo infieles y que respaldan sus proyectos de expansión. Sus sucesores
fueron califas, reyes, y "Protectores de los Creyentes".

La cultura del Occidente, en que nacen los nuevos electores, y la religión


cristiana, dejaron de ser una misma cosa. En Europa, amplios sectores
de la población siguen declarándose cristianos pero en la práctica no
tienen que ver con la religión. En América Latina aunque el apego formal
al Cristianismo es más extendido, el influjo de la Iglesia Católica en la
política y en la vida cotidiana de la gente se ha reducido enormemente.
Quedan pequeños grupos como los partidarios de Tradición Familia y
Propiedad, o de la Teología de la Liberación, que siguen mezclando
religión con política, pero esa no es la tendencia general.

A nivel general, mientras la Iglesia Católica entra en crisis, aparecen


grupos "carismáticos" que importan el Gospel norteamericano, buscan
contacto con Dios, por medio de canciones y bailes en los templos. En
Guatemala, el general Efraín Ríos Montt, militante de una de estas
organizaciones de danza carismática, ha sido el hombre fuerte durante
casi tres décadas. En el Gobierno de Isabel Martínez, una secta mágica
presidida por José López Rega tuvo enorme influencia en la Argentina.
Revistas de platillos voladores, fantasmas, aparecidos, culturas
misteriosas que fueron altamente tecnificadas y desaparecieron,
versiones inocentonas acerca de la sabiduría ancestral de algunos
grupos étnicos, son el menú de uno de los canales con buena sintonía
en el cable, el Infinito Channel,y de miles de libros, películas y revistas.

La postmodernidad en la que vive el nuevo elector latinoamericano se


caracteriza por ese resurgimiento espiritual que, en general, lleva a la
valoración de antiguas creencias como elementos de identidad de las
pequeñas aldeas que componen el mundo global. Hay una
fragmentación de lo religioso. El Cristianismo sigue siendo,
nominalmente, la religión abrumadoramente mayoritaria de Occidente,
pero ha perdido su vocación imperial.

Otro tema es el Islam. De alguna manera los islámicos tienen la razón


cuando temen que la difusión del pensamiento occidental afecte su
concepción de la vida. El riesgo no está en que el antiguo Cristianismo
intente convertir a los musulmanes, sino en que el racionalismo
produzca en el Islam una revolución semejante a la que produjo en el
Cristianismo de Occidente, derribe supersticiones acerca de la mujer, el
sexo, la cultura, la intolerancia religiosa y les conduzca a una visión
menos dogmática de la vida.

Su enfrentamiento armado con Occidente, que tiene como epicentro las


invasiones de Afganistán e Irak, se lee con códigos totalmente
diferentes desde la perspectiva de ambos bandos. Los islámicos están
luchando por Dios y en contra del demonio. En ese enfrentamiento, los
derechos humanos, como los concebimos los occidentales, carecen de
sentido. La auto inmolación, el asesinato de los infieles, la crueldad, son
tan normales y útiles como lo fueron para los europeos en el tiempo de
la Inquisición y de las Cruzadas. Sus líderes son al mismo tiempo,
políticos y religiosos como lo fueron los Reyes Cristianos y los Papas de
ese entonces. Sienten que deben defender sus ciudades sagradas, su
tierra, su religión a todo precio. De otra parte están los Estados Unidos
y sus aliados defendiéndose de un ataque islámico y tratando de
imponer la democracia, que es un producto de la cultura occidental,
difícil de implantar en países en los que la mayoría de los habitantes la
rechaza. ¿Es democrático imponer un sistema de gobierno que
contradice la cultura y las creencias de un pueblo, que no lo quiere?
Mientras los islámicos enfrentan al Faraón, a los Reyes Francos y a Bush
en un mismo saco, muchos norteamericanos, cuando invadieron Irak,
creyeron que iban a luchar en contra de un tirano para liberar a un
pueblo sometido. Cuando ingresaron a Bagdad, los más simplones de
sus líderes creyeron que el pueblo les iba a recibir como héroes. Lo que
ocurrió fue que les recibieron con el mismo entusiasmo con el que los
ingleses recibirían a un ejército islámico que llegara, con enorme buena
voluntad, a imponer en el Reino Unido, una Monarquía Hachemita para
lograr la salvación de sus almas.

Occidente busca ventajas económicas en el conflicto y tiene que pagar


a sus soldados buenos sueldos para que combatan. Su triunfo es poco
probable: sus adversarios ganan el cielo. Ellos, unos dólares más. En
la Historia del mediano plazo, los países islámicos no harán estatuas de
Bush ni de los "gobernantes" títeres de Irak, sino que venerarán a Ben
Laden y Hussein. Los latinoamericanos recordamos a Bolívar, Martí y
San Martín y no a los Virreyes españoles, aunque algunos de ellos
pudieron tener buenas intenciones.

Es difícil saber lo que ocurrirá en este occidente en el que viven los


nuevos electores en este plano. Parecería sin embargo que, en Europa
y en América Latina, avanza el racionalismo de manera lenta, pero
consistente. Hay autores que creen que está naciendo una nueva época
de oscuridad, por el crecimiento de algunas sectas cristianas,
particularmente en los Estados Unidos, que son la base electoral más
sólida del Presidente Bush. Son bastantes los que en ese país insisten
en que el mundo es plano. Discuten si es legal enseñar la teoría de la
evolución. Creen en la interpretación literal de la Biblia. Tienen una
concepción del mundo, muy parecida a la de los islámicos que
combaten. La ciencia sin embargo avanza. Las comunicaciones
permiten que los nuevos descubrimientos lleguen a los habitantes de
los sitios más alejados. Es cuestión de tiempo. Las ideas modernas
llegarán al campo con el tiempo y la mentalidad de esas masas poco
informadas de los estados del interior cambiará.

En lo que toca al tema de este libro, los latinoamericanos somos más


creyentes que los norteamericanos, pero menos fanáticos. Los europeos
que llegaron al norte, fueron peregrinos piadosos que huían por
razones religiosas, los que vinieron al sur, aventureros que querían
hacer fortuna. Esta crisis del Catolicismo como religión imperial, la
proliferación de grupos místicos, el fortalecimiento de sectas
protestantes, la expansión del racionalismo, son todos elementos
importantes para el desarrollo y evolución de nuestro nuevo elector.
3. La agonía de la ética: los sesenta, sexo, drogas y rock

La religión es uno de los elementos que permiten que los seres humanos
nos ubiquemos de alguna manera en esa experiencia desconcertante
que es la vida. Cuando se quiere entender un país, una de las reglas de
oro es averiguar y respetar las creencias religiosas de las gentes. La
fragmentación y la agonía del cristianismo imperial, las que hemos
hablado, significaron un duro golpe a los valores tradicionales de
Occidente. En el ámbito de la política, lo fue también el
desmoronamiento de los “socialismos reales” y el fin de la Guerra Fría,
de los que hablaremos más adelante. Pero la revolución más radical,
durante la década de los sesenta y los setenta no tuvo que ver con los
grandes conceptos. La vida cotidiana, la sexualidad, la familia
cambiaron y la contundencia de los hechos cuestionó a la ética vigente.

En esos años, mezcladas, confusamente, con las ideas de izquierda,


florecieron otras revoluciones que dejaron una huella definitiva sobre la
civilización Occidental. Desde el punto de vista de los militantes
tradicionales de izquierda de ese entonces, esas subversiones tenían
que ver con “desviaciones burguesas”, perseguidas severamente en los
países que vivían el “socialismo real”. Desde el punto de vista de los
jóvenes occidentales, especialmente de los países del norte, la
revolución consistía ante todo en eso.

No se pretendía solamente hacer una revolución socialista. El socialismo


sonaba bien porque tenía que ver con solidaridad y oposición al orden
establecido, pero esa generación pretendía algo más. Quería
cuestionarlo todo, desde su vida sexual hasta los límites de la realidad.
La Revolución del Mayo Francés, tuvo como lema “seamos realistas,
pidamos lo imposible”. Los mayores no lo tomaron en serio, pero la
revolución de los jóvenes había desatado los límites de los sueños.
Querían lo imposible. En el vértigo del momento, fue difícil percibir que
los cambios que se promovían eran desordenados, contradictorios,
incompatibles entre sí y que los sueños comunistas iban a derrumbarse
justamente por los mensajes revolucionarios de la nueva generación.
Los sueños de libertad eran incompatibles con las chatas dictaduras de
Europa del Este y con la visión de la vida masoquista y atormentada de
la “izquierda ortodoxa”. Las “otras revoluciones”, en vez de fortalecer a
los viejos socialismos, terminaron colaborando con su colapso.
Es difícil explicar las cosas con una causalidad lineal. El nuevo elector
es como es, porque el mundo cambió y el mundo cambia porque el
nuevo elector se ha convertido en lo que es. Lo cierto es que todo
cambió y muchas tesis, que tuvieron un contenido subversivo, lo
perdieron a partir de los años ochenta y la sociedad ha ido aceptando
esos cambios, que vienen de los países del norte a los del sur y van de
las ciudades hacia las zonas rurales.

A partir de mediados de los sesenta, durante dos décadas, se cuestionó


desde todos los ángulos, todo lo existente. Muchas de las tesis, que en
ese tiempo parecieron subversivas, se instalaron en la sociedad
occidental y son parte de la vida cotidiana del nuevo elector. Otras, las
más políticas, fracasaron y quedaron archivadas en los anales de la
historia. Las dictaduras proletarias que promovían algunos activistas de
esa época, eran incompatibles con la sed de libertad de otros
revolucionarios que físicamente los acompañaban en las calles, pero
estaban realmente en otro mundo.

Se mezclaron, una revolución liberal o libertaria, con otra estatista.


Todos estaban en contra de la invasión a Vietnam, pero no desde el
mismo ángulo. Lenon fue un activista que luchó por la paz, estuvo de
acuerdo con Fidel Castro en oponerse la guerra de Vietnam, pero nunca
habría apoyado los fusilamientos masivos de disidentes
“contrarrevolucionarios” de la Habana. Pink Floyd, una de las bandas
que expresó mejor la rebeldía de esos jóvenes que “no necesitaban
educación” y “no querían ser una ladrillo en la pared” de la sociedad
capitalista, tocó uno de sus conciertos más notables en Berlín, mientras
miles de jóvenes entusiasmados destrozaban el Muro construido por el
socialismo real. La pared opresora de su obra, que originalmente se
refería a la familia y las costumbres de la sociedad capitalista, terminó
expresándose mejor como una denuncia en contra del muro socialista.

Desde la perspectiva de los jóvenes contestatarios de los países del


tercer mundo, la revolución socialista era el eje de la transformación.
Nuestro continente estaba dominado casi en su totalidad por dictaduras
militares, muchas de ellas sanguinarias, que se enfrentaban a
movimientos insurgentes, coronados con un aura ética y de sacrificio.

Era otra la perspectiva de los jóvenes del Norte. Vivían democracias


estables en las que podían luchar por el feminismo, el ecologismo, el
respeto a la diversidad sexual, los derechos civiles, la paz, valores
superiores que eran vistos con sospecha por los revolucionarios
ortodoxos y que son grandes conquistas de Occidente y de la sociedad
capitalista.

La oposición a la guerra fue el punto de encuentro de todas las


rebeliones. Vietnam era un campo de batalla en el que se enfrentaban
un gigante imperialista y un pequeño David socialista. Cuando el general
Vo Nguyen Giap aparecía con sus soldados en Saigón, cerca de la
embajada americana, los militantes de izquierda celebraban el
acontecimiento. Seguían con pasión cada episodio que protagonizaba el
pueblo vietnamita en lucha por su independencia. Eran partidarios del
Vietmhin. En Chile, los Quillapayú componían canciones en homenaje al
“Tío Ho” y los jóvenes coreábamos sus letras “Águila negra, ya caerás,
el guerrillero te vencerá...”

Aunque parecía que los jóvenes de los países del norte con sus
concentraciones y movilizaciones estaban del mismo lado, eso fue una
ilusión. No eran partidarios del socialismo sino de la paz. Cuando los
hippies coreaban “peace, flowers, freedom, happines,” no lo hacía
porque querían el triunfo del Partido Comunista de Vietnam. Querían
que termine la invasión norteamericana porque no entendían porqué
tanto joven de su país debía morir en una aventura idiota. No querían
el comunismo en su país. Querían disfrutar del capitalismo, y no morir
en un país extraño. Todos estábamos en contra de la guerra de
Vietnam, pero las razones eran distintas.

Cuando la guerra terminó, casi nadie en Occidente siguió los


pormenores de lo que ocurrió posteriormente en esos países. Idas las
tropas norteamericanas, se fue la televisión y la antigua Indochina
desapareció de la realidad mediática. Los jóvenes que lucharon por la
paz no supieron que su lucha sirvió para la instauración de dos
dictaduras brutales, en Laos y Vietnam y para la realización de una de
las mayores masacres de la historia, con el gobierno de los Khmers rojos
en Camboya. En realidad los jóvenes norteamericanos estaban más
preocupados por sí mismos y lo que ocurría en esos lejanos países les
tenía sin cuidado.

La gente de izquierda latinoamericana estuvo un poco más informada,


pero calló el tema. Tuvo la actitud usual hacia los “detalles negativos”
de los procesos revolucionarios. Habían muerto unos pocos millones de
gentes, pero eran pequeño burgueses y explotadores. No cabía
defenderlos. Además, el imperialismo iba a usar esa información para
desprestigiar a la izquierda y era mejor callarla.
Hubo algo que también nos identificó a los jóvenes de las dos latitudes:
los adolescentes de fines de los sesenta y principios de los setenta
experimentaron, un choque generacional radical con sus padres. Parecía
que había llegado el tiempo de instaurar una utopía, que no tenía que
ver ni con un comunismo obsoleto, ni con la cultura occidental
tradicional, que coartaba nuestra imaginación y obscurecía nuestra vida
cotidiana. Después del Mayo Francés se propuso la idea de formar el
Partido Mundial de la Juventud. Muchos llegamos a creer que cumplir
20 años era pisar los umbrales de la traición y empezar a integrarse a
lo establecido. “todo viejo es un traidor” decíamos, refiriéndonos a los
mayores de veinte años. No nos dimos cuenta de que la juventud es
una enfermedad que se cura con el tiempo y, por desgracia, a una
velocidad vertiginosa.

Los países europeos y las zonas urbanas de Norteamérica fueron el


terreno en que prosperó de manera más radical esta rebelión, que se
difundió en Latinoamérica a pesar de la censura y los mensajes
conservadores del orden establecido, de la derecha y de la izquierda
oficiales. Algunos de estos cambios están llegando recién a los nuevos
electores latinoamericanos, en una nueva oleada de "reivindicación de
los años sesenta" producida hacia fines del siglo XX y comienzos del
siglo XXI. Muertas las utopías políticas, aparecen solo como
transformaciones de la vida cotidiana, sin la aureola revolucionaria de
quienes inicialmente las promovieron en Occidente.

En América Latina, durante los sesentas, se consolidaron las Ciencias


Sociales, concebidas como un desarrollo del marxismo que había sido
elevado a la categoría de "Ciencia" por Louis Althousser. "Para Leer el
Capital", "La revolución teórica de Marx" y otros textos de este filósofo
francés se tradujeron al español y se convirtieron en los evangelios de
una nueva religión sectaria. El libro más editado de esos años fue el
“Manual de Materialismo Histórico” de su discípula Marta Harnecker, un
catecismo simplón que ponía los enredados conceptos de Althousser al
alcance de cualquier militante sin sofisticación intelectual. En esos
ambientes, controlados por el pensamiento comunista, hablar inglés era
sospechoso: podía ser un síntoma de mantener relaciones con la CIA.
Los más ortodoxos veían mal a los militantes que oíamos la música de
los Beatles y nos interesábamos en los "desviacionismos" capitalistas:
los derechos humanos, los derechos civiles, la revolución sexual, las
drogas, la ecología, el feminismo, la defensa de las diversidades y todas
las ideas que provenían de los movimientos contestatarios de los países
desarrollados.
En general, los revolucionarios latinoamericanos eran bastante
conservadores y querían ser "muy serios". Era de buen gusto ser más
"teóricos" y trascendentes que los rockeros y los díscolos hippies que,
según algunos, expresaban los aspectos más decadentes de un
capitalismo que estaba a punto de sucumbir. Las raíces de las
revoluciones latinoamericanas estaban más en Mariátegui y César
Vallejo. Parecía que el mensaje de la revolución debía comunicarse a
través de las voces de "los Heraldos Negros que nos manda la muerte",
serios y circunspectos y no de las estridentes guitarras del Festival de
Woodstock. Cumplíamos con nuestro destino doliéndonos por el
proletariado y ofreciendo ofrendar nuestras vidas por la construcción
del nuevo hombre socialista. Digo hombre, porque el feminismo era
visto también como una desviación y las mujeres no tenían ninguna
participación en el poder en los países socialistas. En la URSS y en los
países del Este las mujeres estaban excluidas de la vida pública. Ni
siquiera se conocían los nombres de las “Primeras Damas” o de las
esposas de los líderes del Partido o del Estado. Ni qué hablar de mujeres
capaces de ser elegidas “Secretarias Generales de los partidos
comunistas” o Primeras Ministras de las Democracias Populares.

Para esos militantes, los conciertos de rock, la música de Pink Floyd o


los musicales de Brodway, olían a degeneración, superficialidad, a
invasión imperialista de nuestra cultura. La izquierda latinoamericana
había empezado a desarrollar los elementos nacionalistas que la
conducirían de un pensamiento hijo del Iluminismo al romanticismo,
desde el internacionalismo proletario, a la lucha en contra de la
globalización.

Especialmente en Centroamérica y los países andinos, había poco


espacio para la broma y mucho para la reflexión angustiada y la acción
violenta. En varios de estos países, las revoluciones de los sesentas
llegaron más tarde, sin conexión con la izquierda, en las voces y
guitarras de los roqueros, y por el avance de las comunicaciones y la
globalización.

Pero las revoluciones del norte golpearon de todas maneras en la


América Latina de hace treinta años. El mundo estaba ya
intercomunicado y los jóvenes recibíamos el impacto de las ideas que
se difundían en los países del Norte, aunque sin la velocidad y fuerza
de ahora. Los viejos conservadores tanto de derecha, como de
izquierda, veían impotentes cómo nos dejábamos el pelo largo, oíamos
con entusiasmo a Janes Joplin, Joan Baez y al joven Santana. La
izquierda formal ejercía un papel conservador y ponía límites al
cuestionamiento, pero ni unos ni otros pudieron impedir que florecieran
las nuevas ideas.

Había una ansiedad por cuestionarlo todo y por ampliar los horizontes
de la realidad, desde todos los ángulos. Era necesario romper con el
orden establecido en todos los frentes y creíamos que podían existir
nuevas realidades a las que debíamos acceder, desde caminos tan
diversos como vivir una sexualidad libre, explorar nuevas fronteras con
la droga, o indagar acerca de civilizaciones antiguas mundos que
dejaron un legado misterioso. “El retorno de los Brujos” se convertía
en un best seller y nos hablaba de pilas eléctricas encontradas en las
pirámides de Egipto, de discos voladores y civilizaciones remotas.

Nos preparábamos para el advenimiento de Acuario, esperado por las


“sociedades blancas” y anunciado por los hippies en la primera canción
del musical “Hair” y que algunos creían que era el nombre místico de la
nueva edad del hombre comunista, que estaba a las puertas. La revista
Planeta, editada en Buenos Aires, nos hablaba de platillos voladores,
magia, mundos perdidos, la Atlántida y de todas las verdades
alternativas imaginables, tanto más creíbles, cuanto más insólitas.

Los mitos astrológicos acerca de las horas zodiacales fueron parte de


esos deseos de ampliar los límites de la realidad. Según sus seguidores,
la Tierra da una vuelta alrededor del sol, una vez cada 365,25 días. Si
vemos ese movimiento desde la Tierra, parecería que es el Sol el que
da una vuelta alrededor de la tierra, cruzándose cada año con las doce
constelaciones zodiacales. La constelación que da el nombre a una Era,
es aquella en la que se sitúa el Sol en el solsticio de la Primavera (20 ó
21 de marzo). Si el eje de la Tierra fuese estático, esa constelación sería
siempre la misma, pero el eje del planeta se mueve, describiendo un
círculo completo cada 26000 años. Si dividimos esos 26000 años para
las 12 constelaciones, tendríamos que el sol apunta, en esa fecha a la
misma constelación zodiacal durante 2100 años. Cuando se cumple ese
ciclo, el sol apunta a una nueva constelación, que da su nombre a la
una nueva era u “hora zodiacal”.

No todos los astrólogos están de acuerdo en el año preciso en que se


inició la era de Acuario, pero en todo caso fue por esos años. Según los
que creen en estas teorías, alrededor de 1970 terminó la Edad de Piscis,
cuyo Avatar había sido Jesucristo. Había llegado el momento de iniciar
una Nueva Era. El primer paso para que surja la nueva sociedad era
cuestionar la ética cristiana, como lo hizo en su momento Cristo, avatar
de Picis, que a su vez cuestionó la ética de Moisés, Avatar de la hora
zodiacal de Aries. En su momento, el pescado que los cristianos comen
en los días de abstinencia, reemplazó al cordero deshuesado que
comían los judíos seguidores de Aries. Había llegado ahora la Era de
Acuario, en la que la libertad del agua iba a destruir todas las
prohibiciones.

Como todo lo vinculado a la astrología, estas teorías no coinciden con


los descubrimientos astronómicos, pero dieron aliento a muchas locuras
de la época. Según la Unión Astronómica Internacional, están
claramente definidos los bordes de 88 constelaciones en las que se
divide la esfera celeste. Ni las constelaciones zodiacales son doce, ni
hemos entrado en la Era de Acuario, pero ese es solo un hecho físico.
Los seres humanos habitamos en el mundo que creamos con nuestros
mitos. La Era de Acuario fue un hecho mágico con consecuencias
políticas. Las teorías del “Retorno de los Brujos” fueron difundidas a
través de “Planeta”, una revista imaginativa, editada por Powels en
Buenos Aires, que fue el antecedente del actual canal de televisión
“Infinito”, que sigue difundiendo esas visiones del mundo.

Los Ovnis y el marxismo tuvieron su maridaje. El Camarada J. Posada


lanzaba sus manifiestos desde Mendoza, Argentina, y formaba células
de su organización por toda América Latina. El Partido Comunista de la
Cuarta Internacional Posadista tenía las cosas claras: los tripulantes de
los platillos voladores provenían de sociedades altamente tecnificadas,
con un “alto desarrollo de las fuerzas productivas”. La organización de
una sociedad es tanto más sofisticada, cuanto más se han desarrollado
esas fuerzas. Habitantes de lejanos planetas, que vivían en sociedades
tan desarrolladas, no podían ser otra cosa que marxistas y trostkystas,
porque esta era la forma más elevada del pensamiento político. Posadas
había contactado con los tripulantes de los OVNIS y nos transmitía sus
mensajes. Resultaría insólito recordar la lista de militantes del
posadismo, que hoy ocupan lugares interesantes en el mundo
intelectual y político latinoamericano, pero que compartieron esos mitos
en esos años. Todo parecía posible, incluso estas teorías que ahora
suenan ridículas, graciosas.

Los jóvenes tenían la impresión de que el orden establecido, la CIA, el


Imperialismo, nos ocultaban todo: datos sobre las masacres en
Vietnam, sobre los ovnis, sobre el LSD, sobre todo lo que podía
conducirnos a la libertad. Muchos jóvenes creían que la lucha en contra
de lo establecido pasaba no solo por Vietnam, sino por una serie de
trasgresiones que podían hacer realidad la vieja frase de Bakunin: “Que
la libertad del otro no sea el límite de mi libertad, sino que permita que
mi libertad se proyecte hasta el infinito”.

a. La revolución sexual

El sexo fue el epicentro del terremoto revolucionario que provocó todos


los cambios a la relación entre los hijos y los padres y la socialización
en un modelo de autoridad más democrático, al que nos referimos en
la primera parte del libro. La difusión de la píldora anticonceptiva en la
década de 1950, coincidió con el nacimiento de los que serían los
adolescentes revolucionarios de fines de los sesentas. Sus madres
fueron las primeras que emplearon, de manera más o menos masiva,
este descubrimiento. La lucha de estos jóvenes, llevó a un cambio de
actitudes de los occidentales frente al sexo, que tomó la dimensión de
un terremoto.

A partir de la difusión de la píldora, se inició un proceso de incorporación


masiva de las mujeres a las tareas productivas de la sociedad, las
carreras profesionales y la política. Veinte años más tarde, la mujer
había feminizado, en muchos aspectos, la cultura de Occidente. Las
consecuencias han sido enormes y significan un salto adelante en la
historia de la evolución.

La mujer ha conquistado la posibilidad de vivir una sexualidad más libre,


que habría sido imposible en la sociedad conservadora. Hasta los años
sesentas, se suponía que una mujer “decente” no debía ser “víctima” de
los placeres sexuales. La esposa estaba para cumplir con sus “deberes”
permitiendo que su marido desfogue sus “bajos instintos”. El
matrimonio era un contrato que establecía obligaciones, no el encuentro
de una pareja para buscar placeres. El sexo era algo negativo, que había
que soportar para reproducirse. Hubo todo un debate en la teología
acerca de si era pecado sentir placer cuando, por cumplir con el deber
reproductivo, un hombre sentía placer. En el caso de las mujeres, el
tema era indiscutible: era pecado. La definición del amor de Lacan, “el
amor es el deseo que tengo del deseo del otro”, no tenía espacio en
esas sociedades.

Hasta ese entonces, aparecían en la publicidad, tímidamente, elementos


eróticos femeninos que pretendían atraer a los hombres para que
consumieran determinados productos. Las mujeres no tenían
independencia económica y por eso los “consumidores” eran hombres.
Ellos, además estaban obligados a dejarse llevar por la publicidad,
porque un “verdadero macho” no podía hacer otra cosa que seguir a
una mujer que se le insinuaba. Era impensable que se usaran para ese
efecto elementos eróticos masculinos, porque las mujeres, si eran
“decentes”, ni eran consumidoras de productos, ni podían tener
fantasías eróticas. Un discípulo de Freud, Wilhem Reich, había hablado,
años atrás, de la “Función del Orgasmo”, como herramienta de libertad
y semilla revolucionaria. Tuvo poco eco. En esa época, una mujer
necesitaba ser ninfómana o revolucionaria para tener derecho al
orgasmo.

La mujer era un ser "puro" que debía negar su sexualidad y llegar virgen
al matrimonio. Los hombres, en cambio, debían vivir su sexualidad con
prostitutas y mujeres a las que despreciaban, mientras su amada se
conservaba intacta, hasta el día en que se vestía de blanco y era
entregada por su padre al nuevo amo. Un hombre "que se preciara de
serlo" debía ser infiel y tener otras mujeres. Una mujer que actuara de
la misma manera, era considerada una prostituta. La legislación de
muchos de nuestros países no castigaba al marido ofendido que mataba
a su esposa al encontrarla en infidelidad flagrante hasta la década de
1960.

El machismo ha sido una constante en la historia de nuestra especie.


Los occidentales de estas últimas décadas tenemos comportamientos
inusuales, que tal vez son parte de un salto hacia delante en la
evolución. Los seres humanos somos simios con una información
genética que se encuentra en el fondo de nuestras pasiones, que nos
habla de nuestros antepasados, reunidos en grupos, en los que
predominaba un macho Alfa que usaba a las hembras a su voluntad y
atacaba a sus contrincantes a mordiscos. No hay rastros de grupos de
homínidos comandados por hembras Alfa, que tuvieran varios machos
para su servicio sexual y que ahuyentaran a otras hembras por la fuerza.
Ese modelo de poder ha sido la norma general, repetida a lo largo de
miles de años.

