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ESTRÉS
ISBN 987-00-0543-8
3.a edición
© Editorial Distribuidora Lumen SRL, 2005.
Grupo Editorial Lumen
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Libro de Edición Argentina Printed in Argentina
I. DE LUCY. A CHARLIE
LUCY*
Sabana africana, a la puesta del Sol, hace más de cuatro millones de
años...
Se encontraba sobre un montículo de tierra, encorvada la espalda. Sus
patas traseras flexionadas le permitían estar casi sentada. Sus miembros anteriores
eran como brazos tendidos hacia adelante, tocando casi el suelo. Sus manos
seleccionaban semillas con destreza y rapidez. Al mismo tiempo, su mandíbula
ejecutaba movimientos cortos, rápidos, triturando el alimento entre sus dientes. El
ruido seco de la masticación se mezclaba con el del soplo de una suave brisa
africana que acariciaba la tierra caliente.
Cierta sensación de frescura emanaba de un charco cercano, fruto de las
últimas lluvias. De pronto, la calma se quebró. Un ruido sospechoso, amenazante,
provocó una rápida y corta inclinación de su cabeza. Dejó de masticar para con-
centrarse en su audición. Orientó la nariz hacia el norte, en dirección al viento, y
realizó movimientos repetidos que acompañaban agitadas y breves inspiraciones.
Abrió más los ojos, y sus pupilas se dilataron para lograr una visión más aguda.
Sus orejas se orientaron en busca del origen de ese ruido, que se confirmaba como
el crepitar de ramas secas al ser pisadas.
Un pulso rápido, consecuencia de la aceleración cardíaca, impulsó su
sangre con marcada fuerza por todos sus músculos. Su respiración se acentuó,
aumentando la entrada de aire a los pulmones. Su cuerpo fue invadido por la
CHARLIE
En Buenos Aires, Argentina, un día de marzo de 1999, a las siete de la
mañana, Charlie, a medias dormido todavía, se encontró apagando el despertador.
Venció sus ganas de continuar en la cama y, con algunos minutos de retraso,
comenzó a afeitarse. La radio adelantaba las conflictivas, problemáticas, noticias
del día. La afeitada rápida, descuidada, le dejó la huella de un corte en la cara.
Sin tiempo para el desayuno, salió de la cochera sin haber saludado al
encargado. El tránsito anárquico y el estrépito de las bocinas sometieron sus
hombros, su cuello y su columna a una tensión muscular adicional. Casi sin
notarlo, se encontró en su oficina, frente al desorden de un sinnúmero de papeles y
documentos. Alguien se encargó, sin misericordia, de recordarle la apretada
agenda del día.
Mientras resolvía los primeros problemas, su tensión fue en aumento. La
situación competitiva era moneda corriente. Hacia el cuarto café, aún no había
sonreído...
Las reuniones, formales y poco placenteras, sólo le concedieron respiro
para un breve almuerzo a la una y media. Una rápida fast-food, a solas, contribuyó
a aumentar su sobrepeso. Para finalizar, más café y algunos medicamentos
recomendados por su médico.
Consultó su reloj: una vez más estaba retrasado. Intentó ganar tiempo
mientras se dirigía a una reunión, desandando a paso rápido la avenida Corrientes.
Decidió avisar que llegaría tarde. Tomó su celular y advirtió que tenía seis
mensajes pendientes. No lo toleró y apagó el teléfono.
Al llegar, la tensión laboral era evidente. Todavía no había sonreído... Una
discusión elevó su presión arterial. La transpiración de sus manos aumentó ligera-
mente. Sintió la comida aún en su estómago. Y, nuevamente, esa molestia en el pe-
cho y la garganta... Pero había conseguido lo que buscaba: menores precios y me-
jores plazos de entrega.
Después, con extraña satisfacción, se detuvo frente a la ventana. Observó
la multitud y el movimiento incesante de los automóviles. Era un jueves por la tar-
de, y todavía lo esperaba más de la mitad de las obligaciones del día...
Entonces recordó que los tres últimos días había vivido el mismo vértigo.
Los sonidos se fueron apagando, la visión se le tornó borrosa... Cayó al suelo.
