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PABLO EL APOSTOL DE LOS PAGANOS ce eee Jiirgen Becker ccc BIBLIOTECA DE ESTUDIOS BIBLICOS 83 Coleccién dirigida por Santiago Guijarro Oporto JURGEN BECKER PABLO EL APOSTOL DE LOS PAGANOS SEGUNDA EDICION EDICIONES Si{GUEME SALAMANCA 2007 Cubierta disefiada por Christian Hugo Martin Tradujo Manuel Olasagasti Gaztelumendi sobre el original alemn Paulus, der Apostel der Volker © J.C. B. Mohr (Paul Siebeck), Tubingen 71992 © Ediciones Sigueme S.A.U., 1996 C/ Garefa Tejado, 23-27 - E-37007 Salamanca / Espaiia TIf.: (34) 923 218 203 - Fax: (34) 923 270 563 e-mail: ediciones@sigueme wwwsigueme.es ISBN: 978-84-301-1276-0 Depésito legal: S. 955-2007 Impreso en Espafia / Unién Europea Fotocomposicién Rico Adrados S.L., Burgos Imprime: Graficas Varona S.A. Poligono El Montalvo, Salamanca 2007 CONTENIDO Prélogo Introducci6n Testimonios sobre Pablo en el cristianismo primitivo 1. La correspondencia paulina 2. Las otras fuentes Cuestiones cronoldégicas sobre la vida del Apéstol Pablo, fariseo de Tarso 1. Las referencias biograficas 2. Pablo, fariseo de la diaspora 3. Pablo y el helenismo La vocacién del Apéstol de los paganos 1. Las fuentes y los problemas de su interpretacién 2. La comunidad cristiana en la sinagoga de Damasco 3. El perseguidor de la comunidad de Damasco 4. La vocacién del fariseo a Apéstol de los paganos 5. Atribuciones y conciencia de Pablo Pablo, misionero y tedlogo antioqueno 1. Vision panordmica de los textos 2. El acuerdo de Jerusalén sobre la misién entre los pa- ganos 3. Pedro en Antioquia 4, Pablo y Pedro 51 51 59 72 719 79 86 90 94 102 109 109 i 122 128 10. Contenido 5. Importancia de la comunidad antioquena para el cris- tianismo 6. Pablo y Jestis El comienzo de la actividad misionera independiente 1. El camino de Antioquia a Corinto 2. 1 Tes, testigo de la teologfa de la misién antioquena 3. La esperanza en crisis 4. La estancia fundacional en Corinto Pablo en Efeso y en la provincia de Asia 1. Los sucesos de Efeso 2. Polémica paulina contra los agitadores de las comu- nidades . Penalidades y riesgos 4. La infraestructura de la misién paulina w E] Espiritu de libertad y la teologia de la cruz 1. Unidad de la primera Carta a los Corintios 2. Entusiasmo y cruz 3. La segunda Carta a los Corintios como recopilacién epistolar 4. Extasis 0 servicio de reconciliacién 5. Pablo, necio en Cristo La misién paulina y las comunidades domésticas . 1. La realidad social de las comunidades 2. La capacidad integradora de las comunidades 3. La ciudadania del cielo y el mundo perecedero 4. El culto divino en las comunidades domésticas La ultima visita a Macedonia y Acaya 1. El viaje de la colecta ... 2. Judeo-cristianismo contra pagano-cristianismo 131 144 159 159 165 176 183 189 189 202 210 220 229 229 241 263 269 280 291 291 295 299 303 309 309 316 12. 13. 14. 15. Contenido Pablo y las comunidades de Galacia 1. Los desconocidos gélatas 2. La Carta a los galatas y la retérica antigua ........ 3. Las raices de las ideas paulinas sobre 1a justificacién 4. La Carta a los gdlatas como documento mas antiguo sobre la justificacién La comunidad de Filipos 1. La historia de la comunidad de Filipos 2. La Carta a los filipenses como recopilacién epistolar 3. La carta de la cautividad . le 4. La carta contra los judaizantes .. La Carta a los romanos, testamento de Pablo 1. Los orfgenes de la comunidad romana 2. La unidad de la Carta a los romanos 3. El razonamiento de Rom 1-8 20.0.0... 4. La justificacién del hombre pecador Los rasgos fundamentales de la teologia paulina . Enfoque y estructura del pensamiento paulino ..... . El Dios tnico y su creacién . El pecador, la ley y la muerte . El evangelio de Jesucristo . El creyente, el Espiritu y la vida . La comunidad escatolégica . El compromiso de la fe como amor . El futuro de la fe como esperanza en el Sefior SIADNRWH te martir . La entrega de la colecta 2 E] apéstol de los paganos y su = ae 3. El méartir, camino de Roma . Indice de lugares Indice de nombres Indice de citas biblicas 325 325 327 334 345 363 363 366 375 383 395 395 403 424 443 443 450 458 473 488 499 510 521 533 533 540 558 565 567 569 PROLOGO Este libro es fruto de un estudio, durante afios, de la obra de Pablo. El estudio ha tenido tres centros: el andlisis y examen de lo que se ha escrito sobre el tema, el didlogo con los estudiantes en las clases y la propia reflexién sobre los problemas de las car- tas paulinas. Por eso el libro delata, por fuerza, su origen aca- démico y cientifico. Sin embargo, estd escrito de forma asequible a _un piublico mds amplio que el de los exegetas neotestamenta- rios. He procurado tender un puente desde el gremio exegético hacia todos aquellos que muestran algiin interés por Pablo. Lo hago ast por dos razones: no es bueno que la exégesis se encie- rre en su lenguaje técnico interno; no es bueno que nuestro tiem- po se olvide de Pablo. Con miras a ese objetivo he destacado las lineas maestras del pensamiento paulino, que la alta especializacién suele relegar a segundo plano. Para evitar que la bibliografia sobre Pablo, ya ca- si inabarcable, dé lugar a un apartado de notas desmesurado que asusta al lector y que pocos pueden aprovechar, decidi tras lar- gas reflexiones prescindir de toda referencia bibliogrdfica. Como sé que cualquier colega puede advertir cudndo sigo a alguien, o a él mismo, y cudndo discrepo, no he creido necesario hacerlo constar expresamente. Era mds importante para mi ofrecer al lec- tor una visién general de Pablo que él pueda utilizar como un texto accesible a todos. Por eso renuncié también, después de muchas vacilaciones, a confeccionar por mi cuenta un elenco bibliogrdfico. No obstante, como el libro reclama unos lectores criticos que sepan comparar 12 Prélogo lo leido con otras exposiciones, les recuerdo que hay buenas sin- tesis sobre la materia. De ellas, selecciono las siguientes: G. Bornkamm, Paulus, en Die Religion in Geschichte und Ge- genwart V ('1961), 166ss. R. Bultmann, Zur Geschichte der Paulus-Forschung, en Das Pau- lusbild in der neueren Forschung (Wege der Forschung XXIV), 1964, 304ss. — Teologia del nuevo testamento, Salamanca 71987. H. Hiibner, Paulusforschung seit 1941. Ein kritischer Literaturbe- ticht, en Aufstieg und Niedergang der rémischen Welt I/, 25.4, 1987, 2649ss. G. Liidemann, Paulus, der Heidenapostel J. Studien zur Chronolo- gie, 1980. O. Merk, Paulus-Forschung 1936-1983: Theologische Rundschau 43 (1988) Iss. Pero lo