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TINTA DE CARAMELO

Amor mío, de camino al dormitorio, paso cerca del cuarto de los niños y
les observo de soslayo. Están leyendo. Disimulo una sonrisa mientras les
pido que apaguen la luz, pues madrugan al día siguiente. Nuestros hijos han
heredado tu pasión por la lectura. Ahí estás, leyendo sobre la almohada.
Tengo celos de las páginas solazándose entre tus dedos y de las letras que
danzan en tus pupilas.
Por fin, los niños duermen y sueñan felices sabiendo que te tienen cerca. Me
gusta escribirles cuentos aunque envidio que ellos lean en tus ojos el amor
que yo te plagio en mis textos. Debo decir, sin ambages, que has hecho de
ellos mejores personas que quien suscribe esta carta. Les divierte jugar
conmigo, pero en los momentos difíciles buscan tu complicidad y apoyo,
sincerándose más contigo. El amor, en ti, emana de forma natural; en mi
caso, brota con mayor dificultad.
Escribo estas líneas con premura, ansiando acurrucarme junto a tu espalda
mientras lees.
Quisiera absorber tu magia pero soy impermeable a tus encantos. Junto a ti,
parezco el enano gruñón, perdido en tu carita de nieve. A tu vera, soy la rana
hechizada croando tu nombre. Soy el patito feo chapoteando en tu piélago.
Soy el ratero que vive de tu sonrisa, el pequeño Pérez. Soy el ratón
enjaezado de tu calabaza encantada. Soy el gato con guantes buscando tus
botas de siete leguas. Soy una rata de Hamelín bailando tus sones. Soy tu
hermano glotón, valiente Gretel. Soy la rueca siniestra que emponzoña tu
mano. De los cuarenta ladrones, yo soy el primero. Soy un gazapo travieso
jugando contigo, mi Bambi. Soy el guisante que incomoda tu sueño. Soy el
muñeco de palo buscándote, hada mía. Soy el cerdito bobo huyendo del lobo.
Soy un grumete egoísta al servicio de Garfio. Soy la perdiz que se comieron,
y el colorín colorado. Soy el pequeño Gulliver, y tú... mi viaje soñado.
Todas las noches, cuando cierras el libro, te abrazo con fuerza para que
sueñes conmigo. Imagino que lloras de felicidad y que yo soy tu llanto.
Recorro tus mejillas, salo tus labios, acaricio tu pecho y en tu vientre recalo.
Cada mañana, esposa mía, me despierto en tus ojos de color miel y pido un
deseo: Quédate siempre a mi lado y sigue escribiendo mi vida con tinta de
caramelo.

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