La mujer ha sido discriminada en la mayoría de las culturas del pasado


y sigue siéndolo en muchas civilizaciones actuales, distintas de la
occidental. Los países islámicos, de África y Oriente, son falócratas. En
estos mismos años, se realiza toda una campaña para impedir que en
varios de ellos, se cercene el clítoris a las mujeres por prejuicios
culturales y religiosos. Los profetas y los dioses, nacidos en el pasado,
han sido todos hombres. La sola idea de que una de las personas de la
Santísima Trinidad sea femenina, ha estremecido a los teólogos.
La revolución sexual de los sesentas cambió todo esto en Occidente.
Los occidentales llegamos al siglo XXI dentro de una cultura en que la
mujer puede vivir sus pulsiones sexuales sin ser censurada. En la
publicidad actual se incorporan elementos eróticos masculinos para
atraer a las mujeres que, en la sociedad actual, son sujetos del
consumo, porque tienen ingresos propios y no dependen presupuesto
de sus maridos. La mujer trabaja, gana, compra, es una protagonista
importante de la vida en las sociedades de libre mercado.

Cada vez se tiende a igualar más los derechos sexuales de los hombres
y las mujeres. El razonamiento actual es: "si las mujeres deben llegar
vírgenes al matrimonio, los hombres también deberían hacerlo". El sexo
se practica con mucha más libertad que hace dos décadas. Todos los
estudios dicen que hombres y mujeres occidentales se inician en la vida
sexual a una edad muy temprana. La mujer que tiene sexo con su novio
no sufre ningún rechazo entre la gente de la nueva generación. Es un
ser humano que vive su sexualidad con la misma libertad e intensidad
que los machos de su edad.

La fidelidad conyugal, sigue siendo un valor, pero con matices. Cuando


un joven occidental se informa por la televisión, de que en la mayoría
de los países islámicos, la mujer infiel a su marido, es enterrada hasta
los hombros para que sus parientes y vecinos le rompan el cráneo a
pedradas cumpliendo con las reglas sagradas de la Sharia, se horroriza.
En el Occidente hijo de la revolución sexual de los sesenta, es
impensable una cosa así.

Otro tanto pasó con el tema de la homosexualidad. Hasta los sesenta


estaba ampliamente perseguida y reprimida. Las leyes la condenaban,
Hitler, Castro, Franco, los comunistas, la persiguieron ferozmente
dentro de Occidente. Hoy las cosas han cambiado. Hay crecientes
niveles de permisividad. No hay centro urbano importante en donde no
exista un barrio gay. La discriminación por la preferencia sexual es cada
vez más rechazada, como un síntoma de primitivismo.

El Don Juan que estudió Freud perdió vigencia en este nuevo contexto.
El homosexual angustiado, que era homófobo, se casaba una y otra vez
tratando de llamar la atención con cada boda, que se exhibía todo lo
que podía con mujeres, inventaba romances y vivía una vida llena de
angustia y agresividad por la negación de sus propias pulsiones, está en
decadencia. La nueva sociedad es menos represiva y más plural. Admite
cada vez más las diversidades.
Tal vez el desarrollo más curioso de este tipo de contradicciones está
en la obra autobiográfica de Fernando Gabeira, que en sus libros "¡A
por otro compañero!, "El Crepúsculo del Macho" y "Hóspede da Utopia"
explica sus contradicciones y su evolución desde el guerrillero machista,
duro, implacable, lugarteniente de Carlos Marighella, hasta el activista
del movimiento gay en que se convierte al volver al Brasil en 1979.
Actualmente, como diputado del Partido de los Trabajadores del Brasil,
ha provocado nuevas conmociones con la publicación de su ensayo
acerca de la "maconha", en el que insta a legalizar el uso de las drogas
en su país. Gabeira es un típico subversivo, nacido en medio de las
contradicciones entre estas revoluciones de las que estamos hablando.

En un espacio compartido entre el marxismo y esas otras revoluciones,


aparecieron autores y pensadores que adquirieron más notoriedad con
la Revolución del Mayo Francés. Marcuse fue uno de los iconos de la
revuelta, con sus teorías acerca del consumismo y la necesidad de
vincular la liberación económica con la liberación sexual. Esa línea,
inaugurada por un discípulo de Freud, Wilhem Reich, continuó con los
escritos de David Cooper y Ronald Laing, fundadores de la antisiquiatría.
El freudismo marxista tuvo un gran desarrollo en la Argentina, en donde
Marie Langer publicó la Revista "Marxismo, Psicoanálisis y Sexpol" y otra
serie de autores como Eduardo Pavlovsky produjeron una literatura
interesante.

Todos ellos plantearon que no cabía una revolución en el campo político


si no se daba también una revolución en el campo de la sexualidad. "La
muerte de la Familia", de Cooper, fue uno de los textos emblemáticos
de esta posición. Según esta obra, la "familia nuclear" había llegado a
una crisis definitiva y era necesario abrirse a nuevas posiciones frente a
todos estos temas. Esas ideas tuvieron un enorme impacto en los
jóvenes de entonces y, en muchos casos, alimentaron las filas
revolucionarias más que las ideas izquierdistas acerca del Estado y la
política, con las que aparecían confundidas.

El sexo se desmitificó, el desnudo se hizo parte del teatro y del cine


común, las comunas Hippies, la vida sexual de San Francisco de
California, especialmente de su barrio de Haight-Ashbury, la capital del
mundo hippie, fueron parte de las fantasías que movieron a los jóvenes
en la época de esas revoluciones.

b. Las drogas
Las drogas fueron otra de las trasgresiones que se puso de moda en
esa época. Las drogas no tenían una historia muy antigua en la vida de
las sociedades americanas. Fueron declaradas ilegales en los Estados
Unidos en un proceso que culminó cuando el movimiento hippie estaba
en pleno auge. En 1937, muchos Estados de la Unión aprobaron una
legislación anti-marihuana, que el Congreso Federal ratificó en 1938.
En 1970, en plena efervescencia del hippismo, el Presidente Nixon firmó
el Acta de Sustancias Reguladas y unificó más de cincuenta leyes
federales sobre narcóticos, marihuana y drogas peligrosas, para impedir
la importación y distribución de drogas ilícitas en los Estados Unidos.
Vale decir, entonces, que las limitaciones legales al uso de las drogas
fueron contemporáneas al auge de su difusión.

El uso de la marihuana y otros estimulantes, que se generalizó a partir


de los años sesentas, fue un fenómeno nuevo en los Estados Unidos
como lo fue también en América Latina. En Europa, algunas drogas
habían sido usadas por grupos de intelectuales, sin que el asunto
tuviese un contenido político. Tenido como una locura de los
sofisticados, fue tema de elites bastante reducidas.

En los años sesenta el movimiento hippie y varios de sus iconos


hablaron a favor del uso de determinadas drogas y alucinógenos. El más
notable de ellos fue Thimothy Leary, un maestro universitario que
después de investigar en varios institutos académicos acerca de los
efectos del ácido lisérgico (LSD) en la mente de la gente, se convirtió
en el apóstol de su difusión.

Cuando los Beatles grabaron uno de sus discos más célebres, "The
Sargent Pepper's Lonnely Hearts Club Band" y filmaron la película "El
Submarino Amarillo", una de las canciones hace referencia a la
experiencia con ácido lisérgico y con su nombre alude a sus siglas: "Lucy
in the Sky with Diamonds" (LSD). Varias canciones de esta banda, que
ejerció una enorme influencia sobre la generación de los sesenta, fueron
compuestas bajo el efecto de drogas y, en muchas ocasiones, fueron
compuestas para ser escuchadas bajo el efecto de determinados
estimulantes. Piezas como “Number Nine” son casi inaudibles para
personas que están en sus cabales.

Emmett Grogan, fundador del grupo de los Diggers, uno de los más
activos dentro del mundo hippie de San Francisco, en su autobiografía,
hace una defensa apasionada de las drogas. El libro es una guía para
comprender la lógica interna de Haight-Ashbury en esos años.
Coherente con sus puntos de vista, Grogan, como varios de los
personajes del underground de la época, murió con una sobredosis de
heroína, en 1978. Pasó lo mismo con un buen número de músicos y
personajes, que eran los ídolos de la juventud de la época, como Brian
Jones, de los Rolling Stones; Keith Moon, del grupo The Who; Mama
Cass, de The Mamas and the Papas; Jhon Bonham, de Led Zeppelín;
Tommi Bolin, de Deep Purple; Janes Joplin y el cantante y poeta Jim
Morrison, vocalista de The Doors. Los nuevos personajes ideales de los
jóvenes, eran casi delincuentes que habrían sido perseguidos, de
acuerdo a los parámetros de la ética tradicional.

Desde fines de los años sesenta, la marihuana empezó a circular


masivamente en los grupos juveniles de América Latina. Al principio, en
ciertos círculos, más intelectuales y radicales, su uso se vinculó con la
rebeldía y la revolución. En varios grupos de izquierda, se dio una
polémica acerca del sentido de las drogas. Para unos, eran un invento
del imperialismo, para desmovilizar a los jóvenes y atontar a la
revolución. Para otros, eran un elemento que permitía ponerse al
margen del orden establecido y percibir nuevas realidades, desde las
que la revolución cobraba un sentido renovado. En todo caso, una
posición de apertura frente al uso de estimulantes, terminó siendo de
buen gusto para desenvolverse en ciertos medios intelectuales. La
desmitificación de las drogas, era parte de esas "otras revoluciones" que
cuestionaban la ética de ese momento. El LSD tuvo una presencia
limitada en grupos más elitistas, pero desapareció pronto y fue
reemplazado por la cocaína y los hongos alucinógenos que se
difundieron cuando aparecieron mitificados en la literatura de Carlos
Castañeda, otro de los íconos de las rebeldías de esa época.

La idea de que había que expandir los límites de la realidad y de que las
drogas ayudaban a hacerlo, fue el fundamento “teórico” de esas
posiciones. Mientras los jóvenes norteamericanos “volaban” con LSD,
los latinoamericanos experimentaban con hongos alucinógenos, peyote,
San Pedro y otros productos vinculados a las culturas indígenas. Hubo
activistas que cambiaron el marxismo por el shamanismo, y otros que
llegaron a una versión sicodélica de la subversión. En todo caso, el uso
de drogas tuvo un contenido político que luego se desvaneció.

Actualmente las drogas, han perdido ese halo ideológico y se han


popularizado. No son ni la terrible aberración que desesperaba a los
adultos de otra época, ni puerta de acceso a un nuevo mundo, en la
que creían muchos jóvenes de los sesenta. Actualmente, nadie cree que
puede descubrir un mundo paralelo al capitalismo fumando un pito de
marihuana. Los jóvenes no tienen un temor mítico hacia las drogas,
pero conocen sus peligros. El uso del éxtasis y de algunos otros
estimulantes químicos, se ha generalizado entre los jóvenes, pero las
muertes por sobredosis son poco frecuentes. Esa fue una epidemia que
mató a muchas estrellas de rock y a muchos ídolos de los jóvenes hasta
la década del setenta. Actualmente, las drogas son una realidad
cotidiana de muchos jóvenes electores y es uno de los temas que
interesa a las nuevas generaciones.

La utopía de expandir los límites de la realidad con el uso de las drogas


tuvo enormes costos. Cientos de jóvenes brillantes se “quedaron” en la
otra orilla y perdieron contacto con la realidad. Muchos otros terminaron
con sus capacidades intelectuales atrofiadas o murieron en “Free
Street”, la avenida de Katmandú en la que los fumaderos de todo tipo
de drogas eran legales hasta hace poco tiempo. Cientos de militantes
que participaron en las revoluciones de los sesentas, especialmente en
Europa, terminaron muertos o descerebrados en la capital de Nepal.

3. La literatura

En los sesentas la literatura, en especial la latinoamericana, vivió una


de sus mejores épocas. La explosión que empezó la primera mitad del
siglo, con la obra de Jorge Luís Borges, llegó a su cumbre con una larga
lista de escritores de primera línea que sorprendían permanentemente
con su obra.

Fueron las décadas del “boom” de los autores latinoamericanos con


Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Jorge Luís
Borges, Ernesto Sábato, Carlos Fuentes, Leopoldo Marechal, José
Lezama Lima, Carlos Castañeda y una larga lista de escritores que
permanentemente nos conmovían con sus obras. No está claro, porqué
en esos años hubo tal efervescencia intelectual, pero, por alguna causa,
disfrutamos de una época de producción literaria de primer orden, sin
precedentes ni continuidad.

En la década de los sesentas Mario Vargas Llosa, identificado al principio


con la causa revolucionaria cubana, publicó sus primeras novelas
magistrales: “La ciudad y los perros” en 1962, “La casa verde” en 1966
y “Conversación en la Catedral” en 1969. La obra de este autor se
complementaría después con una larga lista que incluye novelas tan
importantes como “Pantaleón y las visitadoras” (1973) y “La guerra del
fin del mundo” en 1981. En esa misma década Julio Cortázar publicó
“Historias de Cronopios y de Famas” (1962) y Rayuela (1963). En 1967
se publicó “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez y, en 1965
“El Banquete de Severo Arcángelo” de Leopoldo Marechal, por nombrar
solamente algunos de los títulos que aparecieron justamente en la
década del 60.

Los jóvenes latinoamericanos, nadando a dos aguas, entre la ortodoxia


de la sociedad establecida latinoamericana, conservadora o marxista y
la mayor suma de heterodoxias de la historia de Occidente, que llegaba
desde el Norte, en los acordes de las guitarras eléctricas y las baterías
de las bandas de rock de la época, nos sorprendíamos
permanentemente con los nuevos textos de nuestros autores, que, por
lo general, no se alineaban ni con la ortodoxia ni con la subversión del
sexo, las drogas y el rock.

Desde luego que las viejas concepciones simplonas de la sexualidad,


propias de "María" de Jorge Isaacs, o de "Cumandá” de Juan León Mera,
desaparecieron sin dejar rastro. Correspondían a la época en la que la
gente debía hablar de la cigüeña y no del orgasmo.

La literatura "comprometida", inspirada en el realismo socialista


patrocinado por los soviéticos, siguió en la sombra, produciendo textos
intrascendentes. A los jóvenes occidentales, el paraíso socialista,
rodeado de guardias que mataban a quien quisiera cruzar el Muro de
Berlín, les parecía cada vez más sospechoso.

Si el tema de nuestra reflexión fuese la literatura, dedicaríamos muchas


páginas a la obra de nuestros escritores. “La Guerra del fin del Mundo”
tiene probablemente más méritos literarios que todos los autores
norteamericanos a los que nos vamos a referir a continuación. Pero, en
este texto, queremos referirnos, brevemente, los escritores que
alentaron las “otras revoluciones” de los sesentas. Más allá de su interés
literario, nos interesa su impacto en la destrucción de los valores de la
época. La mayoría de esos textos se tradujeron y llegaron a la América
Latina a partir del 2.000. Sus postulados, llegaron antes, a través del
medio de comunicación revolucionario por excelencia de la época, el
rock. En la literatura latinoamericana no hubo un equivalente a estos
profetas del Norte que lucharan tan abiertamente por la subversión
integral.

En la literatura norteamericana de los años sesentas William Burroughs,


Jack Keoruac, Allen Ginsberg, y Timothy Leary fueron, entre otros, los
íconos de la nueva generación revolucionaria.
En 1953 Burroughs publicó "Yonqui", una novela que gira en torno a
sus experiencias con la heroína. La edición del libro le trajo problemas
porque hacía la apología del uso de esta droga. Seis años más tarde
publicó "El almuerzo desnudo" en el que propuso un viaje por el mundo
de la droga, en el que se mezclan alucinaciones, pesadillas, delirios
poético-científicos, erotismo y perversiones. Esta novela tuvo un gran
impacto entre los jóvenes de los Estados Unidos. Su publicación le
significó un juicio por obscenidad, que no impidió que siguiese
escribiendo la trilogía que se completó con "The sofá Machinne" y “Nova
Express", en 1964.
En esta misma línea de cuestionar la ética, especialmente en el campo
del sexo y de las drogas, estuvo Jack Kerouac, que inició su carrera con
una novela en la que contraponía los valores agresivos de la ciudad, con
los del viejo mundo de su familia, “The town and the city”, que se
convirtió en un ideario de la “beat generation” que tenía como capital a
la ciudad de San Francisco. Había una gran añoranza por lo rural, que
se expresaría la comuna de “hippies”, que pretendía recuperar ciertos
valores humanos que se habían perdido por al proceso de urbanización.
Se puso de moda reivindicar la vuelta a lo "natural" y la novela de
Kerouac se movió en esa dirección.
Después Kerouac vagó por la Unión Americana acompañado de su
amigo Neal Cassady. En 1957, publicó su novela "On the Road" en la
que relata sus viajes, en los que se rompen todos tipo de normas. La
velocidad extrema, las drogas, la sexualidad desatada en todos lo
sentidos, son tema de esta obra, tal vez la más conocida en América
Latina en este género. Los temas de estas novelas y su tratamiento son
recurrentes. La droga como algo que permite expandir la percepción del
cosmos, la homosexualidad, el sexo en grupo y otra serie de usos de
ese tipo, que expanden las sensaciones de nuestro propio cuerpo hasta
el infinito.

Allen Ginsberg fue un poeta reconocido como uno de los padres


espirituales del Flower Power y del hippismo y uno de los activistas que
más luchó en contra de la guerra en Vietnam, los derechos de las
minorías étnicas, sexuales y religiosas. Ginsberg luchó cuando los
derechos civiles eran un tema importante. Especialmente en los estados
del Sur, la segregación racial seguía practicándole. Fue la época de las
grandes movilizaciones encabezadas por el Pastor Martin Luther King,
que murió asesinado en 1968, el año del pico revolucionario.

Ginsberg, fue el típico anti héroe, convertido en modelo de conducta


por una generación que quería romper todas las reglas. En la década
de los cincuentas se trasladó a San Francisco y se unió a otros escritores
de lo que sería la generación de la “literatura beat”, defensora de tesis
revolucionarias, enfrentadas a los intelectuales formales. Los beat,
buscaban visiones alternativas de la vida, querían rechazar el pasado,
el futuro y toda forma, de autoridad u organización social. Para ellos,
toda forma de conocimiento que permitiera ampliar las fronteras de la
percepción era aceptable, las drogas.

Timothy Leary, profesor de las universidades de Berckeley y Harvard,


fue otro poeta que compartía estos puntos de vista. Inicialmente tomó
contacto con hongos alucinógenos en México y se dedicó a estudiar sus
efectos en la mente de las personas. Administró drogas a personajes
del mundo intelectual tan importantes como Kerouac, Ginsberg, Arthur
Koestler y Aldous Huxley, que se prestaron como conejillos de indias
para sus experimentos. En 1965, su hija fue sorprendida al introducir
marihuana desde México, él se hizo responsable del delito y fue
condenado a 30 años de prisión. Recuperó su libertad en 1969 cuando
se declaró inconstitucional la ley contra la marihuana. En 1970 fue
condenado nuevamente por tenencia de drogas.

Desde su punto de vista, el LSD era una puerta que abría la mente de
los jóvenes a nuevas posibilidades de comprender la realidad. Thimoty
Leary escribió, cuando estaba por morir, un libro en el que se reía de
su propia desaparición, “El Trip de la muerte”, que contiene una
defensa irónica de sus puntos de vista y define a las drogas como algo
central de la vida, que permiten percibir mundos que no son accesibles
de otra manera. Es particularmente curioso su relato acerca de la
primera vez que experimentó con heroína, que le fue inyectada por el
siquiatra Ronald Laing, uno de los principales ideólogos de la
antisiquiatría.

Citamos solamente los nombres de algunos de los líderes más conocidos


de esa contracultura. Tuvieron en común su marginalidad, el uso y
apología de las drogas, la práctica de una sexualidad censurada por la
sociedad, la búsqueda de nuevos mundos y sensaciones, su oposición
a la guerra de Vietnam, la lucha por la paz, los derechos civiles y los
derechos de las minorías.

La revista “El Corno Emplumado” dirigida por la activista norteamericana


Margareth Randall y editada en México, con textos en inglés y en
castellano, fue una de las publicaciones emblemáticas de la
“contracultura” de la época, mezcla de todo tipo de transgresiones y
revoluciones. Randall fue una activista radical que vivió en San
Francisco, en donde conoció a Grogan y a otros líderes del movimiento
“hippie”. Su libro acerca de los Hippies nos permitió comprender ese
mundo, a quienes no teníamos acceso a mucha información sobre el
tema. Activista fervorosa de la lucha en contra de la guerra de Vietnam,
renunció a la ciudadanía norteamericana y pasó vivir en México, en
donde fundó el "Corno Emplumado". En las páginas de esta revista se
mezclaron gente tan diversa como Ernesto Cardenal, los poetas
dadaístas colombianos, Allen Ginsberg, Timothy Leary y todos los que
quisieran cuestionar, radicalmente, cualquier cosa desde cualquier
ángulo. La única norma era no respetar las normas y ser irreverente. El
poemario "El Señor T.S. Eliot ha muerto, los poetas nadaístas de
Colombia invitan a un té canasta por su eterno retorno" es una buena
muestra del pensamiento que daba bríos a esta actividad frenética y
polifacética de las múltiples revoluciones.

4. El rock

Pero si en algún campo se expresó de manera dramática este alud


revolucionario, fue en la música. El rock, las bandas, los festivales, los
musicales, fueron el medio de comunicación a través del que se
difundieron los valores de la nueva época. Fue falso que el demonio,
fuera tan tonto como para dedicarse a grabar mensajes
incomprensibles, que al ser oídos al revés, destruían la ética vigente. La
verdad es que los viejos valores volaron en pedazos gracias a la música,
que trasmitió masivamente los mensajes de cambio y fue el instrumento
de comunicación privilegiado de esta revolución.

La actitud del público ante los escenarios, fue distinta a la de quienes


asistían a los conciertos tradicionales. El concierto formal o la ópera
clásica, expresan la estructura de poder de la sociedad tradicional. Un
público en silencio total, escucha al virtuoso o a la virtuosa. La relación
es enteramente vertical. La distancia entre el que sabe y el que no sabe
es absoluta. El público está inmóvil. El artista es el dueño del escenario.
Quien produce el menor ruido es reprimido. En el concierto de rock, la
dinámica es la opuesta. Los jóvenes van a gritar, saltar, silbar, cantar a
gritos la misma canción que el artista. Cuando un virtuoso de la flauta
como Ian Anderson de Jethro Tull interpreta sus melodías, es imposible
escucharlo en medio de la algarabía. El concierto de rock está para
movilizar, integrar. Pertenece a un mundo en el que, incluso en un
concierto, la gente se comunica por imágenes, a través del movimiento
de los cuerpos, más que por la propia música.
Los escritores norteamericanos de los que hablamos antes, fueron
personas de edad madura, que se convirtieron en iconos de una nueva
generación. Los líderes de estas revoluciones de los sesentas fueron
jóvenes que expresaron las inquietudes de su propia generación a
través de la música. No eran escritores. No redactaban manifiestos
como el comunista, ni declaraciones de derechos como los Iluministas.
En realidad no fundaban nada, ni defendían el proyecto de una nueva
sociedad. Criticaban acremente el orden establecido. Se reían de la
sexualidad reprimida, de la familia, del orden, de la religión.

El rock había aparecido en los años cincuentas, mezclando ritmos afro


norteamericanos como el blue, la música country y el gospel. Desde sus
inicios, el rock tuvo algo de contestatario. Los movimientos del cuerpo,
demasiado eróticos de su primer ídolo, Elvis Presley, hicieron que en
determinados programas de televisión norteamericanos como el de Ed
Sullivan, sólo se enfocara su cuerpo de la cintura para arriba. Movía
mucho la cadera. Los jóvenes adoptaron con entusiasmo esta primera
trasgresión que liberaba su cuerpo. El ritmo se difundió inmediatamente
en todos los países de Occidente.

El rock dio un salto enorme hacia delante, desde que una banda inglesa,
los Beatles, consiguió convertirse en vocera de una nueva generación
de Occidente. El conjunto, compuesto por muchachos de clase baja y
media baja de Londres, empezó tocando en bares sin importancia de
Hamburgo. Vueltos a su Inglaterra natal, arrancaron en su carrera a la
fama en “La Caverna”, un club de jazz de Liverpool, del que salieron
varios de los conjuntos que protagonizaron la revolución del rock. Ringo
había nacido en un barrio obrero de Londres, Harrison era hijo de un
chofer de bus, Lennon había sido abandonado por su padre, un marino
de mala reputación que después se aprovechó de su fama para armar
escándalos y sacarle dinero.

La carrera del grupo fue meteórica. En pocos años, entre 1962 en que
su canción “Love me do” les colocó entre los veinte conjuntos más
populares Inglaterra y febrero de 1964 en que llegaron a Nueva York,
convertidos en líderes de una nueva generación pasaron solamente tres
años. En tres años se habían convertido en celebridades y sobre todo
en modelos de lo que aspiraban a ser los jóvenes de la nueva época.
Los Beatles eran muy jóvenes, al igual otros músicos que emplearon el
arte para difundir sus ideas. Cuando llegaron a América, todos tenían
menos de 25 años de edad. El nombre de la banda surgió de un juego
de palabras de Lennon entre “beat” (latido, golpe) y Beetle
(escarabajo), que además aludía a la nueva generación contestataria
norteamericana de la cultura “beat”.

En 1965, apareció su disco “Help” y John publicó dos libros: “John


Lennon in his own write” y “A spanierd in the work”, que se convirtieron
en best sellers en ambos lados del Atlántico. La Reina de Inglaterra les
concedió la condecoración de la Orden de Miembros del Imperio
Británico, usualmente reservada a héroes de la guerra. Muchos
veteranos que habían recibido antes la misma distinción, devolvieron
sus medallas, indignados. No querían compartir este honor con cuatro
músicos que parecían tener tan pocos valores morales. Lennon replicó
que era mejor que se premiara a quienes, como ellos, se habían
dedicado a divertir a la gente, que a aquellos que se creían héroes
porque se la habían matado. Los Beatles y en especial Lennon
estuvieron comprometidos profundamente con la causa de la paz. Eran
anuncios de los nuevos tiempos en que esta se ha convertido en un
valor importante dentro de Occidente.

Los Beatles fueron parte del sector menos radical de la cultura rockera,
pero se ufanaron de usar drogas, jugar con el nudismo, hablaron de la
libertad sexual, lucharon por la paz, y fueron de los primeros en
introducir elementos de las culturas orientales a Occidente. El LSD, los
colores sicodélicos y algunas transgresiones propias de esa generación,
se expresaron en una película en la que los Beatles plasmaron sus
concepciones acerca de la vida. Aunque la banda se disolvió en 1970,
su música ha mantenido su vigencia por muchos años. Lennon, el más
político y polémico de ellos, promovía una cruzada por la paz en el
mundo, junto a su compañera Yoko Ono, cuando fue asesinado por un
demente en diciembre de 1980. El lugar del crimen se convirtió en sitio
de romería de sus devotos en el Central Park de Nueva York.

A pesar de sus transgresiones, los Beatles fueron los “buenos” de la


época, que competían con otras bandas que jugaban a ser los malos,
como The Rolling Stones. Envueltos en escándalos por fumar drogas en
público y transgredir las normas sociales, se hicieron famosos cuando,
liderados por Mick Jagger y Keith Richards en 1963, realizaron su
primera gira por Gran Bretaña y publicaron su primer álbum, “The
Rolling Stones”. En 1967 sacaron el álbum “Between The Buttoms”, en
el que hacían una elegía del uso de las drogas que coincidió con un gran
escándalo en el que se detuvo a Jagger y Richards por posesión de
cocaína.
Cuando los Beatles lograron su gran éxito con el disco “The Sargent
Pepper’s Lonely Hearts Club Band”, los Stones sacaron el disco “Their
Satanic Magesties Request” que inició la leyenda de la vinculación de los
grupos de rock con el satanismo. Esta leyenda se reforzaría por la
actuación de Black Sabbath, conjunto que jugó abiertamente con temas
demoniólatras. El culto al diablo de estas bandas tiene poco que ver con
posiciones teológicas. Algunos católicos han querido ver aquí la
intervención de seres sobrenaturales y han urdido una serie de historias
fantasiosas. Es un disparate juzgar estos juegos con ojos medievales.
Fueron y siguen siendo simplemente, actos simbólicos de trasgresión,
producidos por jóvenes que quieren fastidiar a sus mayores y que nada
saben acerca de la Teología o del Malleus Malleficarum.

