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Curso Básico de

Formación de Catequistas.

Mons. Albino Luciani.


(Juan Pablo I)

Oficina de Ministerio Hispano


Humboldt y Del Norte
California
2002

I
Introducción

El presente libro fue escrito por Albino Luciani, quien llegó a ser, años más
tarde, Juan Pablo I. Su contexto es Italia, pero su contenido es válido en
todo el mundo aunque se hace necesaria su readaptación a la realidad de
la Diócesis de Santa Rosa en California.

Vamos a usar este material en orden a conseguir la certificación básica de


Catequistas de California. Lo iremos corrigiendo en el camino, aceptando
sugerencias, modificándolo, criticándolo… Aquí no está toda la “verdad” de
la catequesis, sino una parte muy importante de ese ministerio que se
realiza en la Iglesia, por hombres y mujeres de la Iglesia, para los niños, y
algunas veces adultos, de la Iglesia. Tu colaboración en esta tarea es muy
importante y necesaria.

Al final de estas páginas encontrarás el índice, donde están todos los


temas que aquí se ven. La metodología que usaremos será la discusión,
comentario y diálogo después de las clases de catequesis, los domingos por
la mañana. Debe estudiar el tema durante la semana y haberlo leído antes
de la reunión. Subraye lo que le parece importante, utilice colores para
destacar las ideas centrales, haga anotaciones, comentarios,
correcciones… Y trate de contestar las preguntas que están al final de
algunos capítulos. Fíjese que hay unos párrafos que están numerados y
que al final de las preguntas hay una numeración, esta numeración
corresponde al número del párrafo donde está la respuesta. Después de
haber trabajado el documento, coméntelo con sus compañeros
catequistas.

Dios le bendiga y pague con creces todo el trabajo que usted hace en la
tarea de la Iglesia por llevar adelante su obra. La Diócesis de Santa Rosa
agradece su trabajo y colaboración en este servicio a la Iglesia. La Oficina
de Ministerio Hispano de Humboldt y Del Norte está más que complacida
con su tarea y trabajo.

Muchas gracias,

P. Ramón Pons.

I
I. EL CATECISMO

1.- QUE ES EL CATECISMO


1. Catecismo es una palabra griega que
significa: “hablar o enseñar en voz alta o
desde lo alto”. Hoy esta palabra se emplea en
tres sentidos:
a. Enseñanza a viva voz de la religión
(frecuentar el catecismo).
b. Libro que contiene la verdad religiosa en forma sencilla y llana
(comprar un “catecismo”).
c. La verdad misma contenida en el libro o expuesta en la enseñanza
(“el catecismo enseña que...”).

2. El primer significado de enseñanza es el más común. Pero hay que


advertir que se trata de una enseñanza especial: no es sólo la
instrucción de la mente, sino la educación de toda la vida: no mira
solamente a meter en la cabeza algunas nociones, sino a transmitir
sólidas convicciones y así poder conducir a la obra buena y al ejercicio de
la virtud.

Por ejemplo: hay dos catequistas, el primero habla y explica bien, pero no
logra mejorar a sus alumnos; el segundo es menos listo, pero con su
ejemplo, con la convicción que lo anima, con su fervor y exhortación lleva
al bien a los niños; en su clase los niños se vuelven mejores, se acercan
con frecuencia a la Iglesia, oran con más gusto. Como catequista, el
segundo vale mucho más que el primero.

Hay dos niños: uno sabe de memoria el texto y lo entiende, pero su vida
no corresponde a las enseñan zas del mismo texto. El otro recuerda poco
el texto, pero se esfuerza por llegar a ser mejor y poner en práctica lo que
ha estudiado. Este segundo ha tomado el Catecismo en serio.

3. Un día le preguntaron a Miguel Ángel: ¿Cómo haces para producir


estatuas tan llenas de vida?, y él respondió: “Las estatuas están ya en el
mármol, pero hay que sacarlas”.

Los niños son como el mármol, la materia prima: de ella se pueden


sacar los hombres de bien, los héroes, los santos. Y este es el trabajo
del catequista.

4. Si dejan a un lado el Catecismo, no sabrán qué medios adoptar para


hacer buenos a los pequeños y a los grandes.

1
¿Pondrán ante sus ojos la dignidad humana? Los pequeños no la
entenderán, los mayores se burlarán de ella.

¿Les pondrán delante el “imperativo categórico” de Kant? Peor aún.

Hay que hablar a los pequeños y a los grandes de Dios que todo lo ve,
que premia y castiga, que ha dado una ley santa e inviolable, que nos
ofrece los sacramentos para fortalecer nuestra buena voluntad, bastante
débil e inconstante por desgracia.

5. Muchos, me podrán decir algunos, han estudiado el catecismo, y sin


embargo han llegado a ser pecadores empedernidos.

Pero el catecismo a lo menos habrá dejado en el corazón el


remordimiento: éste no le dejará tener paz con el pecado y tarde o
temprano lo conducirá al bien, al arrepentimiento.

6. Se dice también que la filosofía y la ciencia son capaces de hacer buenos


y nobles a los hombres.

Pero no hay nada, en verdad, que se pueda comparar con el catecismo


que enseña de manera sencilla la sabiduría de todas las bibliotecas,
resuelve los problemas de todas las filosofías y satisface a la
investigación más difícil del espíritu humano.

El catecismo nos invita continuamente a: ser buenos, ser pacientes, ser


puros, perdonan, ¡amen al Señor!

No existe en el mundo fuerza moralizadora más poderosa que la del


catecismo.

2.- SE NECESITA EL CATECISMO

7. ¡Lástima grande que esta inmensa fuerza sea


poco explotada! Los niños estudian poco el
catecismo; los adultos, ilusionándose haberlo
estudiado, no continúan su instrucción. Y así
se observa una ignorancia religiosa increíble:
personas que conocen la ciencia y han leído
multitud de libros, no saben nada del
catecismo, en el cual viven; jamás han leído
siquiera el Evangelio completo, confunden un
entierro de la tarde con una Misa, etcétera.

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Sin decir nada de tanta gente que frecuenta la Iglesia y se cree hasta
piadosa y a veces carece de ideas religiosas, cree tener fe y tan sólo
experimenta un poco de ternura sensible y busca en la piedad no la
voluntad de Dios sino impresiones, sentimientos y vagas emociones;
ignoran la verdadera devoción y practican una multitud de devocioncillas
ligadas a ciertas fórmulas y números cabalísticos y llenos de
superstición.

8. De los pequeños se dice: “Son aún muy chiquitos, es muy pronto para
enseñarles la religión”.

Una madre preguntaba a un educador cuándo debería empezar la


instrucción de su pequeño de dos años, y éste le respondió: “¡Estás
retrasada por lo menos en tres años!” Quería decir con esto que los
pequeños son capaces de impresiones religiosas desde los primeros
instantes de la vida.

Y otro educador escribía que ningún hombre en cuatro años de


universidad aprende tanto como en los primeros cuatro años de la vida;
tan decisivas e imborrables son las primeras impresiones recibidas.

9. Algunos dicen con Rousseau: quiero respetar


la libertad de mi hijo, no quiero imponerle
ninguna enseñanza religiosa. A los veinte
años él escogerá.

Pero, ¿pensarán estos padres que en realidad


todo lo han impuesto a los hijos? De hecho
para ponerlos al mundo no se les preguntó; y
lo mismo del alimento, del vestido, de la
escuela, etcétera.

Por otra parte, ¿quién se pondría a los veinte


años a estudiar la religión? ¡Veinte años! La
edad de los exámenes para cualquier estudiante , la edad del trabajo, del
oficio, de la oficina, del empleo; la edad sobre todo de las pasiones, de las
diversiones, de las dudas. ¿Quién tendrá voluntad o tiempo de examinar
todas las religiones de este mundo, para ver cuál es la verdadera y la
mejor?

Además los padres no esperan que la enfermedad haya entrado en el


cuerpo del hijo para arrojarla a fuerza de medicinas; al contrario, hacen
todo lo posible por evitarla antes de que llegue.

3
Otro tanto se debe hacer con el alma: aprender el catecismo, el temor de
Dios, a fin de que los vicios no entren; no esperar que las malas pasiones
se hayan adueñado para tener el consuelo de arrojarlas con la religión.

10. Pero, dicen, nuestro chico debe trabajar, debe estudiar. Es


verdad, pero en primer lugar debe trabajar para ser bueno, debe
prepararse contra las tentaciones del mañana.

No se impide el acceso a las pasiones con la tabla de multiplicar de


Pitágoras o con las herramientas del carpintero o con un diploma.

Mañana las mujeres, el periódico, el


cine, el bar, se disputarán al joven.
Enviarlo al camino del mundo sin
catecismo, es lo mismo que enviar a
la guerra al soldado sin cartucheras,
sin municiones y hacer de él un
derrotado y un infeliz.

11. Los mayores se excusan


diciendo: ¡ya hemos estudiado el
catecismo!

Pero el catecismo elemental para


chicos, con pocas nociones, con
imágenes, palabras y sentimientos infantiles, cosas que acariciaban la
imaginación y el corazón. Pero ahora que ustedes son mayores, se
necesitan otras cosas más sustanciosas que iluminan la mente y guían la
vida. Ahora se necesitan razones sólidas, claras, respuestas convincentes
para rebatir los ataques que de todas partes vuelan contra la fe.

Jamás como hoy se ha sentido mayor necesidad del catecismo.

3.- EXISTEN LEYES SOBRE EL CATECISMO


12. No es, pues, maravilla que las leyes divinas y humanas hayan
impuesto y regulado el estudio del catecismo.

Las leyes divinas se refieren sobre todo a los obispos y a los padres de
familia: a los primeros, Jesucristo les mandó: “Id y enseñad”; a los
segundos, Dios, a través de la voz de la naturaleza, les dice: “En este hijo
que te confío no debes ver sólo un cuerpo para alimentar y nutrir, sino
también un alma para educar y elevar”.

4
Las leyes humanas precisan y definen la divina. El Papa interviene con
ocho famosos cánones del derecho (1,329 a 1,336) y con otros
documentos célebres; y luego interviene el Concilio provincial, después el
Obispo con el Sínodo, el estado para la escuela pública, la Acción
Católica para sus afiliados.

13. Las disposiciones más importantes de la ley humana, son las


siguientes: es deber gravísimo y propio del párroco impartir con todo
cuidado y diligencia la instrucción catequística al pueblo cristiano.
Ayudan al párroco los cristianos de buena voluntad, entre los cuales los
primeros son: los religiosos, las religiosas, los inscritos a la Acción
Católica y los maestros que enseñan la religión en la escuela elemental.

PREGUNTAS Y CASOS

¿El catecismo es solamente instrucción o algo más? (2-3).


¿Es útil? (4-5).
¿Es necesario solamente para los niños? (11).
¿Hay leyes que imponen la enseñanza del catecismo?
“Mi hijo ya hizo la Primera Comunión. No lo envió más a la doctrina” (10-11).
“Mi hijo, si quiere, se instruirá cuando sea grande” (9).

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II. EL MAESTRO CATEQUISTA

1.- LA MISIÓN DEL CATEQUISTA

1. Hay un cuadro de Murillo


llamado “Los niños de la
concha”. En un fondo
tranquilo y sereno, mientras
los ángeles desde lo alto
miran y sonríen, el Niño Jesús
con una conchita da al
pequeño Juan Bautista el
agua tomada de un
limpidísimo riachuelo que se
desliza a sus pies.

He aquí la misión del


catequista: sustituir a Jesús y
dar a los niños con el
catecismo el agua de la vida eterna.

2. Es una misión noble. El catequista continúa la obra de Jesús y de los


apóstoles; se coloca en línea con los obispos, los sacerdotes y los
misioneros; ayuda a la familia que no siempre puede o sabe educar sola
a los hijos; ayuda a la patria para formar buenos ciudadanos. Ayuda,
sobre todo, a la religión. Ciertamente que el centro de la religión está en
la Santa Misa, los Sacramentos, las funciones sagradas. ¡Qué huellas tan
hondas dejan en el alma una primera comunión, el rito del matrimonio,
una confesión bien hecha!

