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Historia Del Siglo XX Eric Hobsbawm Version Resumida PDF
Historia Del Siglo XX Eric Hobsbawm Version Resumida PDF
HISTORIA DEL
SIGLO XX
1914-1991
[Síntesis]
Casi ningún estado pasó los años cincuenta sin revolución, golpes
militares que reprimir, prevenir o realizar la revolución, o
cualquier otro tipo de conflicto armado interno. Esta
inestabilidad social y política es el denominador común del tercer
mundo.
Al identificar estas acciones con el comunismo, los EE.UU.
combatieron este peligro con ayuda económica y propaganda
ideológica, en alianza con los regímenes locales o sin ella. Se
estima que 20 millones de personas murieron en las más de cien
guerras entre 1945 y 1983, casi todas ellas en el tercer mundo.
Los partidos comunistas no fueron frecuentes en el tercer
mundo, ninguno de ellos se convirtió en la fuerza dominante en
los movimientos de liberación nacional. La URSS adoptó una
visión pragmática en sus relaciones con estos movimientos,
puesto que ni se proponía ni esperaba ampliar la zona bajo
gobiernos comunistas más allá de sus límites. Cuando la Cuba de
Fidel se declaró comunista la URSS la puso bajo su protección,
pero sin poner en peligro sus relaciones con EE.UU. No hay
evidencias de que planeara ampliar el comunismo mediante la
revolución, lo que esperaba era que el capitalismo fuera enterrado
por la superioridad económica del socialismo.
El tercer mundo se convirtió en la esperanza de los que
seguían creyendo en la revolución social. La izquierda, incluyendo
a los liberales y socialdemócratas, necesitaban algo más que leyes
de seguridad social y aumento de salarios. El tercer mundo
mantenía vivos sus ideales, esto llevó a los liberales europeos de la
segunda mitad del siglo XX a apoyar a los revolucionarios y a las
revoluciones del tercer mundo.
Después de 1945, la forma más común de lucha
revolucionaria en el tercer mundo pareció ser la guerra de
guerrillas, pero con esto se subestima el papel de los golpes
militares de izquierda, las insurrecciones militares y el potencial de
las masas urbanas al viejo estilo. Sin embargo, en el tercer cuarto
del siglo todos los ojos estaban puestos en las guerrillas. Los
cincuenta estuvieron llenos de ellas en el tercer mundo, casi todas
en los países coloniales donde las potencias se resistían a la
descolonización. La revolución en Cuba (1959) fue la que llevó la
estrategia guerrillera a las primeras planas.
Fidel ganó porque Batista era frágil y carecía de apoyo real, se
desmoronó en cuanto la oposición de todas las clases, desde la
burguesía hasta los comunistas, se unió contra él y sus agentes,
concluyendo que su tiempo había pasado. Fidel lo puso en
evidencia y sus fuerzas heredaron el gobierno. Un mal régimen
con pocos apoyos había sido derrocado.
Ni Fidel ni sus camaradas eran comunistas (excepto dos) ni
admitían simpatías con el marxismo. El Partido Comunista
Cubano tenía pocas simpatías hacia él. Sin embargo, todo
empujaba al movimiento castrista en dirección al comunismo. El
populismo de Fidel no era una forma de gobernar un país,
necesitaba una organización y el Partido Comunista era el único
que podía dársela. Los dos se necesitaban y acabaron
convergiendo.
Esta revolución atrajo a la izquierda del hemisferio occidental
y de los países desarrollados después de una década de
conservadurismo, además de dar publicidad a la estrategia
guerrillera. Cuba empezó a alentar una insurrección continental,
animada por el Che. En toda América Latina grupos de jóvenes
entusiastas se lanzaron a luchas de guerrillas condenadas al
fracaso. Resultaron ser un error espectacular, pues las condiciones
de muchos de esos países eran adecuadas para movimientos
guerrilleros eficaces y duraderos.