En 1969, uno de los Stones, Brian Jones, murió por una sobredosis de
drogas, siguiendo el destino común de muchas de las estrellas
contestatarias de esos tiempos. Los Stones han seguido vigentes hasta
estos años como una banda, que es parte del orden establecido, aunque
originalmente fue una banda que tenía un mensaje contestatario.

Se puede hablar de muchas otras bandas y conjuntos. Mencionamos


solo a los que se hicieron más célebres. La revolución de esa generación
se difundió a través de las guitarras eléctricas, las baterías y las voces
de centenares de grupos musicales, más que a través de textos o
proclamas ideológicas. La revolución bolchevique se hizo con discursos
y movilizaciones obreras. En esta otra revolución, los manifiestos fueron
canciones y las grandes manifestaciones, conciertos de rock.

No se puede dejar de mencionar a Pink Floyd, que se inició a mediados


de 1966. Pink fue uno de los voceros de las ideas críticas de la nueva
generación, que se plasmaron de manera magistral en la película “The
Wall”, que cuestionaba a la sociedad tradicional, por su intento de
convertir a los jóvenes en “un ladrillo más de la pared”. Los malos de la
película eran el estado y la familia conservadora, que destruían la
imaginación y la libertad de los niños. La película y el disco fueron
polémicos, prohibidos en algunos países como subversivos. Esa crítica
a la familia reaccionaria de occidente se volvió en contra del
oscurantismo comunista, cuando Pink interpretó "The Wall", mientras
caía el Muro de Berlín, en medio de jóvenes que lo derribaban a
martillazos. En su criterio, nada había sido tan reaccionario y había
tratado tanto de transformar a la gente en “ladrillos de la pared” que la
sociedad comunista.
El evento cumbre de este rock contestatario del que hablamos, tuvo
lugar el 21 de agosto de 1969, cuando medio millón de jóvenes asistió
a un concierto en Woodstock, un prado cercano a la ciudad de Nueva
York. Los organizadores habían pensado que, en el mejor de los casos,
asistirían cincuenta mil. El concierto reunió a una multitud de jóvenes,
envuelta en una nube de marihuana que se olía desde varios kilómetros
a la redonda fue un detonante de nuevas movilizaciones y conciertos,
porque demostró al mundo que quienes querían vivir una sociedad
alternativa, eran mucho más numerosos de los que ellos mismos se
habían imaginado. Setenta y dos horas de rock, drogas, nudismo y fiesta
sin normas, terminaron sin que hubiese un muerto, ni un herido, a pesar
de que la policía no pudo ingresar al espectáculo y todo estuvo en
manos de los propios jóvenes.

Woodstock no fue simplemente un concierto, sino la primera


manifestación masiva de los jóvenes que se oponían a la guerra en
Vietnam. Muchas de las canciones y las intervenciones de los artistas,
estuvieron enfocadas frontalmente hacia ese tema. Los vietnamitas no
ganaron la guerra solamente por su pasión patriótica, sino porque la
opinión pública norteamericana se sensibilizó gracias a la masiva
movilización de la nueva generación en contra de la guerra. En ese
proceso, el concierto de Woodstock tuvo un papel fundamental.

Woodstock, más que un concierto, fue una manifestación por la paz, en


contra de la segregación racial, por la revolución sexual, por los
derechos civiles. “Peace, flowers, freedom, happinnes”fue la consigna
de esos jóvenes, que estaban en contra del orden establecido, de una
manera más radical que los revolucionarios meramente “políticos”. El
llamado “festival de las flores” consagró al movimiento “hippie” como
una alternativa capaz de transgredir las normas, sin provocar el caos.
La música llegaba a demostrar la caducidad de las normas sociales.

En Woodstock se presentaron muchos músicos jóvenes, poco conocidos


hasta el momento, como Santana, que logró hacer una de las
interpretaciones más espectaculares de la época, cuando ejecutó "Soul
Sacrifice", un diálogo entre la guitarra pesada de Santana y la batería
de Mike Shrieve, que contaba en ese tiempo con solo 16 años. Shrieve,
típico héroe juvenil de la época, moriría un año más tarde, a los 17, por
una sobredosis de droga.

Se presentaron también otros que ya eran famosos. Cantó Joan Báez,


"la reina de la canción protesta", que había sido compañera de otra de
las estrellas presentes, Bob Dylan, con quien actuó decididamente,
oponiéndose a la guerra de Vietnam. Báez, aunque se identificaba con
las tesis revolucionarias, se hizo famosa por su declaración de que “la
diferencia entre la izquierda y la derecha es la misma que existe entre
la mierda de perro y la mierda de gato”. El eje de su protesta fue la
oposición a la guerra y a la discriminación racial. Su esposo estuvo preso
varios años porque no quiso hacer la conscripción para no servir a las
fuerzas armadas en Vietnam y ella también estuvo presa, en varias
ocasiones, por su participación en las protestas.

Sería muy largo citar a los principales músicos que tocaron en el


Festival. Casi todos llegaron a la fama muy jóvenes y bastantes
murieron al poco tiempo, víctimas de la sobredosis, como Jimmy
Hendrix y Janes Joplin. En todo caso, este fue el punto de partida para
una serie de festivales y reuniones que sirvieron para que se expresen
los activistas de estas protestas.

En 1970, el festival realizado en la Isla de Wight evidenció las


contradicciones entre el contenido revolucionario del mensaje y la
posición social a la que habían llegado varios líderes de la revuelta,
convertidos en millonarios. El público atacó a los organizadores del
concierto y a los artistas, acusándolos de manipular a la gente cantando
música contestataria, cuando lo que querían era hacer fortuna. Los
líderes del tumulto dijeron que, si se trataba de cuestionar a la sociedad
capitalista, no se debían cobrar las entradas. Los artistas argumentaron
que si no las cobraban, no habría cómo hacer nuevos festivales. La
propia Joan Báez, activista con todas las credenciales que le daban sus
desventuras y las de su marido por la lucha, dijo en una de sus
declaraciones. “Los músicos del rock venimos de fuera, exploramos
nuestro interior, morimos en muchos casos en esa exploración y en
otros nos desesperamos al ver que, con la fama y el dinero, terminamos
dentro del mismo sistema cuya crítica hizo posible nuestro éxito”. El
festival de Wight marcó el comienzo de una nueva etapa: el mensaje de
los rockeros perdía su carácter subversivo y se instalaba en el orden
establecido, como una forma de protesta socialmente aceptada, que
además era un buen negocio.

Sería muy largo enumerar a todas las bandas que brillaron en esta
etapa. Led Zepelin, Black Sabhath, The Doors, la canción en homenaje
de Thimothy Leary compuesta por Clearens Spidwagon Revolving, las
letras de los Doors, escritas por Jim Morrison, y cientos de autores y
discos fueron parte de esta marea revolucionaria.

5. Los musicales
Otra expresión masiva de la música que difundió las ideas
contestatarias, de una manera más liviana, fueron algunas “óperas
rock”. Los musicales tenían una vieja historia en Brodway, como un
espacio liviano, de diversión de masas. En América Latina, la gente culta
y la gente rica, iban a la ópera. Quienes no tenían un gusto refinado o
no podían aparentar que lo tenían, no iban al teatro. En los Estados
Unidos, la democracia de masas tenía más antecedentes. Muchos
musicales, unos melosos y poco sofisticados, habían tenido mucho
éxito. En los sesentas, algunos de ellos difundieron la subversión de los
valores que gracias a ellos llegó a decenas de millones de personas.
Mencionamos simplemente los que más se relacionan con nuestra
reflexión.

Hair y la New Age

En medio de este torbellino de transgresiones y novelerías, hicieron su


irrupción las culturas orientales y los temas esotéricos. Algunos líderes
hippies, los rosacruces y otra serie de personajes, creyeron que se había
iniciado la Edad de Acuario y que se iniciaba una nueva historia, desde
las cenizas de la ética vigente. Grogan, el líder hippie del que hablamos
antes, después de ser expulsado de la conscripción, acusado de loco,
pasó dos años estudiando en centros de iniciación de los rosacruces
europeos. Louis Powels y Paul Berger, que pertenecían a la misma
secta, publicaron “El Retorno de los Brujos”, libro que impactó
fuertemente en los jóvenes de entonces, tan dispuestos a creer en lo
increíble.

En Woodstock aparecieron lamas tibetanos que habían ido a Estados


Unidos, llevados por Allan Greensberg y otros gurús revolucionarios, que
combinaban la droga con el misticismo, la meditación y determinados
ejercicios de respiración desarrollados por los monjes budistas.

La nueva etapa de la historia de la que hablaban esos grupos místicos,


padres de la cultura “New Age”, así como las transformaciones radicales
de los 60 tenían su explicación, según ellos, en que se había iniciado la
Era de Acuario.

“Hair” es un musical que se inicia cuando un grupo de muchachos


quema sus libretas de enrolamiento para no ir a la guerra en Vietnam.
Una tribu de hippies que cantan a la Nueva Era y a la llegada de la Edad
de Acuario en un parque del Greenwich Village de Nueva York, se
encuentra con un joven de Oklahoma que va a enlistarse en el ejército.
Esta reunión casual les lleva a entablar una amistad, en la que los
valores hippies chocan con los del muchacho, que procede de uno de
los estados más conservadores y rurales de los Estados Unidos. Al final
de la obra, uno de los hippies termina en Vietnam, por tratar de ayudar
al protagonista que pretende tener un encuentro amoroso cerca del
cuartel, y muere en la guerra. La obra es, la exposición más coherente
de la ideología hippie y un impactante manifiesto en contra de la guerra
de Vietnam. En una de las canciones se hace alusión a la masacre de
Mai Lay y en varias se ataca a Jhonson, la CIA, el FBI y a todo lo que
tenía que ver con la guerra.

La obra se estrenó en Nueva York en octubre de 1967, en medio de


controversias. Quienes querían prohibir su presentación rechazaban el
contenido del musical, antibélico y cuestionador de los valores éticos
vigentes y también algunos elementos escénicos. Al final del primer
acto, cuando los hippies quemaban sus papeles militares, todos los
actores y actrices bailaban completamente desnudos y esto era nuevo
en el teatro de la época. El desnudo podía estar en los burdeles, pero
no en Brodway. Hair se presentó en muchos escenarios y finalmente se
convirtió en una película de gran taquilla. Sería absurdo negar que tuvo
un impacto político importante en la lucha por la paz, aunque los
musicales no suelen ser considerados algo “importante” para quienes
analizan la historia con más solemnidad.

En 1971, “Hair” se presentó por primera vez en Argentina. Terminaba


el gobierno militar de Lanusse. Los actores fueron obligados a llevar
mallas de color carne, pero a pesar de eso, el escándalo fue enorme.
Dos años después, la extrema derecha de ese país dinamitó un teatro
para impedir que se presentara otro musical exitoso en los Estados
Unidos: Jesucristo Superestrella. La presentación de un Cristo más
humano, la insinuación de que María Magdalena pudo estar enamorada
de Jesús, la visión política de Judas, fueron causa suficiente para que
los derechistas se opusieran rabiosamente a la presentación de una obra
cuyas canciones se entonan ahora en las iglesias. Las actrices y los
actores de Hair cantaron en las ruinas del teatro, la canción final de su
obra, “permitan que brille el sol”.

Jesucristo Superestrella se presentó en el Chile de Allende, en 1972,


aunque la cultura oficial de izquierda lo vio con sospecha, al mismo
tiempo que la derecha se desgarraba las vestiduras. Para los unos,
había que cantar las canciones de los Parra y no música burguesa. Para
los otros, era inadmisible la presentación de un Cristo más humano.
Desde la perspectiva actual, los incidentes parecen casi ridículos. Ahora
el ciudadano común asiste, comiendo palomitas de maíz con sus hijos,
a películas que no se habrían presentado ni siquiera en los cines
pornográficos de hace cuarenta años.

Al año siguiente se estrenó en Londres “Oh Calcutta”, otro musical que


causó conmoción, porque todos los actores y actrices actuaban
completamente desnudos, de principio a fin de la obra. Estuvo en
cartelera durante veinte años, provocando, inicialmente, la indignación
de los conservadores del Reino Unido. En los años sesentas no había
playas nudistas en Occidente y las fotos de mujeres desnudas aparecían
solamente en revistas como Play Boy y National Geographic, por
distintos tipos de licencia ética. Hombres desnudos, jamás. Podían
pervertir a las mujeres.

En 1969, Roger Daltrey y la banda The Who, que había sido otra de las
estrellas del festival de Woodstock, filmaron la ópera rock, "Tommy".
Tommy es un niño que pierde la memoria cuando ve que su madre y su
padrastro asesinan a su padre. Al recobrar los sentidos se convierte en
apóstol de una nueva religión que se expande rápidamente: la religión
del pin ball. La nueva salvación consiste en jugar en las máquinas con
esos rulimanes. Dios termina siendo la máquina de pin ball; Tommy y
sus padres, los profetas. La religión fracasa cuando la gente se percata
de que jugar pin ball es algo intrascendente, mata a los padres de
Tommy y él escapa a una montaña. Sustituir a Dios por un juego
electrónico, fue un recurso inscrito en la línea de las transgresiones
propias de los sesentas. En el fondo, hay una burla descarnada de los
principios religiosos y una banalización de los valores místicos, a los que
esos jóvenes contestatarios consideraban el sustento de una ética que
pretendían destruir.

Roger Daltry, además de protagonizar Tommy, filmó otra película


musical, Listzomanía, en la que hacía el papel de Franz Listz, en una
versión irreverente de la biografía de este músico. Ambas películas
fueron dirigidas por uno de los maestros del cine, Ken Russell. Los Who
destrozaban las guitarras al finalizar los conciertos, como lo hacía otro
guitarrista legendario, Jimy Hendrix que, incluso, quemaba el
instrumento con el que segundos antes, había deleitado al auditorio.

A pesar de que se estrena en 1980, cuando había terminado el rol


contestatario de los musicales, mencionamos a “Cats” porque es la obra,
de este género, con mayor éxito de la historia. Estuvo en cartel más
tiempo que ningún otro musical, tanto en Londres como en Broadway,
además de presentarse con éxito en muchos otros sitios del mundo.
Esta ópera rock, con música de Andrew Lloyd Webber, tuvo como libreto
los poemas “El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum” que
escribió T.S. Eliot, premio Nobel de literatura de 1948. “Cats” se estrenó
en el New London Theatre, en mayo de 1981 (con amenaza de bomba
incluida, que obligó a evacuar el teatro) y en el Winter Garden Theatre
de Broadway, en octubre de 1982. Asistieron a sus presentaciones
cerca de 20 millones de personas en las dos ciudades. Las ventas
anticipadas a su estreno en Nueva York, permitieron recaudar 6 millones
de dólares.

En 1939 T.S. Eliot compuso estos poemas para sus nietos, contando
una serie de historias sobre personajes gatunos. En 1980, Valery Eliot,
viuda del escritor, entregó a Weber un poema que no había sido
publicado originalmente, sobre "Grizabella la gata glamorosa", que
inspiró la obra de Weber.

El argumento es simple. Cuando hay luna llena, en cierto mes del año,
los gatos se reúnen en un terreno baldío. Se convierten en gatos
“Jellicol”, una mezcla de melosos con mágicos, y cada uno canta su
biografía. A lo largo de la obra los espectadores se percatan de que hay
gatos de todo tipo. Mackavety es un gato gangster, hay gatos que son
felices siendo payasos, otro que duerme en la línea del tren, otro que
ha envejecido en la puerta de ese mismo teatro, etc. Para esa noche,
cada uno ha inventado un nombre “jellicol” que ningún otro gato en la
historia podrá repetir. El nombre es algo único y diverso, como lo son
también cada uno de los gatos.

La obra es un himno a la diversidad. Cada gato es como es, tiene su


encanto por ser distinto, no existe una sola manera de ser gato.
Grizzabella, la gata más rechazada, porque es patoja, fea y triste, es al
final quien triunfa y resucita al culminar la noche mágica. En la
concepción de la vida que difunde la obra, nada está prohibido y nada
es realmente malo o negativo. La permisividad y la aceptación del otro
es la norma de ese mundo, en el que los gatos son felices sin modelos
rígidos.

Muchos de los valores del nuevo elector, a los que nos referimos en la
primera parte de este texto, tienen sus raíces en estas revoluciones.
Occidente no sería lo que es sin la conmoción que provocaron todas
estas locuras al finalizar el siglo XX. El culto de lo fugaz, el rechazo del
orden establecido, el individualismo, se reforzaron con las visiones del
mundo generadas por estas manifestaciones culturales.
Los musicales se presentaron en muchos escenarios y en algunos casos
se convirtieron en películas. Difundieron masivamente las ideas de las
revoluciones de los sesenta, de manera más divertida y masiva que los
seminarios que organizaban las organizaciones políticas para difundir
sus ideologías. Fueron un elemento eficaz de difusión de ese huracán
anarquizante que carecía de un profeta o de una Iglesia que lo
condujera, pero que arrasó con gran parte de los valores que habían
dado sentido a la vida de los occidentales hasta esos años.

6. América Latina

En muchos de nuestros países, en especial en los andinos, y en esa


época Chile era andino, las cosas parecían claras. Estas revoluciones del
norte no tenían mucho espacio. Eran vistas como parte de la
descomposición moral del capitalismo, cuyo colapso era inminente:
muertos más o muertos menos, iba a ser reemplazado por las
democracias populares que habían llevado a los países del Este a una
etapa superior de la historia. Mientras los jóvenes del Norte luchaban
para que no existiera la guerra de Vietnam, nosotros marchábamos
gritando: “¡Cuál es la consigna que nos dejó el Che Guevara! Crear uno,
dos, tres Vietnams...”

Pablo Gallinazo componía canciones para las FARC de Colombia


mientras los Quilapayú, los Inti Illimani, los Parra y Mercedes Sosa
inventaban la música milenaria, que nuestros indígenas entonaban
cuando llegó Colón a América. En varios países latinoamericanos se
produjeron verdaderas masacres de armadillos, cuando los cantantes
revolucionarios nos contaron que nuestros antepasados habían usado
charangos. Hasta esa fecha nunca vimos esos instrumentos en la
mayoría de los países andinos.

Lo curioso es que quienes inventaron la música de nuestros indígenas,


fueron latinoamericanos de países en los que la cultura prehispana casi
no existe. Los propios indígenas aprendieron su música ancestral en los
discos de estos cantautores blancos y ahora la usan en los espectáculos
folklóricos. Estas canciones típicas se escuchan ahora en cualquier
estación de subterráneo de Roma o Madrid cuando algún
latinoamericano trata de conseguir unas moneditas. Normalmente el
espectáculo es más redituable, cuando se toca un charango y mejor si
se usa un sombrerito de lana con orejeras, como el de los aimaras
bolivianos.
Pasó lo mismo con las artesanías, cuyos modelos se unificaron y
produjeron una “artesanía ancestral” de los indígenas, que supone algo
absurdo: que los mayas y los olmecas se vestían como los cañaris y los
incas. En realidad, muchos de ellos no se vestían con nada y tenían
tradiciones locales, perfectamente diferentes. Esas artesanías, que son
iguales en Guatemala, Perú o Argentina, son una creación de la sociedad
globalizada que terminó de unificar los productos de los descendientes
de una multiplicidad de pueblos diversos, y muchas veces enemigos
entre sí, que poblaban América cuando llegaron los españoles. Esos
pueblos poco tienen en común, como no sea haber llegado del Asia en
tiempos inmemoriales y encontrarse en un continente que un Genovés
confundido supuso que era La India. Nunca fueron iguales entre sí, pero
los europeos los uniformaron y los llamaron indios gracias a esta
equivocación.

Tal vez la excepción más importante fue la Argentina, en donde se


desarrolló un rock nacional con figuras como Charly García, el Flaco
Espineta y Fito Páez, cuya obra estaba más cerca de la revolución del
New Age ,que de la revolución socialista. De hecho, la biografía de
Charly García es más cercana a la de Grogan que a la de Pablo Gallinazo.
Una de sus composiciones más importantes, “canción para mi muerte”
nació en el balcón de un hospital militar de Buenos Aires, cuando Charly
fingió estar loco para escapar del servicio militar, usando la misma
estratagema de Grogan cuando fue expulsado del ejercito
norteamericano.

7. Triunfo y ocaso de las revoluciones

Así como podemos decir que la huella, de las revoluciones socialistas y


las guerrillas marxistas, en la historia del siglo XXI, es mínima, podemos
también decir que estas otras revoluciones produjeron un cambio
radical en las actitudes de los occidentales frente a casi todo. Mucho de
lo expuesto en la primera parte de este trabajo acerca de las
percepciones del nuevo elector, tiene que ver con la crisis producida por
el derrumbe de los valores tradicionales de Occidente en los años
sesenta. Para comunicarse con los nuevos electores, para interpretar
sus actitudes ante la vida y también ante la política, es más importante
conocer de rock que leer “El Capital”. No se puede comprender al nuevo
elector latinoamericano sin tomar nota de estas transformaciones.

Las actitudes cambiaron porque se produjo esa revolución en las


comunicaciones, porque se inventó la píldora anticonceptiva, porque
estalló ese alud de transgresiones en los sesenta, porque el liberalismo
se impuso en Occidente, porque la revolución liberal dejó fuera de la
cancha al socialismo real, porque la familia tradicional entró en crisis,
porque la mujer se incorporó al mundo productivo y feminizó nuestra
cultura, porque las ideologías totalizantes y apocalípticas terminaron
siendo un poco cómicas, porque la banalización de lo solemne
desenmascaró a los mitos.

Estamos muy acostumbrados a preguntarnos acerca de qué fue


primero: el huevo o la gallina. Desde Descartes, tratamos de explicarnos
la realidad por causalidades lineales. En este caso, muchos se preguntan
qué causó a qué, qué estuvo primero y qué vino después. Parecería que
todo se dio de alguna manera interrelacionado, fortaleciéndose
mutuamente los distintos procesos. La verdad es que los occidentales
arribamos al siglo XXI con una forma de ver las cosas, realmente distinta
de la que tuvieron nuestros ancestros y de la que actualmente tienen
otras culturas.

Cuando las revoluciones triunfan, los excesos de los primeros años se


moderan, la sociedad pasa a vivir de una nueva manera, los cambios se
convierten en normas, la epopeya, en vida cotidiana. La democracia y
el liberalismo son hijos de la Revolución Francesa, pero actualmente, no
es necesario, antes de cada elección, degollar monarcas y vivir las
masacres de la época de Dantón, Robespierre y Sade. Se hacen
campañas con cantos y globitos. En vez de usar guillotinas, regalamos
sombreros, gorras de colores y todas las cabezas siguen en su sitio. Las
primeras etapas de todas las democracias fueron violentas. En
Norteamérica no se dieron las conmociones y masacres de Europa, pero
hubo violencia. Sería difícil que en el siglo XXI alguien pueda igualar el
récord de Robert Todd Lincoln, que además de presenciar el asesinato
de su padre, Abraham Lincoln, fue testigo del asesinato de otros dos
presidentes norteamericanos, Garfield y MacKinley, después de lo cual
no quiso nunca más ver a un Presidente por el temor de que también
fuera asesinado. Actualmente los magnicidios son muy raros en
Occidente y es poco probable que alguien pueda presenciar, a lo largo
de su vida, tres asesinatos de presidentes de su país, aunque sea por
televisión.

A fines de los años sesenta algunos de los hippies ya sentían que su


revolución se estaba “integrando al sistema”. Sentían asco de sí mismos,
al sentirse “comercializados”. The Psychodelic Shop, la tienda
emblemática de Haigt Ashbury, cerró porque sus dueños decían que los
pelos largos, las pipas, los collares, los jeanes, y todos los símbolos de
su protesta, se estaban produciendo en serie y se habían convertido en
una moda lucrativa para las grandes empresas. Los dueños de la tienda,
convocaron a todos los hippies a vestirse de distintas maneras para
despistar, a no parecer hippies, incluso a evitar serlo, para impedir su
propia comercialización. “Hemos sido un zoológico al que venían los
jovencitos del orden establecido a mirarnos como bichos raros y a jugar
con nosotros. Debemos disolvernos”, fue su mensaje. De hecho la
contracultura se convirtió en un negocio lucrativo y en medio de la
confusión de los significados, muchas de las indumentarias de la gente
contestataria pasaron a ser parte de la moda. En uno de los episodios
más graciosos de esta banalización de la contra cultura, la efigie del Che
Guevara, dirigente de uno de los gobiernos más homófonos del siglo
XX, se convirtió en símbolo del movimiento gay europeo.

Otro tanto ocurrió con algunos de los ídolos del rock y la protesta.
Santana ya no es el líder alternativo de Woodstock: en el 2005 cantó en
la ceremonia de los Oscares de Hollywood haciendo dúo con Antonio
Banderas. Los Rolling Stones siguen en escena como leones que alguna
vez fueron feroces pero hoy están domados, antiguos hippies
contestatarios que hoy mantienen un espectáculo lucrativo. Algunos
como Ozzy Osborne no murieron de sobredosis, viven idiotizados por el
abuso de las drogas, pero hundidos en millones de dólares. Son la parte
negativa, pero de todas maneras parte, de la sociedad establecida. Con
varios de los músicos y figuras revolucionarias que sobrevivieron, se
produjo lo que en su momento le ocurrió a Jean Gente, que pasó, de
temido delincuente, a estrella de los cafetines parisinos. Después de
todo, para las elites es de buen gusto tener un invitado “raro” en sus
fiestas, en un mundo que venera la diversidad.

Desde un punto de vista realista, ocurrió que esas revoluciones


triunfaron y algunos de sus postulados pasaron a ser parte del orden
del Occidente en que vivimos. Los ídolos juveniles ya no mueren por
sobredosis, tampoco se mitifica a las drogas y hay conciencia sobre sus
peligros. Las drogas son vistas simplemente como una parte de la
realidad, como lo son el alcohol o el nudismo.

Los derechos civiles han avanzado mucho, especialmente en


Norteamérica. Hace solo cincuenta años, un gobernador demócrata
impedía que los negros se sienten junto a los blancos en los buses de
Alabama. En el 2005 un Presidente Republicano designó a una mujer
afro americana para el cargo más poderoso del Gobierno americano.
Condolerá Rice es la primera mujer afro americana que ha sido
Secretaria de Estado de la Unión Norteamericana.
Las comunas sexuales de los hippies han desaparecido, pero a ningún
niño se le dice que ha venido en el pico de una cigüeña. La mujer tiene
un rol importante en la sociedad, el “macho” que golpea a sus hijos, a
su mujer o persigue homosexuales es visto como un salvaje, por la
mayor parte de las personas medianamente cultas. Hay clubes de
Swinngers, para intercambiar parejas y sus miembros no son militantes
una organización que quiere implantar una nueva Era, sino simplemente
empresarios o profesionales aburridos que buscan nuevas sensaciones.

La violencia es mal vista. Hace cincuenta años, las familias poderosas,


de la ciudad en que nacimos, salían a cazar venados en las
proximidades, y cuando mataban un astado, amarraban el cuerpo del
animal a la trompa del vehículo en que habían ido a la excursión y
paseaban por la ciudad exhibiendo su trofeo. La gente en las calles los
veía con admiración y los aplaudía. Si alguien hace lo mismo en
nuestros días, sería apresado inmediatamente, los niños llorarían, la
prensa protestaría. Una escena de brutalidad semejante es
inimaginable.

