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LAS LADERAS DE EL CAPITAL♣

Estudio de un ascenso
Miguel León Pérez

INTRODUCCIÓN

Leer El Capital es, sin duda, toda una aventura. Es duro, difícil, e incluso (y sin

tener en cuenta posibles contingencias políticas) arriesgado. El propio Marx lo advierte en

su Prólogo a la edición francesa: “En la ciencia no hay caminos reales, y sólo tendrán

esperanzas de acceder a sus cumbres luminosas aquellos que no teman fatigarse al escalar

por senderos escarpados” [Marx, 1984: 21]; conste que dice “esperanzas”, así que ni

siquiera garantiza que el no temer implique llegar.

¿A qué se debe la dificultad en el ascenso? ¿Hace falta un buen guía para llegar

a la cima de la montaña? Aunque de entrada he de decir que mi opinión es exactamente

esa, es decir, que resulta muy recomendable contar con ayuda (al menos hasta

acostumbrarse a la pendiente), lo que va a contemplar este trabajo es la posibilidad de

que Marx eligiera para subir una cara de la montaña que tal vez no es siempre la

apropiada.

¿Por qué comenzar por el Capítulo I? ¿Por qué no por el IV como propone

Althusser? ¿O el V como propone Korsch? ¿Se podría convertir a El Capital en Rayuela y a

Marx en el Cortázar de la economía política? Es cierto que Marx merece un mínimo crédito

teniendo en cuenta la cantidad de vueltas que le dio al Capítulo I hasta publicarlo pero, ¿no

será aconsejable ignorar su recomendación en determinadas circunstancias?

Lamentablemente, yo comencé a leer siguiendo el orden establecido por Marx, de

forma que no puedo probar conmigo mismo la pertinencia de otros caminos. Además,


El presente texto es una reelaboración de otro, algo más extenso y titulado de igual forma, que ha
aparecido publicado durante el curso 2009-2010 como Documento de Trabajo de la asignatura
Introducción a la Crítica de la Economía Política, impartida por el profesor Carlos Alberto Castillo
Mendoza en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense de
Madrid.
resultan tan convincentes las bondades del sendero seguido hasta el momento, que creo que

irremediablemente tendré que exponer y criticar las otras opciones.

En cualquier caso puede ser interesante estudiar, desde la distancia y seguridad que

proporciona este trabajo, cuáles son esos otros senderos, qué motivos justifican (o no) su

elección y adónde nos conducen. Puesto que este es el objetivo del trabajo, podemos

calificarlo de “metateórico”, ya que el resultado perseguido es la clarificación de los

motivos que llevaron a Marx a escoger, como punto de arranque de la exposición de su

investigación, el análisis de la mercancía. Como se verá a lo largo de estas páginas, la

comprensión de esa decisión es también una forma de dotarse de herramientas de análisis

para analizar el conjunto de una obra tan importante como El Capital, que es (o tal vez

debiera ser) elemento fundamental de cualquier investigación en el campo de las ciencias

sociales.

El trabajo se centrará en primer lugar en la propuesta de Louis Althusser,

apareciendo el primer comienzo alternativo y el problema epistemológico que subyace; a

continuación, como contrapartida, se atenderá a los argumentos de Wolfgang Fritz Haug;

por último, pasando de lo epistemológico a lo político, nos adentraremos un instante en la

correspondencia de Marx y seguiremos los argumentos de Harry Cleaver.

Atendamos, pues, a las propuestas de los sherpas.

I. LE CAÏMAN

El humanismo marxista: el “carrousel du Louvre” de la teoría

El personaje por el cual surge el debate es de conducta tan discreta, tan pacífica,
como los árboles y los muros de su dominio. Louis Althusser porta desde 1962 el título de
(…) ‘agregado repetidor secretario de la Escuela [Normal Superior] (sector letras)’. (...) La
apelación, en parte solemne, en parte modesta, se acorta en la jerga folclórica tradicional:
Louis Althusser es el ‘caimán’ filosófico de la casa. (...) ‘Le caïman’ (...) disfruta de poderes
considerables, más reales que escritos. Especie de prefecto de estudios, es el confidente, el
guarda, el estímulo de los jóvenes que buscan su camino. (...) Y sobre todo, (...) él incluye a
Marx en el programa de autores estudiados. ¡Increíble! Nadie se arriesga allí, en el seno de
la Universidad canónica (el autor de La Sagrada Familia no es evocado, en el repertorio
filosófico de la Sorbona, sino como un zombi instantáneamente refutado). Nadie se arriesga
tampoco en el seno del PCF: los pesados manuales, las vulgatas toscamente edulcoradas por
las generaciones de apparatchiks, sirven de introducción al pensamiento del Padre. [Hamond
y Rotman, 1987: 258-259]

Althusser no sólo abre la discusión contemporánea sobre lo que podríamos llamar

“la pedagogía de El Capital”, sino que, además, es el responsable, en el París (incluso la

Francia) de los 60, de que ese Marx “zombi” recupere la vitalidad perdida.

La cultura de base provista por la UEC [Unión de Estudiantes Comunistas,


dependiente del PCF] -y aún más en su rama contestataria- es una mezcolanza inconexa, un
batido de fragmentos escogidos de las publicaciones Maspero: un poco de Gramsci, algo de
Lukács, un pellizco de Korsch, un buen puñado de Sartre. Louis Althusser para en seco ese
‘desfile de moda’ y propone devolver a la teoría su dignidad. De la misma forma, propone
devolver al intelectual su función y su importancia. El eclecticismo, en efecto, no es
solamente dispersión; es también indeterminación, un renuncio.
Pero, ¿por qué el propio Marx? ¿Y por qué un ‘retorno a Marx’ toma el carácter de
una restauración, de una trasgresión profana? Porque, responde Althusser, eso que se ha
bautizado comúnmente como marxismo no es sino una sopa metafísica, una estafa insípida.
(…) El marxismo, con la ayuda de Garaudy, y éste, a su vez, con la ayuda de la mediocridad
filosófica congénita al PCF, ha sido travestido de un humanismo pasado por todo. Unos
ideólogos de serie B lo han vaciado de contenido, han robado su carga científica, en una
palabra: lo han desnaturalizado. [Hamond y Rotman, 1987: 260-261]

Se trata, pues, de desafiar a su presente y al pasado. Al pasado por plantear la

posibilidad de que “la” forma de leer El Capital es “su” forma y no otra; a su presente por

desacreditar a la autoridad política y a la intelectual (sea la que “mata” a Marx, sea la que lo

“traviste”).

Es el momento de adentrarse en la comprensión de dicho desafío, que se

desarrollará en torno a la Advertencia a los lectores del Libro I y a su aportación en Para

leer El Capital. El proceso se desarrollará siguiendo la estructura del segundo y aportando,

cuando sea preciso, información procedente del primero.

Humor de reptil

El Prefacio, titulado De El Capital a la filosofía de Marx, se presenta como un texto

largo, enrevesado, que, sin embargo, gira en torno a una idea clave del pensamiento
althusseriano: que Marx, en El Capital, hace ciencia en el más puro y estricto sentido del

término. La argumentación del autor se divide en dos partes.

La primera tiene como núcleo el siguiente ejemplo de la crítica que hace Marx a la

economía política clásica: “lo que ella llama valor del trabajo (value of labour) es, en

realidad, el valor de la fuerza de trabajo” [Althusser, 1973: 25]1.

Althusser lo explica, acto seguido, de la siguiente forma:

Lo que la economía política clásica no ve no es lo que no ve, es lo que ve; no es lo


que falta, es por el contrario, lo que no le falta; no es aquello en que falla, es, por el
contrario, aquello en que no falla. El desacierto es, pues, no ver lo que se ve; el desacierto ya
no recae sobre el objeto sino sobre la vista misma. Es un desacierto relativo al ver: el no ver
es, pues, interior al ver, es una forma del ver, por lo tanto, en relación necesaria con el ver
[Althusser, 1973: 26]2.

Sumemos a lo enrevesado de la construcción que, en el original, “acierto” aparece

como “vue”, “desacierto” como “bévue” y “ver” como “voir”; Althusser parece querer jugar

con la propia pronunciación para convertir el texto en todo un trabalenguas. ¿Por qué

obstaculizar tanto la lectura? ¿Es tal el elitismo althusseriano que no basta con la aridez

conceptual y hay que sumarle la expresiva?

Mucho me temo que la prueba que Althusser plantea a sus lectores es mucho más

sutil y oscura de lo que pueda parecer en un primer momento (y aún más para el lector no-

francés y de nuestros días). “Le caïman” está lanzando, de forma implícita pero muy aguda,

una afilada y crítica sonrisa al economista francés Frédéric Bastiat (1801-1850), autor de Ce

qu’on voit et ce qu’on ne voit pas3. El lector que no se ría, que no entienda la gracia, se

1. No es en absoluto azarosa la elección de este fragmento, puesto que está en la raíz de la teoría del plusvalor, que es
considerada por Althusser como “el corazón del Libro I” (ver la Advertencia a los lectores del libro I).

2. El texto original: Ce que l’économie politique classique ne voit pas, ce n’est pas ce qu’elle ne voit pas, c’est ce
qu’elle voit; ce n’est pas ce que lui manque, c’est au contraire ce qui ne lui manque pas; ce n’est pas ce qu’elle rate,
c’est au contraire ce qu’elle ne rate pas. La bévue, c’est alors de ne pas voir ce qu’on voit, la bévue porte non plus
sur l’objet, mais sur la vue même. La bévue est une bévue qui concerne le voir: le ne pas voir est alors intérieur au
voir, il est une forme du voir, donc dans un rapport néccessaire avec le voir.

3. En castellano: Lo que se ve y lo que no se ve.


asustará ante una complejidad expresiva innecesaria que sólo responde al espíritu burlón del

filósofo.

Traduzcamos el galimatías y, con ello, expliquemos el chiste.

Lo que le interesa a Althusser, en este instante, de la crítica que hace Marx a la

economía política clásica, es mostrar el modo en que éste extrae de ella sus “aciertos” y

muestra sus “desaciertos”.

Hay una realidad, dice Althusser, que se ve, la del “valor de la fuerza de trabajo”,

pero la teoría económica clásica no lo ve por un error que radica en ella misma: que se

empeña en definir el “valor del trabajo”.

Volviendo a Bastiat, él dice que en la realidad económica hay algo que se ve y algo

que no se ve; Marx, según Althusser, demuestra que todo se ve siempre y que es la teoría la

que determina la agudeza y precisión de la mirada4. El filtro del conocimiento, por tanto,

está en el sujeto y no en el objeto.

La segunda parte de la argumentación se centra en las causas epistemológicas que

están en el origen de esa especie de “giro copernicano” y que permiten que, aunque la

realidad siempre se ve, sólo Marx la vea.

