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Cuento para una noche con luna

Un onírico gato se pasea por los tejados con su caminar de pasarela, sombras multiformes se
esparcen en su pelaje, mientras, una bandada de niños-pájaro juguetea entre las nilísculas. Las
ninfas bailan alrededor de una fogata de hilos anaranjados, rojos y dorados, la luna se une a sus
festejos, el sol calla (así es como tiene que ser). Serad observa todo, se desplaza, cambia de forma,
de tamaño, de sueño a ratos tal vez. Él es todo, él es él, a veces nada y simplemente está, en una
voluptuosa y etérea forma lo ocupa todo sin ser. El tiempo se toma el día para participar en la
extasiada fiesta.

Coloridas y magnificas tiendas se levantaron en los lindes del bosque, una gran mesa de madera se
haya en el centro de escena, dispuesta con todo tipo de alimentos y bebidas: extrañas y alargadas
frutas de los ventosos bosques de Trefagar, enormes peces de las tierras de Mnar, a orillas de la
muerta y lunática ciudad de Ib, filas de barriles de amontillado y extrañas comidas que solo sus
comensales podrían saber describir.

Desde todos lados, desde ningún lugar pues ya estaban ahí y siempre estuvieron ahí, vienen los
mágicos invitados, para celebrar, para celebrar como cada vez que termina el ciclo de la plata.
Llegan desde lejanas tierras, desde las nubes que hacen de hogar para algunos, de entre los
árboles del espeso bosque que rodea el campamento, viajando a través de sus respectivas
dimensiones.

La fiesta transcurre sin transcurrir pues el tiempo así lo quiso. Serad, entonces, baila con las
hermosas ninfas, come en el gran banquete al lado de Nemnus, dios del bosque y todos sus
habitantes, forma parte dela celebración, entendiendo que ese no es más ni menos que su
verdadero hogar y las fantásticas criaturas su única familia. Pero de pronto, como las estatuas en
el jardín de Medusa, queda petrificado. Soporíficamente comienza a acercarse paso a paso.

El primer paso fue tímido y ligero y no hubiera podido turbar el vuelo de una mariposa.

El segundo le dio confianza al primero.

El tercer paso cambió su destino y lo atrapo en las garras de un dragón durmiente.


En frente suyo, Serad, tenía al ser más bello que sus ojos hubieran visto. Sentado con sus piernas
invisibles por debajo del agua de la fuente, jugueteaba en la superficie de su reflejo mientras
cantaba una entramada y olvidada canción, un cabello estrellado con flores servía de marco a una
cara por la que Serad moriría mil días y mil noches solo por verla de nuevo. Y así se lo dijo.

-Que así sea pues- respondió.

Serad entonces despierta en su habitación.

Serad entonces se quita la vida.

Y despierta en su habitación.

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