Quedan algunos abuelos que tratan de mantener intactas las viejas


ideas y luchan con los fantasmas de la Guerra Fría. Unos, siguen
movilizándose en favor de Cuba, sueñan con un socialismo que no se
dio y oyen música protesta mientras sus hijos estudian marketing en
Norteamérica. Otros, tienen enormes melenas blancas, fuman
marihuana y se ponen chalecos de jean, manejan motos y hacen
sonrojar a sus nietos e hijos que se han acoplado a un sistema que ya
absorbió las viejas protestas.

4. La agonía de los conceptos políticos: Nosotros que tanto


amábamos la revolución

A fines del siglo pasado, en el hemisferio norte, los jóvenes


protagonizaron una rebelión integral en contra del orden establecido y
el por establecer, cuestionando todos los valores de Occidente.
Agonizaron desde Dios, hasta las relaciones de poder en la familia, y
sobre todo, la relación hombre mujer. Se desató la feminización de
nuestra civilización y la instauración de nuevos valores,
correspondientes a una Nueva Edad. Cierto que en esa gran corriente
de jóvenes que luchaban por la libertad, los derechos civiles y en contra
de la guerra de Viet Nam, había unos pocos troskystas, anarquistas y
militantes de minúsculos grupos de izquierda. No fueron la mayoría, ni
impusieron un ritmo a esas revoluciones, y terminaban defendiendo una
versión confusa de socialismo, incompatible con las ortodoxias de los
países comunistas. Margaret Randall puede haber sido uno de los casos
emblemáticos de esta posición: fue una disidente de todo, incluso de la
disidencia. Su izquierdismo no la encadenó a las órdenes del
COMINTERN, ni mucho menos.

En los países latinos las cosas fueron diversas. La izquierda, en general,


fue muy conservadora. El machismo latino hizo más difícil y lenta la
incorporación de la mujer a la vida política, la presencia del Partido
Comunista, con enorme influencia en los ámbitos intelectuales, impidió
que se dieran muchas transformaciones. Eran demasiado dogmáticos
como para permitir el debate acerca de las libertades por las que
luchaban los jóvenes del norte. Casi todas las banderas que tenían que
ver con el ecologismo, el feminismo, el respeto a la diversidad sexual,
la lucha por los derechos civiles, eran vistos por esa izquierda
conservadora como “desviaciones” juveniles, propias de un capitalismo
que agonizaba.

Nuestra historia política y nuestra cultura habían tenido otro desarrollo.


A principios del siglo XX muchos latinoamericanos luchaban por el
conservadorismo o por el liberalismo, suponiendo que perseguían un fin
superior. Existían elites convencidas de teorías o de creencias religiosas,
que movilizaban grandes masas, integradas por personas poco
informadas, que por convicción o por la fuerza, eran la carne de cañón
de esos enfrentamientos. Unos pretendían llegar al cielo apoyando las
tesis conservadoras y otros pretendían acabar con el oscurantismo
difundiendo las ideas de la Iluminación. Los eclesiásticos y los
intelectuales liberales se enfrentaban en una polémica apasionada, en
la que, supuestamente, estaban en juego los intereses de Dios o el
progreso de la humanidad. Nuestras elites habían trasladado
imaginariamente a la América Latina las luchas europeas entre católicos
y masones, burgueses y nobles y esto daba un sentido épico a su acción
política.

La lucha del Liberalismo con el Conservadorismo se eclipsó después de


la revolución Soviética de 1917, a partir de la cual, la alternativa
comunista, ocupó un espacio creciente a lo largo de setenta años. Hacia
la década de 1960 parecía que los días del capitalismo estaban contados
y la revolución socialista se expandía por todos los rincones del mundo.
La oposición entre la democracia y el comunismo sirvió para justificar la
muerte de personas y pueblos enteros, en aras de algunos "fines
superiores" entendidos en el marco de la Guerra Fría desde los dos
ángulos. No sólo asesinaron a sus adversarios ideológicos Stalin y
Castro, sino también Videla y Pinochet.
Recordamos todavía las manifestaciones, de la década de 1960, a las
que salían los niños de las escuelas católicas de muchos de nuestros
países al grito de “Viva Cristo Rey y abajo el Comunismo”, para pedir la
ruptura de relaciones con el régimen cubano y los feroces
enfrentamientos entre dictaduras "capitalistas" y guerrillas "socialistas"
que dejó un reguero de muertos por toda América Latina. Unos creían
que luchaban para detener al totalitarismo bolchevique y otros que
peleaban en contra de la oligarquía y el imperialismo, para construir una
sociedad justa.

Dentro de América Latina, Izquierda y Derecha eran conceptos claros y


distintos que permitían organizar la comprensión de lo político. Ser de
izquierda era ser antiimperialista, enemigo de los norteamericanos en
Vietnam, rechazar la democracia “burguesa”, patrocinar la “dictadura
del proletariado”, impulsar la estatización de los bienes de producción,
fortalecer los sindicatos, respaldar a la URSS, a Castro, creer en una
religión basada en el pensamiento ateo de Marx y Engels que giraba en
torno al proletariado, y que comprendía a diversas iglesias, con matices,
como la soviética, la china, la Troskysta, la albanesa de Enver Hoxa, la
norcoreana, la cubana, los “socialismos nacionales africanos” y los del
Medio Oriente y una infinidad de pequeños credos que se movían en los
ámbitos académicos. Desde su óptica, todos los demás eran de derecha,
tanto los que defendían economías semiestatistas de “bienestar”,
respaldaban la invasión al sureste asiático y las torpes dictaduras
militares a través de las cuales Estados Unidos combatía a la izquierda
en nuestros países, como los que creían el libre mercado, la democracia,
el pluralismo y muchos de los valores de la nueva visión de la vida que
proponían las rebeliones del norte. Todo el que no estaba dentro de los
marcos de la ortodoxia era un “desviacionista” o un agente de la CIA.

Aunque todo parecía definirse claramente a partir de la oposición


derecha – izquierda, el fin de la Guerra Fría permitió que afloraran una
serie de problemas que parecían elementos secundarios que aparecían
accidentalmente dentro de la "verdadera" confrontación entre la
Democracia y la Revolución Socialista. Resultó que no habían sido
"superestructuras" que dependían totalmente de la infraestructura
económica, como lo había proclamado el marxismo. Temas como la
discriminación en contra de las mujeres, los derechos civiles, la
diversidad sexual, las diferencias culturales, aparecieron con vida
propia.
Pero además, se produjo un cambio radical en el escenario político de
América Latina. Acabada la Guerra Fría, desaparecieron las dictaduras
militares que dominaban casi todo el continente, se instaló la
democracia y los movimientos insurgentes en toda la región
desaparecieron o se transformaron en fenómenos distintos. Javier
Heraud fue reemplazado por Pablo Escobar, y las guerrillas ideológicas
por los Maras Salvatruchas. Parafraseando el título del libro de Cohn
Bendit diríamos que caducó la revolución a la “que tanto amábamos”
muchos jóvenes en la década de 1970.

Hasta esa década, casi todos los países de la región estuvieron


gobernados por dictaduras militares que, con mayores o menores
grados de brutalidad, ejercían un poder omnímodo. Esos gobiernos,
tuvieron el respaldo norteamericano en el contexto de una Guerra Fría
que puso en peligro la existencia misma de la humanidad. La Unión
Soviética y los Estados Unidos acumularon tal cantidad de armas
nucleares que, durante varias décadas, fue perfectamente posible que
se destruya la vida en todo el planeta por obra de la estupidez humana.
El autoritarismo generó una respuesta de su mismo género y en casi
todo el continente aparecieron movimientos armados, apoyados por la
Unión Soviética, Cuba o China que fueron la contraparte violenta de las
dictaduras. Para muchos jóvenes y para muchos intelectuales
latinoamericanos, la vida se definía entre dos opciones: el "socialismo"
o el "capitalismo". A pesar de que después de la Revolución del Mayo
francés y la Primavera de Praga, la Unión Soviética terminó, en los
medios juveniles, con una imagen autoritaria y de poca sintonía con la
nueva época, el mundo tenía dos polos y los que participaban en política
se veían obligados a definirse dentro de esa alternativa maniquea.

Para muchos, Cuba fue un referente fresco, que les permitió soñar con
renovadas utopías. En esos tiempos, no se habían desarrollado tanto
los medios de comunicación y nosotros éramos mucho menos
informados de lo que son los jóvenes actuales. La televisión estaba en
una etapa incipiente y no había Internet. Las noticias que llegaban de
la Isla eran sesgadas, y quienes la visitaban nos hablaban de un nuevo
mundo que surgía. En los países comunistas no había libertad de
prensa, solo ingresaban miembros de los partidos afines, en visitas
dirigidas, y las leyendas pasaban de boca en boca. Eran bocas
interesadas. Se decía que el hombre socialista de la Isla era distinto.
Rotas las cadenas de la explotación capitalista, los cubanos habían
llegado a una sociedad en la que no existía el robo, la prostitución, ni el
desenfreno sexual. El discurso de la revolución tenía un contenido ético,
que lindaba con un moralismo fanático.
Quienes volvían visitando el experimento revolucionario cubano, nos
contaban, fascinados que, en La Habana, era posible abandonar una
cámara fotográfica en la vereda sin que nadie la robara. Cuba, que había
sido antes el gran burdel de Batista, había recobrado su dignidad.
Algunos comentaban que incluso la homosexualidad, tenida como una
"desviación capitalista", había desaparecido. De hecho, los pocos
"anormales" que insistían en practicar esta perversión capitalista, eran
ejecutados o tenían que exilarse en algunos países nórdicos, alegando
que su vida corría peligro por su preferencia sexual.

Años más tarde, algunos amigos nos describieron lo que ocurría en el


Haití gobernado por Francois Duvalier y conversamos en la República
Dominicana, con mucha gente que había vivido durante la dictadura de
Trujillo. Nuestra sorpresa fue enorme. En ambos países, los más
cercanos geográficamente a Cuba, había ocurrido lo mismo durante
esas dictaduras. Nadie robaba a nadie. No eran los mismos ideales, ni
el mismo hombre socialista los que se desarrollaban en los tres sitios,
pero había algo en común: la pena de muerte al ladrón. Simplemente,
en las dos islas, Duvalier, Trujillo y Castro pusieron en vigencia una
legislación tan violentamente represiva en contra de los amigos de lo
ajeno, que el hurto desapareció.

En cuanto a la homosexualidad, lo que pasó en realidad fue que se


desató una represión sangrienta en contra de los homosexuales. Países
como Suecia aprobaron el estatuto de "refugiado por preferencias
sexuales" para amparar a homosexuales que huían de la represión del
régimen cubano. Muchos poetas e intelectuales de la isla, cuya vida
corría peligro por su preferencia sexual, se vieron obligados a escapar.
En el mundo occidental contemporáneo y más para las nuevas
generaciones, esto sería visto como un rasgo de salvajismo difícil de
entender y no como un gran avance histórico.

Un joven poeta peruano moría en la selva empuñando las armas,


mientras muchos jóvenes en América Latina repetíamos sus versos casi
con devoción. El Che Guevara desaparecía de Cuba y asomaba al frente
de grupos armados que luchaban por la independencia de Angola, de
Mozambique y finalmente combatía y moría en Bolivia en un gesto de
heroico idealismo. Los revolucionarios cubanos apoyaban a los
"socialismos nacionales" en el mundo. Las tropas de la Isla aparecían
luchando junto a los revolucionarios de Angola, Namibia y al gobierno
revolucionario de Etiopía. No solo que Cuba había dejado de ser una
colonia, sino que extendía su dominio sobre el África en nombre de la
solidaridad revolucionaria.

El mito de David y Goliat revivía y nos emocionaba, cuando Vietnam se


enfrentaba a los Estados Unidos y triunfaba en una guerra desigual.
Miles de jóvenes latinoamericanos participábamos en marchas de
protesta en contra de la invasión norteamericana a Viet Nam, Laos y
Cambodia. Ho Chi Min, Vo Nguyen Giap, el Príncipe Norodon Shianuk
eran nuestros héroes. La matanza de May Lai producía protestas en
los Estados Unidos y algunos estudiantes de Berckeley morían en manos
de la policía por manifestar su solidaridad con los vietnamitas. Las
marchas pacifistas eran cada vez más grandes y significativas. El festival
de Woodstock reunía a medio millón de jóvenes que protestaban en
contra de la Guerra. Muchos de sus asistentes se ponían camisetas con
la efigie del Che Guevara. No sabían que con sus indumentarias y con
sus alegatos en favor de la libertad en otros órdenes, habrían sido
inmediatamente apresados o ejecutados en Cuba, Vietnam del Norte o
en cualquier otro de los países revolucionarios que idealizaban.

La revolución parecía inevitable. Más allá de la ortodoxia soviética,


sospechosa para muchos jóvenes, se hablaba de los socialismos
nacionales que permitían aplicar con creatividad la teoría socialista en
países del tercer mundo. Castro era uno de los mayores paradigmas de
este modelo. Otros líderes del tercer mundo, como el coronel Gamal
Abdel Nasser que terminó con la monarquía egipcia, el Pandhit Nehru
de la India y un disidente comunista, Joseph Broz Tito de Yugoslavia,
se aliaron para plantear una tercera vía. Fundaron la asociación de
Países no Alineados entre la URSS y Estados Unidos, que construían
socialismos alternativos. El Partido Baath parecía lograr el sincretismo
entre el socialismo y la fe islámica con sus gobiernos socialistas en Irak
y Siria, como lo hacían también Muhamad El Gadafi en Libia, Mengistu
Hallie Maryam en Etiopía, Said Barré en Somalia, los Khmers Rojos en
Camboya, los revolucionarios laosianos y vietnamitas, construyendo
“socialismos nacionales”. Todos confluían para dar inicio a una nueva
etapa de la historia. Así como otras religiones habían tenido su Biblia, el
marxismo tuvo su libro: el Capital, especialmente el tomo Primero que,
con interpretaciones exóticas, que iban más de sus textos, explicaba y
sacralizaba todas estas acciones.

En definitiva, había un discurso con un gran contenido ético y una


retórica mesiánica y apocalíptica acerca de la vida que movilizaba a
muchos jóvenes. Los revolucionarios creían que iban a fundar una
nueva humanidad y cualquier sacrificio, propio o ajeno, que se hiciera
para construirla valía la pena. Desde luego que era preferible que fuera
ajeno y también mejor, si el sufrimiento iba de cuenta de los
explotadores y ricos de cualquier orden. Las masacres promovidas por
gobiernos y grupos totalitarios conseguían aquí su justificación, y un
discurso maniqueísta "perdonaba" los excesos de los revolucionarios y
denunciaba los desmanes de las fuerzas represivas, cuando eran de
derecha. Cuando los unos mataban, secuestraban o asaltaban, sus
acciones eran actos heroicos, porque lo hacían en nombre de La
Historia. Cuando los otros hacían lo mismo, recibían una condena
inmediata, porque siendo las fuerzas obscuras del mal, además de
cometer los atropellos, eran siervos del imperialismo y se oponían al
desarrollo de la especie.

Los antiguos movimientos insurgentes latinoamericanos se extinguieron


cuando desapareció su fuente de financiamiento, la "solidaridad del
internacionalismo proletario", o lo que es lo mismo, el dinero de la URSS,
Cuba y China. Ya no hay países que financien la lucha armada por esas
utopías. Algunos estados islámicos que apoyaron económicamente a la
subversión como Libia, Siria e Irak han dejado de hacerlo por diversas
causas. En la práctica, los grupos guerrilleros se han extinguido. Cuando
sobreviven, están vinculados a la droga y otros delitos, que son la única
posibilidad de financiar sus actuales acciones.

Queda el caso colombiano con sus peculiaridades, y algunas chispas


subversivas, dispersas en la región andina. El caso de los zapatistas
mexicanos, guerrilla mediática de la época de las realidades virtuales,
con su líder enmascarado y fumando pipa, recorriendo en una moto el
territorio mexicano, merece mención aparte. La guerrilla colombiana
tiene una larga historia. Originalmente fue una fracción de la guerrilla
liberal que se mantuvo en la montaña, después del acuerdo que puso
fin a la guerra civil entre liberales y conservadores. El grupo se radicalizó
con la muerte de Gaitán y se convirtió en una guerrilla castrista.
Actualmente es una organización económicamente sólida, que ha
obtenido su propio financiamiento, basado en la relación con los carteles
de la droga y otra serie de delitos, como lo han hecho también otros
irregulares, enemigos suyos, las fuerzas de las Autodefensa de extrema
derecha. Progresivamente, los guerrilleros colombianos de ambas
tendencias han financiado sus acciones con dinero que procede del
narcotráfico, el secuestro, el chantaje, el robo de autos. Poco tienen que
ver con los movimientos armados "ideológicos" e "idealistas" de otros
tiempos, equivocados o no.
Las FARC son una enorme red delincuencial, con cerca de 25.000
hombres y mujeres en armas y un presupuesto anual de más de mil
millones de dólares anuales. Sería difícil imaginar que líderes soñadores
como Javier Heraud o el Che Guevara podrían participar hoy en una
organización delictiva como esa. Habíamos dicho que en los
movimientos revolucionarios del siglo pasado el factor ético fue central.
Fueron gente que luchó por lo que creían que era un mundo mejor, a
veces, incluso, con un moralismo exagerado. Es difícil imaginar que
ahora estarían dispuestos a trabajar como fuerzas de choque de los
carteles de la droga.

La brutalidad desatada de los movimientos armados actuales tiene que


ver con esa nueva realidad. La principal fuente de financiamiento, tanto
de los movimientos colombianos, como de Sendero Luminoso, en el
Perú, han sido el secuestro, la extorsión y el asalto. Para que funcione
su esquema necesitan provocar el temor de la población. No necesitan
su apoyo. Su proyecto, más que revolucionario, tiende a ser un proyecto
terrorista, que no tiene problema en producir el temor y el odio de la
mayoría de la gente. No buscan el apoyo del pueblo para llegar al poder,
sino ser temidos para que la gente se doblegue a sus chantajes. Tienen
el rechazo de la gran mayoría de la población, pero deben producir
miedo para garantizar su negocio. De hecho, la popularidad del
Presidente Fujimori, en su momento, y la del Presidente Uribe, tienen
su base en una oferta: combatir con toda la firmeza posible a estos
grupos.

La posibilidad de que el triunfo de que esas ideas revolucionarias lleve


a algún lado, también se ha desvanecido. La Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas se disolvió. Los comunistas más ortodoxos que
quedan actualmente en Rusia, habrían sido fusilados en la URSS por sus
desviacionismos capitalistas. En los países de Europa del Este, que
vivieron el “socialismo real”, lo que existe es una enorme ansiedad por
incorporarse a la Europa Occidental y sus gobiernos son más
rígidamente capitalistas que Inglaterra o Francia. China conserva el
ceremonial marxista mientras todas las zonas que adoptan el liberalismo
económico se desarrollan a un ritmo inusitado. Quedan leales a las
viejas ideas, la República Popular de Corea con un monarca marxista
que habiendo heredado la corona de su padre, gobierna uno de los
pocos países del mundo en el que la gente muere de hambre en las
calles y Cuba, un país que espera la muerte de Castro para desarmar
un esquema de gobierno obsoleto.
En la hipótesis más imaginativa ¿a qué futuro puede llevar al país el
triunfo de una guerrilla comunista colombiana en un mundo que ha
evolucionado de esa manera? ¿Qué podría hacer un Gobierno de
Colombia instaurando la dictadura del Comandante Tirofijo en este
Occidente globalizado? ¿Cómo se puede esperar que los nuevos
electores tengan las actitudes que mantuvimos los jóvenes de hace
treinta años, cuando ellos son mucho menos ignorantes y tienen sueños
cotidianos mucho más apasionantes que los nuestros?

Analizado el pasado, es claro que la izquierda oficial latinoamericana era


muy conservadora en otros aspectos. Para quienes vivieron las
revoluciones de los setenta y apoyaron al gobierno de Allende es
impactante conocer las historias, recientemente publicadas por la
prensa chilena, de Pablo Neruda y Volodia Telteinboin, líderes del
Partido Comunista, que se vieron obligados a vivir experiencias vitales
tortuosas, por la ortodoxia con que ese partido defendía la fidelidad
conyugal de la mujer comunista. No hay duda que los militantes de ese
partido estaban sometidos a una ética sexual más rígida que la de los
sacerdotes católicos, cosa que era inimaginable para los roqueros y
jóvenes revolucionarios que defendimos en las calles de Santiago ese
proceso.

A los 57 años de edad, Claudio Teitelboim, descubrió que su padre real,


era Alvaro Bunster, un militante del partido que tuvo una relación
romántica con su madre. En 1948 Stalin había impuesto en la URSS una
ética rígida según la cual, las parejas no reconocidas legalmente no
tenían derechos, si una mujer tenía un hijo sin estar casada no podía
pedir nada a nadie, y debía cargar con su “culpa” por sí sola. La rigidez
de las normas respecto de la vida sexual, fueron semejantes en todos
los países comunistas, incluida China, en la que “no existían” relaciones
sexuales fuera del matrimonio. Si a los simples mortales se les exigía
una vida tan rigurosa, los militantes del partido, que eran la vanguardia
de la humanidad, estaban obligados a dar ejemplo con una vida más
virtuosa. Hubo un código rígido que reguló la vida sexual de los
militantes comunistas de muchos sitios del mundo. Cuando la esposa
de Volodia tuvo este romance, la Comisión de ética del partido juzgó el
asunto, obligó al líder a reconocer legalmente al niño, y tiempo después
expulsó a la madre de la organización. Muchos miembros del partido
conocían de esta historia, como sabían muchas cosas de la vida íntima
de los demás militantes, que era severamente vigilada. No es una
historia ocurrida un siglo antes de del Mayo francés. Fue en el año 2005
que, el hijo del líder comunista se enteró de la verdad y realizó las
gestiones legales para llamarse Alvaro Bunster. Su vida había sido una
farsa impuesta por un partido estrictamente monogámico, que imponía
a sus militantes reglas sexuales tan rígidas como las de los grupos
cristianos más ortodoxos, sin por lo menos ofrecer en compensación,
las ventajas de un cielo que esté más allá de la muerte. Roberto
Ampuero, ex militante del Partido, escribió una novela autobiográfica
extremadamente interesante acerca de la sexualidad y la militancia
comunista, que deja claro el abismo que existía entre Woodstock y el
Kremlin. Por distintas razones, ambos estaban más cerca de la sociedad
establecida capitalista, de lo que estaban entre sí. Muchos estuvimos a
dos aguas entre las dos revoluciones y nos movilizamos juntos,
creyendo que buscábamos los mismos ideales.

El enfrentamiento fue maniqueo. Las actitudes de muchos occidentales


de ese entonces, se parecían a las de los islámicos actuales, que realizan
acciones escalofriantes porque creen que con eso defienden a su Dios
y combaten al demonio.

Durante el siglo XX se generalizó la idea de que la historia de la


humanidad había llegado a su culminación con el enfrentamiento entre
dos filosofías nacidas en Occidente: la democracia liberal y el socialismo
marxista. Durante un poco más de setenta años, la Unión Soviética,
China y una serie de países y movimientos insurgentes invocaron los
nombres de dos alemanes, Marx y Engels, para intentar destruir al
capitalismo con sus ideas, y sustituirlo por una sociedad "más justa e
igualitaria", mientras otros defendieron la democracia y el libre
mercado. Las dos eran alternativas para organizar la sociedad,
pensadas en Inglaterra en medio del desconcierto que produjo la
Revolución Industrial. Esas parecían ser las únicas opciones para
organizar el estado, la economía y explicar la historia de todos los
habitantes del globo. El auto centrismo de los occidentales había llegado
a su paroxismo.

A todo lo que ocurría, en cualquier lugar del mundo, se le daba un


sentido, según se definía en esta lucha entre Ariel y Calibán. Los hechos
políticos cosechaban seguidores o enemigos, de manera automática,
por su ubicación dentro de esta lógica. Las mismas acciones tenían
apoyos o detractores, según sus protagonistas adherían a la Revolución
o al Imperialismo. Cuando un oscuro Coronel asesinó, con sus propias
manos, al Emperador Hallie Selassie de Etiopía, muchos intelectuales de
izquierda de Europa y América apoyaron con entusiasmo al "líder
revolucionario", en la medida en que se declaró de "izquierda".
Recordamos todavía la ilusión con que algunos de los maestros de la
Universidad preparaban proyectos para colaborar con la construcción
del "socialismo nacional etíope", que parecía terminar con las
supersticiones de un país monárquico y religioso. Todos los estudiantes
debíamos creer en el radiante futuro que les esperaba a los africanos,
con el socialismo nacional de la Somalia del Coronel Said Barré, la
República Democrática del Congo y la Etiopía revolucionaria, en la que
incluso tropas cubanas apoyaban al proceso. Cuba, la URSS, los países
socialistas y todos los estudiantes y maestros "progresistas"
respaldábamos al Coronel Mengistu Hallie Maryam, un torpe militar que
después de producir uno de los peores genocidios del siglo XX, huyó
con parte del escuálido tesoro nacional etíope, a vivir de manera
fastuosa, protegido por el símbolo de la "corrupción capitalista” del
continente africano, el Presidente de Zaire, Mobutu Zeze Zeko.

La lucha por la independencia de Vietnam, un país de cultura budista al


que quisieron imponerle el dominio de una familia de católicos que
incluía a un Arzobispo, el "Presidente" de la República y otra serie de
personajes siniestros como Madame Nhu, fue vista como otra gran
batalla entre la democracia y el marxismo. Toda la gente progresista de
Occidente se movilizó en solidaridad con Vietnam. La lucha por la paz,
íntimamente ligada a este conflicto, fue una de las ilusiones que dieron
sentido a nuestra juventud.

No sabíamos que nunca existió una democracia en ese país, ni antes, ni


después de la guerra con los franceses y los norteamericanos. Era una
cultura distinta a la de Occidente, que no quería ser colonia
norteamericana, ni quería nuestra democracia. Terminada la guerra, se
instauró en Vietnam una monarquía sangrienta, semejante a las que
tuvieron los Nams a lo largo de toda su historia, que conservó el
ceremonial marxista, la estructura totalitaria del poder y organizó la
economía copiando los esquemas "salvajemente neoliberales" de
Singapur.

¿Era realmente Maryam un idealista que pretendía "construir el


socialismo" o un líder tribal más que trataba de enriquecerse? ¿Habría
sido figura mundial si no declaraba su adhesión a los intereses soviéticos
en una zona de importancia estratégica? ¿La lucha de los vietnamitas
fue por instaurar la economía estatal marxista, que derogaron en pocos
años, o simplemente una guerra de independencia de un país oriental
que se resistía a adoptar por la fuerza la cultura occidental?

Tal vez ni siquiera existió la Unión Soviética. Es posible que detrás de


ese nombre simplemente se hayan disfrazado las ambiciones
colonialistas seculares de los “Zares de todas las Rusias” y que esos
intereses hayan tenido más importancia en el destino de los países de
la Europa del Este, que la adhesión de los jerarcas rusos a una Ideología
Alemana, escrita por autores que despreciaban a pueblos “atrasados”
como los eslavos o que no habían recibido la "misión civilizadora del
capital", como los cubanos, laosianos o vietnamitas. Sería interesante
repensar la historia de ese siglo escudriñando el entramado de intereses
y valores que estaban detrás del esquema maniqueo de interpretación
que se basaba simplemente en la oposición entre "capitalismo" y
"revolución socialista".

