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Alejandro Grimson: "En democracia es decisivo entender aquello de lo que uno disiente"

El antropólogo alerta sobre los riesgos de una cultura política que mira el corto plazo, tiende a la dicotomía y elige la
emoción sobre los argumentos

Raquel San Martín / LA NACION / DOMINGO 02 DE DICIEMBRE DE 2012

Si usted cree vivir en un país de origen europeo, blanco e igualitario, donde no hay indios, negros ni discriminación, que
vivió una época de oro que no volverá; si cree que es el único que paga sus impuestos, que el tango es la música nacional y
que las marchas de protesta se organizan a base de choripán, usted es argentino. Y ha ido incorporando estas creencias
que le permiten reconocerse parte de una identidad común. El problema, dice el antropólogo Alejandro Grimson, es que
ésas y otras ideas similares, exageradas, erróneas o malintencionadas, lejos de ser inofensivas, "son obstáculos que afectan
la calidad del debate público y la lógica del proceso político". En su último libro, Mitomanías argentinas (Siglo XXI),
Grimson recorre algo más de 70 de estas creencias compartidas e intenta desarmarlas apelando a las estadísticas, la
historia y los hallazgos más recientes de las ciencias sociales. En diálogo con La Nación, advierte sobre algunos rasgos
particularmente dañinos de nuestra cultura política: la insistencia en el corto plazo, la simplificación, la pasión por las
dicotomías y la emocionalidad que parece poner "todo en discusión".

-En el libro escribe que "para modificar ciertos aspectos de nuestra cultura política es necesario
desmitificar". ¿En qué rasgos piensa?

-Es necesario que todos los argentinos podamos tomar cierta distancia de aspectos que están encarnados en nuestro
sentido común, nuestro lenguaje, nuestra forma de hablar, de interpretar y de actuar para poder entender cuáles de esos
aspectos ayudan a construir un país más democrático, justo e igualitario y cuáles son realmente obstáculos, que afectan la
calidad del debate público y la lógica del proceso político. Uno de esos rasgos es el coyunturalismo, el hecho de que somos
mucho más cortoplacistas que otros países. Desde el punto de vista del Estado, se necesita mucha más planificación y,
desde el punto de vista de los debates, hay un ejercicio que les cuesta a todos los que han sido opositores, que es pensar
qué harían o qué pensarían si estuvieran en el poder. Entender la peculiaridad de nuestra cultura política nos puede
permitir aprender de los otros, sean quienes fueren.

En este proceso de cambiar la cultura política, ¿qué tanto debería venir del Estado y de las elites
dirigentes, y qué tanto desde abajo?

-Desde el Estado obviamente hay una capacidad distinta para poder operar algunos cambios; sin embargo, es difícil que
eso pueda consolidarse si la conversación más general está planteada en términos dicotómicos. Desplegar una crítica a
nuestra cultura política y buscar transformarla debería involucrar a más de un actor político.

-Habla de ciertos "mitos que causan un daño profundo en el tejido social". ¿A cuáles se refiere?

-Los mitos de desprecio, los racistas, los que denostan a los procesos populares sin duda provocan un daño muy profundo.
Los argentinos creemos que en el país no hay racismo. Yo creo que muchas personas que discriminan no tienen ni siquiera
conciencia del poder discriminatorio de sus palabras. Un ejemplo muy conocido: creer que las personas protestan porque
les dan un choripán y una Coca-Cola es algo que las ciencias sociales han demostrado que es falso hace mucho tiempo. Esa
creencia sigue muy instalada, e impide que las personas se pregunten acerca de los motivos genuinos que generan una
movilización, una huelga. No hay movilizaciones que no tengan una racionalidad, aunque uno no la comparta. La
pregunta es cómo se construye la convivencia democrática con mitos que obstaculizan la comprensión de las acciones de
otros que participan del escenario democrático.

-¿No hay también un uso estratégico de estos mitos por parte de gobiernos y movimientos políticos? ¿No
se fomentan ciertos sentidos sobre algunas personas o momentos históricos?

-Creo que toda la sociedad, los medios, los gobiernos, pueden utilizar lenguajes míticos en distintas situaciones. Y cuando
esos actores viven dentro del lenguaje mítico es más lo que dificultan que lo que permiten entender. Uno puede ponerse
contento o triste por el resultado de una elección presidencial, por ejemplo, pero lo que no puede es desconocer la
racionalidad que lleva a ese resultado. Los que quieran transformarlo en el futuro no van a poder lograrlo si no entienden
la lógica que lo generó. Hay una distinción, que en las ciencias sociales es muy fuerte, entre comprender y compartir. Eso
es decisivo para una cultura política: poder entender aquello de lo que uno disiente.

-¿Cree que aparecieron mitos en estos diez años de kirchnerismo, o mitos que el kirchnerismo ha
actualizado?

-Creo que hay muchos mitos que hoy se discuten. Por ejemplo, el mito que dice que todo lo público está mal gestionado y
lo privado está bien gestionado. Lo que no puede hacerse es invertirlo, como a veces sucede, porque hay situaciones
distintas en los dos lugares. Por otro lado, muchas de las voces más críticas del Gobierno hablan del relato, como si
hubiera uno sólo. Yo creo que hoy en la Argentina hay competencia de relatos. Uno, el más conocido, es el que propone el
Gobierno, y hay otros, como el que dice que todo lo que hace este Gobierno es una mise en scène y que ningún funcionario
cree nada de lo que dice. Desmitificar implica asumir una complejidad. Mientras en otros países hay una tendencia a los
matices en el debate público, nosotros tendemos a simplificarlos.