¿Pero qué es lo que se recoge en una Primera Comunión, en el rito del


matrimonio bien celebrado? Lo que el catequista ha sembrado antes.
¿Quién va a Misa, a los actos del culto y saca de ellos fruto práctico? El
que ha sido preparado por un catequista serio y bien preparado.

¿Quién se confiesa con acusación sincera, dolor y propósito firme de la


enmienda? El que ha tenido un excelente catequista que lo ha instruido
acerca de la confesión con ideas, convicciones y buenos hábitos.

Grandes hombres como Alejandro Volta, Silvio Pellico y César Cantú


tenían a gran honor enseñar casi todos los domingos el catecismo a los
niños en la Iglesia parroquial.

6
Aun Napoleón enseñó el catecismo en sus últimos años y Carlos Alberto
instruía personalmente a sus hijos sobre el modo de confesarse,
comulgar y asistir a la Santa Misa.

San Pío X dijo: “El apostolado del catequista, es el más grande de los
apostolados hoy día”.

3. Es una misión difícil. Las dificultades vienen ya


de parte de los alumnos, ya de parte del mismo
catequista. Los niños son con frecuencia muy
inconstantes, inquietos, distraídos por mil
cosas. Los familiares ayudan poco a la obra del
catequista, y a veces la obstaculizan o la
destruyen.

Las dificultades de parte del catequista son: que


se siente a veces impreparado, que tiene poco
tiempo, que debe someterse a la fatiga de la
preparación, que tiene que fatigarse para
mantener la disciplina debida, etcétera. Y
además el catequista se halla desilusionado por
el desaliento, tanto más difícil cuanto ha sido
mayor el entusiasmo al empezar. No se ve el
fruto inmediato, se encuentran dificultades, se
prueban desilusiones, amarguras y a veces se
desea dejarlo todo.

4. Y sin embargo es una misión que lleva fruto.


Las dificultades se superan. Quien tiene
entusiasmo insiste, repite y sobre todo procura
prepararse debidamente para hacer atrayente la
lección, llega a llamar la atención de los niños.

El fruto no puede faltar, y segura es la recompensa del Señor que ha


dicho: “Todo cuanto hayáis hecho a uno de estos pequeños, lo habéis
hecho a Mi”, y estas otras: “Los que hayan enseñado la justicia a
muchos, brillarán como astros en la eternidad”.

Pero además hay también fruto y resultado en la tierra. El agricultor


recoge la cosecha, pero sólo después de haber arrojado la semilla. El
catequista es un sembrador y a veces el efecto de su enseñanza se verá
solamente más tarde, en una desgracia, en peligro de muerte; otras veces
el fruto es visible en los jóvenes que prepara, que llegan a ser mejores y
que son agradecidos al que los instruyó.

7
2.- LAS DOTES DEL CATEQUISTA

Depende sobre todo del catequista que su misión tenga éxito o no. San
Felipe Neri y San Juan Bosco catequizaban a los muchachos en
cualquier rincón de la sacristía, hasta en la calle, sin lujo de ambiente,
sin medios y sin embargo los encantaban como si fueran magos y los
transformaban. Tenían lo que es más importante: las bellas dotes, que se
pueden dividir así:
• Dotes religiosas, que hacen al cristiano.
• Dotes morales, que hacen al hombre.
• Dotes profesionales o del oficio, que hacen al maestro.
• Dotes externas, que no hacen nada nuevo y no son indispensables
pero que dan pleno resultado y relieve a las dotes precedentes y
permiten al catequista brillar delante de sus chicos, con luz
completa del cristiano, del hombre o del maestro.

a) Dotes religiosas

5. Buena conducta. Es una dote capital.


Los niños leen más en el catequista que
en el catecismo, se impregnan más de
la conducta que de las palabras, se les
graba más con los ojos que con los
oídos. Son como la esponja: absorben
sobre todo lo que ven, y ven mucho.
Tienen una antena finísima para captar
todo lo que el catequista es
interiormente. Si el catequista no es
bueno, su voz externa podrá decir lo
que quiera, pero otras cien voces claman para desmentir lo que
pronuncian los labios.

No se logra insinuar a los niños la dulzura, el perdón cuando negros


pensamientos de rencor o de venganza dan arrugas a nuestro rostro.

No se lleva a la pureza con las palabras hermosas, cuando feos hábitos o


pensamientos pecaminosos obscurecen nuestra alma.

El catequista no puede dar lo que no tiene, y así no enseña sino lo que


posee y no sabe sino lo que es.

6. Piedad. Dios produce en el alma la vida sobrenatural o sea la gracia y la


virtud. El catequista es por tanto únicamente un instrumento del cual
Dios se sirve. Si permanece unido a Dios, viviendo en estado de gracia,

8
hará bien a sus discípulos; separado de Dios por el pecado mortal, su
trabajo será estéril para la vida eterna.

Es como la lámpara eléctrica: unida a la corriente, da luz y claridad;


separada de ella, todo lo deja a oscuras.

Así han existido muchos catequistas que careciendo de dotes externas,


con poco ingenio y cultura, sin embargo han obtenido frutos
maravillosos. Tenían una piedad profunda con la que conquistaban a los
niños, más que con toda la elocuencia de este mundo.

Catequistas que no sólo enseñaban a conocer a Dios sino que lo


mostraban y hacían sentir, como el Santo Cura de Ars del que se decía:
¡Vayamos a ver a una copia de Dios!

No se concibe un catequista sin verdadera piedad. ¿Cómo podrá hacer


amar al Señor, si él, el primero, no lo ama?

¿Cómo enseñará a orar, a frecuentar los sacramentos, si no tiene gusto


por la oración, afición por las funciones religiosas, si no hace bien la
genuflexión, la señal de la cruz, etcétera? La piedad no es como una
máscara que se pone y se quita; es un perfume que se desprende de un
alma deseosa de agradar a Dios y que los niños ven y reconocen con una
facilidad extraordinaria. Si los niños se sienten amados, abren la puerta
del corazón, confían, escuchan, se dejan educar.

7. Convicción profunda. El catequista debe ser


un entusiasta, un convencido. Convencido de
que su misión es una cosa grande, que las
cosas que enseña son verdaderas, que los
niños aunque con fatiga a veces y constancia
serán elevados al orden sobrenatural y
mejorados. Esta convicción dará ánimo y alas
a su apostolado; con ella, llegará a ser un
artista de su catecismo; sin ella, quedará
como estancado e incapaz de edificar y de
arrastrar tras de si.

Dos alpinistas escalan una roca: el primero


porque está de moda, el segundo por pasión y
afición.

Observad el regreso: ¿Qué has visto?, se


pregunta al primero. “Pues nada de especial:
cuatro cuerdas, cuatro árboles, torrentes, prados, un rinconcito de cielo
y nada más”, y bosteza.

9
Se pregunta al segundo: ¿Qué he visto? ¡No lo podría haber soñado
jamás! ¡Rocas y más rocas, prados y torrentes, azul del cielo, sol, cosas y
espectáculos maravillosos!

Y mientras habla parece que tales maravillas le sonríen todavía en el


espíritu y en el fondo del alma.

Los dos han visto lo mismo, pero qué diferentes las impresiones. El
primero, no entusiasmará a nadie a intentar una subida a la montaña; el
segundo, al contrario, con su entusiasmo encenderá la pasión por la
montaña y el alpinismo y guiará a otros a nuevas ascensiones.

Así el catequista: no basta que enseñe, sino que enseñando entusiasme a


los otros, los apasione y los arrastre.

b) Dotes morales

8. Amar a los niños. Lacordaire escribió: “Dios quiso que ningún bien se
hiciera a los hombres sino amándolos”. Y es
verdad.

Si los niños no se sienten amados desconfían,


obran por fuerza y sin convicción.

El catequista mismo, si no ama de veras a los


niños, no hallará jamás la fuerza para
superar el insuceso, el tedio, la ingratitud
inherente a su oficio, y tanto menos será
capaz de tener confianza en sí mismo y en
ellos, de compadecerlos y de tener paciencia.

9. Paciencia. “Con los niños, dice San


Francisco de Sales, hay que tener un vasito
de sabiduría, un barril de prudencia, y un
mar de paciencia”.

Todos lo saben y tan verdadero es que cuando un maestro no domina a


los chicos, el pueblo dice sin equivocarse: “No acierta porque no tiene
paciencia”. Y cuando al contrario, el maestro es capaz y lleva felizmente
la escuela, el pueblo también dice en seguida: “¡Cuánta paciencia!”.

10. Sentido de la justicia. El niño no soporta la parcialidad y la


injusticia y cuando la veo cree verla, sufre, se aleja y se encierra en si
mismo.

10
En esta materia las cosas que para nosotros son como de juego y broma,
para los niños adquieren una importancia extraordinaria. Es necesario
tratar de evitarías, buscando tratar a todos de la misma manera,
guardándose de las simpatías hacia los más ricos, mas listos, mejor
vestidos, etcétera. Si puede haber alguna preferencia, debe ser para los
más pobres, más rudos, más deficientes.

11. Respeto de la verdad. Los niños son


muy sensibles a la verdad, tienen una gran
confianza en el catequista. Por lo tanto, jamás
debe permitirse por chanza, el decir cosas no
ciertas o hablar con reticencias o con doble
sentido.

Procurará tener en esto gran cuidado para no


perder delante de los niños el prestigio de ser
hombre de palabra. Por ejemplo: no cambiar en
sus detalles las cosas que se cuentan. El niño
que tiene memoria especial y muy fiel para los
detalles, desconfía cuando una segunda vez
halla la historia diferente de la primera. En su
alma se levanta la duda, que después pasa con
gran facilidad de los detalles insignificantes a
la sustancia misma y a la verdad de las cosas
que enseña.

c) Dotes profesionales

12. Saber. Para enseñar es necesario saber lo que se enseña: para


enseñar una cosa hay que saber diez; para enseñar bien, hay que saber
mucho y muy bien.

Es pues como una escala: el que sabe muy bien, enseña bien; el que
sabe bien, enseña apenas pasablemente; quien sabe apenas
pasablemente, enseña mal.

En la escuela elemental una maestra enseña no muchas materias y


cosas más fáciles que las verdades del catecismo. Y sin embargo, se le
exige que estudie varios años y que supere difíciles exámenes.

Se dice: ¡Pues, en fin, se trata de enseñar a niños!

Con más razón es necesario saber y tener ideas claras y precisas. Hablar
con lenguaje fácil y sencillo, es difícil.

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He aquí lo que sucede cuando el catequista sabe poco: en las
inteligencias de los niños entran errores, dudas y confusiones; el
catequista habla y adelanta la materia sin seguridad, sin brío y sin
confianza en si y los alumnos se dan cuenta de su poca ciencia, y ¡adiós
al prestigio del maestro!

13. Saber enseñar. No es lo mismo que saber simplemente. Una cosa


es tener las ideas en su propia cabeza y otra hacerlas pasar a las de los
alumnos.

Podemos ser pozos de ciencia, pero que no


sabemos comunicarla a otros.

Hay oradores elocuentísimos y muy capacitados


para hablar a los mayores, pero que no logran
tener atentos a pequeños auditores.

Y hay maestros capaces de enseñar bien a los


niños historia y geografía, pero incapaces de
enseñar el catecismo, que es una materia con
dificultades propias.

Un catequista, por tanto, no sólo debe saber o


tener paciencia, sino debe tener la habilidad de
comunicarla a los pequeños con la didáctica
propia, con la didáctica catequística.

14. Para llegar a poseer esta habilidad, son utilísimos: El sentido de la


adaptación, es decir, saber proporcionar lo que se dice a quien lo recibe.
Se habla de manera distinta a los niños de edad diversa, si tienen la
misma edad de una manera a los menos inteligentes y de otra a los más
listos. Se procura siempre el decir cosas fáciles y decir de manera fácil
las cosas difíciles. Se deben siempre presentar las cosas bajo un aspecto
simpático que agrade a los niños y les haga amar lo enseñado.