Escritores como Francis Fukuyama creyeron que con la derrota del


comunismo había terminado la historia y que la democracia y el libre
mercado iban a unificar a la humanidad. La democracia occidental había
triunfado, y al derrumbarse el marxismo ruso, habíamos llegado a una
especie de "verdad" en la historia. Se había resuelto la contradicción
fundamental y la democracia y el capitalismo se iban a expandir sin
barreras, unificando el mundo. Cuando se escribieron estas obras, sus
autores estaban todavía bajo el impacto de la Guerra Fría y sentían que
este conflicto había sido el evento culminante que daba sentido a toda
la historia de la humanidad. Fuera de esa oposición había muchas otras
cosas.

Al cabo de unas décadas, es probable que estos setenta años de


"socialismo del Este" sean recordados, no como el fin de la historia, sino
como la invasión de los Hunos a Roma o la formación del Imperio
Mongol, episodios que marcaron momentos importantes de la vida de
algunos pueblos, produjeron masacres gigantescas, pero no dejaron
una huella muy perdurable. Una encuesta aplicada el 2004 a jóvenes
menores de 25 años en la República Checa, encontró que casi la mitad
de ellos creía que, el comunismo dominó su país, gracias a la invasión
de Hitler, y que la mayor diferencia entre el socialismo y el capitalismo
era que, en la época comunista sus compatriotas no podían viajar fuera
del país. Del socialismo no les quedaba nada. Vivían sin embargo con
pasión, las aperturas propias de las otras revoluciones de las que
hablamos antes, estaban descubriendo las trasgresiones de Occidente
de los años sesenta.

El experimento socialista es la aventura intelectual que más muertos ha


costado en la historia de la humanidad, pero esto es difícil de aceptar
para muchos de los intelectuales y analistas políticos actuales, de la
mediana y tercera edad, que se formaron en el viejo esquema,
defendieron sinceramente esas tesis, y tratan de interpretar la política
contemporánea con el mismo esquema, reciclado bajo el membrete de
grupos que defienden las tesis ecologistas, feministas, de derechos
civiles, que en otro tiempo rechazaron por decadentes.

Los restos del socialismo que quedan, son escombros fastidiosos de un


naufragio, que ya no levantan adhesiones. Es incómodo defender al
régimen norcoreano que mata del hambre a la población, vive de la
caridad del mundo capitalista y está Gobernado por un monarca
anticuado, rodeado de mitos primitivos, que ha anunciado ya que le
sucederá en el poder su hijo, como él lo hizo con su padre. Es difícil
poner como modelos revolucionarios a China y Vietnam, países
socialistas que han logrado un desarrollo económico importante, desde
que implantaron una economía de libre mercado. Queda un icono de
los antiguos tiempos que sigue sacralizado. En contra de todas las
evidencias, muchos intelectuales latinoamericanos mantienen que Cuba
es democrática y que respeta los derechos humanos. Acorralados por la
veneración al pasado, no pueden pedir que vuelva la democracia a la
Isla, al menos mientras viva el Comandante. Otros, han tomado una
posición crítica. Se oponen al asesinato y a la prisión de los opositores
y quisieran que las cosas cambien, aunque en otro momento
simpatizaron con la revolución cubana.

En lo estrictamente político, la crisis de las ideas socialistas supuso un


nuevo escenario que explica la falta de conexión de las nuevas
generaciones y de los nuevos electores con las viejas ideas
revolucionarias.

Al caer el Muro de Berlín se desvanecieron los mitos que circulaban


acerca del "socialismo real". Quien pudo visitar las antiguas Alemanias
constató que, en el mismo país, en regiones sometidas a dos sistemas
diversos, se habían generado en cuarenta años, dos realidades
completamente distintas: una República Federal de Alemania poderosa,
punta de lanza económica y tecnológica de la nueva Europa y Alemania
Democrática subdesarrollada, pobre, contaminada, claro exponente del
tercer mundo.

Cuando constatamos esas realidades, lo que más nos impresionó, a


quienes soñamos un día en la revolución, fue que el "nuevo hombre
comunista", que supuestamente se estaba forjando en los países
socialistas, no asomaba por ninguna parte. Lo que ocurría en la realidad,
era exactamente lo contrario a lo proclamado por la teoría. Los
prejuicios raciales, sexuales, religiosos y una visión primitiva de la vida
era lo único que había quedado como fruto de varias décadas de
comunismo. Disueltos la URSS y varios países del Este, se desataron
feroces guerras étnicas y religiosas. La intolerancia y la mentalidad
autoritaria se habían consolidado en una mitad de Europa que había
retrocedido ideológicamente a la Edad Media. Ceaucescu, al que
creíamos un líder proletario, había sido en la realidad un déspota
monarca oriental, que comía con cubiertos de oro macizo, mientras su
pueblo moría de hambre. Linchado por los rumanos, su imagen se
parecía más a la de Mussolini que a la de los revolucionarios que habían
calentado nuestras cabezas adolescentes.

Rota la lógica mesiánica que justificaba los desvaríos de la época de la


violencia, muchas de las canciones y lemas que antes sonaban tan bien,
se volvieron bastante macabras. El culto a la muerte, a la derrota y a
una serie de valores épicos de los revolucionarios de los sesenta, suenan
ahora cómicos. Se convierten en tragicómicos, cuando se piensa en los
millones de asesinatos y atrocidades que se escondieron detrás de ellos.

La caída de los países del “socialismo real” constituyó una experiencia


traumática para muchos intelectuales y militantes de izquierda, porque
permitió conocer la realidad de lo que ocurría con la “construcción del
hombre comunista” en los países del Este. Muchos intelectuales y
jóvenes occidentales, estábamos convencidos de que en la segunda
potencia mundial, estaba naciendo una nueva humanidad, a pesar de
las “desviaciones estalinistas”. Mucha gente idealista participó de ese
proceso, a veces incluso murió por esa fe. Con la Perestroyka, fue
sorprendente conocer la extrema pobreza de esos países, la destrucción
total del medio ambiente en Uzbekistán, Bielorrusia, el primitivismo que
vivían muchos habitantes de la “vanguardia de la humanidad”. Quienes
simpatizábamos con la izquierda en Occidente creíamos que en esos
países, había justicia, y un bienestar generalizado. De pronto nos
enteramos de que había una represión brutal y todos eran iguales,
porque todos vivían muy mal. No era el paraíso de los trabajadores, sino
el infierno de todos los habitantes.

Cuando se iniciaba el derrumbe de la URSS, el subdirector del Pravda,


Vladimir Somóv, periódico oficial del comunismo durante setenta años
escribió un editorial que describía la situación diciendo:

“Nos han robado la vida a generaciones enteras, incluso a aquellas que


están por nacer porque se requerirá de mucho tiempo para
recuperarnos de la perdida. La vida ha sido robada no solo a aquellos
que desaparecieron en las cárceles de la KGB o en los campos de
trabajos forzados, sino a todos aquellos que permanecen en las
interminables colas, agarrando en la mano un cupón de racionamiento
para el azúcar o el jabón, a mi madre octogenaria que recibe del estado
una pensión de 39 rublos y a mi hijo de 11 años que ha olvidado el
sabor del chocolate y cuyo sueño dorado es comprarse una pelota de
fútbol imposible de conseguir en los comercios de Moscú.

Me han robado la vida a mí, que según los estándares internacionales


vivo al borde la miseria como la mayoría de mis compatriotas. Lo que
gano por mes, si lo traducimos a dólares, es menos de lo que recibe en
un día de trabajo un recogedor de basura neoyorkino. Y eso que, a
juzgar por las normas soviéticas, tengo lo necesario: un apartamento
de tres habitaciones (40 metros cuadrados), un par de trajes usados
para cubrirme y una posición social de prestigio ya que desde hace años
me desempeño como Subdirector del Pravda.”

El conservadorismo de la izquierda latinoamericana impidió que llegue


a la región la transformación del Occidente de los sesenta, mezclado
con un contenido político. La revalorización de la vida cotidiana y la
feminización de la sociedad no se implantaron gracias a los militantes
de izquierda, que despreciaban estas luchas hasta que zozobró el
socialismo. Los jóvenes rebeldes actuales, no tienen ningún interés por
leer El Capital o la Teología de la Liberación. No fueron esos los
vehículos en que llegaron las transformaciones que aprecian y que
quieren profundizar, sino en una versión totalmente alejada de “lo
político”, fruto de la difusión del rock, la televisión y la invasión de los
valores de los países del norte.
5. La crisis de los intelectuales y de las viejas elites
Como lo hemos dicho, los jóvenes viven un nuevo mundo en el que los
valores y las percepciones de la realidad están cambiando
violentamente. El orden vertical de la sociedad y el respeto reverencial
hacia los maestros, intelectuales, sacerdotes y líderes de la vieja
sociedad se han devaluado. Se ha transformado el papel político de la
religión en Occidente, perdió sentido el eje derecha izquierda que
ordenaba el discurso político, las revoluciones de los sesenta alteraron
la vida cotidiana de nuestra civilización y hemos llegado a la banalización
de los símbolos y de la autoridad. Este ha sido un proceso vertiginoso.
Finalmente, somos simios que nos diferenciamos de los otros primates
en que nos comunicamos de manera sofisticada y somos capaces de
guardar una memoria histórica. En estos dos aspectos, distintivos de la
especia, los occidentales hemos experimentado la transformación más
dramática desde la aparición del Homo Sapiens. Para quienes han
llegado al siglo XXI con más de cincuenta años, la vida ha sido un
torbellino. Les ha tocado experimentar la trasformación de las
comunicaciones más dramática de la historia de la especie. Para
muchos, es demasiado para vivirlo en una sola encarnación. Casi todos
los políticos del continente son de esa generación. Entre ellos y los
jóvenes electores, no solo hay una brecha generacional, sino un abismo.
Las viejas elites no saben que hacer consigo mismas, ni cómo
comunicarse con los hijos de esta nueva etapa de la humanidad, que
en muchos casos, ellos mismos generaron.

La mayoría de nuestros dirigentes nacieron antes de que se difunda la


televisión, de que existan las computadoras, los celulares y desde luego,
La Red. Los más actualizados aprenden a navegar, tienen un correo
electrónico. No es tan fácil hacerlo, habiendo nacido en la edad de la
máquina de escribir. En muchos casos, su secretaria les imprime los
mensajes y ellos dictan las respuestas para que su asistente las
transcriba en una computadora que es vista solo como un modelo nuevo
de máquina de escribir. Se formaron en la sociedad antigua, a la sombra
de Perón, Lázaro Cárdenas, Velasco Ibarra, mantienen sus puntos de
vista y añoran una política antigua que han idealizado.

Los jóvenes, en forma masiva, por su parte, desprecian la política,


sienten que es un juego que huele feo y les aburre. Todo lo político
parece corrupto según la antigua ética y también de acuerdo al nuevo
sistema de normas que ellos viven. No analizan mucho el tema. Sienten
ese desprecio y eso es suficiente. No se discuten los sentimientos. Casi
todos los temas de que hablan los políticos, los cientistas políticos, les
parecen increíblemente aburridos. Sus sueños están muy lejos de ese
discurso.

Algunos líderes de la antigua generación tratan de adaptarse a la nueva


realidad. Algunos, han adoptado una actitud francamente crítica
respecto de lo que vivieron en la primera etapa de su vida. En ocasiones
han adoptado posiciones radicalmente opuestas y han sido atacados
rudamente por muchos de sus ex compañeros. En otras les han llevado
a mantener posiciones de crítica a la sociedad, pero desde otras
perspectivas. La mayoría de ellos trabajan en la prensa, son
autoridades, organizan cursos de formación para las juventudes de sus
partidos. Suponen que algún rato pasará este mal momento de la
historia y volverán los grandes oradores como Haya de la Torre, Gaitán
o Frei, para devolver un contenido profundo a la política. Integrados al
poder en alguna de sus formas, muchos miembros provectos de esas
elites, tienen una actitud conservadora y quisieran volver atrás.
Otros, se estacionaron en las verdades de su juventud, están al margen
del juego del poder, y se han convertido en el abuelo indiscreto, que
con sus jeanes deshilachados y su camiseta con la imagen del Che,
desconcierta a los nietos que tratan de trabajar en una multinacional,
para conseguir el dinero que necesitan para gozar de las libertades que
ahora son posibles gracias al triunfo de viejas revoluciones.

Esta inconformidad de las elites de más edad con la democracia de


masas, no conoce barreras ideológicas. Es muy semejante entre los
líderes de derecha que tienen una posición aristocratizante ante la vida,
los burócratas de los organismos internacionales que creen que la gente
debe estudiar macroeconomía para sacrificarse alegremente por el
futuro, y los intelectuales vanguardistas de izquierda en cuya mente
queda la lumbre del Trotskysmo.

Se formaron en la edad de la palabra. Tuvieron una relación reverencial


con sus padres y maestros. Se educaron como políticos o intelectuales
a la sombra de los líderes de la vieja sociedad. Ellos fueron sus
arquetipos y el ideal al que quisieran llegar. En general, coinciden en
que la sociedad se ha degenerado y se ha vuelto trivial. En muchos
casos no ven o no quieren ver los cambios que experimentan sus hijos
en el ámbito sexual. Son temas muy pedestres para quienes tienen una
formación intelectual tan sólida y se ocupan de temas tan
trascendentes. Se angustian con estos temas cuando piensan en sus
irrelevantes familias, pero no les conceden lugar cuando hablan de
cosas serias. No entienden para que sirven las encuestas, la
comunicación de masas, la propaganda. Han creado una serie de mitos
para conservar su imagen de sobrevivientes de una etapa superior de
la democracia, atacada por el plástico, la vulgaridad y la ignorancia.

Entre los más sofisticados desde el punto de vista intelectual, el


problema se agudiza. Han dedicado su vida a estudiar la política desde
todas las teorías posibles. Saben mucho sobre gobernabilidad, sistemas
políticos, Gramsci, Marx, Maquivelo y otros autores. Han militado toda
su vida. Han asistido a decenas de seminarios, escriben libros, artículos,
tienen su espacio en la prensa y las revistas especializadas. Cuando
participan en elecciones obtienen porcentajes irrisorios de votos.
Cuando asesoran una campaña electoral conciben frases profundas con
las que su candidato ahuyenta a los electores. Su reacción suele ser
echar la culpa a algún ente perverso, o perder la fe en una democracia
que les trata tan mal. Suponen que nuestros países son gobernados por
los encuestadores, por los ricos, por el imperialismo y no se dan cuenta
de que son ellos los que no han tenido la capacidad de modernizarse y
comunicarse con los votantes. Terminada una elección, tratan de
explicar sus resultados porque “el pueblo fue engañado”, aludiendo a
una serie de motivaciones que simplemente nunca existieron para la
gran mayoría de la gente.

Fastidiados con un sistema que no les reconoce el sitio que ellos creen
merecer, difunden interpretaciones pesimistas acerca de lo que ocurre,
crean nuevos mitos y en realidad se alegrarían si esta democracia de
masas colapsa. Aunque no pueden confesarlo, les gustaría más una
democracia como la griega, en la que solo votaban los hombres
ilustrados, sin que los esclavos, los ignorantes y las mujeres fastidien a
los filósofos.

Si leemos la prensa latinoamericana y el discurso de muchos


intelectuales, constataremos que hablan de ciertos lugares comunes
que fomentan el clima de inconformidad y la falta de gobernabilidad que
viven nuestros países. En muchos casos estas posiciones críticas, que
se desarrollan dentro de los axiomas del paradigma político del siglo
pasado, corren el riesgo de promover un nuevo autoritarismo. No
aprendieron que cualquier democracia mediocre, es menos peligrosa
que la mejor de las dictaduras que masacraron a miles de
latinoamericanos a fines del siglo pasado. Tanto desde la izquierda
como desde la derecha, alientan un nuevo autoritarismo.

Hace algunos años, Ingmar Bergman produjo una película acerca del
surgimiento del nazismo, la génesis del autoritarismo en la década de
1930, y la crisis de valores que llevó al derrumbe de la democracia
europea de esos años. La llamó “El Huevo de la Serpiente”. En nuestros
países, algunos miembros de las viejas elites, sin quererlo, ponen el
germen de un nuevo totalitarismo, proponiendo alternativas políticas
movidos por la angustia que sienten por su falta de protagonismo en
este nuevo mundo. Cuando son de izquierda, desde su ideología, no
cabe que el pueblo sea malo. Culpan de su derrota al imperialismo, a la
burguesía, a los consultores políticos, a la prensa o a las fortunas que
manipulan conciencias. Son los típicos candidatos que proclaman la
noche del escrutinio que “en esta elección el pueblo ha sido derrotado”,
porque los resultados no les favorecieron y el verdadero pueblo son
ellos. Cuando son de derecha, lisa y llanamente esperan que un nuevo
caudillo militar “ponga las cosas en orden”.

Algunos de ellos hablan de una “democracia participativa” como


alternativa a la democracia representativa. Quisieran implantar un
esquema en el que gobiernen los “conscientes”, los que están
dispuestos a concurrir a seminarios, reuniones y actividades políticas de
manera permanente. Quisieran además que estos, que se dediquen por
entero a estas actividades sean “nuevos”, personajes que nunca hayan
hecho política. Su utopía termina de ser absurda cuando pretenden que
“se vayan todos” los políticos, para ser reemplazados por los
“apolíticos”. Suponer que la gente que no se interesa en la política,
pueda dedicarse a la política y seguir siendo no política, es un disparate.
Detrás de ese esquema realmente, suele estar el interés de algunos
miembros de la llamada “sociedad civil” de asumir el poder por la
ventana. Por coincidencia, estas ideas suelen ser impulsadas por los
mismos políticos que no son capaces de obtener votos en las elecciones
en las que participa la gente común.

Por todo lado, se repiten una serie de frases, que son tenidas por
verdaderas a fuerza de repetirse una y otra vez en esos ambientes. Se
dice que la “democracia ha fracasado”, que somos más pobres que
antes. Casi que habría que extrañar a las dictaduras militares del siglo
pasado, si no fuera porque esos mismos intelectuales fueron las
principales víctimas de la brutalidad militar y tampoco quisieran que
vuelvan esos años. No es el “Huevo de la Serpiente” de Bergman, pero
sí “El Huevo del Dinosaurio”. El germen de este un nuevo reptil
autoritario que aparece, felizmente, cuando parecería que ese tipo de
gobiernos no pueden resucitar en Occidente, cuando los jóvenes viven
una democracia, que no es perfecta, pero no les fastidia y no están
dispuestos a permitir nuevas dictaduras. No defienden un principio
teórico, sino un esquema en el que son más libres de lo que fuimos
nosotros y su incomodidad con la sociedad no viene de que temen a la
libertad, sino de que quieren más y más libertad. No quieren ser
miembros de las juventudes hitlerianas ni vivir dictaduras como la de
Mao, la de Videla o las de todos esos dictadores que no solo impidieron
que existan elecciones, sino que persiguieron a la gente en su vida
cotidiana, cortaron el pelo a los muchachos persiguiéndolos por las
calles, crearon un clima de represión sexual, artística y de todo orden.
En todos los países, cuando acabaron las dictaduras, tuvieron lugar los
“destapes” que estallaron al derrumbarse esas sociedades
oscurantistas. Los jóvenes actuales se sienten mejor viviendo esos
“destapes” que en la sociedad represiva anterior. Quieren disfrutar de
la vida. El nuevo autoritarismo, es el huevo de un dinosaurio fosilizado,
que aparece cuando ya no puede fructificar y morirá cuando mueran,
por fuerza de los años, quienes mantienen estas tesis.
Quisiéramos hablar de la crisis de las viejas elites y su choque con el
mundo del nuevo elector, a través de una reflexión acerca de algunas
de esa “verdades” difundidas desde el viejo paradigma.
a. El Indigenismo reemplaza al proletariado

En medio del caos conceptual del inicio de este milenio, algunos


marxistas, seguidores de un pensamiento que originalmente fue hijo de
la Ilustración, han abandonado el racionalismo y se han sumergido en
la mentalidad romántica. Desaparecido el proletariado, han adoptado
como bandera, la protesta indígena. En los círculos intelectuales
latinoamericanos, hemos llegado a un momento en que "hay que ser"
indigenista, y en el que cualquier crítica a quienes defienden esa
alternativa es mala. Todo atropello cometido por los "buenos" es
permitido y los “malos” deben purgar sus pecados con las penas del
infierno. Solamente poner en cuestión el tema es motivo de sospechas.
En algunos medios "progresistas" se puede ser crítico en la medida en
que se critique a los “perversos” dentro de las normas del paradigma
vigente. Intentar comprender al distinto, al demonio, sigue llevando a
la hoguera.

Hace años alguien decía, en broma, que un sociólogo es un antropólogo


al que se le perdieron los indios. En la América Latina de estos años, se
podría decir que el indigenismo es la ideología de los militantes de
izquierda a los que se les perdió el proletariado. En una curiosa mezcla
de ideas que haría temblar de rabia en sus tumbas a Marx y a Engels,
la izquierda latinoamericana ha incorporado en sus proclamas, la
defensa de las tradiciones y la magia indígena. Desde la teoría, el tema
tiene muchas aristas, algunas de las cuales debemos mencionar.

Está de moda mitificar a los indígenas y alentar un nuevo racismo que


es “bueno” si se lo formula desde la óptica de los "oprimidos". Muchos
miembros de las elites del continente y del resto de Occidente son
partidarios entusiastas de los "movimientos indígenas" que han
conmovido las democracias de Ecuador y Bolivia y que aparecen en
otros países como Guatemala y Perú. Como sucedía con el proletariado,
en muchos casos los beneficiarios de estas modas no son los propios
indígenas, sino otros, que sin ser indígenas hablan en su nombre.

El tema está cargado de sentimientos y es difícil discutirlo en términos


racionales, especialmente con ciertos intelectuales que suelen ser más
militantes que pensantes. El discurso teórico encubre con frecuencia
sentimientos intensos y es una máscara que “ennoblece” convicciones
irracionales. En muchos ámbitos académicos de Occidente "hay que
creer" cosas que, se supone, favorecen a los indígenas. El que quiere
analizar el tema con objetividad puede ser tachado de reaccionario y
racista. Aunque el ultimo censo realizado en el Ecuador demuestra que
no hay más de un 7% de indígenas, en los medios “científicos” es mejor
creer en las percepciones mágicas que en las estadísticas y seguir
afirmando que son al menos un 35%. Incluso documentos oficiales del
Banco Mundial y otros organismos internacionales en los que trabajan
tecnócratas “progresistas” de buena voluntad, que organizan seminarios
para combatir la pobreza, en cómodos hoteles alrededor del mundo,
prefieren usar la información fantasiosa de algunos "grupos de derechos
humanos", que las frías estadísticas de los censos. Dos y dos son veinte
cuando ese resultado ayuda a “luchar por la justicia”.

A nivel de la opinión pública, la reacción es curiosa. En países y regiones


en donde no hay indígenas, mucha gente simpatiza con sus
organizaciones. Casi siempre ese entusiasmo es poco coherente. Pocos
países apoyan más a los indígenas que los nórdicos, que al mismo
tiempo son los que tienen políticas más rígidas para prohibir toda
inmigración. Están dispuestos a dar dinero para que los indígenas agiten
en sus países de origen, pero difícilmente aceptarían una inmigración
masiva a su territorio. De permitirlo no hay duda de que decenas de
miles de indígenas de América Latina se trasladarían y poblarían
Dinamarca, Suecia o Noruega, como lo hicieron en su momento los
anglos y los sajones que se fueron de Schleswig al actual Reino Unido.

Los verdaderos indígenas usan la situación para defender sus intereses


y superar siglos de marginación. Actúan como lo hicieron en el pasado
muchos obreros y marginales que avanzaron en sus reivindicaciones
escudadas en organizaciones de izquierda que creían que los
adoctrinaban. Cuando conseguían sus objetivos, normalmente
abandonaban a los activistas de izquierda y volvían a su vida normal.
Están de acuerdo con la izquierda en que no debe privatizarse el
petróleo, excepto cuando una empresa extranjera les concede una
participación en su explotación. Si se privatiza en esas condiciones esta
es una acción patriótica y de justicia.

Cuando un partido indigenista, dice que sus dirigentes no pueden ser


blancos ni mestizos y que solamente pueden ser indígenas, la prensa y
la comunidad internacional lo toman como algo natural. En su visión de
la política, paternalista, y en el fondo racista, es casi enternecedor que
actúen de esa manera. Por algo son indígenas. Su racismo es bueno
porque es defensivo. Se justifica porque han estado sometidos durante
siglos a la explotación de los demás latinoamericanos que son hijos de
los “europeos invasores”. Lo curioso es que, en el caso ecuatoriano, la
inmensa mayoría de los ciudadanos no son más que indígenas que se
visten como occidentales. Nunca hubo una masacre masiva, ni una
inmigración importante de europeos a ese país. La mayoría de los
nativos adquirieron costumbres occidentales y se llaman ahora
“mestizos”. Una minoría, que vivía en el campo, mantuvo viejas
tradiciones y se autodenominan “indios”. Buena parte de sus fiestas
típicas provienen de España, así como los sombreros y camisas
bordadas que los caracterizan.

Si algún otro partido proclamara que sus dirigentes tienen que ser
blancos o mestizos y que no pueden ser indígenas, provocaría un
rechazo mundial y un escándalo de proporciones. Sería calificado de
racista. ¿Por qué el mismo concepto es tan bueno cuando se aplica a
unas culturas y no cuando se aplica a otras? Rige aquí el principio de
“privilegiar a los oprimidos” que lleva en muchos casos a situaciones de
injusticia evidente.

En las poses de algunos predicadores indigenistas hay mucho de farsa.


No es verdad que traten de volver a su cultura ancestral y rechacen
realmente los valores y los adelantos técnicos de Occidente. Por lo
general no piden que se corten las carreteras para que sus territorios
sean invadidos por otra cultura, ni quieren que se corte la electricidad,
la televisión y toda la parafernalia técnica que, evidentemente, destruye
sus costumbres. Defienden la medicina alternativa, pero cuando se
enferman realmente se enyesan o se operan en hospitales
convencionales. En muchos casos, se ponen penachos de plumas
porque así consiguen dinero para comprar televisiones, zapatos de
marca y walkmans para oír música ajena a su cultura. A quienes dicen
que quieren conservar sus costumbres usando los adelantos técnicos de
Occidente, como entes pasteurizados, que no tienen una inserción y
una influencia en la forma en que los seres humanos conciben la vida,
hay que aclararles que esa tesis no tiene el menor sentido. No es posible
conservar la estructura de poder de una cultura gobernada por el
Consejo de Ancianos, cuando los jóvenes aprenden a manejar
computadoras y a navegar en la Internet, mientras sus abuelos siguen
siendo analfabetos. Cuando las autoridades organizan una danza para
que llueva, los jóvenes se van a reír de ellos como nuestros hijos cuando
les decimos que existe la cigüeña.

Cuando un grupo de indígenas asesina a lanzazos a doce miembros de


otro grupo de su misma etnia, una serie de intelectuales dicen que la
culpa de este pecadillo es de la globalización y que la justicia no puede
procesarlos porque cumplen con "prácticas ancestrales". Culpar a la
globalización de estos hechos es bastante torpe. Si se leen los estudios
antropológicos e históricos acerca de esas etnias, es claro que se han
comportando así durante siglos, antes de que nada se globalice.

Lo curioso del caso que mencionamos, ocurrido en el Ecuador, es que


los autores de los crímenes no son “salvajes” que viven en la selva, sino
ciudadanos que trabajan, cobran en dólares y consumen. Veinte
asesinos que participaron de esa masacre siguen laborando como guías
turísticos o empleados de las empresas petroleras, sin sufrir ningún
castigo. Teóricamente no lo merecen porque lo que han hecho es aplicar
su sabiduría milenaria a una venganza entre clanes familiares. Es de
suponer que los muertos y sus familias no defenderán con tanto
entusiasmo este tipo de tradiciones. Si los miembros de una familia de
Washington hicieran lo mismo con doce vecinos, la noticia daría vuelta
al mundo y se exigirían las penas más rigurosas para los asesinos. Se
diría, además, que esto demuestra la podredumbre y la brutalidad a la
que ha llegado el capitalismo, se achacaría el hecho a la violencia que
difunde la televisión, al guerrerismo de Bush y al color rojo del traje de
Santa Claus creado por la Coca Cola.