Minutos más tarde, una sirena anunciaba la infructuosa llegada de una
ambulancia (figura 2).
DE LUCY A CHARLIE
El estrés es el protagonista esencial de ambas historias y lo es también en
nuestras vidas. Si bien salvó a Lucy, terminó, en cambio, con Charlie. ¿Dónde está
la diferencia? No hay vida sin estrés, sólo hay que saber controlarlo y usarlo en la
forma adecuada.
La misma función orgánica del estrés de aquel homínido hace más de
cuatro millones de años se encuentra intacta en el hombre moderno. La diferencia
se llama civilización. Nuestro entorno es diferente. Nos puso a salvo de los
grandes depredadores pero nos dejó expuestos a las pequeñas y repetidas
agresiones cotidianas. En esa frecuencia, en esa continuidad reside la diferencia.
El estrés es algo básicamente útil y bueno. Sirve para alertarnos,
defendernos, nos prepara para enfrentar una situación en defensa de nuestra
integridad. Pero, nuevamente, ¿dónde está la diferencia? La diferencia se llama
estrés agudo y crónico. Lucy se alimentaba tranquilamente cuando una amenaza
que prometía acabar con su vida activó el sistema de alarma. Se activó el sistema
del estrés y todo su organismo se preparó para luchar contra la fiera o para huir de
ella. Se prepa-ó para salvar su vida. En segundos, su cerebro, sus músculos, su
corazón, su presión arterial, su respiración y demás funciones se activaron al
máximo para enfrentar la situación. Como un automóvil de Fórmula Uno, instantes
antes de la lar-jada, todo estaba a punto para el desafío. Sabiamente, Lucy escapó.
Instantes más tarde, se encontraba a salvo. En pocos minutos, había recuperado su
tranquilidad y, nuevamente en paz, se dedicó a seguir alimentándose. Ya no existía
peligro y ya no existía estrés. Había vivido una amenaza muy poderosa, que había
provocado una activación o estrés agudo. Una vez resuelta la situación, todo había
vuelto a la normalidad.
Charlie, en cambio, no sufrió la amenaza terrible y breve de un tigre que
pusiera en peligro su vida. En su lugar, vivió una tensión menor pero constante.
Día tras día, la tensión a la que lo habían sometido las exigencias laborales, las
sociales y su propia demanda interna, fue lesionando su organismo en forma lenta
e implacable. La gota de agua horada la piedra. Charlie sufría de estrés, pero conti-
nuo, crónico. El final de Charlie fue súbito, pero la historia estaba anunciada. Ha-
bía sufrido tensión y estrés en forma sostenida en el tiempo. Estrés crónico. El
peor.
Había vivido tenso, nervioso. No había disfrutado de la vida, no había
sonreído ni había profesado una filosofía sana para él mismo. No había sido feliz.
Aunque, en el fondo, Charlie buscaba la felicidad —¿quién no?-—, pero lo había
hecho por el camino equivocado. Su balance final fue negativo.
Lucy se preparó para salvar su existencia; Charlie, para terminar con ella.
Esa es la diferencia entre Lucy y Charlie. El sistema de estrés de aquel homínido
se activó cuando fue necesario y en la medida correcta. El hombre de hoy tiene
tendencia a encontrarse con su sistema de estrés en activación constante,
permanente. Esta situación no le permite gozar de la vida y genera una hipoteca
que se paga con salud en el futuro próximo. Nuestro desafío consiste en usar
adecuadamente nuestro sistema de estrés, encarar un estilo sano de vida, una
mecánica sabia de pensamiento, y establecernos una escala de valores y objetivos
apropiados para alcanzar el bienestar y la felicidad.
DEFINAMOS EL ESTRÉS
Existen numerosas definiciones del estrés, según el ángulo desde el cual
se lo estudie. Los enunciados estrictamente médicos o biológicos excluyen ciertos
aspectos importantes relacionados con el hombre, su conducta y su psicología. Por
otra parte, las definiciones no médicas dejan de lado condiciones biológicas de in-
terés. A nuestro juicio, la siguiente definición resulta integradora de ambos aspec-
tos y, por lo tanto, útil y operativa:
Se entiende por estrés aquella situación en la cual las demandas
externas (sociales) o las demandas internas (psicológicas) superan nuestra
capacidad de respuesta. Se provoca así una alarma orgánica que actúa sobre los
sistemas nervioso, cardiovascular, endocrino e inmunológico, produciendo un
desequilibrio psicológico y la consiguiente aparición de la enfermedad.
