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LAS 5 ‘NUEVAS’ FORMAS DE VIOLAR LOS DERECHOS HUMANOS

Si usted es mujer, indígena o afrodescendiente y vive en América Latina o El


Caribe, las posibilidades de que sus Derechos Humanos sean vulnerados es muy
alta. Nada cambia y todo está cambiando. Las comunidades luchan y se
defienden.

Ser afrodescendiente, indígena, mujer o defensor de los derechos fundamentales


es tener muchos puntos para sufrir persecución, perder la tierra o morir asesinado
en América Latina y El Caribe. La generalización no es demagógica. Todos los
informes sobre Derechos Humanos en la región lo destacan y el último de
Amnistía Internacional sobre 2010 no va en contravía.

Muchas personas siguen pensando que la violación de Derechos Humanos


ocurría durante las dictaduras militares o que se reduce a la tortura y desaparición
física. No es así… a pesar de que la corrupción y la arbitrariedad son ingredientes
que siguen engordando en América Latina y El Caribe, los poderes políticos y
económicos mutan y, de igual manera, las formas de atentar contra los Derechos
Humanos. Dice Amnistía Internacional (AI) que “en América se han reconocido
muchos derechos humanos en la ley –aunque no siempre en la práctica– en los
últimos 50 años. Está claro que los abusos persisten, sobre todo contra grupos
vulnerables, pero es innegable que, aunque parciales y lentos, se han hecho
progresos en la región. (…) el auténtico motor de los avances han sido las
comunidades más afectadas por los abusos contra los derechos humanos”. El
gran cambio pues es que la acción de las comunidades sí sirve para algo, la
resitencia y denuncia de los abusos provocan cambios, lentos pero seguros.

¿De qué se defienden esas comunidades en América Latina y El Caribe?

1. Derecho a la tierra
Indígenas y campesinos están sufriendo un auténtico asalto, una neocolonización
de sus territorios por parte de empresas extractivas o agroindustriales excitadas
por la enorme demanda asiática y los altos precios de los minerales. Insiste AI: “La
expansión de las industrias agrícolas y extractivas y la introducción de enormes
proyectos de desarrollo, como embalses y carreteras, en tierras tradicionales
indígenas, representaron una amenaza significativa y creciente para los pueblos
indígenas. En Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, Panamá, Paraguay y
Perú, los indígenas considerados un obstáculo para los intereses comerciales
fueron objeto de amenazas, acoso, desalojos forzosos, desplazamientos y
homicidios a medida que el afán de explotación de los recursos se intensificaba en
las zonas que habitaban”. AI suma a esta situación los pocos avances legales y
reales en la Consulta Previa e Informada a los pueblos en caso de megaproyectos
que afecten a sus territorios. Y destaca dos casos: “Perú estuvo a punto de contar
con una legislación histórica al aprobar el Congreso en mayo la Ley del Derecho a
la Consulta Previa a los Pueblos Indígenas u Originarios, redactada con la
participación de los pueblos indígenas. Sin embargo, el presidente García se negó
a promulgarla. Paraguay siguió sin cumplir sendas resoluciones de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos de 2005 y 2006 en las que se ordenaba al
Estado la devolución de tierras tradicionales a las comunidades yakye axa y
sawhoyamaxa”.

2. Derechos sexuales y reproductivos


En las sociedades patriarcales (la casi totalidad), los derechos sexuales y
reproductivos han sido, y siguen siendo, tabú. En América Latina y el Caribe, las
niñas, adolescentes y mujeres, así como los colectivos LGBT (Lesbianas, gays,
bisexuales y transexuales) sufren especial discriminación que se traduce en el
plano laboral, en el acceso a puestos de poder, en restricciones graves para su
autonomía y libre desarrollo, y, lo que es más visible, en la violencia de la que son
objeto. “La violencia contra mujeres y niñas, incluida la violencia sexual, seguía
siendo generalizada, y la mayoría de las sobrevivientes carecía de acceso a la
justicia y a una reparación. Aunque algunos Estados de la región introdujeron
leyes para combatir la violencia de género, en la práctica apenas se aplicaban, por
lo que raras veces se iniciaban investigaciones y enjuiciamientos”, reseña AI en su
informe. Fuera de la foto quedan muchas de las discriminaciones al colectivo
LGBT y a personas que viven con Sida.

3. Muerte a los defensores, silencio a los medios


El desangre es incesante. Las defensoras y defensores de Derechos Humanos
son perseguidos, estigmatizados, encarcelados y asesinados uno a uno hasta
sumar miles. El refinamiento de los discursos del poder silencia esta situación. AI
se refiere, por ejemplo, a las promesas del actual presidente de Colombia, Juan
Manuel Santos (relacionado con los miles de casos de los llamados ‘falsos
positivos’), de mejorar la situación en Derechos Humanos. La realidad: “Sin
embargo, los ataques continuos contra defensores y defensoras de los derechos
humanos, activistas y dirigentes comunitarios, especialmente contra los que
trabajaban en cuestiones relacionadas con los derechos a la tierra, pusieron de
relieve la magnitud de las dificultades que quedaban por superar”.