De nuevo un galimatías condensa la visión de Althusser (esta vez sin humor):

Cuando el empirismo señala la esencia como objeto del conocimiento, confiesa algo
importante que al mismo tiempo niega, confiesa que el objeto del conocimiento no es
idéntico al objeto real. Pero niega lo que confiesa, reduciendo, precisamente, esa diferencia
entre dos objetos, el objeto del conocimiento y el objeto real, a una simple distinción de las
partes de un solo objeto: el objeto real. En el análisis confesado hay dos objetos distintos, el
objeto real que ‘existe fuera del sujeto, independientemente del proceso del conocimiento’
(Marx) y el objeto del conocimiento (la esencia del objeto real) que es ciertamente distinto
del objeto real. En el análisis negado ya no hay más que un solo objeto: el objeto real.
[Althusser, 1973: 46]

La mejor forma de explicarlo es ir directamente al ejemplo.

4. Curiosamente, θεωρέω (theoréo) significa “mirar” en griego; θεωρία (theoría), por su parte, se suele
traducir como “visión” o “vista”.
Marx da cuenta, a través de su teoría, de una realidad: el sueldo del obrero no

equivale al valor de su trabajo sino al valor de su fuerza de trabajo. Si, como afirma el

empirismo tradicional, el conocimiento fuese simplemente fruto de la aprehensión (a través

de la abstracción) de la esencia de lo real, entonces no sería posible que la economía clásica

no viera aquello que se veía; sólo si el conocimiento, aun partiendo de la experiencia, se

constituye de forma hasta cierto punto independiente de ésta, es posible no ver algo que se

ve.

Althusser plantea que la filosofía del conocimiento se ha centrado en justificar la

autenticidad del conocimiento ya establecido (haciendo ideología) y no en explicar, como

se podría esperar de ella, en qué consiste y cómo se forma ese conocimiento (haciendo

ciencia). De igual forma, Marx, por un lado, intenta “explicar el mecanismo por el cual la

historia ha producido como resultado el modo de producción capitalista actual” y, por otro,

explicar “ese producto particular [el capitalismo] que funciona como sociedad” [Althusser,

1973: 72]. El Capital, por tanto, “debe considerarse como la teoría del mecanismo de

producción del efecto de sociedad en el modo de producción capitalista” [Althusser, 1973:

73].

Lo que Marx hace en El Capital, por tanto, es ciencia y no ideología en los términos

planteados por Althusser, porque existe una “dependencia sistemática que une entre sí los

conceptos en el sistema de la totalidad-de-pensamiento” [Althusser, 1973:75] y porque los

conceptos abstractos, aunque lo son, “designan realidades efectivamente existentes”

[Althusser, 1992: 11].

El “Continente-historia”

El texto de Althusser está articulado en torno a una doble cuestión: en primer lugar

determinar si el objeto del conocimiento en Marx es la Historia o la Economía; y en


segundo lugar diferenciar el objeto del conocimiento de Marx del objeto del conocimiento

de la economía política clásica.

La primera es tratada en un densísimo capítulo en el que Althusser disfruta

sumergiendo al lector en Hegel y su concepción del tiempo y la historia. Extraigo del

capítulo los dos fragmentos que creo que expresan lo fundamental para este trabajo: por un

lado, que “sólo es posible dar un contenido al tiempo histórico definiéndolo como la forma

específica de la existencia de la totalidad social considerada”; por otro, que “la teoría

‘abstracta’ de la economía política es la teoría de una región (nivel o instancia) al objeto

mismo de la teoría de la historia” [Althusser, 1973: 128]. Es decir, la economía política es

una parte, indisociable de su relación con el “todo” y con cada una de sus partes, del

“tiempo histórico”. Por eso en la Advertencia a los lectores del Libro I identifica a Marx

como descubridor del “Continente-historia” frente a los griegos como descubridores del

“Continente-matemáticas” y a Galileo como descubridor del “Continente-física” [cf.

Althusser, 1992: 5-6].

La segunda tiene un desarrollo mucho más extenso que podemos subdividir en las

siguientes fases:

1) Sobre el método

La reflexión de Althusser parte de la observación que hace Marx sobre los dos

métodos empleados por la economía política hasta el momento:

Uno que parte de lo real, el otro que parte de abstracciones. (…) El segundo
método, que parte de abstracciones simples para producir el conocimiento de lo real en un
‘concreto-de-pensamiento es, evidentemente, el método científico correcto’ [Althusser,
1973: 97]

Para Althusser, Marx no plantea, al menos no explícitamente, críticas a estas

abstracciones, y de ello, dice, algunos han deducido erróneamente que el objeto del

conocimiento es el mismo en ambos casos; Althusser, sin embargo, defiende que se trata de
abstracciones “radicalmente nuevas”, fruto de “una ruptura epistemológica” [Althusser,

1973: 99-100].

2) Sobre la ciencia

Establecido que el de Marx es el verdadero conocimiento científico, hay que

determinar cuál es la relación existente entre dicho conocimiento y la realidad a la que hace

referencia. Según Althusser, Croce y Gramsci (aunque no son los únicos) cometen un error

al considerar la ciencia como parte de la superestructura, ya que lo que hacen con ello es

“atribuir al concepto de ‘superestructura’ una extensión que Marx le niega”. Analizando la

historia de la ciencia, se observa que no funciona igual que la superestructura jurídico-

política o la ideológica, sino que, aunque “puede nacer de una ideología, [ha de]

desprenderse de su campo para convertirse en ciencia, pero justamente ese

desprendimiento, esa ‘ruptura’, inaugura una nueva forma de existencia y de temporalidad

históricas, que hace escapar a la ciencia (…) de la unidad de la superestructura y de la

estructura” [cf. Althusser, 1973: 145]. De este modo, Althusser critica tanto a los idealistas

que piensan la ciencia como algo puro y ajeno a su contexto como a aquellos que se

exceden y la consideran parte de la superestructura, ya que ese desliz teórico implica la

identificación del objeto de conocimiento con el objeto real.

Más adelante añadirá:

Como profundamente lo dice Marx, el objeto real, cuyo conocimiento se trata de


adquirir o profundizar, sigue siendo lo que es tanto antes como después del proceso de
conocimiento que le concierne (Introducción del 57); si es, por lo tanto, el punto de
referencia absoluto del proceso de conocimiento que le concierne, la profundización del
conocimiento de este objeto real se efectúa por un trabajo de transformación teórica que
afecta necesariamente al objeto del conocimiento, ya que no trata sino de él [Althusser,
1973: 169].

3) Sobre el concepto de plusvalor

Se encuentra aquí posiblemente el punto clave que articula la propuesta de lectura

de Althusser. Citando un extensísimo texto de Engels como argumento clave a su favor,

demuestra que es el descubrimiento del concepto de plusvalor (aquello, recordemos, que la


economía política clásica no veía aunque se veía) el que fuerza, debido a su radical

importancia, a revisar y reestructurar absolutamente toda la teoría económica [cf. Althusser,

1973: 162-168].

Podríamos decir, haciendo uso de la famosa metáfora, que la realidad no

conceptualizada del plusvalor era el eslabón más débil de la cadena teórica forjada por la

economía política clásica. Ese fue el eslabón que Marx pudo y tuvo que romper para, desde

ese punto, desbaratar primero y reconstruir después toda la teoría.

Es la centralidad teórica que Althusser le adjudica a este “descubrimiento”, lo que

hace que lo vea como “el corazón del Libro I” y que considere una “recomendación

imperativa” comenzar a leer por la Sección Segunda [cf. Althusser, 1992: 17].

4) Sobre la base antropológica del fenómeno económico

La economía política clásica se asienta, para Althusser, sobre la concepción

positivista de un campo homogéneo de fenómenos económicos dados y sobre la

antropología ideológica del homo oeconomicus que está en su base [cf. Althusser, 1973:

174-175]. Es decir, hay un espacio económico delimitado (divisible en “consumo”,

“distribución” y “producción”) que puede ser objeto de estudio, y este espacio, además, se

fundamenta en la dimensión económica de los sujetos que constituyen una sociedad y que

desempeñan alternativamente el papel de productores y de consumidores.

En este apartado nos centraremos en los aspectos antropológicos.

Lo primero que se deduce de la lógica de la exposición de Althusser es que “la

producción es la que domina el consumo y la distribución y no lo inverso” [Althusser, 1973:

181]; detalle, dice Althusser, que se veía cuando Ricardo produjo su teoría pero que, a

diferencia de Marx, no vio. Siguiendo a Althusser, las diferencias de Marx con respecto a la

economía política clásica en lo que se refiere a la producción, son las siguientes:


a) “La concepción humanista del trabajo humano como pura creación” [Althusser,

1973: 184], cuando para Marx hay una serie de determinaciones materiales que la hacen

impensable. Esa concepción utópica del trabajo conlleva la omisión de “la necesidad de la

reproducción de las condiciones materiales del proceso de trabajo” [Althusser, 1973: 185].

b) Según Althusser, los medios de producción tienen para Marx una importancia

fundamental en el proceso de trabajo porque “al fijar el modo de ataque de la naturaleza

exterior sometida a transformación en la producción económica, determinan el modo de

producción” [Althusser, 1973: 187]. La economía política clásica no consiguió llegar hasta

ahí.

c) Podríamos decir que Marx define las relaciones de producción como aquellas

combinaciones que vinculan los diferentes elementos materiales de la producción para dar

lugar a un modo de producción concreto. La categoría modo de producción permite, a

través de la concepción dual de estructura y superestructura, ir más allá del hecho

económico para construir un armazón teórico que dé cuenta de una sociedad concreta.

Dice Althusser:

Las relaciones de producción son estructuras, y el economista ordinario que se


esfuerza en vano en escrutar los ‘hechos’ económicos (…), no verá, a su nivel, ninguna
estructura. [Althusser, 1973: 195-196]

Evidentemente, detrás de todo este análisis que vuelve con insistencia sobre el

proceso y las relaciones de producción está esa identificación constante de la clave del

modo de producción capitalista y de la elaboración teórica de Marx: el plusvalor.

5) Sobre la base teórica del fenómeno económico

Desmontada la concepción antropológica que la sustenta, la visión de la realidad

económica como “un campo homogéneo de fenómenos económicos dados” [Althusser,

1973: 174] se convierte para Althusser en un endeble castillo de naipes que puede derribar.
Para Marx, por tanto, “en el nivel económico propiamente dicho, la estructura que

constituye y determina los objetos económicos es la estructura siguiente: unidad de las

fuerzas productivas/relaciones de producción. El concepto de esta última estructura no

puede ser definido fuera del concepto de la estructura global del modo de producción”

[Althusser, 1973: 198].

De ello extrae Althusser las siguientes conclusiones:

[I] Lo económico no puede poseer la cualidad de un dato (…). El concepto de lo


económico debe ser construido para cada modo de producción [Althusser, 1973: 198].

[II] Si el ‘campo’ de los fenómenos económicos no tiene la homogeneidad de un


plano infinito, sus objetos ya no son, con pleno derecho, homogéneos entre sí, por lo tanto,
uniformemente susceptibles de comparación y de medida [Althusser, 1973: 198].

[III] Si el campo de los fenómenos económicos ya no es este espacio plano, sino un


espacio profundo y complejo, si a los fenómenos económicos que están determinados por su
complejidad (es decir, su estructura) ya no se les puede aplicar, como antaño, el concepto de
causalidad lineal, se precisa otro concepto para dar cuenta de la nueva forma de causalidad
requerida por la nueva definición del objeto de la economía política, por su ‘complejidad’,
es decir, por su determinación propia: la determinación por una estructura [Althusser, 1973:
199].