El estrés es como una cuerda de violín: si la tensión es
excesiva, comienza a sonar mal y termina por
romperse.
Figura 3
LA DEFINICIÓN EN DETALLE
Se entiende por demandas las exigencias o requerimientos a los cuales
estamos sometidos. Éstos pueden ser originados en el área externa —como la
sociedad, el trabajo la familia y los amigos—, o pueden tener raíz en nuestras
propias necesidades interiores, aspiraciones, deseos y ambiciones. Nuestra
capacidad de dar respuesta radica en la habilidad para afrontar y manejar
adecuadamente esas exigencias.
Entendemos por alarma orgánica la activación desproporcionada de todos
los órganos y sistemas involucrados en el estrés, especialmente los sistemas
nervioso, cardiovascular, endocrino u hormonal e inmunológico. Cuando esto
sucede, aparecen alteraciones diferentes en las distintas personas, ya que todos
somos diferentes y tenemos cada uno nuestros propios puntos débiles. Un viejo
adagio médico sostiene que "no hay enfermedades sino enfermos". Así, habrá
quien manifieste su estrés por trastornos emocionales o por cualquier otro síntoma,
por ejemplo: hipertensión arterial, trastornos digestivos, tensión muscular,
insomnio o alteraciones hormonales o-sexuales. Trasladando aquella sentencia
médica, podríamos decir lo siguiente en cuanto al estrés: no hay estrés sino
estresados, ya que frente a él todos reaccionan de distinto modo.
Comparemos nuestro cuerpo y nuestra mente a una orquesta. En ella
encontramos al director, que es quien conduce todos los instrumentos, sean de
viento, de cuerda o de percusión. El estrés nace en lo más profundo de nuestra
mente, en nuestro propio yo interior, y ése es el director de nuestra orquesta (figura
4). Si el director de orquesta falla o se altera, no habrá en definitiva instrumento
que escape a esa falla o desorden. Al igual que en la orquesta, frente al estrés no
habrá área de nuestra mente, ni órgano de nuestro cuerpo que escape al problema.
Durante el estrés, somos como una orquesta desafinada.
DEFINICIÓN DEL ESTRÉS EN UNA SOLA PALABRA
Si tuviéramos que definir el estrés con una sola palabra, ésta sería
"desequili-brio", y el instrumento para medirlo, "la balanza". Sucede que,
cuando las demandas psicológicas y/o las sociales exceden nuestra capacidad de
respuesta, la balanza se inclina hacia el distrés o estrés malo. En cambio, si
nuestras posibilidades de respuestas están a la altura de las circunstancias, la
balanza se mantendrá en equilibrio, evitando que caigamos en el estrés. Claro
está que, si nuestra capacidad de responder es aún mayor, inclinaremos la balanza
todavía más hacia el lado del eustrés o estrés bueno, aumentando nuestro
bienestar y eficiencia.
Distrés o estés
maloEustrés ó estrés bueno
El gráfico comienza con los hechos que percibe la persona, pero éstos
serán analizados en detalle más adelante. La lectura detenida de las próximas
páginas le permitirá saber cómo funciona el estrés y obtener la satisfacción de
comprender cómo su mente se relaciona con su cuerpo.
Iniciaremos la descripción comenzando por la corteza cerebral (A) y
seguiremos, sucesiva y ordenadamente, de arriba hacia abajo.