-El estado de polarización política, ¿no favorece la mitificación?

-Sí, la polarización favorece los mitos porque justamente refuerza un punto que está anudado en nuestra cultura política,
que es el binarismo. Para los argentinos es central, pero no en todos los países el debate político se despliega
presuponiendo que hay dos posiciones. Puede haber tres o cuatro, pueden no ser tan excluyentes, puede haber más
porosidad o menos oposición tajante entre los dos. Creo que la situación de binarismo que estamos atravesando se
refuerza con la emocionalidad de la política: los sentimientos están a flor de piel y se torna cada vez más difícil ponerse de
acuerdo, incluso en la interpretación de una frase de un dirigente político. Todo parece estar en discusión. El hecho de que
la emocionalidad predomine por sobre la argumentación plantea un riesgo.

-¿Qué responsabilidad le adjudica al Gobierno en esto?

-Creo que ha habido situaciones diversas. Quizá con la resolución 125 se planteó una dicotomización campo-Gobierno
muy fuerte. Después de las elecciones de 2009, el Gobierno hizo un cambio porque por ese camino no lograba sus
objetivos, pero la oposición empezó a tomar protagonismo en la dicotomización. Creo que apropiarse del lenguaje binario
fue el error más grande de la oposición, y fue fatal en los resultados electorales de 2011. Percibo que hay un cansancio
social con la dicotomización.

-¿Cómo lee las movilizaciones del 13-S y el 8-N? ¿Son reclamos antipolíticos, son movilizaciones
políticas?

-En democracia todas las movilizaciones y protestas ciudadanas son parte del escenario democrático. En estos meses ha
habido problemas económicos que están vinculados a procesos más generales e internacionales, y también algunos
errores políticos que fueron abriendo espacio para que surgiera una crítica más fuerte al Gobierno. Pueden ser críticas de
un sector, que puede ser una minoría numerosa, pero hay que entender que las minorías no logran movilizaciones con
relevancia en todos los contextos. Las movilizaciones del 13-S y 8-N fueron altamente heterogéneas. Lo más interesante,
desde el punto de vista del Gobierno, sería escuchar esa heterogeneidad y ver qué problemas no están en su agenda de
ninguna manera y cuáles sí pueden ser atendidos. El escenario de los próximos meses va a ser distinto si el Gobierno
busca entender algunos de estos reclamos y dar alguna respuesta o si decide ir a la polarización.

-Una estrategia frecuente del kirchnerismo es negar un hecho político para quitarle realidad a ese hecho.
¿En qué medida cree que eso es lo que sucedió después del 8-N y el paro del 20-N?

-Así como percibo matices en el antikirchnerismo, también existen en el kirchnerismo. Y distintos momentos. Si tomamos
el caso de la resolución 125, el trabajo de reconocer los problemas y reclamos se realizó cuando se había cerrado la disputa
más abierta, fuertemente binaria, en la cual el Gobierno perdió mucho capital político. ¿Tendrán la misma estrategia esta
vez? ¿Dará el mismo resultado? Ciertamente, un antropólogo tiene la deformación profesional de abogar por el
reconocimiento del otro, de la diferencia. Pero el mito argentino de la dicotomía como constitutiva de nuestra cultura
política ofrece escasos antecedentes donde cualquiera de las dos partes se avenga a reconocer a ese otro. Unos fueron
acusados de fascistas, tiranos o dictadores. Los otros, de acomodados y extranjerizantes. ¿Cómo salimos de este laberinto
cultural? Ensanchando los espacios donde ciudadanos críticos al gobierno pueden indignarse ante un fallo tan arbitrario
como el de Griesa y donde ciudadanos que apoyan al Gobierno pueden indignarse ante el estado del ferrocarril. O todos
podemos indignarnos, percibir la injusticia que hay en cualquier negación de un hecho, provenga de poderes políticos,
económicos o culturales. Sin doble estándar. Cuando los hechos dejan de ser sagrados en función de la disputa, emerge
algo que caracteriza a la sociedad argentina actual: una crisis hermenéutica. Quienes hacemos esfuerzos por saber
exactamente cuáles han sido los hechos, encontramos interpretaciones completamente disímiles.

-En el libro describe el mito que dice que los medios construyen la realidad y la audiencia es manipulada
por esos mensajes. ¿No ha hecho este gobierno mucho para reinstalar o renovar este mito?

-Efectivamente puede haber políticos que sostengan esto, pero no sé cuánto lo creen o cuánto puede estar vinculado a
cierta estrategia. Hay un hecho muy simple: ¿por qué si muchos medios no apoyaron las políticas de este gobierno,
igualmente tuvo una buena performance electoral en 2011? La idea de que todos los medios actúan en función de una
línea política es adecuada para el siglo XIX, cuando los medios respondían orgánicamente a un partido político, pero la
misma lógica de mercado implica que en cualquier medio hay una cierta heterogeneidad, no es infinita, pero existe. Y si se
hace el ejercicio sobre los principales canales críticos del Gobierno y oficialistas se encuentran periodistas que tienen
matices. Hay que aprender a leer las noticias. No se puede de ninguna manera afirmar que todas las personas que
trabajan en un medio de comunicación adhieren a la línea editorial de ese medio, porque es obvio que los periodistas no
definen la línea editorial. Eso implicaría pensar que las cosas son muy simples.

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