Incluso cuando algunos campesinos emprendía la senda
guerrillera, las guerrillas fueron pocas veces un movimiento
campesino, sino movimientos realizados en zonas rurales del
tercer mundo dirigidos por jóvenes intelectuales provenientes de
las clases medias de sus países. Las operaciones guerrilleras son
más fáciles de realizar que las rurales, pues no se necesita de la
solidaridad y connivencia de las masas, ya que se puede
aprovechar el anonimato de la gran ciudad, el poder adquisitivo
del dinero y la existencia de un mínimo de simpatizantes, en su
mayoría de clase media.
Incluso en América Latina, la fuerzas más importantes para
promover el cambio eran los políticos civiles y los ejércitos. Una
ola de regímenes militares de derecha empezó a inundar gran
parte de Sudamérica en los años sesenta. Aunque había logrado
éxitos espectaculares en América Latina, Asia y África, la vía
guerrillera a la revolución no tenía sentido en los países
desarrollados. No obstante, el tercer mundo sirvió de inspiración
a los jóvenes rebeldes y revolucionarios, o a los disidentes
culturales del primer mundo. Lo que movilizaba a la izquierda en
el primer mundo era el apoyo a las guerrillas del tercero. El
tercermundismo, la creencia de que el mundo podía emanciparse
por medio de la liberación de su periferia, atrajo a muchos de los
teóricos de la izquierda del primer mundo.
En los países en que florecía el capitalismo industrial nadie
volvió a tomar en serio la expectativa de una revolución social
mediante la insurrección de las masas. En 1968-1969 una ola de
rebelión sacudió a los tres mundos, encabezada por la nueva
fuerza social de los estudiantes, cuyo número se contaba por
cientos de miles en los países occidentales y que pronto se
convertirían en millones.
Las revueltas estudiantiles resultaron eficaces en especial
donde -como en Francia e Italia- desencadenaron enormes
oleadas de huelgas de los trabajadores que paralizaron
temporalmente la economía de países enteros, y sin embargo, no
eran revoluciones. Los estudiantes del primer mundo rara vez se
interesaban en derrocar gobiernos y tomar el poder. No obstante,
las revueltas contribuyeron a politizar a muchos de los rebeldes
de la generación estudiantil. Por primera vez desde la era
antifascista, el marxismo atraía a los jóvenes intelectuales de
Occidente. Era un marxismo con orientación universitaria,
combinado con modas académicas y otras ideologías, puesto que
nacía de las aulas y no de la experiencia vital de los trabajadores.
Cuando las expectativas utópicas de rebelión de evaporaron,
muchos volvieron a los antiguos partidos de la izquierda, que se
revitalizaron con este aporte de entusiasmo juvenil. Como era un
movimiento de intelectuales, muchos entraron en la profesión
académica, pero otros organizaron pequeños cuadros de
vanguardia, con directrices leninistas para infiltrarse en
organizaciones de masas o con fines terroristas. En esto
Occidente convergió con el tercer mundo, que también se llenó
de organizaciones ilegales con métodos violentos.
Este fue el periodo más negros de la historia moderna de la
tortura, de escuadrones de la muerte, bandas de secuestro y
asesinato, desaparición de personas y guerras sucias. Resultó más
grave en América Latina, en cambio, los países socialistas apenas
se vieron afectados por este problema. Sus épocas de terror
habían quedado atrás y no había movimientos terroristas en sus
fronteras, sino grupos de disidentes públicos.
La revuelta estudiantil de fines de los sesenta fu el último
estertor de la revolución en el viejo mundo. Fue global porque
por primera vez, el mundo donde vivían los ideólogos
estudiantiles, era realmente global. Y sin embargo, esta no era la
revolución mundial como la había entendido la generación de
1917, sino el sueño de algo que ya no existía. Nadie esperaba ya
una revolución social en el mundo occidental. La mayoría de los
revolucionarios ya no consideraban a la clase obrera como
revolucionaria. El futuro de la revolución estaba en las zonas
campesinas del tercer mundo.
