Como su mismo nombre indica, esta es una historia mítica, una historia cargada de elementos
mágicos para explicar una realidad. Cómo acceder desde nuestro mundo de cosas y objetos en el
que vivimos al mundo de las ideas universales, esas ideas que harán que todos los hombres
vivamos mejor. Para ser felices tenemos que saber qué es la felicidad, para ser buenos hemos de
saber qué es el bien y para ser virtuosos, debemos saber qué es la virtud.
La famosa alegoría que Platón presenta en su libro de “La República” es una imagen formidable que, tras
muchos siglos de historia, puede seguir facilitándonos el análisis de nuestro tiempo en torno a temas como
la libertad y, especialmente, la verdad.
Platón pensó aquél relato de alto contenido pedagógico (esos prisioneros sentados en el fondo de una
caverna mirando las sombras proyectadas en el fondo) para mostrar el camino que va de la ignorancia a la
sabiduría, de la esclavitud a la emancipación y entendía que el largo ascenso de la oscuridad a la luz era el
destino de “los aristoi”…, los mejores…, los filósofos, enamorados por definición, de la verdad. Para él,
alcanzar este conocimiento, era el resultado de un proceso de ascenso cognitivo pero a la vez, espiritual.
Sócrates ya había puesto el acento en el reconocimiento de la propia “ignorancia” como clave de toda
búsqueda auténtica y Protágoras, el sofista, había hecho temblar todos los cimientos con su afirmación de
que “el hombre es la medida de todas las cosas…”. Pero la discusión del tema ya había empezado antes, con
la idea del ser único y acabado que planteaba Parménides frente a la realidad como un fluir inagotable que
sostenía Heráclito “el oscuro”…
Dos milenos y medio después, en el escenario posmoderno, ¿qué será para nosotros la verdad? ¿Es posible
alcanzarla en medio de “la sociedad de la comunicación generalizada”? ¿Será una verdad única, oculta tras
los velos de la información y la publicidad, o una construcción social, resultado de los múltiples juegos del
discurso? ¿Existen verdades universales o se configuran según el cristal con que se mire? ¿Hay una realidad
última y verdadera o estamos más bien en medio de una multiplicidad heterogéneo, pluricultural,
históricamente situada y abonada por las culturas que la configuran…? ¿Podemos salir del fondo de la
caverna hacia la radiante luz de la verdad o pasamos de una caverna a otra, quizás con más aire y luz pero
siempre limitada…?
Sócrates: Imagínate, pues, a unos hombres en un antro subterráneo como una caverna —
con la entrada que se abre hacia la luz—, donde se encuentran desde la infancia y atados de
piernas y cuello, de manera que deben mirar siempre hacia delante, sin poder girar la cabeza
a causa de las cadenas. Supón que, detrás de ellos, a cierta distancia y a cierta altura, hay un
fuego que les da claridad y un camino entre este fuego y los cautivos. Admite que un muro
rodea el camino, como los parapetos que los charlatanes de feria ponen entre ellos y los
espectadores para esconder las trampas y mantener en secreto las maravillas que muestran.
—Figúrate ahora, a lo largo de esta tapia, unos hombres que llevan toda clase de objetos que
son mucho más altos que el muro, unos con forma humana, otros con forma de animales,
hechos de piedra, de madera y de toda clase de materiales; y, como es natural, los que
transportan los objetos, unos se paran a conversar y otros pasan sin decir nada.
—Es extraña —dijo— la escena que describes, y son extraños los prisioneros.
—Se parecen a nosotros —dije yo—; en efecto, éstos, después de sí mismos y de los otros,
¿crees que habrán visto algo más que las sombras proyectadas por el fuego hacia el lugar de
la cueva que tienen delante?
—No puede ser de otra manera si están obligados a mantener sus cabezas inmóviles toda la
vida.
—¿Y qué hay de los objetos transportados? ¿No crees que sucede esto mismo?
—Sin duda.
—¿No crees que si los objetos tuvieran la capacidad de hablar entre ellos, los prisioneros
creerían que las sombras que ven son objetos reales?
