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La mayoría de los chilenos recuerda el gran sismo de febrero de 2010.

Y probablemente, muchos
compatriotas pueden acordarse dónde se encontraban durante los terremotos ocurridos en
1960 y 1985. Incluso los de más edad rememorarán el de Chillán de 1939. Los terremotos han
sido una constante en toda la historia de Chile. Ubicado en el llamado Cinturón de Fuego del
Pacífico, Chile es una de las regiones más sísmicas del planeta. Bajo su territorio convergen la
placa de Nazca y la placa continental americana, provocando periódicamente movimientos
telúricos de diversa magnitud que en ocasiones desencadenan gigantescas catástrofes. Con el
pasar del tiempo, los terremotos han pasado a formar parte de la identidad colectiva de los
chilenos, quedando registrados en la cultura popular a través de la tradición oral.

Desde tiempos prehispánicos, los pueblos indígenas tejieron una red de interpretaciones
simbólicas y religiosas frente a los terremotos. Para la cultura mapuche, por ejemplo, fueron
percibidos como manifestaciones de un desequilibrio cósmico que debía ser recuperado a través
de ofrendas y ritos propiciatorios a los dioses y a los espíritus de los antepasados. Ya durante los
primeros años de la conquista, los españoles debieron sentir los efectos devastadores de la
actividad sísmica propia de esta región. En mayo de 1647 ocurrió el mayor terremoto registrado
en las crónicas coloniales, el que redujo a escombros la ciudad de Santiago y provocó una aguda
crisis económica en un país que, además, había sufrido devastadoras sequías. Similar impacto
tuvo el gran sismo de 1751 en Concepción, que incluso provocó el cambio de ubicación de la
ciudad. La población, mayoritariamente, atribuía los terremotos a alguna voluntad o castigo
divino, desatándose una ola de fervor religioso.

Durante el siglo XIX, dos fueron los terremotos más renombrados: el de 1822 en la zona central y
el de 1835 en Concepción y Talcahuano. A ellos puede sumarse el terremoto y maremoto de
Arica, en 1868. En 1906, ocurrió uno de los terremotos más desastrosos de la era republicana.
Valparaíso, principal puerto, centro financiero y comercial del país, fue destruido casi
completamente. La ciudad, llamada "la perla del Pacífico", quedó reducida a escombros y tuvo
que ser reconstruida casi totalmente; sin contar los miles de muertos que quedaron atrapados
bajo sus ruinas. Dramáticos fueron también el sismo de Atacama en 1922 y el terremoto de
Talca, en 1928.

En 1939 le tocó el turno a la ciudad de Chillán y a toda la región circundante. La destrucción fue
tal que obligó, tanto a las autoridades como a la población en general, a una mejor planificación
y organización en las labores de reconstrucción y rescate. Esto representó la oportunidad ideal
para que el Parlamento aprobara la creación de la Corporación de Fomento y Reconstrucción
(CORFO), institución a través de la cual el Estado dirigió la reconstrucción del país y el fomento
de la actividad industrial.

En 1960 un nuevo terremoto, el más fuerte movimiento registrado en el mundo -9,5 en escala
Richter-, devastó las provincias de Cautín, Valdivia, Osorno, Llanquihue y Chiloé, al situarse su
epicentro en el mar, en las cercanías de Valdivia. El sismo fue acompañado por un tsunami que
provocó una sucesión de enormes olas que arrasaron con las ciudades costeras. Asimismo, el
terremoto hundió algunas zonas que quedaron sumergidas bajo el mar, desatando un derrumbe
en el río San Pedro que, de no haber sido solucionado rápidamente, habría arrasado con lo que
quedaba de Valdivia.

Cinco años más tarde, el 28 de marzo de 1965 a las 12:33, la ciudad de La Ligua sería sacudida
por un fuerte sismo de 7,4 grados. El movimiento, cuyo epicentro estuvo situado en las cercanías
de La Ligua, fue percibido desde Copiapó hasta Osorno.

En la década siguiente, la zona norte y central, fueron afectadas por un terremoto grado 7,75 en
la escala de Richter. El movimiento, registrado el 8 de julio de 1971 a las 23:04 minutos, afectó
desde Antofagasta a Valdivia, con mayor intensidad en Illapel, Los Vilos, Combarbalá y La Ligua.

En 1985 un nuevo sismo sacudió la zona central del país. El terremoto puso al descubierto la
precariedad de las viviendas de adobe que abundaban en las ciudades y pueblos afectados. Ya
en el siglo XXI, en 2007 se produjeron los terremotos de Aysén y de Tocopilla que, pese a no
dejar un gran número de víctimas, causaron enormes pérdidas materiales. Finalmente, en
febrero del 2010 se produjo un terremoto de 8.8. grados en la escala Richter, siendo el segundo
más destructivo en la historia chilena.

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