deseable es que el libro tenga lectores que, ademds de utilizar otros estudios sobre Pablo, lean por su cuenta las cartas paulinas. Por eso incluyo constantemente en el texto las referen- cias a las cartas del Apéstol junto a otras indicaciones de fuen- tes. Las siglas empleadas son las corrientes. Al final de la obra puede verse su elenco. Quiero, por ultimo, agradecer expresamente a aquellos que me han ayudado en la elaboracién de la obra: a mi adjunto U. Mell, con el que he debatido muchos problemas concretos; a la sefora H. Meyer, que una vez mds me ayudé en la preparacién del ma- nuscrito; a mi esposa, a la sefiora Meyer y a la sehora L. Miiller- Busse por su colaboracién en la ardua labor de correccién de prue- bas. La iltima de ellas ha confeccionado, ademés, los indices. Mi gratitud, en fin, a la editorial por su colaboracién. JURGEN BECKER INTRODUCCION El estudio de san Pablo ha generado hoy una abundante bi- bliografia, y esto es una buena sefial. Pablo, en efecto, pertenece a la época originaria y fundacional del cristianismo primitivo. Apa- rece como figura simbélica del pagano-cristianismo en la prime- ra generaci6n cristiana. Es a la vez, sin duda, el tedlogo mas im- portante de todo el cristianismo primitivo. Por eso no es de extraiiar que haya dejado unas huellas profundas en la historia del cristia- nismo que duran hasta hoy. No es facil excederse en la valora- cién de su influencia histdrica. iEn qué radica la grandeza histérica del Apéstol? Para con- testar esta pregunta conviene sefialar cuatro puntos: En_ primer Ju- gar, el cambio producido en su vida personal, que le leva a «re- ducir a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo» (2 Cor 10, 5; cf. Flp 3, 8). En segundo lugar, Pablo sabe elabo- rar teolégicamente la experiencia misionera y eclesial en el 4m- bito del evangelio y del Espiritu, por un lado, y de la fe, del amor y de la esperanza, por otro, tan radicalmente que sus pala- bras sirvieron de ejemplo y orientacién a las comunidades. En tet cer_lugar, en medio del fuerte antagonismo entre el judeo-cristia- nismo y el pagano-cristianismo que marcé a la primera generacién cristiana, Pablo defendi6 la causa del pagano-cristianismo con enor- me fuerza creadora, dentro de! horizonte universal que le era fa- miliar y de modo tan consecuente que se convirtié en el «apés- tol de los paganos» por excelencia (Rom 11, 13) y que es, por cierto, el ultimo titulo que él se aplica (cf. también Rom 15, 16), a tenor de las fuentes conocidas. El cuarto_punto est4 relaciona- do con el anterior: Pablo ejercié su actividad en una encrucijada I4 Introduccion de la historia del cristianismo. Se debatia la cuestién de si éste debia seguir siendo una parte del judaismo o si, apoydndose en él y en tensién con él, debia defender su independencia. Pablo, aun siendo judio de nacimiento, adopté la segunda alternativa en su teologia y en su misién con una légica tan consecuente que aseguré el futuro para su causa. O en otros términos, este futuro se fue perfilando sobre su modelo, sin que él supiera con certe- za adénde iba a conducir el camino que emprendia. Esta relevancia hist6rica del Apéstol ha hecho que algunos lo consideren como el verdadero fundador del cristianismo. Pero tal apreciacién no se corresponde con la conciencia que tuvo Pablo de si mismo ni con la historia de Jestis en relacién con la igle- sia pagano-cristiana. Pablo se presenté siempre como servidor de Jesucristo y apdstol de su Sefior; asi se constata por la simple lectura del comienzo de sus cartas. Ademas, todos estuvieron de acuerdo con la asamblea de Jerusalén (Gal 2, Iss; Hech 15) en que la modalidad antioqueno-paulina era una versi6n hist6rica le- gitima de la fe en Jestis de Nazaret. La Iglesia fue fundada en pascua. Precedié a Pablo y éste fue, en un principio, su perse- guidor. Otros, por muy diversos motivos, pretenden vincular a Pablo mds estrechamente con el judaismo, como suele hacer tradicio- nalmente la exégesis protestante. Entre ellos estan los tedlogos que, contemplando a Pablo desde la 6ptica del «holocausto», en- cuentran en Rom 9-11 una perspectiva que adjudica a Israel un camino propio para acceder a Dios. Esto influye después, obvia- mente, en la interpretacién de la idea paulina de la salvacién. Pe- ro no se comprende bien que quien asigna una via de salvaci6n para el Israel increyente se atreva a incluir a todos los judios, al comienzo de la misma carta, como pecadores dentro del estado de perdicién de los paganos, y que s6lo puede recomendar a to- dos los pecadores sin excepcién una salida: la justicia de la fe alcanzada por medio de Jesucristo. Otros pretenden ver el conte- nido de la tradicién y el contenido de las categorfas hermenéuti- cas de Pablo en una (casi) perfecta continuidad con el judaismo. Subrayan, sobre todo, la idea de la ley en el Apdstol y su doc- trina de la salvacién, orientada en la nocién judfa de sacrificio expiatorio. Pero cabe preguntar si Pablo pudo haber desfigurado Introduccion 1s el judafsmo, que tan bien conocia, hasta el punto de atribuirle una «justicia por las obras» orientada en la ley. Al margen de lo que se piense sobre la concepcién judia y la concepcién paulina de la ley, una cosa es cierta: Pablo no se guia por lo que pueda mo- lestar 0 complacer al judafsmo, sino que lo contempla todo des- de Cristo e intenta exponer adecuadamente lo que conoce de Cris- to. Asimismo, la pregunta primaria en lo relativo a la ensefianza paulina sobre la redencién es cémo describe el Apdstol la salva- cién de Cristo ofrecida en el evangelio y su acci6n transforma- dora sobre los hombres; qué relevancia tiene en ella, por ejem- plo, la idea de expiacién. Es muy natural que cada época trate de actualizar y sistema- tizar a Pablo en un sentido u otro. Es una buena sefial y un mo- do de comunicacién con el Apéstol que conviene fomentar. Pero el Pablo asimilado y el Pablo histérico no deben contradecirse en- tre sf. El segundo ha de enmendar constantemente al primero. Co- mo resulta tan diffcil respetar la realidad histérica y lo facil es instrumentalizar y seleccionar todo lo histérico, la presente in- vestigaci6n tendra que insistir en el Pablo histérico, con una his- toria tan remota. Ninguna época escapa a la parcialidad y al ego- centrismo, pero no puede hacer de esa autocontemplacién su norma y objetivo. Debe buscar una y otra vez el ajuste y la rectifica- cién con lo histéricamente lejano y extrafio. No hay un camino real para