Si en los setenta y ochenta la tarea de las defensoras y defensores de DDHH


estaba más concentrada en denunciar los abusos de los regímenes militares o
dictatoriales, ahora son una piedra en el zapato de los intereses económicos que
están entrelazados con el poder político: “La defensa de los derechos humanos
continuó siendo una tarea peligrosa en gran parte de la región. En varios países,
como Brasil, Colombia, Cuba, Ecuador, Guatemala, Honduras, México y
Venezuela, los activistas eran blanco de homicidios, amenazas, hostigamiento o
actuaciones judiciales arbitrarias. A menudo se actuaba contra ellos porque su
labor amenazaba los intereses económicos y políticos de quienes ocupaban el
poder”.

En cuanto a los periodistas y comunicadores que no siguen esos discursos


oficiales la cosa no está mejor. Sólo Asia presenta peores estadísticas que las
Américas en materia de persecución a los periodistas. “Casi 400 trabajadores de
medios de comunicación recibieron amenazas o sufrieron ataques, y al menos 13
periodistas murieron a manos de agresores no identificados. Más de la mitad de
estas muertes se produjeron en México, seguido de Honduras, Colombia y Brasil.
Un número significativo de cadenas de televisión, sobre todo en Venezuela y la
República Dominicana, se vieron obligadas a cerrar temporalmente, situación que
también afectó a emisoras de radio. En la República Dominicana, al menos siete
cadenas de televisión y emisoras de radio tuvieron que cerrar temporalmente o
sufrieron el bloqueo de su señal de transmisión antes de las elecciones de mayo.
Algunos canales no habían podido reanudar sus emisiones al finalizar el año”. El
informe no olvida la enquistada situación de Cuba en materia de libertad de
expresión.

4. Inseguridad y pobreza
La ecuación es perversa. La grave situación de inseguridad pública en América
Latina y El caribe afecta, fundamentalmente, a los más pobres, aunque sean las
clases medias y altas las que más presionan para que se intensifiquen las políticas
de “mano dura”.

Amnistía Internacional destaca que “la pobreza, la delincuencia violenta y la


proliferación de armas pequeñas crearon y perpetuaron condiciones en las que
florecían los abusos contra los derechos humanos. Los residentes de zonas
urbanas pobres –concretamente en ciertas partes de México, Centroamérica,
Brasil y el Caribe– seguían atrapados entre la violencia de las bandas organizadas
de delincuentes y los abusos contra los derechos humanos perpetrados por las
fuerzas de seguridad. En muchos casos, la corrupción endémica de las
instituciones del Estado redujo la capacidad de éstas para responder
adecuadamente a la delincuencia organizada”. Y un caso dramático ya casi
olvidado: “En mayo, tras un estallido de violencia de bandas, se declaró en parte
de Jamaica un estado de excepción durante el cual se detuvo al menos a 4.000
personas y hubo 76 muertes violentas, entre ellas las de tres miembros de las
fuerzas de seguridad. Al parecer, más de la mitad de las muertes fueron
ejecuciones extrajudiciales”.

La trampa de la inseguridad y la pobreza sigue afectando, en especial, a indígenas


y afrodescendientes. Según AI, “los pueblos indígenas y las comunidades
afrodescendientes estaban representados de forma desproporcionada entre
quienes vivían en la pobreza, más que ningún otro grupo. La afirmación reiterada,
aunque falsa, de que el respeto a los derechos de los pueblos indígenas era
incompatible con el crecimiento y el desarrollo económicos servía de base a
reiteradas violaciones de derechos”.

Las altísimas tasas de crecimiento macroeconómico registradas en los últimos


años en la la región no han supuesto una redistribución más justa de la riqueza,
por lo que se han acentuado las brechas estructurales. El informe lo resume así:
“Se produjeron avances en la reducción de la pobreza en Argentina, Brasil, México
y Venezuela. Sin embargo, aunque había datos que indicaban que la pobreza
disminuía lentamente en Latinoamérica y el Caribe, casi una quinta parte de la
población de la región seguía viviendo en la pobreza extrema, incluida la gran
mayoría de los pueblos indígenas. Pese a la reducción de la desigualdad en
muchos países, sobre todo en Venezuela, muchas de las naciones menos
desarrolladas no experimentaron ninguna mejora tangible y, al finalizar 2010,
Latinoamérica seguía siendo la región con más desigualdades del mundo”.

5. Abandono estatal
El derecho a una vivienda digna, al acceso a la Justicia, a la educación, a la
recreación o al desarrollo de la familia son coartados de forma permanente por la
debilidad de unos estados que han crecido pero no se han desarrollado
democráticamente. El informe de Amnistía Internacional señala la impunidad como
un mal ya endémico, pero sumaba a esto las dramáticas consecuencias de la falta
de atención a las víctimas de catástrofes naturales, como la de Haití. “En enero,
un terremoto devastador asoló Haití, dejando más de 230.000 muertos y a
millones de personas sin hogar. Al finalizar el año, más de 1.050.000 personas
desplazadas por el desastre seguían viviendo en tiendas de campaña en
campamentos provisionales, sin derecho a un alojamiento adecuado y vulnerables
a los ataques. El espectacular aumento de las violaciones sexuales fue un claro
indicio del fracaso de las autoridades a la hora de garantizar la seguridad de las
mujeres y niñas que vivían en los campamentos”.

En la región, además, se siguen imponiendo condenas a muerte (Bahamas,


Guyana, Jamaica y Trinidad y Tobago, aunque no se llevaron a cabo ejecuciones)
y las leyes antiterroristas se aplican de forma arbitraria y populista afectando los
derechos humanos de los detenidos.

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