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1. Derecho a la tierra
Indígenas y campesinos están sufriendo un auténtico asalto, una neocolonización
de sus territorios por parte de empresas extractivas o agroindustriales excitadas
por la enorme demanda asiática y los altos precios de los minerales. Insiste AI: “La
expansión de las industrias agrícolas y extractivas y la introducción de enormes
proyectos de desarrollo, como embalses y carreteras, en tierras tradicionales
indígenas, representaron una amenaza significativa y creciente para los pueblos
indígenas. En Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, Panamá, Paraguay y
Perú, los indígenas considerados un obstáculo para los intereses comerciales
fueron objeto de amenazas, acoso, desalojos forzosos, desplazamientos y
homicidios a medida que el afán de explotación de los recursos se intensificaba en
las zonas que habitaban”. AI suma a esta situación los pocos avances legales y
reales en la Consulta Previa e Informada a los pueblos en caso de megaproyectos
que afecten a sus territorios. Y destaca dos casos: “Perú estuvo a punto de contar
con una legislación histórica al aprobar el Congreso en mayo la Ley del Derecho a
la Consulta Previa a los Pueblos Indígenas u Originarios, redactada con la
participación de los pueblos indígenas. Sin embargo, el presidente García se negó
a promulgarla. Paraguay siguió sin cumplir sendas resoluciones de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos de 2005 y 2006 en las que se ordenaba al
Estado la devolución de tierras tradicionales a las comunidades yakye axa y
sawhoyamaxa”.
4. Inseguridad y pobreza
La ecuación es perversa. La grave situación de inseguridad pública en América
Latina y El caribe afecta, fundamentalmente, a los más pobres, aunque sean las
clases medias y altas las que más presionan para que se intensifiquen las políticas
de “mano dura”.
5. Abandono estatal
El derecho a una vivienda digna, al acceso a la Justicia, a la educación, a la
recreación o al desarrollo de la familia son coartados de forma permanente por la
debilidad de unos estados que han crecido pero no se han desarrollado
democráticamente. El informe de Amnistía Internacional señala la impunidad como
un mal ya endémico, pero sumaba a esto las dramáticas consecuencias de la falta
de atención a las víctimas de catástrofes naturales, como la de Haití. “En enero,
un terremoto devastador asoló Haití, dejando más de 230.000 muertos y a
millones de personas sin hogar. Al finalizar el año, más de 1.050.000 personas
desplazadas por el desastre seguían viviendo en tiendas de campaña en
campamentos provisionales, sin derecho a un alojamiento adecuado y vulnerables
a los ataques. El espectacular aumento de las violaciones sexuales fue un claro
indicio del fracaso de las autoridades a la hora de garantizar la seguridad de las
mujeres y niñas que vivían en los campamentos”.