Está en la página 1de 3

JACQUES LACAN.

"El despertar de la primavera" (1947)

De este modo aborda un dramaturgo, en 1891, el asunto de que es para los


muchachos hacer el amor con las muchachas, marcando que no pensarían en ello
sin el despertar de sus sueños.

Remarcable por ser puesto en escena como tal: o sea para demostrarse ahí como
no siendo satisfactorio para todos, hasta confesar que si eso se malogra, es para
cada uno.

Esto equivale a decir que es de lo nunca visto.

Pero ortodoxo en lo tocante a Freud-entiendo: lo que Freud dijo.

Esto prueba al mismo tiempo que incluso un hanoveriano (pues debo confesarlo,
inferí primero que Wedekind era judío), que incluso un hanoveriano, digo, ¿y acaso
no es mucho decir?, es capaz de descubrir esto. De descubrir que hay una relación
del sentido con el goce.

Es la experiencia la que responde de que ese goce sea fálico.

Pero Wedekind es una dramaturgia. ¿Qué lugar otorgarle? El hecho es que


nuestros judíos (freudianos) se interesan en ella, en este programa encontrarán su
atestación.

Hay que decir que la familia Wedekind más bien había vagabundeado bastante a
través del mundo, participando de una diáspora, idealista ella: haber tenido que
abandonar la madre tierra debido al fracaso de una actividad "revolucionaria". ¿Es
esto lo que hizo imaginar a Wedekind, hablo de nuestro dramaturgo, ser de sangre
judía? Su mejor amigo, al menos, da fe de ello.

¿O bien es asunto de época, pues el dramaturgo, en la fecha que señalé, anticipa a


Freud y ampliamente?

Pues puede decirse que Freud, en la susodicha fecha, aún cogita el inconsciente y
que en lo que respecta a la experiencia que instaura su régimen, a su muerte ni
siquiera la había montado todavía.

Esta tarea quedó a mi cargo, hasta que alguien me releve de ella (quizás tan poco
judío como yo).
Que lo que Freud delimitó de lo que él llama sexualidad haga aguJero en lo real, es
lo que se palpa en el hecho de que al nadie zafarse bien del asunto, nadie se
preocupe más por él.

Sin embargo, es una experiencia al alcance de todos. El pudor la designa como lo


privado. ¿Privado de qué? Justamente de que el pubis no llegue sino al público,
dónde se exhibe por ser el objeto de un levantamiento del velo.

Que el velo levantado no muestra nada, éste es el principio de la iniciación (al


menos, en los buenos modales de la sociedad).

Indiqué el vínculo de todo esto con el misterio del lenguaje y con el hecho de que
se encuentre el sentido del sentido proponiendo el enigma.

El sentido del sentido es que se vincula con el goce del varón como interdicto.
Ciertamente no para prohibir la relación llamada sexual, sino para fijarla en la no-
relación que vale en lo real.

De este modo cumple función de real, lo que se produce efectivamente, el


fantasma de la realidad ordinaria A través de lo cual se desliza en el lenguaje lo que
éste transporta: la idea del todo a la cual empero hace objeción el más mínimo
encuentro con lo real.

No hay lengua que no se esfuerce en ello, no sin dejar de gemir por hacer lo que
puede para decir "sin excepción" o bien envarándose con un numeral. Sólo en
nuestras lenguas, eso, el todo, se despliega francamente-el todo y a ti, osaría decir.

Moritz, en nuestro drama, llega no obstante a exceptuarse, y por ello Melchior lo


califica de muchacha. Y tiene mucha razón: la muchacha no es más que una y
quiere seguir siéndolo, lo cual queda escamoteado en el drama.

Queda el hecho de que un hombre se hace El hombre al situarse a partir de el


Uno-entre-otros, al incluirse entre sus semejantes.

Moritz, al exceptuarse de ello, se excluye en el más allá. Sólo allí él se cuenta: no


por azar entre los muertos en la medida en que están excluidos de lo real. Que el
drama lo haga sobrevivir a ello, ¿por qué no?, si el héroe en el está muerto por
adelantado.

Es en el reino de los muertos dónde "los desengañados erran", diré mediante un


título que ilustré.

Y por eso no erraré tampoco demasiado tiempo al seguir en Viena, en el grupo de


Freud, a la gente que descifra al revés los signos trazados por Wedekind en su
dramaturgia. Salvo quizás, retomándolos a partir de que la reina podría muy bien
no tener cabeza debido a que el rey le haya escamoteado el par normal, de
cabezas, que le correspondería.

No sirve acaso aquí el Hombre llamado enmascarado para resituárselas. Este, que
constituye el final del drama, y no sólo el papel que le reserva Wedekind de salvar
a Melchior de las garras de Moritz, sino del hecho de que Wedekind lo dedica a su
ficción, considerada como nombre propio.

Por mi parte leo allí lo que rehusé expresamente a aquellos que sólo se autorizan a
hablar desde el entre los muertos: o sea decirles que entre los Nombres-del-Padre
existe el del Hombre enmascarado.
Pero el Padre tiene tantos que no hay Uno que le convenga, si no el Nombre de
Nombre de Nombre. No de Nombre que sea su Nombre-Propio, sino el Nombre
como ex-sistencia.

O sea el semblante por excelencia. Y "el Hombre enmascarado" dice eso bastante
bien.

¿Pues cómo saber qué es si está enmascarado y acaso aquí el actor no lleva
máscara de mujer?

La máscara sola ex-sistiría en el lugar vacío donde pongo La mujer. Mediante lo


cual no digo que no haya mujeres.

La mujer como versión del Padre, sólo se ilustraría como Padre-versión, como
Perversión.(1)

Cómo saber si, como lo formula Robert Graves, el Padre mismo, el padre eterno de
todos nosotros, no es más que el Nombre entre otros de la Diosa blanca, aquella
que su decir se pierde en la noche de la tiempos, por ser la Diferente, Otra siempre
en su goce-al igual que esas formas del infinito cuya enumeración sólo
comenzamos al saber que es ella la que nos suspenderá a nosotros.

1 de Septiembre de 1974.

NOTAS:

(1) * Lacan juega con la homofonía y la ortografía de las palabras Père-version


(Padre-versión) y Perversión (perversión). [N.T]

También podría gustarte