El contraataque del Capitán Garfio

Haciendo acopio del valor que le faltaba al famoso pirata, ha llegado el momento de

dejar de huir de los argumentos del feroz reptil para por fin hacerle frente. Por supuesto han

aparecido muchos puntos discutibles a lo largo de la exposición, así que me detendré para

comentar los más relevantes uno por uno.

Ciencia, crítica y Marx

La tesis althusseriana afirma que hay un Marx joven y un Marx maduro; el Marx

joven sería un ideólogo “contaminado” por la filosofía hegeliana y el Marx maduro un

científico puro y genial.

Sin embargo, esta tesis es muy discutible. Las categorías filosóficas (y no

necesariamente hegelianas, aunque sí la mayoría) están presentes también en El Capital con

una fuerza y utilidad que es imposible ignorar. Por otra parte, la discontinuidad que se
puede suponer que para Althusser existe entre las obras producidas en un período y en otro,

es al mismo tiempo refutada por éste, ya que a lo largo de todo el libro hace referencia a

conceptos y categorías que no son propios de El Capital sino de otras obras de Marx.

¿Cómo sería compatible un concepto “ideológico”, propio del Marx joven, con las

categorías científicas de El Capital? Pues tan sólo si no existe semejante distinción, claro.

Además, hay que tener en cuenta la apreciación de Sacristán acerca de los tres

sentidos de “Ciencia” en Marx: Wissenschaft (conocimiento interno de las esencias en su

despliegue o desarrollo dialéctico), Kritik (cuestionamiento radical de las construcciones

científicas llevándolas hasta el límite en que pueden exponerse dialécticamente) y Science

(ciencia positiva, empírica) [cf. Sacristán, 1980]. Es posible sostener, aunque Sacristán no

lo haga, que estos tres sentidos se articulan de forma simultánea cuando Marx habla de

“Ciencia” a partir de los Grundrisse, pero Althusser parece ignorar los dos primeros, de

forma que “Ciencia” es siempre, en Marx y en Galileo, en Historia y en Física, “Science”.

Toda esa confusión lleva a comparar, sin ningún tipo de matiz, a Marx con Galileo;

y eso está relacionado con la idea de que Marx, con El Capital, descubre el “Continente-

historia”. Me explico: el objeto de Galileo fue el Sistema Solar; el de Marx, el modo de

producción capitalista. El objeto de Galileo es, comparándolo con nuestra temporalidad,

eterno; el de Marx, históricamente específico.

No sólo es que la Historia como objeto sea de una contingencia que,

comparativamente, haga al Sistema Solar casi eterno, sino que el propio objeto de El

Capital no es ni siquiera la Historia al completo sino una minúscula parte de ella. Debido a

todo ello, Marx no podría abordar jamás, y menos en El Capital, la Historia en su conjunto

desde el punto de vista de la pura “Science”.

Por otra parte, lo que sí se encuentra en esta obra es un breve pero fundamental

recorrido histórico que, en el sentido que da Marx a la crítica como “análisis de la génesis”,
explica cómo se configura una realidad contemporánea. Precisamente la intención de Marx

es luchar contra la concepción “eternista” de los fenómenos económicos que en realidad son

propios de un modo de producción concreto.

Althusser no parece ignorar esta cualidad del pensamiento de Marx, pero entonces

no se puede afirmar que, con El Capital, Marx haga de la Historia lo que Galileo de la

Física.

Plusvalor y medios de producción

Aceptemos, puesto que es el propio Engels quien lo dice, que efectivamente la

creación del concepto de plusvalor fue el origen de toda la crítica de Marx a la economía

política clásica. Efectivamente, en el texto citado Engels dice que “partiendo de esta

realidad [la del plusvalor], sometió a examen el conjunto de las categorías que había

encontrado establecidas” [Althusser, 1973: 164]. Sin embargo, siendo eso así, y conociendo

la “pedagogía de El Capital” que Althusser construye a partir de ahí, ¿por qué Marx

comenzó el Libro I por otro lugar?

Engels nos da la respuesta en ese mismo texto: “Para saber lo que es el plusvalor, le

era necesario saber lo que es el valor” [Althusser, 1973, 164]. Nos encontramos en este

punto con que Marx reelaboró su investigación siguiendo su propio criterio pedagógico (y

no sólo pedagógico, como se verá a continuación) porque él mismo tenía claro que sería

imposible comprender qué es el plusvalor sin haber definido el valor previamente.

Entramos, de esta forma, en la crítica de la propuesta althusseriana: no es

imperativo, y puede que ni siquiera recomendable, comenzar por la Sección Segunda puesto

que las bases teóricas de ésta se encuentran en la Sección anterior.

Podemos aventurar, además, que posiblemente existe una línea teórica definida (y

en absoluto exclusiva de Althusser) que, al mismo tiempo que considera central el problema

del plusvalor, plantea como elemento clave para identificar el modo de producción la
propiedad de los medios de producción. Sólo porque la propiedad de los medios de

producción se opone a la propiedad de la fuerza de trabajo hay explotadores y explotados, y

sólo por eso existe plusvalor; abolir la propiedad privada de los medios de producción

significa, en este contexto, terminar con el plusvalor y el modo de producción capitalista.

Sin embargo, autores marxistas que han desarrollado sus reflexiones de forma

posterior a la desaparición de la Unión Soviética (por ejemplo Moishe Postone), han

identificado el valor como el elemento clave que permite la perpetuación del modo de

producción y, por tanto, la importancia no reside fundamentalmente en los medios de

producción sino en la fuerza de trabajo; en este contexto, sólo si se termina con la

aplicación de la ley del valor-trabajo es posible poner fin al modo de producción

capitalista. A la luz de este nuevo enfoque, se vuelve aún más fuerte la propuesta construida

por el propio Marx.

II. LA PEDAGOGÍA DE MARX


Más arriba he señalado que, teniendo en cuenta las palabras de Engels que el propio

Althusser cita, Marx comenzó la exposición de su análisis por un punto distinto al que él

mismo abordó en primer lugar, es decir, por la mercancía y el valor frente al plusvalor.

Ahora bien, ¿era su única justificación que, para entender lo que era el plusvalor,

hacía falta aclarar el concepto de valor previamente? Wolfgang Fritz Haug, en su libro

Introducción a la lectura de El Capital, responde con detenimiento a esta pregunta.

El laberinto de los comienzos

Antes de explicar por qué el comienzo de Marx es el más apropiado a pesar de su

dificultad, Haug considera pertinente dedicar unas páginas a analizar otros posibles puntos

de arranque para comprobar si facilitan realmente la comprensión de la teoría. ¿Cuál es el


criterio? Su accesibilidad5. Veamos qué propuestas estudia Haug y lo que dice de cada una

de ellas:

I) Empezar en la esfera de la producción en vez de en la de la circulación

Observando el índice y realizando unas cuantas deducciones, Haug determina que

ese comienzo se sitúa en el Capítulo V.

[Una vez que Marx] analiza el trabajo 'independientemente de cualquier forma


social' (…), chocamos con obstáculos por todas partes, en cualquier dirección en que nos
movamos. Pues Marx hace un alto tras el análisis de la 'naturaleza general' de la producción
y del proceso de trabajo y presta a los conceptos ya elaborados determinaciones de valor que
nos resultan incomprensibles sin un análisis anterior [Haug, 1978: 26-27].

No es, por tanto, un comienzo accesible conceptualmente para cualquiera.

II) Empezar por las necesidades humanas

Las necesidades conducen evidentemente, para poder ser satisfechas, a la exigencia


del trabajo. (…) Así nos volvemos a encontrar de nuevo con la producción y todo lo que se
oponía a comenzar con ella se sigue oponiendo, por consiguiente, a esta nueva propuesta
[Haug, 1978: 29].

III) Empezar por el trabajo asalariado

Tomemos el trabajo, por tanto, no ya en la forma en que constituye una necesidad


natural eterna, sino tomémoslo tal como está instalado en las relaciones de producción
capitalistas, es decir, como trabajo asalariado. (…) De nuevo resulta imposible eludir el
recurso a conocimientos que aún no están a disposición del principiante y que, por tanto,
sólo llegan a él como principios difíciles de aquilatar. Marx examina el salario, como lo
muestra la consulta del índice, en la Sección Sexta. (…) Para explicar el salario, Marx ha de
recurrir a los conceptos de valor de uso y valor, es decir, a los resultados de la investigación
inicial de la mercancía [Haug, 1978: 29, 30-31 y 33].

Haug termina su explicación haciendo ver que El Capital está escrito pensando

precisamente en una lectura lineal, de forma que cada capítulo se construye sobre los

cimientos que crea el anterior. Con ello, cierra su recorrido por los caminos erróneos y

afirma que lo apropiado es empezar a leer por la Sección Primera, con todas las dificultades

que eso implica y que a lo largo del texto quiere superar [cf. Haug, 1978: 35-37].

5. … si la crítica de la economía política ha de poner el fundamento, y el fundamento para nada menos que la asociación de los
miembros de la sociedad, entonces sólo puede ser estudiada con acierto bajo una forma que la haga accesible a cualquiera,
independientemente de su orientación profesional. (…) De esto deducimos que no podemos fijar como condición previa para la
participación ningún conocimiento especial de la literatura existente. (…) La tarea se plantea, así, como sigue: ha de hallarse
una vía de acceso y un método de trabajo que consientan, sin presuponer conocimientos especiales, hacer accesible e
inteligible esta teoría a todo aquel que disponga al menos de las experiencias de mayor nivel de generalidad de nuestra
sociedad [Haug, 1978: 21].
En el principio fue la mercancía

Vistos y desmontados los puntos de arranque alternativos, Haug pasa a demostrar

por qué el comienzo por la mercancía es un comienzo apropiado. Según Haug, el comienzo

pensado por Marx tiene las siguientes virtudes: es “conocido de todo el mundo”, es

“lógicamente elemental” y es “genéticamente inicial” [Haug, 1978: 47, 42].

Lo primero quiere decir que hasta aquél que no ha reflexionado nunca acerca de su

objeto de estudio sabe de qué le están hablando. Lo segundo que, una vez establecido el

comienzo, el desarrollo de la investigación es lógico y unívoco. Lo tercero, que en la propia

realidad se constituye como comienzo.

Estos tres elementos son, en efecto, comunes a conocimientos sistematizados de la

naturaleza más diversa. Antes de aplicarlos al comienzo de El Capital, voy a mostrar su

presencia en otros dos ámbitos tan distintos de la economía política (y entre sí) como la

biología o la lingüística.

En el caso de la biología, y el ejemplo está parcialmente tomado del propio Haug

(que, a su vez, cita a Marx), ese comienzo es la célula [cf. Haug, 1978: 40]. La primera

condición se cumple puesto que cualquiera, aunque jamás haya llamado de tal forma a un

huevo, al ver el contenido de uno, ha visto una célula. La segunda condición también se

cumple, ya que se sigue lógicamente que las células forman los tejidos, y los tejidos los

órganos, y los órganos los sistemas y aparatos que, a su vez, en coordinación, constituyen el

cuerpo humano; tampoco tiene sentido comenzar el análisis del cuerpo humano por

cualquiera de ellos, y mucho menos por los orgánulos, sin haber definido a la célula

previamente. Por último, la tercera condición también se cumple, puesto que los organismos

unicelulares son los primeros signos de vida en la Tierra y también los elementos necesarios

para que surja una nueva forma de vida.


