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Presentación del texto: Leonor Arfuch1. “Cronotopías de la intimidad”.

En Leonor Arfuch
(comp). Pensar este tiempo. Espacios, afectos, pertenencias. Buenos Aires: Paidos, 2005.

Seminario de Investigación I
Doctorado en Arte y Arquitectura
Docente: Aurelio Horta
Presentado por: Fabrizio Pineda
27 de febrero de 2018

Uno de los problemas que se ha introducido con mayor ahínco en el pensamiento contemporáneo
es el de la subjetividad: una subjetividad descentrada, no sustancial, producida socialmente y
abocada a un interminable proceso de búsqueda y realización. Frente al paradigma de la
modernidad de un sujeto esencial establecido, las dinámicas y transformaciones de la sociedad
han puesto sobre la mesa el hecho de que ser un sujeto no es una precondición de la experiencia,
sino el resultado del mundo social y del lenguaje. De ahí que, como lo hace Arfuch en el texto en
cuestión, la pregunta por las facetas y dimensiones de la subjetividad no se resuelva con una
referencia a la psiquis o una vida mental o afectiva cerrada y única, sino a la exterioridad,
justamente a lo que está fuera del sujeto. El intersticio resultante de la tensión entre lo interior y
lo exterior, lo privado y lo público, es precisamente el topos de la subjetividad. De esta manera, la
pregunta de Arfuch por la intimidad conlleva reconocer las diversas facetas de experiencia que
han permeado el mundo contemporáneo (en un proceso que iniciaría en la modernidad) y que
remiten a las maneras de surcar los límites entre lo interior y lo exterior de aquellas vivencias que
nos definen como individuos y seres en el mundo.
Es por ello que Arfuch inicia su reflexión con la distinción de la época clásica entre el
espacio de lo privado y el espacio de lo público. Desde el siglo XVIII, el emergente
individualismo y el mundo burgués realizan esta separación en la vida cotidiana de los
individuos, donde frente al mundo del trabajo y la política lo privado es directamente asociado
con lo doméstico, el hogar, el lugar de refugio, de escape, de pulsión y sensibilidad, liberado de
las normas sociales y dispuesto para la exploración y cuidado de sí. En este espacio fue posible
construir la intimidad, para lo cual, según la autora, la palabra, la epístola y la escritura autógrafa
constituyó un medio de expresión privilegiado. A través de adoptarse a sí mismo como motivo de
expresión literaria, el yo adquirió espesor y presencia. Empero, el juego de la escritura de sí, en
tanto práctica comunicativa, no deja de ser paradójica, puesto que siempre está abocada a lo
público, esto es, a ser aparición pública desindividualizada; la intimidad se ubica en una tensión
entre la búsqueda de una interioridad que, a la vez, tendrá siempre como referente lo exterior, lo
visualizado, condición susceptible de identificar en nuestros días: “También aquí podríamos
señalar un crescendo sin pausa: la intimidad es hoy sin duda un terreno transitado hasta la
saturación por todo tipo de tematizaciones y experimentaciones, de lo científico a lo abyecto, de
la literatura a las artes visuales, el cine, el teatro, los medios de comunicación y, por supuesto, los
usos y costumbres cotidianos” (242).