ese acceso a la historia. Pero hay ciertos recursos para percibir lo diferente y desechar los juicios apresurados. Uno de ellos es, hoy, el de las ciencias sociales, que ayudan a describir concretamente las circunstancias histéricas. Hoy no es admisible el mero recurso a la historia de las ideas. Lo tni- co que cabe discutir es el modo de aplicar las ciencias sociales y de establecer su nexo con Ja dimensién ideolégica de la histo- ria, un tema que aqui no serd abordado. Interesa, en cambio, otro recurso especfficamente histérico al que conyiene prestar atencién. Me refiero al inico modo objeti- vo de ordenar la historia: el cronolégico. EI respeto al desarrollo real de los acontecimientos impone, a mi juicio, un modo expositivo que se atenga al orden histérico. Esto significa, en concreto, la necesidad de abordar el tema de Pablo con un método histérico-evolutivo en la medida en que lo 16 Introduccién permitan las fuentes. Y esto significa a su vez la necesidad de interpretar cada carta paulina en su situacién histérica. La Carta a los romanos no es un sistema prefijado de coordenadas en el que se insertan las otras ideas del Apéstol. La comunidad cris- tiana de Tesalénica no conocié la Carta a los romanos, pero re- cibié una carta de Pablo (1 Tes) que, previo un didlogo positivo entre el autor y el destinatario, ella pudo entender perfectamente. Al escribir 1 Tes, Pablo tampoco tenja atin elaborada en su men- te la carta a los romanos. El que tenga presente de modo consecuente el lugar cronolé- gico y la situacién dialégica de una carta, obtendr4 datos para constatar que Pablo no defendié la misma teologfa, sin modifica- ciones, desde su vocacién hasta su Ilegada a Roma. Dentro de una fidelidad a las lineas fundamentales, experimenté una evolu- cién al hilo de sus propias experiencias, del trato con las comu- nidades y de la historia general del cristianismo primitivo. En- tender a Pablo significa, pues, conocer el proceso de su teologia y su evolucién, reconocer que el Apéstol repens6é y profundizé las opciones basicas, matiz6 teolégicamente, amplié o inscribié en nuevos horizontes las opciones y las soluciones a los problemas. El Apéstol no re sin més, con su vocacién, el contenido de Rom explicito y desarrollado, aunque las ideas bdsicas de su teo- logia hundan sus raices, sin duda, en la experiencia de su voca- cién. El que repara en lo mucho que Pablo evolucioné, rescata su persona en su auténtica realidad histérica y deja de lado la idea de un sistema doctrinal prefijado y definitivo, El cristiano Pablo, después de su vocaci6n, trabajé6 como apéstol alrededor de 30 afios. Es un perfodo largo y denso de contenido en la dind- mica de la historia del cristianismo primitivo. Por eso hay que suponer que el propio Pablo progresé en el conocimiento de si mismo y del mensaje cristiano, dentro de ciertos limites. El que pone el énfasis en la exposicién histérica, abriga cier- tas expectativas en torno al conocimiento de los adversarios del Apéostol. ;No ayuda el examen atento de las posiciones adversa- tias a entablar el didlogo histérico? Por esta raz6n, la época que siguié a la Segunda Guerra Mundial fue la época de los grandes y minuciosos estudios sobre los adversarios del Apéstol, y las car- tas a los corintios fueron el centro de interés preferencial, aun- Introduccién 17 que no exclusivo. Exagerando un poco, se tenfa a veces la im- presién de que podfamos reconstruir con mas detalle y conocer mejor la teorfa corintia de lo que pudo hacer Pablo. En realidad, solo disponfamos y disponemos de las escasas indicaciones del propio Pablo y de sus polémicas, muy selectivas y parciales, con los adversarios. Con razén se multiplican ultimamente las voces que ponen limites a la razén reconstructora. El que respeta, in- cluso en la reconstruccién histérica, el principio sensato de escu- char a la otra parte, y ve que las fuentes sobre Pablo apenas per- miten atenerse a ese principio, se mostrar4 cauto en la exposicién del pensamiento de los adversarios. jQué diferente serfa nuestra imagen del catolicismo en la época de la Reforma si s6lo cono- ciéramos la polémica de Lutero, 0 nuestra imagen de Lutero si s6lo conociéramos la controversia catélica con él! El que ve a Pablo de ese modo, histéricamente, topa con otro problema que hoy se debate de nuevo: el mensaje sobre la justi- ficacién jes la gran intuicién del Apéstol que define su pensa- miento teolégico desde el principio, o pertenece a la fase tardia del pensamiento paulino? La respuesta no puede consistir en un simple sf o no. Hay, por un lado, una secuencia que cabe des- cribir con expresiones como teologia de la eleccién (1 Tes), teo- logia de la cruz (1/2 Cor) y teologia de la justificacién (Gal, Flp 3; Rom). Por otro lado, el discurso sobre Ja justificacién tiene an- tiguas y diversas rafces en Pablo, y él mismo no siempre habla de la justificacién en los mismo términos, sino que hace diversas matizaciones, Concluyo esta introduccién con una sentencia reiterada por R. Bultmann: la idea que nos hagamos de Pablo determina la idea que tengamos del cristianismo primitivo. Me permito aiiadir: da- do que esta época originaria posee una relevancia fundamental pa- ra el cristianismo, la idea que nos hagamos de Pablo determina también, en cierto modo, la idea que tengamos del propio cris- tianismo, en su conjunto. 1 TESTIMONIOS SOBRE PABLO EN EL CRISTIANISMO PRIMITIVO 1. La correspondencia paulina Pablo es el tinico personaje del cristianismo primitivo del que podemos tener un conocimiento bastante preciso, en lo biografico y lo teolégico, por sus propios testimonios directos. Tales testi- monios se contienen en las cartas que escribid a sus comunidades. Las cartas forman parte del canon neotestamentario desde la épo- ca de la Iglesia antigua y han Ilegado a nosotros como testimo- nios personales del Apéstol. El nunca hubiera esperado que fue- ran a ejercer tan profunda influencia en toda la cristiandad a lo largo de los siglos. Este legado, pues, es un hecho no intenciona- do. Pablo escribié sus cartas a partir de unos problemas concre- tos, con destino a unas comunidades determinadas y, por lo gene- ral, en sustitucién de su presencia fisica en ellas. Pertenecen, pues, primariamente al Ambito de la historia cotidiana y de lo especffi- camente comunitario. Son escritos ocasionales. Pablo no tomé nun- ca la pluma ni dict6 a un amanuense para establecer lo que a su juicio debia servir de orientacién teolégica