En el caso de la lingüística, lo primero es la palabra. La primera condición se

cumple porque cualquier persona ha de comunicarse empleándolas aunque jamás haya

tratado de pensar cómo funciona su propio lenguaje. La segunda condición se cumple

también, porque se sigue lógicamente que las palabras forman sintagmas, que a su vez crean

frases, que terminan configurando un texto; de nuevo es impensable explicar cualquiera de

estas unidades lingüísticas sin haber dado cuenta primero de la parte constitutiva

fundamental de todas ellas, y tampoco tendría demasiado sentido comenzar la explicación

por fonemas y morfemas. La tercera se nos presenta como parte de la propia funcionalidad

del lenguaje, al emplear los primeros seres humanos determinadas construcciones fonéticas

más o menos complejas para hacer referencia a una realidad imposible de deducir de éstas.

En el caso de la economía política, el comienzo es la mercancía. En cuanto a la

primera condición, cualquiera, como individuo que forma parte de una sociedad capitalista

más o menos desarrollada en la que el mercado cumple un papel fundamental, ha visto una

mercancía. En cuanto a la segunda, esa mercancía, junto con sus dos determinaciones

internas, permitirá después construir el resto de la teoría y comprender el funcionamiento

del modo de producción; es imposible, además, tal y como hemos demostrado en el

apartado anterior, comenzar por cualquier otro punto sin recurrir insistentemente a la

mercancía y, más que a ella, al valor. En cuanto a la tercera, el intercambio mercantil es un

mecanismo de distribución de la riqueza que históricamente aparece de forma relativamente

temprana y cuyo desarrollo es indispensable para la configuración del modo de producción

capitalista, ya que hace falta que la forma mercancía tenga una cierta extensión para

plantear la posibilidad de que se le aplique a la fuerza de trabajo.

Por completar aún más la comparación, si las dos determinaciones de la mercancía

son valor de uso y valor (llamado insistentemente por Haug valor de cambio6), las dos

6. Esta observación se basa en la traducción al castellano que manejo. Confundir valor y valor de cambio es un error
relativamente fácil de cometer, así que no me extrañaría que Haug hubiese empleado bien los términos y que fuese un
determinaciones de la célula serían sus cualidades morfológicas y fisiológicas7, y las dos

determinaciones de la palabra serían significante y significado8 (ello asumiendo los límites

de la comparación).

Es sorprendente cómo la comparación puede extenderse más allá del planteamiento

general sin forzar los argumentos propios de cada disciplina. Por ejemplo, en cualquiera de

los tres casos la primera determinación (llamémosla “material”) no basta para deducir la

segunda, pero sí es necesaria para que exista. Puede haber valores de uso que no sean

portadores de valor, pero no hay valores que aparezcan de forma independiente. De la

misma forma, los cuerpos de los seres vivos, a un nivel infinitamente más pequeño que el

de la célula, están compuestos por átomos y moléculas (en este sentido, por tanto, también

son morfológicos), pero de éstos no se puede deducir la existencia de vida; por otra parte, es

impensable un organismo vivo “acelular”. Finalmente, hay construcciones fonéticas que no

dan lugar a palabras, pero un significado jamás se dará sin significante.

Oculto, de momento, las conclusiones que extraigo de esta sorprendente

comparación.

Cruce de miradas

Como se ha podido constatar a lo largo de la exposición del punto de vista de

Althusser, lo que de momento desvela el interrogante que pone en marcha este trabajo es

una problemática de carácter epistemológico.

Tanto Haug como Althusser, que ora coinciden ora difieren, se ven obligados a

exponer una cierta “filosofía del conocimiento” o, al menos, una “filosofía del

fallo de traducción; como no tengo acceso al texto original, aplicaremos respectivamente “in dubio pro reo” y
“traduttore, traditore”.

7. La célula es la unidad mínima morfológica porque de ella se componen todos los organismos vivos y también
fisiológica porque, en sí misma, puede ser considerada un organismo viviente.

8. El significante se puede definir como la secuencia de sonidos que crea materialmente la palabra; el significado es,
por tanto, aquello a lo que esos sonidos quieren hacer referencia.
conocimiento de Marx”. Vamos a observar cómo se relacionan sus puntos de vista en dos

cuestiones9:

I) La diferencia entre objetos

En este punto, Althusser y Haug no parecen tener un planteamiento muy distinto.

Donde Althusser habla de objeto del conocimiento y objeto real, Haug habla de “concepto”

y “objeto de análisis”; así, Haug dice que “el análisis destaca las determinaciones en estado

puro [habla de los conceptos de valor de uso y valor], deja fuera todo lo que es posible

eliminar” [Haug, 1978: 90]. Donde Althusser habla de la “producción del conocimiento”10,

Haug analiza “la formación del concepto” [Haug, 1978: 91] y los mecanismos dialécticos y

lógicos que Marx emplea, aceptando implícitamente que la teoría es, de alguna forma,

producida.

II) La “Ciencia”

Ahora, sin embargo, Althusser y Haug tienen visiones distintas. Se vio que

Althusser tomaba la “Ciencia” únicamente como “Science”, comparando por ello a Marx

con Galileo (lo que luego mostré como un error); Haug, por su parte, y aunque no habla

expresamente de la “producción del conocimiento”, al analizar con todo lujo de detalles

cómo Marx “produce” los conceptos que maneja, emplea la palabra “Ciencia” con un

sentido implícito mucho más completo y cercano a la descripción de ella que, basándome

en las apreciaciones de Sacristán, expuse más arriba.

Vistas estas dos cuestiones, ha llegado el momento de exponer mis conclusiones

acerca de la comparación entre la biología, la lingüística y la economía política. ¿Cómo es

9. Las observaciones que hago aquí sobre el punto de vista de Haug las extraigo fundamentalmente de las Lecciones
III a VI, donde se analiza con detalle la construcción de los conceptos que hace Marx para evitar dar nada por
supuesto.

10. Un ejemplo de esa expresión: La teoría de la historia del conocimiento o teoría de la historia de la práctica
teórica nos hace comprender cómo se producen –en la historia de la sucesión de los diferentes modos de producción-
los conocimientos humanos, primero bajo la forma de ideología, después bajo la forma de ciencia. (…) Esta historia
nos da la comprensión del mecanismo de la producción de conocimientos (…). [Althusser, 1973: 68]
posible, me pregunto, que disciplinas con objetos de naturaleza tan distinta tengan en su

base un despliegue conceptual tan parecido? Si parece indiscutible que la biología es

Ciencia, ¿lo son también, en virtud de la comparación, la lingüística y la economía política?

Para responder a ambas cuestiones, es evidente que hay que volver sobre los dos

puntos analizados: la diferencia entre objetos y la concepción que se tiene de lo que es

“Ciencia”.

Considerados desde el punto de vista de su variabilidad, el objeto de la biología es

de una naturaleza mucho más estable que el de la lingüística, y por supuesto que el de la

economía política. En este sentido, la capacidad para hacer predicciones precisas es mucho

mayor en la primera que en las otras dos y, por tanto, si la consideramos conditio sine qua

non, entonces lingüística y economía política no pueden ser descritas como ciencias. Esta

parece que es la concepción que Althusser maneja, y hemos demostrado cuáles son las

limitaciones que de ella se derivan.

Sin embargo, Haug, y parece que Marx también, consideran la “Ciencia” en un

sentido mucho más amplio y, por llamarlo de alguna manera, “formal”. Entienden como

“científica” aquella construcción teórica que, independientemente de la naturaleza de su

objeto (este sería su sentido “material”) y de las diferencias prácticas que puedan derivarse

de dicha naturaleza (que siempre han sido incuestionables11), cumple unos determinados

requisitos formales en la construcción de los conceptos y, por tanto, tiene capacidad

explicativa aunque no necesariamente predictiva (al menos no con la precisión y antelación

que algunos desearían). Es la concepción de la “Ciencia” como condición formal de la

producción de conocimiento que garantiza una cierta capacidad explicativa lo que permite

dar cuenta del paralelismo construido.

11. Ya Aristóteles diferenciaba entre las ciencias cuyos objetos eran “necesarios”, y las ciencias cuyos objetos eran
“contingentes” [Aristóteles, 2000: 1139a]; no hay que escandalizarse ni deprimirse si esa diferencia se mantiene hoy
en día. No está en juego (o no debería) el prestigio de ninguna disciplina ni de ninguna de las personas que la
desarrollan.
Este cuestionamiento del propio significado de la palabra “ciencia”, que aparece

cuando son puestas en relación las múltiples disciplinas consideradas “científicas” y sus

objetos, por una parte anula las pretensiones “cientifistas” de las ciencias sociales y por otra

nos previene contra la aceptación automática e irreflexiva del saber que se presenta como

“científico”.

Se trata, en cualquier caso, de un problema de absoluta relevancia en un mundo

como el nuestro, en el que todo aquello que no es ciencia queda condenado al ostracismo o

la extinción. En esa lucha por la supervivencia, se corre el riesgo de vaciar a la palabra

“ciencia” de todo contenido (material o formal) para convertirlo en una simple señal que

contribuya a convencer al consumidor de “conocimiento” de la buena calidad del producto

(todos los detergentes, tengámoslo presente, consiguen “el mejor blanco”, y todos dejan

manchas).

III. ¿MÁS MARXISTAS QUE MARX?


Hasta ahora, he criticado de forma pormenorizada los comienzos alternativos

atendiendo a cuestiones de carácter epistemológico. Desde ese punto de vista, está de sobra

demostrado que, dada la propia composición del Libro I, es imposible leer de la Sección

Segunda en adelante sin dominar mínimamente la Sección Primera, pero es innegable que

se trata de un comienzo altamente problemático12; ¿no será un error comenzar siempre por

la mercancía? El propio Haug escribe, al principio de su ya citado libro:

El mismo Marx proponía en ocasiones a lectores que acudían a él en demanda de


auxilio que empezasen la lectura en los capítulos posteriores, capítulos que entre otras cosas
contienen una gran masa de información histórica [Haug, 1978: 19]

¿Por qué iba a hacer Marx semejante recomendación cuando él mismo había

seleccionado a propósito otro comienzo? Ventajas epistemológicas no hay, como hemos

12. Dice Marx, en el Prólogo a la Primera Edición: Los comienzos son siempre difíciles, y esto rige para todas las
ciencias. La comprensión del primer capítulo, y en especial de la parte dedicada al análisis de la mercancía,
presentará por tanto la dificultad mayor [Marx, 1984: 5].
visto, ninguna, pero ¿qué sucede con las políticas? Intentaré responder, en el presente

apartado, a este nuevo interrogante.

Proletarios de todo el mundo, abstraed

Volviendo a Althusser y a su Advertencia a los lectores del Libro I, planteo un

interrogante que hasta ahora no había aparecido: ¿hay motivos políticos detrás de su

“recomendación imperativa”?