La claridad: ideas, pocas pero coloreadas e incisivas; mejor poco y bien


que mucho y confuso; palabras fáciles que los niños ya conozcan y
entiendan, concretas y si es posible acompañadas de imágenes. No se
dirá: “La sabiduría divina”, sino “Dios que es tan sabio”. No se dirá
“Pedrito se avergonzó”, sino: “Pedrito se puso rojo por la vergüenza”. O
mejor aún: “Pedrito, por la vergüenza, se puso encarnado como un
gallito”.

El saber contar: es uno de los mejores recursos para lograr la atención


de los niños, que están deseosos de que se les cuente y escuchan con
avidez la historia narrada con gracia.

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d) Dotes externas

15. El niño es un caricaturista terrible: un mínimo de ridículo que


haya en el catequista lo
descubre en seguida.

Mas, de la misma manera, lo


que sale de lo común, que es
ingenio verdadero, armonía o
gracia, conquista y encanta al
alumno.

Basta poco para que se burlen


del catequista y también basta
poco para suscitar en ellos el
entusiasmo.

Por esto es preciso que el


catequista vigile y controle sus actos y ademanes exteriores.

16. Esté atento a la expresión del rostro. Los niños lo observan, leen
en él los pensamientos que el catequista tiene para con ellos.

No muestre por tanto miradas crueles, ni tristeza exagerada. El niño lo


toma por maldad. Si tenemos cruces y desdichas no las hagamos ver a
los niños; y si por fuera llueve o truena, el aspecto de nuestro rostro sea
igualmente sereno, tranquilo, de modo que los niños digan: el catequista
está contento de estar con nosotros, es bueno, nos quiere.

17. Vigile las miradas. A los niños les habla más el ojo que la boca del
catequista; en los ojos se ve como el matiz de la palabra. Por otra parte,
con los ojos es como el catequista los domina y hace sentir que los quiere
dominar. Un ojo vigilante, penetrante, agudo, impresiona y domina a los
niños.

18. Vigilar el gesto. El gesto natural sobrio, hace más atrayente la


palabra, sobre todo con los pequeños, que están habituados a suplir los
vocablos que les faltan con la mímica viva, poniendo en movimiento los
ojos, las manos, la persona, el tono de la voz, la cabeza, pero un gesto
mecánico y desmañado lo hace ridículo y distrae la atención.

19. Merece un cuidado especial la voz. Lo menos que se puede pedir


es que se articulen bien las palabras, sin precipitación, sin comerse las
sílabas, sin trabarse. No gritar ensordeciendo, ni tampoco hablar

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demasiado bajo, entre los dientes, de modo que los niños no entiendan o
les dé trabajo para entender.

Al comenzar se habla más bien un poco bajo, para atraer la atención, se


sigue haciendo altos y bajos, suave y fuerte, retardando en algunos
momentos y acelerando en otros.

Quien tenga un bello timbre de voz, aprovéchelo. Un bello timbre de voz


que revele el entusiasmo, la piedad, podrá hacer muy interesante aun las
cosas más comunes.

Que se vigile especialmente, si tiene la costumbre de intercalar


frecuentemente algunos adverbios, porque si no, los niños se encargan
de vigilar y al final de la clase habrán contado 50 ó 60 “pues” u otras
palabras semejantes.

20. El comportamiento o presentación


externa tiene también su importancia. La
elegancia exagerada, los perfumes, los polvos,
el colorete de la catequista o el aire truculento
del catequista hacen reír a los niños, y la
negligencia, el desaliño les impresiona
malamente.

Ir a la clase de catecismo es ir a hacer una


cosa grande: el vestido sea conveniente, el
cabello arreglado, no falte la limpieza y el
decoro. Lo merecen tanto el catecismo como los
alumnos.

21. Y finalmente si el catequista posee


alguna habilidad que pueda impresionar
favorablemente al niño, no la esconda sino
úsela en favor de la enseñanza.

3.- LA FORMACIÓN DEL CATEQUISTA


22. Para llegar a ser un excelente catequista es indispensable un
mínimo de dotes espontáneas, o sea cierta aptitud natural para ser
educador.

Cayo es un excelente muchacho, pero no tiene buena memoria y al


hablar balbucea y repite; no sirve para catequista.

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Sempronio es muy nervioso y exaltadísimo y reparte, por poca cosa,
pescozones y palabrotas; no sirve tampoco.

Ticio tiene timidez notable, cierra los ojos hablando a los niños, no se
atreve a mirar en el rostro a las personas; servirá para catequista a
condición de que se corrija.

Para formar el catequista, ayuda mucho la buena voluntad, la tenaz


perseverancia, el estudio, el ejercicio, pero aparte de esto, se requiere
disposición natural.

23. Para adquirir las dotes religiosas y morales sirven la oración, la


frecuencia de los sacramentos, la meditación, el esfuerzo continuo para
adquirir u obtener un carácter suave, paciente, leal, optimista. Sin la
meditación sobre todo, las convicciones no son profundas en el alma.
Además, ayudan mucho la práctica del examen de conciencia y del retiro
mensual.

24. Para poseer la ciencia suficiente se requiere el estudio diligente y


asiduo del catecismo.

No basta haber estudiado, hay que estudiar ahora textos más amplios,
bien hechos, con atenta reflexión, sin decir jamás basta.

No se requiere ciertamente que todo catequista sepa como el párroco,


pero es cierto que para enseñar a otros, por mucho que se estudie, no se
sabe nunca lo suficiente.

25. La habilidad didáctica se adquiere sobre todo con la práctica. Es


equivocado el decir: ahora frecuento un curso o preparo un tratado de
pedagogía y en seguida me hallo apto para enseñar. La habilidad se
consigue sólo enseñando, con la práctica.

Seguir el curso y leer el tratado es excelente, pero con tal de que se


aplique en seguida cuanto se ha aprendido.

Después de haber practicado, volver a estudiar para ver dónde se ha


acertado y dónde se ha equivocado.

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Se ha dicho: los diez primeros años, el maestro enseña con daño de los
alumnos. Esto es un poco exagerado tal vez, pero es un hecho que
ningún oficial de la enseñanza no quede como aprendiz por mucho
tiempo.

26. Y aun cuando se haya adquirido un poco de experiencia, se siente


más la necesidad de prepararse mejor. Los niños se renuevan y también
las clases. El catequista, pues, debe renovarse también y no decir: ahora
ya no más estudio.

27. Además del curso catequístico, es necesario participar en


reuniones, cursillos para catequistas. Buena cosa es entrevistar
catequistas experimentados, pueden sugerir experiencias que en los
libros no se hallan. Y mejor aún escuchar lecciones que ellos dan a sus
discípulos. También es bueno suscribirse a una revista catequística
(C.D.C.), equiparse con una biblioteca catequística, con buenos textos,
cuadros murales, láminas, etcétera.

Además, es excelente procurarse una colección propia de ejemplos,


historietas, pinturas. Es cierto que ya hay algunas impresas, pero lo que
es cosa para todos no sirve ni se halla adaptada a nuestros discípulos en
nuestro temperamento. Es mejor tener a la mano material propio que ya
se ha experimentado como eficaz y adaptado.

Ese material se prepara poco a poco. Hallo alguna buena comparación en


un sermón. La pongo en mi libreta al llegar a casa. Mañana me servirá
para una clase. Leo una historia interesante. En seguida dos líneas en mi
fichero. Mañana la repetiré a mis chicos. Y así se prepara un material
bueno y en poco tiempo.

PREGUNTAS Y CASOS

¿Por qué es cosa grande enseñar el catecismo? (2).


¿Es fácil enseñar el catecismo? (3).
“No enseño más pues no obtengo ningún fruto” (4)
¿Por qué es necesaria la conducta digna en el catequista? (5).
¿Cuáles son las dotes del que enseña? (12-13).
¿Por qué es necesario tener cuidado con la presentación externa? (15).
¿Basta que me haga muy devoto durante la lección explicada? (6).
“A algunos alumnos nunca les tomo la lección. ¿Es bueno esto?” (12).
“Sé lo suficiente para enseñar el catecismo a cuatro chicuelas” (12).
¿Qué medios adoptará un catequista para hacerse cada vez más ideas? (23-27).
¿Podemos todos ser catequistas? (22).
¿Las clases para los catequistas son útiles? (24-25)

16
III. EL ALUMNO

1.- ES NECESARIO CONOCER AL NIÑO

1. ¿Qué debe conocer el maestro para enseñar el latín a un niño?


• Pues el latín, responderá un alemán.
• Al niño, responde el americano Stanley Hall.
• Y nosotros añadimos: debe conocer al uno y al otro: el latín pero
también al niño.

Y a la verdad antes de sembrar, el


campesino no sólo debe conocer la
semilla, sino también la calidad de la
tierra a la que se le confía la semilla. Y
un carpintero debe conocer las varias
cualidades de madera, pero jamás usará
el cerezo que es una madera apreciada
para ponerle palo a un azadón.

Así también el catequista, que enseña al


niño, debe conocerlo.

2. Es un grave error creer que el niño es en


todo semejante al adulto, y que sólo es
más pequeño, más ignorante, más
inexperto.

Mirad a un niño con lente de aume nto: lo


veréis grande como un hombre; veréis
que camina, salta, ríe, pero de manera
distinta de la de un adulto.

El niño no aprende como nosotros, no puede hacer lo que nosotros


hacemos: una cosa nos gusta mucho, a él no le agrada y viceversa.

Es preciso conocerle: saber cuáles son sus alcances, sus posibilidades


para poderlo formar con inteligencia, adaptarlo a nuestra enseñanza y
solicitar su colaboración.

3. Hubo un pescador a quien gustaban mucho las fresas; se fue al río y


puso en el anzuelo una fresa diciendo: me gustan a mí, ¡les gustarán
también a los peces!

17
Viceversa, a los peces no les gustaban las fresas pero sí los gusanillos
que el pescador no quería tocar.

Y sucedió que los peces cogieron los gusanillos, se fueron y el pescador


se quedó con la boca seca...

Poned en lugar del pescador al catequista, en lugar de los pececillos a los


niños, y tendréis una idea de lo que sucede cuando el catequista no se
preocupa por conocer el gusto de sus alumnos y adaptarse a ellos.

4. Es preciso conocer a los niños no sólo en general, sino uno por uno,
porque entre ellos no hay ni siquiera dos que sean perfectamente iguales.

Se dijo: “Cada niño es un inédito, una palabra de Dios que no se repite


jamás”.

Y hay que añadir: cada niño tiene diversas condiciones de sí mismo y por
eso jamás se le conoce bastante y no se acaba nunca de conocerlo y
estudiarlo.

5. ¿Cómo vive un niño de pocos meses? Se alimenta, llora y casi todo el


resto del tiempo lo emplea en dormir. Un adulto duerme por cansancio,
por fatiga. Pero ¿qué ha hecho este pequeño para estar siempre cansado?
La razón es muy sencilla: está creciendo, desarrollándose. Y esto lo
cansa.

Y cuando llegue a ser un niño mayorcito, la fatiga será mayor porque al


crecer se añaden el saltar y moverse sin fin.

El catequista para entender y comprender


ciertas distracciones del niño, para no fatigarlo
demasiado y para no pretender de él cosas que
no puede dar, debe tener presente que el niño
no sólo tiene alma sino también cuerpo, que
continuamente se cansa.

6. Rousseau dejó escrito: “¡El niño es bueno, es


un ángel!”. Lutero, al contrario, dijo: “Es una
bestia”.

Más justamente Lamartine escribió: Es un


ángel caído del cielo. Un ángel, pero con las
alas rotas; que volará alto hacia el bien, pero
con fatiga, y solamente con alguien que lo
ayude; que tiene bellas cualidades para
desarrollar, pero también inclinaciones

18
pecaminosas, sobre las cuales debemos tener los ojos abiertos.

7. Si el niño ha sido bautizado, además del cuerpo y del alma, hay en él


otra realidad que hay que tener presente: la gracia depositada en el alma
por el bautismo con las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad.

Todas estas cosas que no vemos, pero que existen, ayudan desde el
interior la obra del catequista.

Pero alguno dice: los niños no pueden entender ciertas fórmulas, ciertos
conceptos.

Se responde: Por sí solos, con los únicos métodos naturales, no; pero con
la ayuda de la gracia y de la fe, con la pedagogía sobrenatural, sí.