LA CORTEZA CEREBRAL
NUESTRO SALÓN DE DIRECTORIO
La corteza cerebral es como nuestro salón de directorio. Es allí donde se
toman las decisiones y se realizan los razonamientos más técnicos y analíticos. La
corte¬za cerebral —o neocórtex— es la parte más externa del cerebro. Se divide
en cor¬teza o hemisferio izquierdo y corteza o hemisferio derecho. Cada lado tiene
sus funciones específicas. El hemisferio izquierdo se encarga de los razonamientos
analíticos, lógicos, matemáticos, y de la comunicación verbal y escrita. Su
funcionamiento es racional. El hemisferio derecho, en cambio, tiene funciones
relaciona-das con el reconocimiento de las formas, la imaginación, la concepción
del espacio, la capacidad musical o de crear poesía, la de soñar e inventar, la
espiritualidad... Su mecánica no es racional, sino libre y creativa. Aunque se sienta
usted tentado de hacerlo, no intente decidir cuál es más importante. Ambos
funcionan en conjunto y estrechamente relacionados. Tratar de valorarlos de
diferente manera sería como tratar de determinar cuál ala de un pájaro es más
importante. Por otro lado, el hemisferio izquierdo controla la actividad motriz de la
mitad derecha del cuerpo, y el hemisferio derecho, la de la mitad izquierda del
mismo. Si nos viéramos forzados a definir la corteza cerebral con un mínimo de
palabras, diríamos que es la parte del cerebro que piensa.
Más adelante veremos cómo nuestro propio yo, es decir, nuestro director
de orquesta, se relaciona con nuestras percepciones, pensamientos y creencias.
Ahora vamos a describir cómo dirige nuestro cuerpo físico.
EUSTRÉS O ESTRÉS BUENO
EUSTRÉS
DISTRÉS DISTRÉS
Razón Emoción
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Figura 7
EL HIPOTÁLAMO
Este sistema que envía nervios a todo nuestro cuerpo se denomina sistema
nervioso autónomo, justamente porque su función es independiente de nuestra
voluntad. También se lo llama sistema neurovegetativo. No lo manejamos ni cuan do
estamos despiertos ni durante el sueño. Está dividido en dos porciones: el tema
Demandas
simpático y el para simpático. Ambospsicológicas
distribuyen ynervios que, como cablesCapacidad
sociales conductoresde respuesta
de información, se dirigen a todos los órganos de nuestro cuerpo. Cada órgano recibe un
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cable o nervio de cada uno de los sistemas. Es decir, los órganos reciben una doble
inervación, simpática y parasimpática.
En base a esto, es fácil deducir las acciones que ejerce y razonar los motivos, es
decir, por qué lo hace y para qué sirve. Consideremos órgano por órgano y
comprobaremos esa facilidad. Comencemos con el corazón. Cuando éste es estimulado
por el sistema simpático, aumenta la frecuencia cardíaca, o sea que el corazón late más
rápidamente (taquicardia). Si late más rápidamente, expulsa más sangre y oxígeno a los
órganos que lo requieran. Asimismo, al aumentar la fuerza de contracción del corazón,
se eleva la presión arterial. Así, los músculos recibirán más sangre, que es lo que
necesitan ante la eventualidad de luchar o huir. Es lo que le sucedió a Lucy cuando se
enfrentó con el tigre. Por otro lado, la estimulación simpática produce contracción de
los pequeños vasos arteriales —vasoconstricción—, elevando así también la presión
arterial. Los músculos, por su parte, se tensionan para contraerse con mayor fuerza y
aumentan la resistencia de nuestro cuerpo ante los traumatismos. Los bronquios se
dilatan —broncodilatación—, permitiendo que más oxígeno ingrese a los pulmones
en cada inspiración para que más oxígeno pase a la sangre. Oxígeno que será necesario
para la lucha o huida. El estímulo de los nervios simpáticos actúa sobre el hígado, que
produce y libera azúcar —glucosa— en la sangre, lo que es necesario para la contracción
muscular y el funcionamiento del cerebro.
De esa forma, el sistema nervioso autónomo, cuando así lo indica nuestro di-
rector de orquesta, envía señales por el sistema simpático, las que, viajando por las
vías que salen de esa central terminal de trenes que es el hipotálamo, preparan a nuestro
organismo para una situación de alarma, nos disponen para la lucha o para la huida. Es
un sistema liberador de energía.
DISTRÉS DISTRÉS
Razón Emoción
Figura 8
Hemos visto de qué manera el hipotálamo ejecuta las órdenes de nuestro direc-
tor de orquesta mediante la vía nerviosa, es decir, a través del sistema nervioso au-
tónomo o neurovegetativo. Veamos ahora cómo lo hace a través de la vía hormonal.