Cuando algunas comunidades indígenas entierran vivos a quienes creen


abigeos, sin que exista un juicio en el que puedan defenderse, las
asociaciones de los derechos humanos no pueden protestar. Se sabe
que en muchos casos han procedido de esa manera con personas que
simplemente pasaban por ese sitio y parecían extraños. Esa barbarie es
solo una costumbre milenaria de un pueblo que puede llevarnos a la
salvación. La legislación del país no ampara a las víctimas de esas
atrocidades que siempre son gentes pobres. Constantemente, grupos
de indígenas secuestran a personas a las que acusan de "brujas" y las
torturan en la plaza pública a vista y paciencia de la policía. No cabe
pedir castigo para los secuestradores y torturadores… si son indígenas.

En el híbrido más curioso entre lo ancestral y lo moderno, algunas


comunidades indígenas secuestran a personan que deben dinero a
alguno de sus miembros, en modernas camionetas, y los torturan, hasta
que, gracias a sus métodos milenarios de justicia, les paguen esas
obligaciones, reales o supuestas, en dólares norteamericanos muy
contemporáneos. Los métodos son "sabios y ancestrales", pero el
objetivo es el mismo que mueve a cualquier vendedor de hamburguesas
en Nueva York o Tokio: conseguir dólares que se puedan depositar en
un banco o que permitan adquirir zapatos de marca o
electrodomésticos.
Como dice Savater en un artículo, no hay culturas superiores a otras, ni
formas de gobierno superiores a otros, pero los seres humanos tenemos
el derecho a preferir unas formas de gobierno y no otras. Nosotros
preferimos la democracia. Creemos que es mejor vivir en una sociedad
en la que todos respeten los derechos humanos de los demás, a hacerlo
en otras, en las que algunos tienen licencia para torturar, secuestrar, y
asesinar porque son iluminados o actúan en nombre de la historia, como
los nazis, las dictaduras proletarias o porque pertenecen a un grupo
étnico.

En una escena que proyectaba un canal internacional dedicado a


difundir las ideas del New Age, los reporteros entrevistaban a un
indígena que decía que, para evitar que los occidentales profanen su
sabiduría milenaria, su grupo étnico guarda una biblioteca con libros de
oro macizo que, supuestamente, se encuentra en la Cueva de los
Tayos, en Ecuador. Hace varias décadas fuimos testigos presenciales de
cómo los habitantes de ese lugar hacían pedazos a algunas piezas
arqueológicas, tratando de encontrar unos gramos de oro para comprar
aspirinas y linternas en la tienda del pueblo. No hay ninguna duda de
que, si en ese sitio se descubriera una biblioteca de oro macizo, se
produciría una avalancha incontrolable de personas de todo tipo,
"indígenas", "mestizos", "blancos" y "negros", que fundirán
rápidamente las piezas para adquirir bienes de consumo y pagar a un
coyotero para que los lleve a Estados Unidos. Lo haría también el
indígena que cobró al canal internacional cincuenta dólares para relatar
su sacrificada lucha por la preservación de libros de oro, escritos por
personas pertenecientes a una cultura ágrafa, que solo pueden tener
espacio en la mente de personas que se extraviaron de la razón.

Este tipo de mitos, que cobraron vida desde el auge de los


conocimientos esotéricos al que hicimos alusión en otra parte del texto,
han sido ocasión de grandes negocios, como el de Von Daniken, un
autor que escribió el libro, “El Oro de los Dioses”, recogiendo leyendas
sin sentido, que le sirvieron para que los dioses, le proporcionaron algo
de su oro, cuando el texto se convirtió en un best seller.

El tema del "particularismo mágico" de los grupos, las razas y las


naciones, propias del pensamiento romántico, cobra en este caso una
peligrosidad que es, además, engañosa. Está claro que no hay verdades
absolutas y universales y que Occidente se ha abierto a que distintas
culturas vivan en su seno con sus propias peculiaridades. La España
autonómica de nuestros días es un buen ejemplo de lo que se logra en
la democracia, superado el franquismo. Ese pluralismo constituye un
gran paso adelante en contra de la intolerancia. Otra cosa es que
determinados grupos, porque adoptan una religión o porque dicen que
quieren conservar costumbres ancestrales estén autorizados a matar,
secuestrar, torturar, y violar los derechos humanos. En todo caso
quienes creemos en la democracia, estamos en la posibilidad de decir
que preferimos una sociedad como la occidental, y que no estamos
dispuestos a que la supervivencia de viejas supersticiones ponga en
peligro nuestras vidas, nuestras libertades y la idea de que todos los
ciudadanos deben ser iguales ante la ley.

Nada de esto significa que no seamos partidarios de respetar las


diversidades culturales. La nueva época está signada por el respeto a
las identidades de los pequeños grupos dentro de una sociedad
globalizada, en la que los estados nacionales pierden espacio,
arrinconados por la fuerza de la globalización de un lado, y por la fuerza
de las identidades locales y las autonomías por el otro. Las identidades
culturales deben respetarse y promoverse dentro de este mundo plural,
pero respetando reglas básicas del juego que promuevan y dignifiquen
toda diversidad, sin privilegiar a ninguna de ellas por encima de las
otras.

La tensión por encontrar una verdad única ha decaído en occidente. Los


ciudadanos tienden más a vivir una vida permisiva, respetando los mil
caminos que existen para que cada uno encuentre su propia versión de
la felicidad. Uno de los grandes avances de nuestra civilización es su
creciente respeto por las diversidades y esto vale plenamente para el
tema indígena.

Dentro de Occidente existen muchas culturas y ninguna de ellas está


equivocada o es inferior. Simplemente son distintas. Si recorremos el
mapa de Europa, América y Oceanía occidental, nos encontraremos con
una gran variedad de idiomas, costumbres y comprensiones de la
realidad. Un idioma no es un conjunto de sonidos para comunicarse.
Supone una comprensión diversa del universo. La civilización occidental
está compuesta por muchas culturas que tienen su propia visión de lo
físico y de lo inmaterial.

Las culturas indígenas tienen todo el derecho a consolidarse y


desarrollarse dentro de este occidente plural. Lo que sí parece sensato
es que nadie esté autorizado a matar a otros porque son diversos, ni a
atentar en contra de sus derechos o imponer por la fuerza sus teorías.
Respetamos profundamente las creencias de los demás, pero si sus ritos
incluyen que el degüello de uno de nuestros hijos en una ceremonia
ancestral, tenemos derecho a pedir protección policial. El Occidente
actual, felizmente, ha enterrado el Malleus Malleficarum con el que los
cristianos quemaron vivas a tantas mujeres hace pocos siglos, pero
debe enterrar también los intentos de imponer violentamente creencias
y costumbres de cualquier grupo, sea blanco, de cualquier color,
indígena, cristiano, islámico o animista, o de cualquier preferencia
sexual.

El tema del Islam es particularmente importante para Europa, sin mayor


impacto en la América Latina. La polémica armada en torno a los libros
de Oriana Fallaci y la necesidad de defender a occidente de una invasión
de la irracionalidad islámica deben ser analizados sin tantas pasiones,
más allá de algunos aspectos racistas que destila la obra. Sobre este
mismo tema y con posiciones menos dogmáticas, pero básicamente
coincidentes, está también un libro de Giovanni Sartori, que plantea su
respaldo al pluralismo y su oposición al muticulturalismo, como una
amenaza a la existencia de occidente y al avance del progreso. También
lo es el resurgimiento de la mentalidad religiosa integrista en los Estados
Unidos, que parecería plantear la posibilidad de un retroceso histórico.
Los que creen que la Biblia contiene verdades literales, tratan de
retroceder la historia de nuestra civilización en algunos miles de años.
En todo caso, parecería que el pragmatismo y el racionalismo
terminarán derruyendo estas concepciones míticas de la realidad.

Algunos intelectuales que defienden a ultranza la mitología indigenista


dicen que lo hacen porque se interesan por los pobres, mientras que
sus adversarios respaldan a los ricos. Solamente unos pocos alterados
podrían decir que la nueva democracia de América Latina no debe
combatir la pobreza. Debe hacerlo a fondo. De hecho, en nuestros
países hay muchos pobres y la mayoría no son indígenas. Lo sean o no,
la pobreza debe ser combatida por ser un mal en sí. Diremos algo acerca
de esto en el siguiente acápite.

En todo caso, este es un tema que se discute en el medio en que se


desenvuelve el nuevo elector: el indigenismo como sustituto del mito
del proletariado, entendido como un totalitarismo y no como un espacio
de consolidación del pluralismo. Esta visión, entusiasma más a ciertas
elites intelectuales contestatarias que buscan “algo en qué creer”, que
a los propios indígenas.

b. Somos más pobres que antes


Pero hay otra verdad a medias que difunden algunos intelectuales en
medio de su crisis. En todo el continente se repite un discurso pesimista:
asomos ahora más pobres que antes. Todos los años, la prensa y
algunos organismos internacionales dicen que la miseria se ha
incrementado y que la gran mayoría de los habitantes de América Latina
vive por debajo de la línea de pobreza crítica. Según esas cifras ha
crecido tanto la pobreza, de manera tan constante, desde hace tantos
años, que debería incluir a más del 100% de la población. Este tipo de
información se publica y se publicará, indefinidamente, pase lo que pase
con la economía, en la medida en que esos organismos llamen "pobreza
crítica" a la situación en que vive el 80% de la población. Los cálculos
se basan en índices armados sobre la base de una canasta familiar que,
como es lógico, se actualiza permanentemente y cataloga como
necesidades básicas a nuevos productos a los que no tiene acceso la
mayoría de la población.

Estas mediciones, hechas generalmente por tecnócratas progresistas,


llevan a que algunos digan que “la democracia está en crisis porque ha
fomentado la pobreza”. Una nostalgia fascistoide se esconde en esa
posición. Cuando leemos a ciertos autores, periodistas y políticos
latinoamericanos, parecería que en la época de las dictaduras, nuestros
países nadaban en la abundancia y que a partir de la llegada de la
democracia nuestro nivel de vida se ha desplomado.

Del postulado “somos más pobres que antes” se puede colegir que
vivimos peor que antes y es evidente que esto no es así. Si analizamos
las cosas con objetividad, tenemos que decir que vivimos mucho mejor
que antes, aunque podemos ser más pobres, según como definamos lo
que es pobreza. Todos queremos vivir mejor y muchos queremos que
los demás vivan mejor, pero nos resistimos a compartir la añoranza por
un pasado que no existió.

Un buen mecanismo para evitar los mareos de la teoría es recurrir a lo


vivido. Cuando reflexionamos acerca de si nuestros compatriotas viven
peor o mejor que en el pasado, es válido recurrir a nuestros propios
recuerdos. A lo largo de los últimos diez lustros, se ha producido en
nuestros países una transformación, de la que, a veces, no estamos
muy conscientes. Parecería que las carreteras, hospitales y escuelas
estuvieron siempre en donde están, pero todo eso llegó hace poco.
América Latina no es la de antes y el conjunto de sus habitantes vive
en condiciones mucho mejores de las que tuvieron que soportar sus
abuelos.
En la América Latina de hace cincuenta años, el nivel de consumo de la
gente rica era, de lejos, inferior al de la clase media actual. Nadie se
vestía con ropa “de marca”. Eso era algo que, simplemente, no existía.
En países como Ecuador, Perú Colombia, los zapatos que usábamos
eran fabricados artesanalmente, con el pobre nivel tecnológico de ese
entonces. Su calidad era tan modesta, que ahora no los usarían ni las
personas de los estratos sociales más pobres.

En ese entonces, los perros eran perros y los gatos eran gatos. No
existían "pets" que comen cosas sofisticadas, tienen juguetes,
peluquero y van a hoteles especializados, como ocurre hoy en día con
muchas mascotas de familias de clase media. Desde luego que no
existían peces exóticos ni una serie de mascotas que hoy son comunes
en todos nuestros países. Entre los activistas estudiantiles de izquierda
se comentaba que en los Estados Unidos y en países de Europa se daba
ese tipo de trato a los animales y esto se veía como uno de los signos
de la decadencia de las sociedades capitalistas, que "no tenían en que
gastar la plata", mientras en otros sitios del planeta la gente moría de
hambre. Esas “depravaciones” eran uno de los síntomas de la muerte
inminente del capitalismo y el triunfo del socialismo. ¡Cómo era posible
que alguna gente fuera feliz con su perro si estaba obligada a sufrir por
el proletariado!

Entre los jóvenes, tomar licor "importado" era excepcional. Había pocos
restaurantes y los estudiantes, incluso de las familias ricas, iban a ellos
rara vez. Desde luego que no había computadoras, celulares, Internet,
Pads ni toda la parafernalia electrónica sin la cual un adolescente
contemporáneo se siente un mendigo. Los carros, la ropa y todos los
artículos de consumo se compraban para que duraran muchos años, el
acceso a un bien importado era motivo de orgullo para su dueño y
murmuraciones entre los compañeros que lo veían con envidia.

Cuando recordamos cómo vivían las personas de los sectores sociales


más pobres de ese entonces, parecería inverosímil que hayan
progresado tanto, en tan poco tiempo. Hablamos del Ecuador, pero lo
que decimos vale para buena parte de nuestros países, exceptuando los
países de reciente inmigración blanca del Cono Sur. Hace cincuenta
años un alto porcentaje de los niños iba descalzo a la escuela. En los
países con una población indígena numerosa, existía una institución que
lindaba con el esclavismo: la de la "criada". Compartimos muchos años
de la vida con una "criada" de nuestra abuela que murió hacia 1990.
Era una mujer de origen campesino, que había sido regalada por sus
padres en su infancia, para que fuera "criada" por su patrona. Trabajó
toda su vida gratis. Nunca tuvo papeles de identidad, ni seguro social.
Nunca fue una "empleada doméstica". Cuando murió era simplemente
"la María", personaje querido y "casi como de la familia", como otros
que mantenían con sus "superiores" esa amalgama de relaciones de
dependencia, dominación y afecto, propias de la sociedad tradicional.
Muchas otras personas vivieron existencias semejantes, sometidas por
este tipo de instituciones que parecían "normales" hace muy poco
tiempo. Hoy, solo recordarlo o relatarlo produce un cierto
estremecimiento.

Los indígenas que trabajaban en las haciendas, vivían en chozas de


barro con techo de paja. Estas chozas tenían un solo cuarto oscuro y
sin ventanas, en el que habitaban padre, madre, numerosos hijos, cuyes
y gallinas. Con más o menos exageraciones, vivían en las condiciones
descritas en la novela "Huasipungo" de Jorge Icaza. Actualmente, no
existen esas chozas. La gran mayoría de esos campesinos y sus
descendientes, que en ese entonces “eran” indios, se vestían como tales
y hablaban quechua, son parte de la clase media y pobre de las
ciudades. No solo emigraron y cambiaron económicamente, sino que
también cambiaron su identidad cultural. No se consideran ahora
indígenas. Forman parte de la mayoritaria comunidad mestiza que es
combatida por otros indígenas por su "ascendencia española". Cuando
mejoraron su calidad de vida, pasaron de “conquistados” a
“conquistadores”.

Algunos ocupan cargos en la burocracia o son profesores en la


universidad. Bastantes hijos de esas familias han viajado a España y
mandan remesas de dinero que han transformado completamente el
entorno en que viven sus parientes. En algunos casos de la vida real,
han llevado a sus progenitores, los de la generación que nació en la
chozas, para que pasen descansando, sus últimos años en Madrid o
Roma.

Los que permanecieron en el campo han construido, en los mismos


terrenos, casas de cemento de dos plantas, tienen carros, televisión de
cable, motos modernas. Los chicos visten con chompas de cuero y
cadenas y bailan en discotecas con nombres en inglés. Son pobres, pero
es evidente que viven mucho mejor que sus abuelos.

Todo esto ha sucedido en treinta años. Varios de estos países han


superado sus taras feudales y otros han progresado de manera
equivalente. Este progreso era justo y necesario. Nos habría gustado
que las cosas hubiesen evolucionado aún más y que vivan mucho mejor.
Este sentimiento de solidaridad no puede llevarnos, sin embargo, a
mentirnos a nosotros mismos diciendo que los latinoamericanos viven
peor que sus antepasados de hace cuatro décadas. Esto simplemente
no tiene sentido. En cuanto a su percepción de la realidad, se sienten
más pobres de lo que se sintieron sus ancestros. Viven mejor, pero se
sienten más pobres.

Si lo analizamos con frialdad, es difícil mantener que la sociedad antigua


era mejor que la que vivimos ahora. Decididamente, hemos progresado
todos: los ricos, los pobres, los habitantes de las ciudades y los del
campo. Vivimos mejor que antes. Todos los índices que se usen para
estudiar la situación desde el punto estadístico confirman este hecho:
tenemos una expectativa de vida mayor que en ese entonces, hay más
teléfonos por persona, más carros por persona, más hospitales por
persona, ha caído radicalmente la mortalidad infantil.

Sin embargo, muchos políticos, periodistas, sociólogos, antropólogos y


otras personas repiten permanentemente que cada día somos más
pobres y que todo tiempo pasado fue mejor. Esto refuerza la sensación
de pobreza y de falta de recursos que experimenta el nuevo elector.

Si vivimos mucho mejor que antes y sin embargo hay la sensación de


que se ha incrementado la pobreza, vale la pena que reflexionemos
brevemente acerca de qué es ser pobre. Desde un punto de vista
abstracto, parecería que la mejor definición de pobreza es la que dio
Gautama Siddharta, el Buda, en el sermón de Benarés. Según él, la vida
de los seres humanos, es sufrimiento. La vejez, la enfermedad, la
muerte agobian permanentemente nuestra existencia, pero esas
tensiones se convierten en sufrimiento porque anhelamos tener lo que
no tenemos. La muerte nos desespera porque nos quita a las personas
que amamos, la vejez porque deja fuera de nuestro alcance los placeres
de la vida.

Más allá de que un ser humano tenga o no muchos bienes, sufre y se


siente pobre en la medida en que ansía tener otras cosas que no tiene.
La pobreza tiene que ver, en definitiva, con el anhelo de tener lo que
no se tiene. Más allá de que una persona posea o no algunas cosas, no
será pobre en la medida en que no ansíe tener nada, más allá de lo que
tiene. De alguna manera, el nuevo auge del budismo en algunos círculos
de Occidente tiene que ver con que esta postura frente a la realidad,
que lleva a una paz interior en la que algunos sienten que se realizan.
Frente al consumismo, el control del anhelo de tener más puede permitir
vivir con mayor paz en nuestro medio. Pero esto sirve para unas pocas
elites. El consumismo es la regla del nuevo elector. La inmensa mayoría
quiere tener más, sea lo que sea lo que tiene.

Cuando hace cuarenta años los jóvenes ricos no teníamos ropa de


marca, ni viajábamos con frecuencia, o cuando los niños pobres no
tenían zapatos para ir a la escuela, probablemente no sentimos muchas
carencias porque simplemente unos y otros no podíamos anhelar bienes
que ni siquiera eran imaginables.

Cuando los expertos internacionales nos dicen que un país es pobre, se


basan en determinados indicadores válidos, para un momento de la
historia. La renta per cápita es uno de ellos. Se trata de saber cuanto
ganan en promedio los habitantes de un país. Al revisar los datos, es
claro que esa renta se ha incrementado, y también que muchos
campesinos que hace décadas vivían una economía de auto subsistencia
se han incorporado al consumo. Tienen una renta. Hoy no existen
porcentajes importantes de ciudadanos, como los de antes, que no
ganaban nada porque vivían economías de auto subsistencia. Vivían en
el campo y comían lo que producía la tierra.

Otro tanto ha pasado con la esperanza de vida y la mortalidad infantil.


Las vacunas que se inventaron a fines del siglo XIX, y se aplicaron de
manera masiva en América Latina en la primera mitad del siglo XX. En
1945 aparecieron los antibióticos y se difundieron a partir de la década
de 1950. Estos dos elementos contribuyeron para que, con el correr del
tiempo, bajara dramáticamente la mortalidad infantil y creciera la
expectativa de vida. En la generación de nuestros abuelos era normal
que muchos de los niños no lleguen a los diez años de edad.
Actualmente la muerte de un niño es menos frecuente. La evolución de
la medicina y el desarrollo de planes de nutrición infantil, que existen
en todos nuestros países, los desayunos escolares, y otros programas
sociales han mejorado radicalmente la situación. Al aumentar la
expectativa de vida, las familias tuvieron en su seno más ancianos con
poca capacidad de producir, lo que agudizó la pobreza y acrecentó las
necesidades de muchos campesinos que se vieron obligados a emigrar.

En muchos sectores, particularmente del campo, la baja mortalidad


infantil no estuvo acompañada de la difusión de métodos
anticonceptivos. El viejo dicho popular de “éramos muchos y parió la
abuela” se aplicó masivamente. Siguieron naciendo tantos niños como
antes y con el avance tecnológico casi todos sobrevivieron. Esto agudizó
los problemas de los campesinos, provocó una emigración masiva a las
ciudades y cada vez fueron más los latinoamericanos que no producían
alimentos y necesitaban consumir. Mueren menos, son más sanos.
Tienen problemas, pero no porque han dejado el paraíso.

Otra variable que se usa para determinar la pobreza y que se ha movido


con el tiempo, es la educación. No hay duda de que también en este
campo, la situación de América Latina ha evolucionado mucho, las tasas
de analfabetismo han caído verticalmente, la educación secundaria y
universitaria se han masificado. Se ha dado una proliferación
descomunal de universidades y de carreras universitarias.

En los indicadores de hace algunas décadas, el ciudadano que había


cursado estudios secundarios, no era considerado pobre. Ahora, es
perfectamente posible pertenecer a la categoría de “pobre” a pesar de
tener un doctorado en la universidad.

La aparición de muchos bienes y servicios también tiene que ver con lo


subjetivo de estas categorías. Hace cincuenta años, solamente las
familias ricas tenían una refrigeradora o una televisión en blanco y
negro. En el pasado fue parte del estatus de los adinerados contar con
un tocadiscos, que reproducía música utilizando discos de pizarra que,
en medio de un ruido descomunal, que ahora sería inadmisible en el
más barato de los walkmanes que usan algunos mendigos mientras
piden caridad en la calle. Hoy son definidos como pobres, personas que
tienen electricidad, televisión a colores, equipo de sonido, heladera y
otra serie de elementos propios del desarrollo tecnológico
contemporáneo. La última canasta familiar de algunos países incluye
Internet, celular y otra serie de bienes que marcan el límite entre la
gente que vive "normalmente" y los que viven en la pobreza.

En resumen, podemos decir, con evidencias empíricas, que los


latinoamericanos viven mucho mejor que antes, pero que al mismo
tiempo sienten que sus necesidades han crecido. Quieren y necesitan
consumir nuevos bienes y servicios que antes no existían. Viven mejor,
pero son más pobres. En algunos de nuestros países, millones de
latinoamericanos han transitado desde una economía de subsistencia a
una economía de consumo y ese progreso ha generado nuevas
necesidades que han crecido mucho más rápidamente que sus
economías.

Alguno de los mayores investigadores de la política latinoamericana


decía en un Seminario en la Universidad Autónoma de Chihuahua que
"por alguna causa, los latinoamericanos tienden a votar
permanentemente en contra de cualquier cosa. Hay una sensación
insaciable de insatisfacción y despecho.” Cuando revisamos las
encuestas que se realizan en todo el continente nos encontramos con
que, a lo largo de los últimos años, la mayoría de la gente contesta que
“este año ha sido peor que el anterior". Al mismo tiempo, si
comparamos todos los indicadores posibles, podemos decir con certeza,
que en casi todos esos años ha mejorado su nivel de vida.

Este constante decir que todo está peor, lleva a un discurso que también
se repite desde el Río Grande hasta la Patagonia: la democracia ha
fracasado, todos los políticos han fracasado, hay que buscar alguna
alternativa. En Argentina, en las elecciones del 2003 hubo un
movimiento que se llamó "que se vayan todos". Al final del proceso
electoral el más “ido” fue su candidato, cuando alcanzó el apoyo de una
porción minúscula de electorado, mientras los políticos de extracción
justicialista o radical se llevaron más del 90% de los votos. La frase se
repite en todo el continente. Algunos quieren “que se vayan todos”,
pero, por lo general, las masas porfiadas votan por los mismos
representantes.

En ciertos países, el discurso antipolítico ha llevado a buscar alternativas


en militares, cantantes, actores de circo y otros personajes que, desde
la improvisación, ofrecen el retorno a un país en que “éramos menos
pobres”, que solamente existe en la mente de algunos intelectuales.
Han surgido nuevos liderazgos interesantes por esa vía, pero por lo
general, los resultados han sido desastrosos y han puesto al frente de
algunos países a gobiernos mediocres, sin idea de a dónde ir y de qué
hacer para evitar que crezca la pobreza.

Una de las tesis centrales de Carlos Marx, que se repitió durante ciento
cincuenta años en contra de todas las evidencias empíricas, fue la de la
pauperización: el proletariado europeo se iría empobreciendo de
manera creciente, haciendo inevitable un levantamiento general en
contra de la sociedad capitalista. El socialismo iba a ser la alternativa de
los obreros de los países más desarrollados del mundo que encabezarían
una revolución universal, ante la brutal pobreza en la que les sumiría la
burguesía. Esta era una ley de la historia que al cumplirse, iba a hacer
inevitable el triunfo del socialismo.

Es curioso que, siendo el marxismo una filosofía difundida entre


intelectuales sofisticados de Occidente, este mito haya mantenido su
vigencia a lo largo de tanto tiempo. Las revoluciones marxistas se dieron
en Rusia, China, Etiopía, Vietnam, Cuba y otra serie de países en los
que el “desarrollo de las fuerzas productivas” era incipiente. No fueron
fruto de la pauperización de los obreros de las economías más
industrializadas, sino que tuvieron otros orígenes. Incluso después de
los ochenta años de vigencia de la revolución soviética, el mundo vio
con sorpresa que buena parte del Imperio de “todas las Rusias” seguía
siendo casi tan primitivo como en el tiempo de los Zares, con repúblicas
pobladas mayoritariamente por campesinos pobres, jinetes nómadas,
con religiones primitivas, que no habían vivido ni siquiera una etapa
inicial de lo que el propio Marx llamó la “misión civilizadora del capital”.

Los obreros de la Europa Occidental que, según esta teoría, estaban


condenados a una vida, cada vez más miserable, llegaron a vivir mejor
que muchos burgueses de los países pobres del mundo. No fue cierta
la teoría de que los obreros serían cada año más pobres, pero casi nadie
quiso verlo y muchos intelectuales siguieron defendiendo esta tesis
durante décadas, aunque físicamente era incuestionable que los obreros
de los países capitalistas estaban cada vez mejor. Para eso servía la
definición subjetiva de pobreza de la que hablamos antes.

De la misma manera, actualmente se fantasea con que somos más


pobres que nunca, mientras en la realidad el nuevo elector se incorpora
cada día con más entusiasmo a una sociedad de consumo en la que
accede a bienes y servicios que estaban totalmente fuera de su alcance
hace veinte años.