Frente a El Capital hay dos tipos de lectores: los que tienen experiencia directa de la
explotación capitalista (…) y los que no tienen experiencia directa de la explotación
capitalista pero que, con todo, son dominados, en sus prácticas y su conciencia, por la
ideología de la clase dominante (la ideología burguesa). Los primeros no experimentan
dificultad ideológico-política para comprender El Capital, puesto que habla a las claras de
su vida concreta. Los segundos experimentan una extrema dificultad para comprender El
Capital (…) puesto que existe una incompatibilidad política [Althusser, 1992: 8-9]13.

¿Para quién escribe Althusser? En la Escuela Normal Superior trata más con

estudiantes pequeño-burgueses que con obreros, pero su texto va dirigido a todos. ¿A quién

va destinada, entonces, su recomendación de evitar la Sección Primera? “A todos”, claro,

pero “ante todo” a los proletarios [cf. Althusser, 1992: 16].

La crítica epistemológica a Althusser ya está hecha, así que no tiene sentido

repetirla aquí. Sin embargo, ¿es criticable su propuesta si la pensamos desde el punto de

vista político? El argumento de Althusser es que en el Capítulo IV Marx sitúa al lector

obrero ante la realidad de su explotación, cargando políticamente el contenido del texto

hasta hacerlo palpitar y bombear, como corazón que se supone que es, el fluido escarlata de

la revolución. Sin embargo, Korsch verá (y con acierto) que la dimensión política de las

13. Es curioso hasta qué punto se parece el estilo de Althusser en este texto al que se puede leer en el Libro Rojo de
Mao (teniendo en cuenta que éste, a su vez, guarda muchas similitudes con el de los clásicos chinos, como El Arte de
la Guerra de Sunzi). Me parecería normal que el lector entendiera esto como una consideración extravagante si no
fuera porque los alumnos más cercanos a Althusser a principios de los 60 fundaron después la UJCML, una
formación política que seguía la línea maoísta (¿tendrá algo que ver con la similitud retórica?). Reproduzco dos
breves ejemplos (Mao y Sunzi respectivamente) para que comparen con la cita de Althusser: Las clases luchan, unas
clases salen victoriosas, otras quedan eliminadas. Así es la historia, así es la historia de la civilización de los últimos
milenios. Interpretar la historia desde este punto de vista es materialismo histórico; sostener el punto de vista
opuesto es idealismo histórico [Zedong, 1998: cita 1, capítulo II]. En la guerra, así pues, quien conoce al adversario
y se conoce a sí mismo, librará cien batallas sin correr ningún peligro; quien no conoce al contrario pero sí a sí
mismo, ganará una batalla y en la otra estará perdido; quien no conoce al contrario ni tampoco a sí mismo, en todas
las batallas será, sin remisión, vencido. [Sunzi, 2006: 127].
categorías fuerza de trabajo y plusvalor no se revela hasta el Capítulo V, ya que en el

anterior sólo quedan enunciadas [cf. Korsch, 2003].

Si nos metiéramos por un instante en la piel de hábiles titiriteros, podríamos, a

imagen de los Electroduendes en La Bola de Cristal14, presentar una obra de ficción y tintes

marxológicos dividida en tres actos:

En el primero, Althusser defendería que la carga política asociada al plusvalor se

encuentra en el Capítulo IV; Korsch replicaría y daría pruebas suficientes para demostrar

que es en el Capítulo V cuando la dimensión política aparece realmente.

En el segundo, Althusser le daría probablemente a Korsch la razón, pero insistiría en

la necesidad de seguir su “recomendación imperativa” ya que los conceptos que se

“politizan” en el Capítulo V son construidos en el IV.

En el tercer y último acto, Haug, deus ex merce, les recordaría a ambos que los

pilares conceptuales fundamentales para ambos capítulos se encuentran en el Capítulo I.

“Estimado Karl Marx…”

Marx, evidentemente, no escribe El Capital (tal vez no sólo) con la inocente

intención de legar a varias generaciones de estudiantes y estudiosos un buen par de

rompecabezas teóricos que armar por puro divertimento intelectual. Por el contrario,

concibe y escribe su crítica de la economía política en un contexto de convulsiones políticas

que además experimentará importantes cambios a lo largo del amplio período de tiempo

que Marx dedica a elaborar a lo que finalmente será El Capital.

Un fantasma recorría, efectivamente, Europa, y, fuera o no algo más que un simple

fantasma, lo cierto es que Marx lo imaginaba lector y asentando su revolucionario

ectoplasma sobre la sólida estructura del análisis materialista del modo de producción

capitalista.

14. Supongo que, a pesar de los años transcurridos, aún perdura en el imaginario colectivo ese estupendo espacio que
por desgracia desapareció de la televisión. Recordemos: “¡Viva el Mal! ¡Viva el Capital!”.
Con la intención de saber qué recomendaciones hizo Marx a ese fantasma que,

como el Leviatán hobbesiano, estaba compuesto por los miles de hombrecitos que sumaron

modestamente su aliento al viento revolucionario que sacudía el Viejo Continente, me

tomaré la libertad de adentrarme brevemente en su correspondencia. Escojo dos cartas en

las que aparece tratado este asunto.

Primera carta. 30 de Noviembre de 1867. Hess quiere publicar en París un artículo

sobre los argumentos centrales de la crítica de Marx; éste le escribe a Schily:

El tema que tiene previsto [Hess], la legislación inglesa sobre las fábricas, me
parece también el más indicado para presentar la obra. No obstante, ni esto siquiera se puede
hacer sin algunas palabras de introducción sobre la teoría del valor, ya que Proudhon ha
embrollado las mentes también en este punto. (…) Las exposiciones sobre la jornada de
trabajo, etc., en una palabra, sobre las leyes de las fábricas, no tienen base alguna sin un
conocimiento de la naturaleza del valor. Habría que decir algunas palabras sobre este punto
a modo de introducción [Marx y Engels, 1974: 149]

Segunda carta. 10 de Mayo de 1868. Engels escribe a Marx sobre un artículo que

quiere publicar acerca de El Capital:

No termino de decidir por dónde debo empezar. Creo que debo hacerlo por
la transformación del dinero en capital, pero lo que todavía no veo es cómo. ¿Qué
piensas tú?

Marx responde:

A mi entender, puesto que quieres empezar por el Capítulo II [actualmente Sección


Segunda], no te olvides de indicar en algún sitio a lo largo de tu exposición que el lector
encontrará toda esa morralla relativa al valor y al dinero explicado de una forma nueva en el
Capítulo I. [Marx y Engels, 1974: 173-174]

La conclusión que se puede extraer es que, aunque Marx no rechazaba de forma

tajante los comienzos alternativos que le proponían sus interlocutores, siempre les daba

como referencia el mismo sendero: “Me parece muy bien, pero no olvides que el

fundamento de todo está en el Capítulo I”.

Siendo la mercancía (y, en su análisis, el valor) la “célula” con la que se arma el

capital o la “palabra” con la que se forma su discurso, no ha de extrañarnos nada que Marx,

sabiendo mejor que nadie por qué empezó por el punto escogido, vuelva insistentemente
sobre ello. Ahora bien, ¿es una recomendación puramente epistemológica como hemos

supuesto hasta ahora o hay implicaciones políticas que no pueden obviarse?

Los años de pólvora

De 1968 a 1975, los izquierdistas sueñan con hacer hablar a la pólvora, el


Movimiento de Liberación Femenina lucha por la libertad de las mujeres y la liberalización
del aborto, Actuel orquesta la contracultura californiana, el sueño americano se desvanece
en Vietnam, el modelo soviético es socavado por Archipiélago Gulag. Fin de las utopías,
abnegación al terrorismo, revolución de las costumbres, reinvención de la democracia…
[Hamond y Rotman, 1988]15.

Harry Cleaver, que publicó en los 80 Una lectura política de El Capital, es el autor

escogido para desvelar aquello que de momento permanece oculto bajo las cuestiones

epistemológicas que señalan, contundentes pero solitarias, hacia el Capítulo I. Sous les

pavés de la science, la politique.

Siguiendo la estructuración del texto, en este apartado haremos un recorrido por las

diferentes lecturas históricas que Cleaver identifica en la Introducción. En el apartado

siguiente, con ese contenido a la espalda, nos adentraremos en la lectura política de Cleaver

propiamente dicha.

Lo primero que hace el autor es clasificar los tipos de lecturas de El Capital que se

han dado históricamente atendiendo a varias cuestiones. Distingue, en primer lugar, tres

conjuntos básicos: lecturas económicas, lecturas filosóficas y lecturas políticas [cf. Cleaver,

1985: 70]. A continuación, utiliza dos criterios para clasificar las lecturas encuadradas

dentro de éstos:

Por un lado, éstas pueden ser ideológicas, ya que “contemplan la obra de Marx

como una crítica ideológica o una interpretación crítica del capitalismo”, o estratégicas,

porque “contemplan tal obra como una crítica de la ideología y un descifre estratégico de la

lucha de clases”. [Cleaver, 1985: 69]

15. Lo que cito, por ser un resumen adecuado, es la contraportada. No se trata de un simple capricho el comenzar con
estas líneas; cuando nos adentremos en el próximo texto de referencia, se entenderá lo oportuno de la
contextualización.
Por otro, pueden ser realizadas desde el punto de vista del capital, puesto que

“ayudan a desarrollar la estrategia capitalista”, o desde el punto de vista del trabajo, ya que

“ayudan a aclarar y desarrollar la lucha de la clase trabajadora” [Cleaver, 1985: 70].

1) Lecturas económicas

Estas lecturas entienden El Capital como un texto fundamentalmente económico.

Pueden ser ideológicas o estratégicas, pero en cualquier caso están realizadas desde el punto

de vista del capital. Tienen, escribe Cleaver, problemas para explicar los movimientos

subversivos de los 60 y 70 (campesinos, parados, feministas... pero nunca trabajadores) [cf.

Cleaver, 1985: 100]; cosifican las categorías y benefician al capital en tanto que las vacían

de su contenido social y otorgan a éste (al capital) todo el poder [cf. Cleaver, 1985: 102]; y,

por último, convienen a los partidos leninistas, que se convierten en la única salida de los

trabajadores ante un capital omnipotente [cf. Cleaver, 1985: 105]. Identifica como lecturas

económicas:

·La Segunda Internacional. Defensores representativos de esta lectura son Kautsky y

Bernstein por el lado ideológico, y Rosa Luxemburgo y Lenin por el lado estratégico [cf.

Cleaver, 1985: 74-75]16.