El sistema hormonal es responsable de los efectos tardíos del estrés, ya que fun-
ciona lenta pero fuertemente. En cambio, el sistema nervioso actúa en forma inmediata.
Esta vía hormonal también controla otras hormonas importantes que sufren los
efectos del estrés. Así, la hipófisis produce la TSH o tirotrofina, que actúa sobre la
glándula tiroides, ubicada anatómicamente en el cuello y que controla el metabolismo
del organismo, aumentando la movilización de energía. Alteraciones de la glándula
tiroides pueden deberse al estrés.
nacer en lo más profundo de nuestra mente, o bien ser una mezcla de ambos. Si es real o
no, en verdad no tiene importancia: si lo percibimos como real, lo es para nuestra
mente. De hecho, la realidad es lo más difícil de percibir. Aquí aplica aquello de que
"las cosas son según el color del cristal con que se mira". Esto es fundamental en la
psicología del estrés. Si creemos que la actitud de alguien representa una amenaza para
nuestros intereses, no importa que realmente lo sea o no: el creerlo así es suficiente
para considerarla como un peligro y desencadenar toda la secuencia del estrés.
Esa secuencia se llama "cascada del estrés" porque, una vez disparada la per-
cepción como amenaza, ésta avanza sin parar a través de todos los pasos del es trés
que hemos visto. Esta percepción de los hechos puede nacer del ámbito so cial, es
decir, de nuestro entorno, o de nuestro mundo interior, en el ámbito de nuestra
psicología más íntima. La separación de hechos perceptivos en lo externo o social y en
lo interno o psicológico, por supuesto, es meramente didáctica, ya que ambos órdenes
están estrechamente relacionados, puesto que somos seres eminentemente sociales.
En la figura 9 está graneado cómo los hechos percibidos son analizados por
nuestra corteza cerebral de modo racional.
Einstein: "Maestro, ¿es usted feliz?" Y el sabio contestó: "¡Sólo sé que mi jardinero es
más feliz que yo!"
Recuerde que Charlie sintió una gran satisfacción al lograr un buen acuerdo
comercial pero, con toda seguridad, no le produjo felicidad. El estrés y la felicidad no se
llevan nada bien.
Así, a través del hipotálamo, aquella central terminal de trenes de la que hablá-
ramos anteriormente, se enviará una señal de activación o estimulación por las vías
nerviosa y hormonal, provocando la puesta en marcha de los mecanismos del estrés. Es
así como la idea o el modo de interpretación que subjetivamente realizamos de los
acontecimientos pasarán del área mental al cuerpo físico, actuando el hipotálamo como
una especie de articulación, como si fuera una suerte de bisagra entre el cuerpo y la
mente (figura 10).
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Las reacciones agudas del estrés, es decir, las que se producen en forma inmediata, son
transportadas por el sistema nervioso simpático y por su mensajero principal, la
adrenalina, que es incorporada a la sangre desde la médula de las glándulas
suprarrenales y por los terminales nerviosos directamente a los diferentes órganos.
Esta acción, como hemos dicho, es inmediata, nos prepara para la lucha y huida, y se
llama "reacción de alarma".
Vimos también cómo y con qué objeto se activan todos nuestros órganos y sis-
temas, y afirmamos que el estrés es un proceso normal y necesario del organismo para
defendernos ante amenazas y prepararnos para la lucha o la huida.
Ahora bien, ¿por qué hace mal el estrés? La respuesta está en el estrés agudo y
en el crónico. El estrés agudo o reacción de alarma, como su nombre lo indica, es aquel
que surge súbitamente, sin aviso previo, y que, debido a su magnitud y a la rapidez de
su aparición, provoca necesariamente el disparo de la cascada del estrés. Esto es
bueno, ya que nos prepara para resistir el embate de la adversidad y sobrellevar la
situación agresora. A esto acudió Lucy cuando fue amenazada por el tigre, y nos pasa a
nosotros cada vez que una circunstancia nos amenaza, como puede ocurrir en lo
laboral, en lo social o en lo personal, y nos obliga a ponernos en condiciones de alerta
en defensa de nuestra integridad y de nuestros intereses.