8. Concluyendo: es necesario conocer al niño y no solamente en general,


sino uno por uno; cuidando no sólo al alma sino también al cuerpo; no
sólo atendiendo a los elementos visibles sino a los invisibles y
sobrenaturales.

2.- COMO CONOCER AL NIÑO


9. Nosotros también fuimos niños: muchas cosas las recordamos muy bien.
Recordamos lo que nos agradaba, aterraba o aburría.

Estar callado, sentado, encerrado por media


hora, por ejemplo, era un tormento para
nosotros; tres minutos de oración se nos hacían
largos, como media hora; y al contrario, medio
día de juego en la plaza, en los parques, se nos
hacían minutos. Otro tanto sucederá a los niños
de hoy.

He aquí pues la primera manera para conocer


al niño: inclinarnos sobre nosotros mismos,
sobre el niño de ayer, para entender al niño de
hoy.

10. La segunda manera hay que buscarla en


los libros. Hay libros que estudian y describen al
niño: textos de psicología, de pedagogía,
etcétera. Muchos han sido escritos por personas que han pasado la vida
en medio de niños. En éstos el catequista podrá hallar muchas cosas que
jamás hubiera encontrado.

19
Hay otros libros que describen la juventud de los santos o de los
hombres grandes. Aun estos en su lectura, pueden ser más útiles al
catequista.

11. La tercera manera y la mejor es el niño mismo. El niño se


presenta ante nuestra vista como un libro abierto, con sus acciones y
parece decirnos: si quieres conocerme, léeme.

Y se lee observándolo: su
posición, sus gestos, la palabra,
las acciones, los silencios
obstinados, el llanto, los juegos
predilectos y los compañeros
más frecuentados son otras
tantas cosas que observadas
atentamente, reflexionadas
después, sirven para llevarnos a
conocer los gustos, las
tendencias, los caprichos, las
cualidades y el temperamento
de cada uno.

Los mejores momentos para la


observación son aquellos en
que el niño no se siente
observado: en el juego, en la
calle, en un paseo, en los
momentos de entusiasmo, en
los días de tristeza, etcétera.

12. Se lee también oyendo al niño. Hablando con nosotros, el niño


hace dos cosas: se nos manifiesta y nos instruye.

Nosotros, en efecto, tenemos necesidad de aprender algunas cosas del


mismo niño: su modo de expresarse, sus frases ingeniosas, sencillas,
imaginativas, sus palabras infantiles. Son estas precisamente las que
después debemos emplear si queremos hacemos entender por él y
hacerlo atento.

13. Mas la observación que hacemos del niño no es completa si no se


extiende al ambiente en el que vive: la familia, el barrio, la escuela.

El médico no observa solamente si los pulmones del enfermo se hallan en


buen estado, sino que averigua qué clase de aire respira.

20
Algunos niños están dotados de buenas cualidades, pero en la casa
respiran un aire viciado, corrompido por las blasfemias y las palabras
que se dicen y los malos ejemplos que reciben. El catequista debe tener
en cuenta estas cosas para su enseñanza.

14. Quien quiera estudiar a fondo un niño debe acordarse de la


Pirámide de Nicolás Pende.

Para conocer una pirámide de cuatro lados, es preciso examinar cada


una de sus cuatro caras y después la base. Esto lo sabemos ya nosotros.
El niño, ha dicho Pende, se parece a una pirámide, posee una base que
es el conjunto de tendencias heredadas de sus padres y cuatro caras
que son en el cuerpo: la forma externa (aspecto morfológico); los
humores internos (aspecto endocrinológico); en el alma: el aspecto
moral; el aspecto intelectual

Conociendo a los padres y a la familia, se


puede conocer un poco las inclinaciones;
estudiando el cuerpo se puede determinar el
temperamento; estudiando el alma, se mide
la fortaleza de su facultad espiritual.

Pero pocos son capaces de hacer este


estudio que se hace complicado cuando se
trata del estudio morfológico o
endocrinológico, y es más difícil y delicado
cuando se pretenden explorar secretos de
familia.

Nosotros nos contentamos con pocas


nociones fáciles y prácticas, advirtiendo que
nos referimos a una sola de las etapas de la
vida del niño: infancia (5 años), niñez (de 6
a 12), adolescencia (de 13 a 15), juventud.
Aquí hablamos del niño.

3.- COMO ES EL NIÑO

15. Es todo sentidos. Tiene ojos, manos,


oídos, lengua, garganta, que quieren
intensamente ver, hablar, oír, gustar. Los colores vivos los embelesan, y
aun los sonidos y ciertos rumores o ruidos estridentes que a nosotros
nos dan dolor de cabeza, para ellos son música estupenda. Y se
preguntan a menudo: ¿Por qué esto? ¿Por qué aquello? ¿Por qué no de
este otro modo?

21
El buen catequista debe tener en cuenta esta gran sensibilidad; a los
sentidos del niño debe dirigirse en modo particular: hágale ver y tocar,
sise puede, objetos religiosos, bellas imágenes; enséñele cantos variados;
dé satisfacción a su curiosidad, dejándolo preguntar, etcétera.

16. El niño es todo movimiento y juego. Plata viva. Si está quieto, si


se halla parado como una momia, eso debe hacer pensar que está
enfermo, porque el niño sano experimenta una necesidad de moverse y
agitarse que no se puede cohibir.

Por lo tanto, aprovechar esa movilidad del niño en el catecismo: hacer


mover con inteligencia y variedad a los niños.

Hay catequistas que juegan a los


diez mandamientos, siete
sacramentos, cinco preceptos, siete
dones del Espíritu Santo... con sus
niños, identificando a cada uno de
ellos con un mandamiento, con un
sacramento, haciéndoles mover y
hablar. Otros hacen administrar un
bautismo, una confirmación,
representar una escena del
Evangelio; los hacen levantar para
una oración, para un canto,
etcétera.

Pero es juego, dirá alguno, no


catecismo.

Es un poquito de juego, en verdad;


pero en realidad, es cosa seria y
sabia. El juego es la única cosa que
el niño hace con empeño,
lanzándose a ella con toda el alma, más que nosotros a las cosas serias.
¿Por qué entonces estará prohibido dar a las lecciones del catecismo el
aspecto de juego si esto le atrae la simpatía?

Hay catecismos que pretenden ser serios y son broma. Hay catecismos
que parecen en broma y son los que dan mejores resultados.

17. El niño es todo corazón y sentimiento. A veces ríe, a veces llora.


Tiene tantos pequeños goces y tantos pequeños dolores, tiene un corazón
que siente mucho y tiene la gran necesidad de ser amado.

22
El catequista se guardará de ofender el sentimiento del niño: la ironía no
debe emplearse con él; la represión y el castigo si se emplea, jamás deben
hacerse sin hacer sentir que se aplican para hacerle bien, con amor y con
disgusto de aplicarlos.

Los grandes educadores, todos, han tenido ternura de madre para con
los pequeños: Don Bosco, San Felipe Neri, etcétera. El Obispo Dupanloup
amonestaba a los catequistas: “Sed padres, sed madres”.

18. El niño es todo fantasía. Las imágenes vivas lo impresionan


mucho, lo impelen a imitar en seguida lo que ha visto y le hacen
confundir a veces lo que ha sucedido con lo que solamente ha imaginado.

Por eso es importante darle impresiones buenas y sustraerle a


impresiones pecaminosas, tenerlo alejado de escenas pavorosas o
inmorales, no contarles hechos horripilantes o extravagantes de espíritus
que se aparecen o de personas arrebatadas por el diablo.

19. El niño tiene una memoria extraña. También nosotros adultos


tenemos diversos modos de recordar: algunos se acuerdan de lo que han
visto, otros de lo que han oído o dicho; algunos fijan bien las ideas, otros
los hechos; este tiene una facilidad grande para retener números y
fechas; el otro se acuerda sólo de las cosas concretas.

El niño tiene a veces la memoria


como por intermitencias, una cosa
la recuerda por un poco de tiempo,
después la olvida, luego la vuelve a
recordar. Se acuerda poco de las
cosas. Cuando está mal alimentado
o afligido por una enfermedad o es
convaleciente, no recuerda la idea
abstracta, pero silos objetos, los
individuos, los sonidos...

En el niño la memoria por lo


ordinario no es fiel, porque une la
imaginación y la invención.

Se entiende por esto que al hacer


aprender de memoria una fórmula al
niño, es necesario explicársela bien
y asegurarse que la ha entendido, si
no, nos exponemos a hacerlo
aprender como un papagayo.

23
Es bueno unir a una idea difícil un hecho o imagen viva; así será más
fácil que la recuerde después.

Es preciso volver a menudo sobre los conceptos principales del


catecismo, si no se escaparán de la memoria. “Repetir sin cansarse y sin
cansar”; es decir la misma cosa con trama diferente y modo distinto, de
manera que aparezca nueva.

20. El niño tiene una fe ingenua. “Lo ha dicho la madre, el párroco,


la maestra, luego es verdad”. Cree fácilmente las cosas maravillosas, los
milagros, los misterios.

El catequista debe corresponder a esta fe ingenua y plena del niño,


respetando la verdad. Jamás contar como verdad lo que se ha inventado;
no dar por cierto lo que es dudoso, no exagerar ni juzgar las acciones (no
decir a un chiquito que ha dicho una mentira: examínate, porque si no te
confiesas, vas al infierno); no interpretar en modo supersticioso o
atrevido la intervención de Dios para no dar lugar a confusión. “¿Ves?
Has jugado con dinero hoy que es viernes y por eso has perdido”, decía
una madre a su hijo. Y el niño respondió en seguida: “Pero para mi
compañero que me ganó, era también viernes”. ¡Lógica correcta!

El catequista debe aprovechar la confianza que el niño tiene en él, para


darle la confianza en la Iglesia y en Dios. El niño tiene delante de sí estos
tres escalones: el catequista, la Iglesia y Jesús. “Esto me lo enseñó el
catequista, él aprendió de la Iglesia y la Iglesia de Jesús mismo”

21. El niño razona con


fatiga. Es todavía como
esclavo de los sentidos,
solamente por breves
momentos puede elevarse a
pensamientos abstractos. El
que lo quiera conducir al
pensamiento y reflexión, es
necesario que no tenga afán;
que le enseñe pocas cosas y
siempre conduciéndolo a
través de hechos, colores e
imágenes.

22. El niño tiene una voluntad débil. Y también inestable y


caprichosa. Además, habituado como está a verse rodeado del cuidado
de todos desde la infancia, tiende a considerarse así mismo como un sol
pequeñito y a todos los otros como satélites: él en el centro, los otros
alrededor para obedecerle y servirle.

24
Dulcemente, pero con firmeza, es preciso ponerlo en su puesto: no en el
de mando sino en el de obediencia y de docilidad. Conviene que no
piense en poder plegar la voluntad del que le es superior; y al contrario,
debe él plegarse en manera absoluta a los padres, al maestro, al
catequista. Si esto no se obtiene de él desde el principio, hay poca
esperanza de educarlo debidamente.

Naturalmente, para tener éxito, es preciso presentarle las cosas por el


aspecto simpático y tomarlo apoyándose en la persuasión, en el
sentimiento y raras veces por el castigo.

23. El niño es algo muy grande. Se ha llamado por algunos el siglo


presente “El siglo del niño”, porque nunca como ahora tanto se ha
ocupado la humanidad de él. Se le enseña con libros, biblioteca; se le
cuida con medidas preventivas, colonias, colegios, escuelas, hospitales;
se le educa en escuelas de toda clase; la humanidad entera lo rodea, se
inclina sobre su suerte.

Pero el catequista debe avanzar más y ver en el niño un hijo de Dios, un


hermano de los ángeles y recordar que el Señor pedirá cuenta estrecha
de la manera como el niño ha sido tratado (“El que acoge a uno de estos
pequeñitos, me acoge a Mí”). El que no está persuadido de esto y no
muestra por el niño un respeto sobrenatural, no es digno de estar con él:
está en peligro de perjudicar la obra de Dios.

