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Remarcable por ser puesto en escena como tal: o sea para demostrarse ahí como
no siendo satisfactorio para todos, hasta confesar que si eso se malogra, es para
cada uno.
Esto prueba al mismo tiempo que incluso un hanoveriano (pues debo confesarlo,
inferí primero que Wedekind era judío), que incluso un hanoveriano, digo, ¿y acaso
no es mucho decir?, es capaz de descubrir esto. De descubrir que hay una relación
del sentido con el goce.
Hay que decir que la familia Wedekind más bien había vagabundeado bastante a
través del mundo, participando de una diáspora, idealista ella: haber tenido que
abandonar la madre tierra debido al fracaso de una actividad "revolucionaria". ¿Es
esto lo que hizo imaginar a Wedekind, hablo de nuestro dramaturgo, ser de sangre
judía? Su mejor amigo, al menos, da fe de ello.
Pues puede decirse que Freud, en la susodicha fecha, aún cogita el inconsciente y
que en lo que respecta a la experiencia que instaura su régimen, a su muerte ni
siquiera la había montado todavía.
Esta tarea quedó a mi cargo, hasta que alguien me releve de ella (quizás tan poco
judío como yo).
Que lo que Freud delimitó de lo que él llama sexualidad haga aguJero en lo real, es
lo que se palpa en el hecho de que al nadie zafarse bien del asunto, nadie se
preocupe más por él.
Indiqué el vínculo de todo esto con el misterio del lenguaje y con el hecho de que
se encuentre el sentido del sentido proponiendo el enigma.
El sentido del sentido es que se vincula con el goce del varón como interdicto.
Ciertamente no para prohibir la relación llamada sexual, sino para fijarla en la no-
relación que vale en lo real.
No hay lengua que no se esfuerce en ello, no sin dejar de gemir por hacer lo que
puede para decir "sin excepción" o bien envarándose con un numeral. Sólo en
nuestras lenguas, eso, el todo, se despliega francamente-el todo y a ti, osaría decir.
No sirve acaso aquí el Hombre llamado enmascarado para resituárselas. Este, que
constituye el final del drama, y no sólo el papel que le reserva Wedekind de salvar
a Melchior de las garras de Moritz, sino del hecho de que Wedekind lo dedica a su
ficción, considerada como nombre propio.
Por mi parte leo allí lo que rehusé expresamente a aquellos que sólo se autorizan a
hablar desde el entre los muertos: o sea decirles que entre los Nombres-del-Padre
existe el del Hombre enmascarado.
Pero el Padre tiene tantos que no hay Uno que le convenga, si no el Nombre de
Nombre de Nombre. No de Nombre que sea su Nombre-Propio, sino el Nombre
como ex-sistencia.
O sea el semblante por excelencia. Y "el Hombre enmascarado" dice eso bastante
bien.
¿Pues cómo saber qué es si está enmascarado y acaso aquí el actor no lleva
máscara de mujer?
La mujer como versión del Padre, sólo se ilustraría como Padre-versión, como
Perversión.(1)
Cómo saber si, como lo formula Robert Graves, el Padre mismo, el padre eterno de
todos nosotros, no es más que el Nombre entre otros de la Diosa blanca, aquella
que su decir se pierde en la noche de la tiempos, por ser la Diferente, Otra siempre
en su goce-al igual que esas formas del infinito cuya enumeración sólo
comenzamos al saber que es ella la que nos suspenderá a nosotros.
1 de Septiembre de 1974.
NOTAS: