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Más conocido por sus cuentos y ensayos, Jorge Luis Borges es uno de los grandes poetas
hispanoamericanos. Su obra que se inició en el ámbito del ultraísmo, fue paulatinamente
adquiriendo una dicción propia. En su período vanguardista, el escritor argentino
planteaba la idea de reducir el poema a la metáfora y eliminar “los trebejos
ornamentales” y “las frases medianeras”1; es decir, propugnaba la fragmentación como
estética opuesta a la búsqueda de la totalidad que se manifestaba en la poesía
modernista. En su artículo sobre la metáfora, el escritor argentino afirmaba que:
“Así, cuando un geómetra afirma que la luna es una cantidad extensa en las tres
dimensiones, su expresión no es menos metafórica que la de Nietzsche cuando prefiere
definirla como un gato que anda por los tejados. En ambos casos se tiende un nexo desde
la luna (síntesis de percepciones visuales) hacia otra cosa: en el primero, hacia una serie de
relaciones espaciales; en el segundo, hacia un conjunto de sensaciones evocadoras de
sigilo, untuosidad y jesuitismo...”2
Las metáforas, por lo tanto, no sólo abundan en el texto poético o filosófico, sino también
en el discurso científico. El hombre, por lo tanto, es un ser metafórico por antonomasia
porque sus conceptualizaciones no pueden comprenderse al margen de los recorridos
figurativos (sinécdoques, metonimias, metáforas y otros recursos retóricos) que son la
base del pensamiento humano. Sin embargo, la poesía de Borges fue cambiando hasta
llegar a Elogio de la sombra (1969); allí, en el prólogo, afirma que abordará,
fundamentalmente, cinco temas: los espejos, los laberintos, las espadas, la vejez y la ética.
Además, remarca que:
El tiempo me ha enseñado algunas astucias: eludir los sinónimos, que tienen la desventaja
de sugerir diferencias imaginarias; eludir hispanismos, argentinismos, arcaísmos y
neologismos; preferir las palabras habituales a las palabras asombrosas; intercalar en el
relato rasgos circunstanciales, exigidos ahora por el lector; simular pequeñas
incertidumbres, ya que si la realidad es precisa la memoria no lo es; narrar los hechos (esto
lo aprendí en Kipling y en las sagas de Islandia) como si no los entendiera del todo;
recordar que las normas anterioresno son obligaciones y que el tiempo se encargará de
abolirlas.3
1
Jorge Luis Borges. “Ultraísmo”. En: Hugo Verani (comp.) Las vanguardias literarias en Hispanoamérica.
(Manifiestos, proclamas y otros escritos). Roma, Bulzone Editore, 1986, p. 289.
2
Jorge Luis Borges. “Apreciaciones críticas. La metáfora”. En: Hugo Verani. Op. cit .,pp. 275-276.
3
Borges, Jorge Luis. Obra poética, 2 (1960-1972). Madrid, Alianza Editorial, 1999, pp. 225-226.
En el centro de esta propuesta está el verso libre al que identifica con el versículo que
sirve, según Borges, “para anunciar al lector que la emoción poética, no la información o
el razonamiento, es lo que está esperándolo”
Sin embargo, la referencia a la cultura occidental (“el rojo espejo occidental en que
arde una ilusoria aurora”) implica que occidente se equivocó al creer que existe el
progreso histórico y lineal; en la imagen del
espejo asoma no sólo la idea de autorreconocimiento, sino la de vana multiplicación de los
seres. Asimismo se percibe que el poeta hace una crítica de la idea de que mediante las
guerras (“rojo”, “arde”) se puede llegar al progreso, cuando, en realidad, la verdadera
felicidad se logra mediante la reflexión interior que asuma la muerte como un fenómeno
natural. Volver los ojos a sí mismo implica, para Borges, acercarse a la verdadera felicidad;
lamentablemente, occidente no ha valorado la importancia de la autorreflexión del
individuo y ha perdido su tiempo desarrollando estrategias para lograr, desde el punto de
vista histórico, el progreso lineal e histórico. Posteriormente, Borges encuentra un
contraste entre la tranquilidad de los objetos sigilosos y calmos (“limas”, “umbrales”,
“atlas”,“copas”, “clavos”) y el ansia de progreso del hombre occidental. Aquellas cosas
existen ciegas pero felices; en cambio, este último vive, pero de manera infeliz agrediendo
a los demás. Es decir, no tener conciencia del mundo significa liberarse del dolor del
mundo; por el contrario, ser consciente de lo que sucede significa sumergirse en dolor y
angustia.
Indudablemente, para Borges, la muerte debe ser vista con la mayor naturalidad, pues
implica un grado de perfeccionamiento. Y lo más parecido a la felicidad es la serenidad del
individuo. No anhelar la fama (el perdurar en la memoria colectiva como quería Don
Quijote) ni la riqueza, sino la tranquilidad y la paz anterior. De alguna manera, el yo
poético quiere llegar a la tranquilidad que tienen las cosas que no se angustian por nada ni
por nadie. En conclusión, Borges es un crítico del ser humano que:
1)Busca el progreso a través del renombre, porque todos los seres humanos vamos a ser
olvidados y no hay razón para angustiarse. La vida es efímera y el hombre debe asumir la
muerte con total naturalidad.
2)Anhela la riqueza, porque esta no conduce a la dicha sino a una mayor angustia. Las
monedas nunca nos van a recordar, por lo tanto, centrar la vida en la travesía por ganar
dinero no tiene sentido alguno.
4)Asume que la cultura occidental es la cultura por antonomasia. Borges piensa que el
iluso hombre occidental se equivocó y creyó que podría lograr el progreso en el tiempo
histórico.
La poesía de Borges es una aventura de conocimiento. Parece que el poeta dialogara con
las cosas como si éstas fueran seres humanos e hicieran escuchar su voz eterna en la
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