·El marxismo comunista. Tal vez se pueda resumir el análisis de esta lectura

diciendo que, para Cleaver, no la hay digna de tal nombre: “En la Unión Soviética, tras la

derrota de la revolución de 1917, el estudio de El Capital en todas sus formas, la de

economía política y las demás, quedó rápidamente abolido” [Cleaver, 1985: 80]. Es, como

se puede comprobar, drástico y demoledor; tanto que, a veinte años de la caída del muro,

parece casi un ensañamiento innecesario que sólo busca rematar, como si tal cosa fuera

16. Tal vez el lector se sorprenda de que Rosa Luxemburgo o Lenin, personajes célebres por su espíritu revolucionario, sean
vistos por Cleaver como lectores “desde el punto de vista del capital”. Cito unas líneas para aclarar el asunto: Me interesa
más bien señalar que (…) su restricción del alcance de El Capital, y de las teorías de la crisis y el imperialismo derivadas
al campo de la economía política, limitaba la plenitud de sus análisis, dejando sin examen algunos aspectos importantes del
sistema, y lo volvía unilateral: analizaban el crecimiento y la acumulación capitalistas independientemente de la iniciativa
de la clase trabajadora. [Cleaver, 1985: 79].
posible, al muerto. Ni el socialismo chino ni el ruso son para Cleaver otra cosa que “la

orquestación planificada de la acumulación” [Cleaver, 1985: 81]17.

·El keynesianismo neomarxista y la Nueva Izquierda. Se puede resumir esta lectura

diciendo que “se revalúa positivamente a Marx frente a la ortodoxia clásica, pero se le

encuentran ciertas limitaciones ‘donde es necesario recurrir al análisis de Keynes para

completar’ sus teorías” [Cleaver, 1985: 86]; “en su mayor parte, el marxismo quedaba

reducido a la provisión de la retórica y el fondo moral” [Cleaver, 1985: 89].

·El resurgir de la Antigua Izquierda. Ante las críticas de los neomarxisas, introducen

pequeños cambios en su planteamiento: el primero fue explicar “la enorme variación de las

condiciones de producción”; la solución consistió en elaborar “el concepto de los modos de

producción diferentes pero articulados, donde un modo de producción dominaba a otros”

[Cleaver, 1985: 95]. El segundo fue explicar la Crisis de los 70, que “no ha representado un

retorno a Marx sino un retorno al marco y los problemas del marxismo anterior a la

Segunda Guerra Mundial” [Cleaver, 1985: 97].

2) Lecturas filosóficas

Estas lecturas son ideológicas y siempre desde la perspectiva del capital. Debido al

amplio número de autores y reflexiones distintas que aparecen dentro de este conjunto,

Cleaver anuncia que se centrará por una parte en los ortodoxos y por otra en el análisis de la

“esfera cultural” propia de la Teoría Crítica [cf. Cleaver, 1985: 106-107]. Identifica las

siguientes:

·Ortodoxos. El elemento fundamental de este enfoque es el materialismo dialéctico,

y por ello mismo el primero que lo desarrolla es Engels18. Después será defendido en la

17. Las páginas dedicadas a la Unión Soviética, centradas en su papel político ya que no hay lectura analizable, son
demoledoras; no digo erradas porque no me lo parecen, pero sí las veo excesivas.

18. Los autores que siguen este enfoque suelen considerar que, en estos temas, tanto da que escriban Engels, Marx o
ambos, suponiendo que su pensamiento era monolítico. Si esto resulta atrevido, también me lo parece (igual, si no
más) decidir un siglo después que Marx tenía una línea clara que nosotros conocemos y que Engels terminó haciendo
China comunista y en la Unión Soviética. También identifica a Althusser como defensor de

este enfoque [cf. Cleaver, 1985: 108-109, 111-112 y 116].

·Teóricos críticos. Al comparar este enfoque con el anterior, identifica dos ámbitos

en los que los autores de la Escuela de Francfort hicieron aportaciones interesantes. El

primero de ellos es el análisis de la fábrica (como espacio de dominación absoluta y

despótica por parte del capital), que después les llevó a vincular la aparición de formas

políticas autoritarias con la extensión de esa dominación fabril a otros espacios; el segundo

es el análisis de la esfera cultural [cf. Cleaver, 1985: 118-123].

3) Lecturas políticas

Cleaver las clasifica como estratégicas y siempre desde la perspectiva de la clase

trabajadora. Analiza las posturas de diferentes colectivos que, naciendo en el seno del

trotskismo, luego se separan de éste tras su crisis interna en los años 50 (la tendencia

Johnson-Fortest, la revisa Socialisme ou Barbarie y la Nueva Izquierda Italiana). Las

referencias son variadas y muy detalladas, pero si intentamos extraer de ello lo fundamental

para el propósito de este trabajo, podemos decir:

Estas son algunas de las ideas principales que en conjunto constituyen el inicio de
un análisis del patrón del poder de la clase trabajadora: 1) la clase trabajadora como un
poder autónomo; 2) el capital que incluye en su interior a la clase trabajadora; 3) la
tecnología como una división particular del poder de la clase trabajadora generada por la
lucha de clases; 4) la organización de la clase trabajadora como una función de la
composición de la clase y por lo tanto la especificidad histórica del sindicalismo, la
socialdemocracia y el leninismo como soluciones válidas de la organización de la clase
trabajadora; 5) la recomposición política a medida que la clase trabajadora supera la división
del capital; 6) la clase trabajadora incluye a asalariados y no asalariados; y por lo tanto 7) el
capital como capital social o como fábrica social; 8) la crisis capitalista como crisis de poder
entre clases; y 9) la recomposición política de la clase trabajadora y la descomposición
capitalista como la sustancia de los dos momentos de la crisis [Cleaver, 1985: 168-169].

El valor es revolucionario

El objetivo de Cleaver es claro: recoge el testigo que le legan los lectores políticos

antes referidos para “mostrar cómo se relaciona cada categoría y relación con la

un análisis completamente desvinculado. Veo difícil solución a este asunto si no es aceptando que no podemos hablar
por ellos y que se trata sólo de interpretaciones imposibles de demostrar.
naturaleza de la lucha de clases y la aclara y mostrar qué significa eso para la estrategia

política de la clase trabajadora” [Cleaver, 1985: 171]. ¿En qué radica su novedad? En que

hará un análisis político del valor; “uno de los conceptos más básicos de El Capital, que ha

sido fundamental para las lecturas de Marx” antes expuestas. “Desafortunadamente”,

escribe Cleaver, “hasta donde yo sé, el concepto mismo nunca se ha sometido a una lectura

política y esto ha generado un uso confuso y contradictorio” [Cleaver, 1985: 174].

Cleaver sigue la estructura del Capítulo I y nosotros a Cleaver (resumiendo los

argumentos fundamentales de lo que realmente supone la segunda mitad del libro):

I) La mercancía dentro del capital

Si el capital es básicamente la dinámica de la lucha de clases, sería razonable iniciar


su estudio por el examen de las características más básicas de esa lucha. Aunque eso es
exactamente lo que hace Marx, la relación existente entre la mercancía y la lucha de clases
no es inmediatamente obvia. Para aclarar esta relación, debe entenderse que la lucha de
clases se refiere a la forma en que la clase capitalista impone la forma mercancía a la masa
de la población obligando a la gente a vender una parte de su vida como fuerza de trabajo
en forma mercantil para sobrevivir y ganar algún acceso a la riqueza social. (…) Significa la
creación de una clase trabajadora, una clase de personas que sólo pueden sobrevivir
vendiendo su capacidad de trabajo a la clase que controla los medios de producción. (…) En
efecto, podemos definir el capital como un sistema social basado en la imposición del
trabajo a través de la forma mercancía (…), la clase trabajadora es verdaderamente clase
trabajadora [es decir, se define políticamente como tal] sólo cuando lucha contra su
existencia como una clase [Cleaver, 1985: 182-183].

Esa “imposición” se realiza violentamente y es explicada por Marx en la Sección

Séptima del Libro I; en este momento la lucha de clases tiene como objeto determinar si el

capital conseguirá o no imponer la forma mercancía. Cuando el capital se imponga, la lucha

de clases se centrará en “limitar la parte de sus vidas y energías que debía entregar para

sobrevivir”; las luchas históricas sobre la jornada de trabajo se encuentran en el Capítulo

VIII.

Pero a medida que el capital se desarrollaba rápidamente durante la Revolución


Industrial y crecía el tamaño y la fuerza de la clase trabajadora, la actividad de esta última se
hizo cada vez más agresiva [Cleaver, 1985: 195].

A la reducción de la jornada laboral, siguió la reacción del capital con la aplicación

de maquinaria para incrementar la productividad (el paso del plusvalor absoluto al


relativo); esto descubre una realidad terrible: las máquinas no ahorrarán, en contra de lo que

se pudiera suponer, trabajo a los hombres.

Esta paradoja del incremento del trabajo al mismo tiempo que aumenta la
productividad sólo puede tener sentido desde el punto de vista de una clase cuyo medio
básico de control social es la imposición del trabajo (…). Si el desarrollo de la maquinaria
llega hasta el punto de eliminar la necesidad del trabajo, el capital afrontará una crisis
fundamental [Cleaver, 1985: 203-204].

II) Valor de uso y valor19.

Las dos determinaciones de la mercancía parecen, tal y como se exponen, inocuas;

Cleaver, sin embargo, para hacernos ver lo que se esconde tras esa apariencia inmaculada,

toma tres ejemplos.

a) En el caso de la fuerza de trabajo, su valor es el de todo aquello necesario para su

reproducción; su valor de uso, la capacidad de producir no sólo el valor necesario para su

reproducción sino también una cantidad de valor adicional (el plusvalor).

b) En el caso de los alimentos, sus distintos valores se manifiestan en las cantidades

de dinero pagadas por ellos, y sus valores de uso son sus cualidades nutritivas; pagando por

los productos cierran el ciclo que permite a los productores capitalistas obtener D’,

consumiéndolos contribuyen a su reproducción como fuerza de trabajo.

c) En el caso de los medios energéticos (en el contexto de la producción), su valor

de uso para trabajadores y capitalistas es el de ser medios de producción, aunque esto tenga

implicaciones distintas para unos y otros; en cuanto a su valor, éste sólo se realiza ante los

capitalistas, que son quienes lo compran [cf. Cleaver, 1985: 214-230].

III) Trabajo abstracto como sustancia del valor

El trabajo abstracto es la esencia del valor, lo que no puede alterarse sin perder el
concepto mismo. (…) Este análisis, este proceso mental de abstracción, a través del cual
aislamos una sola determinación no es, sin embargo, un proceso que ocurra fuera del
mundo. (…) Por el contrario, el trabajo abstracto es semánticamente significativo como un
concepto no porque todo el trabajo humano sea básicamente similar, no porque algún
elemento común sea necesario para la equivalencia del cambio y sea revelado por ella. Es
significativo porque el capital mismo, en su lucha continua con el trabajo para crear y
mantener la división del trabajo que es la base de la producción mercantil, el cambio, y el

19. En el texto dice “valor de cambio”; me remito a la nota 6.


control social, trata continuamente de volver al trabajo más maleable para sus necesidades.
Esto debe hacerlo mediante un cambio y un desplazamiento continuos de trabajo para
superar las luchas de los trabajadores. (…) Con el desarrollo del capital, el trabajo es
crecientemente ‘abstracto’, precisamente en el sentido real de que tiene menores
determinaciones fijas. [Cleaver, 1985: 243-245]

Es el trabajo concreto que cada hombre realiza el que es objeto de la división social

(con las consecuentes diferencias salariales y de otro tipo –por ejemplo de prestigio- que

dividen a la clase), es el trabajo abstracto el que aparece en la base de la flexibilidad laboral

creciente de los trabajadores [cf. Cleaver, 1985: 246-256].