1
Doctora en Letras de la Universidad de Buenos Aires, Profesora Titular de la Carrera de Sociología, Facultad de
Ciencias Sociales, UBA e Investigadora en el Instituto de Investigaciones Gino Germani.
1
Junto a esta dimensión “espacial” de la intimidad, de su lugar, Arfuch identifica la
complementariedad de la dimensión temporal. Siguiendo el caso de las escrituras del yo, resulta
evidente el papel autoconstructivo de la narración. El cúmulo de sensaciones, vivencias,
recuerdos, pulsiones solamente adquiere sentido a través del ejercicio de otorgar una
temporalidad que pueda ser narrada -narración que, empero, no se limita a lo escrito, sino que
puede ser efectuada en lo oral, lo visual, lo audiovisual-. La narración hace aparecer los
elementos intangibles de una vida a través de sus medios tangibles: el libro, los objetos, las
imágenes, la casa, el cuerpo. Precisamente la tarea de organizar y materializar la narración
demanda convertir la temporalidad en un vector de sentido cuyo hilo conductor es precisamente
la subjetividad en proceso. “La identidad narrativa -personal, colectiva- se despliega así, a la
manera de un relato ininterrumpido, en una tensión marcada por el llegar a ser más que por el
ser” (282).
Espacio y tiempo de la intimidad, constituyen esa topología que por sí misma es expresiva
de la subjetividad y que se hace tangible, en particular, en el “altar doméstico”, la casa. Un lugar
que desde la puerta de entrada significa un umbral en el paso de lo público a lo privado (y
viceversa), de lo doméstico a lo amenazador, sin dejar de ser, de hecho, dos caras de la misma
moneda. Pero el hecho de que sean en realidad una unidad implica que hay una inevitable
transposición de uno en otro. En lo íntimo del hogar ya están internalizadas las normas que rigen
la conducta en el exterior, así como en lo exterior a los muros de la casa se hacen públicas las
prácticas íntimas que sirven para dar trama a la intersubjetividad (247). A esta peculiar relación
entre tiempo y espacio que ronda la intimidad y que encuentra lugar de expresión en la vivencia
de la casa es a lo que Arfuch se refiere con el término “cronotopos”: “El cronotopo es entonces
una especie de punto nodal de la trama, tiene una dimensión configurativa, por cuanto inviste de
sentido -y afecto- a acciones y personajes, que asumirán por ello mismo una cierta cualidad. En él
operará tanto el presente de la narración -su actualización en un relato verbal, visual, audiovisual-
como la carga valorativa que conlleva por historia y tradición” (255).
Si, siguiendo a la autora, decimos que la casa se encuentra llena de cronotopos, entonces
debemos asumir que la noción de narración remite al despliegue de la temporalidad en “lugares
de anclaje de la cronología y la afectividad”. En sintonía con la noción de dialoguismo de Bajtín,
diríamos que Arfuch lee la casa como un texto cuya escritura es subjetividad y comunicatividad
al mismo tiempo. Siguiendo la célebre cita de Kristeva sobre Bajtín, “todo texto se construye
como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto. En el lugar de la
noción de intersubjetividad se instala la de intertextualidad, y el lenguaje poético se lee, por lo
menos, como doble” 2. Este carácter relacional de la intimidad es lo que Arfuch señala como un
espacio biográfico, esto es, “un espacio diacrónicamente habitado, en la doble tensión del
lenguaje como pura actualidad, presencia sintagmática y como carga histórica, paradigmática,
ausencia sobre la que se recorta todo decir, en un diferimiento (différance) temporal del sentido”
(250). Esto quiere decir que la casa es un cronotopo en la medida en que en ella hay
intertextualidad de lo espacial y lo temporal, no como dos lógicas separadas, sino mutuamente
constitutivas: un espacio biográfico donde la multiplicidad se organiza en cada actualidad (o

2
Julia Kristeva. “Bajtin, La Palabra, El Diálogo Y La Novela”. En Desiderio Navarro (Ed). Intertextualité. Francia
en el origen de un término y el desarrollo de un concepto. La Habana: Casa de las Américas, 1997, p.3
2
actualización) a la luz de la temporalidad de la propia vida. Es por esta razón que Arfuch insiste
en rastrear los rasgos de la esfera íntima en los detalles que forman el espacio en que vivimos,
poblado de los elementos simbólicos que hacen “hogar”, pero que a la vez se encuentran en una
contemporánea refiguración a causa “del carácter migrante de la cultura contemporánea” (251).
De esta manera, Arfuch nos recuerda los valores asociados a la esfera íntima de la casa
natal: nido, cobijo, refugio, regazo materno. La casa natal se escribe con signos de pertenencia y
nostalgia susceptibles de ser profundamente compartidos. Es una característica que puede
vivenciarse incluso allí donde no es la propia casa, es decir, cuando quien lee ese relato de vida
no es su propio autor (sujeto del enunciado) pero puede adoptar ese texto como propio en tanto
lector (sujeto de enunciación): “al leer/escribir un cuarto, una casa, -afirma Arfuch citando a
Bachelard- “los valores de la intimidad son tan absorbentes que el lector no lee ya nuestro cuarto:
vuelve a ver el suyo”” (253). Sin embargo, esa re-lectura de retorno implica ya una nueva
temporalidad. Aún si se vuelve al hogar, es inevitable la nostalgia causada por encontrar que “ya
nada es como era entonces”: el “regreso” es ya un relato diferente del mismo espacio y en un
presente distinto. Esta resemantización es una característica particular de los cronotopos; los
dinamismos y la velocidad de los cambios de la época contemporánea se confrontan con los
anclajes de los viejos lugares. De ahí que el mercado explote la casa como un inagotable objeto
de deseo que debe ser poblado con la multiplicidad presente de objetos de confort; esta es una
temporalidad prospectiva del “llegar a ser” deseado que se confronta, empero, con las lógicas
narrativas de una búsqueda retrospectiva que exalta el valor de lo tradicional, lo retro e, incluso,
lo barroco. Por ello la casa como cronotopo de la intimidad es un punto nodal de una permanente
reescritura de la interioridad misma; el espacio biográfico no es un estanco del sujeto, sino un
territorio fragmentado y múltiple siempre abierto a nuevas formas de ser relatado. Ello, en lugar
de mostrar una carencia, indica la relevancia de dicha fragmentación de la experiencia como un
ejercicio continuo de hacer la propia intimidad.
Tras acotar esta particularidad de la casa como cronotopo de la intimidad, Arfuch nos
invita a considerar lo que ocurre más allá de su umbral interior. La forma de esta intimidad
aparece hoy ubicua, ligada a una condición comunicativa. En nuestra sociedad las barreras entre
lo público y lo privado se hacen porosas y sus funciones relativas dependientes de la posición de
enunciación: “cada espacio, lejos de ser definido de antemano, irá tornándose más o menos
público o privado, según contextos interaccionales, indexicalmente, esto es, en relación con
posiciones enunciativas, gestuales, corporales” (262). Arfuch lo ilustra en cuatro escenarios. En
primer lugar, es evidente hoy que incluso las facetas secretas y ocultas de la intimidad alcanzan
su punto extremo de aparición pública a través de las pantallas (“intimidad pública” del cine
porno y su multiplicación en la web), para irrumpir nuevamente en la casa por medio de un nuevo
consumo. También, en segundo lugar, los esfuerzos de recolección de memorias a través de
prácticas archivísticas de organismos de derechos humanos dan cuenta de una búsqueda de una
intimidad pérdida que habría que reponer en la memoria colectiva. En el campo de las artes
visuales, en tercer lugar, el uso de los objetos cotidiano en una instalación genera una narrativa en
la que ellos “no remiten a sí mismos, como gestos provocativos que adquieren su valor por su
localización “fuera de lugar” en el museo, sino en un contexto significante que (re)define
semánticamente ese lugar” (268). Finalmente, la televisión juega un papel importante en la

