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CORRUPCIÓN Y ESTADO DE DERECHO

Comentario en la presentación del libro “La corrupción sin castigo”. Casos denunciados
en los medios de comunicación 2000-20131

Pablo Mella
Instituto Filosófico Pedro Fco. Bonó / Revista Estudios Sociales

La publicación de la obra “La corrupción sin castigo”. Casos denunciados en los medios de
comunicación 2000-2013, bajo la coordinación de Participación Ciudadana y que hoy se pone en
circulación, contribuirá a crear conciencia sobre el vínculo que existe entre prácticas de corrupción
y Estado de derecho. Normalmente, los actos de corrupción más sonados en la esfera pública
dominicana son ventilados en el marco del revanchismo partidario que azuza la democracia
liberal. Por esta razón, se pierde de vista que la mayoría de estos actos de corrupción encuentra su
raíz en la débil institucionalización del Estado dominicano como Estado de derecho.

Esta obra, si se utiliza con los fines pedagógicos que pretende, puede ayudar a romper las cadenas
de corrupción que parecen expandirse y sofisticarse día tras día en la sociedad dominicana.
Quisiera explicar cómo.

1. La corrupción como cultura

Al reflexionar el contenido de la obra ha de tomarse como marco su prefacio de presentación y su


capítulo de introducción metodológica. Bajo esta luz, lo primero que podemos aprender es que la
corrupción forma parte de la cultura política dominicana. Por lo tanto, la misma atraviesa las
diversas esferas de la realidad nacional. La variedad de ámbitos que permea la corrupción queda
bien reflejado en las descripción de los 94 casos rastreados en la prensa nacional entre los años
2000 y 2013. Entre ellos se incluye el caso de la denuncia de corrupción en torno a un banco
privado, que fue posible por los débiles controles financieros del sistema bancario.

Sobre esas bases antropológicas, la obra nos invita a reflexionar sobre las implicaciones que tiene
la corrupción en los planes de desarrollo del país. La corrupción se muestra así como parte de una
cultura generalizada. Sin embargo, la noción de Estado de derecho no se explicita abiertamente,
sino que permanece en el trasfondo de todas las páginas. Creo que un uso pedagógico de la obra
deberá rescatar este trasfondo como uno de sus mejores aciertos. En efecto, una vez se entiende y
se asume activamente que los servicios públicos básicos se deben de recibir como parte de los
derechos fundamentales, se crean las condiciones para que se desactive la idea de que las
acciones estatales o empresariales son favores que se hacen a cambio de fidelidad interpersonal.
Igualmente, se pone en tela de juicio el convencimiento de que los servicios públicos y
determinados servicios privados solo se pueden conseguir a través del soborno, bajo el falso

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Pronunciado en el Paraninfo de la Facultad Económicas y Sociales de la Universidad Autónoma de Santo
Domingo, el 26 de junio de 2014.
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presupuesto de que solo quien soborna está exento de fidelidades partidarias o de trabas
empresariales que vulneran el ejercicio de la libertad.

En la presentación del libro, el saliente coordinador general de Participación Ciudadana, Roberto


Álvarez, motiva el estudio con una reflexión ética que prácticamente nos implica a todas y a todos
en el sentido señalado: “La corrupción administrativa y la impunidad contribuyen a nutrir la
prevalencia de una microcultura que sirve de sustento al sistema de sobornos que la población
tiene que pagar en ‘macuteo’ para obtener los servicios públicos o privados a los cuales tiene el
derecho de acceder sin un pago indebido” (p. 15).

En esta reflexión, que considero fundamental, cabe llamar la atención sobre la circularidad que se
establece entre microcultura y macrocultura de la corrupción. Esta retroalimentación entre los
niveles micro y macro convierte a la cultura de la corrupción dominicana en un auténtico círculo
vicioso, lo que obliga a preguntarse con urgencia: ¿por dónde comenzar?

Quizá podamos comenzar a responder esta pregunta recuperando creativamente la misma idea de
círculo vicioso: ¡ya que se trata de un “círculo”, se puede comenzar por cualquier punto! Esta es
ciertamente una gran ventaja de las prácticas que se articulan circularmente y que deben ser
enfrentadas. Pero, por la misma razón de la circularidad del fenómeno, una vez se comience a
luchar contra la corrupción en un punto de la circunferencia de sus prácticas, no se puede caer en
el engaño o en la postura cómoda de adoptar esquemas lineales, como si atacar la circunferencia
por un punto fuera a desactivar la fuerza del tornado. Los esquemas lineales de análisis de la
corrupción nos dejarían estacionados en el punto de partida por el que ingresamos al círculo
vicioso que no deja de girar. Expliquemos un poco más esta imagen.