para todos los tiempos y para todas las comunidades. Sin embargo, ya como autor de esa correspondencia ocasional, Pablo se significa muy claramente en el cristianismo de su tiem- po. Jestis fue un profeta del discurso oral. No se conserva de él ni una firma ni una carta breve, como en el caso de Bar Kojba, por ejemplo, el caudillo de la segunda rebelién antirromana del judaismo. Los otros personajes conocidos de la primera generacién cristiana —el grupo de los Doce; Santiago, el hermano del Sefior, Esteban y su circulo; Bernabé o los numerosos colaboradores de 20 Pablo, el apéstol de los paganos Pablo— no dejaron escritos de ningtin género. Los comienzos del cristianismo carecen de «literatura». Excepciones como la carta de la comunidad corintia a Pablo, conocida por 1 Cor 7, 1, confir- man esta impresién global. Otro tanto hay que decir de las cartas de recomendacién que podfan presentar los «superapéstoles» segtin 2 Cor 3, 1. La conclusién general es que en ese perfodo primiti- vo del cristianismo no se sintié ninguna necesidad de dar una for- ma literaria al mensaje cristiano. El evangelio es una «proclama- cién» oral del mensaje de salvacién, como sefiala Lutero. Las palabras de Jestis, sus acciones y su historia personal, se narran por escrito en las postrimerias de la primera generacién cri tiana. Sdlo después de Ja muerte de los apéstoles (sobre todo, de Pedro, Santiago y Pablo) se afiade la forma escrita a la tradicién oral, practicamente exclusiva hasta entonces. La fuente de los /o- gia reconstruibles en Mt y en Le, la fuente de los semeia en Jn y el evangelio de Marcos son los documentos mas antiguos que nos quedan de la tradicién sobre Jestis. Pero a la producci6n i cial de evangelios se suma la redaccién de cartas, escritos doctri- nales y apocalipsis, como dan fe la literatura no paulina de la dl- tima parte del canon neotestamentario y los Padres apostdlicos. A diferencia de la primera generacién cristiana (con la excepcién de Pablo), encontramos en la segunda y la tercera una abundante li- teratura cristiana. Estas caracteristicas de una fase primero aliteraria y después li- terariamente productiva corresponden a una comunidad y a su his- toria -y no a los individuos concretos~. El mismo fenémeno se puede encontrar en otras formaciones comunitarias. Cabe recordar, de la época del cristianismo primitivo, el origen de la gnosis. Hay que evitar un posible malentendido, pues los datos no permiten sacar conclusiones concretas sobre los individuos diciendo, por ejemplo, que Bernabé o Pedro no sabian escribir. S6lo cabe con- cluir que, aparte de Pablo, en la primera generacién cristiana na- die se sintié movido a elegir la escritura como forma de procla- maci6n evangélica. Pablo constituye una sorprendente excepcion. Esa excepcién ha hecho que poseamos, con las cartas del Ap6: tol, los documentos escritos mds antiguos del cristianismo. Quiza Pablo fue consciente de este valor excepcional de sus cartas; pe- ro esto no se desprende directamente de ellas. Serfa un error, co- Testimonios sobre Pablo en el cristianismo primitivo 21 mo he indicado, suponer que Pablo tuviera la menor idea de la importancia que habfa de adquirir su correspondencia en la géne- sis del canon neotestamentario, en los avatares decisivos de la his- toria de la Iglesia y en la reflexién teolégica dentro del cristia- nismo. Seria un error no sdlo porque él crefa, con el cristianismo de la época, en el fin inminente del mundo, sino también porque nunca buscé alcanzar fama perpetua con sus obras literarias, co- mo Cicerén 0 Séneca. Pablo no comparte la mentalidad de un ro- mano culto ni de un artista de la antigiiedad. Las cartas fueron para él un instrumento més, junto al envio de colaboradores, en el cuidado pastoral de sus comunidades, como se desprende espe- cialmente de la correspondencia corintia, 0 recursos para abrir nue- vas zonas de misién, cuyo mejor ejemplo es la Carta a los roma- nos. Siempre consideré a sus comunidades como la verdadera obra de su vida, para presentarla a Dios en el ya inminente juicio final (1 Tes 2, 1.9-12.19s; 1 Cor 3, 5-17; 9, 15-23, 15, 10; Gal 1, 16; 3, 1-5; Rom 1, 13s; 15, 14-29, etc.). Ellas le salvarian o perde- rian, no las cartas. Dios le habia encargado evangelizar a los pa- ganos, no escribir cartas. El hecho de que sus comunidades reca- yeran después de su muerte en la oscuridad de la historia y sus cartas, inesperadamente, adquiriesen el rango de cartas canénicas y ejercieran durante milenios una influencia histérica dificil de igua- lar, le habria llenado de admiracién, quizé de perplejidad No es un azar, sin embargo, que las cartas de Pablo hayan ejer- cido y sigan ejerciendo esa influencia. Nadie pensd que valfa la pena conservar las cartas de recomendacién de los «superapésto- les» a las que hace referencia la segunda carta a los fieles de Co- rinto, Pese a los objetivos especificos y limitados que persiguen las cartas de Pablo, es evidente que el Apéstol logré afrontar la situacién historicamente limitada en la que se encontré de forma que otras comunidades, desde entonces hasta hoy, se vieran refle- jadas en ellas y pudieran leer y percibir su contenido como orien- tacién y guia. Esas comunidades, en suma, vieron en sus cartas una concepcién del cristianismo que posefa un valor universal y podia imponerse con una fuerza de conviccién permanente. Es in- dudable que esta capacidad iluminadora de las cartas fue un fac- tor decisivo en la recopilacién y conservacién de su correspon- dencia. 