De esto se deduce que su aparición, lejos de ser dañina, es útil. El problema co-
mienza cuando la amenaza es continua o nuestra capacidad de respuesta demuestra ser
insuficiente. Entonces, el estrés se prolonga en el tiempo, es decir, se hace crónico
(reacción de vigilancia). Aquí sí, al perpetuarse, el estrés crea problemas. Estos
comienzan con modificaciones en la conducta o en el modo de reaccionar frente a las
situaciones. El estrés crónico impide la tranquilidad, la calma y la paz. Termina, en
definitiva, potenciando la aparición de los más diversos síntomas y enfermedades.
Una vez más, la felicidad y el estrés no se llevan bien. Es muy poco probable
que una persona que sufra de estrés y, más aún, que padezca alguna enfermedad
relacionada con él, alcance la serenidad y la armonía necesarias' para transitar por el
sendero de la plenitud y la felicidad. La salud es un bien absolutamente necesario y su
pérdida comienza con el estrés.
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Cualquiera que observe que una luz roja se enciende en el tablero de su au-
tomóvil, con toda seguridad detendrá inmediatamente el vehículo. El indicador
señalará de dónde proviene el problema: la temperatura del motor, el sistema de
frenos, la falta de aceite... Lo cierto es que, espontáneamente, creemos lo que nos dice
el tablero y arbitramos los medios para evitar males mayores y no tener que pagar el
costo económico que eso implique.
Deberíamos tener presente que los síntomas son señales que nuestro cuerpo
nos envía para hacernos tomar conciencia de que algo está funcionando mal y que eso
merece nuestra atención. Así, dolores, tensión muscular, mareos, intolerancia digestiva,
palpitaciones, son luces en el tablero de nuestro cuerpo que deberíamos respetar,
deteniéndonos lo antes posible, para individualizar —o sea, diagnosticar— la causa.
En estrés, esto es aún más importante porque, en general, los signos y síntomas
iniciales son leves, por lo que es más frecuente todavía que se los menosprecie,
perdiendo de esa manera un tiempo precioso.
Hay que prestarle al tablero instrumental del cuerpo el mismo y justificado in-
terés que despierta el del automóvil.
MENTE Y CUERPO
LO PSICOSOMÁTICO
En el año 1920, Félix Deutsch {famoso médico alemán) utilizó por primera vez
la palabra "psicosomático" para designar aquellas enfermedades y alteraciones que,
interrelacionadas con el cuerpo y con la mente, forman un conjunto indivisible. Los
desórdenes psicosomáticos son aquellos en los cuales la mente desempeña un papel
preponderante en su desarrollo. Ansiedad, nervios, inseguridad, temor, cólera,
frustraciones, entre otras perturbaciones emocionales, favorecen la aparición de
enfermedades físicas.
En el capítulo anterior vimos cómo comenzaba el proceso del estrés. Este era la
resultante de la valoración subjetiva —es decir, racional-emocional— de las
percepciones. Dijimos que una percepción es la idea o representación que tenemos de los
hechos. Esa idea es siempre compleja, ya que en ella intervienen numerosos procesos
de valoración subjetivos. Un mismo hecho puede ser vivenciado y considerado de muy
diferente manera según quien sea la persona que lo considere. La música clásica puede
resultar verdaderamente encantadora para algunos y extremadamente aburrida para
otros. Influyen en esa apreciación fenómenos personales, culturales, históricos,
experiencias... Una percepción es una suerte de apropiación de la realidad según el
enfoque de quien la describa. Un mismo hecho de la vida cotidiana puede ser visto y
oído por dos individuos al mismo tiempo, pero la interpretación que de él hagan no
será idéntica sino personal.
Lucy registró con su oído, su olfato y su visión los sonidos, los olores y las imá-
genes que, percibidas en su cerebro y analizadas rápidamente de acuerdo con su
memoria y aprendizaje, desencadenaron una cascada del estrés que puso en marcha
todo su sistema para la lucha o la huida, salvando su vida. Percibió, median te sus
mecanismos sensoriales, la información que, analizada por su cerebro pensante y
emocional, fue detectada como amenaza, y actuó en consecuencia. El estrés agudo,
autolimitado, fue útil para Lucy.