Incluso donde la revolución era una realidad o un
probabilidad, ya no era universal. Los distintos movimientos
guerrilleros de liberación colonial se preocupaban sólo de sus
propios asuntos nacionales. La revolución orientada más allá de
las fronteras sobrevivió en forma atenuada en los movimientos
regionales: panafricano, panárabe y panlatinoamericano. La
prueba del debilitamiento de la revolución mundial fue la
desintegración del movimiento internacional dedicado a ella.
Después de 1956 la URSS perdió el monopolio de la revolución y
de la teoría y la ideología que la unificaba, aunado a la ruptura con
China en 1958-1960, la invasión a Checoslovaquia (1968) clavó el
último clavo en el ataúd del internacionalismo proletario.
A pesar de esto, la inestabilidad social y política que generaban
las revoluciones proseguía. A principios de los setenta, una nueva
oleada de revoluciones sacudía gran parte del mundo, aunada a la
crisis en los ochenta de los sistemas comunistas que finalmente
concluyó con su derrumbe en 1989. Las revoluciones de los
setenta ocurrieron sobre todo en el tercer mundo, aunque se
desplazaron por diversas zonas.
Comenzaron en Europa, (Portugal 1974, derrocamiento del
régimen; España 1975, muerte de Franco y transición española).
Los movimientos guerrilleros africanos se multiplicaron a partir
del conflicto del Congo y de la política del apartheid en Sudáfrica.
Estos cambios crearon una moda de regímenes dedicados en
el papel a la causa del socialismo, aunque en realidad pertenecían
a un género muy distinto, debido a las diferencias de los
sociedades. Sólo en Sudáfrica surgió un genuino movimiento de
masas de liberación nacional con una organización sindical y un
Partido Comunista eficaz. Al acabar la guerra fría el régimen del
apartheid se vio obligado a la retirada. El retiro de los EE.UU. de
Indochina reforzó el avance de comunismo. Todo Vietnam esta
ahora bajo un gobierno comunista, lo mismo que Camboya y
Laos. En América Latina se dio la revolución nicaragüense
(1979), el movimiento guerrillero en El Salvador, y el
asentamiento de Torrijos en el canal de Panamá; estos
movimientos presentaban la novedad de la presencia de
sacerdotes católicos inspirados por la teología de la liberación.
Los EE.UU. consideraban estas revoluciones como un avance
de la ofensiva global de la URSS; puesto que se habían alineado a
las fuerzas conservadoras en el tercer mundo, se encontraban en
el lado perdedor de las revoluciones. Su posición como
superpotencia se vio debilitada por la derrota en Vietnam. Como
los EE.UU. veían su debilitamiento como un reto hacia ellos y
como un signo de la ambición soviética, las revoluciones de los
setenta desencadenaron la segunda guerra fría, cuyo campo de
combate fue África y Afganistán, donde la URSS participó por en
un conflicto armado primera vez después de la segunda guerra
mundial fuera de sus fronteras.
La URSS sentía que la revoluciones le permitirán mover a su
favor el equilibrio global, y compensar sus fracasos en China y
Egipto. Su retórica se refería ahora a los estados orientados hacia
el socialismo, aparte de los plenamente comunistas. De ahí que a
pesar de no haber hecho ni controlado tales revoluciones
(Angola, Mozambique, Etiopía, Nicaragua, Yemen del Sur y
Afganistán), las acogió como aliadas.
La caía del sha de Irán en 1979 fue la más importante
revolución de los setenta. Fue una respuesta al programa
modernizador e industrializador que el sha emprendió con el
apoyo gringo y la riqueza petrolífera, multiplicada tras 1973 por el
alza de los precios de la OPEP. Después de ser restituido en 1953
con apoyo de la CIA, el sha mantuvo a raya a los viejos
comunistas y a la oposición nacionalista en los sesenta y setenta
con ayuda de la policía secreta. La modernización cultural se
volvió contra él, y su entusiasmo por la educación aumentó la
instrucción de las masas y produjo un bloque de universitarios
revolucionarios. La industrialización reforzó la posición de la
clase obrera, en especial de la industria petrolífera.