—Claro.
—¿ Y qué pasaría si la prisión tuviera un eco en la pared de delante de los prisioneros? Cada
vez que uno de los caminantes hablara, ¿no crees que ellos pensarían que son las sombras
las que hablan?
—Ciertamente —seguí yo—, estos hombres no pueden considerar otra cosa como verdadera
que las sombras de los objetos.
—Examina ahora —seguí yo—, qué les pasaría a estos hombres si se les librara de las
cadenas y se les curara de su error. Si alguno fuera liberado y en seguida fuera obligado a
levantarse y a girar el cuello, y a caminar y a mirar hacia la luz, al hacer todos estos
movimientos experimentaría dolor, y a causa de la luz sería incapaz de mirar los objetos, las
sombras de los cuales había visto. ¿Qué crees que respondería el prisionero si alguien le
dijera que lo que veía antes no tenía ningún valor, pero que ahora, que está más próximo a la
realidad que está girado hacia cosas más reales, ve más correctamente? ¿Y si, finalmente,
haciéndole mirar cada una de las cosas que le pasan por delante, se le obligara a responder
qué ve? ¿No crees que permanecería atónito y que le parecería que lo que había visto antes
era más verdadero que las cosas mostradas ahora?
—Así es —dijo.
—Así pues, si, a éste mismo, le obligaran a mirar el fuego ¿los ojos le dolerían y
desobedecería, girándose otra vez hacia aquellas cosas que le era posible mirar, y seguiría
creyendo que, en realidad, éstas son más claras que las que le muestran?
—Finalmente, pienso que podría mirar el Sol, no sólo su imagen reflejada en las aguas ni en
ningún otro sitio, sino que sería capaz de mirarlo tal como es en sí mismo y de contemplarlo
allá donde verdaderamente está.
—Necesariamente -dijo.
—Y después de esto ya podría comenzar a razonar que el Sol es quien hace posibles las
estaciones y los años, y es quien gobierna todo lo que hay en el espacio visible, y que es, en
cierta manera, la causa de todo lo que sus compañeros contemplaban en la caverna.
—Es evidente —dijo— que llegaría a estas cosas después de aquellas otras.
—Ciertamente.
—Yo lo creo así —dijo—, que más preferiría cualquier sufrimiento antes que volver a vivir de
aquella manera.
—Y piensa también estoque te diré. Si este hombre volviera otra vez a la cueva y se sentara
en su antiguo sitio, ¿no se encontraría como ciego, al llegar de repente de la luz del Sol a la
oscuridad?
—Y si hubiera de volver a dar su opinión sobre las sombras para competir con aquellos
hombres encadenados, mientras todavía ve confusamente antes de que los ojos e le habitúen
a la oscuridad —y el tiempo para habituarse sería largo—, ¿no es cierto que haría reír y que
dirían de él que, por haber querido subir, volvía ahora con los ojos dañados, y que no valía la
pena ni tan sólo intentar la ascensión? ¿Y que a quien intentara desatarlos y hacerlos subir, si
lo pudieran coger con sus propias manos y lo pudieran matar, no lo matarían?
Interpretación antropológica:
El fuego —la electricidad, la técnica— es lo que posibilita este enorme montaje. Con
el descubrimiento del fuego el hombre comienza su camino de superación.
Cuando uno descubre el gran montaje y sale del engaño, ¿debe volver a dentro, informar
y liberar a sus antiguos compañeros? Una disyuntiva moral! ¿Qué hizo Sócrates?
Podemos hacer otras dos interpretaciones, la primera sobre los cambios y la segunda analizando como es la
mentalidad de un esclavo
Ese “hilo de tiempo” que es nuestra propia vida supone una cierta continuidad pero, a la vez,
conlleva múltiples cambios… Ahora, ¿qué implica cambiar?; ¿por qué tantas veces tenemos esa
resistencia frente a lo distinto o lo nuevo…?
¿Será cierta nostalgia, miedo, costumbre, inseguridad o apego, lo que hace que en innumerables
ocasiones le rehuyamos…? ¿Por qué, para algunos, cambiar implica una cierta pérdida de
identidad (como si fuera una especie de “traición” a la memoria)?