En esto radica la importancia de las percepciones, puesto que, más allá de cierta
flexibilización explicable, lógica, la distorsión de los hechos a través de percepciones
incorrectas se convertirá en un desencadenante continuo del estrés. Ver fantasmas
donde no los hay es malo, pero también lo es no ver un tigre donde realmente está.
Las percepciones incorrectas son el caldo de cultivo para los pensamientos erróneos o
distorsionados. Vivir valorando adecuadamente la realidad es importante. Los
pensamientos distorsionados dan lugar a errores de evaluación y a desajustes con la
realidad y, muchas veces, desembocan en falsas expectativas que generan frustraciones.
Justamente, el estrés representa, entre otras cosas, un desajuste entre la expectativa y la
realidad.
Así puede iniciarse la cadena del estrés, cuyo primer eslabón es precisamente
la percepción y cuyo último eslabón es la enfermedad (figura 11).
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Figu
ra 11
Si a esa altura no hemos sabido escuchar las voces de aviso de nuestro cuerpo,
se alcanzará el cuarto eslabón, el de la enfermedad. Aquí también, y teniendo en cuenta
la predisposición genética, podrá alentarse la aparición de distintas enfermedades, tales
como la hipertensión arterial, la aterosclerosis, la angina de pecho, las arritmias
cardíacas, el infarto agudo de miocardio, la úlcera gástrica/ las infecciones por
inmunosupresión, las enfermedades de la piel, la artritis y hasta el cáncer.
a los estresores. Si bien existen estresores que afectan a todos, cada persona tiene los
suyos propios.
Además, cada uno tiene sus propios síntomas por cuyo intermedio se manifiesta
el estrés. Nuestros estresores y nuestros síntomas nos identifican. Didáctica mente,
llamamos huella digital del estrés al conjunto de esos estresores y síntomas porque, al
igual que una huella dactilar, nos definen y personalizan.
Es más que conveniente, para el diagnóstico del estrés, y sobre todo en su tra-
tamiento, conocer la propia huella digital del estrés para enfrentarlo lo antes posible y
correctamente.
Trataremos, entonces, los estresores y los síntomas, para que usted pueda des-
cubrir su propia huella y, por consiguiente, saber si está expuesto o afectado por el
estrés, a los efectos de encarar las acciones correctivas pertinentes.
ESTRESORES O AMENAZAS
Cualquier circunstancia que sea evaluada por nuestra mente desde lo racional
y lo emocional como una amenaza constituye un estresor. En consecuencia, nos obliga
a efectuar ajustes y cambios en nuestra conducta, con el fin de enfrentar la situación.
No obstante, importa destacar que un estresor puede ser positivo o negativo. Por
ejemplo, una muy buena noticia es también un estresor; pero lo que sucede es que,
obviamente, no producirá cambios nocivos en nuestro organismo, porque no provoca
distrés sino que conduce al estrés bueno o eustrés. Este tipo de estresor es saludable.
Pero, cuando nos referimos a estresores en general, nos referimos a aquellos que, por
constituir una amenaza, van acompañados de una emoción negativa y que dispara la
cascada del estrés, posiblemente de manera sostenida en el tiempo. Reitero: cuando
hablamos de estresores, hablamos en general de amenazas.
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ESTRESOR = AMENAZA
Las fuentes de donde surgen los estresores son diversas pero, en general, pue-
den ser de origen interno o externo. Entre las primeras están las que nacen prima-
riamente de nuestro mundo interior, desde lo psicológico. Las de origen externo
nacen en nuestro entorno o mundo social. En el cuadro 1, se da una clasificación de
estresores que ayudará a ordenar los pensamientos para emprender su búsqueda y así
determinar la propia huella digital del estrés.
ESTRESORES
Ambiciones. Familia.
Soledad. Relaciones personales.
Ansiedad. Trabajo.
Aspiraciones personales. Clientes.
Expectativas. Sueño.
Etc. Calidad del medio ambiente.
Presiones económicas.
Pérdida de un familiar o persona querida.
Nuestro estado físico.
Vecindario.
Seguridad.
Etc.
Cuadro 1