El clero islámico y organizado políticamente movilizó a las
nuevas plebes urbanas lideradas por el ayatolá Jomeini, que a
principios de los setenta empezó a predicar a favor de una forma
de gobierno totalmente islámica, del deber del cero de rebelarse
contra el despotismo y tomar el poder, es decir, una revolución
islámica. Las guerrillas entraron en acción. Los trabajadores
cerraron los campos petrolíferos y los comerciantes sus tiendas.
El 16 de enero de 1979 el sha partió al exilio: la revolución iraní
había triunfado.
Su novedad fue ideológica. No provenía de la tradición de
1789 o 1917. fue la primera realizada y ganada bajo la bandera del
fundamentalismo religioso y la primera que remplazó al antiguo
régimen por una teocracia populista cuyo programa significaba
regresar al siglo VII d.C. desde los setenta los movimientos
religiosos del mundo islámico se convirtieron en una fuerza
política de masas entre las clases media e intelectual, influenciados
por la revolución iraní. No obstante, las viejas ideologías seguían
influenciando a América Latina (Sendero Luminoso en Perú),
África y a la India.
Las revoluciones de finales del siglo XX tenían dos
características. La atrofia de la tradición revolucionaria establecida
y el despertar de las masas. A partir de 1917-1918 pocas
revoluciones se han hecho desde abajo. La mayoría fueron
encabezadas por minorías de activistas o impuestas desde arriba
por golpes militares o conquistas armadas. Pero a finales del siglo
XX las masas volvieron a asumir un papel protagónico. Fuese lo
que fuese lo que estimulaba alas masas inertes a la acción era la
facilidad con la que las masas salían a la calle lo que decidió las
cuestiones.
Estas acciones de masas no derrocaron ni podían derrocar
regímenes por sí mismas. Podían incluso ser contenidas por la
coerción y por las armas. No eran ejércitos, sino multitudes. Para
ser eficaces necesitaban líderes, estructuras políticas o programas.
Por otra parte, la distancia entre gobernantes y gobernados se
ensanchó en casi todas partes. Incuso en sistemas democráticos
estables, las manifestaciones en masa de rechazo al existente
sistema político se convirtieron en algo común, así como la
aparición de nuevas fuerzas electorales que no se identificaban
con ninguno de los antiguos partidos.
Otra razón para el despertar de las masas fue la urbanización
del planeta y en especial del tercer mundo. A fines del siglo XX
las revoluciones surgieron de nuevo en la ciudad, incluso en el
tercer mundo, pues la mayoría de los habitantes de cualquier país
vivían en ellas, por otra parte, la gran ciudad, sede del poder,
podía sobrevivir y defenderse del desafío rural, gracias en parte a
las modernas tecnologías. Las revoluciones del siglo XX han de
ser urbanas para vencer.
El mundo que entra al siglo XXI se halla en una situación de
ruptura social más que de crisis revolucionaria, sin embargo, el
descontento contra el statu quo es hoy menos común que un
rechazo indefinido del presente, una ausencia de organización
política o una desconfianza hacia ella, o simplemente un proceso
de desintegración al que la política interior e internacional trata de
ajustarse.
También es un mundo lleno de violencia y lo que es más
importante, de armas. La facilidad de obtener explosivos y armas
de gran capacidad de destrucción hoy es tal, que ya no se puede
dar por seguro el monopolio estatal del armamento en las
sociedades desarrolladas. El mundo del tercer milenio seguirá
siendo un mundo de violencia política y de cambios políticos
violentos. Lo único que resulta inseguro es hacia donde llevarán.
XVI: EL FINAL DEL SOCIALISMO