22 Pablo, el apéstol de los paganos Nuestra ignorancia es casi total en lo que se refiere al proce- so de recopilacién de las cartas de Pablo. El canon del nuevo tes- tamento contiene catorce cartas que se atribuyen al Apéstol: 7 car- tas mayores: Rom, 1 y 2 Cor, Gal, Ef, Flp y Col; 7 cartas menores: ly 2 Tes, 1 y 2 Tim, Tit, Flm y Heb. Ni el ntimero ni el orden son originarios. Esta recopilacién es el producto final de numerosas colecciones menores y de la pro- duccién paulina y pospaulina. Podemos concebir la fase inicial de la recopilacidn de las car- tas de Pablo en los siguientes términos: Los centros de cristaliza- cién de un epistolario son las distintas comunidades a las que Pa- blo habja escrito una o varias cartas o en las que habia trabajado durante un tiempo considerable. Ellas recogieron las cartas y ajia- dieron aquella correspondencia apostélica que pudieron recibir de comunidades vecinas 0 a la que tuvieron acceso por contactos per- sonales o profesionales. Los colaboradores de Pablo pudieron in- teresarse también por la difusién de las cartas. Lo cierto es que surgieron asi en diversos lugares, como Roma, Corinto, Efeso, etc., pequefias colecciones con diferente ntimero de cartas, que podian diferir también en la extensién y en el ordenamiento. No eran co- lecciones cerradas; se aspiraba a ampliarlas si se presentaba la oca- sién. Hubo también, sin duda, comunidades que posefan una sola carta de Pablo. Con el tiempo se produjo el intercambio y la fu- sién de distintas colecciones. Estas se fueron ampliando y reuni- ficando, de forma que la variedad inicial se redujo a unos pocos tipos. El cuerpo paulino actual del canon es la etapa final de es- ta actividad recopiladora. Hay buenas razones para suponer que las comunidades no se limitaron a coleccionar las copias de las cartas de que pudieron disponer, una detras de otra, sino que intervinieron ademas en el texto de las cartas. Siempre se ha dicho que la doxologia del fi- nal de la Carta a los romanos (Rom 16, 25-27) no forma parte de la carta original. Esa doxologfa emplea un lenguaje basado en Pa- blo, pero modificado significativamente, y contiene una teologia que se aproxima a la de las cartas deuteropaulinas Ef y Col. ,No se pueden considerar como conclusién redaccional de una recopi- lacién epistolar? La parte ecuménica del encabezamiento en 1 Cor 1, 2b ha despertado también la sospecha de los exegetas cuando Testimonios sobre Pablo en el cristianismo primitivo 23 menciona de modo algo forzado, después de la comunidad corin- tia, a todos los cristianos como destinatarios. Dado que Pablo se dirige concretamente a una o varias comunidades, y no a toda la cristiandad, es Iégico ver en 1 Cor 1, 2b el afiadido de una re- daccién que colocé 1 Cor al comienzo de un epistolario paulino mas amplio. La redaccién quiso dar a entender que aquella reco- pilacién interesaba a toda la cristiandad. Hay al menos dos pasa- jes més, de contenido relevante, sospechosos de ser adiciones no paulinas: 1 Cor 14, 33-36 y 2 Cor 6, 14-7, 1. Ambos fragmentos rompen el nexo contextual y tampoco sintonizan teolégicamente con Pablo. Son pruebas de la apropiacién pospaulina de las car- tas del Apéstol por el cristianismo primitivo. Mas decisiva que estas cuestiones redaccionales es la pregunta de si todas Jas cartas atribuidas tradicionalmente al Apéstol proce- den realmente de él. La antigiiedad ofrece abundantes ejemplos de escritos que se atribuyen a un gran personaje para ponerlos bajo su autoridad. Por eso hay que contar también, en principio, con la existencia de la pseudoepigrafia en las cartas paulinas. Hoy se con- sideran como cartas auténticas del Apdstol tinicamente Rom, | y 2 Cor, Gal, Flp, 1 Tes y Flm. En el caso de Col y de 2 Tes hay opiniones divergentes. Nuestra exposicién se asienta en el terreno seguro y utiliza s6lo esporddicamente y a modo de complemento las cartas controvertidas. En cualquier caso, Ef, Col, 2 Tes, | y 2 Tim, Tit y Heb se distancian tanto del resto de las cartas paulinas que su pseudonimia resulta muy probable e incluso cierta- La: hi- pOtesis de su autenticidad (incluso parcial) crea mayores problemas que su exclusidn de los escritos atribuibles directamente a Pablo. Desde hace algunos decenios se discute, ademas, fuertemente si al menos algunas cartas no deben considerarse en su forma ac- tual como el producto redaccional de una refundicién de diversas cartas de Pablo. Consta que Pablo escribié mas cartas de las que conocemos hoy (cf. 1 Cor 5, 9). Cabe pensar ademéas, hipotética- mente, que una coleccién no podia acoger un ntimero ilimitado de cartas de una sola comunidad, a menos que ésta dominara sobre las demés. Por otra parte las cartas breves de escaso contenido teo- l6gico no se prestan para ser lefdas en el culto litirgico tanto co- mo las cartas extensas y de gran contenido. Ahora bien, este tipo de lectura se planeé desde el principio, como demuestra ya la car- 24 Pablo, el apéstol de los paganos ta mds antigua (1 Tes 5, 27). {Dio esto ocasién para refundir va- rias cartas en una? La mera posibilidad no prueba nada. De ahi la necesidad de analizar las cartas mismas més a fondo. También en este terreno hay problemas: jcudntas transiciones bruscas se pueden atribuir a Pablo? zhasta qué punto se atuvo és- te a un formulario fijo en las cartas? una carta extensa tolera me- jor las pequefias incoherencias que una breve? Al dictar al ama- nuense, tenia Pablo desde el principio bien perfilada en su mente la estructura de una carta extensa? jdictaba sin interrupciones? En cualquier caso, es valido el principio de que cuanto mas estratifi- cada y compleja se considere la intercalaci6n de cartas y fragmentos antiguos en una carta nueva, tanto menos probable resulta esa te- sis, porque se apoya en unas hipotesis diffcilmente controlables, Y a la inversa, parece verosimil que 2 Cor, por ejemplo, esté com- puesta de los siguientes fragmentos independientes: a) 1, 1-2, 13; 7, 5-16; 8s; b) 2, 14-7, 4; c) 10-13 (cf. 8.3). En ese caso, la ree- laboracién de varias cartas en una sola consistirfa sustancialmente en la insercién y ordenacién de fragmentos antes desconectados en- tre sf. En todo caso, habr4 que prevenir contra una reconstruccién inflacionaria de muchas cartas. El fraccionamiento mejor fundado sigue siendo el de 2 Cor y Flp. En todos los demas casos se pue- de prescindir de la disecci6n critico-literaria. Pero tampoco hay mo- tivo suficiente, y mucho menos necesidad, de descartar por prin pio y como pregunta metédica la critica literaria en el tratamiento de las cartas. La raz6n de ello esta en las cartas mismas: un cor- te como el existente entre Flp 3, 1 y 3, 2, o un bloque aislado con estructura y tema cerrados como en el caso de 2 Cor 10-13, re- quieren una explicacién. El anilisis critico-literario de las cartas de Pablo es, pues, un instrumento auxiliar (nada mds, pero nada me- nos) que no cabe descartar a priori por razones generales. Se puede afirmar que los escritos del Apéstol pasados por la critica nos ofrecen buenas posibilidades para describir su obra y su teologia. Hay muchisimos personajes conocidos de la antigiie- dad, como Sécrates o Anfbal, Solén o Esquilo, cuya imagen nos resulta mds borrosa, Tampoco hay ningtin personaje en el cristia- nismo primitivo del que sepamos, ni de lejos, tanto como sabe- mos sobre el Apéstol de los paganos. Testimonios sobre Pablo en el cristianismo primitivo 25 2. Las otras