Los esquemas lineales de análisis de la corrupción nos llevarían a externar juicios desactivadores
del compromiso como este bien conocido, que quizá algunos de los aquí presentes han llevado a
sus labios: “Toda la culpa la tienen los políticos”. Un juicio de este estilo nacerá espontáneamente
cuando entramos al círculo de la corrupción observando las prácticas corruptas de los actores
político-partidarios. En este caso, nos conformaríamos con la denuncia de las malas prácticas de
los actores político-partidarios en su lucha por el control del poder estatal. También podría
decirse: “Toda la culpa la tienen los empresarios”, si es que el análisis se enfoca en las prácticas
corruptas de los empresarios, sobre todo de las transnacionales o del gran empresariado nacional.
Entonces, ignoraríamos las responsabilidades de los demás actores en las micropráticas de
corrupción, incluyéndonos a los que conformamos el llamado “tercer sector”. O, peor aún, tal vez
algunos se conformarían con decir: “toda la culpa la tiene el pueblo dominicano que elige estos
políticos y no se subleva”. Esta frase, también muy conocida, vendría a ocupar el centro del debate
si nuestros análisis comenzasen por el estudio de la cultura popular dominicana. En este caso,
estaríamos legitimando contra nuestra voluntad las importantes prácticas de corrupción de las
élites políticas y empresariales.

En pocas palabras, pensar la corrupción de manera lineal (partiendo del postulado de que existiría
un solo punto en el que se originaría toda la cadena de actos corruptos) puede desactivar la lucha
por una sociedad más justa, pues nos despoja de la cuota de responsabilidad que nos corresponde
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a cada uno para desactivar ese círculo vicioso que con toda propiedad se puede llamar “cultura
generalizada de la corrupción”. Ahora bien, el problema de una cultura generalizada es que las
prácticas a ella asociadas se “invisibilizan” porque se “normalizan”. El desafío, por tanto, es
despojar a la práctica cultural de su estatuto de regla de comportamiento aceptable.

2. Invisibilizaciones de la corrupción

Quizá lo primero que llame la atención en una obra como esta es que en un país como República
Dominicana se puede decir que “todo se sabe”. O quizá, para no ser tan contundentes, se puede
decir que “todo se puede saber (sobre todo los que viven de pinchar nuestros teléfonos). Sin
embargo, esta transparencia de información parece servir de poco en la lucha efectiva contra la
corrupción. Es como si las prácticas de corrupción tuvieran la virtud de hacerse invisibles con el
paso del tiempo. Este es el segundo de los informes de Participación Ciudadana sobre el tema.
Cabe preguntarse qué pasó después del primero para que se haga necesario un segundo. La
presentación de la obra nos responde parcialmente a la pregunta, pero al tratarse de una obra con
vocación pedagógica debemos continuar la indagación por nuestro lado.

Nuevamente, retomemos las palabras de Roberto Álvarez acerca de la corrupción como cultura:
“no se sabe a ciencia cierta la profundidad de su realidad, aunque, sí sabemos que, por un lado, en
cuanto a la corrupción en pequeña escala, el 94,4% de sus víctimas no la denunció en 2008 y, por
el otro, que numerosos servidores públicos y políticos que no se mencionan en la prensa exhiben
fortunas y estilos de vida totalmente desproporcionados e injustificables con los salarios que
perciben” (p. 16).

Retomando las palabras del antiguo coordinador de Participación Ciudadana, admitamos que hay
“cosas que no se saben a ciencia cierta” en el tema de la corrupción. Y es que, en efecto, el estudio
de la corrupción no puede ser “una ciencia cierta”, sino una “ciencia incierta” (si se me permite
este juego de palabras). A esa “ciencia incierta” le podemos llamar “ética política”, valiéndonos de
una referencia muy libre a la larga tradición aristotélica. En efecto, en su Ética a Nicómaco
Aristóteles señalaba que la ética se ocupaba de las prácticas humanas y que las prácticas humanas
no siguen el rígido curso de los astros; las acciones humanas son veleidosas. Por eso, podríamos
concluir para nuestra indagación que no es a través de informes sobre reportajes noticiosos como
se luchará efectivamente contra la corrupción. Esta es una etapa necesaria, pero no suficiente.

Al leer las páginas de la obra varias veces se verá cómo la propia Participación Ciudadana ha
recurrido a los tribunales dominicanos en diversas ocasiones para que los actos de corrupción sean
castigados; pero los resultados han sido prácticamente nulos. En este sentido, y por retomar el
ejemplo de la cita de Álvarez, la “exhibición de riqueza no justificada” debería tipificarse más
claramente en el sistema penal dominicano de tal manera que el Ministerio Público pueda llamar
sistemáticamente a los funcionarios públicos que exhiban riqueza desproporcionada con sus
salarios, con el objetivo de que justifiquen el origen de su afluencia. De paso, cabe señalar a partir
de este punto que en esta misma cita tomada de la presentación de la obra quedan invisibilizados
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los actos de corrupción que podrían estar detrás de la exhibición de riqueza desproporcionada en
empleados y ejecutivos del sector empresarial privado. Siguiendo esta observación, recomendaría
que para el uso pedagógico de la obra se problematice la definición de corrupción dada por la
Convención Interamericana contra la Corrupción que solo tipifica como corruptas las prácticas de
los funcionarios públicos, la cual es asumida de manera poco problemática en la parte
metodológica del libro.