PREGUNTAS Y CASOS

¿Entre los grandes y los pequeños hay sólo diferencia de estatura? (2).
¿Es necesario estudiar al niño? (1).
¿Todos los niños son iguales? (4).
“El niño es todo bondad: cuidado, no lo arruines” (8).
¿Cuántos medios conozco para estudiar a los niños? (9).
“Pablo se aburre con los niños y se cansa cuando les habla”. ¿Será un buen
catequista? (3-11-12).
“La fantasía, la memoria entre los pequeños y entre los grandes. Diferencias”
(18-19).
“Cayo, catequista, se burla de los niños”, ¿hace bien? (17).

25
IV. EL MÉTODO DEL CATEQUISTA
1.- LOS PRINCIPALES MÉTODOS
1. A una misma meta se puede llegar por varios caminos con viajes
diferentes.

Así para enseñar una verdad el catequista puede escoger varios caminos
que se llaman métodos.

Expondremos con palabras sencillas los principales métodos.

2. Método inductivo o viaje de ida.


El catequista considera la respuesta
del catecismo como un punto de
partida. Después de haberla
examinado se pregunta: Para
entender esta fórmula, ¿qué ideas
deben tener los niños? Esta y ésta...
Procura entonces presentarlas de la
mejor manera posible y del modo
más atrayente para ellos, cuando
hayan entendido bien las ideas y las
palabras, les leerá a los niños la
respuesta o la hará leer y la
entenderán en seguida.

Pongamos un ejemplo práctico. El


catequista debe explicar la fórmula
del catecismo pequeño de S. Pío X:
“El alma es la parte espiritual del
hombre por la que vive, entiende
y es libre”

El catequista se preguntará: ¿cuáles son en esta fórmula las palabras


que mis pequeños no conocen? Examinando hallará que son: parte del
hombre”, “espiritual”, vivir “ser libre.

Entonces puede empezar contando la creación de Adán, el cuerpo del


hombre estaba allí, pero yacía, caído por tierra, no se movía, ni hablaba.
Dios sopló... El hombre vivió, se levantó y comenzó a hablar... He ahí el
hombre ya completo: antes de que Dios soplase, existía una sola parte
del hombre, el cuerpo. Después del soplo estaba la otra parte: el alma (y
así se entiende ya cómo el alma es parte del hombre).

26
Una parte importante. Sin el alma, el cuerpo de Adán quedaría
inanimado por tierra, rígido, frío como una roca. Pero por el alma ya ha
podido ponerse en pie, moverse y caminar. Es el alma la que da la vida, y
hace vivir. Una roca no se mueve, ni crece, ni ve, porque está sin alma:
los conejos, los lagartos, los pajaritos, comen, etc., porque tienen alma
(inmaterial). (Y así los niños entienden que el alma es la que hace vivir).

Y continúan, haciendo que los niños conozcan y entiendan las palabras


restantes, “espiritual”, “ser libre”.

Cuando finalmente ve que todas las ideas y palabras las entienden bien,
el catequista presenta entonces la fórmula y dice: ahora, estad atentos
porque aprendemos una fórmula interesante: “El alma es...”, ya la
fórmula los niños no harán mala cara porque ya la conocen, la entienden
en seguida y se convencen que la entienden fácilmente.

Este método es racional, agradable para los niños, pero un poco difícil
para el catequista.

Es racional porque justamente procede de lo fácil a lo difícil, de lo que se


sabe a lo que no se sabe.

Le agrada a los niños porque antes de que la respuesta llegue, los hace
navegar a la aventura y a lo imprevisto; conocida la respuesta, clara y
límpida, le da alegría como por un descubrimiento.

Es difícil porque requiere espíritu de iniciativa y preparación diligente.

3. Método deductivo o viaje de vuelta. El catequista considera la


respuesta como un punto de partida. La lee al niño, le explica cada
palabra, aun las más fáciles; y no queda tranquilo hasta que todas las
partes y todas las palabras no estén bien entendidas por el alumno.

Este método es más fácil para el catequista pero menos atrayente para
los niños.

Por ejemplo: El catequista leerá en seguida toda la fórmula anterior.


Después de haberla leído o hacerla leer, la explicará... ¿Entienden qué
significa “espiritual”? Lo voy a decir. ¿Saben qué diferencia existe entre
una cosa que vive y una cosa muerta? “Óiganme...”, etc. Al fin concluye:
“Espero que ahora sí hayan entendido la respuesta”.

Más fácil porque el catequista no tiene sino que seguir la fórmula.


Desmontar un mecanismo es mucho más fácil que armarlo. Ahora bien,

27
el método deductivo desmonta pieza por pieza el mecanismo de la
fórmula, mientras que el método inductivo la reconstruye.

Menos atrayente para los niños, porque les presenta de pronto la


fórmula no explicada, aún oscura, que no entienden y no les gusta. -

4. Los dos métodos precedentes pueden reunirse en viaje de ida y vuelta.


Así: el catequista explica al principio la respuesta con el método
inductivo, llevando a los niños a la conquista de la comprensión de la
fórmula; una vez que la han entendido, la hace explicar por ellos
deductivamente, preguntándoles sobre las palabras.

5. El método inductivo no se ha de confundir con el


intuitivo (Intuere, ver), quiere decir servirse de
imágenes, hechos, ejemplos, etcétera, para hacer
que el niño vea las cosas.

6. Método activo. El catequista al enseñar no sólo


se preocupa de hacer o hablar él mismo, sino
sobre todo de hacer hablar a los niños y hacerlo
usando todos los medios que tiene a su
disposición.

“Es el método que usó Nuestro Señor, pero que se


ha estudiado científicamente en estos últimos
años: “La escuela activa”. Se ha comprobado esto:
el hacer agrada a los niños; para hacer algo, el
niño se ve obligado a reflexionar un poco; y
después de haber obrado se le olvida menos.

Hay dos estudiantes: uno ha leído un tratado completo sobre la radio, el


segundo ha construido un radio. No es ciertamente el primero el que
conocerá mejor la radio.

Mira a un muchacho que va en su bicicleta por la calle. No se me ocurre


siquiera preguntarle qué ha estudiado para ir en bicicleta. Ha ensayado y
vuelto a ensayar y pronto será un campeón.

Por ejemplo, permaneciendo siempre en el mismo tema de la respuesta


sobre el alma, el catequista ensayará con el método activo y pondrá en
movimiento a los alumnos; en vez de relatar él la creación de Adán, la
hará repetir por un alumno que ya la conozca; escribirá sobre el tablero
la palabra que hay que explicar, o hará pasar adelante a dos, a quienes
les dice: tú eres el alma y tú (al otro), el cuerpo... Estén atentos, les diré
las preciosas cualidades de cada uno: ustedes dirán a sus compañeros lo
que les he dicho, etcétera, y se completaran mutuamente; después les

28
mostrará una roca y un grano de trigo, preguntando qué diferencia hay
entre uno y otro; y después los hará levantarse para dar gracias al Señor
por habernos dado el alma.

7. No es preciso creer que el trabajo activo de un niño se reduce al


cuaderno con unas cuantas pinturitas, oracioncitas o imágenes
recortadas y pegadas. El catequista activo pone en juego todo lo que
tiene el niño: la lengua interrogándolo a menudo y dejándolo hacer
preguntas; los ojos, mostrándole imágenes, cartulinas, tarjetas postales,
proyecciones luminosas, espectáculos de la naturaleza, objetos sagrados,
etcétera; la fantasía, refiriéndoles historias interesantes, hechos,
ejemplos; las manos, haciéndoles tocar todo cuanto es posible: objetos
sagrados, invitándolos a hacer esquemas, tareas, oraciones escritas; los
pies y todo el cuerpo llevándolos a visitar unas Iglesias, un cementerio,
haciéndoles reproducir alguna escena del Evangelio; el deseo de
compensar y desafiar, de ponerse a la cabeza, colocándolo en una
escuadra que compita con otra; el deseo de llegar pronto a un
resultado práctico habituándolo a rezar, a hacer la obra buena o sea la
“victoria” o “fruto práctico”.

8. Explicaremos después todas estas cosas que constituyen los varios


aspectos del método activo. Baste por ahora anotar que el método activo
puede abarcar todos los otros métodos: el deductivo, el intuitivo y otro
más.

2.- LOS ASPECTOS MÁS IMPORTANTES DEL MÉTODO ACTIVO


a) Hacer hablar al niño

9. En el catecismo hay tres casos: o


habla el catequista solo como en un
sermón (forma expositiva); el
catequista interroga y el alumno
responde (forma interrogativa); o
interroga el alumno y el catequista
responde (forma dialogada). Pero
podemos usar estas tres formas y
tenemos un cuarto caso: forma mixta.

Para el niño es un suplicio oír hablar a los adultos, y el callar si no se


trata de alguna narración. Ellos no soportan un discurso continuo más
largo de dos minutos. El catequista por lo tanto debe usar sólo para
aclarar brevemente la forma expositiva y recurrir continuamente a la
interrogación y al diálogo.

29
10. Las interrogaciones se hacen para ver si el alumno ha logrado
asimilar lo explicado (forma catequística) o para llevarlo poco a poco a
conocer otra verdad (forma socrática). La forma socrática es difícil, más
fácil y frecuente es la forma catequística.

11. Las preguntas hechas al niño deben ser sencillas y claras, que
tengan una sola respuesta. No se dirá: quién y cuándo se fundó la
Iglesia? Traería confusión a los niños, sino ¿quién fundó la Iglesia? y
obtenida la respuesta; ¿cuándo se fundó?, no preguntas demasiado
fáciles porque terminarán en juego y desorden; ni tampoco muy
difíciles, porque se les de scorazonará, sino variadas para no producir
monotonía.

Él catequista hará de ordinario primero la pregunta en general, después


indicará al alumno qué debe responder y no al contrario; si no los
alumnos no interrogados no prestarán atención.

No es conveniente sugerir al alumno la primera palabra o sílaba de la


respuesta.

12. A través de las


preguntas el catequista verá y
conocerá la prontitud, el
ingenio, la diligencia de sus
alumnos. Verá también si ha
acertado para hacerse
entender de ellos; verá que
ciertas palabras que le
parecían facilísimas, no
habían sido entendidas o
entendidas al revés. Son aún célebres los casos de aquel muchacho que
creía que la Misa se llamaba “sacrificio” porque para asistir a ella se
hacía penitencia; de aquel otro que preguntó si la especie eucarística
bajo la que se esconde el Señor era el palio o tabernáculo; de un tercero
que recitó durante un año los preceptos de la Iglesia sin entender nada
sobre las “nupcias” que estaban prohibidas en ciertas épocas; y de un
cuarto que contestó sobre cuáles eran los últimos sacramentos: no
existen, ya se los dieron a mi abuela”.

13. El diálogo del niño con el catequista es excelente: prueba que el


niño se interesa, pone empeño en las lecciones, pero exige del catequista
ciencia, habilidad y prudencia.

Ciencia, para no hallarse embarazado para responder a ciertas


preguntas.

30
Habilidad; para hacer guardar bien la disciplina, (“hacer hablar” no
“dejar hablar”), para no perder tiempo inútilmente, para distinguir en
seguida al pequeño que interroga para distraer y hacer reír, para desviar
la pregunta que no tiene nada qué ver con la lección del día.

b) Hacer retener

14. Moisés en el desierto tocó con un bastón la roca dura y brotó de


ella agua refrescante. Una campana está muda y silenciosa mientras no
se le toca, tocada por el badajo, difunde sonido poderoso que vuela por
kilómetros. Los fósforos sin frotar, son cosas insignificantes pero al
frotarlos hacen brotar luz y calor.

La roca, la campana, el fósforo son imágenes de las fórmulas y


definiciones del catecismo. Son como cosas áridas, mudas,
insignificantes mientras no se las explica y
al explicarlas debidamente se vuelven
fecundas, fuentes de luz esplendorosa.

15. Se equívoca, pues, quien quiera abolir


las fórmulas y definiciones y el estudio de
memoria del catecismo.

Algunas expresiones y fórmulas del Derecho


o de la. Química, porque exigen precisión y
exactitud se estudian de memoria por los
alumnos del liceo o de la universidad.

En la religión hay verdades


importantísimas, delicadas y difíciles. ¿Qué
mal se sigue de que se las dé como
condensadas en fórmulas precisas para que
las conserven en la memoria los pequeños?