El acceso a la televisión, la Internet y la revolución de las


telecomunicaciones hace que el horizonte y las necesidades del nuevo
elector se amplíen a una velocidad descomunal, mientras nuestras
economías son incapaces de crecer al mismo ritmo. Los medios de
comunicación permiten que los pobres vean cómo viven los ricos de los
países más prósperos del mundo. Nos enteramos todo el tiempo, de que
existen cosas que nunca habíamos imaginado y cuando las descubrimos
es difícil entender cómo fue posible vivir sin ellas. El acceso a nuevos
bienes acrecienta nuestros anhelos de tener otros objetos en una
cadena infinita, y por tanto incrementa nuestra pobreza. Este es un
camino sin fin. Mientras más tengamos, más ambicionaremos y la
sensación de pobreza será mayor. Mientras más se globalice el mundo,
los pobres de Haití sentirán que existe inequidad porque no viven como
los ricos de la Tierra. Cada vez será menos un tema de diferencias en
la distribución del ingreso en los países. Se tratará el tema a nivel global.

El nuevo elector sufre esa angustia creciente, que solo puede seguir
creciendo en la medida en que nuestras economías sigan mejorando e
incrementando sus niveles de información. La crisis de nuestras elites
hace que el tema sea usado como símbolo del fracaso de la democracia
de masas.
c. El rechazo a la democracia burguesa y al imperialismo
Con la posición crítica de los intelectuales y la actitud de protesta radical
del nuevo elector, vuelve a darse la paradoja de los años setenta: dos
subversiones contradictorias van de la mano, a pesar de que están en
los extremos opuestos del espectro político. Por una parte está la
revolución que quiere el nuevo elector, asentada en valores como el
pacifismo, el feminismo, el individualismo, y el hedonismo. De alguna
manera, estos electores son anarquistas, en el sentido original de la
palabra. Son consumistas y quieren vivir sin ataduras. De otro lado, se
confunden con ellos, militantes de la vieja izquierda estatista, que
aparecen encabezando organizaciones de la “sociedad civil” que
defienden los derechos civiles, las mujeres y las minorías, temas que se
desarrollaron al amparo de la “democracia burguesa” que critican y no
dentro de los “socialismos reales” que defendían hasta hace poco.
Muchos de ellos fueron siempre pequeño burgueses inquietos, que por
alguna causa sienten la necesidad de cuestionar el orden existente. En
su momento lo hicieron en nombre del proletariado, ahora lo hacen en
nombre de los indios, las mujeres, la extinción de las focas o por
cualquier motivo que sirva para protestar, porque la protesta es su
actitud sicológica ante la vida.
Las dos posiciones conviven, se encuentran en la crítica a la “derecha”,
y a los “políticos tradicionales”.En el caso de los nuevos electores, su
crítica es más auténtica: no fueron parte de la vieja política. En el caso
de los activistas de esta nueva izquierda, generalmente encontramos a
viejos militantes marxistas o de la teología de la liberación, tan viejos
como los políticos a los que critican. Unos y otros rechazan la política
establecida, pero tienen profundas diferencias. Los nuevos electores no
son socialistas. Cuando emigran, nunca van a Cuba o China o Corea del
Norte. Quieren vivir en países democráticos y de libre mercado. Pueden
votar por Chávez, Bucaram, Lula y otros líderes alternativos, si suponen
que les van a dar algún beneficio, si satisfacen sus resentimientos o si
les divierten mucho, pero no quieren vivir como los cubanos de Cuba,
sino como los cubanos de Miami. Estas contradicciones se resolverán
dentro del actual sistema de partidos, si las demandas de los nuevos
electores encuentran respuestas en un “centro izquierda” que renueve
sus tesis, o en partidos liberales que se liberen de posiciones
conservadores frente a temas como el sexo, el placer, las libertades
individuales y sintonicen con las problemáticas de los nuevos tiempos.
La democracia de masas es desagradable para las elites, tanto de
derecha como de izquierda. Han inventado una serie de mitos para
rechazar un sistema en el que sienten que se impone la vulgaridad de
la mayoría. Creen que participan en las elecciones muchos ignorantes,
tanto de candidatos, como de votantes. Los nuevos electores no son
sofisticados. No leen a Hegel, a Marx, ni a Adam Smith. Cuando oyen la
palabra Weber, piensan en Adrew Loyd Weber y no en Max Weber. No
asisten a conferencias sobre la gobernabilidad, prefieren ir a conciertos
de rock y fumar marihuana. No tienen principios como los antiguos. No
atienden a los discursos. Votan por cualquier improvisado. Ven
telenovelas y programas superficiales como el Gran Hermano. Se dejan
conducir por la publicidad.
Algunos miembros de las viejas elites, dicen que esta democracia de
masas “no ha solucionado nada”, plantean una alternativa fascista y el
huevo del dinosaurio aparece en su esplendor. Las visiones apocalípticas
y totalizantes del siglo pasado cobran nueva vida. El hecho es que su
frase es falsa, porque esta democracia que “no hace nada”, soluciona
algo todos los días. Ellos quisieran que ese “algo” sea un “todo con
trascendencia histórica”, como la supremacía de la raza aria o la
construcción del hombre comunista. Cuando hacen política, no están
para minucias. Solamente mejorar la salud, o el nivel de la vida de la
gente, es nada. No hay nada, si el algo no es todo. Obsesionados por
la utopía, no son capaces de valorar lo cotidiano, al menos cuando
hacen política. En su vida cotidiana, dejan de asistir a cualquier sesión
trascendental del Partido cuando su hijo se enferma. Los militantes
también lloran. Sus actitudes apocalípticas son un abismo que los
separa con los nuevos electores que, fascinados por lo concreto, no
tienen tiempo para interesarse en sus teorías.
Si en esta democracia las masas incultas tienen tanta fuerza, hay que
plantear una alternativa para que los intelectuales volvamos a tener
peso. Algunos miembros de esas elites se entusiasman con la posibilidad
de instaurar una “democracia participativa”. El momento en que todos
los ciudadanos sean sujetos activos de la política, sin dejarse manipular
por los fantasmas del mercado, todos serán militantes. Estudiarán
economía, sociología, ciencia política, para votar permanentemente y
manejar de manera directa el estado.
El mecanismo privilegiado que reemplazará a la representación, será la
reunión directa de los ciudadanos. Las asambleas populares tenían
sentido en ciudades pequeñas, cuando participaban de ellas todos los
ciudadanos. En pequeñas comunidades, sirven para resolver temas
concretos que afectan a la comunidad. Cuando se pretende que las
asambleas de “dirigentes” barriales expresen la opinión de una ciudad
o de un país, se cae en una trampa. Esas reuniones son mecanismos de
exclusión del ciudadano común. Participan de ellas solamente personas
que se mueven por algún interés, o políticos a los que nadie hace caso
y por eso pueden dedicar su tiempo a ese tipo de reuniones. Sartori
dice una verdad: la gente común participa de los asuntos públicos de
manera intensa por poco tiempo, o participa de manera superficial por
períodos largos. La democracia “participativa” entrega el poder a los
“participantes” que son unos pocos periodistas, políticos y
representantes de organizaciones que defienden intereses específicos,
que no representan al conjunto de la sociedad.
Según el nuevo modelo, además de las asambleas, se harían “consultas
populares” para que el pueblo decida directamente acerca de su
destino. Las consultas suenan muy bien, la gente siempre quiere que
se las haga, aunque no sepa para qué. Es parte de la mentalidad
democrática de los nuevos tiempos. Les gusta opinar de tiempo en
tiempo, sentirse libres en una sociedad abierta. Algunos políticos
mañosos saben que los plebiscitos son un magnífico instrumento de
manipulación y tratan de usarlos para llevar adelante su proyecto
autoritario. Casi todas las constituciones de nuestros países las han
establecido y en algunos países se han organizado reiterados
plebiscitos. Es interesante anotar que en donde más consultas ha
habido, Ecuador y Bolivia, la democracia se encuentra en peor estado.
Quienes trabajamos permanentemente con encuestas, sabemos cuan
difícil es formular las preguntas, si honestamente se quiere saber lo que
opina el ciudadano acerca de cualquier tema. Al redactar el formulario,
experimentamos una y otra vez con el texto de cada pregunta. Sabemos
que puede ser mal comprendida y que en ese caso, las respuestas no
significan nada. Tratamos de que los textos sean muy breves y fáciles
de entender. Averiguamos con preguntas previas, si el encuestado tiene
o no información acerca de los temas de las preguntas. Si no sabe nada,
sus respuestas no sirven para nada y se distribuyen de manera
aleatoria. Hemos encontrado que en nuestros países, son muchos los
que no saben cuánto es el diez por ciento de cien y también los que
creen que, poniendo semáforos en las cabeceras de los aeropuertos, se
podrían evitar los accidentes aéreos. Cuando usted pregunta tonterías
o cosas incomprensibles, recibe respuestas tontas. Somos cuidadosos
en el orden de las preguntas en el formulario: inquirir acerca de un
tema, puede determinar la forma en que los ciudadanos responden
acerca de otro tema. Preguntamos acerca de lo mismo varias veces, de
distintas maneras, para entender el problema desde distintos ángulos y
averiguar lo que en realidad opina la gente. Todo esto, porque nos
interesa realmente conocer la opinión de los ciudadanos.
Cuando analizamos los cuestionarios de muchas consultas hechas por
nuestros gobiernos, comprobamos que tienen preguntas largas, difíciles
de entender. Son preguntas para abogados, economistas o estudiosos
de la política. Esas consultas no averiguan lo que piensa la gente. Son
juegos de palabras sin sentido. Generalmente los resultados tienen más
que ver con la popularidad del Gobierno o con la posibilidad de hacer
propaganda que han tenido los que auspician una u otra tesis y no con
el contenido de las preguntas. Las consultas suelen hacerse con
cuestionarios manipulados, con los que los gobernantes de turno tratan
de hacer lo que ellos quieren, con el pretexto de que el pueblo es el
soberano. Por algo las consultas fueron tan usadas como mecanismos
de consolidación de Gobiernos como el de Franco o el de Pinochet.
La tesis de que el pueblo es sabio y es “quien decide” cuando se le
convoca aun plebiscito, es generalmente demagógica y falsa. Hace
pocos años un político propuso hacer una consulta con dos preguntas:
la primera si el pueblo quiere dar un plazo de dos meses al Presidente
de la República para que acabe con la inseguridad y la pobreza. La
segunda, si el pueblo está de acuerdo con que, si el Presidente no
cumple este mandato popular, sea inmediatamente destituido. En la
encuesta, las dos preguntas sacaron una mayoría abrumadora. ¿Que
pasaría si en cualquiera de nuestros países se pregunta a la gente si
está o no de acuerdo con que se dupliquen los salarios? Porque hacerlo
sería demagógico. El pueblo es el soberano, pero debe responder con
conocimiento de causa. No cabe preguntar cualquier cosa. En inmoral
hacer preguntas incomprensibles.
Los miembros de estas elites tratan de organizar elecciones restringidas
o corporativas, que puedan manipular. Mientras más indirecta sea la
democracia, es más manejable por ellos. Tratan de que los legisladores
sean elegidos por cuotas, representando a fragmentos de la población,
o por sociedades intermedias que no representan a nadie. Se trata de
volver al sistema franquista. Que los gremios, controlados por la
falange, elijan legisladores rechazados por la mayoría de los
ciudadanos. Se pretende incluir a representantes de la “sociedad civil”,
para que la izquierda, que no ganó las elecciones ni en la época en que
tenía vida, pueda enviar al Congreso a algunos de sus fantasmas. Con
estos métodos llegarían al parlamento las burocracias gremiales y los
grupos de activistas rechazados en las urnas. La mayoría de la población
quedaría desplazada y se podría volver a la democracia elitista del
pasado.
En esto, las vanguardias totalitarias, chocan con los nuevos electores,
que critican a la democracia representativa y no quieren ser
representados, pero tampoco quieren ser discriminados. Por lo general,
rechazan someterse a vanguardias esclarecidas. Quieren votar como les
dé la gana. Quieren participar limitadamente, votar o dejar votar cuando
les parezca, y ese es un derecho al que no van a renunciar.
Las propuestas de estos intelectuales son en realidad un nuevo envase
de las viejas tesis que nos movieron en la época de la Guerra Fría: hay
que rechazar a la “democracia burguesa”, y reemplazarla con
“democracias populares” en las que gobiernen los auténticos obreros,
los que se han formado teóricamente para serlo y no la gente común
que puede arruinarlo todo con su mal gusto y su falta de “conciencia de
clase”, incluidos la gran mayoría de obreros. Éramos nosotros,
intelectuales de “buena familia”, los auténticos proletarios que iban a
decidir lo que les convenía a los obreros que no estaban adoctrinados.
Esas elites esclarecidas pretenden ahora que son los auténticos
ciudadanos, que deben gobernar a una masa a la que consideran
superficial, incapaz de escoger en elecciones libres, lo que en realidad
le conviene.
A esta crítica a la democracia burguesa se une el anti imperialismo
también renovado. La caída del Muro de Berlín marcó el fracaso de la
opción socialista, pero no significó que la mayoría de latinoamericanos
se hayan hecho pro norteamericanos. Hay un sentimiento
antinorteamericano muy fuerte desde el Río Grande a la Tierra de
Fuego. Esto, a veces, tiene que ver con ser “de izquierda”, pero también
hay mucha gente de derecha o apolítica, que es antinorteamericana.
En México el sentimiento antinorteamericano se agudiza por el problema
fronterizo. Los límites de los dos países se fijaron en un tratado que se
firmó cuando las tropas norteamericanas ocupaban la capital. Fue
impuesto por la fuerza. Los mexicanos sienten que la mitad del territorio
norteamericano es suyo y esto incrementa su bronca. En
Centroamérica, en general, el sentimiento antiimperialista es menos
fuerte, pero existe. En Sudamérica es muy agudo y en países como
Argentina o Uruguay, tan lejanos a los Estados Unidos y nunca invadidos
por ese país, es realmente brutal. En una encuesta aplicada por
nosotros en el año 2005, la mayoría de ciudadanos de Buenos Aires dijo
que el terrorismo era menos malo que el capitalismo.
En casi todos nuestros países ser pro norteamericano ha sido de mal
gusto en los círculos intelectuales. Históricamente la derecha y la
izquierda han sido afrancesadas. Durante dos siglos, entre nuestras
elites, se veía bien hablar unas pocas palabras de francés, conocer París,
Roma, Madrid. Tanto los terratenientes como los intelectuales
latinoamericanos iban a Europa a bañarse en cultura, pero no a los
Estados Unidos. César Vallejo podía decir “Me moriré en París con
aguacero, un día del cual tengo el recuerdo…” pero a ningún poeta
connotado se le habría ocurrido decir “me moriré en Miami con tormenta
tropical”.
Ha sido tal el fastidio de los latinoamericanos con el país del Norte, que
casi todos están convencidos de que la democracia nació con la toma
de la Bastilla y que su origen está en Europa. Culturalmente parece difícil
reconocer que un pueblo tan pragmático, y aparentemente chato como
el norteamericano, haya sido el pionero de una de las mayores
conquistas de Occidente.
A esta altura de la historia, lo curioso es que los jóvenes son
antinorteamericanos, pero sueñan con la “american way of life”. Tienen
mentalidad capitalista, quisieran ser millonarios, les gusta ir a los
Estados Unidos. Les fascina todo lo que ese país representa, pero no el
país. Nunca irían a una manifestación castrista en la Habana. Si van a
Cuba es por el turismo sexual que existe, una vez que ha renacido
burdel de Batista al que tanto criticamos hace años.
Hay aquí otro punto de coincidencia del nuevo elector con la vieja
izquierda y también una diferencia radical. Ambos son anti
norteamericanos, pero unos sueñan con vivir en Norteamérica y otros
quisieran destruirla.
Es cierto que algunos gobiernos Norteamericanos, de la última época,
han hecho lo posible para que el mundo los aborrezca. Incrementan
este sentimiento la invasión a Irak y a Afganistán, la violación de los
derechos humanos en Guantánamo y otra serie de atrocidades, fruto
del deterioro de los valores norteamericanos por el impacto del 11 de
Septiembre.
Los miembros provectos de las elites son más antinorteamericanos que
los jóvenes y en muchos casos, conservan su adhesión a Cuba y les
gusta Chávez. Suelen apoyar al régimen de los Ayatolas en Irán, sin
saber una palabra de lo que eso significa. El sentimiento antiimperialista
y sus críticas a la democracia burguesa, les alientan para buscar una
alternativa al sistema democrático existente.
Su inconformidad con lo que pasa se refuerza con el mito de que la
democracia se mantiene en nuestros países por determinación del Tío
Sam y no por la voluntad de sus pueblos. Esto no es real. Somos parte
de una cultura occidental que ha evolucionado en esa dirección y
parecería que no volverán los coroneles Griegos, los Francos, los
Pinochet, y los Videlas, porque los valores de los nuevos electores lo
hacen imposible, más allá de lo que digan los Estados Unidos.
El huevo del dinosaurio, se expresa en un discurso que mezcla el
indigenismo extremo, el fundamentalismo religioso, el fracaso de la
democracia, el incremento de la pobreza y la crítica a la “democracia
representativa. Es la propuesta de los viejos contestatarios, que han
perdido contacto con forma de ver el mundo de los nuevos electores.
Ya habíamos dicho que la mayoría de los jóvenes quiere emigrar y
quiere una revolución radical. Lo que ocurre es que quieren una
revolución en el sentido inverso al del autoritarismo. Por lo general, las
viejas elites quieren implantar algún tipo de dictadura, marxista o
fascistoide y los nuevos electores quieren una sociedad que interfiera lo
menos posible con su libertad individual.
4. Los valores de los nuevos electores y la agonía de la democracia
a. Los valores del nuevo elector

Necesitamos comprender al nuevo elector. El pasado murió, aunque en


muchos casos haya sido enormemente gratificante vivir el compromiso
con causas que parecían trascendentales. Si queremos ubicarnos en la
realidad actual, no debemos indignarnos porque los jóvenes no oyen la
música de los Inti Illimani, los Quillapayú, Joan Baez o The Doors. Esto
no significa que la juventud se ha degenerado y la que humanidad va
hacia el colapso. Simplemente, tenemos la suerte de vivir un mundo
mejor, la tierra está con dolores de parto, porque nace una nueva
especie, con valores superiores.

Algunos viejos militantes de la izquierda se agobian por la “banalidad”


reinante, quisieran que el tiempo se detuviera y que sus hijos vivieran
una adolescencia como la suya, pero esto simplemente es imposible. A
los jóvenes contestatarios de hoy les entusiasma más el rock, que la
lectura de El Capital o la Teología de la Liberación.

Algunos creen que el tiempo puede poner marcha atrás si damos clases
de moral y cívica en los colegios, tratamos de volver a la vieja sociedad,
hacemos una campaña de publicidad diciendo que el sexo no existe, y
que ha vuelto la cigüeña. Habría que controlar el cine, la radio, la
música, la Internet y poner todo tipo de censuras que impidan que se
difundan las “malas costumbres”. Todo eso es imposible. La gente es
más informada que antes y cuando algunos políticos hacen ese tipo de
propuestas hacen que los jóvenes se alejen.

En estas pocas décadas cambió todo y se transformaron principalmente


los valores. Caducaron aquellos que dieron calor a la infancia y
adolescencia de la generación que dirige el continente y aparecieron
otros. No es verdad que no existen valores, que los antiguos
representan un mundo ideal y que estamos llegando al juicio final. Tal
vez lo que se acabó fue la civilización falocrática occidental. En esta
civilización feminizada, se ha avanzado mucho. Los derechos civiles ya
no se discuten. El racismo está fuera de moda. El respeto a las
diversidades es parte de la cultura occidental. El tema de las drogas se
trata con menos misterios y menos represiones. Muchos son
conscientes de su peligrosidad, otros las usan con algún control o sin
él. Han aparecido el éxtasis y una serie de nuevos estimulantes, que
disputan el mercado de las drogas tradicionales, pero el tema ya no es
un misterio, ni alienta fantasías torpes acerca de los mundos a los que
se puede acceder por esta vía. Que se lo discuta abiertamente es un
avance.

La sexualidad se ha liberado en un proceso que parece avanzar de


manera incontenible. La mayoría de nuestros políticos evitan referirse
al sexo. Les incomoda. En esto, el abismo generacional es demasiado
grande. No hay duda de que cada día el sexo les inquieta a los jóvenes
más que la postura de su gobierno frente a la invasión norteamericana
de Irak. No puede ser de otra manera. Los jóvenes, tienen un despertar
sexual más temprano, una vida mucho más erotizada que los antiguos,
mucho más libre, promiscua y es lógico que temas como los
anticonceptivos, el sida, el aborto, le interesen de manera vital. En esto,
el abismo generacional es descomunal. Mientras los viejos senadores
norteamericanos discuten sobre las limitaciones para la venta de la
“píldora del día después”, los jóvenes de las ciudades se mueren de la
risa de sus argumentos. Los latinos, siempre más abiertos al entusiasmo
sexual, que los peregrinos que llegaron al Norte, tanto por su ancestro
hispano, como por el indígena, ven el tema con más frescura. La
inmensa mayoría de los nuevos electores habla de esto más que de de
la gobernabilidad. Para los viejos políticos es difícil asumir el reto de
poner en su agenda esta problemática, aunque no hacerlo significa estar
lejos de las inquietudes de los electores.

Insistimos en que esta nueva etapa de la historia tiene valores. Son tan
importantes como los antiguos, pero diversos. A la larga, la saga de
Harry Potter no ha sido causa de ninguna masacre como las provocadas
por el Malleus Malleficarum, la Biblia y el Corán. El niño mago es un
personaje mucho más humano y agradable que el Rey David, Mahoma
o Hitler. No cometería nunca tantas atrocidades con los filisteos, las
adúlteras o los judíos.

En Occidente la paz se ha convertido en un valor que cada vez es más


respetado por los nuevos electores. Sigue existiendo violencia pero, en
menor grado y la gente tiende a rechazarla. Ninguna democracia ha
provocado, con su propio pueblo, una matanza como la de Pol Pot en
Camboya, Mengistu Hallie Maryam en Etiopía, Siad Barre en Somalia o
Stalin en la Unión Soviética. En la mentalidad de los occidentales
actuales, que viven en democracia, no hay ninguna lucha que justifique
masacres de esa magnitud.

Nos referimos siempre a las actitudes prevalecientes en la gente común,


frente a los ciudadanos de su propio país. Algunos líderes de mentalidad
retrasada siguen con delirios mesiánicos, creen en las cruzadas y
provocan asesinatos en masa. La gente común también los justifica
cuando son lejos, no los ven por la televisión, no cuestan muchas vidas
de los “buenos” y supone que son necesarios para evitar una calamidad.
Es el caso de la reacción de los norteamericanos frente a la política del
Presidente Bush en el Medio Oriente, o la de los colombianos frente a
la política del Presidente Uribe.

En cuanto a la lógica de la guerra externa, sigue siendo la misma de


antes. La guerra fue siempre una enorme estupidez y sigue existiendo.
Como decía uno de los principales estrategas de la reelección del
Presidente Bush en un seminario en Washington, "a mí lo que me
importa es que los musulmanes no vengan a matar a los
norteamericanos. Lo que pasa en Irak no es mi problema. Los iraquíes
deben preocuparse de elegir mandatarios que lleven la felicidad y la paz
a su país. Ese no es mi negocio".

Pero hay algo más importante: se valora la paz en la vida cotidiana.


Hace cincuenta años se suponía que era más hombre el niño que se
daba de golpes con sus compañeritos. Los escolares creían que era
necesario demostrar de esa manera, que eran muy machos. Hoy un
niño que hace daño a los demás termina en el psicólogo. Antes era un
héroe, hoy es un enfermo. Los estudiantes actuales son menos brutos
que los de antes y saben que cualquier burro patea más duro que ellos
y no por eso es más hombre. Ya no se rinde culto al macho violento y
peligroso. Cuando la policía mata a diez estudiantes, en cualquier país
occidental, esta se convierte en una noticia mundial. Todos nos
indignamos. Protestamos. Presionamos. Lo impedimos. Todos esos son
valores que antes no existían.

A pesar de nuestra cultura machista e intolerante, estamos aprendiendo


a vivir en un nuevo mundo en el que, por lo menos a nivel declarativo,
casi todos dicen que creen en el respeto a la diversidad sexual, y en la
igualdad de la mujer. Hay un mayor respeto a la diversidad. Nada de
esto es unánime ni tiene la misma intensidad. Es la gente más culta,
más urbana, más informada, la que asume en primer lugar estas
banderas, pero toda la sociedad las va aceptando en un movimiento
que va de los estudiados a los ignorantes, de la ciudad al campo, de los
mayores a los jóvenes. Las mujeres impregnaron nuestra cultura con
sus valores y la gente rechaza la violencia del marido con su mujer, de
los progenitores con sus hijos, del maestro con los estudiantes, del
empleador con los trabajadores, de la fuerza bruta sobre la razón, tan
frecuentes hace pocos años.

El respeto a los derechos humanos se consolida en Occidente. Muchos


intelectuales que, hace años, callaban cuando el Gobierno de Cuba
fusilaba a miles de disidentes, hoy protestan cuando el mismo gobierno
mata a unos pocos más. Muchos que simpatizamos con la revolución
socialista, porque parecía un camino a la felicidad, seguimos creyendo
en la vida y por eso rechazamos la muerte, la intolerancia y el
totalitarismo. Eso vale también cuando los atropellos tienen lugar en
Cuba o en cualquier país musulmán invadido por los Estados Unidos. En
general, en los círculos intelectuales latinoamericanos, teñidos de
antiimperialismo, estas son cosas difíciles de decir, aunque las tesis
contrarias son palmariamente falsas.

Pero, la verdad es que ya no está vigente el verso de Gonzalo Arango


que decía “sueña que todo negro es blanco en Norteamérica”. Mucho
blancos quisieran ser Condolezza Rice. Definitivamente han avanzado
los derechos civiles y el respeto a las minorías. Alguien que quiera
impedir que un negro se siente junto a un blanco en el autobús, como
era normal en varios países occidentales hasta hace poco, es tenido
como una bestia.

La llegada de la democracia a América Latina, con todas sus


imperfecciones, nos condujo a una nueva etapa de la historia. A partir
de la década de 1980 todo el continente, con la sola excepción de Cuba,
tuvo gobiernos elegidos democráticamente. Muchos de nuestros países
llegaron a la democracia antes que España, Grecia, Portugal y que todos
los países del Este europeo, incluida la mitad de Alemania. La
democracia se consolida como un valor de nuestra cultura y son pocos
los que admitirían ahora, que algún militar trasnochado asuma todos
los poderes en uno de nuestros países.

Todavía no reaccionamos racionalmente ante el peligro externo,


particularmente frente al terrorismo islámico. Tampoco estamos muy
interesados en las muertes que ocurren fuera de las pantallas, en países
lejanos, atrasados, o de culturas diversas de la nuestra, pero al menos
hemos avanzado en lo que tiene que ver con nuestra propia civilización.
Superar nuestra sensación de prepotencia cultural y rechazar las
masacres que ocurren en sitios ajenos a nuestra civilización, será parte
de otra etapa en esta evolución. Por el momento está claro que se han
superado los antagonismos entre la mayoría de los países occidentales,
que costaron tantos millones de muertos. Es muy difícil que vuelvan a
producirse guerras entre Francia, Alemania, Inglaterra y los demás
países europeos, que en el pasado terminaron arrastrando a casi todo
el mundo. No es pensable que un Canciller alemán, inquieto por ser
nieto de un judío, asesine a varios millones de judíos. Ahora es
imposible. Ocurrió hace poco tiempo.

Tal vez uno de los caminos para que se renueven los partidos y las
organizaciones políticas sea asimilar con serenidad estos cambios y
repensar los valores, sin tratar de que el tiempo se detenga. Debemos
incorporar los grandes avances humanos y tecnológicos de Occidente a
una nueva cultura que tiene que recrearse constantemente.

Replantear los valores, aceptarlos como elementos dinámicos, que se


renuevan constantemente y dan algún sentido a la vida y a la muerte,
parece uno de los retos de la nueva democracia.