IV) Tiempo de trabajo socialmente necesario

El hecho de que no tenga mucho sentido medir la cantidad de valor contenida en

una mercancía según el tiempo de trabajo abstracto socialmente necesario que el trabajador

empleó en elaborarla resalta el hecho de que debemos “abandonar definitivamente toda

tendencia a tratar de entender el valor [y otras categorías] en términos de casos individuales

(…), el valor expresa el promedio social que dará las condiciones ‘normales’ de la

producción prevalecientes en cualquier período dado” [Cleaver, 1985: 260-261]. El tiempo

se convierte así en un terreno fundamental de la lucha de clases y los relojes “en

instrumentos de opresión dentro del capital porque los minutos de tiempo de trabajo son

oro” [Cleaver, 1985: 264].

V) El dinero

Dado que la circulación se contempla sólo como un reflejo de las luchas que se
libran en la producción y alrededor de ella, el dinero y las mercancías no se ven como
elementos importantes de la lucha misma [Cleaver, 1985: 295-296].

La relación de reflexión entre una mercancía y su equivalente funciona igual que la

relación entre la clase trabajadora y el capital; una mercancía sólo se sabe mercancía al

“reflejarse” en aquella que actúa de equivalente (el dinero es el equivalente general) y la

clase trabajadora sólo se afirma a sí misma y se reconoce en su relación con el capital [cf.

Cleaver, 1985: 309]. El dinero, equivalente general y, en virtud de ello, mediador universal,
da consistencia y coherencia a ese “enorme cúmulo de mercancías” ya que todas pueden

reflejarse en él y, a través de él, intercambiarse con otras.

La mediación del equivalente universal entre todos los elementos expresa


ciertamente la tendencia del capital a mediar todas las relaciones en la fábrica social.
Interviene en todas partes: entre los productores de mercancías con el dinero M-D-M, entre
los administradores y los trabajadores con los salarios y las leyes, entre padres e hijos con la
escuela, entre hombres y mujeres con el matrimonio y los anticonceptivos. [Cleaver, 1985:
324-325]

Por último, una apreciación fundamental:

Para que el dinero desempeñe el papel de mediador o de equivalente universal,


deben existir muchas relaciones en las que no medie directamente (…), el dinero sigue
siendo el mediador universal porque incluso define su ausencia [Cleaver, 1985: 334-335].

T€K

Terminada la exposición de los argumentos de Cleaver, y estando de acuerdo con él

en la lectura política de las categorías fundamentales del Capítulo I, lo cierto es que hay

determinadas afirmaciones, situadas en la base de su propuesta, que considero criticables.

No obstante, pienso que no son en absoluto pilares fundamentales sin los cuales no se

sostenga el resto del contenido, así que ni podría ni pretendo desvirtuar con mi crítica el

resto de su trabajo.

Recordemos que, cuando Cleaver hablaba de la tradición trotskista (o al menos

cercana al trotskismo) de lectura política de El Capital, mencionaba como rasgos

fundamentales “la clase trabajadora como poder autónomo” y “la recomposición política de

la clase trabajadora y la descomposición capitalista como la sustancia de los dos momentos

de la crisis” [Cleaver, 1985: 168-169].

Pienso que hay dos causas que explican el entusiasmo con el que Cleaver sostiene

(al igual que sus predecesores) que la clase trabajadora es un poder autónomo. Por un lado,

su propia orientación política; por otro, el momento histórico en el que escribe. El carácter

emancipador y casi revolucionario que atribuye a los movimientos de “no asalariados” y la


certeza de que la crisis económica de los 70 era signo inequívoco del fin del capitalismo, se

esfumaron poco después de que Cleaver escribiera el ensayo que hemos tratado.

Los distintos movimientos de “no asalariados” fueron acallados y dominados, o se

convirtieron en el primer paso dado por el capital para deconstruir políticamente a la clase

como sujeto político y situar en su lugar manifestaciones concretas de intereses parciales.

La crisis de los 70 y de lo que había sido el Estado del Bienestar no condujo a la

revolución ni al fin del capitalismo, sino al neoliberalismo atroz y destructivo que hemos

vivido estas últimas dos décadas y que ha tenido como resultado la privatización de la

gestión de los servicios públicos, la precarización del empleo, la progresiva disminución de

las prestaciones sociales que el Estado ofrecía, y, finalmente (hasta ahora), la terrible crisis

económica que sacude al mundo20.

La segunda afirmación, es decir, la recomposición de la clase trabajadora y la

descomposición capitalista como los dos momentos sustanciales de la crisis, cae arrastrada

por lo dicho hasta ahora. La crisis de los 70 significó justamente lo contrario de lo que

Cleaver esperaba: la descomposición de la clase trabajadora y la recomposición capitalista.

Sumemos a eso que, por el momento, atrapados en una nueva crisis económica, el capital

oscila entre la descomposición y la reconfiguración mientras la clase trabajadora espera que

caiga sobre ella el peso de la anunciada recuperación.

Ahora bien, ¿debería extrañarnos semejante situación? ¿En qué se distingue

exactamente de aquellos momentos, ahora remotos, en los que se luchó por la reducción de

la jornada de trabajo? El estudio atento de un fenómeno que en principio se presenta como

una victoria de los trabajadores (esto es, la reducción de la jornada laboral), nos permite ver

el terrible triunfo del capital que asoma los pies por debajo de tan triste cortina: el paso de la

20. Análisis especialmente enfocados en la situación de los trabajadores a partir de ese momento son el de Andrés
Bilbao [Bilbao, 1993] y el de James Petras [Petras, 1997]. En cuanto a los cambios experimentados por el Estado
como consecuencia del paso de un modelo económico a otro, resulta especialmente interesante el trabajo de Robert
Jessop [Jessop, 2008].
subsunción formal a la subsunción real; con ello, la lucha de clases ya no tiene el propósito

de evitar la proletarización de los trabajadores sino mejorar las condiciones en que se

desarrolla la vida del proletariado [cf. Castillo, 2003].

Bajo este nuevo prisma, incluso las ventajas indudables del Estado de Bienestar no

fueron más que mecanismos desarrollados en unas condiciones sociales e históricas

concretas para garantizar la subsunción real del trabajo y, por tanto, la acumulación

capitalista.

El panorama, pues, es desolador: las conquistas de la lucha de clases se tornan vanos

fantasmas de niebla y luz que tan pronto se disipan como nos ciegan, impidiéndonos ver

dónde está la trampa que el capital nos tiende con los husos que hilamos. La clase

trabajadora no aparece ahora en escena como un héroe que, gracias a las luchas colectivas,

esté cada vez más cerca del Olimpo; ya no. Ahora la vemos más bien como el héroe trágico

que, ignorando las palabras del coro que lo advierte, se enfrenta a su fatal e ineludible

destino ante la mirada de los pocos espectadores que, con impotencia, observan el

espectáculo en este teatro casi vacío.

Tal vez la solución sea plantear el problema en los mismos términos en los que Kant

resolvió sus quebraderos de cabeza sobre la libertad. Para él, no había ninguna garantía de

que quedase espacio para la acción libre y moral en un mundo cada vez más claramente

determinado por las fuerzas físicas y las relaciones causales; se encontraba con un límite

insalvable, el del alcance de la razón humana, que le impedía afirmar o negar con

rotundidad que el hombre era libre. Pero en esas circunstancias la acción moral era

igualmente necesaria, y Kant encontró la respuesta: aunque la razón teórica no pudiera

llegar a descubrir la existencia o la ausencia de libertad, la razón práctica, siendo consciente

de ese límite, sí podía pensarla y con ello construir, a partir de esa base (y mejor esa que

ninguna), la filosofía moral [cf. Kant, 2008: 108].


El problema de la clase trabajadora como sujeto político no es muy distinto. En un

desarrollo histórico del capitalismo que muestra su increíble capacidad para mantener la

subsunción real e incluso ahondar en ella, no es una respuesta política aceptable la asunción

del destino inevitable anunciado insistentemente por el coro. La solución es la misma,

puesto que los límites al conocimiento son los mismos: la teoría y la experiencia no nos dan

garantías de ser libres si estamos subsumidos (más bien apuntan lo contrario), pero sólo si

actuamos pensando que lo somos es posible la acción transformadora.

CONCLUSIÓN
Llegados a este punto, y después del largo recorrido realizado, parece apropiado

realizar una recapitulación que sirva al mismo tiempo para condensar los argumentos más

importantes y para lanzar desde ella una conclusión mejor asentada.

A la pregunta por los posibles comienzos de lectura subyacen dos problemas

distintos: uno es de carácter epistemológico y otro de carácter político.

Althusser, defensor de comenzar la lectura por el Capítulo IV, sustentaba su

propuesta sobre una concepción muy concreta de la “Ciencia” y del análisis del modo de

producción capitalista que Marx nos lega en El Capital. Esta visión, reducida a entender la

“Ciencia” en el sentido de “Science”, llevaba a considerar que el plusvalor era, por su

novedad y sus implicaciones en relación con la economía política clásica y la lectura que

Marx hace de ella, el concepto clave. Hemos visto, sin embargo, que esa importancia del

plusvalor como novedad es indisociable de su articulación con el valor.

En busca de una mejor comprensión del problema epistemológico, abordamos el

trabajo de Haug. Gracias a su estudio, que demuestra las desventajas de comenzar por

cualquier otro punto de El Capital y argumenta de forma muy sensata acerca de las ventajas

del comienzo propuesto por Marx, vimos que el Capítulo I no sólo era un comienzo

apropiado sino que, al tratarse de un análisis “científico”, se trataba del punto de arranque
que necesariamente Marx tuvo que presentar. Esto nos llevó a entender que la concepción

de “Ciencia” que subyace a El Capital es mucho más amplia y se refiere más a los aspectos

formales de producción del conocimiento que podemos calificar de científico que a las

circunstancias materiales propias de cada objeto. Esta segunda concepción, que no rebaja a

las ciencias naturales y tampoco disfraza a las ciencias sociales con rasgos que no poseen,

parece, en tanto que menos excluyente (y no por ello menos rigurosa), más apropiada.

El único problema que en algún momento ha aparecido esbozado a lo largo de la

exposición, y que me veo incapaz de resolver aquí, es el de la división de la producción

intelectual de Marx en períodos y las dificultades interpretativas que de ello se derivan. En

su momento me ceñí simplemente a señalar que el propio Althusser se veía obligado a

juntar al Marx joven con el maduro y, por tanto, al ideólogo con el científico; la conclusión

que extraje de aquello fue que semejante distinción no tenía sentido. Ahora bien, ¿existe

alguna distinción? Hay datos biográficos y diferencias evidentes entre unos textos y otros

como para pensar que evidentemente Marx cambió de parecer en lo que toca a

determinados temas (por ejemplo, la concepción del proletariado como clase

revolucionaria), pero ¿cuáles son entonces los textos realmente significativos? ¿Hemos de

pensar que lo último que dijo ha de ser tomado como la manifestación más afinada de su

pensamiento? Como planteé en la nota 18, donde apareció el tema de las posibles

divergencias entre Marx y Engels, pienso que lo que subyace es el problema insalvable de

que estamos leyendo a un clásico: tenemos lo que escribió, punto. Aun así, lo que sí

podemos constatar, en lo que a la economía política se refiere, es que El Capital es, frente a

los Grundrisse o los Manuscritos económico-filosóficos, el texto más preciso. Más allá de

ello, tendremos que convivir con la incertidumbre.