Ciertamente, es “lógico” el cambio cuando nos sentimos acorralados o sin “otra salida”, pero
muchos, confirmando aquello de “más vale malo conocido que bueno por conocer”, suelen decir:
“¿para qué cambiar si no estoy “tan” mal…?”
¿No será que el desafío pasa por cambiar como resultado de un PROCESO, una TOMA de
CONCIENCIA y una DECISIÓN y no tanto porque no nos queda otra…?
No debería llamarnos la atención que, a pesar de los logros de reconocimiento tardío de no pocos
derechos, propios de la condición y de la naturaleza humana, todavía vivamos con algunos
vestigios de esclavitud. Así como el esclavo satisfecho vive adaptado a las formas impuestas sin
cuestionarlas y sin ejercer su capacidad crítica, del mismo modo los individuos sometidos a los
intereses de una cultura y sociedad manipuladoras, también viven adaptados a los estereotipos
inculcados. La imposición de valores aparentes y la manipulación ejercida sobre las mentes en
sus diferentes estilos y con sofisticados recursos, conducen a la aceptación de formas reñidas con
el derecho básico de pensar con autonomía y de vivir creativamente.
Del mismo modo que nuestro esclavo imaginario no puede moverse fácilmente de un lugar a otro,
nuestra mente esclavizada por los prejuicios y por las rutinas laborales, familiares, personales y
sociales, nos impide ejercer la capacidad de iniciativa y autonomía ante los diversos aspectos
relacionados con el consumo, la moda y la distorsión encubierta de los valores.
La comodidad y la indiferencia, asociadas a ese estado, conducen a que nuestra mente deje de
pensar y de mantenerse activa para plantear nuevas hipótesis y para cuestionar con sentido
crítico y firmeza nuestra resignación pasiva. Así, como todo esclavo, y por falta de confianza en
nosotros mismos, somos espectadores automatizados de un estado de situación que creemos no
poder modificar. Por eso, aparece en muchos la aberrante necesidad de pedir autorización para
desplegar aquello que forma parte de la intimidad inviolable de todo ser humano, que es su
capacidad para pensar y disentir.
Al igual que nuestro personaje, la manipulación mental de una cultura interesada en el poder,
encadena la mente a prejuicios, slogans y estereotipos que inmovilizan a los mismos jóvenes en
un presente sin esperanza y a vivir en el escenario de una nivelación mental y de una uniformidad
en el pensar y hacer que se mantienen bajo el temor a la descalificación, al ridículo y a la
marginación. Por eso, el miedo a pensar por sí mismo y el ejercicio silencioso e inadvertido de la
propia censura, constituyen las formas mentales de aquellos latigazos y mordaza física. Esto
explicaría la utilidad del esclavo, percibida favorablemente por el sistema que lo manipula en
función de su “atontamiento” mental y jamás por su lucidez y capacidad crítica.
Siguiendo el paralelismo, así como a los esclavos hay que mantenerlos ocupados y evitar que
dispongan de tiempo propio porque es peligroso su ocio creativo, de igual manera el individuo de
una sociedad alienante debe mantenerse ocupado. Esto gatilla la pregunta referida a buscar las
formas de “llenar” los “huecos” de la vida cotidiana, incluso a partir de la infancia, a fin de
“modelar” la inteligencia en formación y mantenerla ocupada y asegurada con prejuicios, con
creencias, con imágenes y pensamientos rutinarios.
A ello quizás apunten las diversiones y fantasías que mantienen al adolescente ocupado y “estacado”
mentalmente en las formas alienantes de un consumo no consciente. Así, y con efectos de
ciertaviolencia blanca **, se buscan satisfacciones primarias y básicas, limitadas a las frivolidades y
banalidades de esos espectáculos montados como un elogio siniestro a la mediocridad y a la
degradación mental y emocional. Esto se concreta en una uniformidad de pensamiento y se plasma en
el consumo de imágenes que llevan a vivir entretenido, como todo esclavo satisfecho, bajo la
penumbra de lo aparente y del atontamiento mental.