La fórmula aprendida de memoria es como


una percha, a la que quedamos adheridos
no obstante el pasar de los años, en los
conocimientos religiosos más importantes.

Tanto más en cuanto que ciertas fórmulas


no le servirán al niño en el momento actual
sino en el futuro. Por ejemplo, la enseñanza sobre el matrimonio, la
extremaunción. ¿Y cómo servirán después si no podemos recordarlas?

Por otra parte, ¿no es la memoria una facultad para ejercitar y hacer
trabajar recordando?

31
16. Pero se equivoca también quien abusa de la memoria y hace
consistir el catecismo en sólo aprender de memoria fórmulas y
definiciones.

Ketteler, ilustre obispo de Maguncia, define como delito hacer aprender al


niño fórmulas que no entiende.

Y eso es en verdad delito porque impone una fatiga ímproba al niño,


dejándolo en la ignorancia y dándole la idea de que el catecismo sea
únicamente un conjunto de cosas sin sentido, difíciles y abstrusas.

17. En otros tiempos, la fórmula o definición se le hacia seguir en


varias etapas: a) Definición aprendida de memoria; b) explicada por el
catequista; c) Llevada a la práctica.

El método más adelantado es: a) Fórmula explicada bien por el


catequista; b) Fórmula estudiada de
memoria; c) Fórmula practicada.

18. El catequista por tanto no


hará aprender de memoria la
definición si no la ha explicado
antes bien.

Y además de explicarla, hacerla


amar presentándola en una luz
atrayente y simpática.

Y con esto se facilita el aprendizaje.


Cuando por ejemplo se ha repetido
la definición y la ha hecho sentir
hondamente (recitada por el
catequista, leída por un alumno o
recitada por todos a la vez en coro),
los niños quedan con la impresión
de saberla ya o poderla aprender
fácilmente y la estudian entonces
con gusto.

c) Hacer ver con los ojos

19. Los ojos tienen como hambre y sed de colores, de vistas y por esto
se quedan como extasiados ante las proyecciones luminosas, los
cartelones o láminas bellamente coloreados.

32
Cuando se hace ver un cuadro, la primera impresión del niño es de
estupor: “¡Oh!...”. Después de aprobación: “¡Qué bello cuadro!”. Después
vienen los comentarios y observaciones: “La Virgen es mona”, “El sol
entra por la ventana”. Se nota que los niños se impresionan, sobre todo
por las cosas particulares (la cola de un perro, la cabeza de un caballo, el
gorro de un soldado), al contrario de las personas mayores que ven
enseguida el conjunto y después pasan a lo particular.

20. Pero no basta mostrar el cuadro: es preciso tener el arte de hacerlo


vivo y diciente. No se debe tener miedo de no ir muy aprisa, pues
cuando se explica un cuadro, hay que explicarlo todo: quiénes son los
personajes, qué sucedió, qué hicieron, qué están haciendo, de qué
sentimientos parecen animados. Y poner en la boca de los personajes
palabras y discursos apropiados, de modo que los niños tengan ante sí
como una escena viva y animada. Se puede llegar hasta hablar en
nombre de los niños al Jesús del cuadro y hacer hablar a los niños con el
mismo Jesús.

Los cuadros o imágenes imprimen la


escena fuertemente en la fantasía, hacen a
los niños atentos e interesados, y sirven
mucho para despertar buenos
sentimientos.

21. El cuadro o imagen puede mostrarse


desde el principio de la lección, si ilustra
un concepto; cuando se recuerda un
hecho, se puede primero narrar el hecho y
después mostrar la imagen; si se trata de
una figura (crucifijo, la Virgen, San Luis),
que sirve para edificar a los niños, se les
muestra al momento de la explicación
práctica.

22. El tablero ayuda también mucho para hacer ver a los niños: un
nombre difícil que excita la curiosidad y el interés, visto con los ojos,
además de oírlo, se recordará fácilmente; un dibujo, un esquema, un
título de la lección que sirve para excitar la atención y recordar mejor el
hecho.

d) Hacer ver a la fantasía

23. Un niño debe recorrer un pedazo de bajada en invierno. El


pavimento está liso por el hielo. El niño siente miedo y dice: Cuántas
vueltas y revueltas y piruetas deberé hacer antes de llegar abajo. El no
quiere las piruetas y con todo prevé que hará algunas. En él hay una

33
fuerte voluntad de no caer, pero al mismo tiempo prevé que caerá; la
una no destruye la otra.

Algo parecido sucede al que va a confesarse. Hace el propósito firme de


no cometer más aquel pecado, pero al mismo tiempo prevé que caerá en
ese pecado. Una cosa es el propósito y otra la previsión.

Esto es simplemente un parangón. Con él, a base de semejanzas, el


catequista explica en pocas palabras un concepto un poco difícil: que la
previsión de cometer el pecado no es la voluntad de pecar.

24. Los ejemplos a veces son


casos prácticos en los que se ve la
materia enseñada. Pongamos uno
sobre la obligación de restituir.

“Antonio es un campesino. Tiene en


el establo cuatro vaquitas y lleva la
leche a la lechería. Pero cada día
pone a la leche un poco de agua,
porque dice: “Así pesa más y recibo
mejor paga”. ¿Hace bien o mal
Antonio? Responde tú, Ernesto.
• Mal.
• Hace mal, comete pecado.
¿Contra qué mandamiento ha pecado?
• Contra el séptimo: no robar.
• Bien. ¿Y por qué ha pecado contra el séptimo mandamiento?
• Porque ha robado a los que compran la leche.
• Bien. Pero el que ha robado, ¿basta que se confiese?
• No, debe restituir.

Y así debe hacerlo Antonio. No basta que se confiese de haberle echado


agua a la leche, sino que debe reparar el daño causado, restituyendo el
dinero a la lechería.

25. Pero sobre todo le gustan a los niños las historietas. Los cuentos
tienen las ventajas del parangón y de los ejemplos y además dan luz a la
inteligencia, incitan al bien obrar, y sirven para guardar la disciplina de
la clase. Las mejores narraciones son las tomadas del Evangelio y de la
Historia Sagrada. Otras pueden tomarse de la vida de los santos o de la
historia, con tal de que sean verdaderas. Alguna vez, si contamos
cuentos, hechos inverosímiles, parábolas, entonces es preciso decir a los
niños que son cosas inventadas.

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26. El saber contar bien es una de las mejores cualidades del
catequista. Tendrá éxito si se hace niño como los niños y se adapta a sus
gustos, haciendo ver y hablar a través de los personajes de la narración,
dramatizando las cosas.

Así por ejemplo debemos contar a los niños el hecho de la capa de San
Martín; no bastará decir: “Un pobre pidió un día limosna a San Martín:
éste no teniendo otra cosa, cortó con la espada su manto y le dio la
mitad”. Este modo de contar no le dice nada al niño: él desea saber el
largo de la capa, las palabras, los personajes. Quiere casi ver la cosa. Y
entonces es preciso describir el ambiente, los vestidos, hacer hablar a los
personajes. De este modo: Ahora todos atentos, porque voy a referir una
bella historia. Era una mañana de invierno, había caído la nieve y hacía
mucho frío. Por el camino se hallaba un pobre: descalzo, vestido con
unos andrajos, castañeteaba los dientes y tiritaba de frío. Y entonces
venia por el mismo camino un soldado a caballo. Se llamaba Martín. El
pobre extendió la mano temblorosa y dijo: Tengo tanto frío, hágame la
caridad. Martín respondió: perdóneme, no tengo nada en este momento.
Pero en seguida pensó: ¿y si le diera la mitad de mi manto? Paró el
caballo, llamó al pobre y le dijo:
toma un pedazo de mi manto y
con la espada lo dividió en dos y
le dio la mitad, etcétera.

Mientras se narra, se deben usar


frases, palabras concretas, para
arrojar luz donde debe
resplandecer. En el ejemplo
anterior lo que había que poner a
la vista era la caridad, el buen
corazón de San Martín. La luz
por tanto se hallaba en el acto
caritativo y no en otra cosa.

Supongamos que el catequista se


distraiga sobre la descripción del
caballo que se acerca... “Se oye
por el camino el ruido de un
caballo, troc, troc.... El caballo ya está allí. Lo monta un soldado atrevido,
con la espada al flanco, con yelmo en la cabeza”. Todo esto interesará a
los niños por el trote, por la espada, por el yelmo, pero hará poner a
segundo término la limosna y la piedad del soldado.

27. Se quiere hacer ver la verdad que se está explicando y el ejemplo


debe estar estrechamente unido a la verdad explicada o parte del
catecismo, y no como un caramelo azucarado, separado, que se da para

35
hacer aceptar un alimento o medicina desagradable. No diga: Estén
atentos que después les contaré una historia interesante. Con esto
parece como que el catecismo no fuera interesante. Sin embargo esto no
impide que se cuente algo cuando se nota cansancio en los niños o hacia
el fin de la explicación.

e) Hacer mover las manos y los pies

28. Los niños no saben aún escribir y tienen en la mano con delirio,
tiza, pedazos de carbón y con ellos emborronan papeles y hacen figuras y
mamarrachos en las paredes de la calle, en los libros o periódicos, que
tienen al alcance. Eso explica que expresan gustosamente con el diseño
lo que se les ha sugerido y lo mismo pueden aprovechar de sus pequeñas
experiencias en la enseñanza religiosa. Así nació lo que se llama
“cuaderno de religión” o el “cuaderno activo de apuntes”.

29. De eso resulta un gran


bien: hace que el niño se
aplique al catecismo como a
una cosa interesante y
hermosa y muy suya; enseña
a aprende r de memoria una
cosa mejor y a retener lo
aprendido, hacen que en la
casa se interesen en el
catecismo, el papá, la mamá,
la hermanita, llamados por el
pequeño para que lo ayuden
en la pintura que tiene que
hacer, en la imagen para
escoger, etcétera. Se verifica el
caso del pequeño que sin
saberlo hace bien al padre, al
tío, que no van a escuchar la
palabra de Dios en la Iglesia,
mas la vienen a escuchar
gustosos a través del
cuaderno del hijo o del
sobrino.

30. Pero entendámonos: El diseño lo hace el que tiene disposición; los


niños no tienen disposición o aptitud para hacerlo por sí mismos,
escriben sobre el cuaderno alguna otra cosa; colorean las imágenes ya
dibujada previamente, ponen bajo la imagen una, dos o tres líneas de
comentario, completan frases indicadas por el catequista, o ya
estampadas en el cuaderno; hacen sus oracioncitas propias, resúmenes,

36
cuentos, etcétera. Y no importa que los dibujos sean toscos, o las
expresiones llenas de errores gramaticales. Lo importante es que el
muchacho exprese espontáneamente, como mejor pueda y sepa, sobre el
cuaderno sus pensamientos y sentimientos religiosos.

31. No hay sólo el cuaderno para hacer mover al niño. También se


pueden hacer mover las manos y los pies y todo el cuerpo de varios
modos. Por ejemplo con juegos catequísticos, con escenas catequísticas,
con visitas a la Iglesia, a la sacristía para ver y tocar los ornamentos
sagrados, la piedra o ara del altar, etcétera. O cuando los niños deben
preparar el material didáctico de la lección sobre la liturgia, haciendo en
la casa la pequeña casulla, la estola, o fabricando el altarcito con todos
los objetos del culto, etcétera.

f) Trabajar en partidos o escuadras

32. Observad los juegos de los niños de 9 a 12 años: la mayoría son a


veces a base de partidos distintos. Dad una ojeada al deporte: todo es a
base de escuadras, partidos, o concursos, primeros puestos, victorias y
puntajes. La gente, pero sobre todo los muchachos, tienen para estos
juegos una gran afición. La competencia o espíritu de concurso se siente
hoy por doquier; por eso se puede llevar con éxito el trabajo de
escuadras, partidos o desafíos, al catecismo.

33. Un ejemplo: Hay una


clase de doce niños: se dividen
y se forman tres escuadras de
cuatro cada una y para cada
una de ellas se escoge un
capitán que debe dirigir,
advertir y reclamar a los otros.
Se establece un sistema de
puntos: el punto para el que
está presente, otro para el que
sabe mejor de memoria la
lección, otro para el que le da
mejor sentido, otro para el que
tiene mejor página activa del
cuaderno, etc. Los puntos se
suman y dan puntos para el
partido o escuadra, que se van
señalando sucesivamente en un gráfico. La escuadra que reúna de
primera un determinado número de puntos, queda vencedora.