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construcción pública de una “nueva” intimidad “que se ofrece como un consumo cultural
fuertemente jerarquizado” (270). Induce, según la autora, una “modelización del deber ser” que
se ha de alcanzar, por el que se ha de competir y que, en consecuencia, dejará a otros
inevitablemente rezagados; con ello, ese deber ser aparecer como una intimidad intensificada
“como la más real” que, empero, se evidencia como la más frágil y sumisa a los avatares de la
moda y las tendencias.
Pero junto a estas fragilidades del espacio de la intimidad, Arfuch reconoce que ella puede
ser también un impulso de transformación social. Ejemplo de ello serían los movimientos
feministas que ponen en cuestión la carga ideológica de la separación entre lo público y lo
privado, lo colectivo y lo individual y defienden la posibilidad de pensar otras formas de
articulación de lo femenino con la vida, lo público y lo doméstico. Lo que aquí se pone en juego
no es solo el objetivo político de un movimiento social, sino otras formas de narración
autobiográfica, cuya diversidad de lenguajes “permite realizar, performativamente, el despegue
hacia una subjetividad-otra” (279). Este fenómeno también se evidenciaría en las formas en que
los migrantes acumulan, siendo forasteros, cronotopías de la intimidad a través de objetos
simbólicos y valorados y la participación en prácticas rituales de apropiación del territorio; los
objetos serían mediadores del exilio y la pertenencia dejada atrás que, empero, se persigue aún,
mediante la práctica estética que ellos vehiculan. Diría entonces Arfuch que vivimos una época
de una “intimidad diaspórica” en el que la experiencia se forma en los flujos, cambios y
migraciones, asociando y confrontando a la vez aquellos lugares, objetos, memorias, imágenes de
nuestro territorio y hogar al que se sueña con retornar, con la identidad narrativa y siempre
fragmentaria que nos expone a la mirada de los otros.
A modo de cierre, considero que el texto de Arfuch nos invita a incorporar en la
aproximación a las poéticas un punto de confluencia inevitable en el pensamiento estético
contemporáneo, a saber, la subjetividad. En particular, reconocer esta subjetividad en proceso,
abierta, que se encuentra en permanente construcción no puede dejar de lado la faceta creativa y
experimental que se efectúa en las relaciones con el cuerpo, con las cosas, con los espacios, y
cuyos anclajes pueden identificarse, al decir del texto, con algunos cronotopos. Así, junto a las
“lógicas” estéticas de los diversos medios expresivos y formas materiales -ya sean imágenes,
objetos, ambientes o paisajes-, los territorios de lo estético son un hacer del sujeto que en la
performatividad de su cotidianidad e intimidad lleva cabo una práctica estética en el mundo que
es, a la vez, constitutiva de sí mismo. Por ello estimo que esta invitación a abrirse a las relaciones
con la subjetividad enriquece la comprensión de las poéticas y su relevancia para la vida y la
cultura.

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