En nuestro país “se sabe” que hay corrupción; los altos índices de percepción de corrupción
registrados por todas las encuestas no dejan mentir al respecto. Pero quizá no se actúa de manera
eficaz contra ella porque una vez un acto de corrupción se convierte en tema noticioso, se escapa
del sistema de justicia por falta de seguimiento. En ese sentido, cabría preguntarse si la corrupción
no se ha convertido también en “mercancía noticiosa”. No basta con que el “pez gordo del acto
corrupto” entre en la red de denuncias mediáticas que lo visibiliza. Harían falta acciones más
decididas por parte de las autoridades responsables para que denuncias como estas sean
perseguidas y juzgadas y, una vez establecida la culpabilidad, sean proporcionalmente
sancionadas. En el mismo sentido, no podemos quedarnos en informes noticiosos financiados por
las grandes agencias internacionales del Post-Consenso de Washington. Si nos conformamos con
la lectura de informes de noticias de corrupción, corremos el riesgo de reproducir los análisis
lineales que criticamos anteriormente y de no aportar nada sustancioso para que las cosas
cambien. Por ejemplo, tendríamos que pensar también en formar redes informativas alternativas,
que no estén dominadas por los grandes grupos económicos y políticos del país, y que desvelen de
manera más decida los oscuros vínculos entre corrupción pública y corrupción privada.

3. La presión ciudadana articulada

Un partido como el PLD, deudor —como todos los demás que han alcanzado el poder— de
alianzas electorales, ha confiado la “lucha ética contra la corrupción” a un abogado que defendió a
responsables de los grandes fraudes bancarios que empobrecieron a más de un millón de
dominicanos hace una década. Al mismo tiempo, no ha asignado los fondos necesarios para el
funcionamiento de la institución estatal que está llamada realmente a perseguir la corrupción, a
saber, la Procuraduría Especializada de Persecución de la Corrupción Administrativa (PEPCA). Ante
prácticas manifiestas como estas, se puede legítimamente sospechar que el sistema de partidos
no está en condiciones en estos momentos de ir a fondo en la lucha contra la corrupción. Para el
sistema de partidos actual, luchar a fondo contra la corrupción sería optar por el suicidio electoral.

El Estado de derecho (porque de eso se sigue tratando, no lo olvidemos) solo vendrá por una
transformación del conjunto de la cultura política dominicana que hoy por hoy se encuentra
atravesada por la corrupción, como dijimos desde el inicio. Un punto clave será garantizar la
carrera administrativa y la separación de los poderes del Estado.

Ciertamente, los cambios culturales toman tiempo y su curso de acción es incierto. Pero la
reflexión ético política no es como una bola de cristal que lee los acontecimientos futuros, porque
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entonces, entre otras cosas, no habría espacio para la libertad. Si la condición para que haya
menos corrupción es un cambio cultural, se infiere fácilmente que estamos hablando de una tarea
de años o quizá para toda la vida. Pero saber que la tarea va para largo nos permitirá entrar en “el
círculo virtuoso de la justicia”. Ello nos ayudará a resistir desde ahora al “círculo vicioso de la
corrupción” en cualesquiera de nuestros puntos de contacto con el mismo. En este sentido, cabe
saludar la conformación de un nuevo movimiento social que ha elegido como nombre “Impunidad
Cero”. El mismo dio a conocer sus objetivos en la fecha emblemática del 14 de junio pasado en
esta misma casa de estudios y en el cual se ha integrado la gente de Participación Ciudadana. Los
presentes que no conozcan nada sobre este movimiento podrían informarse para participar en el
mismo.

Una vez insertos en el círculo virtuoso de la justicia, podremos ir celebrando pequeños logros. En
ese espíritu, podemos celebrar la publicación de esta obra de Participación Ciudadana; pero sobre
todo, gracias a la reflexión que nos permitirá hacer y a las perspectivas educativas que ofrece,
debemos prepararnos para el paso siguiente, que muy probablemente consistirá en renunciar al
próximo acto de corrupción en el que nos podamos ver envueltos en el nivel micro donde nos
movemos, somos y existimos. Por ahí es donde siempre nos tocará incesantemente volver a
empezar.

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