fuentes Aunque las cartas paulinas sean de valor inestimable y priori- tario para el conocimiento del Apéstol, el intérprete acoge con agrado la posibilidad de disponer de otras fuentes. Hay que sefia- lar, sobre todo, los Hechos de los apéstoles, que dedica al menos la mitad de su texto a informar sobre Pablo. La primera carta de Clemente e Ignacio de Antioquia hacen mencién del martirio de Pedro y de Pablo (cf. 15.3). Sin embargo, estas dos tltimas refe- rencias son relativamente precarias. Otro tanto hay que decir de las cartas deuteropaulinas (Ef, Col, 2 Tes, 1 y 2 Tim y Tit), que muestran cO6mo se expandié el paulinismo después de la muerte del Apéstol, pero su aporte es muy limitado para proyectar luz histérica sobre Pablo (cf., por ejemplo, 2 Tim 3, 1] en 5.2). Es- te juicio es aplicable en mucha mayor medida a apécrifos neotes- tamentarios como los Hechos de Pablo y el intercambio epistolar entre Séneca y Pablo, Los Hechos de Pablo aparecen menciona- dos ya en Tertuliano, Hipélito y Origenes, lo cual significa que alrededor del 150 d. C. se habfan difundido en toda la Iglesia. El intercambio epistolar entre el filésofo Séneca y el Apéstol dejé sus primeras huellas alrededor de 150 afios después. Jerénimo lo men- ciona por primera vez el 392 d. C. Ambos escritos, ligados por el nombre de Pablo, se apartan tanto de la teologia paulina y evi- dencian tan claramente un desconocimiento histérico de la época, que carecen de todo valor para una exposicién de su pensamien- to. Algo parecido hay que decir de otros escritos apécrifos, como la carta a los fieles de Laodicea y los Hechos legendarios de Pa- blo. Las pseudoclementinas, escritos judeocristianos hostiles a Pa- blo, se pueden descartar totalmente. En cuanto a las referencias extracristianas, faltan en el perfodo primitivo del cristianismo, co- mo es légico. Las manifestaciones rabinicas posteriores apenas tie- nen valor histérico. En consecuencia Hech ocupa sin discusién el segundo lugar junto a las cartas de Pablo para describir la vida del Apéstol. De ahi la gran importancia que reviste Hech y la influencia que ha ejercido: su relato de la vocacién y de los viajes de Pablo han calado hondo en Ja conciencia del cristianismo hasta hoy. Por eso Hech ha ofrecido y sigue ofreciendo el marco para la biografia de 26 Pablo, el apéstol de los paganos Pablo, al inscribir los datos esporddicos del Apéstol de modo ar- monioso en su trayectoria vital. Los bidgrafos se han sentido auto- tizados a proceder asf, apoyados en el canon de Muratori, que por primera vez design6é como autor del tercer evangelio y de Hech a Lucas, el médico y colaborador de Pablo en Asia menor y en Gre- cia (cf. Flm 24; Col 4, 14; 2 Tim 4, 11). {No encuentran también asi la mejor explicacién la atencién primordial prestada a Pablo y los fragmentos en primera persona de plural? Pero entre la redac- cién de Hech y el canon de Muratori median alrededor de 100 aiios: la tradicién eclesial alrededor del 200 d. C. no pudo trans- mitir correctamente los hechos histéricos del siglo I, cuando ade- mas el tercer evangelio y los Hechos no mencionan a su autor y la distancia temporal hace presumir una atribucién tardia. Sélo las indicaciones internas de Hech pueden decidir en esta cuestién. Hech se presenta como continuacién del tercer evangelio (Hech 1, 1). Como la redaccién de este evangelio no parece ser anterior al 80 d. C. Le 21, 20.24 presupone ya lejana la destruccién de Je- tusalén), la composicién de Hech no se puede fijar en una fecha anterior. Ve la luz, por tanto, al menos una generacién después de Pablo. También este escrito presupone una situaci6n eclesial que contempla ya a distancia a la primera generaci6n cristiana y des- cribe, por ejemplo, una estructura presbiterial de la comunidad que sélo aparece documentada en el perfodo pospaulino (Hech 20, 17ss). Pero, sobre todo, hay contradicciones de mayor o menor relieve en- tre Hech y Pablo que son una sefial clara de que Lucas, el acom- pafiante de Pablo en sus viajes, no pudo haber sido su autor. Gal 1s, que es el documento capital para la biografia paulina, da una versién incompleta de la vida de Pablo, y lo hace en for- ma sesgada de cara a la situacién de Galacia (cf. 2). Pero cabe hacer cuatro observaciones que permiten inclinar la balanza en con- tra de Hech: 1. la disputa antioquena (5.3) no se refleja en Hech; 2. este escrito habla, en cambio, de un compromiso en la asam- blea de los apéstoles que Pablo no conoce ni hubiera aprobado (5.2); 3. Hech menciona, ademds, una segunda estancia de Pablo en Jerusalén antes de la asamblea (Hech 11, 29s) que segtin Gal I, 18-24 no pudo haberse producido; 4. el relato de la vocacién en Hech 9 difiere asimismo notablemente, en contenido y forma del que hace Pablo (cf. 4.1). Testimonios sobre Pablo en el cristianismo primitivo 27 Otras observaciones dan la misma imagen: Hech ignora prac- ticamente las tensas y nada pacificas relaciones entre Pablo y la comunidad de Corinto (Hech 18). Y a la inversa, el discurso de Pablo en el Areépago de Atenas (Hech 17), al igual que su es- tancia en esta ciudad, no se trasluce en los escritos de Pablo. El discurso lucano se contradice, ademés, en muchos puntos con la teologia paulina. También resulta especialmente chocante que Hech no aplique al misionero entre paganos el titulo de apéstol, funda- mental en la conciencia paulina, y haga de él un judeocristiano observante de la ley (Hech 16, 1-3; 18, 18; 21, 26s; 26, 2ss), cuan- do Pablo, aun siendo de origen judio, profesa y defiende el paga- no-cristianismo. A Pablo le habria dolido mucho ver como se le atribuia la circuncisi6n de Timoteo (Hech 16, 3; cf. Gal 2, 3; 5, 11; 6, 12.16; Flp 3, 4.7). Estas referencias son suficientes para ratificar que el autor de Hech que dista de Pablo al menos una generaci6n, no conocié per- sonalmente al Apéstot. Aparte de las grandes diferencias entre ta teologia paulina y la lucana, que hemos dejado aquf casi total- mente de lado, el autor de Hech presenta tan graves ¢ incompati- bles diferencias respecto a los testimonios paulinos —acabamos de aducir algunos ejemplos— que no puede ser un discipulo de Pa- blo o un acompafante del Apéstol de los paganos en sus viajes. Tampoco hizo uso de ninguna carta de Pablo. Ni siquiera conocié esta correspondencia. Sus conocimientos se basan en la tradicién eclesial general («leyenda de Pablo»), que se formé ya en vida del Apéstol y cuyos testimonios més antiguos se encuentran en Gal 