En lo político, los jóvenes se sienten masivamente ajenos a la mayor


parte de los problemas que interesaron e interesan a sus progenitores.
Los hijos de los antiguos líderes marxistas estudian marketing y
televisión, aspiran a ir a conciertos de rock, buscan afanosamente una
visa para ir a los Estados Unidos, mientras sus padres se sienten
frustrados, creen que la sociedad consumista los ha devorado, escuchan
con nostalgia la música de Pablo Gallinazo 12 y se lamentan que sus
descendientes no sean capaces de ofrecer su vida por ideales. De
hecho, ellos tampoco la dieron, pero cantaron y declamaron que podían
hacerlo. Si la hubiesen dado, no estarían aquí para lamentarse de la
banalización de Occidente.

Los nuevos votantes piensan más en vivir con comodidad, que en dar
la vida por Castro o Pol Pot. No está claro que sean peores que los que
en otros tiempos, creyeron que valía la pena matar a otros por
diferencias políticas. En todo caso en la mentalidad de los nuevos
electores, ese tipo de asesinato carece de sentido. La percepción que
tienen de conceptos como "la izquierda" y la "revolución" es muy diversa
de la antigua. Esos viejos conceptos tienen mucha importancia en la
mente de muchos analistas y políticos de mediana y mayor edad de
nuestras sociedades y por eso, muchos de ellos no pueden entender al
nuevo elector.

En nuestros países no hay dictaduras militares, ni grupos insurgentes.


La democracia se ha consolidado. Es tan sólida, que la gran mayoría
habla mal de ella, sin que nadie quiera que vuelvan las dictaduras. Ni
la de Pinochet, ni la de Videla, ni la de Franco, ni la de Castro. El
lamentarse y criticar abiertamente al sistema es un componente sano
de la vida democrática. El día en que sean apresados los oradores que
predican, todos los sábados, en contra de la democracia inglesa en Hyde
Park Corner, se habrá acabado la propia democracia en el Reino Unido.

Los jóvenes saben poco de las epopeyas griegas. Ya no leen la Ilíada ni


la Odisea como lo hicimos los antiguos. A veces ven una versión liviana
de esos viejos mitos en DVD, pero no saben quiénes fueron Agamenón,
Penélope o Menelao. Sus héroes son menos solemnes. Saben quién es
Harry Potter, y cuales son los personajes de la "Guerra de las Galaxias"
y del "Señor de los anillos". Las utopías clásicas no tienen mercado y las
fantasías de nuestros adolescentes se nutren con nuevos sueños,
inventados por escritores, que escriben best sellers. Tampoco queda
muy claro que haya una diferencia enorme, entre conocer los detalles
de una serie de mentiras en las que creían pueblos con menos
herramientas para desatar sus fantasías, que conocer los libretos de
estas nuevas invenciones, que en muchos casos son más divertidas.

Los ciudadanos comunes, viven lejos de las leyendas trascendentes y


sus gustos se orientan por lo que Greemberg, el encuestador del
Presidente Clinton, llamó "sueños de la clase media".

Es difícil que la gran mayoría de los seres humanos encuentren un


sentido a su existencia si no se apoyan en algún tipo de creencia
religiosa. Esto sigue ocurriendo con los occidentales, pero la Iglesia
Institucional no es la misma organización política de hace cincuenta
años. El catolicismo ha retomado, parcialmente, sus raíces espirituales
y ha perdido el fanatismo de otros tiempos. Sus fieles ya no queman
brujas y herejes, no arman guerras para liberar los “santos lugares”, ni
conquistan continentes para evangelizar a nadie. Han dejado de destruir
las carpas de los "evangelistas" que venían a predicar en nuestros países
hace solo cincuenta años. Celebran ritos ecuménicos con ministros de
otras confesiones. Bastantes latinoamericanos de clase popular han
adherido a grupos minoritarios cristianos como los evangelistas y los
mormones, mientras otros, más elitistas, vuelven la mirada hacia las
religiones orientales, a las religiones del New Age o hacen viajes al
desierto de Atacama para ponerse en contacto con los tripulantes de los
OVNIS.
El contenido subversivo de lo esotérico se ha disuelto. No se trata ya de
instaurar la Era de Acuario y ni la del Hombre comunista. Simplemente
se disfruta con algunas historias inverosímiles viendo los programas del
Canal Infinito en el cable. Agencias Especializadas llevan a los turistas
a los sitios en los que hay huellas ciertas de la presencia de los
extraterrestres y sitios como Roswell, Nuevo México, se convierten en
atractivos turísticos en los que se pueden comprar fotografías de la
autopsia de un marciano gracias a esas leyendas.

Desde nuestro punto de vista, todo esto no nos lleva a añorar nuestra
adolescencia y decir "que distintos son los actuales jóvenes". Tampoco
a censurar sus actitudes, como aquellos que una vez fueron jóvenes,
vivieron sus rebeldías, enfrentaron a sus mayores, pero llegados a la
edad madura, creen que todo tiempo pasado fue mejor y que sus hijos
deben ser sumisos y vivir las rebeldías que ya fueron vividas por otros.
El mundo no se derrumba, el pasado fue más oscuro y todo tiempo
futuro es mejor.

Los jóvenes actuales no son inferiores, ni superiores a quienes


disfrutamos caminando con Proust, por los caminos de Swan, en busca
del tiempo perdido, disfrutamos con la poesía de César Vallejo,
cultivamos las palabras y vivimos una adolescencia intensa,
oponiéndonos a la invasión norteamericana a Vietnam y suponiendo que
podíamos cambiar el Universo. Tienen valores más sofisticados que los
nuestros, son mucho más informados, menos machistas, menos
violentos menos autoritarios. Son realmente distintos. Pero hay que
reconocer, en toda su extensión, que son radicalmente distintos y
tenemos que comprenderlos en su diversidad.

b. La agonía de la democracia

Pero ¿Qué tiene que ver todo este conjunto de reflexiones sobre Buda,
el rock, la feminización de la cultura, la revolución tecnológica, las
drogas y la crisis de los intelectuales con las actitudes políticas de los
nuevos electores? ¿A qué viene todo esto en un libro que pretende
proponer algunas ideas para comprender a los nuevos electores
latinoamericanos en las campañas electorales?

La democracia representativa agoniza en América Latina. Vive una crisis


aguda, imposible de negar, que le llevará a renacer con otras formas y
contenidos, si sabe enfrentar los desafíos de la nueva era. En el
siguiente capítulo queremos plantear, desde nuestra perspectiva,
algunas ideas acerca de cómo los nuevos electores toman sus
decisiones con respecto a la política. Para hacerlo, debemos recapitular
sintéticamente, algunos de los temas que hemos desarrollado,
vinculándolos a esta reflexión final.

No se puede llegar con los viejos mensajes y con las antiguas formas
de comunicación a ese nuevo elector, del que hablamos en la primera
parte de este trabajo, más independiente, informado, lúdico,
individualista, pragmático, socializado en una familia democrática, fruto
de una sociedad feminizada, que ha superado muchas de las taras
machistas del siglo pasado.

Cuando algunos autores creen que esta democracia funcionaría bien si


vuelve un presidente solemne, mesiánico, que recupere “la majestad”
del poder, están equivocados. Por lo general, los nuevos electores
buscan líderes de otro estilo. Esos viejos liderazgos les resultan
incomprensibles y en esta época en la que desacralizaron los símbolos,
tienen algo de ridículo. No les representan.

Vivimos una crisis de valores radical que va desde la comprensión de lo


religioso, hasta nuevas concepciones de la sexualidad, pasando por
todas las esferas de la vida de los ciudadanos. Nace una nueva edad.

Un occidente plural en lo religioso, y básicamente laico, se enfrenta al


Islam. Algunos cristianos fundamentalistas, numerosos en
Norteamérica, creen que los musulmanes pueden abandonar a sus
dioses porque se les obliga, a punta de bayoneta, a organizar unas
elecciones que no tienen sentido en su cultura. Obran con tanta
inocencia como lo haría un líder islámico que creyese que los
latinoamericanos nos podemos convertir a su religión, porque nos
invaden tropas árabes para imponer monarquías absolutas,
encabezadas por descendientes del Profeta. Tal vez eso nos llevaría al
cielo islámico, pero a la mayoría de nosotros, no nos interesa ese cielo.
Somos distintos. En occidente, el cristianismo volvió, en buena parte, a
sus orígenes. La Iglesia, como institución, se ha alejado del poder. Los
islámicos también se han acercado a sus orígenes. La visión de que hay
islámicos “buenos” porque actúan como occidentales y otros “malos”
porque no piensan como los cristianos es simplista. Los islámicos
ortodoxos están más cerca de las enseñanzas de su fundador, un líder
guerrero que quería expandir sus territorios a sangre y fuego, en
nombre de su Dios y que creía en una guerra santa que debía terminar
con los no creyentes.
En América Latina el sentimiento religioso existe. Es ampliamente
mayoritario. En sí mismo, no mueve muchos votos. Hay párrocos que
son dirigentes barriales con influencia, pero no por párrocos. Con su
personalidad y con su obra, compiten con los dirigentes deportivos del
barrio. Solo unos pocos teólogos de la liberación y militantes de grupos
como Tradición Familia y Propiedad creen que es pecado votar por
alguien. La gente común no cree en esos mitos. La religión, está
presente en la vida de los nuevos electores, pero lejos de la política. En
los sectores populares es imposible que surjan movimientos milenaristas
como los del siglo pasado. Esos fenómenos, que provocaron verdaderas
masacres, ocurrieron hace poco tiempo, pero parecería difícil que
vuelvan en nuestros días. Recordemos que la guerra de los Cristeros
Mexicanos, que querían que Jesucristo gobierne su país, se produjo solo
hace ochenta años. Las últimas sublevaciones campesinas que
pretendían acabar con la República, para que el Padre Jao María y el
Emperador Don Sebastián gobiernen el Brasil, ocurrieron en 1954.
Decenas de miles de personas murieron en esos levantamientos
armados que pretendían estos fines “superiores”, a través de un siglo
de enfrentamientos con la República. Parecería que nada de eso podría
ocurrir en nuestra América Latina.

En lo sectores urbanos, ya no hay partidos religiosos que convoquen a


los electores para una lucha en contra otros grupos religiosos o en
contra del ateismo. Terminado el enfrentamiento con el comunismo, la
Doctrina Social de la Iglesia es un recuerdo de la política Europea. Las
posiciones de la Iglesia Católica sobre muchos problemas importantes
de este siglo, carecen de impacto. Europa es masivamente un
continente escéptico y América Latina va por el mismo camino. Las
religiones New Age, la macumba, iglesias minoritarias cristianas,
satisfacen cada vez más las necesidades religiosas de nuestra gente,
mientras la Iglesia Oficial se convierte en una Institución respetable, a
la que se recurre en momentos de crisis colectiva, pero que influye cada
vez menos en el voto de los electores.

En todo caso, ha desaparecido la apariencia trascendente, que


proporcionaba el ingrediente religioso al discurso político. Las campañas
electorales de hace tres décadas en que se conseguían votos
identificando al adversario con el diablo y se pedía el apoyo de los fieles
para detener al comunismo ateo, perdieron sentido. En general, el
demonio ha desaparecido de la vida cotidiana de los electores. La gente
no busca ganar el paraíso con su voto, sino cosas más simples como
conseguir empleo, agua potable, o el pavimento de la calle de su barrio.
En algunas ocasiones, tratan de fastidiar a los que viven mejor,
satisfacen sus resentimientos y votan por un “enemigo de los ricos”,
pero la mezcla de la religión de la religión y de la propaganda electoral
suena un poco delirante.

Otro tanto pasa con las ideologías. La izquierda y la derecha, como se


las concebía hasta hace poco, son conceptos importantes para los
sobrevivientes de la “guerra pasada”. Los nuevos electores no dejarían
nunca una buena fiesta por asistir a una conferencia acerca del
“Pensamiento de alguien y su vigencia en la sociedad contemporánea”,
a menos que con eso logre algún viaje o ventaja. Esos temas, no van
más. No interesan. La revolución a la que tanto amábamos los antiguos,
se extinguió en lo político y triunfó en sus otros aspectos, convirtiéndose
en parte de la vida cotidiana. No sirve para atraer votantes. Quienes
votan por el PRI en México, el PRD en Dominicana, el PSC en Ecuador
o el APRA en el Perú, lo hacen más por motivaciones semejantes a las
que tienen quienes se identifican con un club de fútbol, que por
contenidos ideológicos. Las hinchadas tienen también su sesgo social.
Ser fanático del Club Boca Juniors en Buenos Aires, es más propio de
personas de extracción popular y de militancia peronista, pero eso no
se relaciona con que los pobres lean textos de izquierda o discursos de
Perón, para militar ni en el peronismo ni en el Boca. En el mismo Chile,
el país más ideologizado del continente, la resistencia de los jóvenes a
intervenir en política, es masiva. El discurso de las viejas “ideologías”
cumplió su ciclo histórico.

Como dijimos antes, esto no significa que vayamos hacia una política
sin ideas, sino que avanzamos a una nueva etapa histórica en la que la
política debe integrar a su debate temas y valores de una sociedad que
nace. Para algunos de los mayores, es difícil entender que esta nueva
era es mejor que el pasado de Occidente, que se ha consolidado la paz,
ha retrocedido el machismo y se han expandido las esferas de la
realidad de una manera tan enorme, pero ese es un hecho
incuestionable y es en esa realidad en donde debemos aprender,
nuevos sueños y nuevas utopías, liberándonos de muchas cadenas que
proceden de nuestras verdades del pasado.

Hay que replantear el debate político desde la vida y el placer. La


masoquista ética protestante a la que Weber señaló como base del
capitalismo también ha caducado. La consigna “del trabajo a la casa y
de la casa al trabajo” suena casi estremecedora. Tal vez las nuevas
utopías planteen una sociedad sin trabajo y sin casa, espacio desatado
del placer, como aquel en el que soñó Fourier en sus momentos de
mayor lucidez en los manicomios de Francia. Más que el paraíso de los
trabajadores que pretendía instaurar Marx, la gente quiere vivir el
“Derecho a la Pereza” que defendía su yerno, Pablo Lafargue.

Perdieron también vigencia las consignas que en la década del setenta


movilizaron a millones de jóvenes occidentales con las proclamas de
“peace, flowers, freedom, happinnes, respeto a los derechos civiles,
garantías a las minorías, posiciones liberales frente a las drogas y otra
serie de conceptos que terminaron imponiéndose en unos casos, o
perdiendo si ímpetu político en otros. Cumplieron su ciclo como fuerzas
contestatarias y cambiaron la realidad. Hoy la contracultura es un gran
negocio. Sus voceros son cantantes que lo cuestionan todo desde
mansiones fastuosas, vistiendo jeanes deshilachados intencionalmente,
que son más caros que los que se encuentran en buen estado, pero que
son producto de estas empresas de la contracultura.

La historia de la humanidad, es finalmente la historia de la


comunicación. Somos simios que nos comunicamos de maneras
complejas con nuestros contemporáneos y que acumulamos una
memoria histórica. Las grandes innovaciones que permitieron acumular
y generar conocimientos trajeron consigo grandes transformaciones.
Cuando algunas culturas consolidaron su escritura, el salto fue tan
enorme, que los principales dioses llegaron para quedarse entre
nosotros. Cuando los semitas inventaron el alfabeto pusieron la base
de las religiones que veneran un libro, que son mayoritarias en el mundo
y cuyas luchas causan miles de muertos cada año. Varios siglos
después, la imprenta permitió que los textos se difundan, que se
intercambien las ideas, se aceleren las discusiones teóricas, se escriban
manifiestos y aparezca la democracia. Desde un punto de vista, nunca
habríamos tenido un sistema democrático si no llegaba a existir la
imprenta, ni habría sido posible que perviva la Inquisición, cuando se
difundieron masivamente los libros.

A fines del siglo XIX y durante el siglo XX, la democracia creció y se


transformó con la difusión de los diarios, la radio, el teléfono y se
pusieron las bases para esta enorme transformación en que nos
hallamos inmersos. Después de la difusión de la televisión, de las
computadoras, los teléfonos celulares, la Red, no podemos pretender
que la comunicación política siga siendo la misma.

La democracia nació y se desarrolló con los periódicos y el culto a la


palabra. Los antiguos oradores hablaban usando todo tipo de recursos
y emocionaban a multitudes bastante ignorantes, con discursos
estridentes. Algunos creen que expresaban una forma superior de la
política. No nos queda claro que esto haya sido así. Simplemente se
comunicaban de esa manera con un electorado más reducido y
manipulable.

Hoy las palabras están en crisis y también esas formas de la política.


Los textos comunican pensamientos. Quienes nos formamos a su
sombra, tratamos de reflexionar, de comunicar ideas. La democracia de
la primera época, habría sido impensable sin la imprenta, que permitió
que se publicaran los primeros periódicos, panfletos, idearios, armas
privilegiadas de la lucha política democrática en la fase inicial de su
desarrollo. En ese entonces, los analfabetos no podían votar. La
democracia era para personas que leían y estos no eran los más
numerosos, por las altas tasas de analfabetismo imperantes.

En la década de los treinta se inauguraron las primeras estaciones de


radio en la mayoría de los países de América Latina. Este fue un
instrumento revolucionario que democratizó la sociedad y amplió el
contacto de los líderes con las masas. Pasamos del texto escrito a la
voz. La democracia se amplió. Para participar en los procesos políticos
no fue indispensable leer con fluidez, bastaba con oír a los dirigentes.
Era casi encantador. Muchas personas se dedicaban a oír discursos que
no eran muy comprensibles, pero hipnotizaban, llamaban la atención,
eran el quehacer más divertido en una sociedad sin alternativas.

Hasta esos años, prácticamente, no se hacían campañas electorales.


Los caballeros importantes de un país, nunca las damas, se reunían,
nominaban un nuevo Presidente o un candidato, que fingía no estar
interesado en el cargo. Luego lo visitaban, le proponían que se
sacrifique por el país y procesos electorales, muy restringidos y
manipulados, lo confirmaban como nuevo Presidente. Con la radio esto
cambió. En la primera mitad del siglo XX aparecieron los primeros líderes
que hicieron campañas electorales y pidieron el voto a la gente. Todos
ellos usaron la radio y movilizaron a los votantes con su voz o a través
de organizaciones como los sindicatos, lo gremios, las asociaciones de
diversa índole, los partidos políticos. Fueron Perón, Haya de la Torre,
Velasco Ibarra, Rojas Pinilla. La gente “distinguida” de la época vio a las
campañas electorales como un signo de enorme vulgaridad. Los nuevos
Presidentes ya no eran caballeros a los que se les rogaba que tengan la
bondad de gobernar, sino personas vulgares que, para ser elegidos,
pedían el voto a la “chusma velasquista” o a los “descamisados”
peronistas. Es interesante leer la prensa de la época y aquilatar los
argumentos de los políticos aristocratizantes frente a los procesos
electorales. Son idénticos a los de quienes se oponen hoy a la
democracia de masas. Se dice que el mundo se va a acabar, que los
políticos de ahora ya no son los dignos caballeros de antes, que los
países se precipitan hacia la vulgaridad y la ignorancia. Los nuevos
caudillos se sostenían en la fuerza de lo que Velasco Ibarra calificaba
de “chusma velasquista” o Perón sus descamisados, “cabecitas negras”.
La radio, las manifestaciones, los discursos pidiendo el voto fueron parte
de esa primera ampliación de la democracia. Cuando Perón hablaba en
Buenos Aires era posible oírle en Mendoza o en Río Negro. Cuando
Lázaro Cárdenas hablaba en el Distrito Federal y fundaba el Partido de
la Revolución Mexicana, su voz se oía al igual en Sonora y en Chiapas.
La radio amplió enormemente el universo de electores informados
acerca de los temas políticos.

La radio permitió que las palabras de los candidatos lleguen a masas de


electores que estaban lejos, pero podían escuchar la voz de los políticos.
Fue por tres décadas, un instrumento de comunicación privilegiado. La
gente escuchaba las noticias, los discursos, los eventos políticos. En la
mayoría de nuestros países, hasta los años sesenta, las radiodifusoras
transmitían las sesiones del Congreso y había muchos que las seguía
con atención. Los candidatos eran ante todo grandes oradores.

Los estrategas de comunicación de mediados del siglo XX, desarrollaron


toda una metodología para usar la “psicología de masas” y provocar
fenómenos de entusiasmo colectivo con el discurso vibrante, los
estandartes, los uniformes y efectos de sonido en las manifestaciones,
que fueron parte del juego para ganar la adhesión de la gente, propios
de los nazis, falangistas, comunistas. En América Latina, algunos
candidatos y organizaciones “populistas” como los Apristas, peronistas
y otros, imitaron estas prácticas y fue una de las razones para que
algunos los consideraran “fascistas”. Muchos políticos de la época
quedaron entusiasmados con estos descubrimientos. Nació el mito,
todavía vigente, de que existía la “propaganda subliminal”.

Se podía repetir una y otra vez frases que manipulaban la mente del
votante de manera inconsciente, para que adopte una u otra posición
política. La idea de que la tecnología podía manipular la mente de los
electores, nació en esta etapa de la historia electoral.

La radio incorporó a la política a millones de personas que escuchaban


las voces encendidas de algunos líderes y votaban por ellos. Hitler fue
hijo de la radio. Sus discursos exaltados le permitieron ganar las
elecciones alemanas e iniciar un proceso de terribles consecuencias para
la humanidad. Goebels y otros estrategas políticos de la época armaron
enormes espectáculos cuyo centro eran las voces de los candidatos, la
oratoria demagógica, que tenían gran audiencia en una época en la que
no había mucho que hacer. Se trataba de hacer eventos atractivos con
los elementos de que se disponía en esa época. Grandes escenarios,
banquitos para ocultar el tamaño de los oradores cuando eran bajos de
estatura, iluminaciones, efectos de sonido, tambores, estandartes,
bandas de guerra. En la mente de los políticos anticuados, quedó sin
embargo la leyenda de que, en ese entonces, la política era algo serio.
Suponen que la política era superior que la actual porque se hacía con
palabras. Cuando revisamos los discursos de la mayoría de los líderes
de esa época con frialdad, no encontramos piezas demasiado
racionales. Realmente armaban un espectáculo que consistía en largas
peroratas que pocos comprendían, pero que permitían matar el tiempo
a personas que vivían en sociedades básicamente aburridas.

La siguiente revolución en la comunicación estalló en la década de los


cincuenta y desde entonces ha tomado dimensiones espectaculares. Se
popularizaron la televisión, las computadoras, la Internet, los celulares,
que proyectaron nuestras posibilidades de comunicación hasta el
infinito. Nació el Homo Videns del que habla Sartori. La palabra fue
sustituida por las imágenes.

La ampliación de la democracia y el desarrollo de las comunicaciones


están íntimamente unidos. En Occidente este desarrollo es vertiginoso
y las distancias que se han generado entre quienes somos occidentales
y quienes pertenecen a otras culturas es cada vez mayor. La Internet y
otros medios de comunicación tienen serias restricciones en Cuba,
China, los países islámicos y todo dictador se siente amenazado cuando
la gente de su país puede acceder libremente a mucha información.

La revolución de las comunicaciones tiene consecuencias directas sobre


las campañas electorales. Para empezar, quienes quieren hablar el
lenguaje de los nuevos tiempos necesitan de un entrenamiento distinto.
Los campeones de oratoria pierden las elecciones frente a
comunicadores modernos. Como dijimos en otro momento, en la
sociedad contemporánea, ni siquiera los cantantes son personas que
cantan. Madonna es genial no solo por su voz, sino por el espectáculo
que produce, en el que su voz es una parte importante, pero no es lo
único que buscan sus admiradores. Los políticos que no entienden esto,
están condenados a perder terreno y salir de la arena electoral en pocos
años.
Por otra parte, la demagogia es más difícil en los nuevos tiempos.
Contrariamente a lo que suponen quienes añoran la vieja política, es
más difícil mentir en la edad de la imagen. En reiterados experimentos
que hemos realizado con Grupos de enfoque en distintos países, hemos
encontrado que los ciudadanos comunes tienen mucha más información
que antes. No es posible engañarles con facilidad. Ven al personaje. Ven
sus ojos. Ven el entorno en que se mueve. Cuando un candidato dice
que está dispuesto a dar la vida por los pobres con voz dramática, hay
muchos que se ríen por todo lo que comunica con su rostro, por el
entorno en que habla, por la gente que lo rodea. Si lo hubiesen oído
por radio, tal vez le habrían creído. Al verlo en la televisión dicen “¡con
esa cara! ¡Seguro que no es cierto!” Los políticos, los candidatos, dan al
televidente más información de la que son conscientes a través de su
rostro, de su lenguaje corporal.

Los consultores que tiene experiencia aconsejan a sus clientes que no


mientan. Contrariamente al difundido mito de que los expertos en
campañas electorales somos maestros del engaño y de la manipulación
de las mentes de los lectores, cuando somos eficientes, somos
simplemente profesionales que tratamos de que nuestros clientes se
comuniquen de manera adecuada con los electores y sabemos que
mentir es muy peligroso.

Por otra parte, todos los electores juegan al Gran Hermano. Les divierte
mucho fisgonear en las intimidades de los famosos. Los líderes están en
una vitrina permanente. La gente común se mete con su vida cotidiana,
vigila sus ideas y su vida privada. Opina sobre todo y ha perdido el
respeto reverencial que fue posible en la época en la que las distancias
entre los dirigentes y el pueblo llano eran enormes. Por primera vez en
la historia, al ser elegido el Papa Benedicto XVI, hay católicos que
rechazan esa elección porque creen que las tesis defendidas por el
Cardenal Ratzinger no son de su gusto. Esto era inimaginable hasta la
elección de Juan Pablo II. El Papa era elegido por Dios, a través del
Colegio de Cardenales y a los fieles solo les correspondía aclamarlo y
obedecerlo. Hoy nada es sagrado. Los medios escudriñan el pasado del
Papa, publican sus fotos de infancia y juventud, averiguan si estuvo
relacionado con el nazismo. Si eso ocurre con el Sumo Pontífice, es fácil
imaginar lo que ocurre con los líderes comunes.

En los últimos años, ha sido normal que los medios sigan en detalle los
problemas de Calos Menem con su esposa Zulema, los de Fujimori y
Susana Higuchi, de Lucio Gutiérrez y Ximena Bohórquez. Nada es
privado, nada está oculto. No se pueden mantener esqueletos en el
closet.

Es esta la democracia de masas en la que debemos actuar. No hay


marcha atrás. Cada día estos elementos se profundizarán y el futuro
estará cada vez más en manos de la mayoría “ignorante” y menos en
las manos de las elites intelectuales.

Muchos políticos y miembros de la elite, de cierta edad, no aceptan este


mundo que, en buena parte, es hijo de sus propias rebeliones juveniles.
Difunden ideas pesimistas, vuelven a cuestionar a la democracia
representativa como en su momento lo hicieron con la “democracia
burguesa”, replantean la política desde el viejo corporativismo, se
resisten a vivir esta sociedad en la que las masas deciden por sí mismas
y no de acuerdo a lo que quisieron ordenarles los libros.

Todo esto está en la base del desencuentro de los partidos, de los


políticos, de los académicos, de los analistas y de muchos consultores
con el nuevo elector. Suponer que en todo lo demás, vivimos una nueva
etapa de la humanidad, pero que en la política el tiempo debe
detenerse, es simplemente un error.

TERCERA PARTE

PORQUE VOTAN LOS ELECTORES

A. LA VISION TRADICIONAL DE LOS PROCESOS ELECCTORALES


Hay un enfoque tradicional de la problemática electoral, ampliamente
difundido en los medios intelectuales y políticos de América Latina. Los
líderes y los intelectuales, mayores de cincuenta años, se formaron en

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