34. Este sistema es fructuoso sólo con alumnos de 9 a 12 años;


requiere en el catequista práctica, entusiasmo, tiempo; haciéndolo

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funcionar bien produce varias ventajas: hace trabajar mucho a los niños,
estimula una sana emulación (se trabaja por el partido o escuadra, no
por uno en particular), educa en la fraternidad, hace animada y serena la
escuela, enseña a los capitanes a preocuparse por sus compañeros, por
tanto los habilita para el apostolado, pone a los niños en contacto con el
catequista, quien así los puede conocer e instruir mejor.

35. Para que el trabajo en esta forma tenga éxito, es necesario que los
capitanes sean aptos, niños de energía, que tengan prestigio entre los
demás de la escuadra; las escuadras sean al menos tres, equilibradas en
sus fuerzas o sea casi iguales en la inteligencia y capacidad de sus
miembros; se escoge para cada escuadra un hermoso y llamativo
nombre de batalla, un distintivo; para anotar los puntos se toma algo
imaginativo (recorrido del mundo, subida a la montaña, etcétera), se
procura que la escuadra vencedora tenga su premio y aun premios
individuales por la buena conducta, por la presencia.

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V. LA CLASE DE CATECISMO
1.- PREPARACIÓN DE LA LECCIÓN
1. Es necesaria. No se construye una casa sin hacer antes el proyecto y ver
cómo debe ser de grande, cuántos cuartos, cuántas puertas, cuántas
ventanas, etcétera. Una lección es como una casa pequeña para
construir: antes de hacerla es preciso ocuparse de ella, ver cuánto
tiempo ha de durar, cuántas partes tendrá, qué adornos hay que
añadirle, qué fruto debe llevar.

Una lección no preparada será


confusa, aburridora, insípida, sin
resultado. Sólo la lección preparada
con amor y diligencia, con sus
partes bien claras, con sus ejemplos
apropiados, tiene éxito.

2. No basta dar una ojeada al libro en


diez minutos. Hay catequistas que
comienzan el lunes a pensar en el
catecismo del domingo y pasan toda
la semana en la preparación
cuidadosa de la lección, meditando
con amor la materia que se va a
explicar, llenándose de esos
pensamientos la mente y el corazón.
De esto modo, además de las ideas
claras, llevan a la lección una alma
que vibra y hace vibrar.

El mínimo que cada catequista debe


hacer es este: Hallar en el texto la
lección que toca, estudiarla de
modo de saberla perfectamente y
repasar la respuesta de memoria.

Consultar la Guía u otro libro bueno, sabiendo buscar lo que agradará o


hará bien a los niños, dejando lo que no podrían entender.

Establecer qué palabras va a usar, qué método va a seguir, qué


ejemplos, qué parangones va a exponer, qué imágenes u objetos va a
mostrar.

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Fijar el resumen y la obra buena que se propone para hacer.

Prever las principales preguntas y respuestas adaptadas, tener


preparados algunos ejemplos para el caso.

3. Los niños son como los pajaritos: quieren


saltar de flor en flor, cambiar siempre. Será
bueno el tener preparado en cada lección
algo nuevo que les guste. No comenzar
siempre de la misma manera, no preguntar
siempre del mismo modo. Al menos tener
algunas explicaciones brillantes y en cada
lección tener algún punto más atrayente.

4. Y orar. El hacer bien la explicación, aunque


se haya puesto toda diligencia, es siempre
una gracia del Señor que hay que pedir
humildemente.

2.- ITINERARIO DE LA LECCIÓN

5. Quien dice itinerario dice programa o serie de etapas sucesivas.


Enumeremos la serie de las varias etapas de la lección del catecismo
parroquial:
• El catequista se encuentra (con el texto, la guía, la libreta de
calificaciones), a la hora precisa en el sitio de la clase.
• Recoge y pone en fila a los niños.
• Entra con ellos en silencio en el aula o local de la clase.
• Espera que se pongan en su sitio y les ayuda a ello;
• Oración (a veces cantada);
• Llamada de lista;
• Interrogación sobre la lección anterior;
• Explicación de la lección nueva;
• Recapitulación de la lección nueva;
• Aplicación práctica;
• Asignación de la tarea;
• Oración;
• Salida de la clase.

6. Algunas anotaciones:

Los niños no pueden saltar de un juego muy activo o de un alboroto a la


oración o a la lección: el catequista se preocupará de que el cambio venga
suavemente, calmándolos con un canto, o con dos o tres minutos de
espera fuera del aula, etcétera.

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La oración no se empieza hasta que no estén todos quietos y sosegados.

La libreta de calificaciones debe llevarse bien, sea para calificar la


lección, sea para apuntar las ausencias. Eso da un poco de importancia
y tiene a los niños con un poco de miedo.

7. Después de la clase, quedando solo o volviendo a la casa, el catequista


ora al Señor agradeciéndole el haberse servido de él, pidiendo que los
niños pongan en práctica las cosas importantes explicadas. Bueno será
hacer un momento de examen o propósito sobre cómo anduvo la clase,
sobre los méritos y los defectos. Será muy bueno llevar un Diario sobre
el cual anotará la preparación de la clase antes y luego las
observaciones.

3.- DISCIPLINA DE LA CLASE


Una nación es ordenada y disciplinada si tiene estas dos cosas: leyes
precisas y claras (poder legislativo), y fuerza para exigirlas (poder
ejecutivo y punitivo).

En una clase de catecismo habrá disciplina


cuando se dan avisos y órdenes claras y se
logra hacerlas observar con la presencia, el
interés insistente, la persuasión o aun con
un poquito de castigo.

Si no se dan las órdenes o no son claras y


nadie cumple, pondremos confusión,
desobediencia, todo lo contrario de
disciplina.

a) Acerca del “poder legislativo”

8. Ser claro y preciso en dar las órdenes. A


veces el niño no ha seguido las órdenes por
no haberlas entendido o no haberlas recordado. Para asegurarse que las
han entendido y para hacerlas recordar, hacerse repetir las órdenes
dadas (“¿Has entendido lo que he dicho?” Dímelo, pues... ¿Has hallado la
página que debes estudiar? Muéstramela).

No dar órdenes mientras los niños se hallan moviéndose; dar pocas


órdenes, no cambiarlas, sino repetirlas de nuevo.

No mandar jamás una cosa cuando hay seguridad de que no se hará.

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Mantenerse firmes en lo dicho. Cuando se ha dicho no y las
circunstancias no han cambiado, no se debe mudar la orden. ¿Por qué
de ordinario el papá se hace obedecer mejor que la mamá? Porque se
mantiene firme en lo dicho, no cede y el niño lo sabe.

Y no hacer prédicas cuando se dan órdenes: no hablar ni dar muestra a


los niños de que tiene miedo de no ser obedecido; pocas palabras
incisivas (no irónicas) son mucho más enérgicas y eficaces que muchas
exhortaciones.

b) Acerca del “poder ejecutivo”

9. Nuestra disciplina no debe ser a la prusiana (o haces esto o palo va), la


nuestra debe hacer que el niño quiera aquello y lo haga con gusto; no
sofoca la libertad del niño, sino que la educa y alimenta haciendo que él
mismo, espontáneamente, quiera lo
que nosotros le ordenamos.

10. Pero, ¡atención! “Voluntariamente”


no significa “sin esfuerzo”, “sin fatiga”.
Ningún educador formará bien a los
niños y jóvenes, si no manda y obtiene
de ellos esfuerzo y sacrificio.

Un catequista dice: “Quiero ahorrar a


mis niños cualquier esfuerzo”. No ha
entendido nada de la educación ni de la
vida. En otra ocasión con hechos y sucesos grandes, los niños hallarán
nada más que lo duro, áspero y amargo. Hay pues que prepararlos desde
ahora. Por otra parte, sin fatiga no se hace nada grande en este mundo.
Debe decir a veces: Quiero que se esfuercen para que se habitúen al
sacrificio. La risa, el juego, la alegría sólo y únicamente son ayudas.

11. La disciplina de que hablamos presupone en el catequista ciertas


habilidades indispensables. Primera: el prestigio. Lo tendrá cuando el
niño experimente hacia él cierto sentido de reverencia y de estima, por su
bondad, su ciencia, por la capacidad de trabajo. El niño es algo como el
salvaje: tiene necesidad de ver que el capitán que lo guía es un hombre
más capaz, más fuerte, más inteligente que él. De otro modo no lo sigue.

12. Otra cualidad, la bondad... pero que no sea demasiada. (Un


hombre bueno “y no un bonachón” inspira confianza, y “no dejarse tomar
el pelo”).

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Los niños deben ver que el catequista es bueno y los ama, pero al mismo
tiempo deben mostrar una cierta docilidad a él; de otro modo lo toman
todo en “broma” y se acaba el prestigio.

13. Tercera cualidad: la confianza en sí mismo. Los niños deben


tener la impresión de que somos seguros, capaces, dignos y que nos
sentimos dueños de nosotros mismos, con el tono de la voz, el
semblante, los movimientos. ¡Ay de nosotros si nos ven tímidos,
inseguros, impacientes!

14. Cualidad muy importante, hacerse interesante. La mayor parte de


las veces los niños son indisciplinados, porque no nos hacemos
interesantes, decimos cosas que no les interesan o en modo inadaptado o
sin la suficiente preparación.

15. La disciplina que


procuramos considera otros
medios: premios y emulación. El
más fácil de los premios es la
alabanza: dada con prudencia, en
tiempo oportuno y entusiasmo,
invita al estudio. En cuanto a los
otros premios, sean grandes o
pequeños, no es el darlos lo que
mejor efecto produce, sino el modo
como se dan, las palabras, los
miramientos que los acompañan.

La calificación si se sabe usar, da óptimos resultados para la disciplina.


Lo usa bien el catequista cuando le da importancia delante de los niños,
sobre todo para la disciplina. Lo usa bien el catequista: “en lo que te
pregunté sacaste cuatro puntos y si continúas así, llegarás a los cinco”,
y alguna vez dar algunos puntos más para entusiasmar.

c) Acerca del “poder punitivo”

16. El sol enseña algo al catequista, sin saberlo; el sol suministra


continuamente luz y calor, a veces lluvia y viento, raramente
relámpagos y truenos.

El catequista debe continuamente dar a sus alumnos afecto y cuidado,


a veces recomendaciones y exhortaciones, raramente intervendrá con
reprensiones y castigos.

17. Los castigos deben darse con mucha prudencia si se quiere que
sean eficaces.

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Comenzar con poco (mostrarse no contento, menos benévolo, miradas
severas, reclamos; amenazas de castigo) llegar al castigo fuerte sólo con
los pertinaces que no obstante los avisos y reclamos, se hallan faltando
tres o cuatro veces; no infligir castigos corporales, más bien privar de
alguna cosa que tengan los niños.

No es el castigo en sí mismo el que corrige al niño, sino el disgusto y el


deseo de verlo mejorar, eso es lo que el catequista desea.

No castigar si no se está seguro de la falta,


dejar al niño que se defienda, y si lo halla
inocente mostrar disgusto de haberlo
castigado y alegría por haberlo hallado
inocente.

No castigar mientras se está disgustado,


jamás encolerizarse.

Corregir en cuanto se pueda en privado; no obligar a un niño a


presentarse ante los compañeros con el rostro encarnado y las lágrimas
en los ojos.

Si el niño se enmienda en seguida, perdonarlo.

d) Sagacidad práctica para la disciplina

18. Usar bien los ojos, para hacer sentir al niño que lo observamos y
que se le ve en todos sus movimientos. Para esto, que las clases sean
poco numerosas, y cuando se usan las bancas, que no estén en líneas
paralelas sino en semicírculo o herradura. Así todos los niños son vistos
completamente y a ninguno de la tercera o segunda banca, le entra la
tentación de molestar con los pies o las piernas a los compañeros de la
primera o segunda banca.