Cuando se plantea el tema de la violencia, casi todo el mundo relaciona la misma al campo de los
fenómenos visibles y de ejecución fácilmente demostrable por las formas exteriores de su
manifestación a través de episodios que van de lo trivial a lo aberrante. Es la violencia en sentido
genérico, que suele dejar marcas físicas (y mentales) aunque sean leves. Pero no se advierte la
ejecución de lo que sería la “violencia blanca”, cometida de manera sutil e imperceptible, al punto
de no ser registrada ni advertida por quien la sufre. A diferencia de la violencia física, que tiene
como destinataria a cualquier parte del cuerpo, la violencia blanca se ejerce en la mente y la
sensibilidad de la víctima. Es decir, tiene como destinataria el mundo interno y silencioso de quien
la padece.
La violencia blanca se ejerce bajo las diversas formas del maltrato mental, con consecuencias a
veces irreversibles por las “marcas” y condicionamientos que dejan, al vulnerar y empañar el
delicado cristal de la propia intimidad. Es afectar e invadir el pensar y el sentir del semejante por
falta de mesura, de delicadeza y prudencia por parte de quienes la rigidez, la soberbia, la altanería
y la manipulación se convierten en formas habituales de agresión hacia los demás.
Así, y después de un largo tiempo, el niño que fue avergonzado por una pregunta u ocurrencia
que molestó al docente, advierte en su adultez que teme hablar y preguntar en una reunión. Si a
ello se agrega el estigma de la humillación proveniente de la impaciencia y la rigidez de quien
educa, es probable que el afectado no encuentre motivación y estímulo para aprender y ser mejor.
Y qué decir de las diversas formas en que los padres ejercen violencia cuando no escuchan,
interrumpen o desvalorizan el relato de un niño que en el futuro podría ser verborrágico,
apresurado o inseguro para hablar y expresarse.
Tanto la familia como la escuela constituyen los lugares primarios y básicos donde el ser humano
aprende a pensar, a razonar y a confiar en sí mismo. Cuando ello no ocurre, se engendra la
violencia blanca, causada por la indiferencia o la irresponsabilidad del progenitor, por la
inexperiencia docente o por la incapacidad insalvable de ambos. El niño y adolescente en proceso
de formación necesitan vivir la alegría de aprender por sí mismos y sentir la propia capacidad de
descubrir el mundo circundante sin sufrir el padecimiento provocado por las nubes mentales del
apuro, del prejuicio y de la insensibilidad de quienes deberían elevarlo.
A su vez, la observación cotidiana nos presenta casos en que los mismos adultos ejercitan y
practican la violencia blanca. El mundo laboral, el campo de la amistad y la pareja suelen ser la
usina controlada por expertos de “guante blanco” que convierten el clima de convivencia en
atmósfera de desencuentros y maltrato mental. La indiferencia, la incomunicación, la
desconfianza, la indiscreción, el control y la intolerancia, son sus herramientas predilectas,
generadoras de abatimiento mental y de un deterioro del clima interno.
Esas “marcas” mentales configuran verdaderos condicionamientos y bloqueos que afectarán la
manifestación del talento creativo del sujeto. La herida mortal de esta violencia es la pérdida de la
confianza en sí mismo y la dificultad para valorarse y reconocer las propias cualidades. Así, y sin
intervención policial, la mente sufre las hemorragias del pesimismo, del descontento y de un
desgano que han de conducir a consecuencias perniciosas de incalculables dimensiones.
Cine:
El mito de la caverna de Platón ha inspirado varias creaciones artísticas. Los dos niveles de
realidad del mito se muestran en películas como La rosa púrpura del Cairo de Wody Allen
o Matrix dirigida por Larry y Andy Wachowski. Igualmente en la novela de George
Orwell 1984 o La caverna de Saramago, tiene un, trasfondo platónico.
El mundo del interior de la caverna, lleno de engaño, y el mundo exterior se evidencían de una
manera muy potente en la película Peter Weir titulada El show de Truman.