1, 23s. De ella extrajo el autor de Hech, ademas de los pasajes bio- graficos (por ejemplo, Hech 13, 9; 16, 37-39; 18, 3; 22, 3; 23, 6), la tradicion sobre el perseguidor (por ejemplo, 9, 1s; 22, 4s), su- cesos locales en estilo legendario (por ejemplo, 18, Iss) y des- cripciones de las rutas de viaje (por ejemplo, en Hech 16-18); so- bre todo, las leyendas sobre su actividad taumattrgica (por ejemplo, 13, 8ss; 14, 8s) y anécdotas sueltas (por ejemplo, 19, 13ss). Ela- bora y refunde notablemente estas tradiciones, y no es un histo- riador en el sentido actual. Su aportacién a un conocimiento real de Pablo, y de su obra no se puede acoger llanamente y sin pre- vio examen; es preciso, primero, distinguir entre la contribucién lucana y la tradicién eclesial sobre Pablo y, después, investigar es- ta tradicién eclesial en su fidelidad hist6rica. 28 Pablo, el apéstol de los paganos La contribucién del autor de Hech a la formacién de la ima- gen paulina no se limita, evidentemente, a la recogida de distin- tas tradiciones, la elaboracién literaria de las mismas y su conca- tenacién. Hech pone de manifiesto, junto con el tercer evangelio, un esquema teolégico propio que hunde sus rafces en la situacién eclesial de finales del siglo I, y esta al servicio de esa Iglesia. La imagen que presenta Hech de Pablo se inserta en este esquema. Por eso, no se limita a presentar a Pablo como un personaje de los primeros tiempos de la Iglesia biogréficamente importante ni como tedlogo destacado de la primera generacién cristiana, sino que lo describe como una figura decisiva en el desarrollo del cris- tianismo desde la primera comunidad de Jerusalén a la Iglesia de Ambito mundial. Por eso toca muy de pasada el martirio de Pablo (20, 25.38; 21, 13), y corona, en cambio, el relato con la estan- cia del Apéstol en la capital del Imperio romano. Por eso, en fin, ningtin discurso paulino de Hech contiene la teologfa del gran mi- sionero; el escrito se limita a poner en boca de Pablo unos dis- cursos que muestran el sentido de los acontecimientos eclesiales desde la perspectiva de Hech. No esta claro si la tradicién eclesial sobre la persona del Apés- tol se formé por via oral o si hubo fragmentos escritos y un hi- lo narrativo estructurado. Quizd nunca se aclare esta cuestién de- finitivamente, ya que el autor de Hech som sus materiales a una amplia elaboracién. También serfa una tarea imposible la re- construccién de la fuente de los logia partiendo de Le sin poder recurrir a Mt. Del mismo modo, la distincién de las fuentes en los Hech tropieza con notables obstéculos. Hay, no obstante, unas in- dicaciones suficientemente claras en el texto que sugieren la posi- ble existencia de una fuente antioquena (textos basicos 6, 1-8, 4; 11, 19-30; 12, 25-15, 35) y de un itinerario de los viajes de Pa- blo (textos basicos de Hech 13ss). En cualquier caso, el andlisis de los casos concretos resulta entonces mds necesario. Hay que decir, con todo, que ya no es posible la fijacién exacta de la am- plitud de las fuentes. No obstante, cuando aparecen ciertos pasa- jes que plausiblemente pertenecieron a esas fuentes, tenemos la im- presién de que Lucas conocié un estrato de mayor calado histérico que el propio escrito de los Hech. Es evidente que, ante esta situacién, el testimonio del Apéstol posce una clara primacfa frente a Hech. Pero esta afirmacién re- quiere un comentario. En primer lugar, ciertas analogias, como las Testimonios sobre Pablo en el cristianismo primitivo 29 indicaciones autobiogrdficas de Lutero, Bismarck o Barth, muestran que tales testimonios no siempre son irreprochables ni se pueden acoger sin critica. Hay que tomar en serio, por ejemplo, el hecho de que Pablo interpretara en afios tardfos su vocacién a la luz de su Vida posterior. Entre su vocacién y la exposicién de Flp 3 me- dia alrededor de un cuarto de siglo de vida turbulenta. En segun- do lugar, habria que poner en claro lo que conocemos sobre Pablo por los Hech y no por el propio Apéstol. Recordemos sdlo aque- llas indicaciones que pueden ofrecer un cierto grado de probabili- dad en cuanto a fidelidad histérica, aunque ésta sea discutible en puntos concretos: segtin Hech, Pablo nacié en Tarso (9, 11, etc.), leva el doble nombre de Saulo-Pablo (13, 9) y es ciudadano tar- sico y romano por derecho de familia (22, 25-29). Fue instruido por Gamaliel I en Jerusalén (22, 3) y aprendié el oficio de tejedor de lona o de curtidor (18, 3). Su visién de Cristo antes de llegar a Damasco (Hech 9) sélo tiene en Gal 1, 17 el respaldo de la re- ferencia toponimica. Gal 1s tampoco menciona el primer viaje mi- sional desde Antioquia (Hech 13s). Algunos lugares de misién pau- lina que se citan en Hech 13-21 no figuran en la correspondencia de Pablo. Este no habla nunca de su encuentro con Galién, el pro- cénsul de Acaya, en el tribunal de Corinto (Hech 18, 12ss), en- cuentro tan importante para situar a Pablo en cronologfa absoluta de su época. Como es obvio, faltan en las cartas indiscutiblemen- te auténticas de Pablo las referencias al arresto en Jerusalén, al pro- ceso, al traslado a Roma, a la estancia en la ciudad (Hech 21 -28) y a la muerte (cf. 20, 25.38; 21, 13). Asf pues, aun reconociendo la prioridad del testimonio de Pa- blo sobre su persona, no podemos prescindir de Hech. Es cierto que su estilo narrativo dramdtico y legendario le dificulta al his- toriador la busqueda de la verdad histérica; pero ;quién puede con- siderar el proceso ante Galién, por ejemplo, como una leyenda pia- dosa? Es posible que el esquema compositivo de Hech consista en acumular todas las tradiciones conocidas en la primera estancia de Pablo en una ciudad (como seria el caso de Hech 18); pero &: nifica eso que tales tradiciones son «atemporales» y carecen de valor por ejemplo para la cronologia (cf. 2)? En suma: sdlo es va- lido el penoso camino de la ponderacién diferenciada de los ar- gumentos en cada caso. Ni la exclusién global ni la aceptacién in- discriminada de Hech ayudan en la busqueda de la verdad histérica. 