19. Procurar que entren a la clase en orden y silencio; señalar los


puestos y que no se hallen juntos dos perturbadores; que los puestos
sean fijos, que no sea una lucha para tomar puesto al entrar a la clase.
Tener presente que ser débil al comienzo de la clase quiere decir tener la
batalla perdida durante toda ella.

20. No comenzar jamás la clase amenazando a los que hacen bulla


colocándose en sus puestos. El desorden al principio lanza un aspecto
poco agradable sobre toda la clase.

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Alabar a los que ya se han colocado en sus puestos sin desorden,
exhortando a los otros a componerse pronto; solamente se comienza a
rezar cuando haya completo silencio y atención de todos.

21. Ser un poco astutos para presentar la disciplina bajo un aspecto


discreto y simpático. No decir: “En esta clase exijo disciplina, haré
andar rectos a todos y castigaré a los indisciplinados”. Si se muestra la
disciplina bajo un aspecto duro y áspero, los niños comenzarán a
jugársela y a burlarse. Diga más bien: “¿Conocen a Rubén Darío... los
aviadores, los alpinistas, los campeones de fútbol?... ¿Gente esforzada
que domina los estadios, los cielos, las montañas...? Porque se han
sometido a disciplina... Rubén Darío se adiestra bajo la lluvia, bajo el
viento, con hambre, con sed, con disciplina. Nosotros también
procuraremos un poco de disciplina.

Es probable que se consiga un efecto mejor con éste que con el primer
sistema.

22. Es preciso no multiplicar las


prohibiciones: “Esto no se puede, esto
otro tampoco... por ahí no debes
caminar...”. Los niños se sienten como
sofocados y sienten que la disciplina es
un peso grande, mientras que es
necesario hacerla aparecer ligera y
llevadera; ciertas cosas hacerlas amar
antes de mandarlas, otras hacerlas
aparecer como premios.

23. Y saber entender a los niños. Los


niños son siempre niños, son a la verdad
indisciplinados e inquietos pero no
malos. No exigirles demasiado en
detalles y concederles un descanso
cuando sea razonable. De pronto sale un
ratón de un armario: todos se levantan y
gritan... ¿Qué se hace? Sería exagerado levantar la voz y reprochar
clamorosamente. Procurar en cambio calmar a los niños con bondad.

24. ¿Jamás has montado sobre un potro furioso? ¿Sí? Entonces sabes
que es necesario tener las riendas y darle de vez en cuando algún
respiro, pero no soltar las riendas del todo bajo el cabezal, porque si no el
animal te lanzará lejos. Así en la clase, hay que dejar un poquito de
respiro, de vez en cuando un cuento a tiempo, algo que suavice: pero no
dejar reír demasiado, dejando libre la hilaridad; son muy pocos los que
con una sola señal traen todos al orden interrumpido.

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25. Ensayar en bajar la voz cuando los niños comienzan a distraerse o
a charlar entre sí. De pronto todas las cabezas se fijan en el profesor y
preguntan: ¿Pero qué pasa? ¿Qué querrá con esa voz suave y baja con
que nos habla? Pues nada, sólo deseo que estén atentos. El catequista
sabe que para hacer callar no hay que gritar, sino que se habla
suavemente y se obtiene silencio.

26. Algunas veces el hablar suavemente no es suficiente: los niños


están cansados. Entonces un hecho interesante, unos cuadros en
colores, ponerse de pie un momento, una oracioncita, un cántico
sencillo, o sea emplear los medios del método activo del que hablamos
antes, que ayudan también para la disciplina.

27. Cuando ha faltado a la clase un niño, informarse del motivo,


pasando por su casa. Cuando un niño no responde porque es corto,
pedirle a alguno de su casa o a una persona vecina que le ayude. Si se
presenta el caso de algún alumno incorregible y perturbador, entonces es
necesario y oportuno el despedirlo de clase, pero por medio del Párroco.

PREGUNTAS Y CASOS
“Hace ya muchos años que enseño: siempre estoy preparado” (1, 25, 26).
“Doy una ‘ojeada’ al texto y ya estoy preparado” (2).
¿Cómo se hace la preparación próxima a la clase? (2).
¿Cómo divides los tiempos de la preparación de la clase? (5).
“¡La libreta de calificaciones no sirve para nada!” (7-8).
¿El catequista es un pequeño gobernante que tiene en sus manos los tres
poderes? Explicarlo (...).
¿Cómo es el arte de mandar? (8).
“La mejor disciplina es la alemana” (9).
¿Qué cualidad se debe poseer para tener bien la disciplina? (14).
¿Cuando los niños están indisciplinados de quién puede ser la culpa? (9).
“La disciplina consiste en el silencio yen la inmovilidad” (9).
¿Cuáles son las dificultades principales para la disciplina? (18-26).

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VI. LA ORGANIZACIÓN DEL CATECISMO
1.- LOS ÓRGANOS PROPULSORES
1. El motor es un centro, del cual parten todos los movimientos de la
máquina; la cabeza es un centro que dirige y vigila toda la actividad del
cuerpo. Los movimientos y la actividad del catecismo tienen unos centros
directivos que son como el motor de la máquina y como la cabeza del
cuerpo.

2. En Roma, en la Sagrada Congregación del Concilio, funciona una oficina


catequística (desde 1923), con el objeto de regular y promover el
movimiento catequístico de todo el mundo.

3. En el centro de la
diócesis, cerca de la Curia
Episcopal, está la oficina
catequística diocesana,
órgano del que se sirve el
Obispo para promover,
ordenar, dirigir, en toda la
diócesis, la instrucción
religiosa del pueblo.

La actividad de la oficina,
que se llama “pequeño
ministerio de la instrucción
religiosa”, se extiende:
a) A la instrucción catequística parroquial de niños y adultos.
b) A la enseñanza de la religión en las escuelas y colegios.

4. En la Parroquia está la congregación de la doctrina cristiana, que


tiene el fin general de promover la instrucción religiosa en todos los
grados, lugares y formas, y el fin especial de promover, organizar, asistir
con los mejores medios posibles a la escuela parroquial de la Doctrina
Cristiana para los niños.

2.- LA ESCUELA PARROQUIAL

5. Es oportuno que el Catecismo se enseñe en forma de verdadera clase,


con tiempo, distinto maestro, texto regular, etcétera. Lo exige así el Papa,
el Obispo, lo reclama la dignidad del Catecismo, el interés de los niños,
que de otro modo no recibirían un fruto serio.

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6. Como local es deseable la Casa de la Doctrina Cristiana, construida
para este fin, con diversas aulas provistas de bancos, escritorio, tablero,
mapas, y todo aseado, lleno de aire, de luz, de orden.

Esa casa no existe en todas las parroquias. Si falta se suple utilizando


locales de las Asociaciones, las varias partes de la Iglesia, de modo que
cualquier clase tenga su ambiente decoroso, limpio en lo posible,
recogido y silencioso.

7. El personal de la Escuela lo
pone la Congregación de la
Doctrina Cristiana.

El director es el Párroco, que


establece el horario, asigna al
catequista las varias clases,
dirige y vigila todo, haciéndose
ayudar aun por otros miembros
de la Congregación (Prior,
celador, etcétera).

El secretario tiene el Registro


General con los nombres de
todos los maestros y alumnos
divididos por clases, los visita
de cuando en cuando a fin de que cada catequista tenga en orden
perfecto su registro de clase.

El Registro de clase es de gran importancia para el recto funcionamiento


de la escuela.

Los catequistas pueden ser ayudados, cada uno por un suplente o vice-
catequista, que ayude a mantener la disciplina, se adiestre a la
enseñanza y supla al catequista, el cual en caso de ausencia debe avisar
oportunamente al secretario.

8. Registro, lista y resultado de exámenes. Además del Registro General,


llevado por el secretario, es indispensable para el catequista el Registro
de clase, debidamente preparado, en el que se señalan las faltas de
asistencia, las notas por cada lección preparada. Y esto cada día de
clase. Al final de cada trimestre, con ocasión del escrutinio, se señalan
las notas obtenidas (nota media de las notas del trimestre), de conducta
y de aprovechamiento en la libreta del alumno, la cual va firmada por el
Párroco, y se entrega al alumno que debe devolverla firmada por el padre.

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El examen final establece y muestra quién ha sido aprobado o no para
pasar al curso siguiente, quién puede repetir luego el examen y quién
debe repetir el curso.

9. Biblioteca, cuadros, etcétera. Toda clase de catecismo debería tener a


su servicio y uso del catequista una biblioteca con libros de religión,
pedagogía, didáctica, algunas revistas catequísticas. Además es
indispensable una serie de cuadros murales o cartulinas catequísticas,
imágenes, etcétera.

PREGUNTAS Y CASOS
¿Cuál es el órgano que pone en movimiento el catecismo en todo el mundo? (1-
4).
¿Cuál es en la diócesis y cuál es en la parroquia? (1-4).
“Sigamos con el catecismo como siempre lo habíamos hecho en la Iglesia a la
buena de Dios” (6).
Saúl quería enviar una limosna para San Antonio. Pero un amigo le indicó:
más vale hacer la oferta a la Congregación de la Doctrina en honor de San
Antonio”. ¿Ha sugerido bien la idea? ¿Por qué? (4-6).
“Ayudad a las misiones internas”. ¿Es justa la apreciación? (7).
¿Qué debe hacer el vicecatequista o suplente? (7).

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CURSO BÁSICO DE FORMACIÓN DE CATEQUISTAS
INTRODUCCIÓN ............................................................................................... I
I. EL CATECISMO.............................................................................................1
1.- QUE ES EL CATECISMO ....................................................................................................... 1
2.- S E NECESITA EL CATECISMO.............................................................................................. 2
3.- EXISTEN LEYES SOBRE EL CATECISMO ............................................................................ 4
PREGUNTAS Y CASOS................................................................................................................ 5

II. EL MAESTRO CATEQUISTA....................................................................... 6


1.- LA MISIÓN DEL CATEQUISTA............................................................................................... 6
2.- LAS DOTES DEL CATEQUISTA............................................................................................. 8
a) Dotes religiosas.......................................................................................................................8
b) Dotes morales .......................................................................................................................10
c) Dotes profesionales................................................................................................................11
d) Dotes externas ......................................................................................................................13
3.- LA FORMACIÓN DEL CATEQUISTA.................................................................................... 14
PREGUNTAS Y CASOS.............................................................................................................. 16

III. EL ALUMNO............................................................................................. 17
1.- ES NEC ESARIO CONOCER AL NIÑO .................................................................................. 17
2.- COMO CONOCER AL NIÑO ................................................................................................. 19
3.- COMO ES EL NIÑO .............................................................................................................. 21
PREGUNTAS Y CASOS.............................................................................................................. 25

IV. EL MÉTODO DEL CATEQUISTA .............................................................. 26


1.- LOS PRINCIPALES MÉTODOS ............................................................................................ 26
2.- LOS ASPECTOS MÁS IMPORTANTES DEL MÉTODO ACTIVO ........................................... 29
a) Hacer hablar al niño..............................................................................................................29
b) Hacer retener........................................................................................................................31
c) Hacer ver con los ojos ............................................................................................................32
d) Hacer ver a la fantasía...........................................................................................................33
e) Hacer mover las manos y los pies ...........................................................................................36
f) Trabajar en partidos o escuadras ............................................................................................37

V. LA CLASE DE CATECISMO....................................................................... 39
1.- PREPARACIÓN DE LA LECCIÓN ......................................................................................... 39
2.- ITINERARIO DE LA LECCIÓN .............................................................................................. 40
3.- DISCIPLINA DE LA CLASE................................................................................................... 41
a) Acerca del “poder legislativo”..................................................................................................41
b) Acerca del “poder ejecutivo” ...................................................................................................42
c) Acerca del “poder punitivo” ....................................................................................................43
d) Sagacidad práctica para la disciplina......................................................................................44
PREGUNTAS Y CASOS.............................................................................................................. 46

VI. LA ORGANIZACIÓN DEL CATECISMO.................................................... 47


1.- LOS ÓRGANOS PROPULSORES .......................................................................................... 47
2.- LA ESCUELA PARROQUIAL................................................................................................. 47
PREGUNTAS Y CASOS.............................................................................................................. 49

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