Soy consciente, en cualquier caso, de que estas líneas no resuelven el problema;

simplemente lo dejan aparcado, insinuando que, tal vez, nos encontremos ante una pregunta

sin respuesta (o con muchas, que no es lo mismo exactamente).

Cuando abordamos el problema desde el punto de vista político nos encontramos

con que el propio Marx aceptaba sin problemas los comienzos alternativos, aunque siempre

recordaba que, para hacer comprensibles los argumentos, sería necesario remitirse

brevemente a los contenidos del Capítulo I. Tras revisar la propuesta de Althusser desde el

punto de vista político, contrastándola con la de Korsch y oponiendo a ambos los

argumentos fundamentales de Haug, nos adentramos en el texto de Cleaver y atendimos a

su lectura política del Capítulo I. La única objeción que planteé a su argumentación, y que

desarrollé en el apartado anterior, tenía que ver con una concepción absolutamente

idealizada de la clase trabajadora; sin embargo, repitiendo ahora lo que dije antes, el hecho

de que desde un punto de vista teórico enfrentemos serios problemas para considerar a la

clase trabajadora un sujeto autónomo no quiere decir que, de cara a la práctica política, no

haya más remedio que considerarla así para no haber perdido de antemano (y eso, por

supuesto, no implica que olvidemos los peligros que la teoría nos señala y que la

experiencia nos demuestra).

Ahora bien, ¿son las cuestiones epistemológicas y las políticas independientes? Mi

respuesta es que no. Todo lo contrario. Tienen una relación directa e importante.

Por una parte, ya planteé que los enfoques epistemológicos que presentan el

plusvalor como concepto fundamental, en la práctica política defienden que, para terminar

con el modo de producción capitalista, simplemente es necesario eliminar la propiedad

privada de los medios de producción. Aquellos que, normalmente impulsados por una

crítica a la Unión Soviética, han devuelto al valor (como elemento necesariamente

articulado con el plusvalor) la centralidad que Marx parecía darle, consideran que, aunque
la propiedad de los medios de producción pudiera tener su importancia, lo realmente

fundamental es el trabajo como instrumento de dominación y la ley del valor como el

famoso “cordón umbilical” [Guevara, 2005: 3] que la revolución debería cortar.

Por otra, me parece interesante resaltar que, siguiendo la clasificación de lecturas

planteada por Cleaver (económicas, filosóficas y políticas), y teniendo en mente el requisito

de la accesibilidad planteado por Haug, es el enfoque político el único que, por no requerir

ninguna formación específica, es accesible a cualquiera. Y digo que no lo requiere porque,

más allá del apolitismo que podamos percibir en las sociedades actuales, lo cierto es que no

dejamos de ser una especie que necesita de la vida en sociedad, que cada individuo se ve

irremediablemente afectado por el devenir del conjunto social y que, por tanto, uno queda

(lo quiera o no) atado a “lo político”21, por muy acrítica o inconsciente que sea su postura.

Aunque la conclusión hasta ahora sería que la lectura ideal comienza por el Capítulo

I y mantiene siempre un enfoque político, hemos de tener en cuenta que, precisamente

porque éste debe prestar también atención a la coyuntura en la que se quiere realizar una

lectura de El Capital, no podemos negar la posibilidad de que, con intención de “romper el

hielo” y quitar a los nuevos lectores el miedo a un texto que normalmente se considera

anticuado y/o demasiado difícil, se introduzca la lectura por otro lugar (por ejemplo el texto

de Marx Salario, precio y ganancia, o tal vez alguno de los “capítulos históricos” del Libro

I de El Capital).

Finalmente, como herramienta teórica para las ciencias sociales, El Capital ha de ser

leído, comprendido y empleado siempre articulando el plano teórico y el práctico, puesto

que esa es la combinación que mueve a Marx a realizar su investigación y es ésta misma la

que, con mayor o menor acierto, ha seguido rodeando a quienes se han acercado a esta obra.

21. El criterio de distinción amigo-enemigo [que caracteriza a “lo político”] no significa tampoco que
un determinado pueblo deba ser por la eternidad el amigo o el enemigo de otro determinado pueblo, o
que la neutralidad no sea posible o no pueda ser una elección políticamente válida. Sólo que también el
concepto de neutralidad, como todo concepto político, está dominado en todo caso por este presupuesto
final de una posibilidad real del reagrupamiento amigo-enemigo. [Schmitt, 1984: 31]
Una lectura de El Capital realizada desde las claves aquí descritas proporcionará sin duda

elementos para realizar un buen análisis sociológico con relativa independencia del campo

concreto en que éste se inscriba.

EXCURSUS A MODO DE EPÍLOGO


El empecinamiento althusseriano

Resulta interesante añadir aquí, porque nos permite cerrar el texto con el mismo

planteamiento que lo abrió (el althusseriano), un breve comentario al texto Producción

mercantil y apropiación capitalista. Reflexiones en torno a la estructura y el método en El

Capital [Fernández Liria y Alegre Zahonero, 2008].

Se trata, sin duda, de un interesante estudio de la evolución que experimenta la obra

de Marx en lo que se refiere a la explicación del concepto de plusvalor. El objetivo del

texto, sin embargo, no es simplemente mostrar dicha evolución, sino demostrar que existe

una contradicción conceptual entre la Sección Primera y la Sección Segunda, ya que, “sobre

la base de dicha ley [la ley del valor], lo más lejos que parece poderse llegar por el camino

de la deducción es a establecer el teorema de la imposibilidad, al menos a largo plazo, [de la

transformación de dinero en capital]” [Fernández Liria y Alegre Zahonero, 2008: 84]. Dicha

contradicción llevaría, en último término, a ignorar el Capítulo I, puesto que desarrolla unos

supuestos que luego no se mantienen (aunque Marx diga que sí), y a poder comenzar la

lectura, como Althusser recomendó imperativamente, por el Capítulo IV.

Considero que existe un doble error de apreciación en la lectura de Marx por parte de

estos dos autores: por un lado, tienen una lectura del Capítulo I despojada de la

especificidad histórica que lo caracteriza; por otro, han olvidado un elemento fundamental

de la explicación, que es el carácter especial de la mercancía fuerza de trabajo.

En cuanto al primer error, los autores entienden que la Sección Primera da cuenta de

los conceptos aplicables a cualquier sociedad mercantil, mientras que en la Sección


Segunda aparecerían los conceptos específicamente capitalistas [cf. Fernández Liria y

Alegre Zahonero, 2008: 84]. Sin embargo, siendo cierto que mercancías, dinero e

intercambio ha habido en sociedades no capitalistas, no hay que olvidar dos cosas:

En primer lugar, que Marx desde el primer momento acota temporalmente su

investigación al comenzar su libro con la frase “La riqueza de las sociedades en las que

domina el modo de producción capitalista se presenta como un ‘enorme cúmulo de

mercancías’” [Marx, 1984: 43]. Es la riqueza de las sociedades capitalistas la que analiza y,

por tanto, la mercancía pre-capitalista no es su objeto de estudio por mucho que, a

posteriori y gracias a otros estudios, sea posible establecer similitudes.

En segundo lugar, que el trabajo abstracto, sustancia del valor, no es cualquier tipo

de actividad humana en cualquier época, sino el trabajo específicamente capitalista que,

como hemos visto, es impuesto por la fuerza. Sólo la sociedad capitalista es capaz de

conseguir la abstracción social real de los múltiples trabajos concretos y convertir a los

respectivos valores de uso que producen en mercancías intercambiables de acuerdo con la

equivalencia cuantitativa de tiempos de trabajo socialmente necesarios.

En cuanto al segundo error, recordemos que el propio Marx presenta la aparente

contradicción que existe entre el intercambio de valores equivalente y que se pueda producir

el ciclo D-M-D’.

Si se intercambian mercancías, o mercancías y dinero, de valor de cambio igual, y


por tanto equivalentes, es obvio que nadie saca más valor de la circulación del que arrojó a
ella [Marx, 1984: 195].

Entonces Marx juega a suponer que el plusvalor surge de una habilidosa técnica que

permite comprar barato y vender caro. El problema de la hipótesis es que no puede ser

considerada un mecanismo general de funcionamiento: si todos compran barato es

imposible que todos vendan caro y, al revés, si todos venden caro no es posible comprar

barato. Se trataría de un juego de suma cero en el que el capitalista perdería por un sitio lo
que ganara por el otro.

Por vueltas y revueltas que le demos, el resultado es el mismo. Si se intercambian


equivalentes, no se origina plusvalor alguno, y si se intercambian no equivalentes, tampoco
surge ningún plusvalor. La circulación o el intercambio de mercancías no crea ningún valor
[Marx, 1984: 199].

Así, parece que la contradicción no puede ser resuelta: D-M-D es un ciclo que, así

presentado, no puede convertirse en D-M-D’ ni, por tanto, producir valor adicional. No es

posible dar cuenta de la existencia del plusvalor, y, lo que es más importante, nos topamos

con dicha imposibilidad asumamos o no que se intercambian cantidades equivalentes de

valor.

De lo que parece que se olvidan los dos autores es de que, efectivamente, no es en la

circulación donde se genera el plusvalor, sino en la producción. La pegunta entonces es:

¿qué mercancía y en virtud de qué cualidad, al introducirla en el proceso productivo,

permite que haya más valor al final del proceso del que había al principio? Y Marx nos da

la respuesta: la mercancía fuerza de trabajo [cf. Marx, 1984: 203].

Dicha mercancía se define como “el conjunto de capacidades físicas y mentales que

existen en la corporeidad, en la personalidad viva de un ser humano y que él pone en

movimiento cuando produce valores de uso de cualquier índole” [Marx, 1984: 203]. Y tiene

un valor: “el valor de los medios de subsistencia necesarios para la conservación del

poseedor de aquélla” [Marx, 1984: 207]. Y un valor de uso: “el de ser fuente de valor”

[Marx, 1984: 203].

Dentro de la jornada de trabajo, podemos distinguir entre tiempo de trabajo

necesario y tiempo de trabajo excedente. El tiempo de trabajo necesario se destina a la

producción de las mercancías cuyo valor equivale al de la fuerza de trabajo; el tiempo de

trabajo excedente da lugar al plusvalor [cf. Marx, 1984: 277-282]. La distinción

subyacente, que es la que no han tenido en cuenta los autores del texto que comento, es la

existente entre los conceptos fuerza de trabajo (cuyo valor se realiza en la circulación) y
trabajo (objetivado en las mercancías una vez que la fuerza de trabajo ha formado parte del

proceso productivo, con la consiguiente realización de su valor de uso). La ley del valor,

pues, sigue funcionando como supuesto en la construcción teórica del Capítulo IV y de los

siguientes.

Así, los autores del texto, que parecen empeñados en encontrar nuevos argumentos

para defender la postura de Althusser (su evidente autor de referencia), terminan por no ver,

por no leer, en Marx lo que se lee.

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