2 CUESTIONES CRONOLOGICAS SOBRE LA VIDA DEL APOSTOL El documento decisivo para fijar la cronologia de la vida pau- lina es sin duda Gal_1-2. Este texto, aun siendo fundamental y muy valioso para esta cuestién, presenta también algunos proble- mas espinosos: se refiere s6lo al perfodo desde la vocacién hasta el final de la fase antioquena aproximadamente; por eso no ofre- ce ningtn dato sobre la fase independiente de la misién paulina. Ademés, Pablo argumenta en él en un estilo muy polémico contra los gdlatas y por eso recoge Gnicamente lo que favorece su argu- mentacién. No ofrece a sus futuros biégrafos una exposicién neu- tral de los datos de su vida, sino que es parte interesada en una disputa que quiere ganar: pretende destacar su autonomfa e inde- pendencia de Jerusalén y trata de confirmarlo con el papel hist6- rico desempefiado por los jerosolimitanos en Ia vida del Apéstol. Desde esta perspectiva, Pablo acenttia lo favorable y omite lo que no se ajusta a su pretensién. Asi, en lo que respecta a su lar- ga estancia en Antioquia, no refiere cudndo y cémo Ilegé a la ciu- dad y cuando y cémo salié de ella, ni lo ocurrido en los largos afios transcurridos entre la asamblea de los apéstoles (Gal 2, 1ss) y el incidente de Antioquia (2, 11ss). Menciona, en cambio, su vi- sita de catorce dias a Pedro en Jerusalén (Gal 1, 18s) sélo para explicar su relacién con la comunidad jerosolimitana. De haber si- do otros los objetivos de la exposicién, esta visita no hubiera re- vestido para é1 tanta importancia, ya que no vuelve a hablar més de ella. Utiliza también la disputa con Pedro (2, 14ss) para pre- parar el paso a la argumentacién polémica con los galatas. Abor- da asi inmediatamente la situacién gélata en aquel momento. En 2 Cor IIs el propio Pablo nos permite constatar que omitié mu- 2 Pablo, el apédstol de los paganos chos datos en Gal 2s, aunque también es obvio que ese texto, por su orientacién temdatica, recoge (jexhaustivamente?) los padeci- mientos del Apéstol y sus revelaciones. En Gal no dice nada so- bre su misién independiente de Antioquia (aparte la misién gala- ta), aunque podia hablar de una asombrosa actividad desarrollada durante el perfodo de la redaccién de Gél. Pablo omite la refe- rencia a esta actividad esencial como apéstol de los paganos por- que era evidente que la realizaba con independencia de Jerusalén. Del periodo posterior a su partida de Antioquia sdlo dispone- mos de indicaciones sueltas del Apéstol en sus cartas; las mds sig- nificativas son las referentes a Ja colecta en favor de los pobres de Jerusalén. Hay que preguntar siempre, en textos de este géne- TO, Si se refieren a hechos del pasado o a planes de viajes. Cons- ta que Pablo modificé varias veces sus planes de viajes: la enfer- medad (Gal 4, 12ss), las persecuciones, los arrestos y los castigos (cf. sdlo 1 Cor 4, 9-13; 15, 32; 2 Cor 1, 5-10; 4, 7-12; 11, 23ss; Flip 1, 7; 1 Tes 2, 2) fueron factores importantes, al igual que los viajes improvisados, por ejemplo a Corinto (cf. infra, 7.1). Por eso no siempre es posible armonizar todos los textos. Ademés, éstos son tan episédicos que su coordinacién resulta a veces hipotética y deja abierta la interpretacién en puntos concretos. A propésito de estos textos hay que recordar, atin mds que en referencia a Gal 1, que Pablo no escribid, obviamente, pensando en sus futuros bid- grafos. Por tiltimo, las indicaciones biograficas de Rom ponen fin al testimonio del Apéstol sobre su persona. Por eso, para examinar mds de cerca el testimonio de Pablo es necesario recurrir, en primer lugar, a Gal 1s. El pasaje decisivo para el soporte cronolégico de la vida paulina comienza con 1, 13s («Habéis ofdo hablar...»). El pasaje hace referencia a la épo- ca judia de Pablo. Aparte la vaga indicacién temporal («en el pa- sado»), nada nos dice sobre cronologfa ni tampoco, directamente, sobre el entorno geogrdafico de la etapa farisea de su vida, esbo- zada s6lo a grandes rasgos. Un solo perfodo (1, 15-17), que co- mienza con la indicacién temporal definida por la accién de Dios («cuando»), habla de la vocacién, de una posible visita a Jerusa- lén no realizada, del viaje a Arabia, es decir, el reino de Aretas IV, en el sureste de Damasco, con las ciudades de Petra, Gerasa y Filadelfia (hoy Amén), y del regreso a Damasco, como confir- Cuestiones cronoldgicas sobre la vida del Apéstol 33 ma Hech. El objetivo del relato del Apéstol es claro: en su pri- mer periodo de cristiano, marcado por el centro geografico Da- masco/Arabia, Pablo no mantuvo ningtin contacto con Jerusalén. No entra en su propésito la exposicién del resto de sus activida- des en este tiempo. La hipdtesis de la actividad misionera es ob- via, pero el posible éxito no qued6 reflejado en las fuentes. Esto no significa que haya que suponer un fracaso misional. Sin la Car- ta a los galatas sdlo tendriamos noticia de las comunidades pauli- nas de esa regién por el pasaje de 1 Cor 16, 1. También sabria- mos que Pablo no pasé desapercibido para las autoridades, ya que Aretas, el rey de los nabateos, lo hizo perseguir (2 Cor 11, 32). La seccién siguiente (Gal 1, 18-20) inicia la primera de las tres oraciones precedidas del adverbio «después» (cf. 1, 21; 2, 1): al «después» acompafian una indicacién temporal («tres afios mas tar- de»), un verbo de movimiento y un objetivo geografico («subi a Jerusalén»). Se trata de la primera visita del Apéstol a Jerusalén, la visita privada de dos semanas aproximadamente a Pedro. Con ocasién de ella vio Pablo también a Santiago, el hermano del Se- fior. Todos los exegetas coinciden en afirmar que la indicacién tem- poral «después» se refiere a la vocacién del Apéstol y que de- pende por tanto de la proposicién del y. 15 que empieza con la conjuncién «cuando». El tiempo de la vocacién definido geogréfi- camente por Damasco y Arabia, queda asi fijado en torno a tres afios 0, més exactamente, a dos mas uno, porque en aquella épo- ca se inclufan los afios iniciales y finales en el cémputo. . En el y. 21 hay un dato sorprendente: «Después (el segundo ‘después’) fui a las regiones de Siria y Cilicia». Este dato tem- poral se refiere sin duda a la permanencia en Jerusalén. Pablo pu- so fin a esa permanencia volviendo, no ya a Damasco sino a Si- ria y Cilicia, su regién. Para el Apéstol era importante hacer saber a los gélatas que vivid de nuevo muy lejos de Jerusalén. También est4 claro que esta indicacién geogrdfica no hace referencia a los sucesos narrados en Gal 2, ya que Pablo trabajaba alli en otro lu- gar: Antioquia. (El norte de) Siria y Cilicia designa, pues, la re- gidn circundante de su ciudad natal, Tarso, y no la region siria si- tuada alrededor de Antioquia. Las indicaciones de Hech (cf. 11, 25s y 9, 30) se ajustan a esta versidn. El v. 21 se limita a desta- car la distancia de Jerusalén, y nada dice sobre la duracién de es-

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